Para los que no podemos resistir el deseo inquietante de encontrar el disco de vinilo que buscamos, Rafa nos viene que ni pintado.
Esto de los vinilos es algo más que un afán sonoro: no basta guardar en mp3 o wav ésa o aquella grabación memorable, cincuentenaria o más añeja aún: hay que tener ese redondel vinílico en nuestras manos (a veces difícil, a estas alturas); manosearlo, más bien acariciarlo, admirar -o no- su portada o criticar la contraportada por lo escaso de la información que nos aporta, descubrir lo que tiene que revelarnos, necesariamente.
Rafa es el mago regente que no sólo satisface esa especie de búsqueda delirante, sino que, además, nos fideliza en otras locuras melómanas no menos intensas. Siempre está ahí, a mano y dispuesto. Lo digo no sólo por la céntrica ubicación del tugurio donde tuvo necesariamente que recalar con sus discos a cuestas, sino porque Rafa es algo más, mucho más que un simple comprador y vendedor de discos viejos. Rafa puede olfatear, intuir y llegar a sensibilizarse con tu deseo, y también dejarte de piedra, desde su humildad invencible y con voz de susurro, con lo que sabe acerca de los discos.
Rafael Jiménez Cardines es un hombre culto, de modales auténticos, ajenos a la cortesía impostada y excesiva con que te abruman en muchos negocios de escasa data. Economista de profesión, santiaguero de nacimiento y orgulloso de la herencia recibida de su padre, el amor por la música le hace asumir su negocio como una profesión de fe.
Algún que otro escéptico -o no enterado- le ha comentado algo así: “Ya pasó el CD, llegó el mp3 y por el mundo todo está ya en iTunes y Spotify sin necesidad de ningún soporte, sólo un reproductor. ¿Por qué te empeñas en mantener este negocio? ¿Es rentable comprar y vender esos discos viejos?”.
Sin titubear, Rafa responde: “La mayoría de los catálogos de los sellos disqueros más importantes a nivel mundial está ya digitalizada, pero no todo lo que se grabó hace 40, 50, 60, 70 años lo está. Y en el caso de la música cubana, muchísimas grabaciones de los 60 y hasta que se introdujo en Cuba el CD no lo están. No importa el soporte que esté de moda, ni lo que venga más moderno: estos discos siempre se van a vender, en el mundo entero hay tiendas especializadas en su compra y venta, tienen su mercado asegurado en el coleccionismo, la conservación y las investigaciones y también, y -no menos importante-, en aquellos que no sólo ven en el disco negro una fuente de sonidos, sino también un objeto portador de nostalgia, asociado a alguna etapa o a algún recuerdo de sus vidas”.
Y tiene razón. En el transcurso de los primeros 60 años del siglo XX, en Cuba no sólo los sellos discográficos foráneos más famosos (Victor, Decca, Brunswick, Columbia en las primeras décadas y RCA Victor, Seeco, Montilla y otros, después) registraron el curso y la vida de ritmos, cantantes, dúos, tríos, solistas, conjuntos y orquestas que hicieron la música cubana de entonces.
En décadas posteriores surgieron casas discográficas cubanas, con un enorme éxito y una gran responsabilidad en el registro de lo que en esos años ocurría musicalmente en el país: Panart, Puchito, Kubaney, Gema… Y después de 1960 (en un período coincidente con la aparición del casete y hasta la irrupción del CD), el sello Areíto produjo en su inmensa mayoría los fonogramas que salieron en Cuba en formato LP y discos de 48 rpm.
Muchas zonas de esa música cubana permanecen todavía asequibles solamente en un disco negro, ya sea long play (LP) o en placas de 78 y discos 45 rpm. Muchas son las personas que nutren los grupos de coleccionistas o simples melómanos que siguen prefiriendo escuchar esos viejos soportes. Así han impedido la muerte del vinilo, al tiempo que han propiciado su pacífica convivencia con el CD, con los más recientes reproductores y dispositivos de almacenamiento en formato digital y hasta las ya establecidas plataformas de escucha (streaming) y descargas (download) de música.
Aunque a todo -o casi todo- se acostumbra una, la primera vez que fui en búsqueda de los discos de Rafa, me sobrecogió lo que vi no más pararme en el umbral de la tienda Seriozha -tal es el nombre actual de la otrora y probablemente resplandeciente tienda Waterloo, que, con la lejana sovietización de nuestras vidas, quedó rebautizada con tal diminutivo-, destinada por algún designio divino a acoger a los vendedores por cuenta propia que encontraron acomodo en ella sin diferenciar la actividad a la que dedican sus esfuerzos mercantiles.
Cuando entras, luego de sortear tuberías, herrajes sanitarios, artículos de manicure y tocador, útiles de carpintería, hilos y agujas, bisutería barata, piñatas y artilugios para fiestas infantiles y todo lo que puedas imaginar, recorres el pasillo central y al final vislumbras algo diferente: un amasijo polícromo y organizado de discos de vinilo, perfectamente colocados en cajas protectoras que a la vez permiten, con códigos que sólo Rafa conoce, la búsqueda rápida o su resguardo oportuno en previssión de cualquier pérdida, daño o contingencia.
Y junto a ellos, o más bien entre ellos, te recibirá la sonrisa de quien se siente el anfitrión de una fiesta. Rafa reina en Neptuno, y más exactamente en el número 408 de esa calle, entre San Nicolás y Manrique, Centro Habana. Son las señas del micromundo que habita desde las once de la mañana hasta que van llegando las cinco de la tarde y donde ejerce de mago gentil y solícito, adivino previsor y seguro.
A veces hace diagnósticos como si fuera un médico, en su afán de no ofrecer un disco que podría estar dañado o ser inservible. Y aunque no sea su intención, también ejerce de sabio. Conoce como pocos los entresijos de la discografía comercial cubana y maneja con igual rigor sus datos, números oficiales y el anecdotario que los adereza.
Con una memoria de vértigo, Rafa puede decirte cuántas ediciones tuvo aquel disco de Los Van Van, cuáles de los tracks del único disco de Freddy vieron la luz primero en formato de 45 rpm o en qué discos aparece la segunda generación de Irakere. Te aclara la relación de génesis entre Guaguancó Matancero y Los Muñequitos de Matanzas, cuántos vinilos grabó La Sonora Matancera en Cuba, de cuántos fonogramas se compone la discografía de este o aquel cantante, y en qué disco está aquella canción que te gusta tanto y que persistes en hallar.
Sobre la discografía extranjera que circuló en la isla en discos de vinilo, Rafael puede ser una buena fuente. Y lo hace fuera de toda pose, como quien ve natural el manejo de un conocimiento sobre un tema específico. El dominio de su negocio y su promoción desde una responsabilidad loablemente cultural.
Con igual cortesía y pericia lo he visto tratar lo mismo a un melómano empedernido, un simple comprador advenedizo, un vendedor desesperado que a una estrella de Hollywood. Con quienes escribimos e investigamos sobre música se esmera en sernos útil y su ayuda termina siendo de gran valor, lo que, al menos para mí, resulta sumamente meritorio, sabiendo que la compra y venta de discos de vinilo es de lo que vive.
Rafa no es solo un vendedor de discos. Asiste a conciertos y eventos, frecuenta reuniones de coetáneos cuyos gustos musicales son coincidentes y confiesa que, aunque escucha toda la música que se le ponga por delante, de todos los géneros y procedencias, tiene una preferencia muy especial y nostálgica por el rock en español de finales de los 50 e inicios de los 60, citando nombres poco comunes al oído de los que hoy caminamos por La Habana: Luis Bravo, Tony Escarpenter, Luis Aguilé y Jorge Bauer, junto a la música brasilera, los tangos, los corridos de la revolución mexicana, el bolero y la música norteamericana en general.
“Disfruto cuando logro encontrar un disco que sé que es importante para algún cliente. Disfruto cuando, con esmero y paciencia, logro devolverles una imagen aceptable a los que por años permanecieron en la desidia y el olvido de sus antiguos propietarios. Disfruto cuando puedo satisfacer el pedido o la curiosidad de un cliente. En definitiva, más allá del aspecto económico, sé que culturalmente todo eso es importante”, asegura Rafael con total convicción.
Si hay calor o si no hay luz en la tienda Seriozha, Rafa no deja de ser un encantador de serpientes: su conversación te atrapará, le comprarás un disco -o no- y se hará el milagro de que te sientas cómodo entre tanta música prensada, tanta sonoridad prometedora, tanto calor y tanto polvo.
Y en este punto es en el que te invade la convicción de que Rafa y sus discos merecerían un sitio mucho mejor para convivir que la inefable tienda Seriozha. Porque en los predios de Rafa, habita siempre la música, esa que aún tiene muchísimos secretos que revelarnos y que, atrapada en un vinilo, con scratch asegurado, puede acercarnos a sonoridades desconocidas o a otras que, por sabidas, son demasiado amadas como para dejarlas desaparecer.
Por eso, Rafa precisaría de otro sitio para su reino de vinil.
Texto y foto: Rosa Marquetti Torres
Desmemoriados. Historias de la música cubana
20 de abril de 2015
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