lunes, 25 de abril de 2022

Cuba, entre el surrealismo y la burocracia



Tres días antes del 20 de agosto de 2020, cuando el presidente Miguel Díaz-Canel visitó la barriada pobre de La Güinera, al sur de La Habana, brigadas de constructores asfaltaban sus destrozadas calles, cimentaban nuevas aceras y con premura daban una mano de pintura barata a las fachadas de algunas casas.

Joel, chofer de un camión de volteo de la era soviética, cuenta que llevaba dos meses sin trabajar por déficit de combustible. Pero la semana anterior a que “Díaz-Canel pasara por La Güinera, nos asignaron suficiente petróleo para acarrear tierra y trasladar una decena de arbustos del Jardín Botánico y plantarlos en el barrio”. Vecinos recuerdan que “surtieron el mercado con cuartos de pollo, bolsas de galletas y paquetes de perritos (salchichas). Con varios ómnibus reforzaron el transporte urbano y la recogida de basura era diaria”. La puesta en escena fue al detalle.

Un empleado del partido comunista en el municipio Arroyo Naranjo, rememora aquellos días: “Los ‘factores’ (instituciones del Estado) se movilizaron para reparar los salideros de agua, instalar el alumbrado público y en la farmacia aparecieron medicamentos que estaban perdidos. Pesos pesados del gobierno de La Habana se reunieron con delegados del poder popular, presidentes de CDR y miembros de la Asociación de Combatientes de la zona y activaron un grupo de bienvenida al presidente. La Seguridad del Estado se encargó de neutralizar a familiares de participantes en los disturbios ocurridos el 12 de julio en La Güinera y a personas marcadas como desafectas al gobierno. Existía la preocupación que le corearan insultos a Díaz-Canel. Por si acaso se movilizó a decenas de militares vestidos de civil que se mezclaron con vecinos del lugar. La intención era demostrar que el barrio de La Güinera apoya a la revolución”.

Los montajes que contribuyan a generar un estado de opinión positivo en la población sobre el desempeño del gobierno es una vieja estrategia. Sergio, licenciado en ciencias políticas, expresa que esas tácticas son habituales en los regímenes totalitarios. “En la Unión Soviética se erigieron fábricas y ciudades en pocos meses. Franco, el caudillo español, construyó pueblos en medio de la nada. Y el dictador de Corea del Norte ha edificado rascacielos y hoteles en Pyongyang que por dentro están sin terminar. El mensaje de esa grandiosidad es demostrar la supuesta superioridad del sistema”.

El surrealismo político está entronizado en Cuba desde 1959. Fidel Castro fue su máximo exponente. Era un mensaje publicitario dirigido al exterior. En los años que el Kremlin enviaba un chorro de rublos y combustible, Castro inauguraba con frecuencia textileras, fábricas de cemento y hospitales, alardeando que eran “los más modernos del mundo”. Prometió grandes cosechas de viandas, cítricos y café que transformarían a Cuba en la primera potencia del planeta exportadora de productos agrícolas.

En sus extensos discursos repetía que la Isla superaría a Uruguay y Argentina en la producción de carne de res. Y que en 1970, con la zafra de diez millones de toneladas de azúcar, el país saldría del Tercer Mundo. Cualquier delegación extranjera que aterrizaba en La Habana tenía preparado un recorrido diseñado por el 'comandante' para recorrer "obras construida por la revolución": vaquerías climatizadas con ordeño mecánico y música clásica que contribuían al rendimiento lechero del ganado; presas recién construidas o escuelas en el campo donde los estudiantes mostraban su 'cariño' al visitante agitando banderitas de papel y gritando consignas aprendidas para la ocasión.

Los nacidos en las décadas de 1960, 1970 y 1980, sesenta, estaban convencidos, según las lecciones de historia aprendidas en las escuelas y los vaticinios ‘infalibles’ del ‘compañero Fidel’, que el capitalismo y el imperialismo yanqui tenían sus horas contadas.

La debacle del comunismo en la URSS y sus estados satélites fue un batacazo para la economía cubana. El PIB cayó un 35%. La gente comenzó a pasar hambre, sufrir apagones de doce horas diarias y el pueblo aterrizó ante una dura realidad: todo había sido un espejismo. El supuesto desarrollo económico no era sustentable. La descapitalización de la industria fue atroz. Las producciones ganaderas, azucareras, agrícolas y pesqueras comenzaron a rodar cuesta abajo.

El sistema era irreformable. La solución lógica era haber desatado las fuerzas productivas, autorizar en una escala amplia los negocios privados y apostar por la economía de mercado. Pero, en un error estratégico, la dictadura cubana siguió cavando por decreto su propia tumba. A falta de leche, carne de cerdo, frijoles y limones, el único sostén del régimen es la propaganda, la manipulación y la mentira.

Díaz-Canel y su equipo de funcionarios, por miedo al cambio o por su escaso poder real como estadista, más que por la continuidad del castrismo, que terminó en los años 80 con la caída del comunismo ruso, apuesta por el suicidio político. Si usted visita Cuba, por favor, hable con la gente en la calle, camine por sus ciudades, visite hospitales públicos, escuelas, recorra el campo o los destartalados centrales azucareros que aún funcionan.

No hace falta ser un genio para sacar una conclusión: el país tocó fondo. La economía no va echar a andar con fórmulas marxistas ni experimentos de bodegueros. La Cuba perfecta solo existe en el periódico Granma y el Noticiero Nacional de Televisión. La Cuba real es la de las cosechas que no satisfacen la demanda de un 60 por ciento de la población y la de los trabajadores que cobran en pesos devaluados y tienen que comprar bienes en dólares.

El gasto de recursos para mantener el descomunal aparato burocrático del régimen es incalculable. Gustavo, economista cree que “un 70 por ciento del presupuesto nacional se malgasta en la estéril infraestructura productiva del país. Es como tirar dinero a la basura. Y tal vez un 30 por ciento, se derrocha en la colosal infraestructura del Estado”.

Saque la cuenta de las instituciones parásitas existentes en Cuba que no aportan nada al erario público. En cualquier Estado moderno, la educación, sanidad y fuerzas armadas son los tres grandes depredadores del presupuesto. Es entendible. Representan el futuro con la formación del relevo generacional, el cuidado de la salud y calidad de vida de sus ciudadanos y la seguridad nacional. En Cuba, en los últimos diez años esos gastos sociales se han recortado en un 30 por ciento, pero se mantiene un conglomerado de organismos burocráticos que no aportan beneficios a la sociedad.

En cada uno de los 168 municipios de la Isla, hay sucursales del Partido Comunista, la Unión de Jóvenes Comunistas y Comité de Defensa de la Revolución, entre otras organizaciones improductivas que consumen dinero del presupuesto, combustible, recursos materiales e inmuebles.

“Es una auténtica locura la cantidad de entidades que solo aportan gastos y tienen estructura municipal. Cientos de miles de personas que el Estado mantiene por intereses politicos porque no aportan nada a la economía. Algunas, como Vivienda, se ha convertido en un clan mafioso a todos los niveles. El gobierno habla de burocratismo y reducir plantillas, pero nunca mete la tijera a fondo, pues si deja desempleada a todas esas personas que viven del nepotismo y la corruptela, además de perder una base importante de apoyo (ellos por oportunismo simulan lealtad), si dejaran de chupar la teta del Estado podrían convertirse en potenciales disidentes”, asegura un ex funcionario.

Raúl Castro intentó cambiar la carrocería del modelo cubano pretendiendo que funcionara con el mismo motor. No fue posible. Miguel Díaz-Canel recurre a una estrategia peor. Rescatar el relato de Fidel Castro. Pero sin los rublos del Kremlin. Improbable que funcione.

Iván García

Video: Fragmento del filme cubano La muerte de un burócrata, de Tomás Gutiérrez Alea, estrenado en 1966 y protagonizado por el actor Salvador Wood (Santiago de Cuba 1928-La Habana 2019).

lunes, 18 de abril de 2022

Algunos recuerdos de mi niñez



Quedé desconcertada al ver esas fotos de niños jugando pelota descalzos en Manzanillo, provincia Granma, a unos 740 kilómetros al sureste de La Habana. Parece que a Javier Prada también le pasó lo mismo y por ello escribió Cubadebate, el béisbol y la miseria como propaganda.

El desconcierto volvió cuando leí sobre vendedores ambulantes, en La Habana. En particular me llamó la atención este párrafo: "Vendo pomos de perfume vacíos", dice una vendedora informal que ocupa la entrada de una escalera en la calle Belascoaín, Centro Habana. "Hay gente que quiere echar colonia barata en un pomo bonito y yo los compro de casa en casa, los friego bien y los vendo aquí. Algunos no duran nada entre que los saco y me los compran. Esta semana he tenido suerte pues me encontré buenos pomos botados en la basura en Playa y todos eran de calidad, de los que se pueden volver a rellenar, prácticamente me los arrebataron de la mano nada más que empecé a venderlos". La mujer también ofrece latas de crema Nivea vacías y fosforeras sin gas para quienes quieran volver a llenarlas.

Cuando veo las fotos de esos niños manzanilleros jugando descalzos a la pelota y cuando leo que una mujer, joven o vieja, blanca o negra, no importa, se dedica a rebuscar en la basura y comprar por las casas envases vacíos de perfumes y cremas y fosforeras sin gas, no porque sea coleccionista, como tantos que hay en el mundo, de cualquier cosa, si no para venderlos y poder tener un poco de dinero para comer lo que por pesos encuentre, no puedo dejar de pensar que procedo de una familia muy humilde, una madre ama de casa y un padre con dos oficios: como barbero ambulante cobraba 0.50 centavos por pelar a niños y 0.80 centavos a los adultos y un peso si también se afeitaban, y como escolta de Blas Roca, aunque nunca supe su salario, debe haber sido de 100 pesos, los sueldos 'buenos' de aquellos años (1940-1950.)

Mi padre le daba a mi madre un peso diario para los mandados. Ya he contado lo que entonces mis padres y yo solíamos comer. Por el alquiler y la luz pagaban poco, pues hasta 1959 en el mismo piso convivimos tres familias del PSP. Los modestos ingresos nunca impidieron que yo tuviera cuatro zapatos: los de salir (blancos en verano, negros de charol en invierno), los escolares, de piel negra, y dos para andar, los más gastados para jugar en la cuadra o en el parque y los mejores para ponerme después que me bañaba y bajaba a ver la televisión en casa de los vecinos de enfrente. Olvidaba: y un par de tenis US Keds, altos, blancos, para las clases de educación física.

Los uniformes de las escuelas públicas eran baratos en las tiendas donde los vendían y más baratos aún eran si comprabas la tela en la calle Muralla y tenías quien te los hiciera. Los libros los daban en las escuelas, los lápices, libretas y otros materiales se adquirían en las quincallas que habían en todos los barrios. Mi padre nunca fumó ni bebió, y a pesar de que medía 6 pies y pesaba más de 200 libras, no solo no comía demasiado, si no que no comía de todo: no le gustaba la leche ni el café, ni todo tipo de galletas de sal ni de panes, no era amante del pollo, decía que tenía muchos huesos y del pescado que tenía muchas espinas, no todos los potajes le gustaban, tampoco los arroces amarillos. La carne de res y de puerco sí, pero sin pellejos ni gordos.

A Carmen, mi mamá, oriunda de Sancti Spiritus, le gustaba la harina de maíz, los dulces caseros, frutas como el anón, guanábana, chirimoya y... las sopas (en eso los espirituanos se parecen a los camagüeyanos, que a diario tomaban sopa), pero mi padre decía que "los guapos no toman sopa". Jamás lo vi tomando un plato de sopa. La comida china (arroz frito, chop suey, maripositas) le gustaba, también la comida cubana que hacían unos chinos que tenían una fonda en Castillo entre Monte y Estévez. Cuando los chinos cocinaban arroz blanco, frijoles colorados, carne con papas y plátanos maduros fritos, mi padre me mandaba con la cantina a comprar tres raciones (1.80 las tres).

Uno de sus 'lujos' eran los zapatos Florsheim, tenía dos pares, un par carmelita y otro negro, los compraba en una tienda que había en la esquina de San Rafael y Galiano, frente a la tienda El Encanto. El otro era llevarme a La Moderna Poesía, antes que empezara el curso, a comprarme el material escolar, incluyendo un par de libros de mi preferencia, un diccionario y un mapa. Es que en ropa para mí apenas tenía que gastar, porque toda, al menos hasta los 12 o 13 años, me la hacían mis tres tías paternas, que eran modistas. Ellas me hicieron esa batica con unos animalitos por mi segundo cumpleaños en 1944 que puede verse en mi blog, o la bata blanca con un pasacintas que era de color rojo, estrenada a los 6 años, en 1948.

El disfraz de mexicana me lo alquilaron para una fiesta escolar, creo que en cuarto grado, tendría unos ocho años. La novedad son las sandalias negras, no porque las llevo con medias, si no porque me las compraron expresamente para la ocasión: que yo recuerde, ni mi madre ni ninguna de mis tías, paternas o maternas, usaban sandalias ni chancletas, al menos para salir a la calle, decían que 'echaban a perder los pies' y tal vez por eso nunca en mi niñez y en mi adolescencia usé sandalias ni chancletas.

La foto que encabeza este post es de 1945. Yo tenía tres años, aparecemos mi madre, de 30 años, con vestido y peinado de la época, a la izquierda yo, con un globo, y a mi lado, con una muñequita, Tamila del Pino, hija del líder campesino camagüeyano Gilberto del Pino y de Nicolina, ama de casa, igualmente camagüeyana, y una de las tres familias que compartían la casa, en el segundo piso de Romay 67 entre Monte y Zequeira, Cerro. Una imagen improvisada, a la hora en que mi madre estaría realizando las faenas domésticas y Tamila y yo jugando, una mañana cualquiera. Como se puede apreciar, las tres estamos limpias, con ropa sencilla, las niñas con los lazos de moda, pero un poquito despeinadas.

De esas fotos han pasado más de 70 años y cuesta creer que una familia negra y mestiza, de bajos recursos, y encima comunista (la materna), no solamente sus adultos anduvieran bien vestidos y calzados, si no que sus hijos usaran ropa y zapatos bonitos y apropiados a sus edades.

Tania Quintero

lunes, 11 de abril de 2022

Pobreza, vulnerabilidad y exclusión


A raíz de las protestas sucedidas en Cuba el 11 de julio de 2021 en Cuba, hemos vuelto a escuchar hablar de esos barrios llamados insalubres, marginales, precarios, indigentes, periféricos o, ahora… “vulnerables”. ¿Qué hay detrás de ese cambio de denominación? ¿Un mero eufemismo como los que estamos acostumbrados a recurrir ante realidades incómodas o desagradables? Es posible. Las reformas son “actualizaciones”, “perfeccionamientos” u “ordenamientos”, las personas sin techo son “deambulantes” y ahora ya no habría insalubridad o pobreza, sino “vulnerabilidad”, que suena más suave y llevadero…

Sin embargo, resulta interesante revisar algunos conceptos utilizados por sociólogos y antropólogos para tratar con estas realidades y saber realmente de qué estamos hablando. Existen infinidad de definiciones con diversos matices, pero la mayoría diferencian tres ejes de análisis fundamentales, relacionados, aunque distintos: el de la pobreza/bienestar, el de la vulnerabilidad/resiliencia y el de la exclusión/inclusión.

La pobreza

Como es de prever, la definición de pobreza es compleja y polémica. Una expresión burda la definiría como la carencia de recursos básicos, pero enseguida se multiplicarían las preguntas: ¿Cómo definimos las carencias? ¿Cuáles son los recursos básicos? ¿Se trata de recursos materiales o también sociales y culturales? ¿Cómo podría medirse o determinarse el umbral a partir del cual uno ya es pobre? ¿Puede ser el mismo a través del tiempo o de la geografía?…

Hace ya más de un siglo el inglés Rowntree propuso medir la pobreza a través de la determinación de unas necesidades básicas y cuánto dinero se necesitaba para satisfacerlas. Por ejemplo, el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) utiliza para ello el umbral de 1,9 dólares por persona al día. Recientemente el economista indio Amartya Sen puso el énfasis no tanto en el resultado (ser pobre en el sentido de no disponer de ingresos o bienes suficientes), sino en el ser pobre como imposibilidad de alcanzar un mínimo de realización vital por verse privado de las capacidades, posibilidades, y derechos básicos para hacerlo. En cualquier caso, es un consenso general que deben tomarse en cuenta factores que van más allá del nivel de ingresos, como el acceso al empleo, a la educación, a los servicios de salud, a una vivienda digna y con acceso a la infraestructura básica (agua, energía, evacuación de residuales, etc.) u otros.

Hace pocos años, con la colaboración del PNUD y la Universidad de Oxford, Cuba adoptó un índice de pobreza multidimensional (IPM), que mide el nivel de privación de las personas por medio de diez indicadores distribuidos en tres dimensiones con igual importancia: salud, educación y nivel de vida (que incluye combustible del hogar, saneamiento, agua potable, electricidad, vivienda y activos familiares). En abril del 2021 el periódico Granma publicó un triunfalista titular: “Cuba es el segundo país con más bajo índice de pobreza multidimensional”, pero no aclara cuáles eran los países evaluados ni cuál el valor del índice en Cuba. Seis meses más tarde revelaba resultados de investigaciones internacionales: “las disparidades en la pobreza multidimensional entre grupos étnicos y raciales son mayores que las inequidades existentes a nivel de regiones nacionales”. Pero tampoco se ofrecieron los datos en Cuba y sus regiones o sus grupos raciales.

No se conoce tampoco que en la Isla se haya definido una línea de pobreza comparable con el umbral de los 1,9 dólares diarios del PNUD. La tarea “Ordenamiento” calculó una canasta de bienes y servicios cuyo monto rondaba los 1500 pesos. Unos meses más tarde el jefe de la comisión de implantación, Marino Murillo, reconocía ante la Asamblea Nacional que la canasta prácticamente duplicaba ya su costo, sin ajuste salarial ni de pensiones. Es curioso constatar que el umbral del PNUD era similar al de la canasta básica cubana original. Puede inferirse que en este último año de inflación galopante numerosos hogares cubanos han caído por debajo de ese umbral. En resumen, sabemos que en el 2020 existían 209 millones de pobres en América Latina (34% de la población), que había también 78 millones de pobres extremos (13%), pero no tenemos idea (al menos, los ciudadanos) de cuántos pobres hay en Cuba, quiénes son ni dónde están.

La vulnerabilidad

Otra cosa es la vulnerabilidad. Esta no implica una situación de pobreza sino la susceptibilidad o el riesgo de caer en situación de pobreza. Alude más a una posibilidad que a una realidad. Se relaciona con su concepto opuesto, el de resiliencia, entendida como la capacidad de enfrentar y superar riesgos y amenazas. Resulta importante subrayar que una persona puede ser vulnerable, no solo en razón de sus carencias materiales, sino de prejuicios culturales negativos por el color de la piel, el origen social o territorial, las preferencias sexuales, etc. Es decir, el eje vulnerabilidad/resiliencia alude a realidades distintas del eje pobreza/bienestar.

Otro elemento que distingue el concepto de vulnerabilidad es que establece una relación entre elementos externos al grupo social o el individuo y sus características socioeconómicas. Se es vulnerable a algo (a la pobreza, al desempleo, a la enfermedad, a agresiones medioambientales…). En cierto sentido, la vulnerabilidad no podría ser observada —como sí la pobreza— sino tan solo predicha o pronosticada. Es un concepto relativo que busca prevenir la pobreza. Son fundamentales, por lo tanto, los estudios que analizan cómo los individuos o los grupos vulnerables actúan o pueden actuar para sobreponerse a las amenazas y enfrentar situaciones adversas. Ahí son esenciales no solo los activos de los que dispongan las familias sino sobre todo las estrategias de sobrevivencia que sean capaces de adoptar, que pueden ser individuales y familiares o ser apoyadas por políticas públicas.

Estas estrategias son múltiples. Desde vender activos físicos de la familia, utilizar créditos o préstamos, incrementar la participación laboral o la incorporación al estudio, modificar o disminuir patrones de consumo, emigrar colectivamente o de manera individual (con el objetivo de enviar remesas), etc. En situaciones de gran vulnerabilidad pueden verse obligados a acudir al empleo informal, la ocupación ilegal del suelo, la venta del propio cuerpo o del propio tiempo (los coleros), las prácticas especulativas o las conductas claramente delictivas.

Por ejemplo, Roberto Zurbano escribe: “El sujeto migrante tiene pocas posibilidades frente al mundo legal. Entiéndase policía, delegado del poder popular, bodeguero, e incluso el médico de familia que no le niega atención de urgencia, pero al que le es engorroso el tratamiento de enfermos crónicos, sobre todo ancianos. Así, convierten ´el invento´ en modo de abastecerse de agua, luz eléctrica, medicamentos, alimentos, etc., y negocian con la mirada tolerante de las autoridades locales que —entre paternalismo, prejuicios y extorsión—, abren puertas a la permisibilidad y, claro, definen la permanencia del migrante”.

En estas situaciones no solo importa el capital físico (recursos materiales) sino el capital humano (niveles de educación, cultura, salud…) y el capital social. La presencia de redes de apoyo, sean familiares, vecinales o públicas pueden amortiguar de manera considerable los niveles de vulnerabilidad, aunque su verdadera resiliencia crecerá no tanto por ayudas externas sino por verdaderos procesos de empoderamiento.

La medida de la vulnerabilidad no es sencilla. Como se ha explicado, no solo depende de las carencias objetivas sino de las capacidades de resiliencia de individuos y grupos sociales. Debiera tratarse de un índice multidimensional capaz de medir no tanto una realidad como las posibilidades o probabilidades de cruzar el umbral de la pobreza. Por otra parte, no puede negarse el papel que puede desempeñar la propia percepción de vulnerabilidad: estar preocupado por perder la vivienda, el trabajo, la salud, la educación de los hijos, estar angustiado por la violencia intrafamiliar o por los niveles de inseguridad o criminalidad en el barrio inciden, sin duda, en la capacidad de sobreponerse a situaciones adversas.

La exclusión

Ya hemos visto que la pobreza no siempre acompaña a la vulnerabilidad. Esta puede ser causada no solo por carencias materiales sino por factores socio culturales. Una persona puede sentirse discriminada o ser efectivamente excluida por muy diversas razones que no tienen que ver siempre con su estatus económico. Puede ser por su color de piel, por su origen territorial (los “palestinos” en la Habana), por sus creencias religiosas, por sus preferencias sexuales, por su género o edad, pueden ser enfermos, personas sin techo o sin hogar, desempleados, drogodependientes, convictos o exconvictos… en fin, todos aquellos que se encuentran “en los márgenes” …

La exclusión o la marginación (entendida como la falta de acceso a los derechos básicos ciudadanos) puede generar no solo vulnerabilidad sino directamente pobreza. Y esta, a su vez, puede originar también exclusión. Se ha bautizado como “aporofobia” ese rechazo, aversión o temor hacia el indigente. Se trata, en suma, de un círculo vicioso en que cada uno de los ejes incide y puede reforzar los otros dos. Constituye la antítesis extrema de la participación.

Los barrios vulnerables

Entonces, ¿tiene sentido hablar de “barrios vulnerables”?

En primer lugar, si de lo que estamos hablando es de las características físico-geográficas de una zona de la ciudad, podría ser adecuado si se trata de un territorio propenso a inundaciones, cercano a fuentes de contaminación, con pendientes excesivas o carencias de infraestructura y vulnerable, por ello, a amenazas a y riesgos físicos. Pero si de lo que tratamos es de las características sociales, económicas o culturales ya es distinto. Nombrar a todo un barrio “vulnerable” sin duda estigmatiza y discrimina ante el resto de la ciudad a todos sus habitantes —sin distinción de hogares y personas— y genera, con ello, una vulnerabilidad adicional por marginación. No es lo mismo ser marginal que marginado. La realidad física del barrio tiende a mantenerse, mientras que sus ocupantes suelen no ser los mismos en el tiempo puesto que a menudo constituyen zonas de tránsito migratorio. Es por ello que un análisis de vulnerabilidad social tendría más sentido a nivel de hogar que de barrio. Hay que recordar, además, que no solo hay hogares pobres en los barrios vulnerables sino en todo el tejido urbano y pueden quedar invisibilizados.

En segundo lugar, si un vulnerable es un pobre potencial ¿no tendría más sentido ocuparse de los pobres reales, actuales, antes de abordar los potenciales? Se tenían identificadas hace años un número de zonas en la ciudad que se nombraban “barrios insalubres”, con lo que se aludía sobre todo a su insalubridad o precariedad física. Si bien es verdad que en ellos se concentraban numerosos hogares en situación de pobreza, los moradores no quedaban declarados como insalubres. Si se toma la denominación de “vulnerable” al pie de la letra, habría que reclamar entonces una atención prioritaria hacia la pobreza ya existente. Si no es literal, entonces no es otra cosa que un nuevo eufemismo.

Está claro que los programas sociales de educación, salud y protección social —con todas sus insuficiencias— caracterizan a la pobreza cubana de forma ventajosa en el marco de América Latina. Pero ya se sabe que igualdad no es equidad. No se puede tratar igual al que es distinto. Y ese es el flanco débil de los programas universales, de las distribuciones “por la libreta”. Son indispensables políticas, programas y proyectos focalizados en función de las características de cada grupo social y, en la medida posible, de cada hogar.

Por último, el actual enfoque de atención priorizada a los “barrios vulnerables” sufre de una insuficiencia de raíz. La abismal asimetría entre la disponibilidad de recursos materiales, financieros y humanos de los ministerios ramales y su persistente escasez en los gobiernos territoriales (municipio, consejo popular, delegado) ha obligado a enfrentar el problema asignando barrios a organismos y ministerios. De tal modo, en la capital del país, el ministro de comercio exterior se ocupa de los barrios del municipio de Marianao, el ministro de la agricultura del municipio 10 de octubre, el presidente del grupo empresarial de la sideromecánica del municipio del Cotorro o el presidente del grupo azucarero AZCUBA de la Habana del Este… Evidentemente les será mucho más fácil pintar una bodega o reparar una acera que ir a la raíz de los problemas de pobreza, vulnerabilidad o exclusión económicos, sociales y culturales presentes en esos barrios.

Ya se asimila entre nosotros este proceder como algo natural, pero ¿podría imaginarse que a partir de ahora se encargara al gobierno de Marianao apoyar el comercio exterior, al de la Habana del Este respaldar la zafra azucarera, o al municipio de 10 de octubre patrocinar la agricultura? Queda todavía un camino largo por recorrer en el proceso de descentralización y fortalecimiento de los gobiernos territoriales, en particular los municipales… Y, por cierto, otro tanto en el de la identificación de la pobreza, la vulnerabilidad y la exclusión en nuestros barrios, su reconocimiento público y su tratamiento adecuado.

Carlos García Pleyán*
Texto y foto: On Cuba News, 4 de marzo de 2022.

* Sociólogo cubano. Doctor en ciencias técnicas, profesor e investigador titular. Trabajó durante treinta años en el campo del urbanismo y el ordenamiento territorial en el Instituto de Planificación Física y diez en la Agencia Suiza para el Desarrollo y la Cooperación, COSUDE. Fue profesor en la Universidad Tecnológica de la Habana y la Universidad Politécnica de Cataluña en Barcelona.

lunes, 4 de abril de 2022

Cuba, un escenario de attrezzo




Ihosvany, especialista en desguace, cuenta que cuando la brigada de demolición comenzó a desmantelar las estructuras de hormigón y acero del antiguo cabaret Montmartre, situado en la Calle P entre Humboldt y 23, La Rampa, en el Vedado habanero, una caravana de ratas corrió espantadas por los escombros intentando escapar de la muerte. Habían estado 33 años ocultas en las ruinas del edificio abandonado. “Estaban gordísimas. Se alimentaban con los desechos que la gente tiraba. No sé cómo escaparon del fuego. Dicen que los roedores y las cucarachas sobreviven a una guerra nuclear”.

Los obreros con overoles azules desmantelan a golpe de mandarria el local donde estuvo enclavado uno de los más famosos cabarets del Caribe en las décadas de 1940-1950. Ahora un cartel indica que se construirá un hotel cinco estrellas. “Se prevé que en la planta baja funcione un centro comercial de lujo”, dice un arquitecto.

A Giraldo, 55, años, empleado bancario, no le asombra. “El país se está cayendo a pedazos, las calles repletas de baches y salideros de agua por todas partes. Tenemos un déficit de un millón de viviendas, hospitales y escuelas destrozadas, pero el gobierno solo construye hoteles para turistas. El pueblo que se joda”, afirma en tono molesto.

Erasmo, 86 años, jubilado que en su juventud le gustaba leer noticias del mundo del espectáculo, habla del esplendor del cabaret Montmartre. “Junto a Tropicana era uno de los sitios favoritos de artistas extranjeros y nacionales. Allí actuaron los franceses Edith Piaf y Maurice Chevalier, la vedette Josephine Baker, el showman Cab Calloway, el mexicano Agustín Lara, la española Lola Flores y los cubanos Benny Moré, Álvarez Guedes, Rita Montaner y el Trío Matamoros, entre otros. Cuando en 1959 Fidel llegó al poder, cerraron el cabaret y con bates de béisbol destrozaron las ruletas del casino. Después lo convirtieron en comedor obrero, hasta que en 1974, en reciprocidad a la apertura del restaurante Habana en Moscú, en el local donde una vez estuvo el París de América, como le decían al Montmartre, el gobierno revolucionario inauguró el restaurante Moscú, con comida típica de Rusia". Ocupaba un gran espacio en la tercera planta, donde cabían 300 comensales y una barra con 60 banquetas.

"Pero una noche de 1989 cogió candela. Se desconocen las causas del incendio, según algunos rumores fue un cortocircuito, otros no descartaban que Fidel, encabronado por las reformas de Gorbachov en la Unión Soviética, mandó a prenderle fuego al Moscú, el restaurante más lujoso que entonces había en La Habana”, recuerda Erasmo quien hoy, para sobrevivir, Erasmo vende cigarrillos y jabas de nailon a la entrada de una céntrica dulcería. La chequera se le va en comprar viandas, sacar los mandados de la bodegas y pagar la electricidad. Vive en una cuartería, en la barriada de Cayo Hueso, a pocas cuadras de dónde se proyecta construir el hotel. El solar, de tres pisos, tiene los cables eléctricos colgando en el techo y la gente tiende la ropa en horquetas de madera que impiden caminar por el pasillo. La música suena a todo volumen, las broncas entre vecinos son habituales y el olor de los frijoles negros que se cocinan en ollas de presión se combinan con el hedor repugnante de las aguas albañales.

Como muchos vecinos de las zonas pobres y marginales de la capital, Erasmo pide a gritos que se construyan nuevas viviendas. “La ciudad parece que sufrió un terremoto. La mayoría de las edificaciones en Centro Habana, Habana Vieja, Cerro y otros municipios, presentan peligro de derrumbe. ¿Qué hace el gobierno? Nada. Repetir consignas sin ofrecer soluciones. Cuba navega sin rumbo. Está gente (el régimen) parece que esperan un milagro".

Cuando usted consulta con los cubanos de a pie sobre los problemas de la sociedad, la lista es larga. Carmen, maestra jubilada, expresa que “el deporte favorito de los cubanos es quejarse en las colas. La gente está harta de mentiras. Nadie sabe qué va a pasar en el futuro. Todas las personas que conozco están descontentas. Díaz-Canel es un inepto. Reuniones, recorridos y actos van y vienen. Y el país hundiéndose. La solución de los jóvenes es emigrar. ¿Y los más viejos qué hacemos? Cuba es un enigma”.

Niurka, peluquera, comenta que la inflación es insostenible. “No es solo por la escasez y los altos precios, es que nada funciona, ni el transporte urbano, ni la salud ni los servicios públicos. La corrupción es bestial. Hay que dar dinero por todo. A un maestro para que le repase a tu hijo, a un policía para que te quite una multa o a un doctor para que te resuelva un chequeo médico. Surrealismo puro. Mi hermana me envía 200 dólares mensuales. Las agencias que te lo traen a la casa cobran de comisión del 30 al 35 por ciento. Y cuando te lo entregan en moneda nacional, te lo valoran en 90 pesos cuando en el mercado negro se cotiza a 100 pesos. Es un dale al que no te dio. Robándonos entre nosotros mismos. Nadie sabe cuándo ni cómo se va a desenredar el absurdo cubano”.

El régimen verde olivo vive en una realidad paralela. Han montado un escenario de attrezzo. Un día sí y otro también, aparece en la televisión el rostro lavado del presidente Miguel Díaz-Canel con una expresión distante, mirada fría y peinado al cepillo, repitiendo aburridas peroratas. “Es horrible, de novela de terror. Lo ponen hablando en salones con cortinas rojas de fondo, floreros en las mesas y retratos de Fidel y Raúl Castro a su espalda. Una "cheanza" total. Díaz-Canel es un burócrata insoportable, con esa barriga abultada, igual que el resto de su plana mayor. Me recuerdan las esculturas gordas del colombiano Botero. No tienen carisma ni pizca de creatividad y de sentido del humor. Rara vez se sonríen. Son unos tipos amargados y acomplejados que quieren imponer su desfasada retórica al pueblo”, subraya Henry, estudiante universitario.

Tras dos años de pandemia y un largo viaje por el desierto, los cubanos hace rato que dejaron de esperar buenas noticias. Al contrario. La crisis económica y la inflación siguen en caída libre. El castrismo insiste con su ineficaz estrategia de economía planificada, partido único y control absoluto de la sociedad. Viven en el pasado. Padecen de daltonismo político. Confunden a Rusia con la antigua URSS. Sus estrategias políticas están cada vez más divorciadas de la realidad y del ciudadano de a pie.

Los gobernantes criollos habitan en una burbuja. En sus discursos abstractos describen un país que no existe. Mientras, Cuba irremediablemente se hunde.

Iván García

Foto: Inicio de la demolición del restaurante Moscú, en La Rampa de La Habana. Al fondo, el hotel Habana Libre. Tomada de Periódico Cubano.