En Cuba ha aumentado el número de niños que trabaja para ayudar a sus familias. Transgrediendo las leyes nacionales e internacionales, decenas de menores son aprendices de oficios remunerados o se prostituyen con la anuencia de sus padres. Les presento varios casos.
El sueño de Yamila (los nombres han sido cambiados), 14 años, era cantar o ser actriz de telenovela. Su primer y único juguete fue un micrófono rosado que una amiga de la madre le regaló. Con el micrófono plástico se pasaba horas cantando ante el espejo.
“No sé si por ser negros, pobres o por tener mala suerte, mi familia nunca ha levantado cabeza. Unos son borrachos, maleantes o presidiarios. Al padre de mi hija mejor no mencionarlo. Yo quiero ser diferente y trato de ganar dinero honradamente. Por 3 cuc, dos veces a la semana limpio una cafetería particular. También varias casas en mi barrio. Tengo demasiado trabajo y mi hija me ayuda. Ese dinerito es para que a ella no le falte comida ni ropa. El acuerdo es que no deje la escuela”, dice Silvia, madre de Yamila.
Todos los domingos, Yamila limpia y ordena el apartamento de un matrimonio de la tercera edad. “Pagan 4 cuc, el dinero me lo dan a mí. A Yamila la tratan bien y siempre le preparan una merienda. A su edad, debería estar jugando con sus amigas, pero nuestra situación económica es muy dura. Nosotras dos solitas somos las que tenemos que echar pa´lante”, confiesa Silvia.
No se puede culpar al régimen por desatender a los niños en edades vulnerables. La economía no funciona, las libertades políticas están prohibidas y los salarios son una broma, pero las leyes cubanas protegen a la infancia.
En todos los barrios, hay trabajadores sociales e instituciones estatales que supuestamente deben velar por esos casos. Pero no siempre funcionan. O funcionan mal. La crisis económica estacionaria que se extiende por 26 años, ha provocado que muchas familias pobres deban contar con la ayuda de sus hijos para el mantenimiento del hogar.
“Es un fenómeno complejo y con múltiples aristas. Las leyes en Cuba prohíben tajantemente el trabajo remunerado a menores de 16 años. Es necesario elaborar un nuevo código de la niñez y la juventud, pues su interpretación es muy elástica”, señala Julio, abogado. Y agrega:
“En la Isla, la mayoría de edad es a partir de los 16 años y es obligatorio tener carné de identidad. Entonces pueden ya trabajar legalmente, casarse o ser sancionados y enviados a prisión. Sin embargo, para salir del país y otras exigencias, la edad mínima requerida es 18 o 21 años. El Estado tiene un entramado jurídico que vela por la seguridad y derechos de los niños. Pero las instituciones no siempre hacen su trabajo con el rigor requerido. Y la familia, el bastión fundamental en la educación de un niño, a veces es cómplice de los abusos sexuales o les permiten trabajar”.
En suburbios habaneros, se pueden ver adolescentes vendiendo frutas, vegetales o frijoles en puestos ambulantes o pan a domicilio en un carretón de madera o como ayudantes de cocheros de caballos.
A sus 13 años, Liosbel, debiera estar cursando el octavo grado. Pero según el padre, un alcohólico al cubo, “el chama no tiene cabeza pa’ los estudios y se dedica a vender galletas y pan de flauta pa'ganarse unos pesos”.
En las barriadas duras de La Habana, adultos imprudentes utilizan a chicos en labores prohibidas por la ley. En una callejuela a medio asfaltar del municipio Arroyo Naranjo, el más pobre y con mayor número de sucesos de sangre en la capital, funciona una valla ilegal de peleas de gallos.
Los fines de semana ofrece distintos carteles y el dinero corre. El dueño de la valla, un tipo de más de seis pies con pinta de matón, les paga 100 pesos (alrededor de 4 dólares) a varios adolescentes del lugar, para que vigilen y alerten de la presencia de la policía.
Rigoberto, padre de uno de esos chamacos, es asiduo a la valla, donde bebe cerveza y se juega hasta mil pesos, mientras los gallos lidian en un espacio circular. Está orgulloso de que su hijo sea custodio, “de esa manera aprende a ganar dinero por sí mismo y se hace hombre”.
Ariel, 15 años, dejó la escuela en séptimo grado y junto a su tío, se dedica a recolectar materias primas. Vive en una vivienda de madera y sin muebles en San Miguel del Padrón, al sureste de la capital.
Cada noche, con un saco de yute al hombro, camina diez o quince kilómetros recogiendo latas vacías de cerveza o refresco, botellas de cristal y pomos plásticos. Ariel y su tío hurgan en latones de basura y merodean por cafés y bares de moneda dura, lo que les permite recoger más kilogramos de materia prima y ganar más dinero.
En una habitación mugrienta y calurosa, en la parte posterior de su chabola, apilan decenas de sacos. “La materia prima se la vendemos al Estado. Los pomos plásticos los lavamos bien con detergente y se los vendemos a particulares que elaboran puré de tomate o salfuman”, expresa el tío, sin dejar de enjuagar pomos en agua estancada en un tanque.
Debido a carencias económicas y ambientes familiares violentos o disfuncionales, no pocos adolescentes optan por prostituirse. El Ministerio de Justicia reconoce que se han documentado varios casos de prostitución infantil con extranjeros.
En Bayamo, Granma, provincia a unos 700 kilómetros al este de La Habana, en 2010, Lilian Ramírez, una niña de 12 años, fue asesinada en una aparente trama de prostitución en la cual estuvieron implicados turistas italianos, quienes fueron juzgados y condenados.
Llamémosle Serguéi. Es proxeneta y lleva ocho años en el giro. Él afirma que existen más menores prostituyéndose del que las autoridades suponen.
“A la hora de cuadrar con el cliente, muchas jineteras dicen tener una edad mayor. Hay extranjeros y cubanos con billetes que pagan bien a las menores de 15 años. Pero donde yo noto un auge es en la prostitución masculina. A los pingueros adolescentes los lloran los turistas que vienen buscando sexo”, comenta.
El Estado cubano considera que los casos de menores en la prostitución o que trabajan ilegalmente son excepcionales. Pese al silencio de los medios oficiales y la ausencia de estadísticas, el fenómeno no se puede ocultar.
Las instituciones especializadas no cuentan con suficiente presupuesto ni personal. Las penurias económicas y un desfavorable entorno familiar, han propiciado que niños y adolescentes cubanos se hayan visto obligados a trabajar o prostituirse, para ayudar a sus padres o mantenerse ellos. Se han convertido en adultos por obligación.
Iván García
Hispanost, 15 de enero de 2016.Foto: Tomada de El trabajo infantil en Cuba.
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