miércoles, 20 de abril de 2016

Mi jubilación y el júbilo re-cobrado



Hoy me llegó la jubilación. La semana pasada, el director de la empresa expresó: “Culmina una etapa de su vida y comienza otra. Nos deja una estela de sacrificio y amor por su puesto de trabajo, un legado que imitar por sus compañeros”. Eso dijo en la actividad organizada por el sindicato para despedirme, tras dos años en que el propio director trató de hacer ídem para otorgarle mi plaza a la chiquilla que recién intenté preparar.

Yo no quería jubilarme, pero me hicieron entender casi a la fuerza que las nuevas generaciones llegaban con bríos a tomar el batón que les cedemos nosotros, aunque, pensaba yo, a la susodicha se le cayera en algún segmento de la vuelta al óvalo. Decidí entonces que al cumplir los 70 me iría a casa a disfrutar un merecido descanso.

Eso pensé hasta que me informaron el monto de lo que me pagarían por casi 50 años de sacrificio y amor. “Tienes suerte -me decían algunos-, no a todo el mundo lo retiran con trescientos pesos”. Había soñado con más, lo confieso. Creí que tomarían en cuenta los cinco millones de dólares que le ahorré a la economía del país con mis innovaciones, por las cuales solo recibí similar número de diplomas.

Mi pobre esposa falleció hace un año confiada en que todo mejoraría para nosotros. Tomó muy en serio la aseveración hecha por el gobierno de que los lineamientos trazados tras el último congreso solo tendrían efecto en el nivel de vida de la población en el año 2015. Se murió sin ver los resultados. Yo sigo vivo y tampoco los veo.

Del monto de mi chequera me seguirán descontando el refrigerador que gentilmente me obligó a comprar la revolución… energética luego de ceder el Westinghouse que compró mi padre, que todavía funcionaba. Dos años me quedan para pagar un Haier que ha estado varias veces a punto de enfriarme por su mal funcionamiento. Menos mal que un amigo español, ingeniero como yo, al que conocí en uno de los tantos foros en que participé, me compró un televisor cuando vino de vacaciones hace unos meses. Pero con mi amigo ya no podré contar en lo adelante, pues falleció también por el infarto que le sobrevino tras constatar las condiciones en que yo vivía.

No tengo hijos que me puedan mantener, pero me siento fuerte todavía como para no parar en un asilo. Me disgustaría pasar mis últimos días en esos almacenes de viejos que el Estado tampoco puede mantener. Por ello me he trazado una estrategia para sobrepasar en la calle, con mi propio esfuerzo, lo que extraeré del banco todos los meses con mi tarjeta magnética; digo, si logro entender algún día las teclas del puñetero cajero automático.

Un vecino me va a pagar un peso cada vez que le saque al perro a pasear al parque. Por el tamaño, será el animal el que me saque a mí, pero no está mal si tomamos en cuenta que al parque tendré que ir de todas formas si pretendo vender todos los cucuruchos de maní que me dará otra vecina, a los que les gano diez centavos. La competencia es fuerte, pues hay otros viejos que también lo hacen y ya tienen su público.

Lo de pasear al perro será por la mañana. Por la tarde recibiré dos pesos por recoger en su escuela y cuidar un rato al niño de una excompañera de trabajo. Es un tanto indomable -el niño-, pero pienso descontarme al menos dos cucuruchos diarios por tal de mantenerlo a raya. La noche la tengo reservada para trabajar tres horas en una fábrica clandestina de cigarros. Me aseguran dos cajas diarias para mi insaciable fuma y quizás propina si trabajo bien.

Lo demás será alguna que otra pinchita eventual que me caiga de vez en cuando. Ayer, por ejemplo, una enfermera del hospital en que me atiendo me propuso diez pesos por salir de la consulta embalsamado en algodón. Estuve a punto de decirle que no, todavía poseo escrúpulos, pero después pensé que iba a ser la única manera de tener garantizada la cura del uñero que sufren mis pies.

Vaya, que si las cosas me salen bien y el uñero no se me complica, tendré garantizada una vejez aceptable, que me dé para alguna que otra cervecita y un almuerzo digno en la cafetería que abrió en la esquina el presidente del comité.

Repito: aún me siento lúcido para seguir brindando mi experiencia como ingeniero, pero la 'mecánica' a la que me tendré que enfrentar es otra. Ojalá que lo gane por cuidar a las dos fieras, vender maní y empaquetar cigarros me dé para solventar la vida. Es lo que yo llamo mi 'seguridad social'.

Jorge Fernández Era
Palabra Nueva
Foto: Tomada de Habana por dentro.

1 comentario:

  1. asi es la veje
    de los robo ilucionarios cubano
    dieron todo por su robo ilucion cubana

    ahora que la difruten
    patria hambre y miseria has ta la muerte

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