Ni siquiera a tipos como Yosbel, un apostador de larga data, le interesan los juegos de la serie provincial en La Habana.
“Además que es una pelota muy mala, los resultados siempre son imprevisibles. La base para apostar es que siempre haya equipos machos y hembras. En la provincial las novenas son machos un día y hembra el otro. Los juegos son casi de manigua. Se cometen un bulto de errores al campo y los peloteros están deficientemente preparados. Los terrenos son un asco”, señala.
En la serie provincial habanera participan 16 equipos, uno por cada municipio más la selección juvenil capitalina clasificada para la fase final del torneo nacional sub 18.
Sergio, fanático incorregible a la pelota, aún recuerda aquellos campeonatos provinciales de los años 60, 70 y 80 que se jugaban en La Habana.
“La calidad era muy alta. Y la competitividad tremenda. Ahora los juegos son con balas de fogueo. Pitchers de barrio que no dominan la mecánica y jugadores con pinta de bodegueros. En muchos casos el somatotipo es deficiente. Tampoco ayuda la mala calidad de la pelota, con un forro plástico. Me han comentando algunos lanzadores que cuando intentan tirar una recta de dos costuras la bola se mueve para donde le da su gana. Pero los verdaderos vamos al estadio a ver toda clase de juegos”, comenta.
A pesar que la serie provincial antecede al campeonato nacional, las novenas compiten con una variopinta colección de viejos uniformes y escasos implementos. Y por encima del talento, prima la guapería y violencia en el terreno.
Sería demasiado optimista catalogar como estadio al Cardona, colindante con las barriadas del Mónaco y Casino Deportivo. Las gradas recibieron una mano de pintura barata. El terreno es irregular y los jugadores al campo deben hacer magia para atrapar una bola rodada.
Por falta de baños, los jugadores y el público orinan en cualquier recodo. El fuerte olor a orine nos transporta a Luanda u otra ciudad africana. La tarde en que fui, jugaba la selección de Marianao y el equipo juvenil, el mejor armado del torneo.
Antaño, por ser bisoños, un equipo juvenil siempre quedaban relegados al sótano. Ahora tienen el cartel de favoritos. El año pasado en la etapa clasificatoria, los juveniles ganaron 14 juegos y solo perdieron uno. En lo que va de torneo tienen siete triunfos y un solo revés.
Suelen ganar los juegos por marcadores abultados. Y muchos conocedores del béisbol asisten a los partidos para descubrir futuros talentos.
En esta versión juvenil hay jugadores interesantes. Cualquier ojeador anotaría los nombres de Miguel Antonio Vargas, hijo de Lázaro Vargas, el destituido DT de Industriales; Orlando Martínez, bateador zurdo con paciencia en el home y un sistema de bateo perfecto, o lanzadores como Joan Oviedo, quien a sus 16 años tira rectas para home de hasta 94 millas.
El equipo juvenil le entró por los ojos a Marianao y vencía 10 carreras por cero, despachando líneas y jonrones que no tenían nada que envidiar a sluggers del primer nivel.
En el graderío, los padres armaban su pachanga y alentaban a sus hijos. Por exceso de confianza y varios cambios de jugadores, Marianao se rebeló y fabricó un racimo de ocho carreras en dos innings y puso tensión en el partido.
Entonces el juego se convirtió en una guerra. Familiares de jugadores de Marianao, que tomaban a pico de botella ron de quinta categoría, ebrios y eufóricos, soltaban palabrotas a granel y desafiaban a los parientes del otro bando.
Lázaro Vargas tuvo un careo con el padre de un pelotero adversario tras un desball intencional contra su hijo, que había pegado cuatro hits en el juego.
El espectáculo, modales y lenguaje chabacano eran más cercanos a una prisión de alta seguridad que a un encuentro deportivo. Solo había dos árbitros en el terreno y aquello amenazaba convertirse en un motín.
La policía brillaba por su ausencia. Los peloteros de cada banca acariciaban sus bates y todo presagiaba combate. A duras penas terminó el juego a favor de los juveniles, con carreras que llegaba a saco y marcador de 15 por 14, más de polo acuático que de béisbol.
Ya en la calle, varios jugadores se increpaban unos a otros y voló uno que otro gaznatón de parientes iracundos.
“Ojala la gente en Cuba tuviera esa rabia para reclamar sus derechos. En cada partido que asisto siempre hay problemas. El público la coge con Lázaro Vargas por su pésima actuación con Industriales. Y les gritan ofensas a jugadores juveniles que son casi niños. Lo peor es que peloteros establecidos, ya hombres, intentan meterle miedo arrimándole la pelota y jugando de manera violenta. Algunos de ellos ven en estos muchachos un peligro a su titularidad en Industriales”, acotó el padre de un lanzador abridor del equipo juvenil.
Por falta de transporte, en muchos equipos los jugadores deben asistir al partido por sus propios medios. Hace un par de años se suspendieron varios juegos por falta de pelotas y bates.
Peloteros de nivel como Rudy Reyes o Alexander Malleta se ven obligados a jugar para cobrar los mil pesos mensuales que les pagan desde 2014.
El torneo tiene más de relajo que de seriedad. Carlos Tabares, veterano jardinero central, que juega con Playa, se desempeña en tercera base. Las chanzas en las gradas son subidas de tono.
“Qué clase de película. Tabares tiene menos brazo que un manco. De verdad que esta serie provincial es de apaga y vámonos”, señaló un aficionado en un juego posterior, en el terreno numero uno de la Ciudad Deportiva.
Y lleva razón. Salvando algunos jóvenes peloteros que pintan en grande, la serie provincial parece un circo. Con temperaturas que rondan los 37 grados es mejor quedarse en casa.
Iván García
Foto: El pelotero Carlos Tabares (La Habana 1974), con gafas, con el músico Cándido Fabré (Santiago de Cuba 1959). La foto es de 2011 y fue tomada de Zona de Strike.
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