Andy Guzmán se prepara un trago de ron blanco con refresco de cola mientras a su alrededor media docena de personas hierven boniatos, limpian pescados, trocean carne de cerdo y un agradable olor a condimentos envuelve la cocina de su casa.
A ratos, da órdenes a sus trabajadores o con una diminuta cucharilla prueba algún plato. Tres años después de abrir una cafetería familiar ya puede pensar en grande.
“Un negocio rentable en Cuba es complejo. Las leyes, los impuestos excesivos, la inexistencia de un mercado mayorista, la corrupción de los inspectores y el bolsillo del consumidor, que debido a la inflación silenciosa y bajos salarios, no posibilita obtener mejores beneficios”, apunta.
Guzmán es licenciado en cultura física. “Después de graduarme me ubicaron como profesor de educación física en una escuela primaria. Ganaba 300 pesos y la mayor parte del día no hacía nada por falta de implementos deportivos. Me fui a trabajar con un amigo que tenía una cafetería. Allí aprendí el negocio. Una tarde pedí prestados 200 pesos convertibles (unos 220 dólares) y con ese dinero, más los 500 cuc de una moto rusa Karpaty que era de mi padre y la vendimos, abrimos una cafetería de comida en el portal de la casa”, recuerda.
A los cuatro meses, Andy pagó su deuda y contrató dos trabajadores. “Mi madre y yo cocinábamos. Mi padre hacia los jugos. Empezamos vendiendo de 90 a 100 comidas diarias que representaban 4 mil pesos en ventas (200 dólares) y las ganancias eran de 20 cuc para cada uno. Al año ya vendíamos 350 raciones de comida cada día y los fines de semana 400”.
Remodelaron la cafetería y ahora tienen seis trabajadores y dos personas encargadas de repartir comida a domicilio. “La estrategia familiar fue calidad y precios asequibles sacrificando ganancias. Un plato de arroz frito, filete de pescado castero y tostones o boniatos fritos, cuesta 45 pesos (alrededor de dos dólares). No tenemos una buena ubicación (en una cuadra interior) y el barrio donde resido (La Víbora) no es zona de afluencia turística. Pero las cosas marchan bien”, cuenta.
Los proyectos de Guzmán y su familia para 2016 es convertir parte de la casa en un bar-restaurant y vender a precios módicos solo en el portal.
¿Piensa pedir créditos bancarios locales o prestamos a parientes en el extranjero?, le pregunto. “En absoluto. Tampoco confío en las instituciones bancarias cubanas. El Estado nos ve como tipos sospechosos. Si las cosas me van bien, quisiera comprar una casa y un auto. Mis sueños son bastante terrenales”, confiesa Andy.
En su mente no está emigrar. “Pero si esta gente (gobierno) siguen poniendo trabas me lo pensaría. El Estado con sus gravámenes y la no apertura de mercados mayoristas es el culpable de que los precios no bajen”, señala el emprendedor habanero.
Las reglas de juego para los pequeños negocios en Cuba son enmarañadas. Durante décadas, el régimen clasificó a los trabadores privados como‘merolicos’ y presuntos delincuentes. Pero la crisis económica estacionaria que se extiende por 26 años es una razón de fuerza mayor para que el general Raúl Castro abriera la talanquera.
El Estado Benefactor, que antaño premiaba a las personas de acuerdo a su lealtad con un apartamento o un televisor Krim 218 en blanco y negro, está en bancarrota.
La Cuba de Castro ha abierto pequeños bolsones de economía de mercado, cooperativas privadas más por supervivencia que por convicciones o cambio de mentalidad.
La lista de negocios que prosperan mediante el trabajo duro, creatividad y perseverancia es amplia. Desde Enrique Núñez, dueño de La Guarida, el restaurante privado más famoso de Cuba, que no podía imaginarse cuando se graduó de ingeniero en telecomunicaciones que el éxito y el dinero le llegarían administrando fogones, hasta paladares gourmet como La Fontana, en Miramar, al oeste de La Habana, que ya sueña con abrir una sucursal en Miami, siempre triunfan peleando a la contra.
Según Renato, economista, “entre el 60 o 70% de los negocios más rentables -hostelería, transporte y gastronomía- se financian con dinero de familiares residentes en el exterior. Hay un segmento, que probablemente no llega al 1%, de parientes de funcionarios del régimen que juegan con ventajas para importar o comprar bienes. Calculo en un 25 o 30% los se han abierto camino combinando creatividad y esfuerzo”, apunta.
Desde luego que no todos triunfan. Armando, burócrata de la ONAT (oficina que regula el trabajo privado) considera “que más de 75 mil personas han entregado sus licencias después de fracasar en su negocios”.
El gobierno verde olivo impulsa una campaña para que los emprendedores particulares accedan a créditos bancarios. Hasta ahora sin grandes resultados.
En 2014, solo 658 de los llamados "cuentapropistas" pidieron créditos a entidades bancarias estatales. Fueron 75 en la capital y 583 en el resto del país, informó un reporte de la revista Bohemia. Esto representa el 0,1% de los más de los 347 mil trabajadores privados registrados en esa fecha.
El valor de los créditos otorgados fue de 13 millones de pesos cubanos (unos 520 mil dólares). De las cooperativas no agropecuarias, 38 recibieron financiamientos por 18 millones de pesos (720 mil dólares).
Francisco Mayobre, vicepresidente del Banco Nacional de Cuba es optimista. Según declaró al diario Granma en el año en curso, los préstamos a trabajadores privados (ya rondan el medio millón) ascienden a 129 millones de pesos (alrededor de 105 millones de dólares).
Pero muchos emprendedores privados, como Dimitri, que planea abrir un bar a tiro de piedra del malecón de La Habana, prefiere pedir un préstamo familiar o vender alguna propiedad.
“El gobierno fiscaliza en exceso. Y los créditos no exceden de 10 mil pesos (450 dólares). Ese dinero no alcanza ni para empezar. Y las deudas con el Estado en Cuba son peligrosas. Es un vuelo sin escala directo a la cárcel”, dice.
Después del 17 de diciembre, la administración de Obama trazó una hoja ruta para empoderar negocios privados con la concesión de micro créditos e importaciones. Pero hasta la fecha el gobierno de Castro no ha diseñado una estrategia para que se pueda implementar.
La opción sigue siendo armar un tenderete en el garaje o portal de la casa tras un préstamo de algún pariente residente en Miami. O vender una anacrónica moto de la era soviética como hizo Andy Guzmán.
Iván García
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