lunes, 4 de febrero de 2013

¿Adiós al reguetón?



El tema del reguetón cubano es un problema menor. A muchos les parecen vulgares sus textos, machistas y ofensivos hacia la mujer. Pero si usted le pregunta a la gente joven, y no tan joven, siete de cada diez prefieren ese ritmo.

Y ellos también cuentan. Tienen derecho a ‘perrear’ al compás de los estribillos del Micha, Los Intocables, Gente de Zona o el Yonqui. Decía el prócer mexicano Benito Juárez que el respeto al derecho ajeno es la paz.

Cuando viajo en un viejo taxi privado, me molesta escuchar durante todo el trayecto la colección completa de Osmani García, ‘La Voz’, con el audio a reventar. Intento respetar la coexistencia. Le pido al chofer si puede bajar el volumen.

Las prohibiciones de corte medieval no deben ser aplaudidas. Sucede que en Cuba el Estado es el dueño absoluto de los medios. Si hubiese canales alternativos de televisión o emisoras de radio particulares que reprodujeran el reguetón y sus videoclips, la medida no hubiese despertado tanta algarabía mediática.

Diego Manrique, escribió en El País un artículo titulado Cuba quiere acabar con el ‘perreo’. Fernando Rasvberg, corresponsal de la BBC, en su blog publicó Al ritmo de la censura. Y el escritor Leonardo Padura también abordó el asunto en Fin de año a golpe de reguetón. Es que censurar genera pasiones.

En mi opinión, un mensaje más importante se oculta detrás de las medidas a favor de prohibir el reguetón, anunciadas por Orlando Vistel, presidente del Instituto Cubano de la Música y y apoyadas por Danilo Sirio, presidente de la radio y televisión y máximo responsable de la programación en esos medios.

Y es que esa manera de hacer política, sea cultural, deportiva o económica, que aparta lo distinto cuando el régimen estima que lesiona sus principios ideológicos, ha demostrado ser ineficaz en cinco décadas.

No es implementar una ley con prohibiciones. La represión -tampoco la anarquía- es la puerta de salida. En cualquier nación, incluyendo a Estados Unidos, se editan o censuran las canciones con letras obscenas. Cada dueño de un medio es libre de rechazar lo que considere ofensivo.

Pero en Cuba la censura es una pistola caliente, que en no pocas ocasiones, manejó personalmente el propio Fidel Castro. En nombre de la revolución, la palabra prohibir estuvo de moda en los años 60, 70 y 80. Desde condenar el catolicismo y las religiones afrocubanas hasta hostigar a los abakuás y testigos de Jehová.

En este huracán tropical que impactó en intelectuales de Europa y América, era mal visto que los jóvenes usaran jeans o llevaran melena. Escuchar rock y discos de los Beatles era saltarse olímpicamente los decretos promulgados por una comisión ideológica.

En nombre del orden y el respeto se encarcelaron a miles de personas. Su delito: no vestirse de miliciano, ser cristiano, gay o pensar por cabeza propia. Se pudieran escribir varios tomos de las prohibiciones disparatadas que se aplicaron en Cuba -o todavía se aplican.

Detrás de la censura al reguetón se esconde la intransigencia, la intolerancia a reconocer lo diferente. El gobierno se abroga el derecho a decidir lo que considera es bueno o malo para los cubanos. Esa misma licencia le otorga carta verde para prohibir la formación de partidos de oposición. Y para no difundir comentarios o publicar artículos supuestamente nocivos o contaminantes.

Son los censores de siempre. Aquéllos que abogan por el intercambio cultural entre Cuba y Estados Unidos... en una sola dirección. Porque vemos como artistas e intelectuales cubanos viajan y actúan en Estados Unidos, mientras a sus pares exiliados no se les permite actuar en Cuba.

Antes de emitir una disposición de censura, lo ideal sería convocar un referéndum democrático entre la población. Debiésemos aprender de Suiza. En el pequeño país centroeuropeo se hace un plebiscito por cualquier asunto considerado polémico o trascendental para sus ciudadanos. Al régimen cubano le importa poco lo que piensan sus subordinados. La autocracia decide por nosotros.

Les cuento una anécdota personal. Mi hija cursa el cuarto grado. Con frecuencia, un fin de semana, los padres preparamos una fiesta o ‘discofiñe’ donde los alumnos del aula comparten y bailan. Los inquilinos de la casa escogida son los únicos adultos autorizados a estar presentes. Sutilmente se les vigila. En la segunda fiesta se desencadenó un terremoto.

El culpable fue el reguetón. Sin consultar con ellos, los padres decidimos no poner videoclips de reguetón, por lo vulgar de los textos y las imágenes cargadas de erotismo duro. Cuando se enteraron, los pequeños lanzaron un desafío.

Si no se ponía reguetón, no irían. Dialogamos y negociamos. Llegamos a un acuerdo. Se pondría reguetón, pero solo el audio. Todos salimos complacidos.

La población no solamente está para aplaudir, pagar impuestos o ir a votar en ese remedo de elecciones celebradas en Cuba. El régimen debiese incorporar a su agenda que las autoridades se deben a su gente, y no lo contrario.

La polémica en torno a la censura del reguetón me recuerda una frase de Einstein: Solo conozco dos cosas que son infinitas, el Universo y la imbecilidad humana.

Iván García
Foto: Tomada de El Mundo.
Leer también: Carta abierta a Danilo Sirio y Reguetón cubano, entre la prohibición y el debate.

1 comentario:

  1. Ivan , si te soy sincera, detesto el Reguetón, sobre todo la variante tan grosera que se ha generado en este género del cual se han aprovechado personal menos escrupuloso , también es cierto que desvirtúa sentimientos y sus bailes más que erótismo desbordan sexo y "calentamiento".

    Pero Prohibir no es la vía adecuada.
    Es como cuando nos molesta la pelota del niño y se la quitamos antes de pensar en animarlo con otro tipo de diversión.

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