Acerca de las absurdas y mojigatas limitaciones impuestas a los alumnos de la Facultad de Comunicaciones, escribía recientemente Elaine Díaz en su blog: “los decisores políticos se escandalizan con las cosas de los estudiantes como si la Revolución se viniera abajo la próxima semana. Habría que preguntarse qué clase de Revolución se viene abajo por tan poco.”
La respuesta es sencilla: una revolución como la de Fidel Castro, que hace mucho dejó de serlo para convertirse en una dictadura chantajista y mezquina, que si ha logrado mantenerse 54 años en el poder es precisamente porque le teme a todo lo diferente, se cierra a cal y canto, y no vacila en reprimir, lo mismo a un estudiante indócil que piensa con su cabeza que a las Damas de Blanco, que para los esbirros de la Seguridad del Estado todos son lo mismo: peligrosos enemigos de una revolución tan frágil que no puede tolerar algo que difiera un ápice de las ordenanzas oficiales.
Además, en su aberrante paranoia le temen a los libros, las canciones, las artes plásticas, los blogs, Facebook y la Internet en general. Y también a las películas en 3D. Los mini-cines privados que las proyectaban han sido prohibidos, sin importar las personas que perderán el dinero que habían invertido ni las que quedarán sin trabajo. Alegaron que estos cines nunca habían sido autorizados oficialmente, así es que ni siquiera les dieron un plazo para cerrar.
¡Allá los ilusos que pensaban que habían quedado atrás las prohibiciones por razones ideológicas!
Algunos piensan que detrás de la prohibición de los cines en 3D, como en el caso de la ropa importada de Ecuador o Miami que venden los particulares, está el deseo del Estado de eliminar la competencia de los particulares. Pero no nos engañemos: las razones son más ideológicas que meramente comerciales. Tan ideológicas como cuando en los 60 prohibieron la música norteamericana y por extensión la británica también, The Beatles incluidos, faltara más.
La prohibición de los mini-cines se veía venir. Hacía varios días, un extenso artículo (3 260 palabras) de Juventud Rebelde, el periódico de la Juventud Comunista, mostraba la preocupación oficial al respecto. Citaba a Fernando Rojas, viceministro de Cultura, quien acusaba a estas salas de video de promover “la frivolidad, la mediocridad, la pseudo-cultura y la banalidad”. A pesar de que el viceministro se pronunciaba por regular antes que prohibir, finalmente el régimen se decidió por lo segundo.
Así, una vez más, un puñado de intelectualoides sumisos y engreídos, a nombre de sus obsoletos jefazos, incultos y sin una gota de clase, que han haitianizado y lo que es peor, barbarizado el país, se arrogan el derecho a convertirse en árbitros de la calidad cultural y el buen gusto.
No es que les falte razón a los comisarios culturales cuando dicen que en estas salas primaban los productos banales y de baja calidad. Pero esos productos no son muy diferentes de las películas y series pirateadas que pasan por la TV cubana o que se exhiben en los pocos y deteriorados cines que quedan. Porque el cine high-brow (ay, Huxley) que dicen algunos corresponsales extranjeros se ve en La Habana es bastante escaso. Solo se ve cine de autor y películas de cierta calidad en algunos programas televisivos, en contados ciclos cinematográficos a los que muy pocos van y en los Festivales del Nuevo Cine Latinoamericano, que cada vez va peor y que ahora, sin Alfredo Guevara, está en veremos.
El interés de los comisarios en cultivarnos el gusto (siempre dentro de las coordenadas morales e ideológicas del sistema) para hacernos “el pueblo más culto del planeta”, por falta de organicidad y coherencia, pero sobre todo de sinceridad, ha fracasado en toda la línea. A los aseres les resbalan por el carapacho la Universidad para Todos, el ballet, la música sinfónica y de cámara, el jazz y el cine de autor. Ellos prefieren el reguetón, los muñequitos Manga y las películas de vampiros y de Jackie Chan. Y si tienen el dinero, “ponerse los espejuelitos” y ver Avatar y Ice Age en 3D.
Las prohibiciones no van a conseguir adecentar a los cubanos y cultivarles el gusto. Solo harán más aburridas y miserables sus vidas. Particularmente las de los jóvenes. Tal vez los jefes piensen que así les será más fácil controlarlos. ¡Vaya ideas que se les ocurren!
Luis Cino
Cubanet, 10 de noviembre de 2013.
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