lunes, 27 de mayo de 2024

Los apóstatas de los bellos ideales

Semanas atrás, publiqué en este diario tres trabajos en los que me refería a algunos escritores hispanoamericanos que dedicaron poemas a Stalin. Tras leerlos, un buen amigo me envió un email en el cual me comentaba: “¡Qué desolador y triste acopio de incapacidad y fanatismo nos entregan en este repaso los escritores de nuestra lengua que vivieron esos años, que presenciaron esos crímenes, y que, por su misma condición de intelectuales, eran precisamente los llamados a denunciarlos, a desconfiar de las demagogias y sus visiones simplistas! Lo mismo ocurrió con el nazismo, en la tierra de tantos pensadores bien informados, tan cultos y conocedores de las ideas nobles y salvadoras, como se mostró en un libro que hizo furor en los 90, Hitler's Willing Executioners. Tristemente, siempre ha pasado así: hay un virus de ingenuidad, bobería y de esquematismo que domina a un grupo de gente ilustrada en una sociedad dada, y esos imponen su embriaguez y sus esquemas al resto de la intelligentsia”.

Y al final de su mensaje, este amigo me decía: “Quizás podrías pensar en una futura serie de comentarios de compensación, en que mostraras que si bien hubo tontos útiles (y deplorables) como Miguel Hernández, hubo figuras de una talla inmensa, que supieron hacer uso de la independencia de criterio y del coraje. En español no hay muchos de estos últimos, por cierto. No es como ocurrió en Francia, donde existió un André Gide, que hizo gala de honestidad y lucidez en esa misma época en que Neruda se revolcó en la sumisión y la bajeza”.

A los pocos días leí en la prensa la noticia de la salida de un libro que precisamente trata el tema sugerido por mi amigo: El dios que fracasó (Ladera Norte, Madrid, 2023, 325 páginas). Es la primera edición de esta obra que ve la luz en España, y además cuenta con una excelente traducción de Elena Tarrod. Esta ha incluido además una buena cantidad de notas que son sumamente útiles para los lectores. En nuestro idioma, existían dos traducciones anteriores aparecidas en Argentina. Una de Unión de Editores Latinos, de 1951, con el título de El fracaso de un ídolo; y otra, de 1964, que salió bajo el sello de la filial en Buenos Aires de Plaza & Janés. Su título coincide con el de la española, que es más fiel al inglés: The God that Failed. Ese libro se publicó en Estados Unidos en 1949 y al año siguiente en Inglaterra. Como era de esperar, su salida provocó un enorme revuelo, lo cual contribuyó a que tuviera varias reimpresiones.

El dios que fracasó, cuenta su editor, el profesor y político británico Richard Crossman (1907-1974), fue concebido al calor de una discusión. Se hallaba él pasando unos días en el norte de Gales junto con el escritor de origen húngaro Arthur Koestler (1905-1983). Una noche, un debate sobre un tema político llevó la charla a un punto muerto. Eso hizo que su amigo le comentase:

“—O no puedes o no quieres entender. Pasa lo mismo con todos vosotros, los anglosajones anticomunistas, cómodos e insulares. Odiáis nuestros gritos de Casandra y no nos queréis como aliados; pero, al fin y al cabo, los excomunistas somos los únicos que, entre los de vuestro lado, sabemos de qué va todo esto”.

Eso los llevó a charlar sobre por qué Fulano de tal se hizo comunista y por qué luego abandonó o no el partido. Crossman pidió a Koestler que le contara cómo se afilió él al partido, y le insistió que expresara “no lo que sientes ahora, sino lo que sentías entonces”. Cuando su amigo llevaba un rato hablando, lo interrumpió y le dijo que ese asunto debería plasmarse en un libro. Y de inmediato empezaron a barajar nombres de excomunistas capaces de expresar por escrito la verdad sobre sí mismos.

La amplia lista inicial que hicieron terminó limitándose a media docena de escritores y periodistas de diferentes países. Crossman apunta que un aspecto que consideraron esencial fue el de que “cada colaborador pudiese, no revivir el pasado —eso es imposible—, sino que, mediante un acto de autoanálisis imaginativo, pudiera recrearlo, a pesar de conocer la situación de los hechos desde el presente”.

Los seis intelectuales escogidos para describir su viaje de ida y vuelta al comunismo fueron el propio Koestler; el italiano Ignazio Silone (1900-1978); el afroamericano Richard Wright (1908-1960); el francés André Gide (1869-1951); el norteamericano Louis Fischer (1896-1970) y el británico Stephen Spender (1909-1995). De acuerdo a un criterio que creo resulta fácil deducir, los testimonios de los tres primeros se reproducen en un primer bloque titulado “Los iniciados”. Los otros tres integran la segunda parte, que se llama “Los adoradores a distancia”. Las experiencias que narran todos corresponden al período que va de 1917 a 1939, durante el cual, como anota Crossman, las conversiones eran muy comunes.

Además de esos seis textos propiamente dichos, en El dios que fracasó se incorporaron otros dos de carácter complementario. El primero es la introducción de Crossman, quien aparte de referirse al proceso de creación del libro desgrana una serie de ideas y reflexiones muy atinadas. El otro está firmado por la irlandesa Enid Starkie (1879-1970), catedrática de literatura francesa un Oxford. Fue ella quien se encargó de seleccionar, con la aprobación del propio Gide, las páginas de este que se reproducen. Las extrajo de las dos obras que él publicó después de su viaje a la Unión Soviética: Regreso de la URSS (1936) y Retoques a mi regreso de la URSS (1937), en las cuales dejó constancia de su desilusión y su crítica al estalinismo.

Leer este libro hoy, setenta y cinco años después de que viese la luz por primera vez, constituye una experiencia fascinante. En las breves páginas que redactó como prólogo para esta reedición, el escritor español Félix de Azúa apunta que puede parecer literatura arcaica y en cierto modo, lo es, “aunque en algunos países se mantenga el comunismo más vetusto como en Cuba o en Corea del Norte”. Sin embargo, agrega, es “una lectura instructiva porque muestra la permanencia de un sistema manipulador y represivo, adaptado al actual medio español por partidos como Batasuna-Bildu, Podemos-Sumar, los nacionalistas periféricos y similares”. Y no deja de advertir que hay además una herencia de totalitarismo inconsciente que permanece en España y Latinoamérica.

Referirme en detalle a cada uno de los textos es una tarea demasiado ardua y ocuparía mucho espacio. Así que me voy a limitar a glosar un par de ellos, para que se pueda tener una idea de cómo los autores asumieron la propuesta de narrar su fascinación por el comunismo y su posterior desencanto. Lo haré poniendo énfasis en las razones que contribuyeron a su cambio de postura respecto a esa ideología.

Empezaré por Koestler, quien en 1931 se afilió al Partido Comunista Alemán. Tras su ingreso, empezó a tener encuentros con miembros que tenían nombres de pila —Edgars, Paulas e Ivanes—, pero no apellidos ni dirección. Se fue dando cuento de que en el trato con ellos predominaba “una atmósfera fraternal paradójica, una mezcla de camaradería y desconfianza mutua”. Algo, reconoce Koestler, cierto para todo movimiento clandestino. Años después fue enviado a la Unión Soviética, donde, “aunque llevábamos anteojeras, no estábamos ciegos, e incluso los más fanáticos no podían darse cuenta de que no todo iba bien en nuestro movimiento”. Tras el estallido de la Guerra Civil española, logró entrar en este país para unirse al ejército republicano. Pero fue reconocido y denunciado como comunista y las tropas franquistas lo capturaron y encarcelaron. Pasó allí cuatro meses y fue liberado gracias a la intervención del gobierno británico. No sabía que a partir de ese momento había dejado de ser comunista.

Tras salir de España, se enteró de que, en las purgas estalinistas, su cuñado y dos de sus mejores amigos habían sido detenidos. Los tres eran miembros del Partido Comunista Alemán. A su cuñado, un médico políticamente ingenuo, se le acusaba de ser un saboteador que había inoculado sífilis a sus pacientes y también, como era de esperar, un agente de una potencia extranjera. “No se ha vuelto a saber de él desde su detención hace doce años”, apunta Koestler.

Los dos amigos eran un físico y su esposa. A él lo detuvieron en 1937, bajo la acusación de haber contratado a veinte bandidos para tender una emboscada a Stalin y a Kaganovich en su próximo viaje por el Cáucaso. Se negó a firmar una confesión, y permaneció en diversas prisiones durante tres años. En 1940, tras la firma del pacto Ribbentrop-Molotov, fue entregado a la Gestapo, junto con un centenar de comunistas austriacos, alemanes y húngaros. El físico sobrevivió a la Gestapo y participó en el levantamiento de Varsovia.

Su esposa fue detenida un año antes que su esposo. Era ceramista y primero la acusaron de haber introducido esvásticas en el dibujo que diseñó para unas tazas de té que se iban a producir en serie. Después, de haber ocultado bajo su cama dos pistolas que iban a usarse para matar a Stalin en el siguiente Congreso del Partido. Pasó dieciocho meses en la Lubianka, donde trataron de que actuase como pecadora arrepentida en el juicio contra Bujarin. Intentó suicidarse, pero la salvaron a tiempo y poco después fue puesta en libertad, gracias a los esfuerzos del cónsul austriaco en Moscú.

A propósito del caso de ese matrimonio, Koestler escribe que “nuestros marxistas nucleares no pueden afirmar que ignoran lo que ocurre en Rusia. Conocen en detalle la historia de, al menos, dos de sus colegas, ambos leales servidores de la Unión Soviética, detenidos por cargos grotescos, retenidos durante años sin juicio y entregados a la Gestapo. Saben además que estos casos no son excepcionales; tienen a su disposición informes fiables y de segunda mano de cientos de casos similares que afectan a los círculos académicos rusos. Y lo mismo puede decirse de todos los autores, periodistas e intelectuales que están afiliados al Partido Comunista o son sus simpatizantes. Cada uno de nosotros conoce al menos a un amigo que murió en los campos de trabajos forzados del subcontinente ártico, que fue fusilado acusado de espionaje o que desapareció sin dejar rastro. Cómo vibraban nuestras voces con justa indignación, denunciando los fallos de la justicia en nuestras confortables democracias. Y cómo callábamos cuando nuestros camaradas, sin juicio ni condena, eran liquidados en la sexta parte de la tierra. Cada uno de nosotros tiene un esqueleto en el armario de su conciencia; con sus huesos se podrían llenar unas catacumbas más laberínticas que las de París.

“En ninguna época y en ningún país han sido asesinados y reducidos a la esclavitud tantos revolucionarios como en la Rusia soviética. Para alguien que durante siete años encontró excusas para cada estupidez y cada crimen cometidos bajo la bandera marxista, el espectáculo de esta dialéctica del autoengaño, de estos equilibrios en la cuerda floja realizados por hombres inteligentes de buena voluntad, es más descorazonador que las barbaries cometidas por los simples de espíritu. Habiendo experimentado las posibilidades casi ilimitadas del funambulismo mental en esa cuerda floja, sé cuánto hay que estirar para que esa cuerda elástica se rompa”.

Louis Fischer fue un famoso periodista norteamericano, que en 1921 fue enviado como corresponsal en Berlín del New York Evening Post. Aunque nunca se afilió a ningún partido político, se convirtió en una apasionado y acérrimo defensor de la Rusia soviética, donde vivió por varios años. Escribía desde allí para el diario The Nation, y en sus artículos negó la gran hambruna provocada por la colectivización forzosa, que dejó unos siete millones de muertos. Asimismo, acusó al grupo de diarios y revistas de William Randolph Hearst de organizar campañas antisoviéticas. Durante la Guerra Civil española, Fischer fue voluntario de las Brigadas Internacionales. Regresó a Estados Unidos en 1938 y fue en esa época cuando comenzó su ruptura con el estalinismo. De hecho, abandonó The Nation por el carácter favorable de la información sobre la Unión Soviética que se publicaba.

Al referirse a la impresión que tuvo al visitar decenas de granjas colectivas entre 1932 y 1936, Fischer confiesa que su propia actitud comenzó a preocuparlo: “¿No estaba glorificando el acero y los kilovatios y olvidando al ser humano? Todos los zapatos, escuelas, libros, tractores, luz eléctrica y metropolitanos del planeta no añadían nada al mundo de mis sueños si el sistema que los producía era inmoral e inhumano”. Empezaron a aparecer así las primeras manchas negras en el lienzo de sus impresiones sobre la Unión Soviética.

En 1928 presenció el juicio a cincuenta importantes ingenieros soviéticos, a quienes se les acusó de sabotaje y espionaje. Creyó una parte del mismo, pero se hizo preguntas sobre el resto. Ese mismo año, Trotski fue detenido y deportado al Asia Central. Su crimen consistía en diferencias políticas y doctrinales con Stalin. Eso hizo reflexionar a Fischer que “el uso de la policía secreta para poner fin a una disputa política fue el Waterloo del Partido Comunista. A partir de entonces, los que tenían la fuerza pensaban que también tenían la razón. Y los disidentes preferían la seguridad a expresar lo que pensaban. El cinismo triunfó sobre la honestidad”. Apunta que se percató de esos fenómenos, pero entonces no comprendió que eran “el principio de una decadencia que ha llevado a la gran mentira y el gran silencio actuales. Inevitablemente, también, han contribuido a la aparición del Gran Líder”.

Para 1936, el trabajo periodístico había perdido para él toda emoción y ya no le compensaba ni estimulaba. De ahí que optara por irse a España. Estaba ya de regreso en su país natal, cuando el pacto nazi-soviético de 1939 acabó por abrirle los ojos. Aquel acuerdo no era para ganar tiempo, sino para ganar territorio. Fue la tumba del internacionalismo y la piedra angular del imperialismo bolchevique. Con aquel hecho, escribe Fischer, “dio comienzo la agresión planificada de Rusia que le ha proporcionado el chirriante imperio que tiene hoy día y que le ha convertido en el peor problema de la humanidad”.

Al hacer un balance de la etapa que pasó en la Unión Soviética, Fischer expresa que “mis años como partidario de los soviéticos me han enseñado que nadie que ame a la gente y a la paz debería favorecer una dictadura. El hecho de que un sistema proclame la libertad, cuando realmente la está limitando, no es una buena razón para abrazar un sistema que la aplasta completamente”.

Al final de su texto, apunta que ahora se da cuenta de que “el bolchevismo detenta la mayor concentración mundial de poder sobre el hombre”. Y agrega: “La Rusia de Stalin es condenada como un «estado policial», pero ese no es más que una parte del mal. El Kremlin mantiene sojuzgados a sus ciudadanos no solo mediante el poder policial y carcelario, sino también mediante el poder aún mayor que le confieren la propiedad y la dirección de todas las empresas económicas de la nación. Los trusts, cárteles y monopolios capitalistas son meros pigmeos comparados con el gigantesco monopolio político-económico que es el Estado soviético. No se puede presentar apelación alguna contra su poderío porque no hay poder en la Unión Soviética que no pertenezca a la dictadura gubernamental”.

Carlos Espinosa Domínguez
Texto y foto: Cubaencuentro, 16 de febrero de 2024.

lunes, 20 de mayo de 2024

El castrismo cuenta la historia a su manera


Sentados en la acera o arriba de enmohecidos muros, a la entrada del antiguo Instituto de Segunda Enseñanza de La Víbora, en el municipio habanero de 10 de Octubre, a unos veinte minutos en auto del centro de La Habana, seis estudiantes, cuatro varones y dos hembras, comentan sobre la liga española de fútbol, charlan de moda o se pasan audiovisuales musicales mediante una de las aplicaciones de móviles en Cuba.

Cuando les pregunto el día que nació la República, se miran unos a otros como intentando buscar colaboración para responder la interrogante. Jonathan decide tirarse a la piscina.. “El primero de enero”, dice, haciendo un gesto con sus hombros, por lo tonto que le parece la pregunta.

¿Estás seguro?, insisto. Daniela es la única del grupo que tiene dudas. “Creo que el 20 de mayo se fundó una república en Cuba, pero ya no se tiene en cuenta, porque fue mediatizada, al estar bajo el control de Estados Unidos. Cuando de verdad fuimos independientes fue en enero de 1959. Al menos eso dicen los libros de historia que damos en la escuela”.

Si usted a niños, adolescentes y jóvenes, en las edades comprendidas de 9 a 16 años, les pregunta sobre el día de la independencia y de otros temas nacionales o internacionales, notará profundas lagunas provocadas por décadas de adoctrinamiento pedagógico en la historiografía cubana y mundial.

Pero entre los cubanos mayores de edad el panorama es similar o peor. De nueve adultos encuestados, cuatro desconocían cuál era la fecha fundacional de la República. De los cinco que conocían la respuesta, dos eran mayores de 60 años, y todavía recuerdan la importancia del 20 de mayo en Cuba antes de los barbudos.

“Cómo no voy a recordar esa fecha. Ese día en mi casa colgaban una bandera cubana y estrenábamos ropas nuevas. En los colegios, públicos o privados, se visitaban sitios históricos. En mi escuela nos llevaban al Hogar del Veterano, donde estaban internados varios mambises y departíamos con ellos”, rememora Gustavo, jubilado.

El desconocimiento y los gazapos de muchos cubanos sobre una fecha tan importante son imputables al régimen de Fidel Castro. Al llegar al poder, él erigió una versión de la historia a conveniencia. Algunos sucesos se obviaron, minimizaron o burdamente se borraron. Otros se tergiversaron chapuceramente o se manipularon.

No pocos cubanos dan por hecho que José Martí fue el autor intelectual del asalto al Cuartel Moncada en Santiago de Cuba organizado por Castro en julio de 1953, o consideran que Cuba era una neocolonia de los Estados Unidos. Todos los que nacimos después de 1959 aprendimos la historia en blanco y negro.

El castrismo se empeñó en decirnos que el nacimiento de la República estuvo condicionado por la injerencia estadounidense, quedando plasmado en la Enmienda Platt, concesiones de tierra, licitaciones a empresas norteamericanas e intervenciones militares.

Pero hay que ubicarse en el contexto histórico. Cuando se mira un mapa de principios del siglo XX, una amplia franja de naciones en Asia y África eran dominadas por sus metrópolis. Fue duro para muchos asambleístas cubanos aprobar una Constitución con ese fatal apéndice. Pero la Carta Magna de 1901 contenía elementos clásicos de las constituciones modernas en lo relativo a la separación de poderes y derechos individuales.

Por supuesto, era una democracia imperfecta. Desigualdades, pobreza extrema, sobre todo en el campo, y gobernantes corruptos que convirtieron al Estado en un trofeo de caza. Pero en 1958, los hacendados y empresarios cubanos eran dueños del 70 por ciento de los negocios.

La ignorancia de muchos compatriotas va más allá del día de la República. Un segmento importante de estudiantes cubanos, universitarios incluidos, desconocen los crímenes de Stalin, el Holodomor o genocidio en la región de la Ucrania soviética y que debido al hambre cobró la vida a siete millones de personas. O el Tratado Ribbentrop-Molotov, un pacto con el fascismo alemán para compartir Europa del Este. Poco o nada se conoce sobre las intervenciones del Ejército Rojo en Budapest, Praga o Afganistán y que el régimen verde olivo, que se considera antiimperialista, no condenó la ocupación de Crimea por Vladimir Putin en 2014.

Del estado gamberro de Corea del Norte, impresentable dinastía comunista y sus chantajes atómicos, no escriben los medios en Cuba. Ni del tráfico de piezas aéreas y viejos aviones Mig cubanos rumbo a Pyongyang, detectados en Panamá en 2013, violando leyes vigentes de la ONU. Por supuesto, existe un silencio absoluto sobre las empresas y funcionarios cubanos implicados en los Papeles de Panamá. Con la ampliación de los servicios de internet, los interesados en conocer la podredumbre en las alcantarillas del poder y el pasado subversivo de la autocracia castrista, pueden verificarlo.

Detrás del desconocimiento de los estudiantes de La Víbora, existe un marcado interés oficial de describir la historia de Cuba y el mundo a su manera. Sin matices.

Iván García

lunes, 13 de mayo de 2024

No apto para cardiópatas

Nuestro hombre se acerca al dispositivo, recibe instrucciones y se ajusta la correa por detrás de la cabeza. De perfil, recuerda a una criatura submarina o alienígena; de frente, a un admirador de Daft Punk. Sus nalgas se acomodan sobre la banqueta, relaja los brazos y se sobresalta con una voz que sale de la nada: “A través del mundo virtual lo llevaremos a un recorrido por el mundo real”. Flotan delante de sus ojos –y de los nuestros, que estamos en su cabeza– otras palabras. Lo que está a punto de ver no es apto para cardiópatas. La advertencia está de más. Para nervios de hierro, los suyos, aunque cancanee en al menos dos idiomas.

El hombre-pez menea la cabeza y las piernas. Como es un novato en la Matrix, esos movimientos involuntarios son normales aunque provoquen risa. Azorados, sus guardaespaldas lo vigilan mientras él agita la palanca que, suponemos, guía los movimientos de su avatar. Cuando acaba el viaje, nada hacia la superficie de lo real y se quita el casco. Ha dado una vuelta por Gaza y no le gustó, se nota. Las cámaras lo asedian y quiere hablar, pero la voz le sale atarantada.

“Es muy duro lo que se ve en esas imágenes”, concluye, esquivando el micrófono que alguien esgrime contra él. “Es un exterminio, es un genocidio, es brutal y hay que pararlo”. Hasta ahí todo bien, pero la lengua lo traiciona. “Cuba no puede renunciar a estar condenando enérgicamente lo que está pasando”. Qué frase tan larga y fea, piensa, pero sigue. “Allá los que sean partícipes de esto, estarán condenados por la Historia”. Mejor, la solemnidad nunca falla. “Y tendrán esa carga de conciencia”. Aunque no hay que pasarse de solemnes, mira lo que pasó con Beatriz Johnson en la placa santiaguera. “Esto es inexplicable, esto es absurdo. Todos tenemos que alzar las voces y encontrar soluciones”.

Se rasca la nariz, ¿qué le habrán echado al casco? “¿Dónde está el camino de la dignidad?”, divaga, aguantando la picazón. “¿Y dónde está el camino de la solución?”. Gaza es lo de menos, medita en paralelo –para que después digan que no puede pensar en dos asuntos al mismo tiempo–; el problema es Cuba, “pueblo pequeño en cifras pero inmenso en valor”. La imagen le vuelve a salir forzada. “No subordinarse, no humillarse, no dejarse aplastar… eso le abre mucho la mente a la gente”. Por fin se apaga el discurso. Lo envuelven en un pañuelo palestino que, cuando nadie esté mirando, le servirá para secarse el sudor. Nunca más, piensa. La Matrix nunca más.

Pero se queda pensando en la epifanía de la Matrix. La experiencia lo ha iluminado. Ha apartado el velo de la ilusión y ahora ve una explicación que convence. Una teoría del todo. Si hay un mundo digital y un mundo físico, en Cuba debe de pasar lo mismo, ¿no? Claro que sí.

“Hay una dimensión que es la Cuba real y hay una dimensión que es la Cuba virtual”, declama en el primer capítulo de su nuevo programa de propaganda patafísica. (Otra idea, por cierto, brillante: ya no tendrá que viajar tanto y lo explicará todo desde el éter, donde no hay pueblo ni sudor ni masas.) Es verdad que la teoría no es nueva. Es verdad que ya Humberto López –ese invertebrado parlante– la formuló tras las protestas de 2021 y la han repetido otros voceros. Pero la experiencia en la Matrix fue tan diáfana que sería una lástima no atribuírsela a su intelecto. Si Castro fue el presidente-científico loco, el doctor Frankenstein, el caudillo de la biología y de Ubre Blanca, ¿no puede ser él un presidente ciberpunk, un mandatario informático e informatizador, máquina de generar tuits y applemaniaco?

En su país –el pueblo pequeño en cifras similar a Palestina– están dadas las condiciones. La Matrix prospera en las calles ruinosas y terrenos baldíos donde los niños pasan horas –cuando hay luz– sumergidos en los videojuegos. La gente viste harapos pero hay quien usa el iPhone del año. Por doquier se celebran torneos de Dota, donde cada cubano puede ser un orco, un elfo o un nigromante. Con el programa adecuado, los ciudadanos se pueden convertir en un molusco venusiano o un octópodo espacial, criaturas que no pasan hambre ni necesitan mandados ni protestan cada vez que hay apagón. Un país así, recreado por una inteligencia artificial, limpio, elástico, a la medida de su epifanía, sí se podría gobernar.

“En la Cuba virtual todo escaló tremendamente”, le dice ante las cámaras, condescendiente, Arleen Rodríguez –su amiga o mejor dicho, su socia– y la voz suena como la de un psiquiatra. ¿Duda de su teoría? ¿Quiere hacerlo quedar mal? ¿Sueña con trepanarle el cráneo, con hacerle sombra, con sedarlo y ponerle de nuevo el casco? ¿Le abrirá la cabeza para investigar en qué lugar guarda, como decía Caín, las maravillosas transformaciones de la bobería? Bueno, de algo hay que hablar, Arleen. Se ve que tú no estuviste en la Matrix. La vida real tampoco es apta para cardiópatas.

Xavier Carbonell
14ymedio, 24 de marzo de 2024.
Foto: De perfil, Díaz-Canel recuerda a una criatura submarina o alienígena; de frente, a un admirador de Daft Punk / Al Mayadeen

lunes, 6 de mayo de 2024

Raúl Rivero y la libertad en los versos

En momentos de renovadas protestas antigubernamentales en Cuba, marzo trae otro aniversario de la Primavera Negra.

La batida de Fidel Castro hace 21 años se saldó con juicios sin garantías procesales y sentencias ejemplarizantes para 75 figuras de la oposición que retaban el control del régimen. Además de los promotores del Proyecto Varela, del Movimiento Cristiano Liberación, y de la concertación Todos Unidos, los periodistas independientes, con el poeta Raúl Rivero como el más notable, fueron los principales objetivos de los represores.

El 18 de marzo de 2003 comenzaron aparatosos operativos policiales con el propósito evidente de amedrentar a la población, despliegues innecesarios para detener a opositores pacíficos y desarmados que en ningún caso ofrecieron resistencia.

Tras confiscar libros, documentos, correspondencia, ordenadores, máquinas de escribir, impresoras, aparatos de fax y otros medios de trabajo intelectual, la policía política condujo a los detenidos a su cuartel general en Villa Marista, sin que pudieran recurrir al Habeas Corpus ni establecer contacto con familiares y abogados hasta el 25 de marzo.

En esos días, Rivero tuvo en la poesía momentos de liberación. En el reverso de una plantilla de sus interrogadores escribió estrofas que DIARIO DE CUBA publica en homenaje a uno de sus fundadores. El poema, que tituló "No, si yo no estoy llorando", es un reflejo del miedo natural de aquellos días, de las duras condiciones del cautiverio, cuyas consecuencias lo acompañarían hasta su muerte.

"La poesía política suele escribirse con rabia y agudeza. En muchos de sus poemas, Raúl Rivero le añadió a esas rabia y agudeza un matiz sentimental, como en este poema escrito en el reverso de una planilla oficial. En una de las caras, el poema habla de llorar y no llorar. En la otra, la cara impresa, el totalitarismo dicta: 'Destrúyase'. Este papel, con sus dos caras, podrá ser un día una pieza esencial en la memoria de Cuba. Es poesía escribiéndose contra el totalitarismo", consideró el escritor Antonio José Ponte, vicedirector de Diario de Cuba.

Sin ser del Partido Comunista, ni de los delatores Comités de Defensa, ni del único sindicato legal, ni acudir a marchas del pueblo combatiente, Raúl Rivero creyó en la Revolución. En el semanario cultural habanero El Caimán Barbudo y en la corresponsalía de Moscú de la agencia oficial Prensa Latina empleó su talento periodístico en favor de los valores humanísticos y principios políticos aparentemente sostenidos por el movimiento que le dio el poder a Fidel Castro en 1959.

Sin embargo, como apuntó el fallecido poeta Manuel Díaz Martínez en el diario español ABC, el deterioro de la fe de Rivero fue paulatino. "Determinado por la metamorfosis de ese movimiento en una autocracia de corte estalinista, fue, como en tantos intelectuales cubanos, un proceso progresivo, inexorable y doloroso. Un proceso que en Rivero no desembocó en la apatía —algo difícilmente compatible con su personalidad—, sino en un disenso frontal y público, con todas las aciagas consecuencias que esto puede tener en la granja de los hermanos Castro".

Díaz Martínez y Rivero firmaron en 1991 la Carta de los Diez, una declaración abierta dirigida a Fidel Castro, en la que ellos y otros escritores cubanos reclamaban la democratización del régimen y libertad para los presos políticos. Cuatro años después, Rivero se convirtió en pionero del periodismo independiente cubano, al fundar la agencia Cuba Press, que se propuso desvelar esa realidad de la Isla que ocultan o mutilan los periódicos, la radio y la televisión oficiales, transmisores de la propaganda del régimen.

Entre el 7 y el 9 de abril de 2003 finalizaron los juicios de los 75 detenidos durante la Primavera Negra. Rivero recibió una pena de 20 años que llevó sobre sus espaldas hasta el último día de su vida. La condena más alta de aquella arremetida, de 28 años de prisión, fue dictada contra Luis Enrique Ferrer García, activista del MCL.

La Primavera Negra le costó caro a Fidel Castro. Evidenció el valor de la disidencia y el periodismo independiente. Mostró la cara más represiva de su régimen y su determinación de pasar por encima de los derechos civiles y políticos del pueblo cubano. Si algo consiguió, fue la repulsa de prestigiosas figuras internacionales.

El Premio Nobel de Literatura José Saramago declaró al diario El País, el 14 de abril de 2003: "Hasta aquí he llegado. Desde ahora en adelante Cuba seguirá su camino, yo me quedo. Disentir es un derecho que se encuentra y se encontrará inscrito con tinta invisible en todas las declaraciones de derechos humanos pasadas, presentes y futuras. Disentir es un acto irrenunciable de conciencia. Puede que disentir conduzca a la traición, pero eso siempre tiene que ser demostrado con pruebas irrefutables. No creo que se haya actuado sin dejar lugar a dudas en el juicio reciente de donde salieron condenados a penas desproporcionadas los cubanos disidentes".

El escritor español Juan Goytisolo dijo el 16 de abril en el mismo diario: "Mi aversión a Fidel Castro es comparable a la que suscitaba en mí Sadam Hussein. Uno y otro encarnan lo peor del tradicional caudillismo árabe e hispano: control absoluto del poder, opresión, demagogia populista, supresión implacable de toda forma de disidencia, juicios sumarios de corte estaliniano... Si el primero no ha llegado a emplear gases tóxicos contra su propia población no ha sido por razones humanitarias, sino porque no necesita llegar a tal extremo: su mano de hierro es el arma disuasoria suprema".

En 2004 Raúl Rivero recibió una "licencia extrapenal" por motivos de salud, y en abril de 2005 se trasladó a España. En 2010 le siguieron 52 presos políticos que tras negociaciones internacionales cambiaron los calabozos por el exilio. 22 decidieron permanecer en la Isla. Los que salieron fueron condenados al destierro. Regis Iglesias Ramírez, portavoz del Movimiento Cristiano Liberación, cumplió su condena de 18 años en 2021, pero el régimen le impide volver a su tierra natal.

Quienes permanecen en Cuba actualmente sufren las consecuencias de su oposición frontal al régimen: Félix Navarro Rodríguez y José Daniel Ferrer García (condenados a 25 años) fueron enviados otra vez a prisión a raíz de las protestas del 11 de julio de 2021; Iván Hernández Carrillo (sentenciado a 25 años en 2003), Martha Beatriz Roque Cabello (20), Ángel Juan Moya Acosta (20), Librado Ricardo Linares García (20), Óscar Elías Biscet González (20) y Eduardo Díaz Fleitas (20), siguen ejerciendo su activismo bajo el acoso de la policía política.

Ángeles Rosas
Diario de Cuba, 23 de marzo de 2024.
Foto: Raúl Rivero joven y un poema suyo escrito en el reverso de una planilla de la Seguridad del Estado. Tomada de Diario de Cuba.