Con una parte de los mil 200 pesos convertibles que ganó en una carrera de autos en la primera semana del otoño de 2014, Eduardo encargó un stock de piezas de primera calidad en Panamá a un proveedor particular.
En una antigua carpintería transformada en un taller de reparaciones de autos, junto a un grupo de mecánicos, Eduardo pone a punto su Lada 2107 para una carrera pactada el próximo fin de semana.
En la puerta lateral del añejo auto ruso, una pegatina de colores brillantes dice: No es lo mismo hablar del diablo que verlo venir. El joven conductor es un apasionado a la velocidad y sus gestos imitan descaradamente al actor Vin Diesel, que encarnó el papel de Dominic Toretto en el filme estadounidense Rápido y Furioso.
Con sus botines de cuero, un vaquero gastado y unas gafas oscuras, Eduardo selecciona con sus amigos el tramo de la autopista nacional donde se efectuará la competencia.
“Esta carrera es pan comido. El tipo es un pelmazo, un bitongo hijo de papá, y porque tiene un Audi de 2006 modificado, cree que va a coger mango bajito conmigo. La carrera es de tres millas y la apuesta de dos ‘lucas’ (dos mil pesos convertibles). Generalmente se cuadra con la ‘meta’ (policía) para que cuiden la zona. Se le da veinticinco o treinta chavitos (cuc) y nadie nos molesta”, explica Eduardo.
Según Pavel, un tipo desgarbado que habla con una calma desesperante, las carreras ilegales de autos y motos se practican en La Habana desde mediados de los años 80.
“La gente de la selección nacional de motocross solían pactar por la izquierda carreras de motos. No corría tanto dinero como ahora. El que perdía pagaba el combustible, la comida y la bebida. En los 90, la expectación por las carreras fue en aumento. Existe un público numeroso que está al tanto de la cartelera y se da cita para observarlas. Casi siempre hay exhibiciones de conducción, parando el automóvil en dos ruedas o dando giros constantes. El plato fuerte es la velocidad. Corren entre 3 y 5 autos, el ganador se lleva todo el dinero. También asisten jineteras y dos de ellas se cuelgan del brazo del vencedor. En una carrera mediocre se gana 150 o 200 cuc Pero las de 'grandes ligas' no bajan de mil”, señala Pavel.
A mediados de 1990, al amparo de la noche, un grupo de fans al vértigo se concentraba en un café de la Avenida 26, Nuevo Vedado, para efectuar competencias de velocidad en plena vía urbana.
“Las carreras llegaban hasta una cafetería en la Calle 12. Las apuestas fluctuaban de 100 a 500 dólares, a veces más. Los asiduos eran hijos de ministros y generales intocables que residían en la zona. La policía se hacía la de la vista gorda”, recuerda Sergio, quien desde hace 18 años se dedica a promocionar carteles de carreras ilegales.
Las carreras de autos y motos generan otros negocios, más o menos clandestinos, como la modernización o modificación de la ingeniería mecánica del vehículo. “Las piezas se traen en contenedores desde Miami o Panamá. Cualquier pieza modificada que usted busque, una persona te la trae a la puerta de tu casa. Además de adrenalina, el negocio de las carreras mueve dinero y mujeres. Se tratan de evitar las broncas producidas por los que se pasan de tragos”, comenta Eduardo.
El mal estado de la vías en Cuba, auténticas minas terrestres, es una de las causas de algunos accidentes provocados por las carreras de autos. En 2014, la Dirección Nacional de Tránsito reportó 1, 294 accidentes con 746 fallecidos y 8, 831 lesionados, 59 defunciones y 595 heridos más que en 2013.
Solo en el verano del año pasado, según estadísticas de la policía de tránsito, 3, 977 conductores dieron positivo en pruebas de alcoholemia. A las desvencijadas autopistas y carreteras, se suma el deficiente estado técnico del parque vehicular en la Isla.
Como promedio, un auto tiene más de 30 años de explotación. Y muchos, como los legendarios almendrones, alcanzan los 70 años. Aunque solo la carrocería es antigua. El 80 por ciento tienen motores modernos de petróleo.
Pero en La Habana subterránea, nada detiene a tipos como Eduardo. Ni las autopistas sin iluminación y repletas de baches ni el control policial. Al contrario. Eso le añade una dosis extra de adrenalina a las carreras ilegales de autos.
Iván García
Ver también los documentales Te llevo y Pedaleando.
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