miércoles, 6 de abril de 2016

Antonio Oliva, el campesino que siempre quiso ser pelotero




Camaraderil, locuaz, jovial, alegre y muy responsable son los adjetivos que encuentro para definir a este hombre de alta estatura llamado Antonio 'Tony' Oliva López.

Siempre sonriente, hace ejercicios todos los días y aunque lleva más de cincuenta años en Minnesota con perenne frecuencia se despierta pensando en los lomeríos y vegas donde nació, en una finca de Corralito, en el municipio pinareño de Consolación del Sur.

El oficio de periodista me dio la posibilidad de entrevistarlo en dos oportunidades y en ambas sentí que más que el pelotero excepcional (regular de los Twins de Minnesota por quince años consecutivos, participó en ocho juegos de las estrellas en las Grandes Ligas, tres veces campeón de bateo y en cinco oportunidades líder en hit) me recibía un cubano de todos los días, para quien primero “está la patria, la familia y Dios”.

Nos recibe con una amplia sonrisa y un apretón de manos. Solo mediaron algunas palabras mientras nos preparábamos para entrevistar a este guajiro que hizo historia imborrable en el beisbol de Estados Unidos.

“Mi vida era dura, pero fue muy bonita. Hacíamos de todo en el campo, éramos nueve hermanos y teníamos que trabajar duro. Yo era muy delgado, cuando llegué al beisbol apenas pesaba 165 libras, pero le daba duro a la bola y creo que era por las faenas en el campo y por las pipas de agua que repartía, porque para ganarme unas monedas y poder jugar pelota los fines de semana en los pueblos cercanos, me convertí en el pipero de Corralito.

“La pelota era mi pasión. Mi papá hizo un terreno para jugar y nos reuníamos todos los fines de semana. Recuerdo que apostaba con mis hermanos para que me tiraran bolitas hechas con semillas y decía: si me ponchan, les doy 5 centavos. Y se pasaban horas sin ganar nada. Trabajé sembrando tabaco, yuca y de todo. Todavía miro mis manos y me pregunto como aún tengo uñas.

“Así fue mi infancia, estudiando, trabajando duro en el campo y jugando pelota los fines de semana”. En aquella época habían varios muchachos buenos, que jugaban muy bien en una pelota que no estaba organizada. Ni sé como llegué a las Grandes Ligas, creo que hubo mucho de casualidad y suerte. Además de que me gustaba mucho la pelota y no tenía dinero para otras diversiones, tuve la suerte de jugar con el equipo que dirigía Roberto Fernández Tápenes, que era profesional y eso me abrió puertas. Él vio talento en mí, firmó por mí, y ya vez a dónde llegué. Para mí, Tápenes fue el mejor scout del mundo.

“Mi sueño era jugar como profesional con el equipo de Cienfuegos, nunca pensé salir de Cuba. Fue Tápenes quien habló con mis padres para meterme en el béisbol profesional e ir a Estados Unidos. La idea era que yo iba por seis meses y regresaba para poder jugar con Cienfuegos. Jamás pensé que estaría 50 años en ese país.

“Mis resultados fueron buenos, fui el mejor de todos en las ligas menores donde había más de 500 jugadores. Bateé para 400 y me dieron el bate de plata. Pasaron los seis meses y de verdad no sé lo que pasó, salí legal, todo fue pura casualidad.

“Hoy me cuesta creer cómo este negro de Corralito triunfó. No sabía decir ni una palabra en inglés, tenía un fildeo malo y nunca había jugado de noche. Imagínate, entre esos caballones (grandes peloteros), como Camilo Pascual, Zoilo Versalles, Julio Becker... En el primer año que jugué hice 18 errores, pero entrenaba mucho y dos años después me gané el guante de oro. Fui seleccionado al juego de las estrellas y después a la serie mundial. Fue todo muy rápido.

“Muchos equipos se interesaron por mí, pero desde que empecé a jugar lo hice con el Minnesota Twins, que ya es parte de mi familia, de mi vida. Sigo de entrenador de los Twins, nunca estaré con otro equipo. Allá, en el estadio tengo una estatua, y estoy en su salón de la fama. Me hicieron un homenaje cuando cumplí los primeros 50 años con ellos y dije que prepararan otro porque iba a estar por lo menos 50 años más (risas).

“Mis números en Grandes Ligas son muy buenos. Estoy en varios salones de la fama, y lo más importante, estoy en los corazones de mi familia, de mis amigos, de mis compañeros de Minnesota y en el de muchos cubanos, ¿qué más puedo pedir?.

“Nunca he olvidado de dónde salí, ni a quiénes me acompañaron en las buenas y las malas. Tampoco he olvidado que nací en Corralito y era campesino. Cada vez que se acerca el fin de temporada me cae una nostalgia por venir a mi Cubita, a estar con mi familia. Y mientras más vengo, más gente me conoce, aunque algunos me confunden con mi hermano, Juan Carlos Oliva, pero eso me alegra. Alguna vez soñé que me hubiera gustado haber jugado el equipo Cuba, haber representado a mi país...

“Se habla mucho de los problemas de la pelota cubana y de verdad no sé cuáles son. En Cuba hay muy buenos entrenadores, muy buenos peloteros que han hecho un tremendo trabajo. Todos los cubanos que juegan en otras ligas tienen excelentes resultados. Me parece que hay que organizar mejor el béisbol y tener mayores posibilidades de topar con otras ligas".

Durante más de una hora, Tony Oliva estuvo conversando, premiándonos con su sonrisa jovial y una mirada brillante que solo por momentos se perdía en la distancia. Una última pregunta: ¿Si la vida no te hubiera premiado con ser pelotero, que te hubiera gustado ser?

“Campesino. Todavía extraño el olor de la tierra y arar con bueyes. El rocío de las mañanas y los “pitenes” de pelota en el barrio. No te puedo decir que la ciudad me estorba, pero el campo me llama.

“Fíjate que a veces veo a los campesinos con sus yuntas, trabajando en ese silencio que solo se rompe con las típicas voces de mando y me dan deseos de hacerlo yo. Pero ya las piernas no me responden. En cuanto termine esta entrevista, me voy a pescar con mi hermano, al cual casi siempre le gano”. Y suelta una carcajada.

Pedro Lázaro Rodríguez Gil
Tele Pinar, 13 de enero de 2016.
Foto: Antonio Oliva López, el guajiro de Corralito. Tomada de Tele Pinar, donde se pueden ver más fotos.

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