Como en cualquier otro país, dedicarse a la música no siempre garantiza un futuro próspero. En Cuba, donde son pocas las opciones para evadir la miseria, el oficio del músico suele ser visto como una alternativa de escape. Después de los dirigentes de primer nivel, son los músicos quienes más viajan al exterior y quienes mejor viven.
Ocupar un cargo en el gobierno es casi imposible, de modo que es muy frecuente escuchar a los padres aconsejar a los hijos que estudien un instrumento musical para que en el futuro puedan integrar una agrupación y marcharse del país, si no definitivamente, al menos con regularidad, es decir, el tiempo suficiente para guardar distancia de una realidad opresiva.
En consecuencia, las escuelas de música, tanto las estatales como las particulares (muchas de ellas clandestinas) no dan abasto. Según Armando Alpízar, ex profesor de un conservatorio de La Habana y actualmente músico callejero, las escuelas funcionan muy por encima de la capacidad de matrícula, lo que provoca un exceso de graduados que no hallarán lugar donde ejercer la profesión cuando culminen los estudios.
"Todos los años se gradúan miles de muchachos que no encuentran trabajo. La gente piensa que es salir de las escuelas y comenzar a ganar dinero en una orquesta que viaja por el mundo todo el tiempo. Y no es así, la realidad es más dura. Yo siempre se lo explicaba a mis alumnos que venían con esos humos en la cabeza. Tener una orquesta es una inversión mucho más grande que abrir una paladar. En la televisión ponen esos videos donde los cantantes exhiben un nivel de vida altísimo en un país que te dicen que es Cuba, pero que para nada tiene que ver con el país que vivimos tú, yo y millones de infelices más", cuenta Alpízar y añade:
"El destino de muchos músicos, algunos de ellos buenísimos, es andar por las calles detrás de los turistas o dar clases privadas, pero eso solo da 'resolver' el día a día. Acuérdate del Buena Vista Social Club, la mayoría de ellos estaban olvidados y eran verdaderas lumbreras. ¿Cómo vivía Ibrahím Ferrer? ¿Y Rubén González? Daba pena. Dar clases privadas tampoco rinde mucho porque no les puedes cobrar exageradamente a muchachos que tú sabes que la están pasando peor que tú. Si a veces acepto dar clases es porque no puedo negarme".
Tal como asegura Armando Alpízar, el destino de la mayoría de los jóvenes graduados de música es ejercer de manera independiente en las calles o, como afirma Dairon -músico callejero en sus tiempos libres pero, oficialmente, integrante de una banda de música municipal-, aceptar sacrificarte en una casa de la cultura donde el salario no rebasa los 10 dólares mensuales.
“Aquí en el malecón siempre se hace algo, pero tienes que pinchar (trabajar) duro, desde por la mañana hasta la madrugada. Llevo en esto hace como seis años, antes de graduarme. Siempre he querido tocar en una buena orquesta o hacer la mía, pero cuando me gradué me di cuenta de que no es tan fácil para quienes no tienen padrinos en el mundo de la música. Tengo la esperanza de que alguien me descubra. Me enviaron para la banda de música de 10 de Octubre. Tenía que cumplir el servicio social. Para empezar, no tenía ni instrumento, yo mismo tuve que comprar el mío, una trompeta. Protesté, pero después me dio pena con el director porque supe que a todos los músicos les había pasado lo mismo que a mí, y que incluso el propio director había tenido que pagar de su dinero las cañas de otros instrumentos, los muelles, todas las piezas de los instrumentos rotos, todo, hasta los atriles los tuvo que mandar a hacer a un herrero amigo suyo, las sillas también", confiesa Dairon, y sigue contando:
"Un director gana solo 200 pesos (8 dólares) al mes, y yo, como era recién graduado, solo ganaba 150 pesos (6 dólares). Eso sin contar que cuando vamos a los parques a tocar, tenemos que hacer una ponina (colecta) entre todos para pagar el transporte, porque nadie nos da nada. Todo lo hacemos por amor al arte. El gobierno municipal dice que no es un problema suyo, que los carros que tienen son para recoger la basura. Sin embargo, cuando hay un acto político, nos dan instrumentos en buen estado y nos mandan una guagua para que nos lleve y nos traiga. Pero después del acto, nos quitan los instrumentos buenos y tenemos que seguir con los destartalados”.
Alex, integrante de una banda de música municipal, compara su oficio con el de un mendigo:
“Es como si nos hubiésemos graduado de mendigos. A mí me da pena. Los fines de semana tocamos en los parques del centro de La Habana por donde siempre pasan turistas y nos dan propinas. Después la repartimos entre todos y es algo más por encima del salario, que no alcanza para nada. Antes tocábamos en el Parque de La Lisa, en El Cotorro o en la Plaza Roja de La Víbora, pero allí gastábamos más en llevar los instrumentos y comprar agua y comida que lo que recibíamos al mes. Después descubrimos que en la Habana Vieja se resuelve más. Siempre pasan extranjeros y alguno, si le caiste bien, te deja algo. Pero eso en Cuba y en cualquier país es mendigar. Y yo no estudié para eso. Se supone que esto es el socialismo y que solo en el capitalismo los músicos andan pidiendo limosnas en el metro y en las calles".
Incluso para los músicos la situación no es muy diferente. Pepe y Rita, originarios de Santiago de Cuba y ex integrantes de varias agrupaciones locales, decidieron abandonar su provincia para probar fortuna en el malecón habanero junto a otros cientos de músicos que no encuentran otro modo de lograr el sustento.
“No hay más. Es esto o morirse pues yo no tengo pensión. Y eso que llevo más de 40 años en la música, pero me dicen que nunca fui evaluada como profesional. Si a diario no vengo al malecón, no como En la música lo que hay es que tener suerte y yo nunca la tuve. Como están las cosas, me moriré pobre, pero al menos intento seguir viva”, nos dice Rita.
Pepe asegura que el oficio de músico no es lucrativo. “En ocasiones se gana algo, pero en otras, los extranjeros se paran a escuchar, se tiran una foto y no dejan nada. Uno pasa horas al sol, caminando de un lugar a otro, a veces por el equivalente de un dólar al día, porque la gente te deja un peso, tres pesos (menos de 10 centavos de dólar). Aunque a veces hemos tenido suerte y nos han dejado hasta 10 dólares. Allá en Santiago se gana menos y ahora la cosa está peor que antes, por eso vinimos para la capital. La Habana no me gusta ni un poquito: ganas más, pero también gastas más”.
Lejos del paraíso musical que aparenta ser, la Cuba posterior a 1959 siempre ha sido un verdadero infierno para ejercer el oficio de la música. El cierre de cabarets, centros nocturnos y programas de televisión y radio, la prohibición de espectáculos, el retiro obligatorio de artistas y la censura por razones ideológicas o índole personal, ha caracterizado el paisaje musical cubano de los últimos 50 años.
A fines de los años 90 el cineasta alemán Wim Wenders y el guitarrista norteamericano Ry Cooder, con el proyecto Buena Vista Social Club, dieron cuenta del grado de miseria en que vivían excelentes músicos, desamparados por las instituciones culturales cubanas.
Lejos de cambiar, la realidad ha empeorado tanto para los artistas reconocidos como para los que comienzan. El nuevo modelo económico, enfocado hacia la búsqueda de capital foráneo, hasta el momento se ha mostrado incapaz de observar y mucho menos resolver, lo que ocurre en nuestro espacio insular. Confiemos, entonces, en que otro Ry Cooder no demore en aparecer.
Texto y foto: Ernesto Pérez Chang
Cubanet, 5 de marzo de 2015.Foto: Armando Alpízar, ex profesor de música en un conservatorio de La Habana y hoy músico callejero.
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Por intermedio de un afinador de pianos (filántropo norteamericano) que, con mucho esfuerzo y en silencio, había viajado a Cuba en varias ocasiones, el Sr. Cooder conoció de la existencia miserable en que vivían unos músicos cubanos (septuagenarios) que habían sido estrellas de la música cubana en la década de los 50 del Siglo XX.
ResponderEliminarDesde su llegada a Cuba, las "autoridades" del régimen intentaron impedir que Cooder visitara el club de Buena Vista. Pretendían que el afamado músico solo visitara las instalaciones gubernamentales. Pero la idea de Cooder no era esa. Llegaba con referencias ofrecidas por el filantropo. Dichas referencias y..., sin mediar remuneración alguna, fueron las que, no solo le ayudaron a visitar aquel club social practicamente abandonado y en ruinas, sino que también colaboraron en identificar y convencer a los que luego serían "Buenavista Social Club", para que se integraran al proyecto. Tanto es así, que los referenciados nunca aparecieron en los créditos. Hoy viven orgullosos de haber rescatado de la ignominia a tantos valiosísimos músicos.