martes, 20 de noviembre de 2012

Creer está de moda


Cuando hace quince años el hermano de Marisela fue detenido, la familia prefirió buscar los servicios de un santero, un babalao y una espiritista antes que contratar a un abogado. El juicio demoró dos años y cuando llegó, el hermano de Margarita salió absuelto pese a una solicitud fiscal de 10 años de privación de libertad. Ese día, el santero fue encargado de "hacer el trabajo" en la sede del Tribunal Provincial, sito en Prado y Teniente Rey, en pleno corazón de La Habana.

La vista oral había sido convocada para las 9 de la mañana, pero el santero se personó cuatro horas antes con una mochila cargada de "materiales" para realizar el trabajo, todo mantenido en el más estricto secreto. Tampoco se sabe el monto del dinero gastado en los "tres representantes religiosos", pero el vecindario comentó que valió la pena, porque libraron al hermano de Marisela de la cárcel.

Hoy a su hermano se le puede localizar en Estados Unidos, a donde ilegalmente viajó y logró establecerse sin mayores contratiempos. Sin dificultad obtuvo los permisos de trabajo residencia y la ciudadanía. Parece que aún le dura la "protección" que le hicieron.

"No se puede vivir sin creer, menos en un país como Cuba, con tanta envidia y malos ojos. Donde hay tanta chivatería no se puede estar sin resguardo", dice Marisela, de piel blanca, ojos claros y un pelo teñido que una vez fue rubio. En otra época, eran los negros quienes pensaban y actuaban como ella, pero en la Cuba actual cada vez hay más gente blanca suscrita a los cultos afrocubanos.

'Hacerse santo' no es ya una ceremonia exclusiva de los descendientes de esclavos. Ahora uno en la calle se topa con mujeres, hombres y hasta niños blancos exhibiendo orgullosos la vestimenta identificativa de Iyabó, por lo regular mandada desde el exterior y complementada con vistosos sombreros. Se les ve con collares de los orishas de los cuales son 'hijos': Oshún, Yemayá, Shangó, Obbatalá, Oggún, Elegguá... Y pulsos de cuentas verdes y amarillas, evidencia de que 'han cogido la mano de Orula'.

Para Manolo, babalao negro de 76 años, "el fenómeno de los blancos metidos en la santería demuestra el poderío de nuestra raza". Una explicación simplista que no es compartida por Rebeca, psicóloga de 53 años. "Soy de la opinión de que no es un problema de superioridad de una raza sobre otra, porque si uno visita las iglesias católicas y los templos de otras denominaciones religiosas se percatará de que también acuden negros y mestizos", argumenta.

El asunto es más profundo. Según Oscar, investigador aficionado al sincretismo cubano, "el hecho de que muchos blancos acudan a la religión afrocubana tiene que ver con la pérdida de una fe y la búsqueda de otra". Según él, es perfectamente compatible que quien haya practicado toda su vida el catolicismo, como el caso de Marisela y su familia, se refugie en la santería ante una situación urgente o desesperada. "En la medida en que los cubanos dejaron de creer en la revolución, en la que tantas esperanzas habían depositado, comenzaron a buscar nuevos íconos en los cuales depositar su fe", explica.

A partir de 1980, tras el éxodo del Mariel y la participación de miles de cubanos en campañas militares en África, se hizo más notoria la búsqueda de mitos. "Hay que tener en cuenta que con la muerte del Che en 1967, un personaje mítico, se produce una especie de vacío en esa imaginería popular que tan bien retratara el escritor cubano Samuel Feijóo", afirma Rosa María, estudiosa del tema y convencida de que "el ser humano necesita tener siempre algo o alguien en que creer o a quien rogarle o pedirle ayuda en determinadas circunstancias".

Por otro lado, a ojos vista, la masonería ha adquirido una fuerza igual o superior a 1959, año en que un ejército de barbudos entró en La Habana con desgastados uniformes verde olivo, mostrando collares confeccionados con semillas de Santa Juana y ojos de buey, y con llamativos escapularios. Es significativa la cantidad de jóvenes que se han hecho masones o piensan ingresar en esa hermandad.

Alberto, blanco, 40 años, es uno de ellos. Labora en una institución científica y nunca se sintió atraído por la política y luego de meditarlo mucho, se decidió por la masonería. Lo ayudó Julián, negro, 50 años, poseedor de tres M: militar, militante y masón. Una troika -por llamarle de alguna manera- difícil de concebir antes de 1990, cuando el IV Congreso del Partido Comunista propició una cierta apertura al permitir que sus militantes, al mismo tiempo, pudieran pertenecer a una orden religiosa.

Mirta, de 75 años y maestra jubilada, fue una de las que respiró aliviada a partir de esta decisión gubernamental: "Toda mi familia fue bautista y yo tenía que esconderlo con gran dolor de mi alma". Mirta tuvo que aceptar una educación constitucionalmente laica, que en ocasiones era "francamente antirreligiosa, negando a Cristo y pretendiendo que los alumnos colocaran en altares ateos a revolucionarios vivos o muertos convertidos en héroes o mártires".

Nadie se extraña ya cuando al desandar el centro de La Habana encuentra a minusválidos pidiendo limosna para San Lázaro o Babalú Ayé. Al mismo ritmo que la idolatría por la revolución y sus líderes comenzó a desvanecerse, personas con tendencia a la veneración, depositaron su fe en los más diversos cultos. Los testigos de Jehová, otrora perseguidos, reprimidos y encarcelados, predican hoy por toda la Isla. Ha aumentado el interés por filosofías y credos orientales relacionados con Buda, Confucio, Mahoma, Sai Baba o deidades occidentales como el Cristo de Medinaceli o el Señor de los Milagros de Mailín.

Cubanos de disímiles generaciones han decidido ser fieles a dioses de rara impronta. Una señora ciega de 80 años es apasionada al Cristo del Corcovado, de Río de Janeiro, Brasil. Cuando aún no había perdido la visión, todos los 16 de noviembre -día de San Cristóbal de La Habana, santo patrón de la ciudad (Agayú en yoruba), le daba tres vueltas a la ceiba y de ahí se iba a Casablanca, donde se alza un Cristo, copia a menor escala del carioca.

Otra anécdota. A una parada de ómnibus llega un joven con jeans y pulóver con el rostro de Lennon estampado, otra deidad a la que adorar. Lleva colgado un instrumento musical y pasados unos minutos entabla conversación con la muchacha que le dio el último en la cola. Antes de abordar la guagua, saca rápidamente una postal del bolsillo posterior del pantalón y se la entrega a su interlocutora. Ella le da las gracias, pero no tiene tiempo para verla.

Cuando arriba a su destino, la Biblioteca Nacional, la mira con detenimiento. Se trata de una reproducción al óleo del cuadro The back of Christ (Cristo de espaldas), pintada en 1962 por Tomás Fundora, un pintor que la joven estudiante de medicina no sabe quién es. De Fundora es también la oración que aparece al dorso y que en estos tiempos de incertidumbre y desasosiego, la joven a diario le reza un Padre Nuestro.

Nunca más ella volvió a encontrarse con quien le regaló la postal, cortesía de Los Seguidores, una agrupación religiosa independiente. ¿Radican en Cuba o en el exterior? No lo sabe... lo único que tiene claro es que ese día dejó de ser agnóstica. Fue a la parroquia cercana a su domicilio y se inscribió en el catecismo para recibir el bautizo y la primera comunión. Sus padres, militantes del único partido legal, ni siquiera lo saben.

Tania Quintero
Encuentro en la Red, 30 de noviembre de 2001.
Foto: Rezando a Yemayá en los arrecifes del malecón habanero. Tomada del blog Nicanahuac del periódico El Norte de Castilla.

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