viernes, 27 de febrero de 2015

El soundtrack de la revolución


Los interesados en hermosear la muy dilatada historia de la revolución castrista nos quieren hacer pasar las canciones de la Nueva Trova como el soundtrack de una época heroica en que todavía se tenía fe en el porvenir luminoso que nos auguraban.

En realidad, esa época dorada -como todavía algunos quieren llamar a la época de los paredones de fusilamiento y las cárceles con miles de presos políticos- cuando empezaron a oírse las canciones de Silvio y Pablo, ya había pasado y era sustituida por un estado de cosas forzado, monótono y desesperanzador.

Fue el tiempo del Decenio Gris, la parametración, el ostracismo de los mejores escritores y artistas, las redadas policiales en El Vedado contra melenudos y homosexuales, la persecución a los Testigos de Jehová, la ley del vago, la obligación de trabajar en la agricultura a los que querían irse del país y un largo etcétera de aberraciones.

Si hay una banda sonora de eso que se empeñan en llamar “la época dorada de la revolución”, serían los boleros del Benny, Lino Borges, Kino Morán y Fernando Álvarez; Los Zafiros, la Aragón, el feeling de Elena Burke, el cuarteto de Meme Solís; la sandunga de Las D’Aida, las baladas de Marta Strada, el ye-yé y el no tengo edad para amarte de Luisa María Guell; el rock lento de Luisito Bravo; las 15 baladas de aquel long playing de Paul Anka que fue lo único que quedó que oliera a rock and roll luego que el Máximo Líder, unos años antes que a The Beatles, identificara a Elvis como la decadente encarnación de la música del enemigo y decretara la guerra sin cuartel contra “los elvispreslianos y los enfermitos”.

Y como no podía bailarse el twist, el gogó o el bugalú, nos desbaratábamos los hombros y la cintura con el Mozambique de Pello El Afrocán, el pilón de Pacho Alonso, y el dengue, cuando no era una enfermedad trasmitida por los mosquitos, sino un ritmo que tocaba la orquesta de Roberto Faz.

Eso fue lo que se escuchó en la mayor parte de la primera década del régimen revolucionario. Lamento defraudar a los homéricos picúos que quisieran algo más épico, que hablara de trincheras, machetes, fusiles contra fusiles y balas veloces al centro del combate. Como lo que vino después. Pero por entonces, los cantautores que compondrían por encargo oficial las canciones que también serían armas de la revolución, todavía estaban en la escuela. O renegando por estar en el servicio militar obligatorio o las UMAP.

Después, a finales de los 60 y los primeros años 70, la banda sonora de la vida en Cuba no la puso solo la Nueva Trova. También y sobre todo fue el pop español que nos empujaban por Nocturno con tal de no poner a los originales que cantaban en el idioma del enemigo; al rock y el soul que se escuchaba a escondidas en la WQAM y otras emisoras de radio del sur de la Florida; y a Juan Formell y Los Van Van, que iniciaban su andar por aquellos años, con números como Marilú, Yuya Martínez y aquella emblemática Compota de Palo, que evocaba los mejunjes intragables con los que nos criaron, luego que se acabaron las Libby’s y Campbell y todavía el CAME no había empezado a enviar las compotas de manzanas rusas y búlgaras.

A propósito, mucha de aquella música, también la que era cantada en inglés, la empezamos a escuchar allá por 1970, en Radio Cordón de La Habana, que fue lo único bueno que dejó aquella locura del Máximo Líder de sembrar café Caturra en los alrededores de la capital, a costa de dejarnos sin árboles y sin frutas.

Pero las canciones en inglés por Radio Cordón, Radio Liberación y el programa De en Radio Rebelde –tomen nota de los nombrecitos de las emisoras- duraron hasta que en 1971, el discurso del Máximo Líder en el Congreso de Educación y Cultura, marcó el inicio del Decenio Gris. Entonces, ni a los Mustangs y los Fórmula V pusieron. Solo se escuchaba música andina y canciones de la Nueva Trova.

Silvio Rodríguez y Pablo Milanés tuvieron talento suficiente como para escribir bellas canciones del amor y de la vida, además del teque por encargo oficial. Eso los salvó de ser meros cantores del realismo socialista en su versión tropical-tercermundista. Por eso han perdurado, y están en esta banda sonora, aunque no sea únicamente de ellos, como pretenden algunos atorrantes.

Luis Cino, en su blog Círculo Cínico
19 de noviembre de 2014.

miércoles, 25 de febrero de 2015

Alquile una limusina rusa de Fidel Castro



Rentar una fantasía: así dice en la parte trasera de las limosinas soviéticas Chaika que en la década 1970-1980, pertenecieron al servicio de protocolo de Fidel Castro y que hoy funcionan como taxis, pudiera describir perfectamente, con un poco de ironía, la esencia del desastre en que viven los cubanos de la isla.

Ya que las utopías sociales no pudieron realizarse, al menos aprovechar las nostalgias por el pasado (de algunos), cobrar por ellas, y convertirlas en un negocio “razonable” en las actuales circunstancias.

Es lo que quizás piensan los dirigentes y funcionarios que han convertido en taxis destinados al turismo, aquellos lujosos autos de fabricación rusa que en ocasiones sirvieron para el traslado del dictador.

Aunque nos pidió no ser identificado, el chofer de una de las limosinas accedió a conversar sobre el peculiar servicio que prestan y nos reveló que la mayoría de los clientes solo buscan dar un paseo por la ciudad, recoger un par de mujeres y vivir la fantasía de tener sexo en el mismo auto que alguna vez usara Fidel Castro.

“Siempre llevo música patriótica, el himno soviético, la Internacional, el himno del 26 de julio o cosas de Carlos Puebla sobre el Che y Fidel, porque muchos me piden esa música mientras se divierten. Allá atrás beben, fuman, meten mujeres y gozan a lo grande. Mientras paguen, yo no me meto en lo que hagan. Han quedado para eso.

"Todo lo que tiene el carro es original, tal como lo dejaron cuando lo usaban ellos (los dirigentes). Hace unos días subió un turista que no sé si era argentino o uruguayo. Estaba vestido con un uniforme verde olivo, parecía un loco, tenía barba y fumaba tabaco. Me alquiló todo el día y me hizo llevarlo a la casa del Che y a la Plaza de la Revolución para tirarse fotos. Andaba con una jinetera, más loca que él. Hicieron de todo allá atrás. Él le pedía a la tipa que lo llamara 'comandante'. Era un relajo”.

Echando mano a todo cuanto pueda ser útil para obtener dinero, los diseñadores de los 'lineamientos económicos' se han propuesto 'salvar' el socialismo cubano de un modo bien capitalista.

Tal vez por eso, lejos de conservarlos como 'reliquias' del pasado, en los antiguos Chaika de Fidel Castro hayan visto una parte fundamental de ese 'sovietismo' que han querido poner de moda, a juzgar por la abundancia de objetos, medallas, relojes, libros, revistas y carteles de la era soviética que se comercializa en cualquier lugar visitado por turistas extranjeros, a quienes además de camisetas, boinas y llaveros con la figura del Che, desde hace unos meses se les proporciona una experiencia gastronómica peculiar en un restaurante de “comida soviética”.

Se llama Nazdarovie y junto con el lema The Spirit of Soviet Cuisine in the Heart of Havana, tiene la imagen de un obrero fornido que lleva en los brazos una bandera roja. Un restaurante para quienes añoran la época de buenas relaciones con la URSS que culminó no solo con el cierre de los campos de espionaje radioeléctrico y las bases militares en el Caribe (que nadie duda que en breve volverán a reabrir), sino además con el sospechoso incendio del restaurante Moscú, en La Rampa, Vedado, y con la inexplicable pérdida de buena parte de los fondos cinematográficos de la otrora 'nación hermana'.

Corren tiempos de resurgimientos. Nazdarovie, el restaurante que promete trasladar nuestros paladares a la era soviética, y la fantasía de rentar el auto donde Fidel Castro pudo haber recibido a Brezhnev o a Gorbachov, son como partes de un colorido paquete turístico para aquéllos que ante los rumores de un deceso inminente, con el pragmatismo que los caracteriza, ya están pensando que muerto, Fidel pudiera valer mucho más que vivo.

Mientras, los turistas continuarán saboreando comida “soviética” como quien muerde los trozos congelados de un mamut siberiano y se tomarán fotografías junto a los Chaika, como pudieran hacerlo ante la osamenta de un dinosaurio. Después de la caída del Muro de Berlín, dicen algunos, más que un asunto de ideologías, el socialismo pasó a ser un tema de arqueología política.

Texto y foto: Ernesto Pérez Chang
Cubanet, 12 de enero de 2015.
Leer también: Las falsas limusinas de Fidel Castro.

lunes, 23 de febrero de 2015

El que trabaja para el Estado, ¿de qué vive?



En mi centro de trabajo teníamos dos magníficos cocineros que con pocos recursos hacían maravillas. Traían los condimentos de su propia casa, algunas veces los trabajadores colaborábamos con la sal u otro ingrediente.

Tenían brillando todos los calderos y las mesetas de aluminio. Su trato era excelente. A todos nos caían muy bien. Hacían maravillas, pero no magia, y a veces el almuerzo era una bolita de arroz amarillo.

Un buen día, el gobierno “orientó” la eliminación de la mayoría de los comedores obreros. Nuestros cocineros fueron reubicados en otros centros, uno de guardia nocturna y el otro para obreros calificados. A los trabajadores nos sustituyeron el almuerzo y nos empezaron a dar el equivalente de unos 60 centavos de dólar por día trabajado, totalizando la mayoría de los meses 12.60 a cobrar, independiente del salario, el cual, según suele decir el gobierno, equivale a unos 18 dólares, como promedio.

Con esta medida, el Estado desempleó a un ejército de cocineros y ayudantes en todo el país. Pero no cayó en la cuenta de que así estaba reconociendo que el salario medio que hasta ese momento cobraba un trabajador cubano, le alcanzaba para almorzar solo a él, y ¡únicamente los días laborables!

Ahora, al casi duplicarse el ingreso, ese trabajador puede también cenar esos días. Por supuesto, con ese monto nadie puede comprar caviar, faisán; ni siquiera un bistec, pues lo que se “persigue” es resolver algo que mantenga al comensal en pie, sin desmayarse del hambre.

Personalmente suelo almorzar un pan con croqueta, papa rellena o, en el mejor de los casos, con jamón. Otros se satisfacen con un almuerzo frugal que tal vez incluya arroz, frijoles, huevo, croquetas o salchichas como plato fuerte y quizás un café.

Entonces, pensándolo bien, si el salario del mes entero solo alcanza para almorzar o comer, las personas que como yo trabajan el mes entero, luchando con el transporte de ida y vuelta, no tienen forma de pagar la electricidad que en cualquier casa de familia supera los 100 pesos, ni el agua, el teléfono, el círculo infantil o las deudas de equipos como refrigeradores, ollas eléctricas y televisores.

Los trabajadores tampoco encuentran la manera de comprar jabón, champú, detergente, desodorante, papel sanitario y en el caso de las mujeres, creyón de labios, pintura de uñas, aretes, adornos para el pelo, tintes, medias, zapatos, ropas y carteras, artículos necesarios en el siglo XXI (o en el XX, que es donde todavía estamos en Cuba). Ni soñar con un teléfono celular, computadora, cámara digital o memoria flash usado en el mundo en estos tiempos.

¿Cómo comprar las sábanas, toallas, frazada de piso, bombillos, salfumán, cloro, cepillos de lavar, escobas, artículos de primera necesidad en una casa, sin mencionar la comida, los productos del agro y de la carnicería o los muebles paseos y viajes de vacaciones?

¿Con qué compra una madre la comida, ropa, zapatos y juguetes destinados a su hijo? Si tiene un bebé, ¿con qué adquiere culeros desechables, cuna, sillita y cochecito? ¿Cómo lo lleva a tomar helado o comer una pizza? Y si se enferma algún miembro de la familia, ¿cómo paga las medicinas?

Siempre que reflexiono sobre esto, recuerdo la estrofa de una canción (creo que es de Los Aldeanos) que dice: “En lugar de estar pensando el que no trabaja, ¿de qué vive?, pregúntate, el que trabaja ¿de qué vive?”.

Iris Lourdes Gómez García
Cubanet, 25 de diciembre de 2014.
Foto: Tomada de Cubanet.

viernes, 20 de febrero de 2015

Donaciones de sangre en Cuba: necesidad para unos, negocio para otros



Una vez al mes, Eduardo se llega a una pequeña clínica de extracción de sangre en la avenida Mayía Rodríguez, en la barriada habanera de La Víbora, para hacer su habitual donación.

“Tengo una tarjeta de donante permanente. A cambio de mis donaciones de plasma, el Estado me otorga un kilogramo de pollo y unas libras de viandas mensuales, pero lo habitual es que se pasen varios meses sin dártelos. A mí, por ejemplo, todavía me deben seis kilos de pollo. Después de cada extracción nos dan un bocadito de jamón y queso y un refresco. Ese extra de alimentos, aunque mínimo, me sirve para complementar mi dieta, ya se sabe lo caro que resulta la comida en Cuba”, apunta Eduardo.

Iraida, enfermera de un puesto de extracción de sangre, cuenta que la lista de donantes voluntarios disminuye aceleradamente cada año. “La gente prefiere vender la sangre a personas que la necesitan. Se paga entre 5 y 10 pesos convertibles por cada donación, a veces más”.

Daniel vende su sangre a personas que van a tener una intervención quirúrgica. “Me han pagado hasta 20 cuc. Realizo hasta dos extracciones al mes. Con regularidad me hago chequeos médicos para saber mi estado sanguíneo. La gente a quienes les vendo el plasma me lo pide. Ese dinero me ayuda a mantener a mi hijo”.

En cada hospital de Cuba existe un banco de sangre. Según un médico, el plasma no es suficiente. “Tenemos déficit de plasma. Yo le sugiero a mis pacientes que van operarse que consigan un donante en su familia. Y si tienen dinero, que lo compren. En mi hospital, el plasma inventariado se reserva para casos complejos”.

Un funcionario municipal de Salud Pública dice que desde mediados de los años 80, el Estado cubano exporta plasmas sanguíneos. “Es un negocio que genera entre 40 y 50 millones de dólares anuales. También se venden órganos y extractos de glándulas. No es ilegal, recuerda que cuando las personas se hacen su carnet de identidad, voluntariamente, aceptan a donar sus órganos”.

Los medios oficiales de prensa no suelen publicar noticias referidas a este tipo de negocios. María Werlau, directora ejecutiva del proyecto Archivo Cuba, ha realizado una detallada investigación sobre el tema.

En noviembre, en el diario español ABC ella publicó un artículo donde asevera que solo a Brasil, el régimen exportó 16 millones de dólares en productos sanguíneos en 2011 y 4,8 millones en 2013.

Según Werlau, las exportaciones de extractos de glándulas y órganos al país sudamericano llegaron a 88,4 millones de dólares el año pasado. Se conoce que la autocracia verde olivo tiene en los servicios médicos su primera industria.

A pesar de que las estadísticas oficiales se manejan con reserva, se sabe que anualmente reportan ganancias netas entre 8 mil y 10 mil millones de dólares por concepto de servicios médicos en medio centenar de naciones.

Al régimen cubano se le acusa también de explotación laboral con los cooperantes médicos en el extranjero, porque el Estado se apropia hasta del 80% de su salario y los galenos han servido para consolidar compromisos políticos favorables al gobierno.

Detrás de negocios de los cuales poco se habla existe un problema ético. A donantes voluntarios de sangre como Eduardo, el Estado no le paga un centavo y la mísera canasta alimenticia que le otorga, suele entregársela con retraso.

Los donantes de sangre y las personas que al morir donan sus órganos, desconocen el negocio montado por el gobierno de su país. La intención de esos ellos es ayudar al prójimo de manera altruista.

Si el Estado cubano lucra con sangre, plasma y órganos, debieran pagarle al donante o sus familiares, en caso de una persona fallecida. Pero me temo que en asunto de dinero a los hermanos Castro no les gusta negociar. Incluso con cosas que no son suyas.

Iván García

Foto. Banco de sangre en La Habana, uno de los 46 existentes en Cuba. En la isla también hay168 centros fijos de extracción y alrededor de mil móviles. Tomada de Las exportaciones de sangre de Cuba 1995-2010.

miércoles, 18 de febrero de 2015

Harapos de marca



La oposición pacífica, los ex presos políticos y las Damas de Banco no están invitados a los festejos por el anuncio de las relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos. Ellos tampoco tienen embullo para asistir.

Nadie se puede divertir acosado por la policía y, además, saben que las celebraciones, con toda su resonancia internacional, es otra repartición de pizzas y cervezas amenizada por un combo del Ministerio de Cultura que el gobierno organiza para ganar tiempo, recibir dinero y permanecer en el poder.

Lo saben porque llevan muchos años en la calle o en los calabozos enfrentados al poder de la dictadura y a sus habilidades para las trampas políticas. Esa experiencia es la que les ha permitido examinar con lucidez, sin unanimidades vanas, ni radicalismos baratos, la repercusión que pueden tener para la verdadera democracia en la isla la firma de los acuerdos.

Los opositores se quedaron asomados a sus ventanas con serenidad para ver como puede comenzar a desvanecerse la euforia prefabricada para muchos sectores de la sociedad que creyeron que enseguida comenzarían a caer en paracaídas miles de turistas norteamericanos sobre los techos de los solares con los bolsillos de sus camisas guarabeadas llenos de dólares.

Desde sus sitios de observación y reflexiones pudieron apreciar también que la rumba real se bailaba en los salones de los jefes y escucharon, en la lejanía, la música de otras cumbanchas en grandes residencias de empresarios.

Esa posición a la hora de asumir los nuevos aires de amistad entre los dos gobiernos no supone, de ninguna manera, que la oposición pacífica esté negada a mirar de frente y con coraje las alternativas de la realidad cubana. Indican, eso sí, que son fieles a sus programas de transformaciones democráticas sin remiendos ni coberturas o disfraces con harapos extranjeros.

La mayoría cree que ha sido un pacto favorable para el gobierno cubano que no ha hecho ningún compromiso público en materia de favorecer las libertades individuales y los derechos humanos. Al mismo tiempo, la oposición tiene la certeza de que el régimen continuará su trabajo represivo y lo único que moverá con todos estos revuelos es su cuenta bancaria.

Los comunicadores libres, por su parte, han hecho lo que tienen que hacer: cubrir la fiesta y escribir sus reseñas con responsabilidad. El periodismo independiente, imprescindible y enriquecedor y múltiple, como debe ser, ha ofrecido una visión amplia que incluye notas contagiadas por el entusiasmo de la conga.

A mí me gusta la crónica que Luis Cino Alvarez firmó para Primavera Digital. El intelectual recuerda con ironía que ha sido acusado por el gobierno durante años de “desviado ideológico y proyanqui” por su afición a la música y a la literatura norteamericana y que ahora sus acusadores “ya deben tener preparadas las banderitas de las barras y las estrellas que agitarán jubilosos, en el aeropuerto y a lo largo de la avenida de Rancho Boyeros para recibir al Secretario de Estado John Kerry”.

Hagan lo que hagan los Estados Unidos, dice Cino, “los que nos hemos ganado el derecho a soñar el futuro de la patria en democracia seguimos aquí. Como siempre”.

Raúl Rivero
El Nuevo Herald, 28 de diciembre de 2014.
Foto: Tomada de Martí Noticias.

lunes, 16 de febrero de 2015

Un "selfie" en las ruinas



En el documental “ Un Nuevo Arte de Hacer Ruinas”, de los realizadores alemanes Florian Borchmeyer y Matthias Hentschler y basado en el cuento homónimo del escritor cubano Antonio José Ponte, el autor evoca “esa perversidad en sacar sentido del placer de algo que está decayendo”. El documental es una exploración de antiguos edificios de La Habana y sus habitantes. Desde luego que alude metafóricamente a la propia historia de Cuba, y más específicamente a la de su larga y decrépita Revolución castrista.

El filósofo esloveno Slavoj Zizek, un icono de la contracultura del siglo XXI, a quien los medios catalogan el “Elvis (Presley) de la teoría cultural” ha referido en entrevistas y conferencias la falta de vergüenza del régimen cubano respecto al estado ruinoso del país.

Zizek, que visitó la isla en el año 2001, recuerda cómo un funcionario le mostraba el mal estado en que se encontraba el país como una evidencia de la capacidad de resistencia del régimen ante las dificultades, dándole a esas mismas ruinas un valor ético y moral. Zizek bromea diciendo: “En teoría de psicoanálisis jactarse de la pérdida en sí misma, considerarla como un símbolo de autenticidad, es un ‘movimiento de castración’. No en balde el líder se llama Fidel Castro cuyo nombre (en tal contexto), puede traducirse como fidelidad a la castración”.

Lo que Zizek explica desde la psicología, otros lo miran desde la curiosidad. Es un morbo irresistible que compulsa al ciudadano del mundo a querer descubrir cómo es que tanta gente, un país entero ha podido sobrevivir prácticamente desconectado de la aldea global que es hoy el planeta tierra. Con los mínimos bienes materiales y por tanto tiempo. Y aunque el turismo que vende Cuba es el de las playas, los puros habanos, la música autóctona, el ron y las mulatas, las ruinas de la revolución y de su gente son hoy por hoy atractivos temáticos que muchos extranjeros buscan.

Fuera de la isla, sólo basta presentarse como cubano para que cualquiera, pero en especial personas instruidas de entre 25 y 50 años, mayormente interesadas en otras culturas y por lo general ideológicamente de izquierdas, te asalten a preguntas. Lo he notado en todos los lugares en los que he estado, desde California a Estambul, entre europeos, americanos y asiáticos. Siempre terminan confesando que quieren ir a Cuba antes de que cambie. Quieren ver y vivir -aunque sea superficialmente- el singular experimento comunista-caribeño. Ven en la isla algo único y diferente.

Hay turistas potenciales con un interés genuino, aunque algo romántico. Gente que no considera al régimen cubano viable para sus países o para el futuro, pero sí sienten alguna afinidad hacia éste. Pero más que nada, curiosidad, mucha curiosidad.

Después de terminado el viaje, estos ciudadanos educados regresan con una experiencia que contar a los amigos. Está el izquierdista trasnochado e irresponsable que sólo admira al gobierno dictatorial de la isla porque ha sabido ‘enfrentarse’ a Estados Unidos sin renunciar a sus presuntos presupuestos ideológicos. Pero aquellos decentes y más razonables usualmente se decepcionan tras su primera visita al comprobar que los cubanos quieren irse en masa de su país y ser partícipes de un consumismo capitalista al que nunca han tenido acceso.

Esos visitantes se espantarían aún más si pudiesen comprobar cómo los que han promovido el discurso de la resistencia a toda costa son los que mejor viven en la isla. Y sin grandes responsabilidades, como la de un gerente de empresa o un dueño de negocio en cualquier país capitalista. Esa élite, a fin de cuentas, tiene la protección del autoritarismo y el control absoluto del Estado, del Partido Comunista.

Hombres y mujeres que no podrían vivir sin internet y sin Ipad se muestran fascinados por ese lugar tan raro donde la tecnología y la conectividad son casi inexistentes. La imagen que este turista del siglo XXI tiene de Cuba es la de un paraíso donde el consumismo desmedido de sus países no existe. Sólo aire puro, gente de sonrisa fácil, que desconoce los vicios de la globalización, y música sensual y sonidos arrebatadores por todos lados; autos viejos, puros, ron, taxis de hace 60 años y mucha libertad sexual.

Una isla que representa una suerte de pureza ante el frío alcance de una era tecnológica e hiper materialista. En ese sentido, es notable el cambio de percepción con respecto al viejo perfil de “paraíso del proletariado”. Hoy Cuba es para los cazadores de fotos y selfies, un sitio perdido en el tiempo. Es el paraíso de los olvidados.

Ariel de Castro, Estambul

Foto: Una de los muchos edificios en ruinas existentes en La Habana. Subida a Panoramio por el madrileño Carlos Cuerda Damas.


viernes, 13 de febrero de 2015

Apurando las balsas



Es como una ruleta rusa o escapar de una prisión de alta seguridad al estilo de Alcatraz. Aunque la posibilidad de ser atrapados o morir asusta, los cubanos se siguen jugando su futuro aferrados a una balsa o un billete de avión a Quito.

Según las estadísticas, al menos ocho de cada diez balseros son capturados por la Guardia Costera de Estados Unidos. Y se presume que uno de cada tres es almuerzo de tiburones en el peligroso Estrecho de la Florida.

Con esos números en contra, cualquier persona racional buscaría otra opción para escapar de la miseria socializada y el futuro entre signos de interrogación instaurado hace 56 años por los caudillos isleños.

Pero la gente en Cuba lo sigue intentando. Por mar o por aire. La leyenda tejida por los balseros es de vieja data. Huir de la isla es el autentico ‘performance’ de los cubanos de a pie que en apariencia aplauden al estrafalario gobierno de los hermanos Castro.

La meticulosa planificación, creatividad para construir una chalupa y la travesía azarosa, lidiando contra toda clase de peligros y la vigilancia costera, son para enmarcar en letras góticas.

El inventario de fugas es amplio. Se han escapado cubanos en el tren de aterrizaje de un avión, un camión transformado en barcaza, una tabla de surf o una caja de DHL.

Los hay más violentos y expeditos. Y secuestran una embarcación o un avión a punta de pistola. El número de balseros cubanos hacia Estados Unidos aumentó en un 75% entre 2013 y 2014. De 2,129 a 3,722 hasta el pasado mes de octubre, según un estimado de la Guardia Costera de Estados Unidos.

Los que son atrapados por escampavías estadounidenses navegan con suerte. Otros yacen en el fondo del Estrecho de la Florida, un mar infestado de tiburones y turbulencias.

Probablemente algún día, cuando se cotejen las cifras de los residentes en Cuba y cubanos radicados en Estados Unidos, se conozca la cifra exacta de fallecidos en uno de los camposantos marinos más grandes del mundo.

Aquéllos que tienen la suerte de residir en una nación democrática, se preguntan cómo es posible asumir una actitud heroica o suicida para escapar de un país, cuando resultaría más simple no ir a votar, declarar una huelga de brazos caídos o protestar masivamente en las calles hasta que caiga un mal gobierno.

Es la trama siniestra que encierra una autocracia, que al ciudadano común no le permite razonar que existen caminos legales para cambiar el estado de cosas. Entonces ve la solución en escapar por el mar.

El régimen de Castro aborda el tema con una ligereza que raya en el cinismo. Hasta 1993 encarcelaban a quienes atrapaban en intentos de fugas. Por impedir las huidas marinas han llegado al crimen.

El 13 de julio de 1994 es una fecha para no olvidar. Intentando detener a un remolcador en el puerto de La Habana, las autoridades mataron a 41 personas, diez de las cuales eran niños.

La casta gobernante de ancianos culpa de criminal a la Ley de Ajuste Cubano y a los balseros marinos o aéreos los cataloga de 'emigrantes económicos'.

Desde luego, la gente huye de la Isla debido a la anarquía económica, falta de futuro y pocas opciones de prosperar. Esto se comprueba cuando se conversa con los que se lanzan al mar en una balsa: ninguno aprueba la gestión de su gobierno.

Ahora, al antiguo enemigo de la Guerra Fría, que provocó que Fidel Castro edificara medio millón de refugios antiaéreos, equipara al más impresionante ejército de América Latina con un millón de hombres en armas, 4 submarinos, 270 aviones MIG, una fábrica de minas terrestres y AKM y 3 mil tanques T-62, se le estrecha la mano.

El gesto es aprobado por la mayoría de los cubanos, excepto un segmento de opositores, que argumenta que el presidente Obama ha otorgado mucho a cambio de muy poco. Otros que ven con cierto desdén la nueva etapa son los futuros balseros.

Y apuran sus planes. Queman las naves. Venden su casa, un auto o joyas para comprar un boleto rumbo a Quito e iniciar desde el meridiano ecuatoriano un periplo azaroso por varios países centroamericanos hasta llegar a la frontera de Estados Unidos.

En 2014, 15 mil cubanos entraron desde México a Estados Unidos. Este año, por el temor de que la Ley de Ajuste tenga sus días contados, la cifra puede ser superada.

Un pasaje en una balsa con motor y GPS cuesta entre 400 y 600 dólares. Incluso más. Entre la gente joven, planificar fugas por el mar es un tema en boga, como hablar de Cristiano Ronaldo o Messi.

Junto al tabaco, el ron y las mulatas, las balsas también forman parte del paisaje cubano. Son el personaje del año.

Iván García

miércoles, 11 de febrero de 2015

Una embajada frente al Malecón



Según reporta AP, la actual Sección de Intereses de Estados Unidos en Cuba volverá a albergar la Embajada de ese país.

Desde su inauguración en 1953 y hasta el rompimiento de relaciones entre los dos países, el 3 de enero de 1961, en ese edificio de siete plantas rectangulares funcionó la Embajada de los Estados Unidos de América. En 2009, en mi blog, en el fotorreportaje titulado Antes del embargo pueden verse imágenes de aquellos días.

Hasta que los rusos levantaron su mastodonte arquitectónico en Miramar, la estadounidense era la sede diplomática más grande que había en La Habana. El lugar escogido para su construcción no pudo ser mejor: el área de El Vedado que comprende las calles Calzada entre L y M y la avenida del Malecón.

Desde sus oficinas se pueden ver las aguas del Golfo de México y el Oceáno Atlántico. También, barrios habaneros, la zona costera de la ciudad, desde la desembocadura del río Almendares hasta la bahía y puerto de La Habana, incluido El Morro y la Fortaleza de la Cabaña.

El diseño y construcción estuvo a cargo de los arquitectos estadounidenses Max Abramovitz (1908-2004) y Wallace Harrison (1895-1981), cuya firma, Harrison & Abramovitz, radicaba en Nueva York. Es de estilo modernista-brutalista, similar al Lincoln Center y la sede de Naciones Unidas en Nueva York, de los mismos arquitectos.

Los jardines son obra del arquitecto californiano Thomas D. Church y el mobiliario estuvo a cargo de Knoll Associates. Las paredes fueron revestidas con piedra de Jaimanitas rosa-gris. Los cristales son verdiazules, para que la luz solar no moleste. Tiene aire acondicionado central, pero las ventanas se pueden abrir y disfrutar la brisa marina. El edificio recibió una reparación capital en 1997.

En 1977 fue reabierto para acoger la Sección de Intereses de Estados Unidos en La Habana. Treinta y cuatro años antes, en 1963, Fidel Castro ordenó su confiscación, pero parece no lo logró: el inmueble sigue siendo propiedad del gobierno de los Estados Unidos.

En la década de 1940, la Embajada de Estados Unidos y la Oficina de la Cámara Americana de Comercio funcionaban en el Edificio Horter 115, en Obispo entre Oficios y Baratillo, Habana Vieja. Entonces, era habitual que en esa zona de la capital se alojaran embajadas, bancos, firmas de abogados y peritos mercantiles, grandes almacenes, tiendas y librerías, entre ellas La Moderna Poesía.

De aquella época, en internet se localizan cartas, documentos e informes, como el estudio realizado en 1947 por el escritor H. Bartlett Wells sobre las relaciones entre Cuba y Estados Unidos y que tal vez a los especialistas interese leer.

Por su arquitectura, por su importancia política y por estar situada frente al Malecón, es la Embajada más fotografiada.

Tania Quintero
Foto: Tomada del Miami Herald.

lunes, 9 de febrero de 2015

Indemnizaciones deben ser borrón y cuenta nueva, opinan cubanos



Si la española Rosara, otrora dueña de una propiedad inmobiliaria en el populoso barrio habanero de La Víbora, tuviera que negociar con el Estado cubano una compensación económica por la confiscación de un edificio de ocho apartamentos y una farmacia, recibiría una sorpresa.

El diablo está en los detalles. Los hermanos Castro, previendo que en cualquier momento el fin del embargo podría llegar, encargaron a un equipo de expertos un detallado estudio sobre el importe a cobrar por ‘daños económicos provocados por el gobierno de Washington’.

Según la autocracia insular, el cheque a desembolsar por el vecino del Norte supera el millón de millones de dólares. Convoyado con las pérdidas económicas, el régimen adicionó tres mil muertos que, aseguran, perdieron sus vidas por ‘actos terroristas de la CIA y grupos contrarrevolucionarios financiados por la Casa Blanca’.

El capítulo de las compensaciones financieras a empresas propiedad de estadounidenses y cubanos que hoy son ciudadanos de esa nación, promete ser todo un culebrón por entregas.

Pocas horas después de que Barack Obama y Raúl Castro decidieran restablecer relaciones diplomáticas tras 56 años de tensiones políticas, los bufetes jurídicos estadounidenses reabrieron múltiples querellas contra el régimen verde olivo.

La cifra a pagar varía, sumando intereses, entre 7 y 20 mil millones de dólares. El viejo zorro de Fidel Castro subió la parada. Y considera que los yanquis deben pagar diez veces más.

A la espera de un rifirrafe donde solo ganarán dinero los abogados (Cuba tiene las arcas públicas en números rojos y Estados Unidos tomará a chacota esa suma bodeguera de Castro), mucha gente de a pie opina que esas deudas debieran ser borrón y cuenta nueva.

Carlos, alumno de bachillerato, desconoce el trasfondo del embargo económico y considera “que Estados Unidos lo implantó para castigar a Fidel por hacer una revolución socialista a 90 millas de sus costas”.

En las escuelas cubanas no se estudia por qué Fidel Castro expropió compañías estadounidenses y cubanas y no las indemnizó. Incluso, se desconoce que en 1968, en un delirio de absolutismo, el barbudo incautó bodegas, puestos de fritas y chinchales de zapateros, entre otros pequeños negocios particulares.

Pero volvamos al edificio Rosara, construido en 1957 y el cual desde su inauguración no recibe una mano de pintura. Emilio reside allí desde esa fecha y recuerda a la propietaria.

“Mi familia se mudó a finales de 1957. Mi padre era amigo de Rosara, una gallega afable. Además del edificio, construyó una farmacia y tenía planes de levantar varios inmuebles de apartamentos en las barriadas de La Víbora y Lawton, destinados a matrimonios de profesionales jóvenes. Pero llegó el comandante y mandó a parar. Si vive, debe ser muy anciana, tal vez ya murió, en España o Estados Unidos. Si su familia, con razón, se decide a reclamar una compensación, debe hacerla al Estado que no le pagó un centavo por la expropiación”.

Rogelio, otro inquilino, añade. “El edificio está desvencijado. Cada familia ha realizado arreglos por su cuenta. En la fachada del edificio la dueña colocó su nombre. Con el tiempo y por falta de mantenimiento, las letras de piedra se han desprendido. La azotea hubo que clausurarla, por peligro de derrumbe. Cuando se rompe el motor del agua, los vecinos hacemos una colecta para repararlo. El Estado nunca ha arreglado ni pintado el edificio. Casi todos los vecinos ahora son propietarios de sus apartamentos. Si Rosara o sus descendientes ven cómo está el inmueble, harían una donación para remozarlo”.

Durante años, como parte de una campaña taimada para atemorizar a los cubanos sobre las consecuencias de un cambio de sistema, una y otra vez el gobierno ha repetido que si la revolución desaparecía, la ‘mafia de Miami’ en tres días mataría a todos los cubanos que hubiesen colaborado con el régimen.

También la prensa oficial ha martillado con eso de que 'si los dueños un día regresaban a la Isla, desalojarían a los actuales inquilinos de sus casas'. Recuerden que al 85% de las familias, las autoridades les han entregado títulos de propiedad. Aunque ese discurso sonaba a propaganda de Corea del Norte, funcionaba entre los cubanos.

En repartos de la otrora burguesía como Nuevo Vedado, Miramar, Flores o Cubanacán, ex empleados domésticos de antiguos propietarios hoy son sus dueños. Pero son pocos. El gobierno tiene la propiedad del 75% de los inmuebles en esas zonas. En algunos radican sedes diplomáticas u organismos estatales. O son instalaciones turísticas o mansiones de ministros y generales.

En Jaimanitas, al oeste de La Habana, Fidel Castro, quien desalojó de Cuba a la pujante burguesía criolla y fustigó a las instituciones capitalistas, posee más de 40 residencias en una zona de acceso prohibido a la población. Al mejor estilo del Sultán de Brunei.

Iván García

Foto: Club Habana, en 5ta. Avenida y 182, en el antiguo Biltmore, hoy Reparto Flores . Hoy es una de las más exclusivas instalaciones turísticas de la capital, muy cerca de Jaimanitas, donde vive Fidel Castro con su familia. Antes de 1959, en el actual Club Habana radicó el Havana Biltmore Yacht and Country Club, construido en 1927 por Moenck y Quintana S.A., firma dedicada a la arquitectura e ingeniería civil, fundada ese año por los arquitectos cubanos Miguel Ángel Moenck y Nicolás Quintana. Hasta que llegó el comandante, mandó a parar y comenzó a destruir, la prestigiosa firma tuvo su sede en O'Reilly 407 entre Compostela y Aguacate, Habana Vieja (TQ).

sábado, 7 de febrero de 2015

José Varela, el Charlie Hebdo cubano



Nadie quiere saber de él. Excepto los lectores de su blog. José Varela va por su cuenta. Es un humorista de calibre que las figuras públicas de un lado u otro del Estrecho de la Florida desean tener lejos. Mientras más lejos, mejor.

Es un proscrito al cubo. El régimen cubano ha intentado manipular sus posts o caricaturas cuando ridiculizan a la disidencia. Pero cuando Varela enfila sus cañones hacia el Palacio de la Revolución, vuelven a bajar la persiana de la censura.

Se cuenta que reside en una finca en las afueras de Miami. Y que en 2006, no sé por qué razón, allanó con una metralleta de juguete la oficina de El Nuevo Herald donde laboraba como caricaturista.

Aquello fue de película. El suceso llegó hasta La Habana. “A Pepe Varela se le subió la mostaza. Tras una cabronada de la dirección del Herald, secuestró la redacción. Tuvo que intervenir la policía antimotines. Su blog me encanta. Es irreverente y se burla hasta de su sombra. Para colmo, escribe bien. Que en estos tiempos ya es mucho pedir”, me dice un amigo del barrio que reside en Hialeah.

La primera vez que escuché hablar de Varela fue en 2009. Yo tenía un blog en el portal Voces Cubanas de Yoani Sánchez. Una noche, alguien me comentó que Varela había llamado por teléfono a Sánchez para entrevistarla o simplemente conocerla.

La bloguera le negó la cita. En sus posts, ella era (y sigue siendo) un tiro al blanco. Algunos dicen que Varela es de la Seguridad del Estado. El pretexto perfecto utilizado en Cuba y en Miami para devaluar a librepensadores y tipos que están en tierra de nadie.

Por curiosidad profesional comencé a leer sus posts. Con el típico estilo de correo electrónico, sin respetar las mayúsculas y notas breves. Tiene ritmo, es ameno y sus ácidos sarcasmos empapan a cualquiera.

Desde hace un tiempo, un banner de Google avisa a los navegantes que usted va a entrar en 'territorio enemigo'. Una afrenta a la cacareada libertad de expresión en Estados Unidos.

Ni la Sociedad Interamericana de Prensa, Reporteros sin Fronteras u otro adalid de la libertad de prensa han condenado esa censura del motor de búsqueda estadounidense.

Varela podría forrarse si invoca la tercera enmienda. Quiéranlo o no, es un ciudadano estadounidense que paga sus impuestos.

Que se prohíba en Cuba un blog como el suyo se entiende. La autocracia verde olivo tiene un pésimo sentido del humor.

Las sátiras políticas están prohibidas en la Isla: de hecho, el primer medio de prensa prohibido, en 1960, fue el semanario humorístico Zig Zag.

En los años 80 se llegó al extremo de expulsar a un caricaturista del diario Granma, por estampar una calavera con un gorro de pirata en el centro de una foto de Fidel Castro. Cuando usted ponía a trasluz esa página del periódico, se notaba el montaje.

Probablemente fue una fatal coincidencia que le costó al hombre su puesto de trabajo y varias horas de interrogatorios por parte de ceñudos oficiales de la contrainteligencia.

En Cuba, los funcionarios apenas sonríen, ni siquiera a las cámaras, pero son muy perspicaces para detectar ofensas o bromas catalogadas de 'contrarrevolucionarias'. Como aquella de que el verdadero nombre del comandante era "Armando Guerra".

Ser humorista en Cuba es un acto de masoquismo. Tienen que diseñar chistes con doble lectura si quieren escapar de la guillotina partidista.

El hombre nuevo que Che Guevara y Fidel Castro pretendían armar era un robot de matar yanquis, plantar plátanos burros y trabajar de voluntario sin dinero a cambio. Bailar guaguancó, pegar tarros, hacer cuentos de relajo, leer novelitas de Corín Tellado o gustarte las Grandes Ligas eran rezagos pequeños burgueses.

Se supone que si un disidente cubano se considera un demócrata, debe defender la libertad de expresión y aceptar a personajes como Varela.

Tras el atentado en París a la revista Charlie Hebdo, el gobierno y la oposición en Cuba denunciaron el salvaje asesinato de 12 personas, entre ellos varios caricaturistas de la publicación parisina.

Un gesto para las galerías. Porque ni el régimen ni la disidencia admiten críticas o burlas a su labor.

El Charlie Hebdo cubano existe. Se llama José Varela. Se ríe de todo el mundo. Vive al otro lado del charco. Y dispara con su pluma.

Iván García

Del más allá, post de Varela del 27 de enero de 2015:

finalmente fidel escribio -como todo cubano- otra carta abierta. para unirse a los disidentes. era logico. despues de todo, montaner el bueno tenia razon: los hermanos estan fajados. cuba se pega mas al tema de una novela que a los sinsabores de una nacion. el lider maximo le escribe a los jovenes, no a los viejos, los cuales han fallado. y tras mucha apocalipsis les dice que raul se dio un libretazo. puede haber guerra civil.©varela

Caricatura de Varela publicada el 24 de enero de 2015 en el post titulado Si de logias se trata:


viernes, 6 de febrero de 2015

Cuba-EEUU: Un punto de vista



Los cubanos en general hemos delegado la responsabilidad de reclamar nuestros derechos en gobiernos foráneos y especialmente en el de Estados Unidos.

Esa es una realidad. La otra es que estar en contra del gobierno en Cuba más o menos significa querer irse del país porque, según la creencia popular, no hay más ná.

Por tanto, si fuiste una persona desentendida de la política, un "luchador" (por la supervivencia), incluso si en algún momento fuiste pro-gobierno por intereses propios u otros, con la normalización de relaciones, se acaba la opción de 'irse pa'la yuma'.

Es decir, se va abajo la ley de ajuste cubano, la privilegiada tabla de salvación, ese premio que los cubanos tienen 'en la otra vida' (entendida ésta como la vida fuera del país).

De ese modo, pierden los cubanos su categoría especial y se convierten en meros inmigrantes (fuera de Cuba). Y en Cuba, la responsabilidad de hacer oposición real, de plantar cara al gobierno, recae más en la gente y no en presiones externas.

Ésos que se quejan tanto de que "Obama traicionó a los democrátas cubanos" o de que "pactó con la tiranía"(según ellos, ahora el apoyo lo tendrá el régimen cubano), ¿qué lograron hacer con aquel apoyo de diez gobiernos americanos, a cuánta gente lograron sumar a sus filas y qué lograron en términos de oposición real?

Digamos que en 30 años de oposición organizada (hablando desde que se comenzó a denunciar las violaciones a los derechos humanos), en mi opinión sólo ha habido un proyecto opositor que involucra al pueblo con el destino del país: el Proyecto Varela.

Por experiencia propia sé que la oposición en Cuba ha dedicado la mayor parte de su tiempo y energías a denunciar e informar de lo que pasa dentro del país. Y aunque últimamente hemos visto más ideas frescas provenientes de la isla, la pregunta que cabe aquí es ¿en qué puede afectar la normalización de relaciones a la oposición?

Gústenos o no, el gobierno de Raúl Castro ya está legitimizado por el mundo entero, (¡entérense!) que más da que ahora Estados Unidos haga lo mismo!

Es la gente en Cuba y los cubanos residentes en el exterior quienes tienen que luchar por el futuro de su tierra, no ningún gobierno ni país extranjero. No hay de otra.

Ariel de Castro*

* De 1996 al 2000, cuando se fue de Cuba como exiliado político, Ariel escribió como periodista independiente para Cuba Press, pero con el nombre Ariel Tapia, su apellido materno. Luego de vivir once años en Estados Unidos, actualmente reside en Turquía.

Foto: Tomada del blog Universo Increíble.

miércoles, 4 de febrero de 2015

Siete horas con Jorge Luis Piloto en Miami



Ni en sus mejores sueños, el prolífico y notable compositor cubano Jorge Luis Piloto Alsar, nacido en el invierno de 1955 en Cárdenas, municipio de Matanzas a unos 145 kilómetros al norte de La Habana, pudo imaginar que sus canciones alcanzarían fama internacional.

Subámonos a la máquina del tiempo. Un día cualquiera de los años 70. Culturalmente hablando, Cuba vivía horas bajas. Por decreto de Fidel Castro los escritores, poetas y compositores son administrados por el Estado.

El cine, las novelas, la guaracha y el son deben resaltar la proeza de la revolución. El gobierno lo controla todo. En tu biografía debes resaltar el número de marchas y trabajos voluntarios en los que has tomado parte, si quieres veranear en una casa en la playa, tener una nevera rusa o reservar una mesa en un restaurante.

El carnet del partido comunista y la lealtad al barbudo es más importante que el talento. En esa espesura gris, donde las ideas y el porvenir se soplaban desde arriba, Jorge Luis Piloto era un inadaptado social.

A la capital llegó con 15 años, su guitarra de cajón al hombro y un proyecto de futuro. Recaló con su madre Beba en una habitación de un viejo edificio de apartamentos en Romay 67 entre Monte y Zequeira, en la barriada del Pilar, en el municipio habanero del Cerro.

Con pinta de friqui, melena larga, devoción al rock y ninguna pasión por los extensos discursos de Castro. Su refugio de franqueza eran los amigos, como el negro William (Dios lo tenga en la gloria) o su novia, que sospechaban que Cuba no era sitio para ellos.

Se distraía yendo al Latino, cuando jugaba Industriales, su equipo. O sentado en una esquina o en el malecón, soñando con otro futuro.

1980 fue un año tremendo. 125 mil cubanos, entre ellos Piloto, aprovecharon la ocasión y abandonaron su patria. Antes de marcharse, debieron soportar las vendettas del régimen, camufladas en actos de repudio de corte fascista.

O humillaciones personales. Antes de abordar el yate rumbo a la Florida, debían firmar un acta donde se hacía constar que eran delincuentes, prostitutas u homosexuales. El régimen le debe una disculpa pública a los cubanos honestos que emigraron por el Mariel .

Piloto llegó a Miami una tarde lluviosa de mayo de 1980. Sin guitarra ni dinero. Solo deseos. Menos en la música, trabajó duro en diversos oficios. Una mañana, su esposa le recordó que no se había marchado de Cuba para vivir como jornalero.

“Dónde está aquel Jorge que soñaba con ser compositor”, le dijo. En el siguiente cobro se compró una guitarra de cajón. Ya para 1983 le graban su primera canción, La noche, escrita a dos manos con Ricardo Eddy Martínez y grabada por Lissette Álvarez.

Jorge Luis Piloto fue A&R de Sony Music (1988-1996) y nueve veces nominado al Grammy Latino. Ganó el primero con la canción Yo no sé mañana, coescrita con Jorge Villamizar y grabada por el nicaragüense Luis Enrique. En 2010 la sociedad de autores Americana, ASCAP, le entregó el premio Golden Note por sus 25 años de carrera y su aporte musical al repertorio hispanoamericano.

Sus baladas han sido interpretadas por cantantes del calibre de Gilberto Santa Rosa, Christina Aguilera o la inigualable Celia Cruz. En 2012 compuso una canción para las Damas de Blanco que se escucha en sus marchas por las calles de la isla.

El lunes 17 de noviembre, después de 34 años, me reencontré en Miami con Jorge, mi vecino del barrio del Pilar. Estuvimos siete horas charlando. A punto de cumplir 60 años, Piloto conserva un físico juvenil. “No hay manera que engorde”, dice. Recuerda su pasado en Cárdenas y La Habana y sus amigos de entonces.

Pero se siente de Miami. Se le nota el orgullo por esta urbe del sur de la Florida. En su auto recorrimos cada espacio, urbanización o sitios notables como el estadio de los Marlins, la estación de Cruceros, la Ermita de la Caridad o el túnel que pasa por debajo del puerto.

Me mostró la única estatua que existe en la ciudad y almorzamos en un café para turistas al borde del río Miami. Le pregunté si pensaba regresar a Cuba en ese futuro democrático que todos deseamos.

“No, mi lugar está aquí, con mi hijo, mi esposa y mi madre. Podría colaborar en lo que hiciera falta. Pero Miami es ahora mi hogar”, apunta, mientras habla en inglés por el móvil con su hijo, sobre el fabuloso contrato de Giancarlo Stanton con los Marlins. Ya Industriales no es su equipo.

Iván García

lunes, 2 de febrero de 2015

Cuaderno de viaje (VI) Miami: La Habana que no pudo ser



Cuando el avión comienza a descender sobre Miami, en un vuelo desde San Diego, lo más llamativo para un cubano residente en la Isla es la increíble cantidad de luces que a esa hora, cinco y media de la madrugada, se observan desde la aeronave.

De las grandes ciudades de Estados Unidos, territorialmente hablando, es de las más pequeñas. En 92,68 kilómetros cuadrados de hectáreas de tierra se aglomeran más de 400 mil personas. Está entre las ciudades más densamente pobladas del territorio norteamericano, al nivel de Nueva York, San Francisco y Chicago.

No es poca cosa. Desde que una mañana de abril de 1513, Juan Ponce de León desembarcara en una playa floridana y reclamara toda esa extensión de tierra y cayeríos adyacentes para el Reino de España, solo han pasado 501 años.

Para una ciudad no es mucho. Roma tiene varios milenios. Y ya Babilonia, Egipto y Jerusalén eran espacios arquitectónicos pretenciosos cuando no ya Miami, ni siquiera las 13 colonias, aparecían en el mapa.

Es la grandeza de Estados Unidos. Además de su soberbia Constitución, democracia y pujanza económica y militar, el gran mérito de esa sociedad es la capacidad de reinventarse y asimilar culturas diferentes.

No hay otra nación en el planeta donde un emigrado de primera generación pueda aspirar a un escaño en el Senado o postularse a presidente. Mientras en otros países los extranjeros son extranjeros durante varias generaciones o quizás para toda la vida, en Estados Unidos si se trabaja duro, eres audaz, talentoso y creativo tienes 99 papeletas para prosperar.

Esa etiqueta de vanguardia y singularidad no se le puede discutir a Estados Unidos. Pregúntenle a cualquier cubano, colombiano, brasileño o ruso residente en Miami.

Las cosas te pueden ir mal, pero siempre tienes la posibilidad de progresar de acuerdo a tu laboriosidad y talento. A ese pueblo costero y cálido llegaron huyendo los cubanos después que Fidel Castro tomó el poder a punta de metralleta en enero de 1959.

Allí aterrizó en la década del 60 lo más granado de Cuba. Arquitectos notables, médicos de primer nivel, empresarios, gente que sabía cómo generar riquezas.

Y transformaron un lodazal apacible donde los jubilados iban a terminar sus días, en la soberbia ciudad que es hoy Miami. Por supuesto, emigrados de todo el mundo también pusieron su grano de arena.

Pero los números y las estadísticas no mienten. Varios congresistas federales son de origen cubano, y en el Congreso de la Florida, e innumerables alcaldes y funcionarios públicos son descendientes de cubanos.

El ascenso de los cubanos en Miami es una muestra palpable de las fuerzas centrífugas que desencadenan las libertades políticas y económicas. A 250 kilómetros de Miami está La Habana.

Una metrópolis que 56 años atrás no resistía comparación con Miami u otras ciudades de América Latina. La Habana siempre fue, y a pesar de sus ruinas, sigue siendo una urbe coqueta.

La Habana tiene un trazado urbanístico mejor que el de Miami. Es una ciudad peatonal con kilómetros de portales imposibles de encontrar en la ciudad del sol.

El centro de Miami, repleto de rascacielos, está inspirado en el Vedado habanero de los años 50, cuando se comenzó a erigir una nube de edificios altos con tecnología avanzada.

Entonces, La Habana tenía 3 túneles, varios casinos y bares donde cada noche cantaban boleros o al piano tocaba un tipo que se llamaba Bebo Valdés.

El triunfo de la revolución de Fidel Castro, gústenos o no, trajo una involución en el orden urbanístico. Si en vez de llegar al poder en 1959, Castro hubiese gobernado en 2014, La Habana hubiese sido una capital fastuosa con cientos de rascacielos a lo largo de todo el litoral, mezclada con su arquitectura particular.

Al estilo de San Juan. Pero no lo fue. Al cortar de cuajo la generación de riquezas y centralizar la economía, Castro abrió las compuertas para que las personas más talentosas abandonaran el país. Toda esa fuerza creativa y laboral plantó bandera en Miami.

Cuando usted recorre la ciudad, la playa de Miami Beach, el estadio de béisbol de los Marlíns, el American Airline Center de los Heat, el centro financiero de Brickell o las nuevas obras del puerto, no puede dejar de admirar la vitalidad de sus habitantes.

Calles limpias, iluminadas, mucho verde e infraestructuras de calidad. Siempre hay manchas. El transporte urbano es desquiciante, hay mendigos y Little Haití mete miedo.

Las urbanizaciones parecen diseños de un juego de los Sims. Lindas, pulcras y recién pintadas. Aunque no tan sólidas como esas residencias de Miramar, Jaimanitas y Fontanar edificadas por los parientes de esos cubanos que hoy viven en Coral Gables, Hialeah o Doral.

Miami es clave para la supervivencia de la autocracia verde olivo. Los miles de millones de dólares y las mercaderías son una transfusión de sangre para el régimen y los parientes pobres en Cuba.

Los cubanos del otro lado del Estrecho, al poco tiempo de marcharse, se les notan diferentes. Siguen hablando con ese lenguaje cortado y disparatado que maltrata al castellano.

Siguen charlando demasiado alto y algunos han trasladado a los medios floridanos, el mal gusto y la cursilería heredados de un sistema que generalizó la mediocridad. Pero son ciudadanos libres.

Que lo mismo despotrican a los Castro que a Obama. Que a la carrera aprenden cómo manejarse económica y jurídicamente en el capitalismo. Porque Estados Unidos no es un país, es un negocio. Y al recién llegado se le enseña la forma de administrar las deudas y lidiar con los impuestos.

Miami es lo que La Habana no pudo ser. Con exceso de luces, abundancia de comida y sin Fidel Castro.

Iván García
Foto: Vista aérea de Miami. Tomada del blog Gorge Mess.