lunes, 11 de julio de 2011

El barrio de Colón: solares, drogas, jineteras y santería


Justo frente al solar de La California, en la calle Crespo, Mario, 32 años, un santiaguero que de manera ilegal reside en la capital, se las ingenia para desmarcarse de la policía y vender cigarrillos de marihuana a 5 pesos convertibles (6 dólares).

“Esta yerba es ‘yuma’ (extranjera, colombiana en este caso) y te arrebata como ninguna”, asegura Mario, un mulato que viste un desahogado bermuda y sandalias de cuero. Los presuntos clientes pasan de la droga y le dicen que ellos buscan diversión con buenas hembras, “no muy caras”. “Tengo un montón de ‘niñas’ para chuparse los dedos”, indica. Y arrastra al grupo a casa de un proxeneta que controla a varias chicas.

Así es el barrio de Colón. Usted puede encontrar lo que busca y legalmente no se vende. Desde melca, marihuana criolla o foránea, leche en polvo, hacerse santo, comprar pacotilla, alquilar el 'cable' (antena satelital) por diez dólares o pasar una noche con un par de lesbianas.

Aquí, al igual que en otras barriadas del centro de la ciudad, la gente camina y piensa dos veces más rápido que el resto de los habaneros. Colón forma parte del municipio Centro Habana, cuna de jineteras, chulos y ‘pingueros’ clase A que hoy viven de su verga en Europa.

De acuerdo a estadísticas oficiales, en Colón residen alrededor de 24 mil personas. Claro, las cifras no recogen los clandestinos. Es el barrio ideal para los inmigrantes de provincias orientales que llegan a La Habana con ganas de comerse el mundo. Haciendo cualquier cosa. Desde vender tamales, proponer putas o pedalear 12 horas en un bicitaxi.

El distrito limita al norte con el Malecón; al sur con el barrio de Los Sitios; al oeste con la calle Dragones y al este con el célebre Paseo del Prado.

Fue en 1863, cuando se termina de derribar la muralla que bordeaba la zona portuaria y la fortaleza militar de La Cabaña, que La Habana puede expandirse libremente. Pero desde 1836, comenzó a perfilarse el barrio actual.

Según se cuenta, en 1876 al barrio Nueva Cárcel empezaron a llamarle con el apellido del descubridor de la isla. Cerca del mercado de abasto público de la zona existía la única estatua interior conocida de Cristóbal Colón. Por aquel entonces, el barrio era asiento de negociantes y tabaqueros. También de prostíbulos y vida libertina. Años después, surgieron comercios y grandes almacenes indispensables en la vida habanera.

Se incrementó el número de bares, cafés y restaurantes. También se edificaron varios hoteles y el Alhambra, sede del teatro vernáculo cubano, exclusivo para hombres

En el barrio de Colón predominan negros y mestizos. Los cultos sincréticos son la Regla de Ocha o Santería, paleros que consultan con huesos humanos introducidos en un caldero y plantes de abakuá.

La santería en el barrio es un negocio. Desprevenidos suizos y españoles o latinoamericanos, pasan por Colón a hacerse santo (Ifá). A un extranjero, un Ifá le puede costar 10 mil dólares. Con puros habanos, rumba y ron peleón. Hacerse santo también se ha puesto de moda entre los cubanos. A ellos les cuesta un poco más barato, entre 4 y 6 mil dólares, que no es poco dinero.

El barrio de Colón se ha convertido en una postal o un documental propagandístico. Muchos turistas sienten curiosidad por ver a los negros bailar guaguancó pasándose un afilado machete por la punta de la lengua.

Ya era famoso en los años 30, cuando en las noches calurosas y estrelladas en el solar de La California tocaba Chano Pozo, el genio de las tumbadoras. El alma de Chano aún vaga errante por la zona. Cuando negros y mestizos rompen los cueros en sus cuarterías derruidas, en la acera de enfrente, el autor de Manteca se sienta satisfecho a ver su relevo.

Colón es parte intrínseca del habanero del siglo XXI. Música, sincretismo religioso e ilegalidades. Violencia a discreción, putas baratas o caras, según el bolsillo, y drogas.

Los incipientes carteles capitalinos de drogas surgieron aquí. Ni las sucesivas redadas policiales, ni la vigilancia severa de policías especializados con sus uniformes negros y sus enormes pastores alemanes han detenido la venta de estupefacientes.

A cualquier hora usted puede ver personajes como el santiaguero Mario expendiendo marihuana. Si lo desea, lo conecta con un chulo. O lo lleva a la puerta de uno de los ‘burles’ (casas ilegales de juego) que funcionan en la zona.
Los residentes de Colón son comodines. Hacen de todo.

Iván García

Foto: Mujer vendiendo postales a la entrada del solar de La California, en el barrio de Colón, La Habana.

3 comentarios:

  1. Microjet
    Iván, aparte de actualizarme de la situación actual, me gustan tus articulos porque ahondas en la historia de mi Habana. Con tu permiso, ahora ¨copio¨y ¨pego¨ y se lo envio a mis amigos. Gracias

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  2. las buenas que agarre en EL ARECIFRE

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