lunes, 18 de abril de 2016

¿Me jubilo, no me jubilo?



Alguien que se acerca a los 60 o 65 años de edad debería festejar que acaban, por fin, las tensiones diarias del trabajo e inicia el sosiego, acomodado en la seguridad económica que debían aportar décadas de rigores laborales.

Pero Hemingway lo advirtió en una de sus frecuentes reflexiones sobre la vida: “Las cosas son como son y no como deben ser”. Al menos en Cuba, los trabajadores viejos, cuando están a punto de colgar el sable laboral, se hacen una pregunta parecida a la que se hizo Hamlet en la obra de Shakespeare: ¿Jubilarse o no jubilarse?

Un ex profesor de psiquiatría explica: “Me jubilé hace casi diez años, pero tuve que continuar trabajando porque la jubilación no me alcanza ni para cubrir lo elemental de la canasta básica. Ganaba un buen salario en la institución de salud donde laboraba, pero cuando fui a jubilarme me aplicaron la ley vieja, con la que te retiraban con el 50 % del salario. Yo ganaba 507 pesos y me jubilaron con 265. Y no puedo vivir con 265 pesos. Y como tenía una profesión colateral, que es el periodismo, me dediqué a ejercerla íntegramente desde entonces, y gracias a eso he ido defendiéndome”.

Quienes viven más lejos del abismo material que supone una jubilación con 250 pesos en un país donde una botella de aceite vale 60 pesos (2.40 cuc) son los que, o comparten el techo con hijos que trabajan -con preferencia en el sector privado- o tienen familiares en otros países, en especial Estados Unidos, que les envían remesas.

"De ésos sin chequera somos unos cuantos. En mi caso porque los ciclones destruyeron los expedientes. Hubo tantos ciclones que acabaron con los expedientes… al mío se le pegaron las hojas. Eso no servía para nada. Lo boté yo mismo”.

Habla mientras separa los periódicos que va a comenzar a vender en San Lázaro e Infanta, en el habanero barrio de El Vedado. Está sentado en un banco de una parada de guaguas. De aspecto desvencijado, con ropa sucia y vieja, sin varios dientes en ambas encías, comparte el hogar con una hermana, también anciana, en la misma barriada donde “se defiende”.

“Cuando cumplí los 65 me dijeron que para retirarme debía trabajar cinco años más por el asunto del expediente, y entonces le pedí la baja y le dije: ‘Cinco años más no te voy a trabajar, porque lo que yo estoy ganando no me alcanza’.

”Compro los periódicos en la calle, se los pago a 50 quilos y los vendo a peso. Si compro treinta periódicos me gano quince pesos y si compro cuarenta me gano veinte, y hay días que puedo comprar sesenta. No es que me alcance, pero limito los gastos. Hay cosas baratas y cosas caras, yo compro la barata, la que está a mi alcance. Cuando puedo comerme un pan con hamburguesa y dos refrescos, eso me como. Y el día que puedo comprar una cajita de comida de 25 pesos. la compro”.

¿Usted bebe ron?, le pregunto. “Me tomo algunos tragos. No te voy a negar. Me los tomo cuando puedo".

Vive con una hermana médica, también jubilada, que aunque su hermano no lo reveló, parece tener un retiro algo más holgado de lo que consigue este anciano con sus periódicos. Entre los dos se sostienen, se ayudan.

Para comprender un poco más el mundo espiritual y real de los jubilados, hay que irse a un parque o a una plaza pública. En uno de esos lugares es donde “opera” este revendedor de periódicos, hombre inteligente que conoce la predilección de sus coetáneos por leer la prensa. Allí, donde se reúnen decenas de ancianos, es un sitio ideal para observar una curiosa mezcla de optimismo y desolación, tristeza y esperanza, capacidad de resistencia y flaqueza.

La Habana registra 335,178 jubilados con una pensión promedio de 272 pesos, de acuerdo con datos de la Dirección Provincial de Asistencia y Seguridad Social.

Hay ancianos y familias en peor situación. Viven bajo un programa de resguardo que supervisa la Dirección de Trabajo de La Habana -igual en el resto de las provincias- y que consiste en ofrecerles alimentación barata en comedores, donde después ellos hacen sobremesa jugando dominó o conversando, apoyo monetario, pago de utensilios y atención médica: un programa conjunto entre las direcciones de Trabajo y Seguridad Social y de Salud Pública, que la subdirectora de Asistencia Social de la Dirección de Trabajo de La Habana, Milagros López Leiva, defiende como un proyecto humano que no abandona a los más necesitados.

En la capital, la protección a ancianos jubilados, o que nunca trabajaron o se retiraron antes de tiempo, está apoyada con 84 millones de pesos que anualmente se destinan a su atención, y aunque el dinero no es suficiente para proporcionarles una vejez cómoda, al menos los alivian.

En su pequeña y modesta oficina, desde donde por teléfono destraba casos de asistencia social que frenan funcionarios indolentes o demasiado burocratizados (o ambas cosas a la vez) que están bajo su juridicción, Milagros López Leiva aclara: “Nosotros -y hablo así porque me siento parte del Estado- a muchos de ellos les regalamos una serie de recursos que de otro modo jamás pudieran alcanzar”.

Hay ancianos que tienen que insistir, pelear, demostrar lo indemostrable, para que los acepten como beneficiarios de ayuda estatal. Un sostén que se traduce en apoyo monetario mensual (prestaciones en el lenguaje administrativo) a familias vulnerables, y cuya cantidad máxima es 225 pesos, 45 pesos para alimentación en comedores, entrega de módulos de inducción (enseres de cocina) y recursos para el hogar como camas y colchones.

Mientras esos ancianos y familias que bordean el precipicio material reciben respaldo imprescindible, miles de jubilados no clasifican en esa categoría porque cobran su chequera (jubilación) cada mes, aunque en realidad sean cobros más nominales que reales. Muchas veces personas con algún padecimiento, con 'tarjetones' (tarjeta que les da derecho a comprar medicamentos) que les chupan buena parte de su chequera.

El economista cubano Antonio Romero considera el tema de los jubilados “extremadamente complejo y está asociado a una de las grandes preocupaciones de la economía y la sociedad cubanas: la expresión de una estructura demográfica que ha cambiado y que se refleja en una población cada vez más vieja, con un nivel alto de envejecimiento y una baja tasa de natalidad. Y la sociedad y el modelo económico tendrán que asumir a una población que cada vez estará más jubilada”.

De acuerdo con Romero, “en las nuevas condiciones económicas de Cuba hay que mejorar el estándar de vida de los jubilados, y como centro de esa mejoría tiene que estar el incremento de los niveles de jubilación que reciben actualmente”.

Para él, como para otros economistas, eso está claro, pero también lo está que no puede ser ahora mismo porque “la economía tiene reglas, una de ellas que no puede distribuirse lo que no se crea. Si en este momento usted aumenta el mínimo de jubilación, que es 220 pesos mensuales, a 600 pesos, crea una presión inflacionaria sobre la economía, y con esos 600 pesos el jubilado comprará lo que compraba con los mismos 220 que ganaba antes.

"¿Cuál es la lógica entonces? Dentro del proceso de transformación económica que está en marcha en Cuba, que es contradictorio y complejo, que debe hacer mucho más e incluso rectificar parte de lo que se ha hecho, y considerando el principio básico de la justicia que debe tener este socialismo próspero y sostenible que queremos construir, el Estado tendría que darle atención priorizada a ese segmento de la población, que en su mayoría la está pasando mal, y eso implica eliminar la carga económica desmedida de nuestra política social que se basa en subsidios transversales y generalizados para toda la población.

"Hay que pasar de una política social generalizada a una focalizada, que atienda los sectores sociales vulnerables, o que enfrentan desafíos inconmensurables. Políticamente la discusión es compleja porque se imbrica con un concepto difícil de abandonar: hemos creído que una sociedad socialista alternativa al capitalismo tiene que basarse en el principio de la igualdad o el igualitarismo, y que eso es sinónimo de justicia social. Pero lo más justo es que cada cual reciba de acuerdo a lo que aporte a la sociedad, incluidas la capacidad y calidad de ese aporte. Lo que debe tener una sociedad como la nuestra es un sector de jubilados bien atendido porque dieron todo durante su vida laboral, con el grado de prioridad y los subsidios necesarios para que aumenten sus niveles de vida”.

Antonio Romero aclara que para lograrlo se necesita una transformación casi revolucionaria porque implica reconocer diferencias sociales grandes, algunas de ellas incluso injustas, y a la vez el Estado tendría que jerarquizar un modelo alternativo al capitalismo y por eso mismo atender prioritariamente, con sus recursos, a sectores sociales y no a mercados y productos generalizados para toda la sociedad.

Cuando eso sea posible será entonces el fin del desasosiego para jubilados como un ex empleado gastronómico de 81 años, vecino del reparto Los Pinos y cuya esposa carece de pensión porque dejó de trabajar antes de tiempo. Él recibe 240 pesos mensuales y se le van 75 en las medicinas de los dos. Los demás miembros de su núcleo son su hija, con un salario de 430 pesos, y su nieta, estudiante universitaria.

Este jubilado se pasa el tiempo comparando los precios de los años 80 con los actuales, asombrado de que una libra de boniatos cueste dos pesos en el mercado, lamentándose de haber trabajado tanto en vano, mientras se jacta de la honestidad con la que nadie podía sobornarlo cuando cuarenta años atrás, inspeccionaba unidades gastronómicas poderosas como la heladería Coppelia.

A su edad, busca una actividad que lo ayude a llenar la mesa. Por ahora, siembra yerbabuena en su patio y su jardín y se la vende a dueños de florecientes paladares de los alrededores, para la preparación de mojitos y los platos de comida cubana que disfrutan turistas y compatriotas de bolsillos abultados.

En septiembre de 2015 se sintió reconocido cuando el Papa Francisco, durante su visita a la Isla, en las palabras dedicadas a la familia pronunciadas en Santiago de Cuba, reverenció a los ancianos cuando dijo: “No descuidemos a los abuelos. Los abuelos son nuestra memoria viva.Un pueblo que cuida a sus abuelos, y que cuida a sus chicos y a sus jóvenes, tiene el triunfo asegurado”.

Mario Vizcaíno Serrat
Palabra Nueva
Foto: Tomada de internet.

1 comentario:

  1. me jubilo
    para andar en las
    calle de cuba
    de limosnero
    otro logro de la llamada
    robo ilucion cubana

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