No le faltó humor a Raúl Castro cuando en el VII Congreso del Partido Comunista advirtió: "Estados Unidos tiene dos partidos: demócrata y republicano, igual que nosotros, Fidel dirige uno y yo el otro". Tras los últimos prometedores acercamientos, tomó distancias de su vecino americano y no hizo mención ni a la pubertad informática en que se encuentra el país ni a sus remedios.
A sus 84 y 89 años, se emplearon a fondo con intervenciones made in Castro, "lo peor que puede hacer un revolucionario es quedarse cruzado de brazos" y, con tintes de despedida, clausuraron el último cónclave en que participa la llamada "generación histórica", la que protagonizó la insurrección contra la dictadura cubana que apoyó Washington.
Hace años, en el Parque Central de La Habana, a la sombra de las 28 palmeras reales alusivas al día en que nació Martí, la gente, discute libremente sobre béisbol, el deporte nacional. Observar a los cubanos ejerciendo así la libertad de expresión -aunque acotada al mínimo deportivo- es insólito para cualquier extranjero.
A esas reuniones las llaman "la esquina caliente" y ahí los aficionados discuten, entre risas y gritos, sobre sus equipos, las decisiones de los árbitros y sus jugadores. Sin duda, si la discusión fuera sobre política, al instante los hubieran encarcelado. Discuten desde los tiempos duros de la cartilla de racionamiento, que el eufemismo local denomina "libreta de abastecimiento".
Ahora, en parques y en algunas esquinas, por ejemplo, La Rampa, -en la céntrica calle 23, quizás la arteria principal de la capital- se ve a mucha gente, con su teléfono móvil en la mano, tratando de conectarse a internet. Buscando wi-fi (guai-fai dicen en perfecto inglés) para comunicarse con la familia o, simplemente navegar por la red, previa compra de la tarjeta de Etecsa, la empresa de telecomunicaciones de Cuba, por dos dólares la hora (casi un 10% del salario mensual promedio).
Podría parecer poco, pero para un cubano que no ha tenido la posibilidad de comprar un teléfono móvil, hasta anteayer, poder acceder al exterior supone abrirse por partida doble a un universo de ensueño. Para los estándares del mundo desarrollado, la velocidad de conexión (tecnología 2G) va a pedales. Sin embargo, para el que no ha podido comparar es ultrasónica. Ya se sabe, dicen "las cosas del Palacio -de la Revolución, en este caso- van despacio".
Solo un 5% de los cubanos tiene acceso a la red por lo que empiezan a proliferar iniciativas, surgidas en los últimos años, como el "Paquete semanal". Consiste en la distribución de un terabyte de material digital -series de televisión, películas, revistas o publicaciones online descargadas- en el mercado clandestino, como sustituto del internet de banda ancha. Su distribución es ilegal, pero el gobierno lo tolera porque no contiene material "subversivo", sino más bien de entretenimiento. La entrega -en forma de disco duro externo- se efectúa los lunes, a domicilio o en un punto de recogida, que puede ser la parte trasera de un almacén de telefonía móvil.
Aunque insuficiente para los jóvenes, hambrientos de banda ancha, el Paquete no deja de ser un primer paso. El gobierno critica el contenido banal de muchos de los programas incluidos, pero su mayor preocupación es que este material se escapa a su control, pues no puede ser sometido a la censura, al circular de mano en mano.
Así las cosas, en 2014 puso en marcha una alternativa, Mi Mochila, para enfrentar "la chabacanería y lo banal" y frenar la proliferación de materiales potencialmente críticos con el régimen castrista. Esta iniciativa que incluye contenidos seleccionados por el gobierno, compite mal con el Paquete debido a su pobre distribución, la desconfianza de los usuarios y el poco dinamismo de las instituciones, que mantienen estancado el proyecto.
En una reunión con estudiantes, Miguel Díaz-Canel -en la parrilla de salida para suceder a los Castro, confirmado en este congreso como número tres- se refería a la Mochila, de la que los jóvenes pasan olímpicamente, de forma realista: "Es verdad que tenemos carencias, pero hace más de dos años en la intranet del Ministerio de Educación están las cien mejores películas de la historia del cine".
Cuando la turista española Glenda estuvo en La Habana, en enero de 2016, tuvo muchas dificultades para conectarse por WiFi. Tras comprar una tarjeta para tener acceso buscó, a duras penas, la conexión desde un parque donde había muchos cubanos haciendo lo mismo.
Hay verdadera hambre de comunicación con "el exterior". Llama la atención que se pueda acceder a la prensa extranjera lo que, hasta cierto punto, es una democratización del país, a través del éter.
Ahora mismo, aún cuando hay muchas libertades cercenadas, se puede decir que la de información está permitida. Cuando esto se generalice quizá podamos hablar del principio del fin, pues las primeras brechas que tuvo el régimen cubano, se abrieron cuando, después de muchos años de prohibición de llamadas y cartas, de los cubanos con los extranjeros y con los cubanos que se habían ido a vivir desde principios de la Revolución a Estados Unidos, se autorizó por primera vez los viajes a Cuba de la llamada "comunidad". Se trataba de los primeras visitas de cubanos de Miami a la isla, lo que permitió muchos reencuentros de familiares que llevaban años sin verse y sin poder hablar.
Volver a cerrar la cortina informativa va a ser muy difícil. Es cierto que internet en Cuba tiene un bajo número de conexiones y un ancho de banda limitado, censurado y de alto costo. El soporte tecnológico impide una masificación de los servicios en el sector residencial y el wi-fi público -que carga o descarga, más o menos, un megabyte por segundo- ha aumentado el acceso de los cubanos a la red y les ha permitido hacer vídeo-charlas con sus familiares que viven en el extranjero.
La ironía de los escépticos no repara que Cuba es el único país del mundo por dimensión y cultura, que puede dar el salto a lo digital sin transiciones. El potencial y avidez de sus jóvenes -si fueran impulsados por estímulos de libertad- produciría una explosión económica, para lo que solo necesita acceso a internet y redes de comunicaciones (ahora inalámbricas, muy fáciles de construir).
Y podría llegar a duplicar su PIB anual, durante algunos años. Aunque WhatsApp, Skype y YouTube estén todavía prohibidos, si las cosas no se tuercen y con la ayuda de Google -que ha instalado un centro tecnológico en La Habana, desde el que ofrece acceso gratuito a la red, a una velocidad de conexión superior a la que provee el monopolio estatal, eso si, con la contraseña revolucionaria "aquinoserindenadie"- la banda ancha podría llegar a convertirse en la punta de lanza que enerve el embargo.
Como ocurrió con la caída del Muro de Berlín en 1989, los finales apuntan siempre a lo mismo: la cotidianeidad es imparable y se cuela por todas partes.
Luis Sánchez-Merlo
El Español, 21 de abril de 2016.Foto: Wi-fi en La Habana. Tomada de NBC News.
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