Fingir, mentir o aprobar disposiciones y normas con las cuales no se está de acuerdo es una práctica común entre los cubanos de la isla.
Les presento a Olga Lidia, (nombre ficticio), una funcionaria de rango medio del partido comunista en un municipio habanero. Sus capacidades histriónicas no tienen nada que envidiarle a Meryl Streep.
“Desde niño, en Cuba se aprende a simular y decir frases hechas. Quienes desde la escuela primaria demuestren más lealtad a los líderes de la revolución y más pasión pongan en su oratoria, se destacan en las organizaciones estudiantiles. Después recibes el carnet de la unión de jóvenes comunistas. Más adelante te enrolan en el partido. No es obligatorio, lo puedes tomar o dejar, pero si tienes ambiciones políticas y quieres que tu vida cambie en el aspecto material, debes involucrarte en las estructuras existentes”, confiesa Olga Lidia.
Casi todos los funcionarios del Partido Comunista en Cuba están cortados por la misma tijera. Sus poses y discursos son idénticos: citar a Fidel Castro y a Raúl, evocar a Martí, condenar el 'bloqueo', el imperialismo yanqui y recordar al difunto Hugo Chávez. Vestir guayaberas blancas, estar siempre circunspectos -es raro que un funcionario sonría de manera distendida en un acto público- forma parte del decálogo de los mandarines cubanos.
“En nuestras casas nos comportamos como personas normales. Vemos telenovelas, bailamos y tomamos cerveza. No todos los cuadros (funcionarios) creen en el sistema, hay mucha desilusión. Algunos piensan que los cambios deben ser más radicales y abarcar el plano político. Pero donde manda general no manda soldado. Las orientaciones vienen de arriba. Los de abajo debemos cumplirlas y convencer al resto de la población. Uno se convierte en un descreído. Un cínico. Sí, me importa el futuro de mi país, pero te aseguro que los funcionarios del partido están más vigilados que cualquier disidente. Romper con todo eso no es fácil. Entonces todo se convierte en una espiral de apariencias”, señala Olga Lidia.
Si un sector de la membresía del Partido Comunista, como Olga Lidia, predican una causa en la cual no creen, muchos se preguntan por qué una fracción amplia de cubanos de a pie siguen aparentando apoyo al régimen.
Carlos, sociólogo, cree que las sociedades autocráticas, donde están ausentes reglas democráticas, son un caldo de cultivo ideal para imponer comportamientos que se convierten en reflejos condicionados.
“A partir de 1959, mientras se derribaba todo el entramado de instituciones democráticas en Cuba, paulatinamente se erigió un caudillismo vertical. Desde los cuadernos escolares hasta la prensa nacional nos decían: Fidel es excepcional, no se equivoca. Luego está el miedo. La sociedad se edificó de una forma que cualquier ascenso social o material dependía de la lealtad al régimen", subraya Carlos.
Ha llovido mucho desde entonces. La gente ha ido perdiendo una parte de ese temor. Y vemos cómo en las calles se critica el estado de cosas y a los líderes. "Pero aún quedan vestigios de fingimiento. Y de manera automática, van a votar en elecciones que poco le resuelven, levantan la mano aprobando un código de trabajo que no les ofrece garantías o asisten a un acto de repudio a un opositor como si fuesea a una bachata”, acota el sociólogo.
Norma, empleada, tiene a casi toda su familia en Estados Unidos. Los dólares que recibe hacen su vida más llevadera. Así y todo, siente que las cosas están cambiando para peor y el futuro de sus hijos lo ve en otro país. Sin embargo, cuando los directivos de su centro de trabajo han necesitado personas para acosar con gritos e improperios a las Damas Blanco, ella asiste.
“Voy por miedo. Piensas que si no asistes te ‘marcas’ y te puede traer problemas. La mayoría de los que movilizados a los actos de repudio no creemos en la revolución ni en sus dirigentes. Pero vamos, no sé cómo explicarlo”, comenta Norma.
Simplemente es una combinación letal de apariencias y temores que abarca a una capa amplia de la sociedad cubana. Romper con esas ataduras resulta complejo. Algunos lo logran.
Mario, técnico medio, hace tiempo que dejo atrás los compromisos políticos con el régimen. “No puedes imaginarte lo bien que uno se siente cuando actúa por su propia cabeza. Todos los días, cuando me afeito, le doy gracias a Dios por sentirme y actuar como un hombre libre”, dice.
Pero todavía millones de cubanos se lo piensan antes de dar ese paso. Optan por la simulación.
Iván García
Foto: 2011. En un mitin de repudio contra las Damas de Blanco, una de las mujeres movilizadas por el régimen intenta simular tanto que se transforma en una payasa o enajenada mental. Mientras la difunta Laura Pollán, Berta Soler y otras damas la miran atónitas, un joven, otro gran simulador, abiertamente se ríe de la payasada. Tomada del blog Buenavista Cuba.
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