sábado, 17 de diciembre de 2011

Una ciudadela por dentro


La ciudadela es oscura y se parece a esas prisiones de los años 20 que salen en los filmes de Hollywood. Tiene tres pisos de puntal alto con barandas de maderas roídas y una escalera de caracol a la cual le faltan peldaños.

En el patio central, en la planta baja del recinto, a toda hora se reúnen vecinos. Viejas alcahuetas, jóvenes sin empleo, jineteras en sus horas de descanso, vendedores de pacotilla que se aprestan a ofrecer su mercancía en las calles.

En este solar inmenso y caótico de la barriada de Colón, en el corazón de La Habana, las ilegalidades son un modo de ganarse la vida. Se vende de todo. Desde pizzas hasta materiales de construcción.

Un dentista improvisado pone muelas de oro por 20 dólares. Pero el hombre de éxito de la ciudadela vive en el tercer piso, casi al final del pasillo. Dos negros con caras de matones están sentados a la entrada, en unas sillas recostadas a la pared.

-¿Qué quieren? preguntan en tono amenazante a tres jóvenes con pinta de roqueros. “Yerba, parkinsonil y polvo”, responden en voz baja. Los morenos les abren paso.

En una sala pequeña, amueblada con gusto y un inmenso televisor de plasma de 42 pulgadas, un hombre de estatura media y modales amanerados les invita a sentarse.

Los muchachos compran dos cartones de pastillas, una onza de marihuana y un gramo de cocaína. Todo les cuesta 60 pesos convertibles (70 dólares). El dueño del negocio bromea: “Vaya fiesta que van a armar”. Antes de despedirse les da una limonada con hielo frappé y les dice “no pierdan el camino”.

Según un informe del Ministerio del Interior, publicado en el diario Granma sobre el comportamiento de las drogas, entre enero y junio de 2010, disminuyeron los recalos de drogas en las costas cubanas y las fuerzas del orden habían interceptado 1,592 kilogramos de marihuana y cocaína. Inferior a los 2,236 de igual período en 2009. En los aeropuertos, a 12 extranjeros detenidos se les había ocupado 7.1 kilos de drogas.

Casi todas las drogas provienen de Colombia y abastecen el incipiente mercado local. Las vías más utilizadas son Jamaica, Bahamas o República Dominicana. Cuba no tiene aún cárteles poderosos y organizados al estilo de México y otros países de la región. Los operativos constantes de la policía y la Seguridad del Estado han desmantelado grupos y personas que se dedicaban a vender estupefacientes .

Pese a las batidas, en La Habana se sigue expendiendo drogas. Tipos que se rifan el pellejo. Si los pillan pueden recibir condenas de 30 años, e incluso, cadena perpetua. Pero la droga, ya se sabe, es muy lucrativa. Demasiado como para que el hampa capitalina no incursione en el negocio.

Según un ex presidario que ha cumplido cuatro sanciones penales por consumir y vender drogas, un mes de venta de cocaína al detalle, le reporta ganancias superiores a los 1,500 dólares. El salario de tres años de un profesional de nivel.

Entre los jóvenes, escépticos y hastiados del inmovilismo gubernamental, el consumo de drogas y sicotrópicos es colosal. La extensa avenida de la calle G, en el Vedado, es un ejemplo. Allí por las noches se reúnen emos, frikis, repas y mikis. Aparte de su desilusión, tienen un denominador común: el alto consumo de alcohol y alucinógenos.

Los artistas, intelectuales y empleados del turismo con buenas entradas de moneda dura, suelen consumir marihuana o cocaína en fiestas íntimas. Es difícil encontrar en La Habana un chico mayor de 15 años que al menos una vez, no haya fumado un porro de marihuana criolla, la más barata que se oferta en el mercado clandestino de drogas.

A pesar de la persecución policial, pequeñas bandas de marginales en ciudadales como ésta del barrio de Colón venden drogas a la carta. Hasta EPO. Para variar.

Iván García

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