Las imágenes de un grupo de opositores cubanos reclamando libertad y derechos frente a las oficinas de la Asamblea Nacional del Poder Popular en La Habana han dejado al descubierto -otra vez- el profundo racismo que padece Cuba después de 56 años de castrismo.
Una voz en off de mujer grita: "Son unos negros que antes no tenían derecho a nada, y ahora lo quieren todo". La señora se refería a doce activistas del Frente Nacional de Resistencia Cívica y Desobediencia Civil Orlando Zapata Tamayo que después serían arrestados por expresarse públicamente a favor de la eliminación de la absurda Ley de Peligrosidad.
Más allá de una frase errónea, porque ni antes ni ahora los negros tenían todo o nada, el comentario revela el profundo desprecio que siente una parte de los cubanos hacia otros cubanos, igualados solo en la condición de víctimas del totalitarismo. Pero la señora que grita se cree superior, como si emulara con un concepto nazi.
El castrismo es un poder blanco y excluyente. De hecho, una de las claves sociológicas de su llegada al poder, fue el profundo rechazo que un mestizo como el dictador Fulgencio Batista Zaldívar provocaba en la sacarocracia, las clases medias y la población en general.
En los años 80, tras comprobar el gobierno que en la estampida del Mariel huyeron decenas de negros y mestizos, Fidel Castro se esforzó por aumentar el número de negros y mulatos en los órganos de gobierno. Aunque se trató de una medida cosmética más que real, pues ninguno de ellos alcanzó cargos con poder real. Tampoco los blancos: el castrismo siempre fue -es- vertical.
El racismo y otras formas de discriminación por razones políticas, religiosas y sexuales no son patrimonio del castrismo. El mundo entero está lleno de racistas e intolerantes y de personas que sufren marginación, pero sorprende que una revolución que se dijo de los humildes, por y para los humildes genere ofensas racistas.
El hecho es grave, porque revela un problema añadido en el cerebro de esa señora y de los que piensan como ella. Se puede ser negro, mestizo, homosexual y lo que se quiera ser, siempre que ante todo se comulgue con el castrismo.
Terrible dilema para un país mestizo, pobre, emocional y saturado de discursos vacíos de contenido real sobre la igualdad y la justicia, difícilmente compatibles con la lapidación moral del disidente, del diferente o del que respetuosamente -y con criterios- decide apartarse de la manada que finge júbilo y adhesión inquebrantables.
Lamentablemente, Cuba es una nación enferma moralmente, víctima del monólogo totalitario que -con la aquiescencia mayoritaria de su población- implantó el castrismo que sigue con su letanía del racismo estadounidense, pese a que Barack Obama gobierna en su segundo mandato tras ser electo democráticamente dos veces.
Por eso, me pareció también un acontecimiento destacable que en las audiencias celebradas en el Senado y la Cámara de Representates de Estados Unidos, la mayoría de los testimonios de disidentes y representantes de la sociedad civil viniera de protagonistas negros y mestizos, recordando que ellos son la parte más sufrida y doblemente pisoteada de una sociedad que vio pasar la oleada engañosamente redentora del castrismo.
El último Censo de Población y Viviendas (2012) confirmó que negros y mestizos son los cubanos más pobres, un problema difícil de resolver para el postcastrismo.
La Cuba del futuro también tendrá que dedicar esfuerzos para socorrer a una población envejecida, a enfermos crónicos, incluidos alcohólicos y drogadictos, y a las numerosas familias monoparentales femeninas con hombres/padres ausentes en tres generaciones.
Ya sabemos que algunos pensarán que solo ha sido la expresión desafortunada de una señora frente a un grupo de paisanos suyos que reclaman derechos democráticos para todos los cubanos, incluida la propia mujer que insulta.
Ojalá fuera un grito aislado. Pero es la constatación de los efectos perversos de un discurso político larvado en más de medio siglo, que ha buscado convertir a la mayoría de los ciudadanos en soldados con obediencia debida y ha criminalizado la discrepancia en cualquier tema, tildando de enemigo o, peor aún, de agente del enemigo, a los que defienden una Cuba en la quepamos todos, aunque pensemos diferente.
"Son unos negros", dijo la insultadora. Son unos cubanos, señora, unos cubanos iguales que usted, aunque ahora o tal vez nunca, los llegue a ver como sus hermanos.
Carlos Cabrera Pérez
Café Fuerte, 7 de febrero de 2015.Foto de Ángel Moya, tomada de Martí Noticias.
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