viernes, 16 de mayo de 2014

El negro, en el sótano (II y final)



Las discrepancias por la tonalidad de la piel en Cuba no son sólo del blanco hacia el negro, aunque sea la más común. Van también del negro al blanco y del mulato al negro. Y lo que es peor, del negro hacia el negro. La raza negra está presa en su color de piel. Recibe metralla desde cualquier frente.

Mariana, 44 años, etnóloga, domina el tema en todo su contexto. Mulata clara de hablar pausado, lleva diez años estudiando el problema racial en Cuba. “No te voy a aburrir con una historia extensa, pero el racismo que yo llamo subliminal siempre existió durante el siglo XX y hasta 1959. Después, en apariencia, se apaciguó. Pero es como un volcán dormido -bebe un poco de café y continúa. El racismo tradicional era del blanco al negro: éste lo rechazaba no solo por su color, sino por sus menores dotes intelectuales. Después que el negro se ha superado -o ha tenido la oportunidad de educarse- ha quedado latente el odio por el color de la piel y porque algunos blancos los consideran ineptos”, apunta.

Ella cree que durante el período comprendido de 1920 a 1950 se fortaleció la sociedad mulata. “En muchos pueblos, incluso en Camagüey, donde el racismo era superior a otras localidades, se abrieron sociedades sólo para mulatos. Los mulatos tenían la creencia que eran superiores a los negros. De acuerdo a un refrán, los mestizos son la preocupación del blanco y la envidia del negro. Con el cruce de razas, si algo ha habido en Cuba es que no ha existido racismo sexual, proliferó el mestizaje y hubo una tendencia de éstos a creerse al margen de la negritud”, puntualiza la etnóloga, quien sostiene que después de la revolución de Castro este sentimiento se ha afianzado.

En una encuesta a 36 mulatos y mulatas entre 16 y 60 años, 28 no desearían casarse con negros o negras ni tener hijos con personas de esa raza, para no “atrasarse”. Solo a 8 les importa un bledo el color de la piel. Para ellos, el problema es quererse y entenderse. De los 36 encuestados, 22 tienen algún resentimiento o tabú hacia los negros, predominando las opiniones de que son conflictivos, brujeros, marihuaneros, escandalosos y marginales. Los otros 14 piensan que no es el color de la piel, sino la instrucción de las personas las que provocan su baja catadura. Pero los 36 coinciden en que los negros, además de vivir hacinados en viviendas de baja calidad y en precarias condiciones materiales, han tenido menos oportunidades que los blancos e incluso que los mestizos.

Si hay una fecha que Fidel Castro no puede olvidar es el 5 de agosto de 1994. Fue el día del Maleconazo o la rebelión popular habanera. Hastiados del hambre y las penurias y desesperados por emigrar, miles de habitantes de la capital, espontáneamente salieron a las calles a protestar.

Esto ocurrió en los barrios marginales, pobres y repletos de negros de Colón, San Leopoldo y Jesús María. Entre los que clamaban libertad había una mayoria negra, que ese día cometió actos vandálicos y asalto y apedreó tiendas e instalaciones por dólares para sustraer lo que ellos no tenían. Castro tomó nota.

Un tiempo después, en un intento por mejorar las condiciones de vida de la población negra en Centro Habana, se pusieron en marcha proyectos de reparación de viviendas en las barriadas de Cayo Hueso, Los Sitios, San Leopoldo y Colón. Todavía son mínimas las intenciones. Pero el gobierno está intentando que el negro viva un poco mejor.

Camine usted por los barrios de La Habana. Las calles siguen llenas de baches, la mayoría de las aceras rotas, parece un milagro de la física que las casas apuntaladas se mantengan en pie. La gente sigue cargando y lucrando con el agua, un artículo de lujo en los barrios de la parte vieja de la ciudad: un cubo lleno de agua se vende a tres pesos. Llenar un tanque de 55 galones cuesta 40 pesos, cantidad equivalente a cuatro dias de trabajo de un empleado promedio. Cientos de personas se dedican al “negocio del agua”. Casi todos negros. Los llaman “aguateros”.

No sólo escasea el agua. También el dinero. Las billeteras están vacias. Para tratar de buscar los benditos dólares todo se intenta. Desde vender pizzas y cajitas con comida, arreglar bicicletas, reparar cocinas y radios hasta convertirse en babalao y especializarse en “hacer santo” o vender drogas, el negocio más lucrativo.

En Colón, San Leopoldo, Cayo Hueso, Jesús María, Belén, han surgido los primeros e incipientes “carteles” de la droga capitalina. Se expende melca (cocaína) a 50 dólares el gramo -valía 30, pero después de los operativos antidrogas iniciados en enero del 2003 los precios subieron. Marihuana a 25 pesos o un dólar el cigarrillo. Sicotrópicos… en fin, todo para “volar”. Los vendedores son negros en su mayoría. Ya a la hora de consumir los blancos tienen primacía. En Monte y Cienfuegos, cerca del Capitolio, existe una zona de tolerancia. Ante la mirada pasiva de la policía se prostituyen chicas entre 12 y 30 años por 125 pesos (5 dólares) la media hora.

Todos ellos, los que alzaron la voz el 5 de agosto de 1994, los babalaos de Cayo Hueso, los que venden drogas en Colón y las que se prostituyen en Monte y Cienfuegos tienen un denominador común: salvo contadas excepciones, nacieron con la revolución y son negros o mestizos.

Como símbolo de las reparaciones e inmuebles se exhibe el solar La California, en la calle Crespo, barriada de Colón. No se ha hecho nada del otro mundo. Lo imprescindible para vivir: reparación de techos, pinturas en las paredes y baños nuevos.

Los solares o cuarterías, generalmente habitados por negros y mestizos, son habitaciones reducidas de baja calidad constructiva y en las cuales, desde fines del siglo XIX y hasta principios del XXI, viven los más pobres, sinónimo de gente de piel oscura.

La California alcanzó fama porque ahí solía descargar en las noches calurosas y estrelladas de La Habana el genio negro de la tumbadora, Chano Pozo, quien en oscuras circunstancias muriera en Nueva York en los años 40. El solar estuvo también en boga por una canción del salsero cubano Isaac Delgado.

Precisamente en La California vive un personaje pintoresco, triunfador en ua de las pocas opciones que tienen los negros para hacer dinero: la santería. Cobra 500 dolares por hacer un Iyabó (santo) a extranjeros y cubanos adinerados. Monta el trono y que vengan los “fulas”. Pero él realmente vive en un confortable apartamento en otro sitio. “No me desprendo de mi cuarto en el solar, porque para un extranjero eso tiene una carga de snobismo y extravagancia: hacerse santo rodeado de pobreza, negros tocando tumbadoras y tomando ron peleón”, dice con picardía.

De moda se ha puesto consultarse con babalaos y tener “padrinos” en Cuba. Vienen de Venezuela, Perú, México, España, Suiza, Finlandia y hasta de Japón. Y de paso dejan dinero a personas como ésta, que ha podido comprarse apartamento, carro, cadenas de oro 18k y equipos electrónicos, algo que en la Cuba del tercer milenio es una verdadera fortuna.

A pocas cuadras de donde el astuto babalao hace sus negocios, vive otro negro, mucho más joven. El ha prosperado gracias a la ilegalidad. Tiene pinta de bailador de rap neoyorquino, pero se dedica a vender drogas. No da detalles, mas da a entender que la cocaína le llega a través de una red montada entre pescadores de zonas costeras del norte de la isla, dedicados a “pescar” pacas de drogas tiradas en su huída por narcotraficantes, que el oleaje acerca a playas cubanas.

Las ganancias de este joven negro son fabulosas. Ya se compró un auto y como su paisano babalao, se apresta a adquirir una casa para él y su familia. “Pago lo que sea”, dice y sonríe, mostrando piezas de oro en su dentadura. Si se ha demorado es porque la compra y venta de casas en Cuba está paralizada por una ofensiva contra las ilegalidades desatada por el gobierno a mediados de 2001, menos fuerte que la batida contra el trafico de drogas emprendida en 2003.

Él no tiene apuro. “Tengo calma y dinero. Mientras, me doy la gran vida con mujeres y disfruto La Habana nocturna. Si, es cierto, puedo estar enrejado treinta años o de por vida, pero asumo el riesgo. Los negros en Cuba no tenemos muchas opciones”, afirma antes de alejarse en su carro. En una grabadora, a todo volumen, se escucha el estribillo “el negro está cocinando”, canción de Los Van Van.

No todos los negros y mestizos en Cuba viven violando las leyes o haciendo negocios con la religión. Entre las escasas posibilidades de éxito por la via legal, donde mulatos y negros pueden sobresalir, están la música y el deporte. Isaac Delgado, Pablo Milanés, Chucho Valdés, NG La Banda, David Calzado y La Charanga Habanera, los viejitos del Buena Vista Social Club y la mayoría de los integrantes del hip hop cubanos son buenos ejemplos. También en la danza afrocubana y algún que otro en la pintura, como Manuel Mendive y Ruperto Jay Matamoros. En el deporte, la lista es larga, pero no todos poseen cómodas casas, buenos autos y suficientes dólares, como Iván Pedroso, Teófilo Stevenson, Mireya Luis y Javier Sotomayor.

Todos ellos pertenecen a una misma etnia, viven desahogadamente y tienen visa para viajar por medio mundo. Son la excepción. El porcentaje mayor vive en la pobreza y sin demasiadas esperanzas. En un país monocorde y aburrido, de un solo partido, sin muchas oportunidades recreativas y con un calor de espanto casi todo el año, negros y mestizos buscan la diversión a como dé lugar.

Los morenos prefieren las descargas en los carnavales y en espacios públicos como el antiguo Salón Rosado o en los Jardines de La Tropical, a los que asisten orquestas del momento. La “timba” agresiva les hace contonear el cuerpo como sólo ellos saben hacer. Entre el baile erótico y la infame cerveza a granel o el ron de cuarta categoría, pasan sus ratos de ocio negros y mulatos de bajos ingresos.

Los más solventes o con parientes en el exterior que con regularidad les envían dólares, se dan el lujo, esporádicamente, de tomar cerveza enlatada de cierta calidad y asistir a discotecas de moda como La Macumba -diez dólares por persona, al oeste de La Habana. Otros con moneda dura suelen ir al Jazz Cafe donde descarga lo más selecto del patio. O a La Zorra y el Cuervo, en el corazón de la calle 23, en La Rampa, donde también se toca jazz del bueno.

Pero lo habitual es que la negrada concurra a bailes populares. Y producto de los efectos del alcohol y la marihuana, provoquen riñas y hagan el amor en cualquier recodo. Cuando en La Habana se anuncia un bailable amenizado por una orquesta famosa, el vecindario quiere irse a la luna. “Cuando en la Plaza Roja de la Vibora dan un bailable, lo que forman los negros es de ampanga”, dice Alba, mulata, 60.

Ese proceder incivilizado de ciertos negros después del jolgorio les ha ganado el mote de “problemáticos”. Para contenerlos y tratar de que la noche transcurra con los menos incidentes posibles, una gran cantidad de policías es destinada a cada bailable. Pero ni así logran controlar los desórdenes. El sociólogo Carlos Pérez cree que estas fiestas callejeras “son una válvula de escape que sirve para mostrar de forma a veces violenta, la indiferencia y dejadez de la sociedad hacia ellos”.

El racismo en Cuba no es explícito. Es algo que sutilmente se trasmite de generación en generación. Es como decir ¡cuidao con los negros! Si no, ¿cómo entender que a edades tempranas se den manifestaciones de racismo? Carmen, 31, es madre de una niña negra de 7 años y varias veces su hija se ha quejado -primero en el círculo infantil y después en la escuela- de que compañeritos le han llamado marrona, negritilla o piojosa. En la cuadra donde Carmen vive, un niño al enfadarse le gritó a su hija “negra de mierda”. La madre se pregunta si eso es normal.

La respuesta pudiera darla Luisa, 50 años, maestra. “Cuando niños blancos se fajan entre sí, los insultos jamás tienen como mira el color. Pero cuando uno de los dos es negro o mestizo, los ataques son raciales. Puede que sea una reacción inconsciente, fruto de lo que ve y oye en sus casas. En el ambiente familiar de muchos niños blancos es habitual, delante de ellos, escuchar burlas y chistes sobre los negros y hasta insinuaciones de que no juegen o tengan cuidado con los prietecitos. Para mí es un fenómeno heredado de padres y abuelos”, explica.

Estas situaciones raciales entre niños pudieran no ser graves. Pero tiende a acrecentarse. Y lo peor es que para el Estado y la prensa oficial son inexistentes. Una experiencia a la inversa tuvo Herminia, 42 años, ama de casa. Tanto en la primaria como en la secundaria su única hija, blanca y rubia, se ha quejado de haberse sentido maltratada y discriminada por niñas negras y mulatas, que han sido mayoría en las aulas de los dos niveles de enseñanza.

“Mi hija ha tenido que ponerse dura y hacerse valer, porque las negritas la tenían cogida con ella y contínuamente la llamaban blanquita equivocada”. Herminia no lo expresa, pero en el fondo, más que una discriminación por el color de la piel, lo que hay es un contraste económico: casi todas las negritas y mulaticas van a la escuela con tenis e implementos escolares modestos, por no decir viejos y fuera de moda, en tanto su hija, blanquita, hacia alarde de su calzado de primera y de su mochila de marca.

Mientras la niñez blanca crece jugando con sus iguales negros o mestizos, a veces en paz, a veces con violencia, donde realmente se puede afirmar que ha disminuido el racismo en Cuba es a la hora del sexo. Entiéndase sexo, no matrimonio.

A 42 hombres blancos se le preguntó la posibilidad de acostarse con una negra o mestiza y todos contestaron que sí, porque eran “apetitosas”, incluso los 42, en edades comprendidas entre los 19 y 65 anos, reconocieron haber hecho más de una vez el amor con una oscurita.

Ahora bien, si se les habla de formalizar la relación, otro gallo cantaría. 30 aceptan ser novios de una negra, pero ¿casarse? “Habría que pensarlo. La familia, tu sabes”, responden. 12 aceptan tener sexo con negras y mulatas. ¿Y matrimonio? ¡Solavaya!

Entre mujeres blancas también existe prejuicio. De 27 entrevistadas, en edades de los 16 a 40 años, 17 dicen que pudieran acostarse con mulatos o negritos no tan prietos. Incluso confiesan que aceptarían tener una relación formal y hasta casarse. “Siempre y cuando no sea demasiado negro”. Al parecer, a los retintos no los quieren.

Las otras 10 encuestadas juraron -como si en ello les fuese la vida- que jamás se habían acostado con un negro y ni siquiera han pensado en esa posibilidad, aunque afirman no tener nada en contra de ellos. “Quizá de amigo” es lo máximo que aceptarían. De estas 10 mujeres, 6 expresaron que habían tenido fantasías sexuales donde siempre un negro las penetraba. Pero sólo eran fantasías.

La etnóloga Mariana reconoce que al hombre no le importa mucho la raza de la mujer a la hora de ir a la cama. “Ya después, para formalizar la unión y construir una familia, el hombre blanco suele ser más conservador que la mujer de su misma raza. En esto influye la educación familiar. Es frecuente una pareja blanca con hijos y el marido tiene queridas negras o mulatas”, aclara.

En su opinión, “la mujer blanca es más escrupulosa cuando de relación sexual con un negro se trata. Hay de todo. Desde el tabú de que maltratan a sus parejas, tienen penes enormes y tendrían niños con ‘el pelo malo’, hasta el criterio de que desprenden olores desagradables. Ahora bien, si se deciden a la relación, pueden llegar al matrimonio. Se ven más uniones de blancas con negros o mestizos que de blancos con mujeres de piel oscura. Si existen cifras oficiales al respecto, las desconozco”. Y concluye; “Es hasta risible. Cuando una blanca está con un mulato, no lo considera negro”.

¿Futuro negro? A pesar de ser Cuba una nación con un alto porcentaje de negros y mestizos, la realidad no repercute en el actual estado de cosas. Está por ver cómo será el futuro de los negros en los años venideros. Ya se sabe que cuando termine la dinastía de los Castro y Cuba tome un rumbo democrático se logrará un crecimiento económico y un nivel de vida superior. Más tarde o más temprano, pero acontecerá.

Lo que es un quebradero de cabeza es pronosticar cuál será el papel de esa población mayoritariamente mestiza y negra. Hasta la fecha, por lo visto, puede que sea nulo. El sociólogo Carlos piensa que seguirán engrosando las prisiones y seguirán siendo la escoria de la sociedad por muchos años más.

La etnóloga Mariana es más optimista. Ella prefiere tomar como modelo a Estados Unidos, “con problemas de segregación racial más radicales que los nuestros. Y los han superado en cerca de treinta años. Creo que en Cuba, con un trabajo intensivo en todas las esferas, la sensibilidad y alcance los medios e iguales posibilidades reales para todos, a la vuelta de seis, siete años, diez a lo sumo, habremos abolido casi todas las barreras. Aunque en el país subsisten prejuicios raciales que pudieran llegar a ser serios, por idiosincrasia los cubanos no son racistas”.

Mayelín, 19 años, estudiante universitaria, ve el futuro con buenos ojos. “Habrá modelos como Naomi Campbell, presentadoras como Oprah Winfrey y políticas como Condoleezza Rice. Los negros no descollarán solo en el deporte y la música. Serán relevantes también en el arte y la cultura y entre la intelectualidad. A fin de cuentas, es lógico que así sea. ¿No somos mayoría?, afirma con una sonrisa.

Pero para José, el “coronel” de San Leopoldo, “por los siglos de los siglos el negro siempre será despreciado y preterido”. Asegura haberlo vivido cuando fue usado como carnada en el intento de llevar la revolución a Africa. Su experiencia y su mentalidad no le permiten concebir que un día las cosas pudieran cambiar.

Otros muchos negros y mulatos cubanos seguirán intentando romper el estigma que desde hace milenios les persigue: sentirse prisioneros de su raza.

Texto y foto: Iván García
Con el título Prisioneros de su raza, este trabajo fue publicado por vez primera en septiembre de 2003, en la web de la Sociedad Interamericana de Prensa.

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