Natasha (nombre ficticio), 22 años, demora casi dos horas en acicalarse, antes de comenzar su ronda nocturna por bares privados y discotecas.
Pasada las 11 de la noche, se va al Túnel, una discoteca del municipio Diez de Octubre, ubicada en un antiguo refugio antiaéreo edificado a fines de los 80, cuando Fidel Castro se preparó para una inminente invasión yanqui que nunca llegó.
Desde su Samsung Galaxy, Natasha le envía mensajes a su piquete de amigas, les pide encontrarse a la entrada de la disco. “Sabemos a la hora que empieza la fiesta, pero no a la que termina. Excepto los lunes, que suelo descansar, el resto de la semana es fiesta y pachanga”.
La joven no estudia ni trabaja. Pero es la encargada de llevar comida a su casa, darle dinero a su madre y mantener a su padre, un alcohólico inútil.
Tiene un pacto tácito. “Les doy los ‘fulas’ y ellos se ponen un zipper en la boca. Mientras el frigidaire (nevera) esté lleno de comida y a mi padre no le falte dinero para comprar ron, viran la cara hacia otro lado y me dejan hacer”, confiesa.
Luego de bailar reguetón y timba agresiva, tomarse media docena de cerveza Corona, Natasha y sus amigas planifican el siguiente paso. “Le llamamos ‘cazar al punto’. Siempre estamos atentas de quién nos invita a tomar cerveza, bailar o halar una raya de melca (cocaína). La buena pinta de un tipo, el grosor de la billetera o si tiene auto o moto, es la mejor identificación. Pero hay que tener precaución, en la farándula habanera hay un montón de especuladores (alardosos)”.
Después que se apagan las luces de la discoteca, sigue la fiesta. “Nos vamos a un bar privado o una cafetería que esté abierta las 24 horas, a seguir tomando cerveza, fumar marihuana, darle al ‘cambolo’ o tragar Metil y Parkisonil”, dice Natasha.
Aprovisionarse de drogas o sicotrópicos no es difícil cuando se conoce a los compradores. En la parte vieja de ciudad, en cuarterías ruinosas, se puede adquirir una amplia gama de sicotrópicos y drogas duras o blandas.
Desde cocaína, entre 50 o 60 pesos convertibles el gramo, marihuana importada a 5, hachís a 20, anfetaminas a dólar la pastilla, y a 5 cuc la siniestra ‘piedra’, una combinación letal de cocaína y bicarbonato, una de las drogas de moda en La Habana nocturna.
“Después que ‘cuadramos’ el precio con el cliente (20 cuc la noche por sexo individual, 25 para cada una por un cuadro lésbico y 35 por sexo en grupo), comienza la bebedera y el relajo. Mientras los tipos preparan un par de ‘bazucos’ (marihuana con cocaína), hacemos un 'estriptís' a ritmo de reguetón. A veces nos enredamos con el cliente dos o tres días. Pero cuando llego a mi casa tengo 60 o 70 cuc en el bolso. No me quejo, es la vida loca que me gusta”, apunta Natasha.
Como ella, exiten muchas chicas en la capital, que se prostituyen a la salida de las discotecas. Para ellas, la vida se resume en cerveza, sexo, drogas y reguetón.
No hay apartheid sexual ni racial. Da igual que seas blanco, negro o mestizo. Si eres dueño de un auto o una moto, siempre serás un buen cliente. Y cuando se pesca un extranjero, entonces, como dice Natasha, “le dimos la patada a la lata”.
Iván García
Foto: Cuando cae la noche en La Habana, muchos jóvenes prefieren pasar el rato conversando y cogiendo fresco en el muro del malecón. Tomada de Galicia Única, revista digital independiente.
no hay comentario jajajajajaja
ResponderEliminarsi loos borras so pendejo
good bye