lunes, 29 de enero de 2018

Reinaldo Arenas, medio siglo después del alba



Reinaldo Arenas no era un bicho raro, ni un monstruo descomunal que aterrizó en un paracaídas rosado, en el verano de 1943, en Aguas Claras, en el oriente de Cuba y se envenenó después, enfermo y solo, en una Nueva York helada y ajena, bajo las nieves de diciembre de 1990. No. Él era nada más que un muchacho talentoso, hijo de una familia de campesinos muy pobres, un tipo irreverente y sin miedo que amaba la libertad, la literatura y los hombres.

Arenas fue un escritor extraordinario, un inventor de sueños desbordado de imaginación y un testigo sincero de la realidad de su país, que escribía en un idioma español que dominaba, a su manera, y que aprendió, en los años 60, mientras trabajaba como limpiador de pisos y escribidor clandestino de cuentos con faltas de ortografía en la Biblioteca Nacional en La Habana.

Entre esos relatos que pergeñaba detrás de sus escobas comenzó a surgir una novela. Le puso Celestino antes del alba, en 1967 la envió a un concurso de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) y se ganó el primer premio. Poco después la publicaron. El autor no sabía que ese sería el único libro que publicaría en el país donde nació porque tampoco sabía que su obra se convertiría en el tiro al blanco de la censura oficial a lo largo del siglo XX. Ahora se cumple medio siglo de aquella publicación.

Todavía con sus escobillones y los cubos de agua con detergente a cuestas, Arenas escribió El mundo alucinante. El libro recibió otra mención en el concurso de la asociación de escritores, pero esta vez no tuvo premio.

El éxito de Celestino antes del alba entre los lectores y la crítica en Cuba hizo que su figura pasara de repente a los primeros planos del mundo cultural y a su ubicación definitiva como enemigo del régimen porque la novela se publicó sin autorización oficial en Francia y por otros dos graves asuntos pecaminosos: su amistad incondicional con escritores que no apoyaban al régimen como José Lezama Lima y Virgilio Piñera y las preferencias sexuales que Arenas defendía y ostentaba en público bajo un sistema machista.

La obra de Arenas desapareció de las imprentas en Cuba. El escritor no existía para el gobierno. El que existía era el ser humano, el guajiro rebelde que hacía una intensa vida en el perseguido universo de la homosexualidad criolla. Por ese motivo fue arrestado muchas veces y cumplió una condena de dos años en la fortaleza de El Morro, en la capital cubana, y tuvo que trabajar por unos meses en la construcción de viviendas para los técnicos soviéticos que empezaban a llegar a Cuba.

Arenas salió de la Isla, por fin, en 1980, por el puerto de El Mariel, con una identidad falsa. Esta vez su homosexualismo le sirvió de pasaporte porque el régimen permitió la salida directa en barcos a Norteamérica a los grupos humanos que consideraba parte de la escoria de la sociedad. El escritor estuvo un tiempo en Miami y luego se mudó a Nueva York. En Estados Unidos vivió los últimos diez años de su existencia.

Los críticos y la academia han inscrito su literatura en la parentela cercana del neobarroquismo. Lo cierto es que una de las características fundamentales de su manera de escribir es que Arenas parte de episodios de la vida real y los transforma con su fantasía, los convierte en sucesos, diferentes, en un nuevo retrato de la realidad.

El escritor cubano Jacobo Machover ha señalado la importancia de esa estancia de Arenas fuera de Cuba porque la mayor parte de su obra fue escrita en condiciones difíciles de acosos y urgencias y porque muchos de sus textos fueron confiscados o destruidos por la policía. Por ello, dice, los volvió a reescribir en el exilio muchas veces "confiriéndoles de paso otra voz, otras palabras o imprecaciones más libres pero con menos matices".

En su afán de ofrecer su visión personal del proceso político que se desarrollaba en su país, Arenas escribió, además de Celestino antes del alba, El palacio de las blanquísimas mofetas, Otra vez el mar, El asalto y El color del verano.

En 1987 escribió Antes que anochezca, su autobiografía, llevada al cine por Julian Schnabel. El español Javier Bardem hizo una interpretación de Arenas por la que lo nominaron al premio Oscar al mejor actor. Arenas publicó once novelas, cuatro libros de cuento, tres cuadernos de poemas y escribió también ensayos y una obra de teatro.

Me hubiera gustado terminar esta nota con unos versos suyos, pero creo que se sentiría mejor si comparto con los lectores las líneas finales de su última carta, firmada en Nueva York, en diciembre de 1990, en la que destaca que de su decisión de suicidarse hay un solo responsable: Fidel Castro.

La misiva termina así: "Al pueblo cubano tanto en el exilio como en la Isla, le exhorto a que siga luchando por la libertad. Mi mensaje no es un mensaje de derrota, sino de lucha y esperanza. Cuba será libre. Yo ya lo soy".

Raúl Rivero
El Mundo, 2 de diciembre de 2017.
Foto de Reinaldo Arenas tomada de La Tercera de Chile.

jueves, 25 de enero de 2018

Recordando la crisis de los cohetes



El cielo plomizo presagiando lluvia no impidió que Héctor, 79 años, sobre brasas de carbón asara pechugas de pollo y un pargo. En su casa de Víbora Park, barriada de Arroyo Naranjo, al sur de La Habana, el ambiente era festivo. Su hermano Humberto, residente en Canadá hace veinte años, estaba de visita en Cuba con sus hijos y nietos.

En el patio, los adultos compartían cervezas y nostalgias mientras en un equipo estéreo escuchaban números del español Nino Bravo. En la sala, los más jóvenes bailaban y cantaban Despacito de Luis Fonsi y Daddy Yankee.

Era poco más de la una de la tarde del domingo 22 de octubre. A esa hora, Humberto prendió un pequeño radio de batería y se puso a escuchar noticias. En eso, el locutor recuerda que 55 años atrás, John F. Kennedy dirigió al pueblo estadounidense un mensaje televisado de 17 minutos y públicamente anunció que se establecería un cerco naval a Cuba.

Humberto vivió aquellas dos semanas de incertidumbre en la Isla. Luego de un breve silencio, relata su experiencia personal. “Tenía 24 años y recién me había graduado de ingeniería civil. Como la mayoría de los cubanos, apoyaba a Fidel Castro. Voluntariamente me enrolé en las milicias. Pasé un curso rápido de artillería antiaérea y a mí y a un grupo nos enviaron a una zona de Pinar del Río que hoy pertenece al municipio San Luis. Después me enteraría que muy cerca de nuestra unidad habían emplazados cohetes nucleares soviéticos”, rememora Humberto y añade:

“En Cuba no teníamos ni la menor idea qué era un conflicto nuclear. Estábamos desinformados, no existían refugios ni el avituallamiento necesario. No había conciencia de lo que representaba una guerra atómica. En una guardia nocturna, el 22 de octubre de 1962, el jefe de batallón nos comunicó sobre el discurso de Kennedy y la decisión de Jruschov de no detener los barcos que viajaban rumbo a Cuba. ‘La guerra es cuestión de días’, nos dijo el jefe. En la tropa se pensaba que sería una especie de safari para cazar yanquis. La moral estaba por las nubes después de Playa Girón. Alguien dijo: 'Compañeros, este conflicto es distinto. No habrá ganadores ni perdedores, todos vamos a morir. Fue cuando me percaté de la gravedad de la situación”.

El ex preso político y periodista Pedro Corzo, residente en Miami, en 1962 ya era opositor al régimen comunista de Fidel Castro. “Yo vivía en San Diego del Valle, un pueblo de la antigua provincia de Las Villas. Aún no me habían encarcelado, pero existen amplias evidencias de que la dictadura dinamitó todo el perímetro del Presidio Modelo y otras cárceles donde se encontraban los presos políticos, y según se desarrollaran los acontecimientos, volarlos a todos. En el pueblo había un fuerte movimiento de tropas rusas y armas. En ese momento, los opositores nunca pensamos que se trataba de cohetes nucleares. Cuando el armamento pasaba por San Diego del Valle, el ejército nos conminaba a meternos en las casas, cerrar las ventanas y no mirar hacia fuera. El régimen creó las condiciones para una guerra total y el pueblo estaba completamente desinformado”.

En octubre de 1962, Tania Quintero estaba a punto de cumplir 20 años. "Lo que más recuerdo de aquellos días es que el cubano de a pie desconocía lo que estaba pasando y se burlaba de los soviéticos, despectivamente les llamaban 'rusos'. Creo que fue entonces cuando empezaron a decirles 'bolos', por lo toscos que eran", cuenta la actual periodista independiente, quien desde noviembre de 2003 vive en Suiza como refugiada política.

Según Tania, "el sentir de los dirigentes cubanos se trasladó a la población. La gente quería que no se dejaran meter el pie por los americanos y dejaran que los soviéticos instalaran los cohetes en la isla. Uno escuchaba decir: '¿Pa'qué entonces los trajeron? Son unos pendejos si después permiten que se los lleven'. Daba la impresión de que se hablaba de armas convencionales y no de misiles. A Jruschov le pusieron 'Nikita Nipone' (ni quita los cohetes ni los pone). Así de simples y superficiales se veían las cosas a nivel de calle. El escalofrío vino después, cuando supimos lo que estaba en juego, en Cuba y en el mundo. Fidel Castro nunca le habló claro al pueblo y le dijo que estábamos al borde de un holocausto. El que no sabe es como el que no ve y por eso no estábamos atemorizados, a pesar de la gran movilización militar que se veía por toda La Habana, especialmente a lo largo del Malecón, con los milicianos parapetados tras sacos de arena y las 'cuatrobocas' (baterías antiaéreas) listas para disparar si un 'avioncito enemigo' intentaba aproximarse".

Alberto, ex oficial jubilado de las FAR, jamás pensó que Cuba sería borrada del mapa en caso de un conflicto nuclear con Estados Unidos. “La percepción que yo tenía y que también tenía la inmensa mayoría de la población, era del predominio militar cubano. Creíamos que el armamento de la URSS era superior y que los soviéticos tendrían un arma secreta que impediría un ataque yanqui. Desconocíamos que la correlación de fuerzas en los misiles nucleares era de una a ocho a favor de los estadounidenses. Tampoco la televisión, la radio y el noticiero del ICAIC informaban sobre la peligrosa situación que estábamos viviendo. A pesar que habían pasado solo 17 años de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki, con miles de muertos y daños irreversibles a los sobrevivientes, en Cuba, creo que por orientaciones de Fidel, a la gente no se les explicaron los efectos nocivos de un hongo nuclear. Lo único que a Fidel le importaba era pasar a la historia. Fuimos manipulados, éramos unos ingenuos. En esa misma situación se encuentran hoy los norcoreanos".

Magdalena, ama de casa, nació en diciembre de 1962 y señala que sus padres le habían contado sobre la Crisis de Octubre. "Pero yo vine a saber que estuvimos al borde de una tercera guerra mundial, cuando en 2001 vi la película Trece Días, protagonizada por Kevin Costner. Me costó creer que lo narrado en la cinta hubiera ocurrido de verdad y me di cuenta que en 1962 mis padres carecían de información y desconocían la magnitud de la situación creada entre Cuba, Estados Unidos y la Unión Soviética. Por suerte, los 'bolos' sacaron sus cohetes del país".

Tras la caída del imperio soviético, se abrieron al público algunos archivos secretos. Entre ellos las cartas que intercambiaron Fidel Castro y Nikita Jruschov. En una de las misivas el autócrata caribeño insta al presidente de la Unión Soviética a lanzar el primer golpe. Pero los medios oficiales ocultan y apenas analizan ese intercambio epistolar que deja al descubierto la irresponsabilidad de Fidel Castro y pone en entredicho sus dotes de estadista de altura.

Cincuenta y cinco años después de la Crisis de los Misiles, muchos jóvenes cubanos desconocen el contexto real de los acontecimientos y el espíritu aventurero de sus gobernantes, quienes llegaron a convocar al pueblo a inmolarse.

Dayán, estudiante de tercer año de preuniversitario, en tono mecánico, explica lo que conoce de aquella etapa, de acuerdo a las clases recibidas: “Después de Playa Girón existían planes de Estados Unidos y la CIA para invadir a Cuba. Es por eso que la URSS decide emplazar armas nucleares en nuestro territorio, como una fuerza de disuasión. El Gobierno Revolucionario no estaba de acuerdo. Lo que ellos querían era un compromiso de los soviéticos, de que en caso de agresión a Cuba se considerara una agresión a la URSS. Cuando Jruschov decidió retirar los misiles, lo que más molestó a Fidel fue que no se contó con él para negociar una salida mejor. O sea, a cambio retirar los cohetes, cerrar la Base Naval de Guantánamo y el compromiso de Estados Unidos de no invadir a Cuba”.

Y es que la historia oficial acerca de la crisis de los cohetes solo cuenta la parte que beneficia al régimen. De la otra se calla. O intenta que la olvidemos.

Iván García
Foto: Milicianos desplazados a lo largo del malecón habanero con armas antiaéreas conocidas como 'cuatro bocas'. Tomada de About Español.

lunes, 22 de enero de 2018

Lezama Lima, viajero sin pasaporte



El régimen cubano y su disciplinada y cauta servidumbre del sector cultural son ahora fervorosos promotores del intercambio cultural. En efecto, se aprecia en aquellos predios una pasión por viajar al sur de La Florida y a cualquier parte de mundo, lo mismo con un bongó que con unos versos, a mostrar el esplendor del arte y del talento criollo.

Lo que sucede es que debajo de las declaraciones públicas de aperturas y diálogos, los funcionarios de la dictadura conservan sus listas negras de artistas que no pueden entrar o salir de Cuba y el historial siniestro de cierres y cautiverios que vivieron y algunas de las figuras claves del país.

Voy a hablar de José Lezama Lima (La Habana, 1910-1976) el autor de Paradiso y Enemigo rumor, uno de los escritores más importantes del siglo XX en lengua española que, como ya se ha dicho vivió la mitad de su vida negándose a abandonar La Habana y la otra mitad obligado a permanecer, por prohibición oficial, en una ciudad que fue como su segunda piel.

Lezama hallaba, cómo no, momentos de felicidad en los mundos que inventó entre sus libros y el ritmo acompasado de su asma y de su máquina de escribir en la soledad de su casa de la calle Trocadero 162, pero había una amargura latente a la hora de asumir su encierro porque una cosa es tomar la decisión personal de no salir de tu casa y otra, muy diferente, es que la policía no te lo permita. Que los jefes de una dictadura decidan que en ninguno de los miles de aviones que despegan y aterrizan cada minuto habrá nunca un asiento reservado a tu nombre.

Aquí está ese sentimiento de prisionero, en una carta de 1972, a su hermana Eloísa: “Por la noche María Luisa y yo leemos algún libro que nos gusta, como el maravilloso Diario de Paul Klee. Me parece que vivo esas existencias maravillosas, mientras permanezco, aunque con disgusto, inmovilizado pues en el año pasado y en este he recibido como seis invitaciones para viajar a España, a México, a Italia, a Colombia y siempre con el mismo resultado. Me tengo que quedar en mi casita hasta que Dios quiera. Estoy aburrido y cansado. Escribo a veces algún poemita eso me mantiene todavía en pie.”

La obra monumental y eterna de Lezama Lima le dinamitó a la dictadura todas las fronteras y dejó en ridículo la papelería burda y policial de sus aduanas. El habanero viajó y viaja todavía por naciones y temperaturas que los dictadores y sus guatacas no conocen. Ni van a conocer jamás por mucho intercambio cultural que propongan porque para ese universo, para esa geografía hecha de sueño y gloria, son ellos los que no tienen asientos reservados en ningún vuelo.

Raúl Rivero
Blog de la Fundación Nacional Cubano-Americana, 10 de noviembre de 2017.
Foto de José Lezama Lima realizada por Iván Cañas en 1969. Tomada de El alma de la poesía.

jueves, 18 de enero de 2018

Reparar una casa en Cuba



El sábado 25 de noviembre, mientras el régimen conmemora el primer aniversario de la muerte de Fidel Castro, Yosvani y su familia estarán celebrando los diez años que llevan residiendo en una vivienda que todavía están construyendo con esfuerzo propio.

Cuando comenzaron a levantar su futura casa, en un terreno baldío del reparto Juanelo, San Miguel del Padrón, al sureste de La Habana, habían previsto construirla en tres años. “Pero entre el papeleo para legalizar el terreno, 'tocando' a funcionarios pa’que agilizaran los trámites y materiales de construcción que cada vez suben más los precios, se nos fue el dinero que teníamos ahorrado”, confiesa Yosvani.

Como muchas familias en Cuba, luego de tirar las paredes y la placa del techo, se fueron a residir en la vivienda aún sin terminar. Las ventanas de hierro tienen cartones en sustitución de los cristales, varios tramos del piso no se han enchapado, el sistema eléctrico está al descubierto y el exterior e interior de la casa esperan por el repello final y una mano de pintura.

“Las obras se fueron postergando, a veces por falta de plata o porque no aparecían los materiales. ¿Tú sabes cuánto cuesta un metro de cristales?, se pregunta Yosvani y él mismo responde: 50 pesos convertibles, caballo. Y yo necesito ocho metros. A eso súmale que en la shopping el metro de piso cuesta de 15 a 20 cuc y tengo que comprar 45 metros. Y un albañil de medio palo cobra 8 cuc por el metro cuadrado de enchape”, comenta Yosvani.

Luego de sacar cuentas en un papel, afirma: “De tener el dinero en la mano y poder conseguir los materiales, el gao (casa) lo terminaríamos en 2022. Cuando empezamos a construirlo, una de mis hijas tenía quince años, ahora ya tiene un hijo. Si nos demoramos vamos a tener que levantar otra casa en la azotea de la que aún no hemos terminado”.

Si usted recorre diferentes barrios de La Habana o de la Cuba profunda, observará miles de viviendas sin terminar que por la apremiante necesidad son habitadas por sus moradores. Delia, su esposo y cuatro hijos, desde hace siete años conviven en una casa de mampostería a medio hacer justo en la Carretera Central, a diez kilómetros de Santa Clara, Villa Clara, provincia a 270 kilómetros al este de La Habana.

“La ansiedad te va consumiendo. El sueño de cualquier matrimonio es vivir en un hogar bonito. Pero ese sueño se va postergando por diferentes causas, sobre todo porque el dinero inicial calculado no alcanza, debido a las constantes subidas de precios de los materiales de la construcción y también de la mano de obra. En ocasiones tienes el dinero, pero no aparece la cabilla o el cemento. Como el cuento de la buena pipa, no tienes para cuando acabar”, señala Delia.

Saúl comenzó a construir su casa hace dos años y explica que “a la hora de hacer el presupuesto, debes calcular dos o tres veces por encima del inicial, pues la tendencia del coste de los materiales es a subir. Para edificar mi vivienda tengo 40 mil pesos convertibles, pero ya de esa cantidad tuve que apartar 2 mil cuc, que se irán en el papeleo y 'tocar' a los tipos de la vivienda por debajo de la mesa, para que agilicen los trámites. Además de tener buenos contactos cuando vayas a comprar los materiales de la construcción, debes tener disponible una brigada de albañilería lo más profesional posible. Es la única manera de avanzar rápido. Si no te empantanas”.

Norberto, quien hace año y medio comenzó a construir una casa en el reparto Sevillano, al sur de La Habana, asegura que los precios de los materiales de la construcción se han disparado. “La bolsa de cemento está a 315 cuc. El metro de cabilla de media pulgada ronda los 6 cuc, el metro de cable de electricidad, que hace tres años costaba 4 cuc el metro, ahora vale 10 o 15. Cada uno de los materiales que necesitas cuesta el doble o el triple uno o dos años atrás. Pasa lo mismo con la mano de obra. Antes encontrabas un albañil que por su trabajo cobraba 5 cuc el metro cuadrado, en estos momentos te cobra 9, 10 o más pesos convertibles. Y en las tiendas por divisas, pa’que te cuento, los precios son de escándalo”.

El régimen de Castro reconoce que en Cuba existe un déficit de 800 a 900 mil viviendas. Pero Sergio, funcionario de vivienda, admite que la estadística es muy superior. “Esa cifra es bastante conservadora. Realmente el déficit de casas supera el millón cien mil, porque debes incluir a los matrimonios y parejas jóvenes que quisieran tener su propia casa y por falta de recursos no la pueden construir. Lo peor es que no hay solución a corto plazo. Cada año las empresas estatales construyen menos viviendas (en 2016 no llegaron a las 3 mil en todo el país) y las personas que con esfuerzo propio edifican su casa, tienen muchas limitantes, que van desde el exiguo crédito que otorgan los bancos a la escasez crónica de materiales de la construcción”.

Tras dilatados trámites, los bancos de la Isla, todos del Estado, suelen otorgar un crédito promedio entre 10 y 20 mil pesos cubanos (400 a 800 cuc), insuficiente para financiar el arranque constructivo de cualquier vivienda.

Incluso después de terminadas las obras, “viene la otra parte del vía crucis: amueblar la casa. El mobiliario cuesta una pasta. Un juego de sala no baja de los mil cuc y una cama de calidad, como mínimo, de 400 a 500 cuc. Los muebles y los electrodomésticos en este país son carísimos ”, subraya Yosvani.

Y es que en Cuba tener una casa confortable y amueblada según las tendencias modernas, roza con la ciencia ficción. A no ser que tengas familiares en el extranjero con buen poder adquisitivo, seas propietario de un negocio próspero o te ganes un parlé en la ilegal lotería conocida como la bolita. Otra posibilidad de tener una buena vivienda es ser pariente de un alto funcionario de la burguesía verde olivo. O su amante, si eres mujer.

Iván García
Foto: Tomada de Cartas desde Cuba, BBC Mundo.

lunes, 15 de enero de 2018

Alquiler ilegal: solución ante la falta de vivienda


Durante las últimas décadas, el déficit habitacional en Cuba ha generado una ramificación de negocios al margen de la ley y las regulaciones estatales.

Alquilar viviendas o habitaciones a cubanos por largas temporadas se ha vuelto habitual, pero apenas existen propietarios que lo hagan legalmente "porque no da negocio", advierte Eugenio López, que alquila un apartamento de una habitación cerca de la Esquina de Tejas.

"Al principio creí que daría la cuenta sacar una licencia para alquilar a cubanos, pero casi todos los necesitados buscan alquilarse meses, incluso un año o más porque no tienen casa propia. No es conveniente pagar la licencia y los impuestos, pues entonces cuánto le tendrías que cobrar a un cubano por ese alquiler. Es preferible sacar la licencia para arrendar a extranjeros", explica.

Encontrar un alquiler de condiciones mínimas por seis meses o más suele ser "un verdadero dolor de cabeza y puede ocuparte todo el tiempo", advierte Dagmara Oropesa, holguinera que emigró a La Habana en busca de mejores condiciones de vida. "Actualmente, encontrar un alquiler por la izquierda en menos de 100 cuc mensuales es casi imposible, y si es por más de un año ni soñarlo. Mi esposo y yo tenemos un hijo de 10 años y estamos obligados a alquilar por la zona del colegio. A veces aparece algo, en 70 u 80 cuc, pero en Marianao o Guanabacoa. En un año hemos cambiado de casa cuatro veces".

La entrada de dinero de la mayoría de cubanos que viven en inmuebles alquilados ilegalmente proviene de remesas de familiares en el extranjero o de trabajos en el sector privado. Los precios de un alquiler varían en dependencia de la zona, la seguridad y las condiciones del inmueble. Un apartamento de dos habitaciones en diferentes zonas del Vedado habanero puede rondar los 200 cuc mensuales. Por las mismas condiciones en Santos Suárez se pueden pedir 130 cuc.

Para quienes buscan alquiler no solo cuenta el precio, sino también la seguridad de sus pertenencias y la garantía de que se respete el contrato verbal. Un alquiler barato "puede salirte caro", avisa Caridad Depestre, quien perdió su laptop, dos ventiladores y una considerable suma de dinero cuando alquiló por 30 cuc un cuartico en Mantilla.

"Como la cosa es ilegal, casi nadie hace una denuncia, aunque estés convencida de que te robaron las mismas personas que te alquilaron. Es duro rodar de alquiler en alquiler, cada día más caros y por lo general tienes que pagar tres meses de adelanto. Ahora estoy alquilada en el Cerro por 100 cuc, pero nada más seis meses", cuenta Caridad.

Hortensia Fernanda lleva casi diez años dedicada al negocio de alquilar a cubanos "necesitados de un techo seguro y en condiciones decentes", pero nunca ofrece un tiempo mayor de seis meses por el temor a "ser delatada por la gente". Es propietaria de un acogedor apartamento de dos cuartos en Nuevo Vedado que alquila por 120 cuc mensuales.

"Siempre digo que son familiares que vienen por temas médicos. A veces me recomiendan a personas de raza negra, muy serias, pero me tengo que negar porque no tengo cómo justificar que son parientes míos. También tienes que cuidarte de que no te roben, pues lo que tengo en ese apartamento vale doce veces lo que pido por el alquiler", confiesa.

En la localidad de Regla, el testimonio de Teresa Yáñez puso sobre aviso a sus amistades que también se dedican al alquiler ilegal a largo plazo. Había pactado alquilar a un matrimonio con sus dos hijos menores "por el período de un año, pues una familia siempre inspira confianza. Pero resulta que a los cuatro meses se aliaron con un abogado para ver cómo podían agenciarse la casa. Mis vecinos me avisaron que habían escuchado una conversación al respecto. Al principio no lo creí, pero si no me pongo las pilas hubiese perdido el apartamentico, que a ellos se los alquilaba en 60 cuc".

Una de las reglas de alquilar es el aviso: "Tienes que avisar con un mes de antelación a los inquilinos para que tengan tiempo de ir buscando otro lugar", aclara Pedro Luis, quien se considera cumplidor y formal.

"Nunca alquilo por más de tres meses por la chivatería en el barrio y siempre a gente recomendada por amistades o familiares. Gente seria, que se ocupe de reparar las cosas que se rompan y que no sea escandalosa. Los alquileres están caros porque los riesgos son muchos para quienes alquilamos y los tiempos son difíciles. Mientras el Estado no resuelva el problema de la vivienda, más caros y más escasos se pondrán estos alquileres", afirma Pedro Luis.

Jorge Enrique Rodríguez
Diario de Cuba, 28 de noviembre de 2017.
Foto: Calle de La Habana. Tomada de Diario de Cuba.

jueves, 11 de enero de 2018

Cuba: el voley masculino supera fugas y crisis




En la Avenida Boyeros, camino del aeropuerto internacional José Martí y muy cerca de la intersección con la Calle 100, a veinte minutos del centro de La Habana, se encuentra la Escuela Nacional de Voleibol.

Bien temprano en la mañana, luego de un desayuno frugal, los atletas, hombres y mujeres, hacen ejercicios de calistenia antes de entrar al gimnasio y comenzar una de las dos jornadas diarias de entrenamiento.

En la escuela se encuentran albergados jóvenes talentos de diferentes provincias, captados por scouts locales durante torneos provinciales o juegos escolares.

Astros en ascenso como Miguel Ángel López, Miguel David Gutiérrez y Osniel Melgarejo, quienes obtuvieron medalla plata en el Campeonato Mundial Sub-21, efectuado en el verano de 2017 en la República Checa, pulen sus deficiencias en el recibo o el bloqueo en la net.

Ese trío, que forma parte del bisoño plantel nacional ya clasificado para el XIX Campeonato Mundial de Voleibol Masculino, que se celebrará conjuntamente en Italia y Bulgaria del 10 al 30 de septiembre de 2018, suele dejar con la boca abierta a los fanáticos por sus saltos espectaculares y remates hacia todos los ángulos del terreno.

“Si no se marchan, y juegan juntos varios años, en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 la selección cubana puede rivalizar de tú a tú con la crema y nata del voleibol mundial, ya sea con Rusia, Brasil, Polonia, Estados Unidos o Irán (que viene en ascenso)”, señala un preparador físico de la Escuela Nacional, y aporta detalles técnicos:

“Estos muchachos, y otros, con edades comprendidas entre 16 y 20 años, destacan por su poder de salto, una cualidad típica de la escuela cubana de voleibol. Los tres, Miguel David, Miguel Ángel y Osniel, alcanzan más de 3 metros y 60 centímetros en ataque con impulso y superan los 3.40 a la hora de bloquear, y saltan sin apenas impulso. Tienen todas las papeletas para convertirse en monstruos del voly mundial a la vuelta de tres o cuatro años”.

Contra viento y marea, el voly cubano intenta no perder el prestigio alcanzado. En la rama femenina tuvo su mayor esplendor en el siglo XX. Después que aquel sexteto fabuloso de Mercedes Pérez, Lucila Urgellés, Mercedes Pomares y la formidable pasadora Imilsis Téllez en 1978, en la antigua ciudad de Leningrado, derrotara a la URSS, China y Japón, Cuba y su preparador Eugenio George comenzaron a escribir con letras doradas su impresionante historia.

Aunque por designios de Fidel Castro, la Isla no participó en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 1984 y Seúl 1988, la escuadra criolla, bautizada por el comentarista deportivo habanero René Navarro como "las espectaculares Morenas del Caribe", obtuvieron tres títulos olímpicos en fila: Barcelona 92, Atlanta 96 y Sidney 2000, además de coronarse en los campeonatos mundiales de Brasil 1994 y Japón 1998.

La debacle del voly femenino comenzó con el nuevo siglo. La emigración de jugadoras fue una sangría importante. Problemas internos dentro de la comisión nacional de voleibol, provocaron la salida de Eugenio George, padre de los grandes éxitos. Se comenzó a probar un nuevo sistema de juego, el cinco-uno, donde una sola jugadora era la encargada de pasar, obviando el antiguo sistema del cuatro-dos, con dos pasadoras que en la práctica se transformaba en seis atacadoras y deficiencias en la captación de talentos, propiciaron un declive que aún no se ha recuperado en el voly para mujeres. Estrellas como Melissa Vargas, por su cuenta optan por obtener contratos en ligas europeas o sudamericanas.

En el voly masculino ha sido un poco al revés. Sin obtener grandes triunfos ni poseer una dinastía como las Morenas del Caribe, se hacían sentir. Ya en los Juegos Olímpicos de Montreal 1976 fueron medallistas de bronce y alcanzaron segundos lugares en los dos campeonatos mundiales celebrados en Italia, en 1990 y 2010.

Según Eduardo, profesor especializado en deportes con pelotas, la escuela cubana de voleibol, en las ramas femenina y masculina, “se basa en la potencia física, tanto en el salto como en la pegada al balón. Y en un buen bloqueo en la net. Sus deficiencias son en la defensa de campo, recibo y algunos aspectos individuales técnico-tácticos. Lo ideal sería pulirlos, propiciando que nuestros atletas participaran en un mayor número en ligas europeas”.

En opinión de Eduardo, en Cuba el voleibol es un deporte de laboratorio y no tiene la masividad del béisbol, fútbol o boxeo. "Sus campeonatos nacionales son cortos, mal organizados y no existe rivalidad. Para pulir errores hay que codearse con los mejores. ¿Dónde juegan los mejores? En Italia, la mejor liga del mundo, o en Rusia, Polonia y Grecia. En América, Brasil tiene una liga muy potente y Argentina crece en calidad. En Puerto Rico también existe una liga de nivel. El voly fue el primer deporte cubano en autorizar la contratación de jugadores, a fines de los 90. Pero las autoridades se quedaban con la mayor parte del dinero, sin contar que los jugadores llegaban en baja forma a las principales competencias del año”.

El voly masculino cubano ha sido inestable, precisamente por la marcha de jugadores a otros países. En diciembre de 2001, luego de ganar una liga mundial en Europa, seis jugadores, entre ellos el mejor central del mundo, Ihosvany Hernández y el atacador auxiliar Ángel Dennis, que se encontraban en una concentración de entrenamiento en Bélgica huyeron en tren hacia Italia.

En el período de 2006 a 2010, Cuba ha preparado sextetos de lujo, pero no acabaron de cuajar porque sus voleibolistas decidieron saltar la cerca y jugar en clubes foráneos, ganar dinero y administrar libremente sus finanzas.

Los amantes del voly se frotaban los ojos con la selección que venía en camino, entrenada primero por Gilberto Herrera y después por Orlando Samuel. El equipo regular tenía seis jugadores con una talla por encima de los dos metros.

Entonces, el equipo cubano era el más alto del mundo. Su pasador, Oriol Camejo, medía dos metros y cinco centímetros. En aquella etapa hubo atacadores de fuerza como Michael ‘El Ruso’ Sánchez o Raydel Poey con pinta de extraclase.

Leonel Marshall, un atacador que escalaba a las nubes, tiene el récord mundial en salto: alcanzaba los tres metros ochenta como si estuviera silbando. Osmany Juantorena, sobrino de Alberto Juantorena, quien se desempeña en la liga italiana, hasta hace dos años estaba considerado el mejor voleibolista del planeta.

Ahora mismo, alrededor de veinte voleibolistas nacidos en la Isla, la mayoría de primer nivel, brillan en ligas europeas o sudamericanas. No pocos de ellos están dispuestos a jugar con su selección. Pero es el régimen el que no los autoriza. Precisamente esa absurda politización, viene pasando factura al deporte en Cuba, que cada año retrocede en calidad.

Es el voly masculino el único deporte por equipo que pudo clasificarse para los Juegos Olímpicos de Río 2016. Si no obtuvo una mejor actuación fue porque unos meses antes, seis voleibolistas cubanos fueron acusados en Finlandia de una violación sexual múltiple y cinco condenados a prisión.

El sexteto que clasificó para el Campeonato Mundial de 2018, presenta una nueva hornada de futuras estrellas. Pero si deciden probar suerte en otras naciones, será muy difícil que Cuba pueda volver a alcanzar triunfos importantes en la arena internacional.

El fondo de armario de la Escuela Nacional de Voleibol, situada en la Avenida Boyeros, tiene un límite. No se pueden producir grandes voleibolistas como si fueran salchichas.

Iván García

Foto: Equipo cubano de voleibol masculino, ganador de la medalla de plata en el Campeonato Mundial Sub-21, efectuado en la República Checa del 23 de junio al 2 de julio de 2017. Foto tomada del blog La Mejor Peña Deportiva de Cuba.

lunes, 8 de enero de 2018

¿Nostalgia por la avalancha soviética?



Se les desbordaba la añoranza por los soviéticos a Raúl Castro, Machado Ventura y los generales de las FAR que asistieron al homenaje por el centenario de la revolución bolchevique en La Habana.

A pesar de la alianza estratégica, los mandamases saben que no es lo mismo Rusia que la Unión Soviética.

Si en octubre de 1962, bajo la hoz y el martillo, Khrushev se dejó impresionar por Kennedy y se llevó de Cuba los cohetes atómicos, a pesar de la rabieta del Comandante, ¿de qué no serían capaces hoy, aun con el duro Putin al frente, cuando sobre los misiles intercontinentales y los submarinos nucleares ondea la bandera de los zares? Pero, ideología aparte, un imperio sigue siendo un imperio, aunque cambie de nombre.

El general-presidente y sus generales nostálgicos han perdonado las desavenencias y decepciones, como aquella del retiro de los misiles que los hizo gritar, henchidos de despecho, “¡Nikita, mariquita, lo que se da no se quita!”. Prefieren recordar los tiempos felices, que se iniciaron el 13 de febrero de 1960, cuando llegó a La Habana el canciller Anastas Mikoyán para firmar un tratado comercial que garantizó las armas, el petróleo de Bakú y la compra subsidiada del azúcar que Cuba producía.

El millonario subsidio del Kremlin ligó tan umbilicalmente al régimen castrista a la Unión Soviética que en la Constitución de 1976 se le juró fidelidad eterna, un voto que se mantuvo hasta 1992, cuando hacía meses de su desintegración. La nostalgia soviética de los mandarines me hace recordar la avalancha rusa que tuvimos que soportar los cubanos durante casi tres décadas.

Junto con los productos de la Feria Comercial que vinieron con Mikoyán, llegó el adoctrinamiento comunista: las Obras Completas de Lenin -cuyo papel cebolla usábamos para hacer cigarros-, el libraco de economía política de Nikitin, los manuales de marxismo-leninismo de la Academia de Ciencias de la URSS, y editados por la Imprenta Nacional, con destino a las mochilas de los milicianos, para que tomaran ejemplo, Los hombres de Panfilov, Así se templó el acero y La carretera de Volokolamsk.

Las películas de Mosfilm sustituyeron a las de Hollywood. En vez de los silbidos de la Marcha sobre el puente del río Kwai hubo balalaikas y acordeones que saludaron nuestra incorporación al reino de la colectivización y los planes quinquenales. A los soldados del Ejército Rojo que vinieron a custodiar los misiles nucleares y que luego se quedaron para asesorar a las FAR ya los conocíamos de aquellas películas.

En los filmes habíamos visto como luego de combatir aguerridamente, entre una batalla y la otra, junto a las esteras de los tanques T-34, devoraban papas hervidas y humeantes sopas de col, bebían vodka a pico de botella y gritaban ¡Hurra! por cualquier motivo. Cuando se instalaron en Cuba, lo que descubrimos fue su espantosa peste a grajo, y que cuando se emborrachaban, que era cada vez que podían, se ponían sentimentales y lloraban a moco tendido, no sólo cuando evocaban a sus familias, sino también porque no aguantaban el calor y los mosquitos, y sus oficiales, rutinariamente, los insultaban y abofeteaban.

Los cubanos, hambrientos y en la indigencia como ya estábamos, para consolarlos, les suministrábamos alcohol del peor a los 'ruskies shelaviekas' a cambio de botas, camisas de nylon -que faltos del desodorante Fiesta nos hacían partícipes de su proverbial peste a grajo- y las consabidas latas de carne.

Para entonces, también había técnicos rusos con sus mujeres, con dientes de oro y vestidos de flores estampadas, que para nuestro espanto, no se afeitaban las piernas ni las axilas. Tan pronto se instalaron en sus barrios especiales, se sumaron al cambalache y la reventa de los productos que compraban en sus mercados también especiales.

Recuerdo a una rusa treintona, divorciada, de bastante buen ver, pero no muy aseada, que vivía en los edificios de La Siberia del Reparto Eléctrico -el equivalente de la zona rusa de Alamar- que por ganarse unos pesos lo mismo vendía latas de carne que pastillas de edulcorante sintético para el café.

Las rusas que luego vinieron, casadas con cubanos que estudiaban en la URSS, como habían nacido después del estalinismo, eran más bonitas, se arreglaban mejor y se adaptaron bien a la convivencia entre nosotros.

El País de los Soviets nos inundó, además de con armas, petróleo y maquinarias, con el realismo socialista en el arte o lo que los comisarios entendían como tal, los libros de la Editorial Progreso, las matriushkas, los muñequitos rusos, las sopas salianka del restaurant Moscú, las latas de ajíes y coles rellenas con sabor a apio, los relojes Poljot, los discos Melodya, los tocadiscos Akkord que no aguantaban el calor, los radios Selena que ¡hurra, aleluya! nos permitieron acceder a la FM yanqui, los televisores Krim que funcionaban a puñetazos, las lavadoras Aurika que eran irrompibles, pero destrozaban la ropa, los camiones Kamaz, los carros Lada, Volga y Moskvich para los elegidos, y las revistas Sputnik y Novedades de Moscú, hasta que en 1989 las prohibieron.

En vano se esforzaron por enseñarnos el ruso por Radio Rebelde, porque nos gustaran las películas de Mosfilm o por inculcarnos costumbres del Konsomol, como aquella de que los recién casados salieran de la notaría o el Palacio de los Matrimonios, en vez de al lecho nupcial, a poner flores en los monumentos.

De todo aquello, hoy solo quedan los Lada y Moskvich (cuyas piezas de repuesto a veces hay que traerlas de Hialeah), la manía por los nombres rusos, generalmente mal escritos, la mala fama de toscos y chapuceros de “los bolos”, y chatarra, mucha chatarra.

Las añoranzas soviéticas de los ancianos que nos desgobiernan no son compartidas por el resto de los cubanos. Para nada extrañamos a los tovarich. ¿Algo suyo que se eche de menos?

Si acaso, los muñequitos rusos, por algunos traumatizados cuarentones de la llamada generación Bolek y Lolek, dibujos animados que eran realizados en la URSS, si no en Polonia; el vodka Stolichnaya, por su rápido efecto para ahogar las penas; y luego de tanta hambre pasada y por muy a sebo que supieran, las latas de carne que tantas veces maldijimos.

Luis Cino Álvarez
Cubanet, 17 de noviembre de 2017.

jueves, 4 de enero de 2018

La Cuba de Carlos Manuel Álvarez



Cuando era un niño de 10 años, Carlos Manuel Álvarez (Matanzas, Cuba, 1989) conoció en persona a Fidel Castro. En cadena nacional, el entonces presidente de Cuba le preguntó qué quería ser de grande. Él respondió que médico. Después Fidel lo abrazó y posiblemente le dio un beso. Así lo recordaría dieciséis años después Carlos Manuel Álvarez, en el ensayo El abismo entre Castro y Fidel que publicó en The New York Times dos días después de la muerte del líder de la Revolución cubana.

Al final, Carlos Manuel Álvarez fue periodista y no médico. Además del Times, ha colaborado con medios como OnCuba, El Malpensante y El Estornudo, una revista digital que fundó con un par de amigos a inicios de 2016 y en cuya descripción se lee: «Revista independiente de periodismo narrativo, hecha desde dentro de Cuba, desde fuera de Cuba y, de paso, sobre Cuba». En 2015, ganó el premio de periodismo narrativo Las Nuevas Plumas y hoy, a sus 27 años, lleva ya dos libros publicados: uno de ficción, La tarde de los sucesos definitivos (Criatura Editora); y un volumen de crónicas, prologado por el argentino Martín Caparrós, cuya reciente publicación suscitó esta entrevista.

Las crónicas que forman La tribu. Retratos de Cuba (Sexto Piso, 2017), ¿las hiciste pensando en un libro o, más bien, las trabajaste individualmente hasta que te diste cuenta de que podías compilarlas?

-Hay dos momentos. Al inicio, escribía sin idea alguna de hacer un volumen de crónicas, de hecho un par de textos los hice en 2013, aún siendo estudiante. Después me di cuenta de que lo que me tocó vivir eran años de un particular interés en la historia de Cuba: un momento bisagra, porque si bien no hubo variaciones estructurales en el país, sí hubo un cambio económico, social, en el ámbito cultural y también político, en cierta medida. Entonces, para hacerte el cuento corto, ese fue un primer momento, y después hubo otro, cuando me di cuenta de que con las historias que tenía y otras, en las que quería seguir trabajando, tendría una especie de mosaico de esa etapa histórica.

Se trata, entonces, de un libro que cuenta Cuba desde la gente. ¿Qué otros hilos le dan unidad a esas crónicas?

-Ese es un punto interesante en cualquier libro de periodismo narrativo (contar la historia desde la gente), pero en mi caso, que es el caso cubano, la idea es devolverle a las cosas su función primaria. Es decir, contar la realidad de Cuba a través de historias que supongan una especie de alegoría y que expresen algo más del país. Cada historia del libro es también un fin en sí misma, porque (por ejemplo) me interesan mucho los hechos de la salud pública en Cuba o lo que significa la política en la vida común y corriente de los cubanos. Ese es el punto central del libro, contar al país con historias que se escriben con h minúscula: la migración, el exilio, qué es la música para los cubanos… El libro tiene determinados temas con una carga política, pero también sobre la cotidianidad cubana.

Las crónicas de La tribu. Retratos de Cuba se sitúan entre 2013 y fines de 2016, una etapa marcada por cambios en la política económica y social de Cuba, el deshielo de las relaciones diplomáticas con Estados Unidos -que ahora lucen aletargadas con la administración Trump- y por lo que representó para la Revolución cubana la muerte de Fidel Castro, ocurrida el 25 de noviembre de 2016. Fue un trabajo al que Carlos Manuel Álvarez le dedicó cuatro años y cuya última parte escribió entre su país y la ciudad de México, donde está radicado actualmente.

¿El libro ha tenido alguna reacción política en tu país? ¿Se publicará en Cuba?

-No ha tenido la menor reacción. Tampoco creo que se publique en Cuba, a pesar de que ese debería ser su nicho natural y de que eso es lo que me gustaría. No hay que ser ingenuo: hay que ver los temas que trata el libro o la manera frontal en la que habla de figuras como Fidel Castro, sin contar con otras historias. Entonces va a ser imposible que una editorial cubana, si todas las editoriales cubanas son del Estado, se atreva a publicar un libro como este.

¿Muestra una revolución en decadencia?

-Sí, algo que se ha dado por llamar revolución, porque un viejo orden se sustituyó por uno nuevo en Cuba, hace ya muchos años, y de los rastros de la revolución no queda ninguno, salvo el secuestro semántico que ha hecho el poder político, que se sigue llamando desfachatadamente revolución. La auténtica revolución, a estas alturas de 2017, es justamente su reverso. Cuba es el antónimo de revolución.

Siendo estudiante de Periodismo, en la Universidad de La Habana, Carlos Manuel Álvarez empezó a publicar sus primeros textos en Cubadebate, un sitio web al que él considera "la bandera de los medios oficiales en Cuba, el más políticamente activo y progubernamental (en internet)". En ese tiempo no le pagaban, cuenta, pero le dieron la oportunidad de publicar. Después colaboró con otros medios como OnCuba, "una publicación norteamericana con corresponsalía permanente en La Habana" y poco a poco se hizo una carrera independiente, o como se conoce en el mercado editorial: empezó a trabajar de freelancer. Sobre el tiempo que ejerció el periodismo en La Habana, dice:

-Mi carrera como periodista en Cuba, siempre la resumo como un alejamiento proporcional de los medios que están controlados por los aparatos de propaganda del poder. Un alejamiento hacia la periferia, que implicó trabajar en medios cada vez más pequeños, cada vez más a contracorriente, en los que es más difícil establecer un canal de comunicación directa con el lector. Pero, por otro lado, esa misma distancia (del poder político) es directamente proporcional a la libertad que se tiene para escribir.

¿Se puede hacer periodismo en Cuba?

-En Cuba hay un germen de lo que podría ser el periodismo. Periodismo independiente siempre ha habido, sobre todo desde los años noventa hay expresiones a contracorriente y gente que ha sufrido prisión por eso. Pero ahora, digamos, hay cierta apertura desde el punto de vista económico y cultural, que ha permitido brotes de periodismo y que el ecosistema (de medios) empiece a diversificarse. En Cuba se está hablando del renacer de un periodismo independiente, que puede significar el único espacio donde se haga un periodismo real. Puede que desde ahí también se haga un mal periodismo, de hecho muchas veces eso ocurre, pero lo que quiero decir es que ese es el único nicho que se acerca a lo que debe ser el oficio.

¿Cómo cambia la llegada al poder de Donald Trump, el actual presidente de Estados Unidos, al momento histórico en el que transcurre tu libro?

-La tribu. Retratos de Cuba es un libro que está contado, de alguna manera, en tiempo real, y como relato tiene el privilegio de que cierra con un momento definitivo, que es la muerte de Fidel Castro. Trump podría representar una regresión, pero me parece que el deshielo, el acercamiento comercial y diplomático con Estados Unidos es ya inevitable. Habría que ver cuáles son las intenciones reales de Trump, pero me parece que, en el peor de los escenarios, podría estancar o imprimirle menos velocidad a esta apertura o avance en las relaciones diplomáticas de ambos países, pero no va a poder revertirla.

Vives actualmente en México, colaboras con medios internacionales y has publicado ya dos libros. ¿Qué va a pasar ahora? ¿Seguirás escribiendo sobre tu país?

-Esa es una de las preguntas que me hago: ¿quiero seguir mirando Cuba y documentando lo que ahí pasa o me interesan otros escenarios?, y la verdad es que ahora mismo, desde el periodismo, no tengo ánimo de seguir insistiendo en el tema cubano. Al menos no de una manera tan punzante y deliberada, como lo hice con la escritura del libro. Claro que quiero seguir escribiendo artículos y crónicas sobre Cuba, pero no sé si con ese afán tan consciente de retratar el momento. Es probable que en adelante empiece a guiarme más por mis gustos personales. Lo digo solo como una posibilidad, pero hay algo que me interesaría mucho, que es contar Miami. Sería seguir contando Cuba fuera de Cuba o Cuba en otro país.

Xavier Gómez Muñoz
Cartón de piedra, 21 de julio de 2017.

Sobre el libro La tarde de los sucesos definitivos, ópera prima de Carlos Manuel Álvarez, leer lo que el autor escribió en El Caimán Barbudo; nota publicada en La Jiribilla y Muerte en La Habana, uno de los siete cuentos del libro.

Leer también: La extraña elegía de La Habana, publicado en 2010 en Cubadebate, cuando Carlos Manuel Álvarez era estudiante de periodismo. Después y hasta mayo de 2013, Cubadebate publicaría o reproduciría decenas de artículos, crónicas o comentarios deportivos escritos por Carlos Manuel; en On Cuba Magazine se localizan más de cien textos suyos; una veintena en Univisión; diez en El Estornudo; nueve en Cibercuba; ocho en El Caimán Barbudo; seis en BBC Mundo; seis en El Malpensante; cuatro en El Microwave y cuatro en The New York Times en Español; El inexplicable caso de los periodistas cubanos; "En Cuba no hay que esforzarse para que te acusen de apátrida"; Cuba, paraíso de la ciencia ficción; "Siento el tedio dentro de la isla" y Carlos Manuel Álvarez, cronista de la transición en Cuba.

lunes, 1 de enero de 2018