A veces los extremos se tocan. Parecía improbable que un día, políticos estadounidenses, algunos de origen cubano, se sentaran en la misma mesa con una pandilla de talibanes que pretenden erigirse como guardianes de la fe de todos los residentes en la República de Cuba.
En el duelo dialéctico, que motiva a observar con anteojos desde un palco, un impresentable Donald Trump luce liberal ante la retranca política en uno y otro lado del Estrecho de la Florida.
En la narrativa política siempre existe un peligro latente: perder el sentido de la realidad. Y eso está pasando ahora mismo. Según todas las encuestas en Cuba y en Estados Unidos, una mayoría se decanta por relaciones respetuosas y negocios entre ambas naciones.
Se supone que los líderes políticos y de opinión, de cualquier tendencia, estén al servicio público y no al revés. Pero en el sutil juego de ajedrez después del 17 de diciembre de 2014, ya comienzan a erigirse -y enquistarse- barricadas.
La autocracia castrista intenta vender una imagen victoriosa después de sus conflictos de la Guerra Fría con 'el imperialismo yanqui'. Es el primer escollo. Si se va a dialogar proclamándose ganador de antemano, la negoción se intoxica.
Claro que el régimen verde olivo tiene legítimas propuestas al colocar a debate el embargo, la devolución de la base militar de Guantánamo o sus peticiones de indemnizaciones económicas.
Lo otro son perretas. Si sienten demasiado orgullo y consideran que no deben rebajar su dignidad ni su status quo, Estados Unidos no tiene por qué sentir complejo para exponer su vocación por la democracia y el respeto a los derechos humanos, tal como ellos lo entienden.
Programas para fortalecer a los emprendedores privados y la débil sociedad civil cubana, no son injerencistas cuando se hacen a la luz pública. La añeja autocracia también despliega su habilidad diplomática y de influencia en territorio 'enemigo' de acuerdo a sus intereses estratégicos.
Lo bueno de un clima de distensión es que todos pueden sentarse a discutir y exponer de manera civilizada sus posiciones. Lo malo es excluir a diversas facciones o ignorarlas. Y en ese terreno Cuba pierde. A ninguna organización en favor del levantamiento del embargo, se le impide hacer lobby político en Estados Unidos.
Ni a Arturo López-Levy, Edmundo García o Engage Cuba, los servicios especiales estadounidenses los acosan o reprimen por emitir sus criterios distintos. En la Florida ya no hay coches bombas destinados a la Alianza Martiana o el diario Progreso Semanal.
En esta partida de póker, los hermanos Castro ceden debido a su intolerancia. La oposición en la Isla no tiene poder de convocatoria (cómo van a tenerla si legalmente están prohibidos) ni un proyecto de gobierno razonable en su agenda. Pero tienen derecho a existir y manifestarse pacíficamente.
En Cuba no existen organismos especializados en encuestas y preocupaciones ciudadanas. Por ello, las percepciones para un periodista o comunicador se basan en las charlas callejeras. Y sí, la mayoría de los cubanos ve con buenos ojos el nuevo trato y sintonizan con el discurso e imagen del presidente Barack Obama.
Es un hecho real: debido a casi seis décadas sin instituciones democráticas, prensa libre y tribunales independientes -sumado a una presentación agresiva del aparato difusor del gobierno hacia la oposición-, los cubanos de a pie anteponen sus reclamos económicos, salariales y sociales, a los de corte político.
El panorama después del 17D ha traído a un nuevo protagonista al debate que con sus propuestas disienten del discurso oficial. Tras la fumata blanca con el enemigo, se notan los costurones y las diferencias.
También las vacilaciones e inacciones. Al parecer, Raúl Castro se conforma con establecer relaciones diplomáticas con Estados Unidos y apoyar algunos negocios con empresas estatales.
Es evidente que al gobierno de La Habana no le agrada la teoría de empoderar al trabajador privado. Por tanto, no ha autorizado ninguna medida que les permita crecer dentro de un marco jurídico apropiado y con autonomía para importar desde puertos estadounidenses.
Entre los talibanes criollos, despierta recelo cualquier negocio en el campo de la informatización con empresas líderes estadounidenses. Las propuestas de Google les suenan a alarma de combate.
El ala conservadora y timorata del partido comunista controla los medios oficiales y la propaganda política. Los que apuestan por avanzar, incluso dentro de los preceptos nacionalistas o marxistas, solo utilizan plataformas digitales, lo que rebaja su resonancia popular debido al limitado número de internautas en el país.
Y en medio de ese intercambio de ideas apareció Fidel Castro. Legalmente es un estadista jubilado. Pero su liderazgo histórico entre sus partidarios lo convierte en una especie de padre de los dioses.
La palabra de Castro siempre pesó más que la ley. Fue estratega ganadero, mariscal en la guerra civil africana, meteorólogo en jefe y director de una supuesta revolución energética.
Aunque parezcan disparatadas, sus opiniones son ucases, o un llamado al silencio para los más atrevidos en las filas revolucionarias.
Lo grave no es que escriba una delirante reflexión, intentando minimizar el impacto del discurso que Obama dirigió a los cubanos desde un teatro habanero. Lo preocupante se encierra en una línea. Cuando expresa que Cuba no necesita regalos de Estados Unidos.
De un plumazo, el comandante único se carga olímpicamente las opiniones populares y los criterios favorables al deshielo iniciado el 17D.
Dos son los escenarios posibles. O la nueva carga al machete de Fidel Castro tiene más de farol que de política oficial. O, el ex mandatario con su libelo, marca una matriz de opinión a seguir y un retroceso estratégico en las negociaciones entre Cuba y Estados Unidos.
Su aparición fue calculada. Un jarro de agua fría para los optimistas que vislumbraban, tras el discurso de Obama, un nuevo impulso al intercambio entre los dos países. También un cortafuegos en el VII Congreso del Partido Comunista, donde se apareció el último día y con voz temblorosa leyó unas palabras.
Las intromisiones de Fidel ponen al desnudo ciertos titubeos en el gobierno de su hermano Raúl, que sigue cancaneando con el motor en baja. Según varias personas consultadas, la estrategia de Obama ha creado fisuras dentro del establishment isleño.
Ahora el cubano de a pie se pregunta, si no se necesita para nada al vecino del norte, por qué entonces se negoció el restablecimiento de relaciones diplomáticas y comerciales.
Por esta vez, Fidel Castro ha coincidido con sus oponentes, aquellos disidentes que tildan la nueva situación como un contubernio entre Barack Obama y Raúl Castro.
En cualquier bando donde militen, los duros siempre terminan por dinamitar las esperanzas.
Iván García
Foto: Fidel Castro en la clausura del VII Congreso del Partido Comunista de Cuba, en el Palacio de las Convenciones de La Habana, el 19 de abril de 2016. Tomada de Telemundo.
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