viernes, 24 de junio de 2016

La Habana: una perla sin nácar



Elda Rafaela Villamonte Sablón lleva casi 50 años viviendo en el mismo lugar: un edificio en ruinas frente al Parque de la Fraternidad. Allí, a las cinco de la tarde, se aglomeran las personas para montarse en un P7 que termina en el Cotorro, mientras que otros caminan por la amplia acera de la calle Amistad y no reparan en la existencia del inmueble. Su vida transcurre en el tercer piso. En un apartamento que comienza a perder el techo y a dejarle sobre su cabello gris un cielo de cabillas desnudas y oxidadas.

Tiene 80 años, es hipertensa, diabética y la mano le tiembla cuando intenta sostener el control remoto de su televisor. En la pierna izquierda, hinchada y roja, se le ve una herida que se tragaría una moneda. Por pies, tiene un par de globos carnosos, a punto de estallar. Como sus vecinos, dice que la edificación data de 1923. Es lo que se puede deducir por la inscripción en uno de los cristales sobrevivientes de la fachada.

“Yo pescaba, en modalidad submarina, allá en Camagüey. Mi papá era pescador de barco y bajaba a las profundidades, y como yo siempre andaba con él, me fue enseñando y enseñando. Y conocí a mi esposo, que tenía la academia Armestos, de Nuevitas, con gente de dinero. Muchachos, hombrecitos, becados, que los fines de semana le daban pase, nos cuenta Elda. Él era mecanógrafo y taquígrafo. Hablaba inglés y español. Se llamaba Indostán Armestos Ponce. A La Habana vinimos de tránsito, porque íbamos a viajar a Venezuela, que en aquel entonces no se mencionaba tanto. Ya su negocio lo había intervenido la revolución y un amigo de él le dijo: Vete para Caracas.

“No pudimos viajar, aunque teníamos las visas, porque cuando fuimos a comprar los pasajes se habían vendido todos. Y nos quedamos aquí. La hija del dueño fue una de las que también se quedó. Era muy querida, muy decente, muy tratable, y sobre todo muy humana.”

¿Usted recuerda el nombre de ella?

“Rosa, pero no recuerdo el apellido. Espérate… Él se llamaba Miguel Martín, así que ella era Rosa Martín. A ella le había dejado el hotel. A los pocos meses, intervinieron todos los hoteles, y cayó este. Y yo estaba ya aquí, de tránsito. Después, me quedé, mi esposo falleció. Tuvo un accidente y le quedó una pierna más corta que la otra. Se mandaba a hacer los zapatos, y por dentro y por fuera se ponía los soportes.

"Nosotros antes bailábamos mucho y ganábamos premios bailando. Pero como ya él se veía imposibilitado, se mató. Cogió todas las pastillas mías para los nervios y se las tomó, también tomó veneno de cucarachas. Cuando llegué y no lo vi allá abajo sentado, ni en ningún lado, me encaramé en una escalera, que no sé cómo no me maté, pues me tiré cuando lo vi muerto en el piso. Tenía 41 años y yo 31. Quedé viuda, luchando con mi hijo de siete años. Además de limpiar pisos, hacía croquetas, ripiao de merluza, empanadas... Le lavé a una rusa. La vida mía fue trabajar.”

Hacia 1835, La Habana es una ciudad obesa, con un inútil cinturón de murallas que la asfixia. Atrás quedan los corsarios y piratas. Crecen la economía, el comercio y los visitantes. Las antiguas casas de huéspedes no dan abasto. No hay hoteles. Por eso se construyó el Perla de Cuba, el primero de todos, ubicado en la zona de Extramuros, cerca del Paseo de Isabel II, la céntrica arteria que en algunos años se vería rodeada de cafés, teatros y más hoteles. Un edificio de apenas cinco pisos y una planta baja, con 40 habitaciones para 80 pasajeros, a menos de un kilómetro de las puertas de O'Reilly y Obispo.

Elda sigue contando. “El lobby, donde están ahora los contadores eléctricos, tenía la cancha con los teléfonos generales y todas las taquillas con las llaves de los cuartos. Desde que se entraba de la puerta, todo eran sillones, lindísimos. Yo sacaba uno al portal y en las tardes me sentaba ahí, a mirar el parque, la gente...

“En cada piso del hotel, al salir del elevador, había una mesa y un espejo grande en la pared, un sofá pequeño, dos butacas y dos sillones. Eso era en todos los pisos. Y cuando vino la intervención (a partir de 1959), hicieron un inventario y lo recogieron todo. En los cuartos había un juego de dormitorio, de esos antiguos, que todavía tengo el comprobante, porque yo pagué por el mío como sesentipico de pesos. Nos lo tasaron a ese precio. Y un escaparate con luna (espejo), que era más antiguo.”

“Este edificio era precioso. Yo fui encargada, administraba esto, también por eso me quedé. Eso fue allá por el 69. Ya lo había intervenido un tal Pérez Gil y después pasó a la Reforma Urbana. Del hotel Sevilla vino mucha gente. Aquí vivió el hijo de Enrique Arredondo, en el segundo piso. Un muchacho que era sobrino del alcalde de Cienfuegos, vivió muchos años allá arriba. Recuerdo que una persona, cuando vio que yo era religiosa, me dijo: Yo te acepto tu libro si tú me aceptas una estampa del Sagrado Corazón de Jesús.”



Se va la luz. Elda se levanta del sofá y camina lentamente a desconectar el refrigerador. No cojea. Luce un vestido floreado que le adelgaza. Su voz es limpia, consistente, fluida. A veces hace pausas para recordar nombres.

“Cuando lo intervinieron, Rosa, la hija del dueño, se fue y me abolieron el pago. La Reforma Urbana dio el usufructo a las familias que estaban desde antes y las nuevas. María Teresa Herrera, que vino del Sevilla, Juana María García que ya falleció, se había ido a los Estados Unidos porque tenía sus hijos allí, una tal Dulce Carvajal, que vivó en el cuarto piso, en el 402… Te puedo hacer el recuento de abajo para arriba de todas las personas que vivieron aquí, y de la etapa de los jóvenes, que ya son casados y tienen hijos. Mi hijo se casó, tiene hijos y va a tener nietos.”

O sea que usted va a ser bisabuela ya.

"Sí. Aquí donde tú me ves, a mí hace poco me dio un infarto, y entre cinco hombres me bajaron. Figúrate tú el cuerpo mío, pero llegué a tiempo al policlínico Guiteras. Mis padres eran cardiópatas. Mi mamá falleció el 24 de octubre, día de mi cumpleaños. Tremenda fiesta que había preparado, y la muy puñetera se muere ese día, a las tres de la tarde. Mi papá tuvo 15 hijos, él crió a todos. Si preguntas por los Villamonte en Nuevitas te dicen: Ah, coge por aquí para arriba y a las seis cuadras, te vas a encontrar a esa familia”.



En 1868, una guía turística de Nueva York describía a La Habana, como “uno de los centros más ajetreados y prósperos de la civilización latina en América”. Y ofrece estampas de la ciudad. Desde los paseos hasta las oficinas administrativas y los hoteles. Del Telégrafo anuncia sus 7 salones, 150 habitaciones y 32 baños. Lo ubica cerca de los cafés Marte y Bellona, del Prado y Flor del Valle, en las inmediaciones del Ferrocarril de La Habana, el Ferrocarril de la Ciudad, la Calle de la Reina, el Paseo de Tacón y la Residencia Aldama. Su propietario, Juan Miguel Castañeda, tenía bajo su control al 'más fino hotel en La Habana'.

El Inglaterra, perteneciente a Don Luis I. Guano, era “el encuentro con la juventud elegante y los hombres de negocios”, a quienes ofrecía una “hermosa vista de la entrada del puerto y el magnífico Paseo del Prado, desde Campo Marte hasta el Castillo de la Punta”. Aparecen también los hoteles Santa Isabel y Europa. No el Perla de Cuba, mucho más cerca de la estación central de trenes que los hoteles mencionados. Ha cumplido ya 33 años de inaugurado y no figura entre los más lujosos de la ciudad.

Sentándose en el Parque de la Fraternidad, los laureles sepultan de la vista los dos últimos pisos del Perla. Todos los balcones han sido removidos y clausurados con un muro que llega hasta la cintura, y solo quedan indicios de su existencia en el primer piso: los soportes. En el último piso se descubre una habitación donde el sol incide directamente en las paredes internas, y entre la primera y la tercera columna del portal crecen tablas de madera para apuntalar el techo. Puerta adentro, el zaguán parece un agujero negro. A la altura del segundo piso, casi disimulados, sobresalen de la pared los restos de la otra parte del edificio. Porque no solo era un estructura que buscaba altura. Llegaba hasta la mismísima esquina de Amistad y Dragones.

Elda aclara que los dueños eran tío y sobrino.“No los conocí, pero parece que se disgustaron y dividieron el inmueble. Las ventanas están clausuradas para la parte el edificio de al lado, cortaron las vigas y mudaron a la gente. El edificio quedó como un lugar de tránsito de la gente del campo, que venía y paraba aquí.”



En los primeros años de la República, La Habana continuaba como centro turístico de relevancia. Pero su necesidad de remodelación hizo que se echara abajo el teatro Tacón y se construyera el Centro Gallego, se erigiera la estatua de Martí en el Parque Central y se actualizaran varios de los servicios hoteleros. Revistas como El Fígaro y Hogar contenían en sus páginas parte de la publicidad de estos sitios de ocio.

En algún momento, el hotel Perla de Cuba también se actualizaría y en sus habitaciones introduciría la electricidad. Se colocaría el ascensor, los servicios de agua fría y caliente y el cartel colgante de la fachada, suspendido de una viga horizontal y sujetado por dos gruesas cadenas en la parte inferior. De su publicidad solo quedan postales dibujadas, de la década de 1930, con cuatro pisos. Nadie sabe cuándo surgió el quinto.

¿Siguió siendo un lugar de tránsito después de la intervención?

“Y antes también, responde Elda. Igual que el hotel New York, que estuvo funcionando como hotel temporal hasta que se llenó de gente, porque le dieron casa a todo el mundo. Y en el Perla vino el problema, dijeron que iban a empezar a sacar a todo el mundo. Pero no empezaron por el quinto piso, empezaron por los viejos, de abajo para arriba. Le dieron casa a personas que no tenían papeles ni nada, pero bueno... Fueron los primeros que salieron. Y quedamos los que estamos aquí.”

En enero de 2016, hubo un derrumbe parcial. Ahora hay una habitación menos en el último piso. En ese momento vivía allí el hijo menor de Francisca Casanova Loreto, aunque nadie la conoce por ese nombre, si no por Kiki.

“A Kiki la conozco desde que se casó con José, el capitán, que en aquel entonces era sargento. Nacieron todos los hijos aquí, y a todos los cargué. Y el negrito de ella, el más chiquito, siempre andaba con mi hijo en bicicleta, recuerda Elda. A veces sube. Como antier, que se cayó un pedazo grande de allá atrás. El cuarto de él se le cayó completo. Ese día era un sábado y él andaba traqueteando por la calle. Si no...", y la voz se le apaga a Elda, pero enseguida recobra fuerzas.

"Nada, que no estaba para él. Le dije: Negri te salvaste de una. Y me respondió: Yo siempre me escapo. Es muy gracioso, cuando se da dos tragos parece un muñequito dando brincos. El día del derrumbe, Kiki había ido al médico, su esposo estaba en su trabajo –está retirado, pero sigue activo–, no estaba Puti, como le dicen a su hija Marisol. Es una familia muy integrada.”

En la pared de fondo de la sala, a la altura del cuarto peldaño de la escalera que lleva a lo que alguna vez fuera su cuarto, hay una puerta abierta. Se ve el cielo gris azulado de La Habana, y si se sale al exterior, se ve uno de los costados del Perla. Los ladrillos de arcilla del edificio son naranjas, y contrastan con el verde de los árboles del Parque de la Fraternidad. En derredor, más y más construcciones antiguas bajo el sol moribundo del crepúsculo.

Elda, ¿y qué ocurre aquí cuando llueve?

“Esto es un colador. Y si llueve ahora, como yo casi no puedo bajar, me guindaré de los hierros del ascensor e iré para allá abajo. Porque esta familia que vive aquí al lado, un matrimonio de años, tiene dos hijos varones, ya hombres, y una niña, y está la mamá del esposo, que fue maestra y es una viejita que está hecha leña, la pobre. Ellos están en un peligro. Su techo no tiene placa, cayó una piedra y les fastidió el refrigerador.

Una vecina interrumpe la conversación. Elda, ¿tú no tienes un pedacito de vela? Aunque sea chiquitico. -Bueno, coge, pícala. -Es para que la niña se bañe, tú sabes que le tiene miedo a la oscuridad. -Entonces no la piques.

“Esa es la señora de la que te hablo, que vive con el marido y cuatro personas más. Vive en un cuartico que es la mitad de esto. Cuando llueve, su suegra no puede dormir porque el agua de arriba le cae, igual que a mí. Lo que yo tengo es esto –y señala el falsotecho-, pero no aguanta.”

Llega su nieto. Un joven de más de veinticinco años, alto, fuerte. Se inclina para darle un beso en la mejilla.

-¿Cómo está todo, abuela?, y abre el refrigerador Haier.

-Bueno, mi amor, tu papá…

-¡Ño, sin corriente! ¿Qué pasó?

-Se fue la luz. No, pero es un momentico, ahorita la ponen.

-Eso esperamos.

¿Qué es lo que más le gusta de vivir aquí, Elda?

"La tranquilidad. En mi edificio, en este pedacito, no sé si es porque la gente se respeta. Este piso está pintado por mí,. Vino a verme un muchachito que vivía en el primer piso y yo lo había acogido, porque la mamá tomaba mucho. En agradecimiento, me dejó 20 dólares. Con este dinero voy a pintar el piso, que está feísimo, le dije. Él protestó: ¡Pero, vieja…! Y yo: No. Voy a pintar el piso. Mi hijo con un hombre que le dicen Corbata lo han pintado tres veces. Ya dije que no lo pinto más porque, en definitiva, ¿y si me voy? Pero, ¿y si nos quedamos?

-Mira, niño, ya vino la luz.

Alberto C. Toppin
On Cuba Magazines, 28 de abril de 2016.
Fotos: La del hotel fue tomada de Los Monumentos; la entrevistada, Elda Villamonte, fue fotografiada por el autor del reportaje; la postal fue tomada de El Colimador y el anuncio de Havana Collectibles.

Nota.- En Santiago de Cuba hubo un hotel Perla de Cuba. Según La Voz de Galicia, su propietario era Ramiro Sánchez Casteleiro, nacido en La Coruña. En los años 50, antes de la llegada de los barbudos al poder, en una de sus habitaciones habría dormido Raúl Castro. Con el nombre de Perla de Cuba se localizaba otro hotel en Sancti Spiritus, todavía existe, pero ahora se llama Hotel Perla. Si damos crédito a esta información, en 1963 en el hotel Perla de Cuba de Sancti Spiritus se produjo una matanza de jóvenes por parte de un miliciano (Tania Quintero).


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