lunes, 18 de julio de 2016

La Habana ya no es tan elegante



Los aseres del barrio son el oráculo perfecto, la guía, los pitonisos del ahora, ellos llenan la noche con sus humos y sus palabras cargadas de doble sentido o de sinsentido.

La Habana ya no es nada elegante, de hecho, es barriotera, orillera y, además, sobrevive como puede, es una tipa de esas que tiene su negocio y nada más le interesa, es una mujer con rolos y desaseada que mete su chanchullo en medio de este gran solar que somos todos nosotros.

Nada elegante resultan los balcones de Centro Habana, desde donde te lanzan lo mismo una brujería que un cubo de orines, hay que andar desconfiado, con miedo, lleno de aprensiones, porque los aseres tienen la verdad absoluta, ellos sí que conocen el país, ellos sí que nacieron para este momento.

Andar por Centro Habana es como coger un bus a través de la selva oscura, adentrarse en la jungla, correr el riesgo de quedarse detenido entre tanta amenaza, tanta frase soez, tanta gente que te mira como si no fueras, como si no debieras, como si no existieras. Puede costarte caro ripostar un insulto, defenderte de un empujón en el P 12, hacerte el recto y acudir a tu hipotética sarta de principios éticos.

No vale tampoco transformarte en un asere, hacerte el guapo, pintarte ni formar lío, no vale que le pongas el bafle a ellos que nacieron con el bafle puesto, a ellos que conocieron esta Habana del pi al pa, que te pueden arrastrar, arrollar, despingarte.

Sí, descojonarte y no pagarte, cogerte pa eso, porque no perteneces a la selva, no tienes el pedigrí del orín cayendo por la escalera del solar, no hay en ti un sudor genuino que huela a los baños del estadio Latinoamericano, no, nada eres, ni pudieras serlo aunque te esfuerces y digas que renuncias a tu pueblo de provincia, que asumes la militancia capitalina y centrohabanera, aunque te fumes un cacho de marihuana y te hagas el machote y aletees como un gallito, nunca serás un asere. Olerás a mierda, a pobre, a emigrado.

Los aseres lo definen todo. Los aseres son como brujos. Los aseres están bendecidos por cábalas chabacanas, pero ciertas. Son los aseres quienes sobreviven, mientras tú te diluyes en ese mar sin mar que es Centro Habana, mar de murallas moribundas, de viejas que no mueren, de chismes que trascienden eras, de gente irrompible, de gente rompible, de gente rota.

La Habana no es nada elegante y, sin embargo, lo parece, Habana asere, Habana muralla derruida, Habana que se pierde y encuentra, Habana que te vende un cacho de marihuana a las tres de la mañana y tú escupes y hallas que el humo de la droga no es como en las películas y descubres que no eres el ganador de esas películas, aunque tu vida sea una película de esas de las peores.

Habana emigrante, llena de aseres, donde ya quisieras tú ser otro asere de ésos, compartir el portal, el quicio, sentarte en short a las tres de la tarde, hablar de la bolita, del país, de la mala suerte, de la buena suerte de unos pocos, del malecón, del 94, del vecino, de la situación (aunque ellos la nombren la cosa). Habana que se te diluye, vieja chocha y lúcida, tramposa, lívida, leve.

Los aseres tienen la razón, La Habana no es para nadie, no aguanta a nadie, no se entrega, hay que buscarla, lucharla, hasta que se seque el malecón, no es novia ni puta de nadie, no tiene formalidades, nada la define, no la puedes entrever, se ve difusa en los calderos de santería, ninguno la adivina aunque muchos la predicen, Habana a punto de explotar, Habana que si estornuda acaba con el país, Habana inestable, gritona, jinetera, jinete de la historia, altar del Capitolio, gentuza ilustre.

Los aseres tienen razón, la poseen, la dejan a la deriva, la tiran de carnada en el malecón.

Habana que no es la de Lezama ni la de Cabrera Infante, ni el sueño lejano de Martí frente al mar de rocas. Habana que no es el bastión elegante de Julián del Casal, donde los diarios ya no hablan de pedrerías y poetas suicidas, donde los diarios no hablan.

Habana que padece el Síndrome de Estocolmo, Habana-colmo, Habana-polvo de cocaína.

Breve Estocolmo que se enajena en un invierno caluroso, en una temperatura artificial, vieja frazada del Caribe que buscan los turistas en medio de opíparas copulaciones, en medio de orgiásticas griterías en medio de la calle Reina, donde un travesti te da la bienvenida, mundo ramplón, mundo mudo que no cesa de gritar.

Los aseres tienen la razón, los aseres son los pitonisos, la élite, los sobrevivientes, los papirriquis, los que se quedaron, los tipazos, los duros, ellos son y tú sientes que no eres, que nunca fuiste, que no serás. En fin.

Frank Simón
Havana Times, 21 de abril de 2016.
Foto: Vista de La Habana. Tomada de Cuba, una república marginal.

Leer también: La espiral de Guacarnaco, cuento inédito de Canek Sánchez Guevara.

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