No le pregunten a Nadiezda, 23 años, estudiante universitaria, sus valoraciones sobre el VII congreso del partido comunista o si cree posible que algún día en Cuba se pueda implementar un socialismo próspero y sostenible.
Una sonrisa socarrona es su respuesta. “Por mí que se queden con el país. Lo razonable, sobre todo para los jóvenes, es emigrar. Cuando me gradúe pienso marcharme. No sé si temporal o definitivo, pero lo seguro es que me voy”, señala sentada en un café en las inmediaciones del Parque Central de La Habana.
La ola de migratoria en la Isla no se ha detenido. Ni siquiera después del 17 de diciembre de 2014 con el restablecimiento de relaciones entre Cuba y Estados Unidos, dos adversarios de la Guerra Fría. Ni tras la brillante oratoria de Barack Obama en el Gran Teatro Alicia Alonso de La Habana, el 22 de marzo de 2016.
Al contrario, ha cogido más fuerza luego de escuchar los planes delirantes del régimen, de planificar el futuro de la nación hasta 2030 desde una sala refrigerada en el Palacio de las Convenciones.
Es un drama. Solo hacia Estados Unidos, más de 70 mil cubanos se marcharon de su patria en 2015. Cerca de 22 mil lo hicieron de manera legal, ordenada y segura. El resto, a como diera lugar.
En balsa o recorriendo cinco mil kilómetros desde Centroamérica hasta la porosa frontera sur estadounidense, para luego aplicar con la Ley de Ajuste, recibir bonos de comida y algún dinero hasta obtener trabajo y establecerse preferentemente en la Florida.
A la nueva camada de balseros terrestres o por mar no le han confiscado propiedades, tampoco son opositores del régimen. Es una oleada migratoria marcada por la apatía.
Ellos quieren ser personas. Ganar plata y comprar tantas cosas como sea posible, luego de vivir en una nación donde el consumo y el dinero han sido sospechosos para unos autócratas que siguen soñado en un hombre nuevo, antiimperialista, obediente y comunista.
Si usted visita La Habana, converse con la nueva generación y se enterará cómo traman sus planes migratorios. Percibirá su indiferencia en un país que aún mantiene la afiebrada narrativa de consignas huecas y un potente control social.
Jordán es de esos jóvenes. Ya ha gastado el equivalente a 1,600 dólares en su intento por llegar a la 'yuma'. Tres veces probó suerte en esa ruleta rusa que es pretender hacerlo en una precaria embarcación.
No le importó la fatal estadística que uno de cada cuatro balseros es merienda de tiburones. No quiso saber que el Estrecho de la Florida es el campo santo marino más grande de América.
Su meta era llegar. “Las tres veces nos cogió un guardacostas americano y nos viró para Cuba. Siempre he viajado en grupo y en lanchas con motor de petróleo y GPS. Por eso voy a probar suerte por tierra”, apunta Jordán.
Piensa viajar a Guyana y de ahí transitar por vía terrestre hasta un punto de la frontera mexicana con Estados Unidos. Los gastos de sus tres primeros intentos los sufragó con los ahorros que tenía para casarse.
Ahora tiene un capital mayor. “Vendí mi moto en 6 mil fulas. Pienso viajar con once o doce mil dólares. A la cuarta va la vencida”, comenta.
Ninguno de los miles de cubanos jóvenes (y no tan jóvenes), que tienen planes de emigrar quiere saber de enrolarse en la disidencia ni apostar por la democracia dentro de Cuba.
“Tú estás loco, nagüe. Esos tipos de los derechos humanos no van a lograr nada. Pa’ tumbar a estos viejos hay que tirarse pa’l monte. Con marchas y gritos ellos no van dejar el poder. Yo me voy echando. El último que quede, que apague la farola del Morro”, expresa Sergio, oriundo de Bayamo, ciudad a 700 kilómetros al este de La Habana, y quien a mediados de mayo espera volar a Canadá con un contrato de trabajo.
Nadiezda no se ve viviendo en la Isla en los próximos cinco años. “Mis abuelos y mis padres se sacrificaron por una revolución que les prometió una vida digna y los ha dejado tirados en la cuneta. Yo no soy masoquista. No puedo vivir en un país donde el futuro es un dilema. Me da igual que Raúl Castro siga en el poder o venga uno nuevo. No le hice caso a la mierda que hablaron en el congreso del partido, tampoco la que sale en el Granma. En la Isla se quedarán los viejos, los obstinados y los locos”.
Mientras la sociedad envejece aceleradamente, el gobierno hace planes grandiosos con vistas al año 2030. Al parecer, las estadísticas migratorias de 2015 y del primer trimestre de 2016 poco les interesan.
Debieran importarle. Por el camino que vamos, Cuba será un gigantesco asilo de ancianos.
Iván García
Video: Boris Larramendi y Habana Abierta en Asere, qué volá.
que futuro
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