Ya Fermín es un veterano en esta plaza. “No seré el mejor zapatero de la Calzada de 10 de Octubre, pero si el que más barato cobra y más tiempo lleva reparando calzados”, dice, mientras se fuma un cigarrillo que amenaza con quemarle los labios.
La abigarrada avenida, al sur de La Habana, que una vez inspiró al poeta Eliseo Diego a publicar en 1949 el poemario En la calzada de Jesús del Monte, a día de hoy es un itinerario de calles en mal estado, salideros de agua que se despilfarra por cañerías rotas y edificios añejos saturados de hollín que piden a gritos una reparación capital.
Sus 100 mil habitantes sitúan a 10 de Octubre como el municipio más poblado de Cuba. Por estos lares no hay hoteles, ni centros turísticos. Pasada las 8 de la mañana, la Calzada se transforma en un hervidero de gente que viene y va como carros locos en una feria.
Es sitio predilecto de buscavidas, vendedores de maní, pícaros y vagos. También de pequeños tenderos e improvisados cafés que se arman en un santiamén en el portal de una casa y, que la perspicaz narrativa foránea, ha clasificado como ‘pequeños empresarios’.
Fermín considera que es una burla. “No puedo creer que en este paisaje folclórico, donde un impedido físico vende alhajas de imitación, otros, vinagre robado la noche anterior de un almacén, y tipos que como yo reparan zapatos con cámaras viejas de bicicletas, seamos ‘pequeños empresarios’. Ahora, si como se cuenta por ahí, se van otorgar créditos, bienvenidas sean las buenas intenciones de esos tipos, para que los yanquis levanten el bloqueo”, señala, mientras le cose una suela de goma a unos tenis que se resisten a morir.
“Soy trabajador por cuenta propia de vieja data. Hay dos grupos. Los que estamos desde 1993, cuando Fidel autorizó al trabajo particular bajo un gardeo tributario que hacía imposible prosperar, y los nuevos, que surgieron después de 2010. Claro, mi negocio no da mucha plata ni llama la atención a los inspectores. Por tanto, no pasan por aquí a extorsionarme. Me tienen fichado como pobre diablo”, apunta Fermín.
El sitio donde este zapatero remendón hace su faena tiene muy mala pinta. Flaco favor a su negocio le hacen tres o cuatros socios, sentados en pequeños bancos de madera que se pasan entre ellos una caneta de ron barato.
“Son mis amigos. Uno es el ayudante y los otros dos siempre están por acá para darse un trago. Ya te digo que el dinero que busco, 60 o a veces 100 pesos diarios, me da para comer y tomarnos un litro de ron”, dice Fermín.
Al lado de la mesa de trabajo, como quiera, tiene tirado un lote de zapatos, sandalias y chancletas por reparar. “En Cuba los zapatos tienen más vidas que un gato. Son demasiado caros. La gente los estira hasta lo imposible. Y cuando se rompen, se arreglan una y otra vez. Tipos como yo somos importante en la vida nacional”, expresa inflando el pecho.
Sobre las cinco de la tarde, achispado y de buen humor, Fermín cuenta unos pocos billetes. “Quizás mañana me vaya mejor”, señala.
Cuando usted le pregunta cómo observa su futuro, hace un silencio prolongado. Da la sensación que se ha dormido. Al rato, se empina un trago largo de ron pendenciero y responde:
“No sé, yo creo que pertenezco a ese grupo que con Fidel Castro o en democracia vamos a estar siempre jodidos”, dice. Y en un viejo bolso negro, Fermín guarda su chaveta de zapatero.
Iván García
Foto: Tomada de Reparación de Calzado Pascual.
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