lunes, 30 de marzo de 2015

Mario Chanes de Armas o la dignidad humana



Llegué al portal de mi casa uno de esos días de muchísimo calor y de una lluvia relámpago, como suele caer en la barriada habanera de la Víbora. Sentados en el portal estaban el padrino de una antigua novia, y un hombre delgado, canoso, con penetrantes ojos azules. Ambos se levantaron, y el de mayor edad se presentó: "Mucho gusto, Mario".

Así de sencillo. Mario Chanes de Armas era para mí una leyenda verdadera, no como la de los héroes de papel de la literatura. Era una leyenda en carne y hueso, con más huesos que carne. Había pasado más tiempo en las cárceles castristas que Nelson Mandela en las del apartheid surafricano, y en condiciones mucho más trágicas que las de Robben Island.

Mario escuchaba más de lo que hablaba. Era una de esas personas que prestaba mucha atención a quienes le rodeaban. Aunque de vez en cuando soltaba una frase lapidaria, venida directamente de la dura vida en prisión. Todo el tiempo observaba y escuchaba. Decía que en lugar de condenar a sus carceleros y captores a pasar por lo mismo que a él le hicieron, simplemente les condenaría a la libertad.

Tal cosa, viniendo de un hombre que estuvo más de 30 años en prisión significaba mucho. Algo que un joven como era yo en aquella época no podía comprender. Entonces, tenía mucha sed de venganza, o de justicia, según uno lo quiera ver, hacia o en contra de aquéllos que me habían golpeado o delatado.

Mi aprendizaje con Mario Chanes de Armas había sólo comenzado aquella tarde lluviosa, pero no me dí cuenta hasta varios años después.

Mario vivía como podía, en un humilde apartamento cerca del paradero de ómnibus de la Víbora, un lugar que de haber sido un enclave de la clase media habanera, había pasado a rozar el marginalismo, donde la gente se veía obligada a aprender oficios informales e ilegales para ganarse el sustento diario.

Allí residía, sin derecho siquiera a tener una cartilla de racionamiento, la irónicamente llamada "libreta de abastecimientos" en Cuba, que sólo sirve para que la población subsista desabastecida y bajo control.

Mario tenía una rutina especial. Hacía un café en su casa, y al poco rato se tomaba otro, en un cafetín al lado del paradero de la Víbora. Después, cruzaba la calle y echaba un vistazo a revistas españolas del corazón que alquilaban en plena Calzada de Diez de Octubre, junto a vendedores y compradores de libros viejos. Así, decía, se ponía al día con la vida arrebatada durante la larga estancia en prisión.

Mi rutina diaria comenzó a coincidir con la suya. A la hora de almuerzo le llevaba algo de comer a Mario, bajo la mirada de los delatores del barrio y los colaboradores de la policía secreta que vigilaban el pasaje de la calle San Lázaro.

Ante la puerta de la casa de Mario siempre dejaba una cantina de aluminio, y después corría por los portales de la Calzada de Diez de Octubre, tratando de despistar a los vigilantes del "cuartico de Mario", como yo le decía a su minúscula vivienda.

En una de esas ocasiones, en la esquina de Carmen y Diez de Octubre, choqué y casi lanzo al suelo a una mujer que conocía de vista. Era Tania Quintero, periodista oficial primero e independiente después.

Siempre sabio, Mario me había dado una lista de lecturas que me ayudarían a comprender el comunismo como una patología social, y me reafirmarían lo que ya sabía del ser humano como individuo. En aquella época, yo veía al ser humano como un ente tan propicio a la maldad como a la bondad, pero Mario me recordaba siempre que el mejoramiento humano como vía de redención era la opción que nos permitiría el ascenso a un nivel superior de convivencia humana.

Hoy confieso que esa opción me parecía muy lejana. La posibilidad de la existencia del ser humano como ente redimible fue la mayor lección de generosidad y humildad que jamás he recibido, de la mano de un hombre inclinado a educar para mejorar, a perdonar por medio de la justicia, y dar oportunidades a todos por igual.

Mi amistad con Mario creció y se hizo cada vez más profunda. En mis carreras diarias, saltaba los muros detrás del paradero de la Víbora, para cortar camino a su casa. Las conversaciones se hicieron más interesantes. Él sonreía cuando le contaba que había dejado unas proclamas contrarrevolucionarias húmedas sobre el techo de un ómnibus, para que se mantuvieran pegadas al metal, mientras el ómnibus en marcha las dejaba escapar una por una por la ciudad.

La Habana es una ciudad que te ama mientras los representantes del régimen que la ocupan te odian.

Mario tenía lo que se llama una sonrisa de ojos, su rostro permanecía completamente serio, y los ojos sonreían independientemente de su expresión facial. Era un dechado no sólo de humildad, sino también de sabiduría y caballerosidad.

La única vez que esa sonrisa desapareció fue cuando me contó de su hijo, nacido cuando él ya estaba preso. Pregunté más, para morderme la lengua minutos más tarde: su hijo había fallecido mientras seguía prisionero. El castrismo y la cárcel le privaron del ejercicio pleno de la paternidad, pero no pudieron cortar su condición de padre, que él llevó dignamente desde la distancia impuesta por el cautiverio.

Un día salí de Cuba. La tarde anterior le dije: "Me voy mañana". Me deseó buena suerte. Nunca más volví a ver a Mario. El hombre que era el símbolo del presidio político cubano llevaba una vida en silencio y sin pretensiones, junto a sus hermanas en Hialeah, comunidad de modestos exiliados cubanos de Miami.

Una mañana de 2007 leí en los diarios que ya Mario no vivía. Al menos no vivía la vida como la hemos vivido todos, él estaba ya en una fase diferente, no corpórea.

Mario Chanes de Armas no sólo había vivido la historia, la había hecho, y luego, tan típico de él, se había sentado a observar a los seres humanos que poblaban esa historia. Callado y sin pedir nada. Dando un ejemplo, y comportándose con lo único que le acompañaba siempre, la dignidad humana.

Charlie Bravo
Publicado en el blog Desde La Habana en agosto de 2010.

viernes, 27 de marzo de 2015

1959 en mi vida (III y final)



El lado grato era atender la biblioteca, ayudar a la Mora a encargar comida en La Fama China o ir al correos a comprar sellos para la correspondencia que se enviaba a provincias y al exterior.

El lado ingrato yo lo veía en el revolico y la incertidumbre en que habíamos empezado a vivir los cubanos en la isla entera. Pese a mi juventud y mi inexperiencia política, me daba perfecta cuenta de que por aquel local de Carlos III y Marqués González, donde laboré desde agosto de 1959 hasta febrero de 1961, pasaba todo lo que en ese momento se sazonaba y cocinaba en el fogón de la revolución.

Los días previos a la ley de nacionalización de las compañias extranjeras, estadounidenses en su mayoría, César Escalante tuvo una actividad febril, junto a otros miembros del Comité Nacional del PSP. Lo recuerdo ir y venir desde sus oficinas a las nuestras, serio, apurado. Fueron dos días con sus noches muy tensos y de mucho correcorre, con reuniones contínuas, llamadas, idas y venidas, imagino que para deliberar con los hermanos Castro. Y yo, claro, mecanografiando, cambiando párrafos, rehaciendo cuartillas.

El colofón sería el acto en el Stadium del Cerro (actual Estadio Latinoamericano). Por si no bastara su repercusión, tuvo un ingrediente mediático extra: en medio de su discurso, Fidel Castro enmudeció. De aquella Ley trascendental, la imagen que me ha quedado es el caminar apresurado de César Escalante, Fidel afónico, los americanos encabronados y yo muerta de cansancio.

Si en aquel potaje la "especialidad" de César era la ideología, la de su hermano Aníbal era el rumbo político de la revolución. O al menos eso era lo que a mí me parecía, pues Aníbal era el enlace entre la dirección nacional del PSP y Alejandro, seudónimo de Fidel Castro. Cada vez que un mensaje escrito debía ser enviado a Alejandro, Guerrero me hacía dejar lo que estuviera realizando y me llevaba para la oficina de Aníbal, al fondo del local.

En una Underwood situada en un rincón, Aníbal me mandaba a sentar, mientras él, dando zancadas de un lado a otro, empezaba a dictarme. Y yo tiquitiquitiquiti. Hacía una pausa y me decía: "A ver, léeme qué has puesto ahí". "Aníbal, puse lo que usted me dictó", le decía. Y él: "Vamos, vamos, lee y no hables".

Y yo le leía. Si le parecía bien, seguía dictando, si no, me hacía sacar el papel, él lo rompía y empezaba a dictar de nuevo. Aníbal me decía las comas, puntos y aparte, punto y seguido, aunque no se necesitaban demasiadas reglas ortográficas: siempre eran mensajes cortos y apremiantes.

Desde que veía a Guerrero venir hacia mí como un gallito culeco, para mis adentros decía: "Uf, ahí viene Guerrero para un corta y clava de Aníbal".

Ninguna de esas urgencias me causaban mayor preocupación. Era joven y aquellos dimes y diretes políticos no me quitaban el sueño.

Tenía 17 años, pero no era tonta. Y me daba cuenta de que tenían razón los enemigos incipientes de la revolución, cuando comenzaron a decir que "la revolución era como un melón, verde por fuera y roja por dentro". Sin sonrojarse, Fidel los desmentía y aseguraba que era "más verde que las palmas".

Sí, que las palmas del Soviet de Mabay: el 13 de septiembre de 1933, dirigidos por el comunista Rogelio Recio, los campesinos del ingenio Mabay, en el poblado del mismo nombre, en la antigua provincia de Oriente, decidieron unirse y fundar un gobierno popular, bautizado con el nombre de Soviet de Mabay. Ese día, en lo más alto del central azucarero ondearía la bandera roja con la hoz y el martillo.

Tania Quintero
Foto: Así lucía en 1959 la Avenida Carlos III vista desde la calle Reina. Tomada del blog Memorias y acontecer cubano.

miércoles, 25 de marzo de 2015

1959 en mi vida (II)



Por 46 pesos al mes trabajaba de lunes a domingo, mañana, tarde, noche y madrugada si era preciso.

Blas Roca, mi jefe, en 1959 decidió reeditar su libro Los fundamentos del socialismo en Cuba. Cogió la última edición, fue arrancando hoja por hoja y en ellas directamente iba haciéndole los arreglos. La complicación venía cuando añadía nuevos párrafos y ponía numeritos en unas hojitas de blocks que costaban 2 centavos en las quincallas y eran los que a él le gustaban para escribir.

Trabajar como una 'caballa' a esa edad tenía sus ventajas: de vez en cuando hacía lo que me daba la gana. Por ello saqué la máquina de escribir de la biblioteca y la llevé para la oficina de Blas, que solo tenía un buró, tres taburetes y un librero.

Allí podía trabajar con tranquilidad, pues Blas, para poder concentrarse, estaba pasándose un tiempo en una casa en la playa de Guanabo, él solo, con dos escoltas. A las cinco de la mañana se despertaba, hacía café y se sentaba a escribir. Antes que el sol apretara caminaba un rato por la arena y volvía a su libro. Con un chofer me enviaba las hojas a mecanografiar y cuando yo las tenía listas, avisaba y pasaban por la oficina del Comité Nacional del PSP a recogerlas.

Pero a veces Blas me mandaba a buscar. Me encantaba ir a Guanabo en un Impala, sentada alante, disfrutando el paisaje de la costa norte habanera. La contentura pronto se me quitaba, cuando veía que había hecho arreglos en las cuartillas ya mecanografiadas. Después vendría lo peor: quedarme a almorzar con él.

Blas enseguida se daba cuenta de la cara de mierda que ponía y con su hablar pausado, típico de los manzanilleros, me decía: "De verdad que eres una vaina. Carmen y Quintero (mis padres) te han criado muy mal, con bistecitos y platanitos fritos. Y no te han enseñado a comer calabaza con cáscara".

Y a continuación soltaba una disertación sobre las propiedades de la calabaza. Mientras, tenía que hacer de tripas corazón y tomarme saquella sopa anaranjada y olorosa de flores de calabaza, cogidas de un huerto detrás de la casa. Desde una ventana los escoltas miraban con disimulo y se reían. A ellos dos veces al día, le traían cantinas con comida "normal" y no ese invento de sopa de flores de calabaza.

Todo el trabajo con Blas a propósito de la reedición en 1959 de Los fundamentos del socialismo en Cuba se hizo en un mes. Al ser la única mecanógrafa y bibliotecaria en ese momento, no podía darme el lujo de desatender al resto de los que allí tenían oficina permanente. Los que trabajaban en sus casas o en otros lugares, también venían y si me lo pedían, tenía que mecanografiarles. Cuando había reunión debía salir de la biblioteca porque allí se celebraba, en torno a una gran mesa y con una docena de taburetes.

La Mora era la encargada de una pequeña cocina donde se colaba café. Los días de reuniones, ella, Mario (el encargado de la limpieza) y yo, al mediodía íbamos a La Fama China, restaurante situado a dos cuadras, en Belascoaín y Maloja, a buscar veinte y pico de cajitas, unas con arroz frito y otras con chop suey de puerco o pollo, encargadas con antelación. El almuerzo lo acompañaban con agua fría y al final, café. Algunos fumaban, pero en aquella época, aún no le habían declarado la guerra al tabaco.

La biblioteca la atendía sin complicaciones. En una ocasión, del Ministerio de Relaciones Exteriores me mandaron a pedir unos libros de filosofía y marxismo y enseguida se los envié con un chofer. Cuando venció el préstamo, junto con los libros adjuntaron una carta dirigida a la "Dra. Tania Quintero, directora de la Biblioteca del Partido Socialista Popular". Me dio tremenda risa.

Los 46 pesos dejaron de ser un trauma desde el primer mes: en El Encanto me compré un frasco de Miss Dior por 5 pesos (sí, pesos, la moneda nacional). Crucé al Ten Cent de Galiano y después de merendar llevé para la casa una libra de chocolate con almendras (0,99 centavos). Seguí hasta los Almacenes Ultra y allí terminé de gastar mi primer salario, en un par de sandalias, una cartera, una saya, una blusa, un pañuelo de cabeza, dos blumers y dos ajustadores. Y todavía me quedó para regresar en taxi a la casa.

Tania Quintero

Foto: Calle Reina en los años 50, donde radicaban los Almacenes Ultra, una de las tiendas más populares de La Habana, junto a Fin de Siglo, El Encanto, La Época, Los Precios Fijos, Flogar y El Bazar Inglés. Tomada de Cjaronu's blog.

lunes, 23 de marzo de 2015

1959 en mi vida (I)



Diciembre de 1958. Desde una azotea de una casona de la Habana Vieja, casi toda la visita a una familia amiga de mis padres me la pasé con una mezcla de temor y misterio, mirando el gran movimiento de tropas militares en La Cabaña que sin necesidad de anteojos, se divisaba desde el privilegiado lugar, muy cerca de la entrada del túnel de la Bahía de La Habana.

En noviembre había cumplido 16 años y mis preocupaciones, debo confesar, guardaban relación con aquel ir y venir de militares: el Ejército Rebelde, me lo había dicho mi padre, estaba a punto de tomar la ciudad de Santa Clara, en el centro mismo de la isla. Pero mi padre, que todo me lo decía, no me había dicho que un paquete grande y pesado que yo había recibido de un desconocido y guardado en un recoveco de nuestra casa en Romay 67, eran luces de bengala, para ser utilizadas en el descarrilamiento de un tren en Las Villas.

Cincuenta y siete años atrás, en diciembre del 58, tampoco podía imaginarme que la dictadura de Fulgencio Batista pronto desaparecería. Ni que apenas un mes después de aquel día en que pasé varias horas observando los movimientos de vehículos militares, yo estaría allí, en La Cabaña. Y almorzaría frijoles colorados con plátano maduro y calabaza en el comedor de los barbudos. Y vería por vez primera al Che y le saludaría.

Los meses de enero a julio de 1959 los recuerdo como si yo y todos los que me rodeaban hubiéramos estado viviendo en un limbo. A pesar de las noticias y corazonadas, los acontecimientos se sucedieron como el sube y baja de un cachumbambe.

De pronto, el rojinegro se convirtió en la combinación de moda, desplazando los colores de la enseña nacional. Los católicos, por si acaso, decidieron mantener oculta la imagen del Sagrado Corazón. Los espiritistas, seguidores de Clavelito, sí dejaron el vaso de agua a la vista. Pero fue mayoría la que se sumó a la catarsis fidelista y en las puertas de las casas comenzaron a aparecer cartelitos de Gracias Fidel.

En mi casa nunca hubo ninguna imagen religiosa y a no ser mi tía Candita, nadie creía en el espiritismo. No éramos fanáticos y no pusimos ningun cartelito. Vivíamos en un tercer piso y nadie lo hubiera visto, pero ésa no fue la razón. Mi padre no veía con buenos ojos a Fidel Castro. Cuando el día después del asalto al cuartel Moncada vi aquellos titulares en la prensa, le pregunté. "Eso fue un putsch y Fidel Castro es un putschista", me respondió.

Febrero de 1959. Con el tibiritábara de la revolución, en la Escuela Profesional de Comercio de La Habana, donde estudiaba, no habían empezado las clases y había tremenda fajazón entre los del Movimiento 26 de Julio, el Directorio Revolucionario 13 de Marzo y la Juventud Socialista. Cada grupo quería controlar la asociacion de estudiantes. Me había sumado a la huelga estudiantil decretada en 1958 en todo el pais y llevaba un año sin asistir a clases.

Entonces me entró el culillo por trabajar y tener mi propio sustento. Una noche, después de comer, le dije a mi padre que quería trabajar. "¿Trabajar? ¿En qué? Si tú nada sabes hacer", me dijo. "Yo me pasé todo el año 58 dando clases de corte y costura con la tía Cuca", argumenté. "Sí, y qué, ¿vas a trabajar en un taller de confecciones?", contestó. "A lo mejor, o puedo coser para la calle. Ya sé hacerme mi ropa", seguí argumentando. "Mira, acuéstate a dormir y mañana seguimos hablando".

Al día siguiente le llevé una propuesta: pasar un curso de mecanografía y taquigrafía en inglés y español, en la Havana Business Academy, al doblar de la casa. El problema era que costaba 8 pesos al mes. Logré convencerlo -al final era su única hija- y me pagó dos meses, marzo y abril. Se presentó un obstáculo: para mecanografiar con velocidad y poder conseguir pronto un trabajo tenía que practicar todos los días. Y a eso sí mi padre se negó: a comprarme una Remington portátil que en 40 pesos vendía un vecino.

La solución fue irme todos los días a las oficinas del Comité Nacional del Partido Socialista Popular (PSP), en Carlos III y Marqués González, Centro Habana, donde él trabajaba cuidando el local. Y tantas veces fui que terminé sustituyendo a Aleida, la mecanógrafa, en avanzado estado de gestación.

El administrador era Secundino Guerra, más conocido por Guerrero, quien después fue miembro del Comité Central del Partido Comunista. Manuel Luzardo, Manolo, que llegó a ser ministro de Comercio Interior, era el tesorero del PSP. Él fue quien determinó mi salario: 46 pesos. Cuando me lo dijo, formé bateo. Manolo, que era grande y gordo como mi padre e igualmente tacaño, me respondió: “Todavía no has cumplido los 17, ¿para qué necesitas más dinero? ¿Tú no sabes que el dinero corrompe?”.

Tania Quintero
Foto: Similar a ésta era la máquina de escribir que un vecino me vendía por 40 pesos.

viernes, 20 de marzo de 2015

Cuba no es una telenovela


Ha puesto a soñar durante medio siglo a millones de televidentes de América Latina. Les ha dado ilusión, lágrimas y la felicidad pasajera de sus telenovelas. Una de ellas, Kasandra, se llevó a 10 idiomas y apasionó a hombres y mujeres de muchos países: japoneses, húngaros y griegos, entre ellos.

Su capacidad para hallar historias de amor en el espacio infinito que había entre su máquina de escribir y el cielo no le han impedido nunca a Delia Fiallo (La Habana, 1924) aterrizar como un ángel en paracaídas para opinar sobre lo que pasa en su país.

Lo ha hecho ahora, a raíz de los acuerdos entre Barack Obama y Raúl Castro para normalizar las relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos con un artículo titulado Aquí no ha pasado nada.

La autora, que comenzó su trabajo en la radio en su país natal, en 1949, y lo llevó a Venezuela y Estados Unidos, escribió: "Como cubana disidente que se enfrentó al sistema, se vio forzada a abandonar su patria, lo perdió todo, tuvo que volver a empezar desde cero en una tierra extraña y durante 48 años arrastra la nostalgia del exilio, me causa gran dolor que el cambio anhelado salga de un oscuro trámite entre el presidente del país adonde vine en busca de libertad y el dictador del país que abandoné porque no la había".

Delia Fiallo es considerada en aquella región como la madre o la diosa de la telenovela y entre sus títulos más conocidos y difundidos por las cadenas de televisión están Esmeralda, Marielena, Topacio, La señorita Elena, Una muchacha llamada Milagro, Leonela, Morelia y Cristal, la pieza que marcó su retiró en 1986.

Prohibida con empeño por el Gobierno de su país, que pretendió dejarla en el olvido, el nombre de la mujer ha regresado, siempre por vías alternativas, al público cubano. La pieza que firmó esta semana la señora Fiallo es especialmente dura con la Administración demócrata de Estados Unidos.

"¿Qué importan los miles de ejecutados en los paredones de fusilamiento por el delito de disentir, ni los cientos de prisioneros de conciencia muertos en las cárceles a bayonetazos, por tortura, por falta de medicamentos? ¿Qué importa la destrucción, el sufrimiento de las separaciones familiares, el horror, la miseria, el odio sembrado entre hermanos, la desesperanza que la revolución socialista desató sobre un país próspero y feliz que estaba a la cabeza de las naciones latinoamericanas?", dijo Delia Fiallo. Ya el presidente Obama restableció las relaciones con Cuba. Y aquí no ha pasado nada.

En Cuba gobierna una dictadura que se hace propaganda con panfletos controlados por el Partido Comunista. Están prohibidas las manifestaciones populares que no sean a favor del Gobierno. Salir en grupo con un lápiz o un bolígrafo en la mano y en silencio se recibirá por la policía como un acto contrarrevolucionario.

Raúl Rivero
El Mundo, 13 de enero de 2015.
Foto de Polina Martínez, tomada de Los gitanos del Almendares.

miércoles, 18 de marzo de 2015

El negocio estatal del monopolio



En el mercado de la Avenida 26 y Calzada de Puentes Grandes hay un estante con turrones españoles sin vender. En las neveras se amontonan decenas de pavos congelados, quesos importados y embutidos a precios de escándalo.

En el anaquel de equipos electrónicos, un televisor Sony de 32 pulgadas llama la atención de los clientes, pero al ver el precio, 766 pesos convertibles (cuc), la gente sigue de largo.

Consumidores habituales como Adrián, quien temporalmente labora en Costa Rica, intrigado, pregunta si el Estado cubano tiene una política comercial coherente.

No lo parece. Un mes después de las Navidades, seguían ofertando turrones a 4 cuc, pavos congelados entre 48 y 55 cuc y artilugios electrónicos pasados de moda al triple de su valor en cualquier tienda de Miami.

La Habana no es Ginebra. Como promedio, la gente gana 20 dólares mensuales. Y si muchos pueden llegar a fin de mes sin demasiadas preocupaciones, es gracias a las remesas enviadas por parientes al otro lado del charco o por lo que han podido robar en alguna dependencia estatal.

Pero si usted visita la agencia de automóviles Peugeot, en Vía Blanca y Primelles, se quedará boquiabierto y sin aliento al ver los precios estratosféricos de los autos en venta.

Coches de segunda mano entre 17 y 25 mil cuc y un Peugeot 508 en algo más de 263 mil cuc, unos 300 mil dólares al cambio en la Isla. “Con esa plata uno se compra un Ferrari o un Lamborghini”, dice Diosdado, trabajador de un garaje contiguo y quien un año después de la autorización por parte del régimen de la venta de coches, no deja de indignarse ante los prohibitivos precios.

En 2014, el gobierno de Raúl Castro hizo un chiste de mal gusto cuando en la prensa anunció que con los fondos recaudados por las ventas de vehículos, se adquirirían ómnibus nuevos para el transporte urbano.

“Fue la broma del año. Tengo entendido que solo se ha vendido una veintena de autos y motos, casi todos de segunda mano. Creo que la política del gobierno es aparentar apertura, pero en el fondo el negocio es no vender”, señala un empleado de la agencia.

Navegar por internet en una sala de Etecsa cuesta 5 dólares la hora. A pesar del precio, en varias salas de La Habana hay colas. “No vengo a por placer. Estoy gestionado un contrato de trabajo en Brasil. De otra manera, jamás pagaría ese precio”, acota Daniel.

En 3ra. y 70, un supermercado de Miramar donde suelen hacer sus compras diplomáticos y funcionarios, Samanta, jinetera, le pide al carnicero varios cortes de de carnes de res de primera.

En un carrito metálico, desbordado de carnes, latas, golosinas y productos de aseo, ha consumido 177 cuc, el salario anual de un profesional. “No tengo otra opción. Si no pagas estos precios abusivos en los mercados del Estado, no comes carne de res. Gracias a Dios, tengo suerte en mi negocio”, dice la prostituta habanera.

Según un trabajador de un almacén estatal, “da pena ver cómo se echan a perder alimentos en los almacenes. O están repletos de mercancías con poco movimiento de venta. A pesar de eso, el Estado no baja los precios, es la ventaja de tener un monopolio en las ventas”.

Cualquier persona o negocio que afecte ese monopolio, se lanza la voz de ataja. En 2013 se prohibió la venta de ropa y las normas aduaneras acosan el trasiego de ‘mulas’ desde Miami, Ecuador o Caracas.

La pregunta que se hace Regino, jubilado, es si el nuevo giro diplomático entre Cuba y Estados Unidos podría redundar en una rebaja en los precios.

“He estado cuatro veces de visita en Miami. Un televisor de pantalla plana ronda los 200 dólares y 450 una buena computadora. En Cuba un televisor de plasma supera los 800 dólares y un ordenador, que es una antigualla, frisa los mil. Es una locura. No hay bolsillo que aguante. Por eso nunca se va acabar el tráfico de mercancías desde la Florida. Espero que después del 17 de diciembre, el gobierno haga una rebaja de precios y le quite el 'impuesto revolucionario' que Fidel le puso al dólar. De lo contrario, no tendría sentido toda la hoja de ruta trazada por Obama”, razona Regino.

De momento, la autocracia verde olivo no tiene una estrategia en su parrilla de salida que beneficie al consumidor. La lógica en Cuba siempre gira en dirección contraria.

Iván García
Foto: Tomada de Cubanet.

lunes, 16 de marzo de 2015

Cuentapropistas exitosos, un grupo a tener en cuenta



Observar con frialdad y despojarnos de todo partidismo es la mejor forma de entender que la decisión tomada por el ejecutivo estadounidense, de restablecer relaciones con Cuba es acogida con beneplécito por todo un sector cubano que después de sufrir la furia de lo que parecía ser un infinito enfrentamiento, confía en un paso que, sin dudas, repercutirá de manera positiva en el actual modo de vida en la isla.

Está claro que Estado Unidos, además de ejecutar una jugada geopolítica magistral pues con este acercamiento aisló a Rusia y a China de América Latina, usando como palanca la indiscutible influencia de Cuba en la región, persigue también convertir Cuba en una suerte de vecino estable, capaz de garantizar el control sobre su emigración ilegal y constreñir el anidar en nuestra isla de grupos terroristas y del crimen internacional.

Aceptemos sin ingenuidad que esto último sólo se logra trabajando de conjunto con militares y/o gobernantes cubanos, dictatoriales o no.

¿Me gusta? Claro que no, conozco a los altos dirigentes cubanos, sé que están estructurados para aplastar sin remordimiento a todo aquel que se ponga del lado contrario al de ellos. Son delincuentes y son dictadores. Pero la oposición cubana no tiene nada que ofrecer: además de luchar por el poder usando la receta ideal para caer en el desastre, parece desconocer que la solución de los problemas sociales se encuentra en la política real y no en el marketing internacional.

Ni la ñoñería victimaria ni la sabiduría arrogante posee atractivo. Por ello sus acciones carecen de efecto movilizador.

A ninguno de los opositores, por ejemplo (utilizando la tan repetida campaña que lleva el general Rául Castro en contra de la corrupción), le he escuchado hablar sobre impulsar un proyecto de “ley de transparencia” en el que cada uno de los miembros del gobierno y el Estado cubano se vea obligado a crear una vía directa online a la que todos, en cualquier momento, nos podamos asomar para saber cuánto ganan, cuánto tienen y en qué gastan el presupuesto nacional.

No obstante, los debemos apoyar y me parece significativo que el debate de Cuba llegara a Washington y fueran invitados miembros de la oposición cubana. Desde mi punto de vista, esa invitación significa un verdadero empujón y una sombrilla protectora para esas voces valientes que dentro de Cuba dejan su vida en las calles.

Pero si lo que persigue el gobierno de Estados Unidos es “entender el impacto de los cambios en la política para los derechos humanos y la democracia en Cuba”, entonces, además de disidentes y opositores, también debían invitar a algunas de esas personas que, aunque no le hemos aplicado el merecido título de líderes, es la verdadera vanguardia, la que inspira y anhela la juventud cubana y nuestra sociedad civil.

Me refiero, obviamente, a esos nuevos y exitosos emprendedores (detesto usar la palabra “cuentapropistas“) cubanos que emergen dentro de la isla y canalizan el descontento social creando una zona de confort visual y atractiva al todavía reducido, pero creciente sector que sueña emigrar hacia ella.

No escuchar a este grupo social que cada día se hace más potente, más influyente y que aplaude el acercamiento entre Cuba y Estados Unidos porque quiere beneficiarse de él, es como desear que los negros nubarrones de hoy continúen formando parte del eternamente empobrecido paisaje nacional.

Juan Juan Almeida
La voz del Morro, 10 de febrero de 2015.
Foto: Paladar Doña Eutimia, Callejón del Chorro No. 60, Plaza de la Catedral, Habana Vieja.

viernes, 13 de marzo de 2015

Ser o no ser... ilegal



Hace 12 años, Yosniel comenzó a realizar sus primeras fotos y videos pornográficos con un teléfono Nokia de segunda generación. Eran desnudos cursis y grabaciones caseras chapuceras.

“Las primeras fotos que hice eran selfies de desnudos míos o en pareja. Luego comencé a trabajar con un italiano que frecuentemente viaja a Cuba a producir filmes pornográficos comerciales. De un tiempo acá he montado un pequeño negocio. El sexo siempre resulta rentable. Las leyes y el puritanismo de la sociedad los prohíbe. Pero por debajo de la mesa muchos lo consumen. En la Isla, al no existir bayúes, cabarets de nudismo y prostitución legal, el negocio es una mina de oro. La materia prima, prostitutas, travestis, lesbianas y gay sestán ahí. En un futuro, la pornografía cubana será líder en el Caribe”, augura Yosniel.

En una casa en las afueras, Yosniel ha montado un estudio para sus locaciones y sesiones fotográficas. Tiene dos cámaras de alta definición y un PC Apple pasado de moda para editar las filmaciones.

“Algunos equipos me lo han donado extranjeros que vienen a la Isla a filmar pornografía. Otros los he comprado en el mercado negro. El gobierno debiera legalizar la prostitución en determinados áreas, como en Holanda o Suiza. Prohibirla es una tontería. Un segmento amplio de turistas y cubanos adinerados son clientes asiduos. Cobrarían un impuesto razonable y las chicas tuvieran garantías legales y certificados médicos. Mi sueño es vender mis producciones en el mercado de Estados Unidos. Si pudiera obtener un crédito de algún banco estadounidense sería maravilloso. Pero me temo que lo que hago también sea ilegal en la yuma", afirma.

Los proxenetas, jineteras, pingueros y personas que realizan fotos y videos pornográficos son acosados por la policía especializada. No pueden sindicalizarse y sus empresas no cuentan en la hoja de ruta promulgada por Obama para empoderar al cubano de a pie.

Raciel, dueño de dos antenas satelitales ilegales que conectan a medio centenar de casas en la parte antigua de La Habana, ha leído con lupa esa hoja de ruta emitida por la Casa Blanca.

“Creo que muchos de los actuales negocios ilegales clasificamos para adquirir créditos gringos. Solo en Cuba somos clandestinos. En cualquier nación existen empresas de antenas satelitales, venta de ropa al detalle o cines 3D, por poner tres ejemplos de negocios prohibidos por el gobierno. Aunque están disgustados con el sistema, por temor, la mayoría de los ciudadanos no quiere enrolarse en la disidencia. Sin embargo, estén a favor o en contra Raúl Castro, alquilan el ‘paquete’ o compran carne de res en el mercado negro”, señala Raciel.

Quienes ofertan los famosos ‘paquetes’ -ediciones audiovisuales con programas de canales estadounidenses, españoles, colombianos o del cine independiente cubano-, caminan por el filo de la navaja.

“Estamos en un limbo jurídico. Por eso no queremos llamar la atención de las autoridades, incluyendo noticias disidentes o denuncias sobre derechos humanos en los 'paquetes'. Sería maravilloso si pudiéramos adquirir equipos o pedir créditos en Estados Unidos. Pero tenemos fecha de caducidad: cuando el gobierno abra las puertas a internet y la televisión por cable, tendremos que colgar los guantes”, apunta Nora, informática que se dedica a editar los comerciales en telenovelas y seriales que vienen en los ‘paquetes’.

Es amplio el registro de negocios que el gobierno prohíbe. Desde juegos de azar hasta las discotecas privadas. Según Sergio, economista, se calcula que unas 100 mil personas trabajan en la economía negra o sumergida.

“Es la tercera fuerza laboral, después de los empleados estatales y trabajadores por cuenta propia. De seguir los altos impuestos, emprendedores privados con licencia pasarían a desempeñarse por la izquierda. Es una puerta giratoria muy utilizada en el país. Algunos de estos negocios solo son ilegales en la Isla. Otros, como las drogas, prostitución o piratería de videos y clonar señales de antenas satelitales también son prohibidos en Estados Unidos. Me pregunto: qué tipo de sociedad civil quiere potenciar Washington? La disidencia tiene un atractivo discurso de futuro, pero la gente no confía en ellos. Es que los opositores viven en otra dimensión. Hablan del pueblo, pero hace años que no trabajan, ni siquiera como cuentapropistas . Y los líderes se la pasan viajando, igual que cualquier funcionario del gobierno”, acota el economista habanero.

Consuelo, 70 años, vende cantinas de comida ilegales. “Sería bueno acceder a créditos o importar alimentos directamente desde Estados Unidos. Pero no creo que este gobierno lo acepte. Los negocios ilegales estamos atrapados por los altos impuestos y las prohibiciones. Y cuando se abra el comercio, los monopolios yanquis nos arrollarán”, comenta mientras en su calurosa cocina prepaara un potaje de frijoles colorados.

Para Raudel, taxista clandestino que por las noches alquila por los alrededores de céntricos restaurantes de la capital, la licencia estatal es un estorbo.

“Además de pagar abusivos impuestos, hay que darle dinero a inspectores y policías corruptos. Cuando un turista se monta en mi auto, no le importa si tengo o no mis papeles en regla. No creo que tras el giro diplomático del 17 de diciembre las cosas cambien demasiado en Cuba. Lo bueno del turismo americano es que paga mejor. Ya eso es algo”, afirma.

Iván García

miércoles, 11 de marzo de 2015

El desquite de los "caballiteros"



En el lenguaje popular, se denominan 'caballiteros' a las personas que tienen un gusto desmedido por los caballos.

La imagen del 'caballitero' es inconfundible: sombrero o gorra sobre la cabeza, jeans, botines y llamativos cinturones. También se les reconoce por los lemas que dibujan en sus coches o “arañas”, vehículos tirados por equinos.

No todas las personas que tienen caballos o "arañas" son 'caballiteros'. Ser 'caballitero' es algo que, en el imaginario popular, va acompañado por una especie de estruendosa mitología de la insolencia y el coraje. Una mitología que se reconoce entre otras cosas por el gusto musical de estos pintorescos personajes, los que cuando están inspirados por el alcohol cantan rancheras mexicanas, en las cuales el tema recurrente son las apuestas, los duelos a balazos y las peleas de gallos.

Para las gente, el carácter de los 'caballiteros' es expansivo, y una verdadera máquina de fabricar problemas, ya que andan sobre sus "arañas" casi siempre ingiriendo alcohol, poniendo en peligro la vida de los transeúntes. "Un almendrón o una guagua son predecibles, pero nadie sabe en qué momento por una esquina va a doblar una "araña", o si van a correr a todo galope, con el que la conduce casi de pie, dándole latigazos o palos a la pobre bestia", dice un taxista.

Lo que hace de los 'caballiteros' un peligro rodante es que no se consideran sujetos a ninguna ley de tránsito ni tampoco urbana. Los ancianos sienten pánico cuando ven reunidos a algunos de estos conductores de "arañas", pues han sido testigos de sucesos donde personas de la tercera edad han sido atropelladas.

Algunos de los lemas dibujados en el espaldar de estos vehículos son un abierto desafío a todo y a todos. Se caracterizan por el machismo más desenfrenado. Entre los más comunes se pueden leer: "Las mujeres son como las espadas, sólo brillan cuando están desnudas" y "Si las mujeres fueran buenas, Dios estaría casado". O "Mis amigos son los muertos, yo no tengo amigos”. Hay frases más violentas aun: "Yo soy la ley y la llevo en la punta de mi cuchillo”.

Uno de los sitios donde a menudo se producen verdaderos torneos de carreras de "arañas" es en El Rincón, poblado del municipio Boyeros, en las afueras de La Habana. Corren por la calle de las Cuatro Esquinas ignorando todas las leyes del tránsito. La policía prefiere no aparecer por allí. Durante un tiempo impredecible, se convierten en los dueños de ese pedazo de paisaje urbano. El ambiente se llena de rancheras y de frases inspiradas por el alcohol.

Contrario a lo que pudiera pensarse, la mayoría de estos conductores de "arañas" no provienen de escenarios rurales, sino de pueblos cercanos y de municipios habaneros.

El miércoles 17 de diciembre, día de peregrinación por San Lázaro, fue decepcionante para los 'caballiteros'. Debido a las medidas de seguridad tomadas por la policía y las autoridades no pudieron acudir masivamente. Pero de la frustración se desquitaron el sábado 17 de enero. Acudieron y convirtieron el lugar en una especie de localidad ocupada por 'caballiteros' con sus "arañas" y sus caballos.

Los desórdones provocados parecen no tener límites y convierten en letra muerta la propaganda oficial sobre la necesidad de fomentar una adecuada conducta social. Muchos lugareños consideran que El Rincón se ha convertido una comarca sin ley, donde sólo se toman medidas contra los que venden caramelos o dulces para subsistir.

Las autoridades les hacen la vida imposible a los que luchan por ganarse la vida, pero a quienes si no te apartas a tiempo te pasan por arriba con sus caballos, no les dicen nada.

Texto y foto: Misael Aguilar Hernández
Red Cubana de Comunicadores Comunitarios
1 de febrero de 2015

lunes, 9 de marzo de 2015

Lo que va quedando en el armario



Si no aparecen pronto los temibles sluggers, esos tipos portentosos que con un golpe de muñecas cambian la decoración de un partido, el jonrón en la pelota cubana podría convertirse en una exquisitez.

Cada año, el promedio de jonrones por juego decrece. Pareciera que las cercas están más lejos. O las pelotas tienen un menor bote. Pero no, las bardas siguen a 325 pies por las líneas y 400 por la pradera central.

La Mizuno 200 no se puede comparar en bote con la Rawlings, pero tampoco es una pelota de trapo. Cuando Yasmani Tomás o José Dariel Abreu jugaban en Cuba, conectaban jonrones siderales con esa misma pelota.

Abreu tuvo tres temporadas en fila con 30 jonrones o más. Yulieski Gourriel, uno de los mejores peloteros cubanos libra por libra, en 2014 fue líder solo con 16.

Los partidos de la Serie Nacional se tornan juegos chiquitos y de estrategia. El 80% de las novenas criollas no tienen un cuarto bate natural. Lo peor, es probable que antes del 27 de marzo, cuando arranque la liga profesional de Japón, tengan que marcharse Alfredo Despaigne, Frederich Cepeda y Yulieski Gourriel.

Entonces el jonrón podría ser un lujo. Y los fanáticos desde las gradas con nostalgia recordarán los palos descomunales de Orestes Kindelán, Romelio Martínez, Lázaro Junco o José Dariel Abreu.

Ahora mismo, los jonroneros se pueden contar con los dedos de las manos. Y sobran dedos. Hay que ser muy inepto para dejar fuera de un equipo a toleteros de la talla del tunero Joan Carlos Pedroso, hace dos campañas desechado por su equipo. Un hombre con más de 300 jonrones en la pelota cubana y 80 carreras fletadas a la registradora cada año.

Pedroso se fue a jugar en Italia y es un bateador especial en la liga invernal de México. En lo personal le ha ido mejor. Cambió cuarenta dólares mensuales de salario por varios miles.

Pero en cuanto al espectáculo, el fanático local lo siente. En el fondo de armario del béisbol cubano no quedan muchos bateadores de poder. Tampoco de contacto.

Por supuesto que algo queda. Entre los bateadores de promedio, buenos al campo, veloces y con varias herramientas, destaca Yander la O, tercera base de Santiago de Cuba. Es un clon de Manny Machado, aunque sin su poder.

En Granma hay un primer bate con habilidades excepcionales con el madero. Se llama Roel Santos. La pradera central parece quedarle pequeña. Si no hubiera bardas, podría capturar hasta las bolas de jonrón. Roel toca la bola como un maestro, la timonea al estilo de un bateador de softbol y batea líneas hacia todos los ángulos del terreno.

También destaca un grupo de peloteros bisoños con pinta para establecerse como grandes bateadores de promedio, como Robert Luis Moiran y José Adonis García en Ciego de Ávila. O Guillermo Avilés en Granma, Julio Pablo Martínez en Guantánamo y Yunel Díaz, probable novato del año en Cuba, en Industriales.

Pero todos necesitan horas en el gimnasio. Demasiados bateadores con físico de ajedrecistas. Son hijos de esa generación eufemísticamente llamada por el régimen de “período especial en tiempos de paz”.

Y que todo cubano conoció. Doce horas diarias de apagones, cero desayuno y una sola comida caliente, a base de masa cárnica y arroz sin frijoles.

Hay que hurgar demasiado para encontrar a peloteros como el pinareño Lázaro Alfonso, un fornido bateador zurdo con 21 años y un imponente carapacho, capaz de pegar jonrones por cualquier banda.

Si en estos momentos en Cuba aterrizara una tropa de scouts para firmar de inmediato bateadores para la MLB, puede que se vayan con las manos vacías. Excepto los tres ases, Gourriel, Despaigne o Cepeda, ya algo viejo, pocos tendrían un buen rendimiento a corto plazo en la Gran Carpa.

A largo plazo quizás. Donde se observan mejores talentos es en el pitcheo. Fueron los lanzadores -recuerden a los hermanos Hernández, Rolando Arrojo o José Ariel Contreras-, los primeros en firmar y brillar en la MLB.

Eran tiempos que en Cuba se jugaba con bate de aluminio y los bateadores de nivel que se marcharon no supieron adaptarse al bate de madera. Pero cuando en el 2000 el bate de madera llegó a la Isla, las cosas cambiaron.

Siguen nutriéndose de lanzadores de calibre como Aroldis Chapman o José Fernández (que no jugó en clásicos nacionales), pero los cubanos más valiosos que actualmente en la MLB son bateadores como Abreu, Puig, Alex Ramírez o Céspedes. El panorama puede revertirse.

Si yo fuera scout de la MLB, solo firmaría lanzadores. Anoten estos nombres: Norge Luis Ruiz, Yassier Sierra, Vladimir Gutiérrez, Raidel Orta, Héctor Mendoza, Freddy Asiel Álvarez, Julio Alfredo Martínez, Jesús Balaguer, Carlos Juan Viera, Alain Tamayo y Cionel Pérez.

Todos jóvenes, con rectas entre 92 y 96 millas, buenos comandos de lanzamientos y bolas quebradas de nivel. Algunos tienen como handicap su control. Pero eso se mejora. El poder al bate no.

Y además, en cada roster de la MLB, hay 20 lanzadores. Siempre será más fácil llegar.

Iván García
Foto: Norge Luis Ruiz Loyola, pitcher del equipo de Camagüey y de la Selección Cuba. Mide 1,76, pesa 80 kg y le llaman "el ciclón de Rubirosa", nombre del barrio donde vive en Camagüey, provincia a 533 kilómetros al este de La Habana. Tomada de Cubasi.

viernes, 6 de marzo de 2015

"Adoro el anonimato"



Corría la década de 1980 y mi hija, Tamila García Quintero, terminados sus estudios de bibliotecaria, durante unos meses adquirió experiencia laboral en la Casa de las Américas. Ya Haydée Santamaría se había suicidado, pero tuvo oportunidad de conocer de cerca a Hilda Guevara Gadea, la primera hija del Che.

Recuerdo que Tamila me habló muy bien de Hildita, resaltando su sencillez y total ausencia de superficialidad en su trato. No habría pasado una semana cuando me dijo que ella tenía dos hijos: Canek y Camilo. La vida siguió su rumbo y en 1995 nos enteramos que Hildita había fallecido de cáncer. La pena me invadió y mi primer pensamiento fue para sus hijos: ¿tendrían padre y familiares que les proporcionaran el siempre necesario calor maternal?

1995, el año en que murió la madre de Canek, fue definitorio para mí: decidí no seguir siendo periodista oficial y me declaré independiente, formando parte de la agencia Cuba Press, recién fundada por Raúl Rivero. Ocho años después, en noviembre de 2003, llegaba a Suiza como refugiada política.

Tenía casi olvidados a los dos hijos de Hildita cuando una noche de octubre de 2004, rastreando la prensa por internet, en la revista mexicana Proceso descubrí fragmentos de un texto que Canek Sánchez Guevara le había dirigido a Homero Campa, ex corresponsal en La Habana. Tras varios días intentándolo, no logré conseguir el documento completo. En eso Fidel Castro se cayó en Santa Clara -significativamente delante de la estatua de Ernesto Guevara- y mi interés por el escrito de Canek decayó.

Pero de repente, en enero del 2005, me topé en la red con una autobiografía de Canek. Al final aparecía su email y decidí escribirle, sin ninguna esperanza. Un buen día, cuando ya me había vuelto a olvidar de la existencia del nieto mayor del Che, abro el correo electrónico y me encuentro con la respuesta de Canek. Me escribía como si me hubiera conocido de toda la vida.

No sé si lleguemos a conocernos personalmente, pero entretanto, aquí van las respuestas a un cuestionario que sin pérdida de tiempo le envié después de recibir el siguiente email: "Querida Tania, con gusto me dejo entrevistar por ti, sólo dime cómo piensas hacerlo. Un abrazo, Canek".

Hasta octubre de 2004 cuando la revista mexicana Proceso publicó un texto tuyo poco se sabía de Canek Sánchez Guevara. ¿Por qué decidiste salir del anonimato?

-En primer lugar, no me planteé tal cuestión. Es decir, no afronté la situación en términos de anonimato o autopublicidad; pero no soy ningún ingenuo: sabía muy bien que responder a Proceso significaba también hacer público un trozo mío. Siempre he pensado -correcta o incorrectamente- que ser "conocido" implica perder un poco de autonomía (vamos, que al ser un personaje público te debes por completo a un público) y yo, la verdad adoro el anonimato. Soy un individuo tan individual como cualquier otro, y como cualquier otro, soy contradictorio de tiempo completo, con intereses a veces opuestos y visiones distintas de un mismo punto -no soy un absoluto, ni en público ni en privado. Sólo soy yo...

-Ahora, volviendo al asunto de la revista Proceso, diré que como cada año, fui contactado por dicha publicación en vísperas del aniversario luctuoso del Che; y como cada año, el coordinador de la sección internacional pidió entrevistarme para hablar de mi abuelo. La verdad es que yo no puedo hablar de "mi abuelo" en el sentido estríctamente familiar pues no lo conocí, por tanto mi relación con él no es una relación "privada".

-Mi relación con el Che es similar a la relación que cualquier otra persona pueda tener con él (excepto por la cuestión sentimental, ésa que escapa al análisis y a la lógica): a través del mito, de la leyenda, de la historia o de la literatura. Claro que mi madre hablaba de él en casa; contaba miles de anécdotas, algunas divertidísimas -quienes lo conocieron íntimamente hablan mucho de su sentido del humor, a veces ácido, a veces negro-, y otras muy tristes y que sin duda marcaron profundamente a Hilda... Pero yo no soy quién para repetir tales historias: pertenecen a mi madre y no puedo (ni quiero) arrebatárselas.

-Entonces, volvamos al mes de octubre de 2004. Como cada año, estuve a punto de rechazar la entrevista por las razones ya expuestas, pero una pregunta se instaló en mi cerebro: ¿acaso mis opiniones están indisolublemente ligadas al Che? Es decir, ¿sólo puedo hablar del Che? Por eso respondí, y debo aclarar que en principio escribí para la izquierda mexicana, como parte de múltiples discusiones que ya había sostenido al respecto. La cuestión fundamental en todas estas discusiones es la siguiente: ¿puede la idea del socialismo exorcizar los excesos que en su puesta en práctica se cometieron? ¿Podemos cerrar los ojos ante la dictadura enarbolando como excusa la bandera de la salud, la educación, el deporte o la propiedad social?

-Para muchos sectores de la izquierda latinoamericana la respuesta no puede sino ser positiva, para mí no. Eso quería explicar: que la idea del socialismo se pervirtió en la práctica, que no se puede tapar el sol real con el dedo de lo ideal... Que la realidad es tan terca que se niega a someterse a las ideas. Y más cuando éstas son absolutas.

-Resumiendo, lo que entonces me pregunté no fue si quería seguir siendo anónimo (y según un extendido juicio común, también anodino: "Sólo los famosos importan", juzgan algunos); la verdadera cuestión fue la siguiente: Proceso me ofreció un espacio para plantear ideas, y sería yo demasiado torpe si no aprovechara la ocasión para expresar algunas de las cosas que pienso (a fin de cuentas, a eso me dedico: a expresar ideas).

-Pero son sólo eso: pensamientos de un individuo anónimo y, sí, también algo anodino. Entiendo perfectamente que tales espacios no se le otorgan a cualquiera, de ahí que decidiera responder libremente: si la voz se le niega a los seres anónimos (no anodinos) que piensan como yo, ¿cómo demonios podía negarme a expresar lo que pienso?

-En verdad, en este mundo hípermediatizado es un lujo tener acceso a los medios masivos; no es común que las voces disidentes encuentren espacios que reproduzcan fielmente tal pensamiento. Hablé por mí, claro, pero sobre todo para aquellos que comparten algunas de las ideas que suscribo y que no pueden, por ejemplo, publicarlas en Proceso.

-Por último -aunque no menos importante-, me aburre ser el nieto del Che; me gusta más ser canek (así, con minúsculas).

En el texto de Proceso fustigas a Fidel Castro, pero sólo mencionas de pasada a tu abuelo materno. ¿Qué fue Ernesto Guevara de la Serna para ti?

-En parte (lo siento, no me di cuenta) la respuesta se encuentra en el párrafo anterior. Lo cierto es que Fidel no es el único culpable de lo que actualmente sucede en Cuba, pero sí es, y ha sido siempre, el "máximo líder de la Revolución". Estoy consciente de que ninguno de los juicios que yo pueda emitir en torno a la figura del Che Guevara será imparcial, y esa es la razón fundamental por la que siempre me he negado a hablar de "mi abuelo". En un plano estrictamente personal, siempre he admirado la coherencia vivencial de Ernesto Guevara de la Serna: siguió siempre los dictados de sus ideas (y no soy yo quién para juzgar la "bondad" o "maldad" de éstas -de hecho, prefiero no explicarme las situaciones en términos binarios). Como él mismo afirmó, era un aventurero de los de verdad, al grado que en su última aventura se jugó el pellejo entero. Y lo perdió.

-En principio, todo hombre es producto de su tiempo, de su medio (cultural, laboral, ideológico, intelectual, existencial) y para entender -no al Che, a cualquier figura histórica- es necesario hundirse por completo en el contexto (o en los contextos) en que se desenvolvió; por eso pienso que es fundamental desvincular al hombre del mito, y analizar ambas facetas de acuerdo a sí mismas. El Che de hoy no es el hombre del ayer, así como aquel hombre aún no era el mito que es hoy. Me siento orgulloso de ser un Guevara (tanto como de ser un Sánchez), pero entiendo que eso no es más que un accidente biológico: en resumen, no puedo aceptar verme reducido a ser sólo un nieto, cuando es obvio que algún día yo también seré abuelo.

En esa autobiografía que escribiste dices: "Me hice en Cuba: la amé y la odié como sólo se puede amar algo valioso". Posees la nacionalidad cubana porque naciste en La Habana en 1974, ¿por qué, entonces en los casi diez años que llevas fuera de la isla te has alejado voluntariamente de la comunidad y el exilio cubanos, en México y en otros países?

-Dudo que pueda encontrar una respuesta absoluta a esta pregunta pues tampoco se trató de algo premeditado. Supongo que fueron muchos los factores que determinaron ese distanciamiento: Por un lado, antes de ir de bocón por ahí quería enterarme más, quise leer muchos libros inconseguibles en Cuba, escuchar otras voces, otras opiniones. Quería conocer también esta otra realidad que ahora vivo, y para eso necesitaba involucrarme plenamente -hundirme en ella, como quien dice. No es cosa de un día conocer una sociedad "nueva", participar, encontrar espacio para uno.

-Por otra parte, suelo afirmar que soy de donde estoy, mas esto no quiere decir que olvide de dónde vengo, sino que las discusiones libertarias que sostenía en Cuba las sostengo también en México, pues este país no es precisamente, un paraíso democrático. Cuando me vaya a vivir a Marruecos (es un decir) me insertaré de lleno en la discusión marroquí, participaré como uno más, pero opinaré como alguien que conoce algo más también. Mi mundo no se limita a Cuba (por supuesto, tampoco la excluye), por ello no puedo limitarme a la cubanía, cuando pertenezco a la humanidad. Soy cubano en la medida en que mi nacionalidad no anule lo multinacional de mi propio ser. Soy multinacional en la medida en que eso no anule al cubano que también soy.

-Por otra parte, fueron mis propias limitaciones conceptuales, o teóricas, o como quieras llamarlas, las que detuvieron mi participación pública. Intentaré explicarlo bien: para mí, lo más violento del exilio fue tener que reordenar gran parte de mi pensamiento, de mi forma de lidiar con ciertos símbolos, conceptos y realidades. En resumen: despojarme de una sarta de boberías que me enseñaron en la escuela, en la televisión y en los discursos... y repensar todo eso. Pensar una y otra vez todo lo que me enseñaron en Cuba y confrontarlo con todo lo vivido: fue en verdad una etapa en la que me sentí muy inseguro -intelectualmente hablando, y en específico en lo que a la discusión cubana concierne- pues tenía que deshacerme de muchos prejuicios y verdades memorizadas... En resumen, no estaba en condiciones de participar en nada, ni siquiera de elaborar una buena crítica (una que no se basara en el sentimentalismo, sino en el raciocinio).

Alguna vez has dicho que te educaron para desobedecer. Personas que te conocieron de cerca cuando eras adolescente dicen que le diste muchos dolores de cabeza a tu mamá, Hilda Guevara Gadea. Otros van más lejos y afirman que eres la antítesis de esa utopía del hombre nuevo, cuyo intento por hacerlo realidad fracasó en Cuba.

-Vaya si fui un adolescente díscolo (y en verdad, tal afirmación me parece una tautología, porque no conozco a muchos adolescentes que no representen un dolor de cabeza para sus padres -y mis hijos me provocarán jaquecas infernales, estoy seguro). Pero la relación entre Hilda y yo, a pesar de todas nuestras diferencias, la multitud de discusiones que sostuvimos, nuestro desencuentros, jamás perdió nada de la tremenda confianza que nos teníamos. Debo agregar que mi madre no era, en ningún sentido, una mujer fácil (esa imagen de la mujercita abnegada y delicada no tiene relación alguna con Hilda, por suerte). Era una mujer dura, de armas tomar, férrea en sus ideas, sencilla y orgullosa a más no poder... En fin, era mi madre y yo soy su hijo.

-Es obvio que durante mi adolescencia (esa extraña etapa en que uno ya no quiere ser tratado como niño, pero al mismo tiempo se niega a asumir las responsabilidades de un adulto; cuando uno quiere ser respetado, pero no conoce bien a bien las reglas del respeto) nuestra relación fue difícil... tanto para ella como para mí. Discusiones tuvimos muchas y no siento la menor vergüenza al respecto, por el contrario, agradezco profundamente haber vivido con una mujer que se tomaba la molestia de pelear con su hijo y no de ignorarlo, como a menudo ocurre. Hablábamos de sexo, de drogas, de política, de ideología, de literatura; de la vida y de la muerte, y aunque nuestros puntos de vista fueran diferentes, e incluso opuestos, eso jamás anuló nuestras discusiones (y de hecho, pienso que la discusión misma es ya un signo de respeto, pues sólo se discute entre iguales).

-Obviamente, nuestra relación adquirió otros tintes cuando dejamos de vivir juntos; entonces nos hicimos amigos (y a mis diecinueve años ya era un tipo más tratable, también). Durante sus últimos años de vida mantuvimos una relación no carente de peleas y discusiones, pero sí llena de conversaciones de igual a igual. En resumen, éramos tan iguales que nos enfrentábamos como opuestos.

-En cuanto a la utopía... en realidad, me siento orgulloso de no representar al hombre nuevo, pues nada me parecería más patético que verme reducido a una categoría ideológica. No soy nuevo ni viejo, sólo soy hombre, y no quiero ser otra cosa. Errores, he cometido muchos, pero también, internamente, me siento orgulloso de unos pocos y muy privados actos decentes. En resumen, soy sólo un hombre más, tan igual como diferente a los demás, tan sencillo como complejo... (Creo que fue Fritz Lang quien afirmó que en este mundo sólo hay dos clases de hombres: los malos y los muy malos; y que es a los hombres malos a quienes comúnmente llamamos buenos).

¿Qué tu piensas del mercantilismo alrededor de la figura del Che? ¿Te gustaría recorrer el mundo dando conferencias y entrevistas "para mantener vivo el pensamiento guevarista"?

-No, pero tampoco recorrería el mundo para atacar el pensamiento del Che. En cuanto al mercantilismo en torno a su figura, no sé, ¿qué piensas tú del mercantilismo en torno a la figura de Karol Wojtyla, alias Juan Pablo II? El mercantilismo es signo de nuestra época —nos guste o no— y nada ni nadie escapa de tal sino. Que los capitalistas lucren con las obras de Mao, con la imagen del Che, con Trotski o con la cruz de Cristo, es propio de ellos, como es propio de los consumidores ir corriendo a comprar tales "mercancías". ¿Qué quieres que diga?

-Por otro lado, el gobierno cubano nunca ha sido ajeno a la explotación de la imagen del Che. En efecto, tal mercantilismo se da también en la "patria socialista", no sólo en forma de camisetas, también en forma de billetes de tres pesos emitidos por el Banco de Cuba para venderlos a las miríadas de turistas revolucionarios, ávidos de souvenirs anticapitalistas (¡¿un billete de banco anticapitalista?!). Como dije antes, nadie escapa de eso. Tan es así, que aquí estoy yo, siendo entrevistado simplemente por ser nieto del Che Guevara... Si no lo fuera, ¿esta entrevista tendría algún interés? ¿Sería vendible?

¿Qué viene a tu mente cuando ves a un cantante como Usher bajar de su avión privado en Puerto Rico con una camiseta con el rostro inmortalizado por Korda?

-Honestamente, nada. He visto a tantas personas con camisetas del Che (y aquí en México eso es algo cotidiano) que he optado por no juzgar. Como ya dije antes, mucha gente admira a Ernesto Guevara -incluso personas completamente ajenas a la ideología socialista han externado su profunda admiración por él. Por otra parte, tendríamos que retomar el asunto del mercantilismo y profundizar en las necesidades simbólicas de las sociedades. El Che de la camiseta no es el Che real de la revolución real; en el mismo sentido en que el Fidel simbólico de la izquierda latinoamericana no es el Fidel real de la dictadura real.

-Pero los hombres requerimos también de símbolos, siempre los hemos necesitado, ya sea en forma de héroes o a título de enemigos; y para despojarnos de tal necesidad primero tendríamos que dejar de ser humanos -cosa que personalmente, dudo se pueda lograr. Todo individuo siente la necesidad de reafirmar su individualidad en público, y puesto que la imagen (la vestimenta que uno porta) tiene tanto peso en la sociedad, una de las principales formas de expresión radica, precisamente, en el vestido. Sobre todo en la adolescencia la provocación visual es para muchos una necesidad vital. En este sentido, no es extraño que haya jóvenes que encuentren en la imagen del Che su símbolo de rebeldía, su iniciación como contestatarios simbólicos... Y después, probablemente, se volverán banqueros -o estrellas de la música pop.

Tu vida está más ligada a la cultura que a la política, sin embargo, tus declaraciones han levantado ronchas de todos los colores e ideologías.

-Creo que fue Cioran quien afirmó que las ideas no deben abordarse con delicadeza, y concuerdo con él. Las ideas son sólo ideas, y lo que yo piense no va a cambiar el mundo; si acaso mi vida. Por otra parte, no creo que cultura y política sean opuestos, y ni siquiera indisolubles, pues no puede haber política ahí donde no hay una cultura que lo permita -y viceversa. El aserto de que mi medio es la cultura más que la política, tiene que ver con el hecho de que no soy un político profesional, en cambio sí me muevo profesionalmente en áreas y medios culturales; pero también porque mi crítica de la política es más cultural que otra cosa. Ahora, bien: no sólo pienso que lo cultural es un asunto político, sino que lo personal ya es un asunto de orden político. Lo vemos, por ejemplo, en el caso de las organizaciones de gays y lesbianas: que algo tan personal como la sexualidad se vuelva tema político indica que la barrera que las separa es tan delicada como el himen; y como el himen, algún día desaparecerá de nuestro conjunto de valores.

-Efectivamente, la lucha por ser el individuo que uno quiere ser es una discusión social, política, así como cultural e ideológica; pero antes, es una cuestión personal. Lo cierto es que yo no soy sólo un disidente del régimen cubano, sino un disidente de casi todo. Disiento del Estado totalitario tanto como disiento de las ideas de buena parte de la disidencia cubana.

-Disiento del gobierno cubano tanto como disiento de muchos otros gobiernos, algunos de ellos igual de tiránicos -aunque en nombre de otros ismos. Disiento de eso que llaman capitalismo salvaje, tanto como disiento del socialismo brutal... Quizás por eso mi texto levantó las ronchas que dices, porque no ataco los ideales del socialismo, sino la puesta en práctica de esa dictadura.

Si escribieras un libro sobre tu familia, ¿a quién escogerías como personaje central?

-Supongo que a mi madre, aunque tampoco estoy seguro de querer verla reducida a personaje literario -más bien, dudo poder reducirla a literatura. Y como no creo que sea capaz de hacerlo por ahora, prefiero no abundar en el tema.

Hablando de libros: ¿has leído algunos de los que bajan a tu abuelo del altar y lo presentan como un despiadado estalinista?

-Me parece que bajar a un mito del altar del bien y subirlo al del mal no es, de ninguna manera, desmitificarlo. Presentarlo solamente como un noble, gallardo y heroico revolucionario, sin mancha ni asomo de duda en su actuar, sin errores ni horrores, es de una simpleza apabullante, claro; pero presentarlo sólo como un insensible asesino y un cruel autoritario, me parece también bastante maniqueo y bajo. La verdad, ninguna de las dos tendencias me agrada.

¿De veras crees que cuando Fidel Castro muera con él va a morir el fidelismo? Hay quienes piensan que dentro de su grupo de incondicionales pudiera haber surgido ya el germen de las mafias al estilo de las existentes en Rusia y otras naciones de la exEuropa socialista del este.

-Estoy seguro que el fidelismo, en tanto estructura de Estado, va a morir con él, por la sencilla razón de que nadie en la cúpula gubernamental tiene la capacidad de cohesión y el peso simbólico del viejo líder, mucho menos su poder de convocatoria o de convencimiento (entendámonos: los aparatos represivos del régimen hacen una gran labor, sin duda alguna, pero no es eso lo único que sostiene dicho régimen; hay en Cuba mucha gente que ve en Fidel a un semidiós; esa gente aún cree en él, pero no por ello van a creer en alguien que hable en su nombre, una vez muerto el Comandante).

-Expliqué a Proceso que el sistema cubano fue creado por Fidel a su medida, y no para que otros se pongan ese saco. No importa quién lo suceda en el trono, sea quien sea no podrá soslayar los justos reclamos de la ciudadanía y tendrá, en aras de permanecer en el poder, que "abrirse" a las necesidades económicas, políticas, sociales y culturales de la población. Y eso ya no será fidelismo.

-Pero también es cierto que de los sectores más corrompidos de la cúpula castrista saldrán las "nuevas" mafias (que en realidad ya existen, ocultas bajo la "pureza" del régimen), como es cierto que de los empresarios "socialistas" de hoy, saldrán los todopoderosos capitalistas del mañana. Pero también es cierto que de las masas que hoy aplauden al máximo líder en la Plaza de la Revolución, saldrá, por fuerza, la sociedad civil, la ciudadanía activa que participará en la construcción de la sociedad postfidelista. Y porque es inminente el asalto del capitalismo puro y duro a Cuba, me parece tremendamente necesario fomentar la discusión sobre los destinos del socialismo y las -escasas o monumentales- conquistas sociales de la revolución. En el fondo, el problema radica en que sin una ciudadanía activa, crítica, participativa, siempre estaremos condenados a gobiernos de mano dura -de un corte u otro, da igual.

-Y precisamente porque el germen del capitalismo, de la corrupción, de la mafia ya está plenamente desarrollado en Cuba, es que debe crecer ese otro germen de la discusión política, de la cosa pública, de lo que es de todos; para que la nueva sociedad se forje sobre el consenso y no bajo la imposición.

-Para cerrar este punto diré que, en lo personal, el rechazo furibundo a la autocracia, la dictadura, la tiranía o como se le quiera llamar, no pasa, de ninguna manera, por el rechazo a los ya muy deteriorados logros sociales que de ahí emanaron. Restructurar y desarrollar los sistemas de educación y salud pública me parece prioritario, sin importar de qué corte sea el próximo gobierno cubano. Así como hay instituciones del Estado que deben ser desmanteladas por completo, hay otras que deben ser rescatadas de su actual disfunción. En este sentido, pienso que si al morir Fidel dinamitamos el Estado desde sus cimientos, sólo provocaremos una inmensa fractura social y una debacle de tintes post soviéticos.

Ya para terminar, ¿hasta qué punto ser nieto del Che te ha limitado para pensar con tu propia cabeza?

-Supongo que nunca podré saberlo, si es que es cierto que no pienso con cabeza propia. Pero pienso que pienso con mi propio cerebro, que me he nutrido del pensamiento de muchos grandes (incluyendo a Guevara, claro) y de tantos otros de los más desconocidos.

-Pienso que pienso más allá de la aparente limitación que mi apellido impone, y en tales pensamientos me pregunto si es verdad que ser un Guevara es una limitante. Pienso que pienso con o sin mi apellido; pienso que no pienso como pensaría mi abuelo, y me siento contento así porque considero que debo pensar como pienso, y no como pensaría un antepasado mío.

-En resumen, pienso que pienso por mí mismo, con la invaluable ayuda de todos aquellos cuyo pensamiento me ha nutrido. ¿Me explico? Pero lo que sí es cierto es que soy zurdo de hueso colorado y anarco por los cuatro costados, si esto ocurre por herencia o convicción es algo que aún no he podido dilucidar... ni tengo mucho interés en hacerlo, para ser honesto.

Tania Quintero
Foto: Canek en el cibercafé del puerto Bonifacio, Córcega, 23 de septiembre de 2005.

Último email que envié a Canek, el 21 de agosto de 2009:

From: Tania Quintero <tania.quintero@gmail.com>
Date: 2009-08-21 8:29 GMT+02:00
Subject: Adoro el anonimato, reproducida en el blog Desde La Habana
To: Canek Sanchez <caneksanchez@gmail.com>

http://vocescubanas.com/desdelahabana/2009/08/20/adoro-el-anonimato-entrevista-a-canek-sanchez-guevara/


miércoles, 4 de marzo de 2015

Transición a la cubana (redactado en enero de 2006)


Fidel Castro tiene un enemigo en sí mismo, más poderoso que el mercado y el capital, más eficaz que cualquier disidencia y tan inevitable como la vida misma. No morirá porque así lo deseen sus furibundos enemigos, ni por anuncio de babalao alguno, mucho menos por envenenamiento o bala; será la muerte quien acabe con él, cerrando, simplemente, su ciclo vital. Morirá porque todos hemos de morir; morirá en cama, arropado por el Aparato, mimado por los órganos de propaganda. Claro que sería muy inteligente, tanto en términos prácticos -inmediatos- como en aquellos históricos que tanto obsesionan al Comandante, que iniciara él mismo las necesarias reformas políticas, económicas y culturales que Cuba requiere hoy día.

El empobrecimiento generalizado de la sociedad cubana no es una alucinación de disidentes, es una realidad palpable para cualquiera con un poco de sensibilidad social. En los últimos años la isla intenta convertirse de nuevo en un bello aparador turístico, acentuando aún más las profundas disparidades de la sociedad sin clases. El Estado explota descaradamente a los trabajadores; en los pasados treinta años la moneda (el poder adquisitivo) se ha devaluado por lo menos un trescientos por ciento y los salarios han aumentado tan poco que no pueden hacer frente al encarecimiento de la vida cotidiana. El otrora impresionante sistema de educación pública es ya un daguerrotipo de sí mismo, una imagen borrosa que no esconde su decadencia. Los hospitales se derrumban de tanta inoperancia (y recurren para su supervivencia al turismo médico), los órganos del Poder Popular operan en vertical y los sindicatos obreros están de parte del patrón.

El cáncer del burocratismo devora toda institución, la censura sigue siendo implacable y con ello se cancela la discusión y la intervención de los ciudadanos en los asuntos públicos. La perspectiva de superar a las democracias occidentales ejerciendo un poder verdaderamente popular, que mandara desde abajo, se canceló por obra y gracia del arbitrarismo absolutista de una pequeña oligarquía política -un monopolio en el poder. La disidencia de izquierda es tan proscrita como la de derecha, y el socialismo se anula al anular la discusión: las verdades eternas se imponen sin derecho a réplica.

Sin embargo, el capitalismo existe plenamente en Cuba y lo ejerce el Estado revolucionario a pesar de los discursos en sentido opuesto, conviviendo el mercado estatal, el dolarizado y el de estraperlo regidos todos por el capital, y no por otra cosa. Todas las desigualdades del capitalismo conviven en Cuba, pero muy pocos de sus beneficios llegan al ciudadano de a pie. La cantidad de fuerzas productivas y creativas ancladas en el desempleo es apabullante; la prostitución, que Fidel siempre relacionó con la república mediatizada, contonea la cadera por las calles de las urbes cubanas. La libreta de abastecimiento adelgaza, la policía engorda y la corrupción muestra los dientes a plena luz del día. El fidelismo morirá con Fidel; es inevitable porque nadie más es Fidel; pero la corrupción quedará ahí, así como las desigualdades y la miseria. La criminalidad también. Y las muchas fracturas sociales.

Pero la sociedad no se ahoga con ello ni pierde su dynamis. Como cualquier otra, la cubana es una sociedad en constante movimiento, con diferencias profundas entre los diversos sectores que la componen, con corrientes ideológicas, políticas y culturales que la recorren de lado a lado, a veces, incluso, enfrentadas entre sí. Sólo un Estado monolítico puede imaginar -erróneamente- que la sociedad también lo es. Todos sabemos eso. La pregunta hoy es qué pasará mañana. ¿Qué ocurrirá en Cuba cuando Fidel muera? Nos lo preguntamos todos, cubanos o no. Ninguna de las posibles respuestas está a su vez libre de nuevas interrogantes; y aunque se elaboran muchas conjeturas la realidad no siempre sigue los dictados de las ideas (casi nunca en verdad). Ya en el discurso oficial comienza a contemplarse la inevitabilidad de la ausencia del Comandante y surgen preguntas en torno al futuro del país (es evidente que todo tiene un ciclo, el suyo propio y ni uno más). El gobierno de los Estados Unidos, en contraparte, tampoco se enajena del problema y plantea ya la necesidad de una transición en la que “no participen los elementos de la jerarquía fidelista”. Pero, ¿es posible esto último?

Precisamente transición indica el paso de un estadio a otro, de una forma de ser o estar a otra distinta. Implica que la construcción de la Cuba del mañana tiene que partir, indefectiblemente, de la Cuba de hoy, y eso, nos guste o no, incluye a su sistema político-económico, militar-cultural. El gobierno bushista gusta de la imposición de la democracia, cosa tan carente de sentido como la imposición de la sociedad sin clases. Precisamente, el fracaso del socialismo consistió en que fue impuesto y no se trató de algo emergido de la sociedad misma; con la democracia puede ocurrir otro tanto. Los apologistas de la democracia absoluta -a rajatabla y sin cortapisas- parecen olvidar que la democratización política de la Isla no resolverá por sí sola los graves conflictos sociales que la subyugan. Para muchos exiliados en países del primer mundo (trátese de los propios Estados Unidos, o de alguna nación europea) la democracia aparece como solución total e inmediata; pero para quienes vivimos en Latinoamérica tal cosa no resulta clara, pues conocemos bien las limitaciones del capitalismo y el “libre mercado” tercermundista -siempre sujeto a intereses extrasociales y, no pocas veces, extranacionales. ¿Lleva esto a un pronunciamiento antidemocrático? De ninguna manera; tan sólo indica que la democracia cubana debe surgir de lo que hay: en otras palabras, que si no nace de las entrañas mismas del Sistema resultará ficticia y por tanto una imposición profundamente antidemocrática.

La era Bush marca una suerte de retorno a las condiciones (y por ello a las discusiones) de la Guerra Fría, y esto incide tanto en la derecha como en aquellos sectores de la izquierda que insisten en creer que en Cuba se desarrolla el socialismo. La oposición al imperialismo avala -y alaba- a la dictadura fidelista; por otro lado, el rechazo al “socialismo” lleva a muchos a asumir posturas derechistas -algunas, incluso, francamente anexionistas. Estos extremismos políticos no sólo son tremendistas, son además, tremendamente reduccionistas. Para empezar, en Cuba impera una suerte de capitalismo de Estado bastante subdesarrollado. Claro que hay propiedad privada, tanto por parte de las empresas capitalistas extranjeras que operan en la Isla con consenso del Estado, como por parte del propio Estado, que siempre ha asumido el control total de la producción, de los mercados laborales y del mercado, propiamente dicho.

La llamada abolición de la propiedad privada sólo devino instauración del control estatal sobre los medios de producción, algo muy lejano al concepto de propiedad social y colectiva. En la sociedad el Estado no es concebido como parte de sí misma, sino como un ente extraño que enajena su fuerza laboral y su producción, de ahí el robo constante al que la sociedad cubana somete a las propiedades estatales. El marxista Heinz Dieterich ha escrito sólidamente al respecto en su artículo Cuba: tres premisas para salvar la Revolución, análisis del discurso de Felipe Pérez Roque del pasado 23 de diciembre de 2005, que tanto revuelo ha armado a nivel nacional e internacional (aunque Dietrich habla de salvar algo que en rigor ya está muerto -el proceso revolucionario en sí- debemos entender con ello que en realidad se refiere a lo más puro del socialismo, implícitamente opuesto al fidelismo).

Sin embargo, la discusión entre la permanencia del sistema de partido único o la implantación del pluripartidismo es falaz en tanto no exista un verdadero proceso de democratización en ese único partido realmente existente, pero sobre todo, en tanto no exista un verdadero proceso de discusión política en la superestructura que llamamos Estado (en sus medios de comunicación, en sus sindicatos, en sus organizaciones de masas, en sus cuerpos armados y por supuesto, en su sistema educativo). La democracia —como el socialismo— es un ejercicio social, no la imposición vertical de una serie de códigos políticos, y esa es precisamente la discusión actual en las democracias occidentales.

La existencia de partidos políticos no garantiza realmente el ejercicio social democrático y se ve a la partidocracia como cáncer social en la medida en que dichos partidos (todos) actúan de forma clientelar, siempre en busca de una masa de votantes que garantizen su continuidad en el poder. El término partido alude a una parte de la sociedad y no al conjunto de ésta. Es el Poder en sí lo que busca todo partido y, en la medida de lo posible, que éste no sea un poder compartido. Tal aserto es válido lo mismo para el Partido Comunista de Cuba que para el Partido Repúblicano de los Estados Unidos -por mencionar dos opuestos absolutos.

En el fondo, la confianza en el pluripartidismo es tan ingenua como la confianza en el sistema de partido único pues ambos responden a intereses “anónimos” -el Estado, la Empresa, el Mercado, el Poder-; es decir, a abstracciones de lo que en realidad es la sociedad en tanto todo. La partidocracia se define como el poder de los partidos políticos (y por ende, de los políticos “profesionales”) sobre las decisiones comunes a todos los individuos, basados en intereses político-empresariales -los vínculos que los políticos establecen con los sectores económicos más poderosos, dispuestos a financiar sus campañas a cambio de beneficios otorgados desde el Estado: contratos de construcción, exenciones de impuestos, implantación de leyes laborales a favor del sector patronal. En este sentido, la lucha por la ciudadanización del Estado resulta fundamental en las sociedades contemporáneas y la cubana no puede enajenarse de tal proceso -por el contrario, en Cuba tales cuestionamientos resultan aún más oportunos que en cualquier otro país del orbe.

Que no puede haber socialismo sin democracia debería ser a estas alturas una cuestión de sentido común. No son los servicios sociales del Estado los que caracterizan a una sociedad como socialista (de ser así, habría que considerar que toda nación que tenga servicios de salud o educación pública masificados debería llamarse socialista, y no lo son, pues dichas garantías sociales forman parte ya de todo Estado moderno). El socialismo tampoco puede ser definido como un Estado férreo que controle toda la actividad económica, política, social y -en la medida de lo posible- cultural. Tampoco lo define la existencia de un partido comunista en el poder absoluto. No es socialismo lo que hay en Cuba, es fidelismo, nada más; capitalismo de Estado en el peor de los casos.

Entonces, ¿cómo salvar algo de los ideales sociales de la “revolución”? Desmantelando aquello que impide la continuidad del socialismo y reforzando aquéllo otro que garantiza su fortalecimiento. Es decir, descentralizando el poder, garantizando la participación plena de los ciudadanos en la discusión de los asuntos públicos y en la toma de decisiones en torno al bien común, liberalizando y estimulando la libre producción y por tanto el libre intercambio de mercancías, bienes y servicios a pequeña escala (negocios familiares, pequeña y mediana empresa y demás) como condición única capaz de contener o limitar el control económico por parte de las compañías trasnacionales -elaborar un sistema fiscal progresivo, garantizando que quienes menos ganen menos impuestos paguen, y a la vez, otorgando exenciones fiscales a las sociedades cooperativas de cualquier índole (siempre voluntarias) con el fin de promoverlas y fortalecerlas-, liberar los sindicatos obreros del control del Estado, horizontalizar los órganos del Poder Popular permitiendo así una participación efectiva desde lo microsocial hasta lo nacional, despenalizar la disidencia y liberar a la prensa de la censura estatal, despolitizar a la policía, el ejército y a todo el sistema judicial, reconstruir el sistema penal y, por supuesto, reordenar los ministerios e instituciones del Estado poniendo en los puestos claves a especialistas en la materia y no a cuadros del Partido, fieles al sistema pero inútiles en lo productivo. Nada de esto atenta contra los ideales socialistas y por el contrario los refuerza, dotando a la ciudadanía de herramientas de contención contra el asalto del capital.

Pérez Roque se equivoca cuando plantea la inexistencia de una burguesía “nacional”; claro que existe, está conformada precisamente por la cúpula en el poder a la que el mismo Pérez Roque pertenece y defiende. Ésa es nuestra burguesía autóctona, la que impide (ha impedido e impedirá) el desarrollo de un socialismo verdaderamente democrático, popular, social. Son ellos quienes se preguntan qué habrán de hacer mañana para subsistir en el Poder, pues sus intereses no son los del pueblo cubano, sino los de su propia clase social, política y económica; y para ello (para ellos) la única posibilidad de supervivencia en el proceso de transición radica en que los sectores más progresistas de dicha cúpula inicien ya el proceso de democratización del régimen mismo, garantizando a su vez la democratización de la sociedad desde sus cimientos. Pero no sólo eso, la única posibilidad de generar una transición sin traumas excesivos, sin desgastes innecesarios, sin violencia y sobre todo, sin la intervención de intereses ajenos a los cubanos radica ahí, en que dicho proceso nazca de las entrañas mismas del sistema y la sociedad cubanas. El Partido Comunista no representa a la sociedad cubana por cuanto se trata de un partido monolítico y cerrado (plagado también de corrupción y nepotismo, doblemoral e inmoralidad) y la sociedad -les disguste o no- ya no lo es en su totalidad.

No son incomunes las preguntas en torno a si la transición cubana se parecerá a la soviética, a la española, a la chilena; pero lo cierto es que la transición cubana sólo podrá parecerse a la transición cubana. Es decir, si las transiciones antes mencionadas fueron diferentes entre sí es porque diferentes fueron sus orígenes y finalidades; otro tanto ocurre en Cuba, que no se parece ni a la España de Franco, ni al Chile de Pinochet ni a la URSS de Gorbachov, sino única y exclusivamente a la Cuba de Fidel.

La pregunta aquí es cómo transitar del “socialismo” de Estado a un socialismo plenamente democrático, que no eluda ya (ni siquiera en términos discursivos) la participación del capital en el proceso de enriquecimiento de la sociedad, que parta del principio de que el bien social debe nutrirse del bienestar individual, y viceversa -garantizando por tanto ambos-; que acepte la diversidad como eje de la vida en común, que estimule la productividad y el consumo, aunque no el consumismo, y sobre todo, que se desarrolle desde la sociedad misma y no desde una cúpula arbitraria que se niega a reconocer la discusión incluso en su propio seno.

Lo cierto es que no hay modo posible de contener al capitalismo fuera de la patria “socialista”, y eso es algo que el propio régimen ha acabado por aceptar (la inversión extranjera, desde el turismo hasta la industria energética así lo indican), por lo que la cuestión aquí es explotar el capitalismo y no ser explotado por éste. ¿Que se trata de una utopía? Pues en verdad, no veo cuál es el problema para aceptarla en un país forjado, precisamente, a golpe de utopías.

Canek Sanchez Guevara
Burdeos, 16 de enero de 2006
Foto: Graffiti realizado en 2006 en La Habana. Tomado de Graffart.EU. Graffiti and Streetart from all over the World.

lunes, 2 de marzo de 2015

Un infante para la difunta Habana


"La revolución cubana como todas las revoluciones traicionadas, convirtió la esperanza en espera -y la física en metafísica y la ideología en escatología medieval".

Guillermo Cabrera Infante

Los infantes del infante

Mi primer encuentro con él (es un decir, en realidad el encuentro fue con uno de sus libros) tuvo lugar en La Habana, esa añorada ciudad a la que tanto le canta. Corrían los últimos meses de los años ochenta, cuando rastreando en una pequeñísima trastienda de libros viejos, tropecé con un ejemplar de ese autor cuyo nombre sólo se mencionaba en estrechos círculos de amigos pero nunca jamás se encontraba en las antologías editadas por Letras Cubanas. Un autor cuya obra era legalmente desconocida para nosotros, un autor cuyo nombre jamás aparecía en los periódicos cubanos o en esos aburridísimos programas culturales por donde desfilaba la “crema y nata” de la intelectualidad cubana: me refiero a Guillermo Cabrera Infante.

Encontrar entre tantos libros un ejemplar de Así en la paz como en la guerra, publicado en Cuba en los primeros años de esa sesentera década en la que todo cambió, fue un gran hallazgo. No tanto por el libro en sí (quizás el menos bueno de Cabrera Infante) como por el autor. Un libro prohibido, pensé con todos mis simbolismos adolescentes. En ese momento me sentí como el personaje de 1984, buscando trozos de vida en los barrios proletarios, huyendo de voces supremas y big brothers, escondiendo un crimental. Soñé que si me descubrían, los dos minutos del odio se volverían contra mí...

Leer y releer el libro fue cosa de pocos días. No estaba ante una obra maestra —cualquier cosa que eso signifique—, pronto me di cuenta, pero sí ante alguien capaz de jugar con las palabras, de divertirse escribiendo. Alguien capaz de asumir la literatura como un juego y las palabras como sus juguetes... y eso me gustó. Ahí comenzó la búsqueda, un incansable ir y venir preguntando a amigos si tendrían —por casualidad— algún otro título suyo. Así apareció Tres tristes tigres, el trabalenguas literario más divertido que haya leído. Ese sí, un gran libro. Otro amigo rastreó entre la colección de revistas viejas de su abuelo hasta encontrar en números editados entre el cincuentitantos y el sesentitantos algunos textos fimados por Cabrera Infante (en ese momento no sabíamos que el tal G. Caín también era él), mismos que leímos con extrema avidez. Nos seducía, sobre todo, su lenguaje.

A la búsqueda suceden las preguntas, por demás típicas en todo adolescente: ¿Por qué no se puede leer a este tipo en Cuba? ¿A qué viene esa absurda prohibición? Alguna vez Fidel Castro arguyó en una entrevista que en Cuba no había libros prohibidos, sino que ante la escasez de papel y tinta, las editoriales cubanas se veían obligadas a seleccionar qué se publicaba y qué no partiendo de las necesidades de los lectores y de las prioridades del gobierno (palabras más, palabras menos). Y más preguntas: ¿Quién decide las necesidades de los lectores? ¿Cuáles prioridades? Sin entender por qué preferían gastar papel y tinta en un libro estúpido y mal escrito —pero con un alto “contenido revolucionario”—, en lugar de un Cabrera Infante, crítico, sí, pero ante todo maravilloso, viajé a México, siguiendo un rito anual.

Durante esa estancia en el D.F. comprendí que Guillermo Cabrera Infante no sólo era odiado por la burocracia cultural cubana, sino también por muchos intelectuales de izquierda, militantes y simples voceros de la “verdad revolucionaria” en México. Las geniales visiones orwellianas sobre la fabricación de verdades y mentiras cobraban vida no sólo en la isla, también fuera de ella.

Mi segunda experiencia con Cabrera Infante ocurrió en ¿1990, 1991? No recuerdo. Viajaba de México a La Habana y entre las cosas que llevaba en mi maleta se encontraba un ejemplar de Mea Cuba sin leer, apenas hojeado. Disfrutaba de antemano su lectura en casa, en Cuba, rodeado de discursos de Fidel y asquerosos poetastros esloganianos. Quería sentarme en el balcón de aquel bello decimosegundo piso desde el que se veía buena parte de la ciudad, con un libro escrito para ser leído en La Habana. Libro que, debo agregar, pocos leyeron en Cuba.

Todo se jodió cuando llegamos al aeropuerto internacional José Martí y aquel tipo de la aduana me dijo: Lo siento compañero, tengo que revisar su equipaje...

Abrir la maleta y encontrar el libro fue una misma acción. Lo siguiente fue un monólogo:

—Compañero. Usted sabe que este libro se considera peligroso para la Revolución (y juro que la dichosa palabra la pronunció así, con Erre) por lo que no podemos permitir la entrada del libro al país...

Quise preguntarle si la visa del libro no estaba en orden, pero ante esa honorable cara de nodiscutaconmigocompañero, sólo me atreví a esbozar un discreto Pero...

—Pero nada, compañero, el libro se queda aquí.

Inventé que estudiaba periodismo y que pensaba escribir una tesis sobre la degenerada literatura de los gusanos, pero no me creyó. Al final llegué a casa y me senté en el balcón... aunque sólo leí el periódico.

Delito por escuchar rock and roll

Oír rock estuvo prohibido en Cuba durante años (¡violenta música generada por el imperialismo yanqui!). Cuando viví mi adolescencia en La Habana ya no existía tal prohibición pero sí se levantaba una extraña barrrera ante quien reconociera públicamente su gusto por dicha música. Digamos que era “culturalmente incorrecto” el asunto. Así surgió el despectivo “friki”, que como muchas otras palabras de uso cotidiano en Cuba, proviene del inglés; en este caso freak, raro; aplicable solamente a esos jóvenes que osaban portar largas cabelleras y escuchar música cantada (Freak!) en el idioma del Enemigo.

Pero en realidad esa no era la única muralla: en la escuela, Kafka se limitaba a La metamorfosis... ¿Cómo estudiar El proceso, con su profunda crítica a la burocracia y a los no-juicios? Más grave aún es que grandes escritores, dramaturgos, pintores, músicos, cantantes e intelectuales cubanos fueran (son) rotundamente ignorados. Escuchar, no rock, sino a Celia Cruz podía causarte problemas entre tus revolucionarios vecinos de los Comités de Defensa de la Revolución. ¿Y cuál fue el crimen de Celia Cruz? Abandonar la isla, no involucrarse con la revolución; ser una cantante famosa en los cincuenta y a la llegada de Fidel y sus tropas a La Habana preferir la libertad y el mercado que le ofrecía Miami. O lo que es peor, preferir la libertad de mercado...

Lo peor que le pudo ocurrir a Reinaldo Arenas —además de ser un excelente narrador— fue ser homosexual, terrible atentado contra la moral socialista, misma que como todos sabemos, es tan estricta como la del Opus Dei. Después de ver no-publicados sus libros en Cuba (y de sufrir prisión por una injusta acusación de pederastia —en realidad, para evitar que continuara escribiendo sus brutales mariconerías, siempre a medio camino entre el surrealismo y el hiperrealismo) abandonó la isla por el Mariel, durante aquel milenario éxodo de principios de los ochenta. Así, como escoria, como una plasta de mierda en la sentina de algún barco, cruzando el Estrecho como gusano... Así se fue Arenas de Cuba.

Tampoco fue el único, ni el último. Y lo que es peor, la mayor parte de los jóvenes cubanos no conocen su obra, fundamental para comprender una época llena de ilusiones y ¿por qué no?, de persecuciones. La película Fresa y chocolate es, si se me permite el jugueteo, una visión “fresa” de la homofobia oficial, gubernamental, cubana.

Otro gran excluido (aunque no homosexual) es Carlos Franqui, fundador del periódico Revolución, primer diario de la Cuba fidelista —y uno de los primeros bastiones de discusión cultural, a cargo de GCI—, él mismo militante comunista cuando Fidel era “apenas un aprendiz de jesuita” (dice Cabrera Infante); quien no sólo fue cesado de su puesto, encarcelado y su nombre enlodado, sino que su rotativo se cerró para inaugurar Granma, ese horrible mamotreto que es hoy el órgano oficial del Partido Comunista de Cuba.

Virgilio Piñera, Lino Novás, Carlos Montenegro son algunos de los “apátridas” despreciados por el gobierno y sus incondicionales; son algunos de los nombres que en Cuba, hoy, son absolutamente desconocidos para la gran mayoría... Son algunos de los que cometieron terribles crímenes incompatibles con el “hombre nuevo” y la sociedad y el Estado “revolucionarios”.

Vea Cuba

Para algunos todavía no queda claro que una cosa es ver Cuba a través de la lupa del cariño, de las ideas, de los sentimientos; o verla a través de la óptica de un periódico estalinista, intransigente con la gente que se atreve a criticar algo de la bella isla, que vivir en ella. Son el tipo de personas que al ir a turistear a ese país al que Saramago definió como “el único lugar del mundo donde el humano puede ser realmente humano” se ofenden cuando un nativo les dice que está harto, que no aguanta más, que esto es una maldita dictadura, que la miseria lo envuelve todo menos los sagrados recintos del dólar. Se ofenden y ponen cara de asco, no ante el sistema que lo provoca, sino ante la gente que critica dicho sistema. Pero son turistas, hospedados en hoteles para turistas, comiendo lo que sólo los turistas pueden comer en Cuba; son turistas que leen folletos para turistas, que van a sitios para turistas, y que claro, en sus países, si quieren, si les da la gana, pueden leer Mea Cuba. Los cubanos no pueden hacerlo, aunque haya sido escritos para ellos. Es cierto que la revolución enseñó a leer y a escribir a millones de personas, pero también es cierto que no permite que lean y escriban lo que quieran.

Hay un hecho que no debemos perder de vista, un hecho proporcionado por los cubanos de a pie, los de todos los días, los que comen lo que la libreta ofrece. Un hecho que se traduce en muertes; un hecho que en el verano de 1994 estalló con todo su hórrido esplendor ocupando planas en todos los periódicos del mundo: un hecho llamado balseros. ¿Por qué —me pregunto— alguien querría abandonar el paraíso? ¿Quién en su sano juicio deja atrás un país perfecto —su país, además—, una sociedad justa, incluyente, plural y donde hay trabajo para todos? Nadie. Entonces, ¿cómo explicar que tantos cubanos cada año arriesguen sus vidas entre olas y tiburones, cómo explicar que prefieran enfrentarse a un idioma extraño, a una cultura ajena (aunque cercana), a un país que sólo los recibe porque las reglas de este grotesco ajedrez político así lo dictan? Es que no dejan atrás el paraíso, ni un país perfecto o una sociedad de iguales, y encima de todo, tienen que soportar que algunos bienintencionados les llamen gusanos, traidores, escoria, mierda ambulante deambulando por un mundo ajeno; tan ajeno como su propio país.

Guillermo Cabrera Infante es uno de los que no podrá regresar jamás, o no mientras dure ese disfraz verdeolivo que en otros países de nuestro continente adquiere el título de dictadura militar y en Cuba no. Mucho menos podrá regresar después de reunir sus textos políticos en Mea Cuba, un libro duro en verdad. Más que ensayos lo que aquí encontramos son reclamos viscerales que no claudican, una lucha intensa por destruir los mitos de Estado que envuelven a la Cuba de hoy. Una lucha armada con palabras contra las palabras que inundan los interminables discursos del Comandante. Trozos de historias congeladas en el olvido de la cultura cubana; personajes perdidos en la miseria de esa celda a la que algunos llaman Cuba Libre.

Retratos de toda una época de cambio, incertidumbre, pasiones exaltadas y entrelazadas, sueños y pesadillas. Una época plagada de bellas palabras de libertad que finalmente no se cumplieron. Eso es Mea Cuba, un gran ultrasonido del entonces fetal gobierno cubano. Un libro cargado de palabras en juego y juegos de palabras; un libro lleno de amor y odio cuyo autor sabe bien que Cuba está enferma, enferma de Castroenteritis.

Canek Sánchez Guevara
LunaZeta, número 2, abril 1999.