Cuando cae la noche en el barrio gris y marginal de Palo Cagao, en el municipio habanero de Marianao, a Yosbel le atrapa la angustia. Y el aburrimiento lo empuja a comprar metilfenidato en un negocio clandestino de la zona.
Nunca se ha cuestionado el efecto dañino de los sicotrópicos. Lo hacen sentir bien. “Me cambia el cuerpo. Luego uno se engancha. El vicio te vence. Y cada peso que me busco lo gasto en metil”, apunta sentado en el contén de una acera rota.
En estos distritos duros de La Habana, las patrullas policiales no son frecuentes. Las calles destruidas, oscuras y a medio asfaltar no son sitios para turistas.
“Cualquier cosa provoca una bronca. En estas barriadas, la promiscuidad es habitual. La gente está cansada de todo. Aburrida de lo mismo. De no tener futuro. De saber que siempre van ser unos muertos de hambre. No sé, son tantas cosas que no puedo definir. El caso es que cuando te cae un menudo en el bolsillo, el primer sitio que se visita es un bar o ir a comprar pastillas para ‘volar’”, comenta Yosbel.
El metilfenidato le provoca una sensación de lucidez y elocuencia. “Me siento rico. La muela (hablar) se me desata. Le descargo el vuele a una jevita (chica) o a un socio tan aburrido como yo”, señala con una sonrisa lánguida.
Aunque el gobierno de Raúl Castro amortigua y silencia el fenómeno de las drogas y el alcoholismo, su auge es preocupante. En Cuba, cualquier efemérides o acontecimiento es el pretexto perfecto para tomar un brebaje de tercera categoría que se vende como cerveza a granel.
Las drogas no son una excentricidad. Carlos, sociólogo, dice que muchos jóvenes mayores de 16 años ya han probado la marihuana o sicotrópicos.
“Si fuese algo raro no existirían clínicas en todos los municipios de la capital para atender alcohólicos y drogadictos. Se piensa que solo en la farándula, a nivel de artistas, músicos, intelectuales y gente con billete se mueve el furor por la cocaína o la marihuana importada. Pero entre los adolescentes de matrimonios disfuncionales, jóvenes- y no tan jóvenes- que viven en barrios pobres, enajenarse es cotidiano".
Según el sociólogo, se ha estructurada una respuesta gubernamental para atender esos casos. "Pero al tener escasa publicidad, es desconocido por las personas adictas. También subsiste el temor de confesar que son drogadictos, pues muchos creen que pueden ser enjuiciados”.
Adriano, trabajador por cuenta propia, tuvo que ser ingresado en una sala del hospital siquiátrico conocido como Mazorra, para recibir tratamiento médico por el uso continuado de marihuana y alcohol.
“Yo tenía un negocio de vender ropas. Todo el dinero que ganaba lo gastaba en yerba y ron. La que armaba en mi casa cuando estaba 'arrebatado' era de apaga y vamos. Mi madre me ingresó en Mazorra. Ahora reconozco que estoy enfermo. Es el primer paso, reconocerse adicto. En las charlas colectivas hay casos muy duros. Gente que intentó asesinar a sus padres por no tener dinero para comprar bebida o drogas. Limpiarse depende de sí mismo. Pero con el montón de problemas existentes en Cuba, cualquiera puede recaer”, confiesa.
A pesar de los precios prohibitivos, se ha producido una escalada en el uso de drogas y sicotrópicos. Un gramo de cocaína, altamente adulterada, puede costar entre 60 y 80 pesos convertibles.
El metilfenidato en polvo se vende a 2 cuc el gramo. Sicotrópicos como Parkisonil se ofertan en La Habana subterránea a 25 pesos la pastilla, dependiendo si es blanca o roja. La marihuana criolla se expende a 25 o 30 pesos el cigarrillo. La importada, conocida como ‘yuma’, a 120.
En el argot callejero, la yerba tiene motes llamativos: la patá de King-Kong, submarino amarillo o se acabó el abuso. El ron casero, destilado con excremento de vaca y carbón industrial es conocido como bájate el blúmer, vírate al revés o anestesia pa'l dragón.
Medio litro de ron infame cuesta 10 pesos. Es el trago habitual de mendigos, lunáticos y olvidados. La marihuana criolla se fuma para evadirse de la realidad, como complemento en una juerga con prostitutas o por puro vicio.
En el mes de mayo, la prensa oficial informaba del decomiso de 14 fincas entregadas en usufructo o de propiedad privada en Sancti Spíritus. En el municipio de Taguasco se encontraron 453,252 semillas de marihuana, 433 plantas y 395 tallos podados.
Un operativo similar fue llevado a cabo por la Sección Antidrogas del Ministerio del Interior, en la zona Hoyos de Mursulí, en Banao, Sancti Spíritus. Fueron apresados dos ciudadanos naturales de la provincia de Santiago de Cuba, quienes le habían comprado ilegalmente la finca a un campesino de la Cooperativa de Créditos y Servicios Ramón Pando Ferrer.
En una de las fincas confiscadas, se ocultaban 69,612 simientes de marihuana. Existen pescadores furtivos y vecinos de poblados costeros que venden los alijos de drogas que recalan en Cuba.
“Con una sola paca que vendas, resuelves tus penurias. Gente que se dedica al negocio en La Habana te puede dar hasta 80 mil cuc por la paca. Se rumora que policías y militares corruptos también se dedican al giro, pues cuando la ocupan no incineran toda la droga”, apunta un residente de un pueblo de la costa habanera.
Mientras el consumo de alcohol, sicotrópicos y drogas crece en flecha, los medios oficiales hacen mutis. Manejar con discreción un flagelo que asola al mundo no es la solución mágica. En el caso de la Isla tiene tintes políticos. Sería reconocer el fracaso del sistema.
Iván García
Foto: Tomada de Cubanet, de la nota titulada Encuentran borracho a subdirector de un preuniversitario que estaba de guardia.
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