jueves, 27 de septiembre de 2018

Miami o la otra Habana



Cuando Marta dice que va a Miami, por la naturalidad y la frecuencia con que lo hace, parece que se refiere a otra provincia de Cuba. También sucede lo mismo cuando sus dos hijos, Yaíma y Yaiko, vienen de visita, a pesar de que llevan casi diez años viviendo en los Estados Unidos.

Se les oye hablar del traslado de un lugar a otro como quien toma un taxi para moverse dentro de la misma ciudad. Como si el viaje fuera desde la periferia hasta el centro de una misma gran urbe que pudiera llamarse “Habanamiami”, o al revés, siempre sin guion.

Algo ha pasado con ese mapa sentimental de Cuba que los cubanos conocemos, pero que difiere de aquel otro que aún trazan empecinamientos ideológicos y confrontaciones políticas.

Si a la cantidad de cubanos y sus descendientes que hoy residen en Florida, Estados Unidos, sumáramos aquéllos que van de visita con frecuencia, para estadías relativamente largas, la cifra seguramente igualaría o sobrepasaría el número de habitantes que posee la capital de Cuba, incluida la creciente población de “cubanos ilegales”.

Estaríamos hablando de más de dos millones de personas, de las cuales una gran parte estaría concentrada en ese grupo de ciudades que conforman el Miami actual, lo cual de cierto modo disputaría la condición de “capital de todos los cubanos” a una Habana cada vez menos atractiva para esos que, según cierto chiste popular, no tienen “fe”, es decir, “familiares en el extranjero” o, para ajustarlo mejor a nuestro tema, en Miami.

Los datos, ya provenientes de fuentes oficiales, ya de alternativas, circulan por ahí para asombrar a muchos, pero por sí solos no dicen nada, al menos que se los compare con otras variables también relacionadas con los índices de población como los ingresos personales, el bienestar, la tasa de natalidad; al igual que se establezcan las relaciones de dependencia entre ambos grupos, teniendo en cuenta que uno sostiene al otro y que, incluso, representa una parte imprescindible de la economía de la isla, tanto es así que se pudiera afirmar que esta ha sido diseñada por los arquitectos de la “construcción del socialismo” para que cada familia, si pretende sobrevivir a las adversidades, se sienta obligada a crear entre sus miembros al menos un emisor de remesas.

Ironía del destino y paradoja al mismo tiempo. Si observamos bien esto que he señalado sobre esa “pieza” del cuadro familiar destinada al “sacrificio”, entonces no es, por ejemplo, que la estructura de la familia cubana actual solo se haya fragmentado frente al fenómeno migratorio sino que se complejizó, al mismo tiempo que lo hicieron los contextos.

A diferencia de hace veinte, treinta años, cuando Miami era “El Norte” o “La Comunidad”, “El Enemigo” o “La Gusanera”, ahora resulta mucho más difícil hablar del Miami cubano como “lo extranjero”, “lo otro”, a pesar de que, con razón, para muchos continúa siendo sinónimo de exilio.

Ya no se habla de un país Cuba que existe solo en los límites de una geopolítica sino de algo que, en parte debido a la diáspora, lo trasciende más allá de los proyectos e intenciones de cualquier gobierno o régimen. La realidad impide a cualquier extremista hablar de “traiciones”, “renuncias”, “abandonos”, “mercenarismo” aun cuando ciertas leyes emanadas de mentes aberradas insistan en desconocer que el guion entre un lugar y otro ha sido borrado.

La realidad ha hecho quebrar cualquier intento de dividir, marcar o segregar aquello que el devenir ha ido integrando en una sola entidad que no entiende de ideologías, caprichos, normativas y que torna obsoleta toda visión ultra nacionalista del fenómeno Estados Unidos-Cuba, donde la frontera se torna inconsistente en muchas cuestiones, al punto de que por ahí, en alusión a esta relación, algunos digan en broma, pero con un trasfondo muy cierto: "Estamos Unidos a América".

Tan es así que resulta difícil contestar a una pregunta como la que me hiciera hace poco cierto amigo: ¿Miami es la Habana que queremos o La Habana es el Miami que tenemos?

En las conversaciones cotidianas de los habaneros, Miami no es una ciudad ajena, pero tampoco una extensión de esa Cuba insular que para muchos es sinónimo de falta de libertades, obstáculos al crecimiento personal e incluso miedo, incomodidad o, lo peor de todo, provisionalidad.

Muchos dirán que Miami está lo suficientemente cerca y “amoldada” a sus gustos y aspiraciones como para convertirse en la alternativa a todo eso que han marcado como negativo y que sin dudas funciona como lastre, a pesar de que algunos desmemoriados, en retorno al lugar del cual huyeron, pero con dinero suficiente en el bolsillo, se empeñen en no ver lo que alguna vez lograron advertir gracias a un monedero vacío.

Habrá quienes consideren poco justo de mi parte el confrontar contextos económicos y políticos desiguales, divergentes e irreconciliables (uno, exitoso, el otro, fallido), pero no se trata de eso, sino de indicar que, al menos en este instante, ya no es sensato hablar de la existencia de dos partes cuando se trata de una sola pieza, pero con dos caras.

En una situación ideal, quizás futura, cada cual elegiría la que más le guste. Sin embargo, hoy todo parece indicar que como una moneda, al lanzarla al aire, habrá de tocarnos lo que el destino quiera.

Ernesto Pérez Chang
Cubanet, 23 de julio de 2018.

lunes, 24 de septiembre de 2018

El mejor sandwich cubano no está en Miami



A mediados de los años 1970, La Habana era un desierto de lugares para comer. Muchos restaurantes que habían sido prósperos antes de 1959 estaban aún en pie, al menos el edificio, pero no había comida. Parecía que una plaga sacada de un cuento de Lovecraft había caído sobre las neveras, los almacenes y las mesas.

Recuerdo haber caminado muchas veces alrededor de veinte cuadras, desde mi casa en la calle Amistad hasta La Lluvia de Oro. Este bar-cafetería en la calle Obispo tenía –creo que aún tiene– una impresionante barra de madera y grandes espejos, y era frecuentado principalmente por los bebedores de turno. Todo estaba intacto en el espacio, pero era un páramo culinario.

Sin embargo, un día a la semana sacaban (vendían) unos sandwiches impresionantes. Con un pan brilloso, jamón, queso y hasta pepinillo encurtido, no tenían nada que envidiarle a los de La Carreta u otro restaurante de Miami. No imaginaba que a ese tipo de emparedados en Miami le llamaban "sandwich cubano".

Volviendo a La Habana. Llegábamos a La Lluvia de Oro, hacíamos una cola corta y salíamos con tres sandwiches. Es posible que, como todo entonces en Cuba, estuvieran racionados y solo dieran uno por persona. Pero mi madre se había hecho amiga de alguien que le daba uno adicional para llevarle a mi padre, que era profesor en una escuela nocturna y no podía salir en esas 'excursiones'.

Nunca supe cuál era el misterio de aquellos sandwiches, ni quién surtía al bar para que una vez a la semana los vendieran a los cubanos de a pie. No sé si algún extranjero se quedaba sin comer su sandwich ese día, o si la cafetería de un hotel como el Habana Libre o el Riviera tenía menos ingredientes para sus bocaditos.

La cuestión es que conseguíamos tres sandwiches y nos íbamos contentas. Yo no podía esperar llegar a la casa. Me lo iba devorando mientras bajaba por Obispo, atravesaba el Parque Central y seguía por el bulevar de San Rafael.

De paso miraba las vidrieras que también habían sufrido su propia plaga. Sánchez Mola, J.Vallés y otras tiendas más pequeñas que un día fueron boutiques tenían intacto el magnífico trabajo de la madera, pero los maniquíes estaban vestidos con ropas toscas, botas de trabajo y “kikos”, unos zapatos plásticos con huequitos para airear el sudor y que durante casi un lustro fue el único calzado que tuvimos en la isla.

A cualquiera le hubiera parecido un paseo miserable. Las calles estaban sucias, los edificios comenzaban a perder la pintura, la peste de las aguas albañales y la basura en las esquinas eran el olor más identificable. Pero no me asustaba. Años después, aprendí que eso es lo que implica vivir en una gran ciudad, aunque fuera una que ya comenzaba a desmoronarse como La Habana.

En la caminata de regreso a casa, el sandwich iba perdiendo el calorcito, pero nunca llegaba a enfríarse. Lo terminaba antes de llegar a la esquina de Amistad, antes de pasar el hotel Bristol y el Daytona, un restaurante que de vez en cuando vendía algo que una vez fue un buen arroz frito y que ya para entonces era arroz con 'ave', de averigua. El olor que pudiera despedir ese arroz inventado no podía competir con el regusto del sandwich que ya en ese momento me lo había acabado de comer.

Tampoco pueden competir todas las variantes del "sandwich cubano" que venden en Miami, más surtidos, a veces hasta tienen chorizo y suelen ser preparados y vendidos por alguien que habla, se ríe y gesticula como cubano.

No discuto que casi todos son mejores que el sandwich de La Lluvia de Oro. Pero cómo afirmarlo si la memoria elige lo que quiere y en ocasiones es un poco masoquista.

Sarah Moreno
El Nuevo Herald, 28 de julio de 2018.
Foto: Bar-cafetería La Lluvia de Oro, en la calle Habana esquina a Obispo, Habana Vieja. Tomada de Debbie's Caribbean Resort Reviews.

jueves, 20 de septiembre de 2018

"Cuba es una prisión, pero Rusia es un pantano"



En Cuba todo pertenece al Estado, antiguas mansiones, fábricas de tabaco, ganado, peces en el océano e incluso las vidas humanas. Muchos cubanos se ven obligados a sobrevivir con el equivalente a 5 o 10 dólares mensuales.

Cansados de esa esclavitud, tratan de abandonar el país. Lo mismo hizo Esteban Torres, un joven que decidió huir a Estados Unidos a través de Rusia con un falso pasaporte mexicano. Pero no pudo llegar a Estados Unidos, y tampoco volver a casa: Cuba no perdona a los "traidores". Entonces Esteban quedó atrapado en Rusia.

José Esteban Torres Vico nació en una familia de profesores. Su padre es maestro en un instituto, y su madre metodóloga en el INDER (Instituto Nacional de Deportes y Recreación). En las escuelas, a los niños les dicen que Fidel Castro fue un gran líder, pero en la casa, donde nadie puede oírle, dicen que Cuba es una prisión.

Dejar la isla es el sueño de muchos cubanos. Y no solo por política, nos cuenta Esteban.

"La vida en Cuba es muy difícil desde un punto de vista económico. Mis padres son profesores y su salario mensual es de 650 pesos cubanos, alrededor de 25 dólares. Ese dinero alcanza para pagar el gas, la electricidad, el agua y comprar comida para quince días. Las dos semanas que quedan tienes que buscarla de alguna manera. ¿Cómo hacen mis padres? Dan clases particulares a jóvenes que se preparan para entrar en la universidad y con ese dinero extra más o menos alcanza. Pero hay gente que gana el equivalente a 5 dólares, el salario mínimo en Cuba.

"En un mes, las autoridades subvencionan cinco huevos, medio kilogramo de arroz, aproximadamente 200 gramos de frijoles y un kilogramo de pollo. Los niños menores de siete años reciben una cuota de leche. Pero con eso no da para dos semanas, ¡morirás de hambre! La medicina es gratis, sí, pero esto es sólo para la consulta. Las medicinas las debes comprar con tu dinero. Si estás enfermo y estás inscrito para recibir una dieta, te dan carne o pescado. Lo recibes una o dos veces al mes. Eso es todo.

"La educación también es gratuita. pero no hay muchas personas que quieren ingresar a la universidad. ¿Para qué, dicen, si el camarero de un café o restaurante gana en propina más que un graduado universitario? Estudian los hijos de familias preparadas. Pero hay otra razón para hacer estudios superiores y es la oportunidad de poder irse a una 'misión'. A los ciudadanos 'confiables', el gobierno los envía a trabajar en beneficio del país en el extranjero, a las sucursales de empresas que producen bienes para Cuba. A esto se llama "misión" y deben tener una buena educación y experiencia laboral. Nadie debe saber que estás tratando de irte ni que te opones al gobierno".

Esteban tiene dos hermanas: una es médico y la otra economista. Las dos han estado en 'misiones' en Brasil, Venezuela, México, Francia.. Desde esas naciones trajeron equipos electrodomésticos, ropa, comida, para uso personal o para revender. En la reventa puedes ganar un buen dinero, lo que hace más atractivo participar en una 'misión' que generalmente se convierte en una fuente de ingresos. El 75 % del salario que se paga en la 'misión', los cubanos están obligados a devolverlo al gobierno. El 25% restante suele alcanzar para vivir en el país de la misión.

En 2016, Esteban fue enviado a China por seis meses. Entonces tenía poco más de 30 años. Ya se había graduado de licenciatura en Ingeniería de Telecomunicaciones y Electrónica. Se graduó con una maestría en Dirección de Comercio Internacional, y trabajó durante varios años en una empresa que tiene sucursales en China y Vietnam. En esa 'misión' Esteban debía encontrar proveedores de materiales de construcción. Pero terminó en dos semanas.

"Mi hermana me llamó y me dijo: 'Pepito, perdóname. Mi marido y mi hijo nos vamos para Estados Unidos. Y en cuanto el gobierno se entera que uno de los familiares se queda en otro país, todos los demás miembros de la familia ya no son 'fiables'. Esto significa que inmediatamente te retiran de la 'misión', nunca más podrás salir del país y no podrás conseguir un buen trabajo en Cuba. No estoy molesto con mi hermana, la entiendo. En las misiones ganas buen dinero, pero casi todo lo das al gobierno, que no hace nada por ti. A mí me pagaban 2.000 euros al mes, de los cuales recibí solo 500. Mi hermana trabajó durante más de diez años. Solo quería salir de esa esclavitud.

"Cuando en su trabajo supieron de su deserción, comenzaron a seguirme de cerca. El jefe de la misión no me permitió moverme por el país, a veces ni en la ciudad. Siempre me acompañaba o enviaba a alguien para que me acompañara. Descubrí que mi hermana ya estaba siendo retirada de Francia. Y también ella comenzó urgentemente a planear un escape.

Esteban esperaba, al igual que su hermana, llegar a los Estados Unidos, donde durante varios años funcionó la llamada política 'de pies secos, pies mojados'. Si un cubano viajaba a Estados Unidos y vivía allí durante un año, recibía la tarjeta de residencia. Pero los que son interceptados en el mar, las autoridades los regresan a Cuba. Pero hay quienes prometen ayudarlos a llegar a los Estados Unidos por tierra. Esteban continúa su relato:

"Fue un cubano quien nos prometió ayudarnos. Dijo que tenía una conexión con las embajadas de México en Rusia y en Estados Unidos. Se comprometió a hacernos un pasaporte mexicano. Solo tenía que llegar a Moscú y pagar ocho mil dólares. Tenía el dinero, porque he trabajado en empresas internacionales y me relacionaba con extranjeros. Ellos me traían regalos que después revendía. Eso era ilegal, pero en Cuba es una manera de resolver y poder vivir. Al final, me escapé en la madrugada, cuando el jefe de la 'misión' estaba todavía dormido. Fui al aeropuerto, compré un boleto y volé rumbo a Rusia. En Moscú, además de mí, había treinta cubanos que deseaban viajar a Estados Unidos. Dos meses más tarde, nos dieron el pasaporte y un billete de vuelta. Nos dividieron en varios grupos y volamos haciendo diferentes escalas. Un grupo de cinco y yo volamos de Bielorrusia. En la frontera nos dijeron que nuestros pasaportes eran falsos y nos encarcelaron diez meses.

"Fuimos distribuidos en diferentes celdas, creían que éramos cómplices de un crimen. Los primeros diez días no me permitieron bañarme. Durante un mes anduve con las ropas sucias. No me golpearon, pero a menudo gritaban, estaban enojados, porque no entendía lo que me decían. Nos presionaban psicológicamente. Pero fue aún peor cuando ya estaba esperando la deportación. Pasé cuatro meses en una celda donde había dos veces más reclusos que camas. Se dormía por turnos. Pensaba que las cárceles cubanas eran terribles, pero las de Bielorrusia no son mejores”.

Esteban no tiene planes de regresar a Cuba. De acuerdo con la ley, aquellos que abandonaron la "misión" tienen prohibido ingresar al país el transcurso de ocho años:

"Esa ley es un intento de detener la fuga de cerebros, para que otros vean lo que puede pasar y no lo intenten. Además, si sales del país por más de dos años (no importa si dejaste la 'misión' o simplemente te fuiste, por ejemplo, a Rusia) pierdes la ciudadanía y todos los derechos como cubano y debes pasar el examen para la repatriación”.

En el juicio, el Embajador de Cuba en Bielorrusia confirmó que para Esteban, a diferencia de otros fugitivos que no abandonaron la 'misión', la entrada al país estaba cerrada. Por lo tanto, el hombre fue enviado de regreso a Moscú. Con el cubano que le hizo un pasaporte falso, Torres no intentó contactar. No quiere violar la ley. A su llegada a Moscú, Esteban fue por primera vez a la Embajada de Estados Unidos con la esperanza de que lo ayudaran a reunirse con su hermana. Fue redirigido a Asistencia Civil. Ya vive en Moscú hace más de un año. Cuando solicitó el estatus de refugiado, se lo rechazaron. Ahora está esperando una decisión sobre el asilo temporal. Esteban vive en el albergue de la Madre Teresa junto con otros refugiados no deseados.

"En este albergue hay una gran cantidad de alcohólicos y drogadictos que nadie ayuda. También hay discapacitados y huérfanos que no tienen a dónde ir. De acuerdo con las reglas, se puede vivir aquí durante nueve meses hasta que logras los documentos o te desprendes de los malos hábitos. Yo vivo hace ya más de un año y me es muy incómodo. Sí, trato de ayudar, voy por la comida, pero yo soy un hombre adulto, tengo una buena educación, me gustaría conseguir un trabajo y ganar dinero sin romper la ley, pero no puedo, porque hay un proceso para la consideración de mi solicitud. El proceso puede durar tres años. Cuba es una prisión, pero Rusia es un pantano".

La probabilidad de que Esteban pueda legalizarse en Rusia es casi nula. No hay un solo ciudadano cubano en Rusia con estatus de refugiado o asilo temporal. "El Ministerio del Interior no ve ningún peligro si regresan a su país de origen, ya que no utiliza la información de los países que brindan organizaciones internacionales como la ACNUR", dice Natalia Gontsova, coordinadora del proyecto Asistencia Pública, y añade: "Uno de nuestros voluntarios fue a la entrevista con uno de los cubanos que solicitaba el estatus de refugiado. En la entrevista, un funcionario del Ministerio del Interior de Rusia le dijo: Leo en Internet sobre la buena medicina que hay en Cuba, y la vida en general, es poco probable que aprobemos su aplicación. Ahora, bajo nuestro cuidado, solo hay cuatro cubanos: Esteban, otro hombre y un matrimonio. La pareja argumenta que huyó por razones políticas. Él trabajó como periodista, criticó al gobierno cubano y comenzó a recibir amenazas. Pero Rusia ya le ha negado el estatus de refugiado".

Si a Esteban se le niega el refugio temporal, puede apelar. Si la decisión no se modifica, existe la opción de solicitar nuevamente un refugio temporal. Pero para esto debe haber nuevas circunstancias, según las cuales no puede regresar a Cuba. "De lo contrario, deberá permanecer en Rusia sin documentos. Y el peligro de ingresar al centro de detención de ciudadanos extranjeros, es decir, casi a la cárcel, será muy alto”, dijo Gontsova. El propio Esteban dice que para él regresar a Cuba es equivalente al suicidio. Pero Rusia no tiene la intención de salvarlo.

Texto y foto: Anastasia Tschenko RFR/RL
Martí Noticias, 31 de julio de 2018.
Ver video de Esteban Torres en Martí Noticias.

lunes, 17 de septiembre de 2018

El infierno de Ariel Ruiz Urquiola (III y final)


Cuando amanece, El Infierno queda encima de las nubes. Desde allí, una neblina espesa se escurre a todo lo largo y ancho del Valle de Viñales. Los mogotes asoman solo sus cimas como si fueran arrecifes que sobresalen del mar. Los gallos cantan y el resto de los animales despiertan. El Infierno es la finca de Ruiz Urquiola. Y el irónico nombre responde a su ubicación geográfica: Sierra del Infierno, en la Sierra de los Órganos, provincia de Pinar del Río.

Allí, en 2015, el Doctor en Ciencias Biológicas compró una casa a 300 metros sobre el nivel del mar y solicitó tierras en usufructo para desarrollar una finca agroecológica. El Estado cubano tardó un año en entregarle la propiedad.

El proyecto está enclavado en el Parque Nacional de Viñales, declarado Patrimonio Natural de la Humanidad por la UNESCO, y Ruiz Urquiola lo diseñó con el objetivo de repoblar de flora y fauna la zona mediante un vivero inteligente. Toda la biogranja sería también una estación ecológica y filogeográfica.

El mismo año en que abrió sus puertas El Infierno, el científico fue expulsado definitivamente del Centro de Investigaciones Marinas de la Universidad de La Habana. El motivo declarado: “fraude interinstitucional por el incumplimiento del plan de trabajo mientras Ruiz Urquiola cumplía una estancia laboral en Alemania”.

La postura contestataria e intransigente, y sus investigaciones enjuiciadoras, habrían condenado a Ruiz Urquiola. Con un argumento a todas luces obtuso se intentó disimular el ajuste de cuentas gubernamental. “La Seguridad del Estado necesita penalizar a las personas que tengan ese perfil. Un Ariel es muy peligroso, imagínate varios Ariel”, opina Oscar Casanella.

Fuera de la institucionalidad, el biólogo y su familia se consagraron al proyecto de la biogranja. “Desde que llegó ha hecho un trabajo increíble. Yo que nací en la Sierra no me atrevo a hacer todo eso. Sembró frutales, café, crio animales, y todo eso sin fuerza de trabajo”, comenta Yosvani Chávez, vecino de la Sierra del Infierno.

Ruiz Urquiola asumió unas tierras que llevaban veinte años sin que nadie las trabajara; un paraje silvestre, y lo convirtió en poco tiempo en un paraíso donde caballos y vacas se asoman a la casa sin puertas -literal- de su dueño y roban comida de la cocina, o lo que se les antoje. Gansos, patos, gallos y gallinas, ocas, guineos, viven sueltos y huyen revoloteando de quien camina por los alrededores. El tocororo, escurridiza ave nacional, se posa en las ramas del pinar que se eleva frente a la finca.

Hay sembrados allí 17 variedades de plátanos, kingrás morado y verde, naranja blanca y roja, naranja Valencia, frutabomba amarilla, caña balila, mamey, café caturra rojo y amarillo, café robusta, y variedades de caoba antillana junto a los frutales injertados.

Ruiz Urquiola, además, comenzó a combatir las ilegalidades y las violaciones ecológicas que se cometen en el parque nacional. Denunció la caza furtiva de aves y otras especies, así como el turismo salvaje. En un solo día, recogió 82 jaulas para cazar jutías. Pero nunca recibió respuesta ni ayuda de las autoridades, sino todo lo contrario.

Su activismo medioambiental puso en jaque a varios campesinos y a las instituciones de la zona. Entonces, la persecución al científico llegó hasta El Infierno. Antes, puercos asilvestrados de una finca colindante empezaron a invadir los límites de la biogranja, destrozaron los cultivos y contaminaron el agua de un arroyo natural. Un cazador de jutías lo amenazó con una escopeta cuando Ruiz Urquiola le salió al paso. Grupos de turistas robaron sus frutas. Cuatro vacas fueron asesinadas. Una yegua fue encontrada con cortes pronunciados en cada una de sus patas delanteras y con heridas sangrantes en el lomo. El Infierno quedó excluido del plan de electrificación de la Sierra y por eso aún hoy solo cuenta con un panel solar para abastecerse de energía.

En la mañana del 3 de mayo de 2018, Ruiz Urquiola trabajaba junto a su ayudante Joseilis Varela. Terminaban de apuntalar la cerca perimetral de la finca cuando dos oficiales del cuerpo de guardabosques del MININT llegaron para verificar los documentos que autorizaban dicha actividad y la tenencia de los instrumentos de trabajo.

Ruiz Urquiola les pidió que lo acompañaran a su casa para mostrarles los papeles en regla. En el camino discutieron. El biólogo increpó a los oficiales argumentando que, cuando él había denunciado ilegalidades, ellos nunca se presentaron en el lugar. Uno de los guardabosques se sacó el pene y comenzó a orinar en pleno altercado. Ruiz Urquiola se exaltó aún más y, mientras grababa un audio con su teléfono, les exigió que se identificaran. El científico utilizó el término “guardia rural” para referirse a los oficiales y estos se sintieron ofendidos. Previo a 1959, así se le llamaba a la policía represiva en los campos cubanos.

Sirilo Seara Carrasco y Alexander Blanco Calzadilla, los guardabosques, acusaron a Ruiz Urquiola de desacato a la autoridad. Ese mismo día, en la tarde, fue detenido y llevado a un calabozo de la unidad de la policía de Viñales. Luego de cinco días, durante los cuales estuvo privado de comunicación con su familia, le dijeron que lo sacarían de la celda para que se entrevistara con su abogado Amaury Delgado. Solo un par de horas después se celebraba un juicio sumario. “Sin bañarme, sin lavarme los dientes, me montan en una patrulla, esposado, y me llevan al tribunal”.

Antes de la vista oral, el abogado tampoco tuvo acceso al expediente del acusado. “Todo fue un espectáculo montado, sin pruebas, absurdo, surrealista”, asevera el biólogo Elier Fonseca, quien asistió al proceso. El 8 de mayo, Ariel Ruiz Urquiola, Doctor en Ciencias Biológicas, fue condenado por el Tribunal Municipal de Viñales a un año de privación de libertad por el delito de desacato a la autoridad. Fue recluido en la prisión provincial de Pinar del Río.

Cuando el caso trascendió las fronteras de la isla, Amnistía Internacional declaró a Ruiz Urquiola “prisionero de conciencia”. Heather Nauert, portavoz del Departamento de Estado norteamericano, expresó preocupación y exigió su liberación al gobierno de Cuba. Luis Almagro, secretario general de la Organización de Estados Americanos, se pronunció en términos similares. Al reclamo también se sumaron representantes de la Iglesia Católica nacional.. Un mes y algunos días después de su encarcelamiento, Ruiz Urquiola fue trasladado al campamento penal Cayo Largo, donde le negaron su derecho al trabajo.

Entonces, el 16 de junio, se declara en huelga de hambre y sed. Dos días después, en su cumpleaños 45, Omara recibe la llamada de otro preso y este lee por teléfono una nota de su hermano. Una de las frases escritas por el científico es “la liberación o el nirvana”. Ruiz Urquiola estará 16 días sin beber agua y sin comer. Lo sacarán del campamento y lo llevarán de vuelta a la prisión provincial de Pinar del Río, pero no a una de sus barracas colectivas, sino a una celda aislada, de castigo. Un calabozo inclemente, sin luz, sin agua, con ratas, y donde solo puede tenderse en posición diagonal.

Al sexto día de huelga, le pondrán las esposas y lo trasladarán a la sala K, cama 26, del Hospital Provincial Abel Santamaría de Pinar del Río. Allí le pondrán sueros de rehidratación y las enfermeras serán amables, pero los militares lo tentarán con el olor de los alimentos, lo amenazarán con un violento regreso a la prisión y le impedirán recibir visitas de familiares y amigos.

Ruiz Urquiola enfrentará todo con su única arma: la meditación vipassana. Y seguirá con su intransigente huelga. El 2 de julio de 2018, la Comisión de Aptitud para Regímenes Penitenciarios de la Comisión Médica Militar de Pinar del Río, adscrita a los servicios médicos del Ministerio del Interior, le otorgará una licencia extrapenal que, desde luego, no anula la condena, pero consiente su cumplimiento en libertad.

"Ese día -el 2 de julio- estaba buscando algo que mitigara el dolor”, recuerda un Ruiz Urquiola con la piel pegada a los huesos. Ha logrado salir de la prisión y su cabeza está rapada. Habla y tose mientras habla; por supuesto que se le ve débil después de 16 días sin ingerir alimentos ni beber agua. Pasa las horas en el cuarto de su hermana Omara, sobre un colchón que le han acomodado en el suelo. Cuando va a trasladarse se auxilia de un bastón porque aún no sostiene el equilibrio.

“Tenía un problema, a veces cojeaba. Nadie sabe por qué, fui a ver a ortopédicos, a fisiatras, pero nunca encontraron ninguna dificultad. Me dolía la cadera y me di fisioterapia, electroterapia, pero no mejoré”, dice el biólogo, que antes de eso, en Cuba, en Alemania, luego de cada jornada laboral, salía a correr 10 kilómetros.

Hace cuatro años, buscando en internet, encontró la meditación vipassana. “La definían como una técnica para disminuir el sufrimiento y que no costaba nada aprenderla”. En Alemania, Ruiz Urquiola y su primo Armando, los mismos que de chicos atravesaban juntos los pinares de Mantua para recolectar especies botánicas, se inscribieron en un curso para aprender esa técnica. Cuando llegaron allí, les explicaron que duraría diez días, que en ese tiempo no podrían hablar absolutamente nada con nadie, que el curso era una especie de claustro, que solo en momentos determinados tendrían alguna interacción con el maestro.

También les advirtieron que solo comerían alimentos ligeros, comidas a las que la mayoría de las personas no están adaptadas, y que en condiciones normales aquello sería pasar hambre. Solo vegetales, frutas y líquidos, nada de carnes y quesos. “El curso se basa en concentrarse en el ritmo respiratorio. Es 24 horas por 24 horas. Los primeros tres días te ponen una grabación de un gran meditador y al principio te distraes en tu propio pensamiento; la mente comienza a irse hacia cualquier sitio; es un proceso de abstracción total durante el cual te vienen imágenes de cuando eras niño, imágenes más sentidas, menos sentidas”, explica Ariel.

Y enseña la postura de meditación: se sienta, cruza los pies y los abre en posición de mariposa, se yergue, coloca el cuerpo lo más recto posible, sobre un mismo eje, relaja la pelvis y mira hacia el frente. “Mucha gente abandona el curso. En mi cubículo éramos cuatro personas y se fueron tres. Solo se duerme de 11:00 pm a 5:00 am, el resto del tiempo es meditando en un salón donde todos los alumnos están sobre esteras. Al mediodía puedes caminar por un bosque, encuentras gente, pero no puedes hablar con ellos”.

Al quinto día del curso, Ruiz Urquiola entró en una crisis de sensibilidad. Explotó. Las sensaciones fueron tan fuertes que desataron en el biólogo un llanto incontrolable. “Lloraba y lloraba sin parar, no tenía ninguna imagen en la cabeza, rompí la meditación, el equilibrio”. La profesora se acercó entonces al científico e hizo una pregunta: “¿De qué país eres?”. “Cuba”, respondió él. “A partir de hoy vas a recibir una ración extra de comida”, dijo ella.

El último día del curso, los alumnos sobrevivientes se reunieron y compartieron sus experiencias. Durante la sesión, la profesora se acercó a Ruiz Urquiola y le presentó a una muchacha judía. Le comentó que ella había enfrentado los mismos padecimientos a partir del quinto día. La profesora explicó: “Hay personas que, debido a su procedencia, llegan aquí con un historial de sufrimiento mucho más grave que el de otros, que vienen por desamor, por rechazo, los conflictos más comunes en Alemania”. Ruiz Urquiola se dirigió luego a su compañera: “¿Qué te preguntó cuándo te vio llorando?”. “¿De qué país eres?”, respondió la chica de Israel.

Los regresos son siempre angustiosos. El retorno es siempre un reto porque es preciso asumirlo sabiendo que ya nada será igual. Quizá por ello, Ruiz Urquiola esté algo nervioso, como en suspenso. Sus ademanes tal vez no sean los acostumbrados.

Después del calvario de los últimos meses, el biólogo regresa a Viñales. Vamos en el asiento trasero de un taxi amarillo, junto a su hermana Omara. Delante, nos acompaña su madre, Isabel. Salimos de La Habana, donde Ruiz Urquiola estuvo recuperándose tras su liberación, y ahora volamos sobre la carretera. Durante un rato, reina el silencio. Los Urquiola parecen viajar al pasado.

La madre se consagró a sus dos hijos. En 1980 se divorció del padre, el oficial Ruiz Matoses, y decidió no ponerles jamás un padrastro a los muchachos. “Mi hermano era un niño muy demandante de tiempo. No era un niño que parqueabas delante del televisor y resolvías el asunto”, me contó alguna vez Omara.

Sin embargo, Ruiz Urquiola asumió pronto la responsabilidad de ser el eje de la familia. Siendo un adolescente, se convirtió en el hombre de casa. Fue albañil, plomero, carpintero, hizo viajes interprovinciales, en un mismo día, para matar animales en la finca de su abuelo y regresar a casa con algo de comida. Por su parte, Isabel alternó la docencia con el fogón. Tuvo que hacer dulces y croquetas para vender en la calle; también tuvo que coser y limpiar casas ajenas.

El ambientalista perdió un año de universidad. En los 90 las cosas no iban bien y abandonó la carrera de Biología para ganar un sueldo y ayudar a su madre y a su hermana. Trabajó durante un año en el Zoológico Nacional. Pasado ese tiempo, una profesora lo fue a buscar para que continuara sus estudios. Le había resuelto una beca. “Somos una tríada, un triángulo, y mi hermano se siente responsable por nosotras dos”, confiesa Omara.

El taxista rompe el silencio. Dice que es pinareño y que justo la semana pasada estuvo en Viñales. Va muy a menudo a cazar pájaros: “Negritos sobre todo”. Ruiz Urquiola, con el rostro transfigurado, contesta: “Mira, ese pájaro que tú llamas negrito es el Melopyrrha nigra, y es nativo de Cuba y de Gran Caimán. Tengo una finca, y si te veo cazando, te saco a palos de allí”. Luego sonríe. El biólogo va junto a una ventanilla. Mira el paisaje y parece no reparar en un enorme cartel propagandístico: Eficientes y comprometidos.

De pronto, Ruiz Urquiola explica: “Ésas son palmas barrigonas, donde único las hay en el mundo es en el occidente de Cuba, pero han cortado las más gordas para hacer muebles y vasijas de agua, por eso las únicas que quedan son esas flaquitas. Una barbaridad lo que han hecho”. Unidad y Victoria, se lee en otra valla a un lado de la carretera.

El científico se dirige al taxista: “Sabes, el negrito no es el pájaro más bonito en el Valle de Viñales. Allá arriba, en mi finca, hay uno que me encanta, el arriero, y el totí, que es negro igual y se llama Ptiloxena atroviolacea, es un gran pájaro, pero los cubanos lo discriminan, es endémico de aquí”. Patria o Muerte, Venceremos, la consigna más enigmática de Fidel Castro, se lee en otra valla.

Junto a la carretera hay árboles caídos, con las raíces afuera. Ariel Ruiz Urquiola, Doctor en Ciencias Biológicas, comenta: “Esos árboles son tecas. Se ve que estaban taladrados por el comején; por aquí pasó un rabo de nube”.

Abraham Jiménez
El Estornudo, 25 de julio de 2018.

Video: Primeras imágenes del regreso del científico cubano Ariel Ruiz Urquiola a la Sierra del Infierno, en Viñales, Pinar del Río. Luego de 17 días de huelga de hambre y sed en prisión, donde estuvo por un supuesto "delito de desacato", la revista El Estornudo lo acompañó al lugar donde tiene su proyecto agroecológico.

jueves, 13 de septiembre de 2018

El infierno de Ariel Ruiz Urquiola (II)



Isabel Urquiola, la madre de Ariel, nunca imaginó lo que ocurría. Durante la temporada de exámenes finales en la escuela primaria, ella se percató de que la piel de su hijo, su tez blanca, se hacía cada vez más bronceada, como si tomara el sol en la playa. Un día, sin avisar, se presentó en la escuela. Se asomó al aula y todos estaban en sus pupitres, hacían un examen, pero no vio a su hijo.

“Ariel estaba en la terraza, castigado bajo el sol. Hacía su prueba solo, en su pupitre de madera. Él estaba en contra del fraude de las profesoras, que les soplaban las respuestas a los alumnos, y esa fue la medida que ellas tomaron para que Ariel no las increpara por semejante actitud”, cuenta Isabel.

En quinto grado de primaria, Ruiz Urquiola ya tenía tatuadas en su conciencia una serie de lecciones éticas impartidas por su abuelo. Todo empezó cuando, con seis años, quiso irse a trabajar con el padre de su madre a Mantua, Pinar del Río. La idea era darle una mano sembrando arroz y frijoles, enyugando bueyes. Su madre accedió. La única preocupación de Isabel era la preparación docente de sus dos hijos. En casa les dio todas las libertades, y solo exigía buenos resultados académicos.

“Nuestro abuelo era masón y nunca comulgó con los extremismos del gobierno cubano. No lo verbalizaba, pero su actitud tan recta en la vida y su intransigencia contra la corrupción y el abuso influyó en nuestra forma de pensar. Fue un horcón moral en la familia y eso a mi hermano lo marcó”, recuerda Omara.

En una ocasión, el padre de Isabel Urquiola debió cumplir un año de privación de libertad. Un hermano de masonería se presentó en su finca y le pidió un favor: necesitaba dos caballos, uno para él y otro para un amigo que lo acompañaba. Los hombres querían llegar hasta la costa más occidental de la isla para marcharse en algún artefacto marítimo. El gobierno estaba detrás de sus pasos. Uno de ellos formaba parte del movimiento insurreccional que tras el triunfo de la Revolución se alzó en el Escambray con la intención de derrocar a Fidel Castro. Años después, el hombre buscado regresó de visita a Cuba procedente de Estados Unidos. Lo detuvieron y, en el interrogatorio, mencionó el nombre del abuelo Urquiola, quien fue procesado por delito de conspiración.

Pero si algo marcó la niñez de los hermanos Ruiz Urquiola fue la condena de su padre, Máximo Omar Ruiz Matoses, a 17 años y tres meses de prisión. “Conocimos la prisión política a través de mi padre. Hemos tenido que pagar una cuota de culpa por ser sus hijos”, confiesa Omara.

Ruiz Matoses, 71 años, vive hoy en España y fue un ex alto oficial de las fuerzas armadas. Ingeniero especializado en radares y telecomunicaciones, obtuvo el rango de teniente coronel y lideró el Grupo de Desarrollo Técnico del Ministerio del Interior (MININT). “Él era quien compraba desde los somatones hasta los walkie-talkies. Todo el equipamiento y la técnica que necesitaba Cuba para espiar. Fue el que interceptó la señal de Radio y TV Martí”, afirma Omara

Al final de su carrera militar, Ruiz Matoses se convirtió prácticamente en un disidente dentro de las filas del MININT. En reuniones del Partido Comunista comenzó a fustigar la conducta de la alta dirigencia del país. Por entonces, las fuerzas armadas estaban enfrascadas en el célebre caso del general de división Arnaldo Ochoa, fusilado en julio de 1989 junto a otros tres militares por cargos de alta traición y narcotráfico internacional.

“Mi padre estaba absolutamente decepcionado y pidió su jubilación. Antes había solicitado un despacho con Raúl Castro para hablarle del desvío de recursos”, explica Omara. A Ruiz Matoses lo enviaron a esperar su retiro en una unidad de tropas guardafronteras. Días después fue arrestado y procesado bajo acusaciones de salida ilegal del país, desacato, conducta deshonrosa, espionaje y deserción.

“Mi papá salía con millones de dólares en la maleta a comprar tecnología a Japón. Si de verdad hubiera querido irse del país, lo hubiera hecho. Lo acusaron sin pruebas”, explica Omara, y agrega: “Él no tuvo nada que ver con Ochoa, cuando han querido hacernos daño a nosotros siempre nos achacan que él estuvo en la causa de Ochoa, pero eso es mentira”. Después de salir de prisión, Ruiz Matoses solicitó asilo político en Estados Unidos, pero le fue denegado.

Omara Ruiz Urquiola tiene ahora 45 años y es profesora del Instituto Superior de Diseño de La Habana (ISDI). Hace ya bastante tiempo que está luchando por su salud. En 2004, Omara empezó a sentir una molestia en la mama derecha. Su hermano, a través de unas amistades, le resolvió una consulta en el Instituto Nacional de Oncología y Radiología (INOR).

A Omara la examinaron físicamente una doctora y dos estudiantes de medicina. Le realizaron además una biopsia y un ultrasonido. Los imagenólogos dijeron: “No tienes problemas si se acaba el agua en tu casa; todo lo que tú tienes son quistes de agua”. Un año después, las molestias no habían desaparecido. Cada vez que Omara tomaba café o comía chocolates, aparecía el dolor. Los supuestos quistes de agua habían crecido, y la mama comenzó a drenar un líquido ambarino, sangre. Cuando salía a la calle, Omara tenía que ponerse dentro del sostén un puñado de algodón.

Su hermano se percató de la gravedad del caso e hizo una nueva gestión para que lo evaluara otro doctor. En el Centro de Investigaciones Médico Quirúrgicas (Cimeq), le realizaron a Omara una extracción de líquido de la mama y el Dr. Catalá, jefe de quimioterapia, le informó que al día siguiente le colocarían “unos sueritos preventivos”.

Al día siguiente, Ariel entró a la consulta y conversó a solas con el Dr. Catalá mientras Omara se quedaba afuera, sentada junto a mujeres que ya habían perdido el cabello. Cuando se abrió la puerta, ella se puso en pie. Observó a su hermano en el umbral.

-¿Tú estás dispuesta a luchar? , le preguntó Ariel.

“Ahí me percaté de que tenía cáncer”, aún recuerda Omara, doce años después.

-No te voy a dejar sola, pero me tienes que dar la completa seguridad de que vas a luchar. Lo que viene es duro, le dijo Ariel.

Los “sueritos” que habían anunciado a Omara eran el primer ciclo de citostáticos. Ariel Ruiz Urquiola comenzó a estudiar la enfermedad de su hermana. Los resultados de una tomografía axial computarizada y una mamografía declararon que los demás órganos de Omara estaban limpios, así que había esperanza.

“Mi hermano luchó mucho. Se levantaba todos los días a las 5:00 am para sentarme en la cama y darme el desayuno antes de irse al trabajo. Después me llamaba todo el tiempo para que no me volara los turnos de alimentación y por la noche me traía la comida. Yo tenía que estar fuerte para aguantar los seis ciclos de tratamiento”, recapitula Omara.

Una noche, Ruiz Urquiola recordó una conferencia de cuando era estudiante. El conferencista aseguraba que en la Amazonia habían identificado un árbol de cuya corteza se extraía un medicamento citostático extremadamente eficiente. Según informes, los indígenas de la zona donde crece ese árbol prácticamente no contraían cáncer.

El biólogo habló al Dr. Catalá sobre el descubrimiento de los taxanes y este respondió que tales medicamentos eran muy caros y que no existían en Cuba. Una vez más gracias a gestiones personales, Ruiz Urquiola consiguió dos ciclos de taxanes para su hermana. Se presentaron en la consulta dispuestos a comenzar el tratamiento, pero el Dr. Catalá se negó a aplicarlo.

“Nos dijo que no me los iba a poner porque no valía la pena gastar unos medicamentos tan caros en alguien que nada más iba a durar tres meses, que lo que mi caso llevaba era un ciclo de cuidados paliativos para mejorar la calidad de vida hasta que muriera”, sostiene Omara.

Al escuchar la posición del galeno, Ruiz Urquiola se levantó de su silla y espetó: “Bajo mi responsabilidad de Doctor en Ciencias Biológicas me llevo a la paciente de aquí”.

-Tú no eres médico, dijo el Dr. Catalá.

-Usted tampoco, respondió Ruiz Urquiola.

En el INOR los hermanos lograron comenzar otro tratamiento. A Omara le aplicaron una inmunoterapia con Paclitaxel y, más tarde, radiaciones de cobalto, lo que finalmente permitió la aparición de margen quirúrgico. Los nuevos doctores les comunicaron que había solo un problema: no habría turnos para entrar al salón de cirugía hasta dentro de tres meses.

Ruiz Urquiola, desesperado, buscó al Dr. Miguel Fleites, quien los recibió en su casa y examinó a Omara. Les dijo que sí, efectivamente, existía el margen quirúrgico, pero que no se podía esperar, porque desaparecería en breve. En ese momento, el Dr. Fleites no se encontraba activo en el Ministerio de Salud Pública; había sido expulsado de su cargo de jefe de cirugía del INOR por criticar irregularidades en los tratamientos médicos de la institución.

A través de un amigo logró que le prestaran durante nueve horas un salón de operaciones en el Hospital Manuel Fajardo, donde intervino la mama derecha de Omara. Cinco meses después, en un salón del Hospital Nacional, conseguido también de favor, le operó la mama izquierda.

En 2016, la compañía farmacéutica suiza Roche vendió a MediCuba, empresa cubana importadora y exportadora de medicamentos, un lote del fármaco Trastuzumab con fecha de caducidad casi inmediata. Cuando los medicamentos fueron entregados al INOR, el hospital se quejó de la negligencia y rechazó los fármacos exigiendo la readquisición con garantías de vencimiento.

La inmunoterapia de Omara y del resto de las pacientes del INOR se interrumpió por dos ciclos continuos como consecuencia de la falta de Trastuzumab. Durante dos meses, los pacientes estuvieron sin el medicamento. Omara comenzó a sufrir derrames cancerosos en la piel y en sus dos reconstrucciones mamarias. Después de reclamos sin respuesta, Ruiz Urquiola decidió comenzar una huelga de hambre y sed frente al INOR a favor de la obtención del Trastuzumab para los pacientes enfermos.

Una tarde, después de impartir una conferencia en el ISDI, Omara llegó a casa y se encontró una nota que decía: “Omi, esta ha sido mi solución ante la indolencia y la frustración. Comenzaré una huelga de hambre y sed frente al INOR, entrada de quimioterapia, hasta que te vea con el tratamiento en la mano. No sé cuánto pueda durar este proceso y espero ver la luz. No quiero a nadie de nuestro entorno cerca de mí. La meta será el Trastuzumab”.

La policía golpeó a Ruiz Urquiola, lo encerró en un calabozo y luego lo liberó. Una sucesión de hechos que se produjo otras dos veces sin que el científico ofreciera ninguna resistencia física. Poco después arribó el medicamento a Cuba. “Ahora de nuevo está en falta, pero para mí lo hay. Las demás pacientes no tienen, pero el mío lo guardan aparte”, dice Omara.

Oscar Casanella fue bioquímico del INOR y es amigo de la familia Urquiola. Sobre la enfermedad de Omara apunta: “De la única cosa que se arrepiente Ariel en la vida es de aceptar un trato para que le trajeran los medicamentos a su hermana. Él tendría que callarse la boca porque los medicamentos solo serían para su hermana, y no para el resto de los pacientes”.

Abraham Jiménez
El Estornudo, 25 de julio de 2018.
Foto: Ariel y su hermana Omara. Tomada de BBC Mundo.

lunes, 10 de septiembre de 2018

El infierno de Ariel Ruiz Urquiola (I)



Nada es azaroso en Ariel Ruiz Urquiola. A sus 43 años, no alberga un ápice de ambigüedad, su enseña es la intransigencia. Nunca ha sido un problema encontrar su camino.

De niño quiso ser veterinario. Cazaba cucarachas y abejorros y les quitaba las antenas para examinarlas, luego alimentaba con ellas a las lagartijas, y a estas, a veces, les abría la barriga con un bisturí para observarlas por dentro. En la playa, mientras su hermana Omara construía castillos de arena, Ariel recolectaba algas y otras especies marinas. Un barquito portugués le explotó una vez en las manos y le irritó los ojos.

Luego aprendió a distinguir, gracias a su madre, Isabel Urquiola, ahora de 71 años, entre la Veterinaria y la Biología. Isabel, por entonces jefa de cátedra de esta última materia en una escuela primaria del municipio Playa, lo complació alternando las salidas de fin de semana entre cuatro lugares de La Habana: el Museo de Ciencias Naturales, el Zoológico, el Acuario y el Jardín Botánico.

Omara muchas veces prefirió quedarse en casa y pronto, a pedido de ella, la familia comenzó a visitar con regularidad el Museo de Bellas Artes. Ariel se molestaba cuando su hermana, apenas 15 meses mayor, falseaba la realidad pintando un león de color verde o rosado. En la década de 1970, los hermanos Ruiz Urquiola, y el resto de los cubanos que no pasaban de 12 años, recibían, una vez al año, tres juguetes racionados. Cada niño tenía derecho a un cupón que era sorteado mediante un bombo en cada barrio; luego, padres e hijos podían dirigirse a la juguetería para comprar el artículo ganado en suerte.

El gobierno clasificó esos juguetes en “básico”, que era el más costoso, por ejemplo, una bicicleta o una carriola; “no básico”, que podía ser una muñequita o un carrito, y “dirigido”, lo mismo un trompo que un paquete de soldados plásticos o un juego de yaquis. Claro, no era igual tener el primer lugar en la cola que el 63, porque los juguetes, importados desde la Unión Soviética, llegaban en cantidades dispares y los niños con padres con más suerte eran quienes podían alcanzar mejores regalos.

Ariel siempre tuvo más suerte que su hermana, el sorteo para repartir los turnos en la cola a menudo le deparaba números bajos. Hasta que decidió obviar los juguetes más sofisticados y comenzó a pedir, si estaban disponibles, los elementos para una granja campesina. La granja, desplegada en el dormitorio, creció año tras año. Tenía decenas de vacas, gansos, caballos, varias casitas y, por supuesto, campesinos. Al paisaje también se le añadió un tren que se desplazaba por toda la finca: un regalo de su tío Armando Urquiola Cruz, fundador del jardín botánico de Pinar del Río.

Finalizado el curso escolar, los hermanos Ariel y Omara solían viajar al municipio pinareño de Mantua, a pasar las vacaciones en casa del abuelo. Ariel y un primo suyo acompañaban a su tío por los pinares cercanos para recolectar especies botánicas. Durante la aventura, los muchachos no paraban de hacer preguntas. Antes de los 10 años, Ariel Ruiz Urquiola realizó su primer herbario.

“Ariel es protestón, cuando era estudiante lo era mucho más que ahora”, afirma Elier Fonseca, biólogo de campo y profesor de la Universidad de La Habana. Fonseca y Ruiz Urquiola son amigos. Se conocieron hace más de dos décadas cuando ambos ingresaron a la Facultad de Biología como estudiantes universitarios. Desde entonces han trabajado juntos en varias oportunidades.

Recuerda Fonseca que, en segundo año de la carrera, durante un trabajo evaluativo de ecología, un profesor propuso sacrificar lagartijas en cantidades desproporcionadas. Ruiz Urquiola se levantó del asiento y dijo que la metodología diseñada para el estudio era incorrecta, poco profesional, una aberración. Alumno y profesor sostuvieron un careo fuera de tono ante las miradas atónitas de los demás estudiantes. Una discusión que culminó con Ruiz Urquiola zanjando: “Profesor, esa investigación es mediocre”.

“Lo que quiso decirle Ariel era sencillamente que se estaba quedando a medias. Mediocre, en el sentido literal, no despectivo. Muchos de sus problemas vienen por ahí, porque la gente no entiende su lenguaje”, explica Fonseca. Tras aquel y otros encontronazos durante la carrera, Ruiz Urquiola se graduó en 1999 de Biología por la Universidad de La Habana. Le fue otorgado un diploma de oro y fue seleccionado el estudiante más destacado de su curso en la categoría de investigación.

Sus primeros pasos como científico fueron en el Centro de Investigaciones Marinas, una institución adscrita a la Universidad de La Habana, donde se especializó en el estudio de las tortugas. “La profesora Georgina Espinosa me dijo que mi conocimiento del tema era vasto y que era suficiente para desarrollar una tesis doctoral”, cuenta Ruiz Urquiola.

Entonces decidió realizar su investigación sobre las tortugas carey en Cuba, y lo primero que descubrió fue que los especialistas del ya desaparecido Ministerio de la Industria Pesquera autorizaban la pesca de esta especie, protegida por la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de la Fauna y Flora Silvestre (CITES, siglas en inglés).

Las autoridades cubanas exportaban las conchas de carey a Australia, Inglaterra, Francia, Holanda, los países nórdicos y Japón valiéndose de un amparo legal sobre el supuesto patrimonio genético de la especie. Japón era el destino predilecto para la exportación de carey. Los nipones tienen la industria manufacturera más antigua y lujosa del planeta. El carey, obtenido del carapacho de las tortugas, se utiliza para la confección de prendas tradicionales: peinetas, cintillos, aretes...

“Encontramos muchas mentiras”, dice Ruiz Urquiola. Por ejemplo: más del 70 por ciento de las tortugas pescadas en Cuba no pertenecían al patrimonio genético de la isla. El biólogo se percató de que, en Nuevitas, ciudad portuaria de la provincia de Camagüey, el Centro de Investigaciones del Ministerio de la Industria Pesquera adulteraba los estudios genéticos de la especie. “Iban a una playa de anidación, mataban a una tortuga y le tomaban la cantidad de muestras de carne que necesitaban. Las mandaban a nuestro laboratorio, pero todas pertenecían a la misma tortuga. Obviamente, eso decía que todo lo que Cuba pescaba era nacido aquí”, explica Ruiz Urquiola.

El biólogo señaló al Estado cubano como gran beneficiario de la explotación de la tortuga carey. Amén de las violaciones asociadas a la pesca y exportación de una especie en peligro de extinción, se incumplía una disposición ministerial de la propia industria pesquera que declaraba la carne de esas tortugas, exclusivamente, como alimento prioritario para niños y ancianos. La investigación demostró, con datos y entrevistas, que ningún círculo infantil, ningún policlínico, ninguna escuela y ningún hogar de ancianos había recibido, siquiera una vez, un trozo de carne de tortuga.

Ruiz Urquiola y su grupo de trabajo expusieron estos y otros resultados en un congreso internacional celebrado en Baja California, México, sobre la conservación y la biología de las tortugas marinas. Presentaron también una campaña de bien público para salvaguardar la especie: la primera iniciativa de su tipo en la isla después de 1959. Los miembros de la comunidad científica que participaron en el congreso quedaron consternados. La reacción de varias organizaciones internacionales fue inmediata. Dos días más tarde, Cuba se vio obligada a declarar el cese total de la pesquería legal de tortugas marinas en la isla.

Tras el congreso, a Ruiz Urquiola le esperaba una sanción laboral que impedía la defensa de su doctorado. Una apelación ante la Comisión Nacional de Grado Científico salvó su investigación. Finalmente, en 2008, Ariel se acreditó como Doctor en Ciencias Biológicas. Una de los exergos de su tesis dice: “A las causas de los imposibles”. Otro reza: “La diversidad genética significa para las poblaciones silvestres, lo mismo que la Libertad para el Homo sapiens. Un H. sapiens sin pensamiento es víctima de las circunstancias y con pensamiento lo es de sí mismo, es más libre”.

En una reunión le comunicaron que podría continuar laborando en el Centro de Investigaciones Marinas, pero que se le vetaba la posibilidad de volver a trabajar con alguna especie de importancia pesquera para el país. A Ruiz Urquiola no le quedó otra alternativa que girar su lupa. Generó así otro proyecto investigativo, esta vez sobre la genética de los moluscos en la Sierra del Infierno, Viñales, con el que ganó una beca en la Universidad de Humboldt, Alemania.

Creó nuevamente un tándem con la profesora Georgina Espinosa y juntos impulsaron una plataforma colaborativa entre la Universidad de La Habana y el Consorcio de Ciencias Leibnitz. Pero, al parecer, la burocracia cubana no olvidó lo ocurrido en Baja California y una vez más puso trabas que imposibilitaron el desarrollo del proyecto, el cual terminó diluyéndose.

Desde su primera estadía en Europa, Ruiz Urquiola se ganó con su trabajo el respeto y la estima profesional de los científicos alemanes, lo que le valió para seguir adscrito al grupo de investigadores de aquella institución europea. “A Ariel le ofrecieron contratos en Alemania, que le hubieran permitido radicarse aquí, pero siempre prefirió volver a Cuba”, dice el Dr. Alexandro Rodríguez, biólogo y profesor de la Universidad Libre de Berlín.

Rodríguez pertenece a la misma generación de biólogos de Ruiz Urquiola, aquellos graduados a finales de los 90 en Cuba. Pero Rodríguez decidió pronto hacer ciencia en Europa, y allá se reencontraron. “Cuando Ariel estaba en Alemania, vivía con una frugalidad extrema, ahorraba cada euro que podía para levantar su finca en Viñales”, asegura Rodríguez, quien a menudo llevó en su auto a Ruiz Urquiola hasta el aeropuerto cuando éste regresaba a Cuba.

El vehículo transitaba por las calles berlinesas atestado de equipaje. Las maletas iban cargadas de herramientas de trabajo. “Todo eso era a costa de un sacrificio personal que yo siempre le reprochaba, pero a la vez admiraba. Su equipaje difería bastante del de cualquier otro cubano que regresa”, dice Alexandro Rodríguez.

Abraham Jiménez
El Estornudo, 25 de julio de 2018.
Foto de Ariel Ruiz Urquiola realizada por Juan Cruz-Rodríguez. Tomada de El Estornudo.

jueves, 6 de septiembre de 2018

Prohibido leer Diario Las Américas en Cuba



En un edificio de tres plantas pintado de azul cielo con ventanas de aluminio y cristal ubicado en Calle 19 entre B y C, en el apacible barrio del Vedado, radica el centro principal de distribución de internet en la Isla para el sector comercial.

Es administrado por ETECSA, única empresa de telecomunicaciones de Cuba y como todas las instituciones del país, es supervisado por oficiales de la contrainteligencia que velan por la integridad política del personal y la seguridad de sus servidores y nodos.

“En el edificio hay una oficina donde está prohibida la entrada, con un montón de segurosos, pero el bloqueo de sitios de internet y la vigilancia electrónica de determinadas cuentas, emails y metadatos de personas que la Seguridad del Estado considera sospechosa, no se realiza ahí. El Ministerio del Interior tiene su propia sede para realizar esos chequeos”, señala una fuente.

Según un ingeniero de ETECSA, la empresa recibe de “la Seguridad una lista actualizada de los sitios bloqueados. Son páginas que afectan los principios e intereses del Estado, considerados subversivos y contrarrevolucionarios. Esa censura no la manejamos nosotros. En estos momentos son cerca de 30 los sitios bloqueados, entre ellos Cubanet, Diario de Cuba, Cubaencuentro, Cibercuba, 14ymedio y Martí Noticias. De los periódicos comerciales, que yo sepa, solo está bloqueado Diario Las Américas. La razón la desconozco, porque incluso otros periódicos con un discurso contra el gobierno, como El Nuevo Herald, El País y The New York Times en español, no están censurados".

La política de censura en Cuba es un tanto anárquica. Por momentos bloquean webs dirigidas por reporteros alternativos como Periodismo de Barrio y El Estornudo y en otras ocasiones se puede acceder a ellas.

Una periodista oficial, asegura que “antes de situarte internet en tu computadora, debes firmar un código de ética. El administrador de redes te informa de los sitios a los que no puedes entrar. Cuando el director o jefe de redacción te piden rebatir un artículo de la 'prensa contrarrevolucionaria’, te entregan una copia del trabajo, no te permiten leerlo directamente de su web. No sé las causas por las cuales bloquean a Diario Las Américas, un periódico de gestión privada. Puede que sea porque el dueño es un venezolano enemigo acérrimo del chavismo o por crónicas que escriben desde Cuba y enfocan la realidad de una manera más directa y cruda”.

Diario Las Américas está bloqueado en la Isla desde hace más de un año. A Betty, residente en Coral Gables se encuentra de visita en Cuba, le llama la atención que “tampoco se puede acceder a la página de anuncios del periódico. Hay sitios más agresivos contra el gobierno que están desbloqueados en la isla”.

Fundado el 4 de julio de 1953 por el nicaragüense Horacio Aguirre, en sus inicios, Diario Las Américas estaba a la sombra del Miami Herald y su suplemento en español El Nuevo Herald. Era un periódico de corte conservador.

En 2013, Nelson Mezerhane compró el rotativo y designó director a Manuel Aguilera, un español con vasta experiencia en el manejo de los medios y una carrera exitosa en el diario El Mundo, que en determinada etapa llegó a ser el periódico en idioma castellano con mayor cantidad de lectores.

Con un equipo de reporteros y profesionales capaces, Aguilera le dio un vuelco de 180 grados a Diario Las Américas. En 2015, Osmín Martínez, periodista formado en Cuba y editor de calibre, fue nombrado director.

Junto con Iliana Lavastida, jefa de redacción y mujer orquesta, Jesús Hernández y César Menéndez, entre otros, Martínez, con pocos recursos, mantiene una tirada semanal, la actualización de la página digital, la dinamización de audiovisuales como Facebook Live y un estilo moderno acorde a los nuevos tiempos.

He visitado varias veces la redacción del periódico en la Brickell Ave, Miami. Siempre me ha llamado la atención como sólo con cuatro personas pueden tener actualizada la página online que dedica amplios espacios a la situación Venezuela y Cuba, sin relegar informaciones sobre la Florida y el mundo.

Diario Las Américas se mantiene gracias a la creatividad de un puñado de hombres y mujeres. Contrario a lo que pudieran pensar los mandarines de la inteligencia cubana, no recibe dinero federal y cuenta con fondos muy reducidos.

Soy colaborador de Diario Las Américas desde 2011 y veo como una señal de respeto y temor que las autoridades cubanas lo incluyan en su lista negra de la censura. Cuando los perros ladran, es porque vamos bien, Sancho. Digo, Osmín.

Iván García
Foto: Horacio Aguirre Baca (1925-2017), fundador de Diario Las Américas. Tomada de El Nuevo Herald.

lunes, 3 de septiembre de 2018

La cola del comedor



Se ha celebrado en La Habana un nuevo congreso de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC), una curiosa organización que, a pesar de su título, no se propone unir nada, y acepta entre sus miembros numerosos individuos que nadie podría sensatamente describir como periodistas.

Debe decirse, sin embargo, que entre los delegados de ese congreso hubo algunos periodistas de verdad, incluso tres o cuatro que podrían ser calificados de excelentes, que no siempre han escrito, o no exactamente, lo que les han mandado a escribir, y que hacen cada día malabares para no mentir, o no mentir demasiado, algo, mentir a medias, que sería reprensible en cualquier otro lugar, pero en Cuba es una proeza.

También había entre los delegados algunos dichosos que escriben de arte o deportes, y casi siempre, nadie diría que no hay excepciones, pueden decir lo que piensan, los Industriales son una vergüenza, “En fin, el mar” no hay quien la vea. En un congreso de la UPEC, sin embargo, como en la redacción de cualquier periódico de Cuba o en la del Noticiero Nacional de Televisión, es peligroso lucir inteligente, no se espera que nadie tenga opiniones demasiado arriesgadas u originales, se acepta y se aplaude la medianía, la habilidad para mezclar tímidas críticas y humildísimas sugerencias con cantos de lealtad a algo que todavía en esos cenáculos llaman “la Revolución”. Aunque el idioma oficial de esos congresos es el español, la mayoría de las intervenciones de los delegados, como los mismos periódicos en los que ellos escriben, son ininteligibles.

Los congresos de la UPEC son aún más insufribles que los de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), la docilidad es genuina, no está siquiera enmascarada, como entre los escritores, con resignación y cinismo, y no aparece nunca un chiquillo excéntrico o un viejo loco que incinere la promesa o los restos de su carrera en un herético, inútil exabrupto.

En un congreso de la UPEC todos los delegados están a la altura de las circunstancias, en el plenario y en la cola del comedor. Al final del congreso, invariablemente, los delegados regresan a sus redacciones con la promesa de los gobernantes del país de que se les permitirá realizar un periodismo “crítico”, aunque haya discrepancias sobre lo que tal cosa significa, los periodistas creen que les han dado permiso para realizar profundas, devastadoras investigaciones sobre las terribles fechorías de panaderos, carniceros y taxistas, pero lo que los gobernantes del país realmente esperan es que sus escribas dirijan sus críticas contra la causa de todos los males de Cuba, el imperialismo. Este malentendido se repite congreso tras congreso, pero nadie se queja de que haya que volver a discutir el tema cada cuatro o cinco años, porque la comida en el Palacio de las Convenciones es bastante buena.

Aunque los congresos de la UPEC son tristemente predecibles, éste, el décimo, ha tenido algunas novedades. Miguel Díaz-Canel asistió, y Raúl Castro no, lo cual da una idea de la importancia del evento. El presidente de Cuba pronunció un discursillo tan inmemorable e hipócrita como los que pronunciaron Fidel y Raúl en congresos anteriores, pero a diferencia de sus antecesores, para probar que en Cuba se ha iniciado realmente una nueva época, no usó citas de Martí, Mella o siquiera el Ché, sino de M.H. Lagarde, y quien no sepa quién es Lagarde, que no averigüe. Díaz-Canel prometió que “antes de diciembre” estará en Twitter, lo cual causó cierta confusión entre algunos delegados, porque el jefe del Estado dio la impresión de creer que es tan difícil y toma tanto tiempo abrir una cuenta en Twitter como ir en tren de La Habana a Santiago.

No se sabe qué tremendos obstáculos tendrán que ser eliminados antes de que Díaz-Canel pueda empezar a tuitear sus opiniones sobre la telenovela de turno, ¿logrará Griselda superar la adversidad y derrotar a sus enemigos?, ¿se llevará Teresa su merecido?, y videos de gatos tocando piano, pero es seguro que cuando logre abrir una cuenta, algo que incluso Donald Trump ha logrado hacer por sí mismo, todos los miembros de la UPEC, y los de la UNEAC también, serán sus entusiastas seguidores, no se puede permitir que el presidente de Cuba tenga menos seguidores en Twitter que cualquier alcalde de una aldea de Andorra.

La novedad más excitante del congreso, sin embargo, no fue la próxima batalla entre Díaz-Canel, Trump y Cristiano Ronaldo por la atención del mundo, sino una misteriosa “Política de Comunicación Social”, al parecer ya aprobada por el Buró Político del Partido Comunista, que, a juzgar por el entusiasmo de los delegados, va a dar a los periodistas cubanos tan gozosas libertades que hasta Reporteros Sin Fronteras, que ha puesto a Cuba este año en el sitio 172 de su índice mundial de la libertad de prensa, tendrá, mal que le pese, que ponerla por encima de Noruega, el número uno.

La tal “Política de Comunicación”, que no es la ley de prensa que muchos periodistas cubanos han reclamado por años, tiene la misma credibilidad que tendría una “Política de Seguridad Ciudadana” que una banda de ladrones hubiera clavado en la puerta de cada casa de La Habana. Nadie saldría de su casa si los ladrones del barrio prometieran que no van a robar más, y que no les interesa apoderarse del televisor y la olla arrocera de nadie.

Por alguna inexplicable razón, los delegados del congreso de la UPEC aparentaron estar muy contentos con esta nueva “Política de Comunicación”, como si el Buró Político no fuera lo que es, y no fueran sus miembros quienes son, y fuera su ocupación principal repartir libertades y no cancelarlas. Presuntamente, la “Política” dará a los medios de comunicación cubanos mayor autonomía, aunque nadie ha dejado claro los límites de lo que podrán hacer y lo que no, en qué punto termina la autonomía y comienza la subversión, algo que sin duda los comisarios del Partido y los agentes de la Seguridad del Estado explicarán a su debido tiempo a aquellos despistados que crucen la raya entre una cosa y la otra. Al parecer, se permitirá a los directores de los medios de comunicación publicar “noticias de impacto”, como el accidente de aviación que ocurrió en La Habana dos meses atrás, sin esperar el permiso del tenebroso Departamento Ideológico del Comité Central.

Los delegados del congreso parecieron aceptar con agrado esta presunta concesión del Partido a sus escribas como otra prueba de que Cuba está cambiando, al menos en comparación con los tiempos en que, si se caía un avión del cielo, los periódicos y la televisión no podían dar la noticia hasta que los inspectores del gobierno terminaran de recopilar las pruebas que inexorablemente implicaban al imperialismo en la catástrofe. Quedan dudas sobre cuánto “impacto” tiene una noticia que causar para que un director de periódico se arriesgue a publicarla sin obtener autorización del Departamento Ideológico del Partido.

¿Tienen que morir 110 personas en el accidente, o son, digamos, cincuenta, suficientes? ¿Y si son diez? ¿Si el plan de zafra se incumple en un 30%, puede Granma dar la noticia antes de que la dé Díaz-Canel, o uno de sus adláteres, o tendría que ser el incumplimiento superior al 50% para que ese permiso sea innecesario? ¿Si a otro Ariel Ruiz Urquiola lo condenaran a un año de cárcel por supuesto desacato, podría Juventud Rebelde reportar su encarcelamiento, y entrevistarlo en su celda, sin que el Departamento Ideológico tuviera que ser consultado, o solo podrían hacerlo si la condena fuera de quince años, o quizás veinte? ¿Cuánta gente tienen que matar Daniel Ortega y su mujer para que el Noticiero Nacional de Televisión diga lo que está pasando realmente en Nicaragua? ¿Cuán grande, evidente, rabiosa tiene que ser la verdad para que el director de un periódico de Cuba crea que no puede ser disimulada, demorada, partida, y la publique en el acto, sin permiso, manchada de sangre?

Otra aparente novedad de la “Política” es que se permitirá a los medios de comunicación hacer algo de dinero a través de la venta de espacio para publicidad y otros servicios y productos, aunque no es fácil imaginar qué podrían vender Tribuna de La Habana o Adelante o Venceremos, como no sea sus propios periodistas, a quien dé algo por ellos. Sería verdaderamente asombroso, y muy divertido, ver anuncios de paladares y casas particulares entrecruzándose en Granma con reportes sobre la mejoría del transporte público en Bayamo, la inauguración de un taller de ladrillos en Sandino, y la visita a Cuba de una delegación de mujeres de Vietnam, aunque probablemente el Departamento Ideológico no dejará que Granma se corrompa con esos devaneos capitalistas.

Más extraño aún sería que los mejores restaurantes y hoteles de La Habana, estatales, privados o semiextranjeros, quieran comprar espacio de publicidad en Granma, los clientes de esos establecimientos no leen el periódico del Partido para enterarse de las aventuras de unas vietnamitas en Cuba. Pero si no Granma, otros periódicos cubanos podrían admitir, cuando menos, clasificados, “Ernesto, plomero, atiendo a cualquier hora”, “Adelina, peluquera en el Cotorro, todos los estilos”, y al lado, una noticia sobre el encuentro de la delegación vietnamita con las federadas de de Diez de Octubre o de La Lisa. Nadie se va a leer el artículo sobre las pobres vietnamitas de todas maneras, pero quizás los negocios de Ernesto y Adelina prosperen, ambos se lo merecen.

Una última innovación sería la creación de un instituto encargado, aparentemente, de ayudar a los periodistas de la isla a conseguir información de esos obstinados funcionarios que se niegan rotundamente a proporcionarla, y en algunos casos, también a hablar español. Cómo este instituto funcionará, el congreso no lo dijo, aunque quizás sí lo discutieron los delegados y Granma no lo reportó, una prueba de que hay cosas en Cuba que nunca van a cambiar. Este instituto sería único en el mundo, no hay una institución similar en ninguna parte, ni siquiera en Noruega, algo que Reporteros sin Fronteras debería tener en cuenta cuando elabore el índice de libertad de prensa del 2019.

Los delegados del congreso de la UPEC insistieron en que no quieren copiar lo que llamaron “el modelo de prensa capitalista”, y prometieron que el de Cuba sería especial, diferente, mejor que el de todos los demás países, incluso el de Noruega. La mayoría de las intervenciones de los delegados estuvieron encuadradas rígidamente en un ingenuo excepcionalismo cubano, la presunción de que Cuba tiene la oportunidad de ser distinta, y superior al resto de los países, en todo lo que importa, su ordenamiento político, su economía, sus periódicos, una teoría que ha sido ampliamente probada, Cuba ya es convincentemente distinta de los demás países, aunque muchos dirían que en cada aspecto, política, economía, y en particular periodismo, es bastante peor ya no que Noruega, sino que muchos otros países, salvo, quizás, Corea del Norte y un puñado de satrapías árabes, exsoviéticas y africanas.

Ese excepcionalismo no es una novedad, Fidel se pasó sesenta años diciéndoles a los cubanos lo especiales que eran, aunque en realidad él no creía que fueran nada especiales, el especial, en su opinión, era él. La Cuba que Fidel creó fue una copia de los estados del socialismo real europeo, y el periodismo cubano es, todavía hoy, estructural e ideológicamente, en lo fundamental, semejante al de la Unión Soviética en el ocaso brezhneviano, pre-glasnost, aunque ahora con internet, con control monopólico del Partido sobre los medios, sus contenidos, sus direcciones, sus plantillas, y la educación de los periodistas, un principio que los delegados del congreso no disputaron en absoluto, sino que, fervorosamente, ratificaron, aunque lo enmascararan con malabarismos verbales, citas de Julio García Luis, ¡ay, Julio!, y palabrejas aprendidas en cursos y manuales de Teoría de la Comunicación, “transversalidad”, “democracia digital”, “ecosistema comunicativo”, que no significan casi nada, o quizás sí, pero en Noruega.

Al final del congreso, al parecer, los delegados se felicitaron por el éxito de sus deliberaciones, y regresaron a sus redacciones para informar a sus colegas que ahora sí, que esta vez va a ser distinto, que Cuba está cambiando de verdad, y que pronto van a poder hacer tanto periodismo crítico y de investigación como quieran, Watergates cubanos sobre malvados taxistas, viles carniceros y despiadados vendedores de cebolla y ají.

“¿Y cuándo van a subir los salarios?”, preguntó algún despistado, quizás pensando en el precio de la cebolla, y en el del ají. También, pronto. De verdad, eso viene. Sin dudas. Está al caer. Algunos delegados, veteranos de estos eventos, tuvieron la precaución antes de irse del Palacio de las Convenciones de marcar en la cola del comedor para el próximo congreso, que debe ser en 2022 o 2023, cuando todos estos interesantes temas volverán a discutirse.

Es bueno ser de los primeros, la comida en el Palacio de las Convenciones siempre alcanza, pero a veces se acaba el postre.

Juan Orlando Pérez
El Estornudo, 23 de julio de 2018.
Foto: Sesión final del X Congreso de la UPEC, celebrado en La Habana el 13 y 14 de julio de 2018. Tomada de El Estornudo.