En una calle angosta y ruidosa en la parte antigua de La Habana, radica un anacrónico museo que recoge la historia de los Comités de Defensa de la Revolución, CDR, una organización creada por Fidel Castro en septiembre de 1960 para la vigilancia colectiva en los barrios. Una imitación tropical de aquellas siniestras Camisas Pardas del Duce Benito Mussolini.
El recinto pide a gritos una mano de pintura. A falta de visitantes, el tipo más importante en la galería es el custodio. Un aburrido señor con camisa y pantalón gris oscuro que cobra por la entrada.
“Los extranjero deben pagar 3 pesos convertibles y los cubanos cinco pesos, nada es gratis, compañero”, dice. Y es que en Cuba los museos o teatros tienen precios diferenciados, de acuerdo a la procedencia de las personas.
A poco menos de un kilómetro del absurdo Museo de los CDR, en el imponente palacio que antaño fuera sede de gobiernos republicanos, y donde hoy radica el Museo de la Revolución, un par de turistas nórdicos escuchan la narrativa del guía de la exposición.
Fotos, mapas, medallas, audiovisuales y uniformes del Ejército Rebelde pretenden atrapar 56 años de historia de la revolución cubana.
En el patio, una enorme urna de cristal exhibe el yate Granma. Está flanqueado por un viejo avión británico de guerra y un tanque ruso T-34 desde donde, reza un cartel, Fidel efectuó una andanada de disparos a una barcaza enemiga que huía en el fragor del combate de Bahía de Cochinos en abril de 1961.
En una tienda de artesanías se venden libros de Castro, boinas verde olivo con una estrella roja, tabacos habanos y camisetas del Che Guevara. Todo en moneda dura.
Luego del itinerario que exalta la ideología marxista del régimen, aterrizamos en territorio capitalista. Muy cerca del Museo de la Revolución radica el Sloppys Joe’s.
El bar es famoso por su barra de caoba negra de 18 metros de largo -que alguna vez fue considerada la más amplia de América-, sus emparedados de carne molida y las riñas de Errol Flynn después de beber media docena de mojitos.
Dos televisores de pantallas planas muestran documentales y canciones de viejos músicos, entre ellos Celia Cruz. La guarachera es censurada en los medios oficiales, pero no en los centros turísticos recaudadores de divisas.
El local enaltece la Cuba republicana que los museos gubernamentales de los alrededores insisten en presentar como corrupta y neocolonia de los Estados Unidos.
En las inmediaciones, discretas jineteras ofertan sus servicios y una camada de vendedores ambulantes venden tabacos, gafas de sol y tumbadoras.
Daniel Arencibia, 72 años, sentado en la puerta de la cuartería contigua al Sloppys se ofrece como cicerone. Tras un par de tragos de ron Santiago y lascas de jamón y queso, el anciano cuenta:
“Antes de 1959, el bar era paso casi obligado de los norteamericanos que visitaban La Habana. Aquí estuvieron numerosas celebridades: Ava Gardner, Hemingway, Nat King Cole, Frank Sinatra y Ted Williams, el jonronero del Boston. Los vi tomando copas en el Joe’s”.
Para Daniel, un jubilado que cobra nueve dólares de pensión al mes, los precios del Sloppys son prohibitivos. A una cuadra del bar, en el hotel Parque Central, una cena con un chef internacional cuesta más de 150 cuc.
En las calles estrechas y empedradas de la ciudad colonial cohabitan, sin repelerse, las dos caras de Cuba. La de la narrativa oficial de un gobierno que en cinco décadas y media ha triplicado los barrios marginales y socializado la pobreza, con la Cuba del capitalismo familiar y las corporaciones militares.
Existe una puerta giratoria donde los transeúntes pasan de instalaciones dedicadas a resaltar la ideología marxista a establecimientos donde solo pueden comprar quienes tengan divisas.
Las diferencias son palpables. En hospitales, escuelas, bodegas o terrenos deportivos, la suciedad y falta de iluminación y mantenimiento se perciben a simple vista.
El maltrato e indiferencia de los empleados es habitual. Las oficinas de atención a la población, tiendas estatales e instituciones oficiales tienen un largo historial burocrático que sirve de tiro al blanco a los humoristas.
Aunque en los comercios por pesos convertibles también se ha extendido, como el marabú, el mal servicio. Aires acondicionados que no funcionan, incumplimientos de los horarios de apertura y cierre y desabastecimientos se han convertido en algo normal.
“Quienes mejor pueden percatarse de esas dos Cuba son los extranjeros.Hacia el visitante hay un trato diferenciado, porque la mayoría de los servicios deben pagarlos más caros que los cubanos”, expresa Carlos, sociólogo.
Mara, abogada, dice que lo mejor de la Cuba por moneda dura es que no hay vallas propagandísticas con la machacona retórica gubernamental. “Pero tanto la Cuba en pesos como la dolarizada son ineficientes”.
Aunque siempre la capitalista será más agradable que ir a un museo socialista de los CDR en una barriada de la vieja Habana.
Iván García
Foto: Tomada de Philly.com
por que los comunista son bandidos
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... celda que seguro este venezolano irá preso por sus palabras... https://www.facebook.com/walarcon2/videos/10206364992628714/. 262 845 reproducciones.
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