Todavía Javier Méndez, el elegante jardinero central del equipo Industriales, espera que las autoridades deportivas le hagan un retiro oficial. Y créanme que no ha sido una omisión involuntaria.
A grandes estrellas del béisbol local al estilo de Lázaro Vargas, Omar Linares o Germán Mesa, tras diez años de retiro, no se les ha tributado una despedida por todo lo alto como su afición desea.
Si esto sucede en el deporte nacional, qué podemos esperar de otras disciplinas. Mientras luminarias como Mireya Luis, Javier Sotomayor o Raúl Diago regentean paladares de calibre, y otros se casan con extranjeros para vivir en un limbo rosa entre dos mundos, la mayor parte de los héroes deportivos cubanos viven en el olvido.
En determinadas fechas, un comentarista deportivo los trae a colación. O el periodista televisivo Aurelio Prieto les hace una entrevista en su programa sobre glorias deportivas, donde casi todos se quejan del trato incorrecto de las autoridades tras su jubilación.
Aquellos deportistas profesionales o amateurs que decidieron quedarse a vivir en su patria después de que Fidel Castro se hiciera con el poder a punta de carabina, la pasan aún peor.
Quizás ha sido Yasel Porto el único reportero oficial que ha dedicado tiempo para divulgar sus hazañas deportivas en la radio y televisión. La amnesia del régimen con quienes brillaron en el deporte no fuera tan preocupante, si no observáramos la indigencia en que viven algunos atletas retirados.
La vida útil de un deportista es corta. En muchas disciplinas, como la gimnasia rítmica o artística, a los 30 años eres un anciano. En otros deportes, gracias a los avances científico-técnicos, y por qué no, utilizando novedosas formas de dopaje, se puede llegar a competir pasado los 40.
En especialidades como el golf o la más longeva de todas, la equitación, hay competidores de hasta 70 años. Pero en Cuba, excepto los hijos de la exclusiva burguesía verde olivo, esos deportes apenas se practican.
Por orden de Fidel Castro, todas las luminarias deportivas cubanas compitieron de manera aficionada. Por tanto, no tienen cuentas en el banco y deben sobrevivir con un miserable retiro.
Algunos se buscan unos pesos extras vendiendo aguacates. La mayoría intenta gestionar una colaboración como entrenador en el extranjero. Conozco casos de basquetbolistas habaneros que son contratados como porteros o personal de seguridad en instalaciones hoteleras.
Y se dé un amigo que brilló en la liga nacional de baloncesto que ahora es guardaespaldas de un millonario ruso. Ellos han tenido suerte. Pues un doble campeón olímpico como Héctor Vinent anda atrapado en el flagelo de las drogas.
A un boxeador formidable, tres veces campeón olímpico, Teófilo Stevenson, el alcohol le aceleró la muerte. Nunca quiso el recio pegador tunero aceptar un cheque en blanco y pelear en el pugilismo rentado.
Por decreto estatal, debía boxear para su pueblo. Stevenson escogió ese camino. Fue su decisión. Antes que Dios se lo llevara, andaba en su antiguo auto ruso abollado y vestido con una guayabera blanca que combinaba fatal con sus zapatones chapuceros. Por un trago de ron al strike, te contaba anécdotas sobre aquel posible combate con Mohamed Alí que nunca se llegó a dar.
Según las nuevas regulaciones del régimen -un intento por insertar a Cuba en el deporte profesional moderno, que es ante todo de clubes-, es probable que los deportistas, pensando en su futuro, puedan ahorrar dinero.
Entonces cabría preguntarse, si valió la pena que glorias como Teófilo Stevenson renunciaran a un salario millonario por cuestión de ideología.
Iván García
Video: Jugadas de Germán Mesa, uno de los mejores torpederos que ha tenido el béisbol cubano.
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