lunes, 18 de mayo de 2015

La muerte puede ser un negocio


En una carpintería en Bejucal, municipio de la provincia Mayabeque, al sur de La Habana, los sarcófagos se amontonan en un cuarto sin ventanas, rodeados de aserrín y rollos de telas negra y blanca, a la espera de que la empresa de servicios funerarios pase a recogerlos.

“Son de pésima calidad. La peor madera. Al igual que la tela para recubrir los ataúdes y los enchapes. Cuando se cargan las cajas vacías, tienes que moverlas con cuidado, porque madera se agrieta con cualquier golpe. Como hay déficit de cristales, le ponemos un pedazo de acrílico en la cabecera”, comenta un obrero.

Los servicios funerarios en Cuba son administrados por el Estado. Según Caridad, ama de casa, los problemas van más allá de no poder elegir un sarcófago de calidad.

“Hace una semana falleció mi padre. Aquello fue tremendo. Desde la ambulancia, que demoró tres horas para trasladarlo de la casa al hospital y luego otras dos horas para llevarlo a la funeraria. En la funeraria de Santa Catalina y Luz Caballero -en la barriada habanera de La Víbora- no había ni café. Las coronas que ofertan los establecimientos del Estado tienen las flores marchitas y están confeccionadas de forma chapucera”, cuenta Caridad.

Existen otras opciones, más caras. Alberto, dueño de una paladar en Arroyo Naranjo, en las afueras de la capital, desembolsó alrededor de 180 cuc en los trámites funerarios de un familiar.

“Compré un ataúd hecho por un carpintero particular, me costó 65 cuc. Y gasté 90 cuc en alquilar autos, comprar comida a los parientes, 10 cuc al empleado de la funeraria que maquilló al difunto y a los sepultureros les di 15 cuc para que me colocaran una jardinera con flores y cuidaran que no ultrajen el cadáver”, confiesa Alberto.

La prensa independiente ha reseñado varios casos de hurtos de osamentas humanas en cementerios, utilizadas en oficios religiosos. “Los paleros a cada rato vienen. Aunque a veces escudándose en la noche, se roban los huesos. O le pagan a los custodios, ellos ganan 300 pesos, y por 10 o 20 ‘chavitos’ les da lo mismo el muerto que sea”, cuenta un trabajador del Cementerio de Guanabacoa.

En el villorrio de El Calvario, en el desvencijado cementerio local, el sepulturero cosecha calabazas en una zanja al fondo del camposanto. “Hace tiempo que no hay entierros. La venta de calabazas le reporta una entrada extra de dinero”, dice un vecino.

En La Habana se ha puesto de moda incinerar a los fallecidos. Existe un solo crematorio, en Guanabacoa. “Cobran 300 pesos (alrededor de 16 dólares). Es un proceso rápido e higiénico. Después depositan las cenizas en un recipiente, que puedes guardar en tu casa, esparcirlas en el mar u otro sitio preferido de la persona”, explica Darién, quien guarda las cenizas de su madre al lado de su cama.

En un artículo publicado en el semanario provincial El Artemiseño, la periodista Yudaisis Moreno, se mostraba sorprendida por el comentario de un trabajador del servicio funerario, donde planteaba que “la estimulación salarial dependerá de poder enterrar unos 50 cadáveres cada mes”.

La reportera suponía que era una broma. Pero no lo era. Moisés Leonardo Rodríguez, periodista independiente, publicó una nota en Cubanet donde confirmaba que en el Cementerio del Mariel, la empresa funeraria local premiará salarialmente a sus trabajadores si efectúan 34 exhumaciones o entierros mensuales.

En Cuba sobreviven varios empleos estrafalarios como rellenar fosforeras, fabricar quinqués o forrar botones, pero en 56 años de autocracia verde olivo la defunción, como la vida, siempre fueron administrados por el Estado.

Ahora con las tímidas reformas económicas del general Castro hasta la muerte se puede negociar.

Iván García

Foto: Empujando un carro fúnebre en Cabañas, Artemisa. Tomada de Cubanet.

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