Se acerca el Día de Reyes. La juguetería del Centro Comercial de Carlos III, en Centro Habana, está abarrotada de padres e hijos, abuelos y nietos, tíos y sobrinos. Un niño entre sus manitas aprieta con fuerza un camión rojo.
El padre, apenado, en un susurro le dice que no tiene el dinero suficiente para comprárselo. Vale 32 cuc. “La plata solo me alcanza para una pelota y una pistola”, comenta con la madre.
La tradición de los Reyes Magos ha vuelto a ocupar su espacio en Cuba. Después de la revolución de Fidel Castro, en los meses de julio y agosto y hasta finales de la década del 80, por la libreta de productos industriales se ofertaban tres juguetes por niño. El burocratismo estatal los clasificaba en básico, no básico y adicional.
El básico era un juguete grande y caro para la época. El no básico podían ser soldaditos plásticos, una muñeca pequeña o un jueguito de cocina. Y el adicional, bolas, yaquis o una pelotica.
En las vidrieras de los establecimientos de toda la isla se pegaban extensas listas con los nombres de los núcleos familiares con menores de 12 años. En ellas, por orden numérico, aparecía la fecha, hora y la tienda donde los padres, en un plazo de seis días, podían comprar los juguetes.
Los afortunados, con números más bajos, compraban el primer día y podían adquirir los mejores juguetes. Los últimos en las listas o a quienes les tocaba comprar el sexto día, se llevaban a casa sólo bates o pelotas, que siempre estuvieron al alcance de los más pobres. Muchas estrellas cubanas de béisbol comenzaron a practicar porque en su infancia, sus padres solo les podían regalar bates, guantes y pelotas el Día de Reyes.
Después que en 1989 desapareciera la URSS y con ella la tubería de rublos y petróleo del Cáucaso, llegó la indigencia y esa guerra sin tronar de cañones conocida con el eufemístico nombre de “período especial en tiempos de paz”.
Ya el período especial cumplió 23 años y fue el causante de que hubieran desaparecido la cartilla de productos industriales y los juguetes en pesos cubanos para los hogares con niños menores.
En enero de 1959, aún sin haberse sacudido el polvo de la guerrilla que llevó a Fidel Castro al poder, éste y un grupo de oficiales del Ejército Rebelde se montaron en una avioneta cargada de juguetes y los dejaron caer en las montañas orientales, donde niños azorados por primera vez en su vida veían un juguete.
Castro intentó desmontar la historia de los Tres Reyes que al filo de la medianoche, cuando los pequeños dormían, se apeaban de sus camellos y dejaban los juguetes al lado de los zapatos o junto al árbol navideño, que hasta ese día permanecía puesto en la sala del hogar.
Cincuenta y cinco años después de la llegada de los barbudos, muchos cubanos que crecieron sin la fantasía de los Reyes Magos, han retomado la tradición. Como Joel, 41 años, obrero, que se hizo hombre sin conocer la leyenda de Melchor, Gaspar y Baltazar. Pero ahora con su esposa, meticulosamente revisa cada estante de una juguetería en la calle Obispo, en la Habana Vieja.
“Creo que los niños no deben perder las ilusiones. La tradición de los Reyes es fascinante, he recuperado esa costumbre con mis dos hijos, nos privamos de cosas, pero siempre le compramos juguetes”, dice Joel, mientras con su mujer analiza la posibilidad de comprarle a la niña una Barbie de 30 cuc.
Comprar juguetes en Cuba es un lujo. Y caro. Solamente los venden en divisas y en la isla no pagan con esa moneda. Y en los casos que pagan con “chavitos” -como le dicen al peso convertible- la cantidad nada más alcanza para aceite, jabones y detergente. Pero algunos como Joel se las agencian para ir guardando dinero y en diciembre poder comprarle juguetes a sus hijos.
A diferencia de España o México, en Cuba usted no verá festejos ni carruajes con los personajes del Oriente, vestidos con trajes antiguos, recogiendo cartas infantiles y repartiendo ilusiones.
Les cuento. En enero de 2001, Fidel Castro acusó de "provocación, ofensa y ultraje" a diplomáticos españoles que junto al entonces Centro Cultural de España, organizaron una Cabalgata de Reyes por el Paseo del Prado.
Para Castro, lo bueno y lo correcto era que los menores, una vez cumplidos los 12 años, estudiaran y trabajaran la tierra, internados en escuelas alejadas de sus hogares y sus padres. Que crecieran sin esa 'tontería' de reyes y de magos en sus cabezas.
Ya las escuelas en el campo dijeron adiós. Y aunque el gobierno no reconoce ni le interesa que sobreviva la tradición, cada año aumentan los padres que, a golpe de sacrificio, en la madrugada del 6 de enero, mientras sus hijos duermen, colocan juguetes en distintos sitios de la casa.
Hay muchas cosas hermosas en la vida. Una de ellas es ver la felicidad de un niño y el brillo especial de sus ojos, cuando descubre un juguete escondido debajo de su cama. Eso vale más que el oro. Gústele o no a los hermanos Castro.
Iván García
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