Durante años —los del Bachillerato, en la Víbora— Santa Catalina era para el escribidor el cine Alameda y la cafetería El Gallito, en la esquina de esa avenida con la calle Saco, con sus demandados entrepanes y aquellos helados que llamábamos tropicream y que poco tenían que ver, aunque se les parecieran, con los frozzen que llegaron después. Para los que vivíamos en Lawton, en Luyanó o en «la calzada más bien enorme de Jesús del Monte», como le llamó el poeta Eliseo Diego, Santa Catalina era un regalo para los ojos, una de las calles más espléndidas del municipio de Diez de Octubre, con sus mansiones de portales y jardines y multitud de flamboyanes sembrados a ambos lados de la vía que, florecidos, vestían de rojo la calle. Por eso Santa Catalina era la avenida de los flamboyanes.
Se trata de una calle residencial, donde apenas ha hecho mella la chapucería y el mal hacer de las construcciones de los últimos años, aunque los flamboyanes desaparecieron casi por completo. Las casonas de las décadas de los años 40 y 50, del siglo XX, conservan, en su mayoría, su pasado esplendor, aunque no pueden dejar de lamentarse las transformaciones que terminaron arruinando la casa del maderero Antonio Pérez, en la esquina de Santa Catalina y Heredia, y un poco más arriba el timbiriche que, con ánimos de convertirlo en el local de un negocio privado, se adosó a la residencia de Carlos Márquez Sterling, presidente que fuera de la Cámara de Representantes y de la Asamblea Constituyente de 1940, y que no se explica el escribidor cómo fue autorizado por los inspectores de Urbanismo. Un timbiriche, que por bien construido que esté, abarata la casa y la avenida. Una residencia que los vecinos siguen llamando Villa Constituyente o El Capitolio.
Con el fin de conectar la Víbora y el Cerro se planeó en 1907 la construcción de una avenida de 25 metros de ancho, proyecto que tuvo su origen en los días de la primera intervención militar norteamericana. Para ello se escogió la calle Santa Catalina, que se extendería, de inicio, hasta Palatino. De aprobarse otro reparto, del que ya se hablaba entonces, sus propietarios tendrían la obligación de continuar esa avenida.
La vía se inicia en la Calzada de Diez de Octubre y termina hoy en la Calzada de Rancho Boyeros. Pasa, en sus inicios, por los repartos La Víbora y Mendoza, y, al final, por los de Santa Catalina, Casino Deportivo y Palatino. Atraviesa en su devenir calles tan transitadas como Juan Delgado, Mayía Rodríguez, Vento, Palatino y Primelles. Hay, sin embargo, otra Santa Catalina. Arranca también en la Calzada de Diez de Octubre y se interna en el reparto Lawton hasta morir en Avenida de Acosta, casi al pie del ya desactivado Quinto Distrito Militar y luego de dejar atrás el parque Buttari. Es una Santa Catalina más modesta y popular.
A juicio del escribidor fue en los años 40 cuando Santa Catalina cobró fisonomía y significación. Es por entonces que el viejo teatro Mendoza, en la intersección con Juan Delgado, se remodela y adquiere el nombre de cine Santa Catalina (hoy teatro para niños La Edad de Oro). Y es en el Anuario Cinematográfico y Radial Cubano correspondiente a 1946-1947 cuando se menciona por primera vez al Alameda, cine de estreno aunque de barrio con, dato no comprobado, 1 400 capacidades.
A su lado se construyó, ya en los años 50, el minimax La Copa que, como todos los de su tipo, impuso una nueva manera de comprar, que no llegó a generalizarse. Frente emplazaron una farmacia, que sigue ahí, y, entre otros comercios menores, la dulcería Franser, convertida en un establecimiento de la cadena Sylvain. Antes, abría sus puertas en el área la casa de socorros del barrio de Arroyo Apolo (hoy clínica estomatológica) que sustituyó a la vieja casa de socorros de Jesús del Monte, de la misma manera que el cuartel del Comando 4 del cuerpo de bomberos sustituía el cuartel ubicado asimismo en la calzada mencionada.
Existen a lo largo de la calle comercios e instalaciones de servicio que satisfacen los requerimientos y necesidades de los pobladores del sector. Lo transitado de la vía justifica los cuatro servicentros que existen en ella, los de las calles Poey, Mayía Rodríguez, Vento y Boyeros.
La cafetería del cine Santa Catalina se transformó en la pizzería El Fiore en los tiempos —comienzos de los años 60— en que prendió la cocina italiana en el gusto popular. Ineludible es la mención, en la misma esquina, de la cafetería Niágara, famosa por sus sándwiches cubanos cuando un lunchero apodado Paco se instaló en el lugar luego de dejar su empleo en la cafetería de 23 y 8, en el Vedado.
Entre las escuelas de la calle sobresale el antiguo colegio Nuestra Señora de Lourdes, (hoy escuela Mariana Grajales) en la esquina de Santa Catalina y Saco. La clínica Pasteur (hoy policlínico) dejó su sede en la Calzada de Diez de Octubre número 1158 y se instaló a fines de los 50 en el número 108 de Santa Catalina, mientras que la clínica Santa Isabel abandonaba su local en esta calle para, por la misma época, estrenar edificio propio en la esquina de Mayía Rodríguez y Freyre de Andrade. El paradero de la ruta 14, al lado de la iglesia de San Juan Bosco, encontró en el Sevillano nueva ubicación, hace años vacía. La hoy llamada funeraria de la Víbora, en el número 265, seguirá siendo Pompas Oliva para quien esto escribe.
La dulcería Ward, en la esquina de Primelles, ponía una nota única por la calidad de sus dulces y helados, lo confortable del local, su amplísima zona de parqueo y la eficiencia de su servicio. Eran célebres sus cakes decorados artísticamente para bodas, cumpleaños, bautizos y aniversarios en general, así como sus cakes melódicos con la música del Happy Birthday. Tenía también la Ward establecimientos en la calle J, 465, y en Infanta, 210.
Se dice que la torre de este templo es tan elevada para que se sepa, desde bien lejos, que en la calle Santa Catalina existe una iglesia católica. Está puesta bajo la advocación de San Juan Bosco y su construcción transcurrió entre 1944 y 1947, aunque la primera piedra fue colocada en 1943 por monseñor Manuel Arteaga, arzobispo de La Habana, en camino ya de ceñirse el capelo cardenalicio. Poco a poco se fueron adquiriendo lotes de terreno adyacentes con vistas a hacer al lado del templo una residencia para la juventud y obra salesiana, hasta que pudo adquirirse el terreno de la izquierda, donde parqueaban las guaguas de la 14.
En su avance hacia la Calzada de Rancho Boyeros, la avenida para por el frente de una dependencia de la Empresa de Bebidas y Licores que fue en su tiempo una embotelladora de la Coca-Cola, una de las tres que dicha compañía tenía en el país; la de Santiago de Cuba, la de Santa Clara y esta, que se fundó en 1906 en Obrapía entre Aguiar y Cuba, en el espacio donde funcionó después la Bolsa de La Habana. De allí pasó a la calle Alejandro Ramírez, a un costado de la Quinta de Dependientes, y de ahí a Santa Catalina, con 275 trabajadores.
Pasa la calle asimismo por el costado de Las Delicias, la finca de Rosalía Abreu, en el reparto Palatino, donde se instaló hace un par de años un parque tecnológico. Era Rosalía dueña de una riqueza enorme y de un extraordinario amor por los animales, factores que dieron como resultado la asombrosa colección de animales que reunió en su predio de siete caballerías de extensión. No solo monos —chimpancés, orangutanes…—, sino también muchísimas variedades de aves, osos, caballos, conejos, gatos y perros y hasta un elefante en lo que muchos consideran el primer zoológico que existió en Cuba, donde fueron objeto de profundos estudios en lo que llegó a considerarse «el experimento antropológico más grande jamás realizado».
Rosalía, al igual que su hermana Marta, fue una gran benefactora. Apoyó numerosas causas sociales, sostuvo escuelas, hospitales y asilos para pobres y contribuyó con fuertes sumas de dinero a la causa de la independencia cubana. Todo eso palidece, en el recuerdo de la gente, ante su afición por los monos. Su finca de Palatino, donde hizo construir un castillo con todas las de la ley, es conocida como "la finca de los monos". La prensa sensacionalista se ensañó con ella. Cierto es que su mascota preferida, un chimpancé que respondía por Jimmy, la acompañaba en sus visitas y paseos con un elegante traje hecho a su medida; viajaba en el asiento delantero del automóvil, al lado del chofer y se encargaba de abrir y cerrar la puerta de su ama y cargar las cosas que ella adquiría o necesitaba. Cuando falleció, Rosalía legó varios millones a sus monos, pero la familia no demoró en deshacerse de ellos, vendidos a zoológicos e instituciones académicas norteamericanas.
La avenida de Santa Catalina, ya al final, pasa por el costado de la Ciudad Deportiva, una de las obras de mayor relevancia de la ingeniería civil cubana, y, sin duda, una de las edificaciones que distinguen a la capital del país. Un hito urbano, aseguran especialistas, por su llamativa forma, pero también un hito constructivo que demuestra los niveles que se habían alcanzado en Cuba en cuanto a la calidad de ejecución.
Ciro Bianchi Ross
Juventud Rebelde, 3 de abril de 2021.
Foto de Ernesto González Díaz tomada de Havana Times.
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