domingo, 23 de diciembre de 2012

¡Felices días de Navidad y Año Nuevo!



A todos los lectores, les deseamos Tania, Iván y Marco.

Foto: Flor de Pascua en Placetas, Villa Clara, Cuba. Tomada del blog Vintage 201.

sábado, 22 de diciembre de 2012

La Navidad antes de 1959



Antes de Fidel Castro y los barbudos tomar el poder, el 1 de enero de 1959, la llegada de la Navidad era un acontecimiento en todos los hogares, al margen del presupuesto doméstico y la categoría social. Nunca se dejaba de celebrar.

Las familias numerosas y de modestos recursos, como la mía, el 23 de diciembre llevaban un puerco, ya adobado, a la panadería más cercana para que se lo asaran. Los que vivían en las afueras, preparaban condiciones para asarlo en el patio.

En esa época, la década 1940-50, no se cenaba el 24 con bistec o una pierna de cerdo, como ahora se estila en Cuba, sino con un puerco asado completo, como el de la foto. Además, había la posibilidad de comprar las partes del animal que uno prefería, ya asadas, en los quioscos y timbiriches esparcidos por toda la ciudad, y que la inundaban con un sabroso olor a lechón asado.

También vendían pan con lechón, a 0.20 centavos. El pan de flauta era fresco, y luego de servidas las masas con sus correspondientes gorditos y pellejitos crujientes, el vendedor lo rociaba con un mojo de naranja agria, ajo y cebolla. Si a uno le gustaba el picante, le echaba un aliñado de vinagre con ají guaguao y pimienta de guinea.

El 23 era el día de los preparativos, de revisar si no faltaba nada o si había que comprar más. Entonces mandaban a los muchachos a la bodega de la esquina, a comprar más turrones, de jijona, alicante, yema o mazapán; nueces, avellanas, dátiles, higos...

Mis padres y yo siempre cenábamos el 24 en la casa de mi abuela Matilde, en Luyanó, barrio obrero en las inmediaciones de La Habana. Nos íbamos temprano, para ayudar en lo que hiciera falta. Como vivíamos cerca de Frutas Rivas, un almacén importador de frutas de California, frente al Mercado de Cuatro Caminos, llevábamos un cartucho grande con manzanas, peras y melocotones, que se ponían en una fuente en la mesa. En Nochebuena no se comían uvas: éstas se dejaban para despedir el año, el 31 de diciembre, a razón de doce por persona.

La cena solía consistir en arroz blanco, frijoles negros, puerco asado, fricasé de guanajo, ensalada de tomate, lechuga y rabanitos, yuca con mojo y tostones de plátano verde. Para beber, vino blanco o tinto para los adultos y refresco para los niños. De postre, dulce casero: coco rayado, mermelada de guayaba o cascos de toronja con queso blanco. Los turrones, nueces, avellanas, higos y dátiles se comían en la sobremesa. Al final, la imprescindible tacita de café.

El arbolito ocupaba un lugar especial en las salas de las casas. A veces les ponían algodón, para imitar la nieve. Debajo, más grande o más pequeño, el nacimiento o belén. En las tiendas vendían adornos navideños, importados de Estados Unidos o Europa, pero a la gente le gustaba decorar con flores de pascuas, común en los jardines cubanos en estos meses del año. Otra costumbre era el envío de tarjetas por correo y los intercambios de regalos.

Mis tres tías eran modistas; los dos tíos, carpinteros, y mi padre, barbero ambulante. Si a alguno se le presentaba un compromiso y no podía ir a cenar, tenía que pasar y disculparse con la abuela Matilde, una mulata que medía 6 pies y pesaba 100 kilos. Era la matriarca. Y para ella, Navidad, Nochebuena y Fin de Año eran citas obligadas para toda la familia.

Tania Quintero

jueves, 20 de diciembre de 2012

Manzanas en La Habana


No hay que esperar a que lleguen los días navideños para comprar manzanas en La Habana. Las venden en cualquier época del año.

Como todo en Cuba, a veces se pierden. Durante unos días usted puede comprar sin problemas, por la libre, arroz, papas, frijoles negros... Luego se esfuman varias semanas o meses. La inestabilidad en la distribución de productos trae consigo acaparamientos y rumores. Con ese optimismo desbordado que cargan los habitantes de una isla acostumbrada a la escasez, siempre confían que el barco esté a punto de llegar.

De cualquier manera, la manzana es un lujo en Cuba. Su precio oscila entre 0.50 y 0.60 centavos de peso convertible cada una (unos 0.70 centavos de dólar). Las hay rojas, amarillas y verdes. Cuando pregunto su procedencia, nadie con certeza sabe contestarme.

Últimamente, es más fácil comprar manzanas que frutas tropicales. Cosas raras que pasan en países donde la economía es un caos. Las guayabas, mameyes, mangos y naranjas están desaparecidos en combate. Es más cara una caja de jugo de naranja o mango elaborado en Cuba que una importada de manzana, pera o melocotón.

Los revendedores compran las manzanas por cantidades, para después ofertarlas a 10 o 15 pesos cada una, en las puertas de espectáculos públicos, parques infantiles o calzadas concurridas. Debido a su carencia crónica, el paladar de algunos niños se ha adaptado más a las manzanas que a las frutas cubanas.

En La Habana abunda también otro tipo de manzana. Son las del logo de Apple. Después los Castro se jactan de lo rudo del embargo. Pero en los barrios marginales de la capital usted ve a prostitutas, chulos y pingueros exhibiendo orgullosos sus iPhone.

Por los alrededores del Capitolio he visto muchachas con más pinta de jineteras que de estudiantes o intelectuales, con ordenadores portátiles de Apple, que le hacen la boca agua a cualquier periodista independiente.

Un amigo español me preguntó si en La Habana había una tienda de Apple. “Es que he visto sus productos en mayor cantidad que en Andalucía, y luego hablan de crisis y de embargo”, dijo. Y llevaba razón.

Cuba es así. Un país atípico. Lo normal es anormal y viceversa. De cualquier forma, prefiero las guayabas y los mangos criollos, a las manzanas vendidas en la isla, que no sé de dónde carajo vienen.

Iván García
Foto: Vendedor de manzanas en Regla. Tomada de Vendedores callejeros de manzanas, Primavera Digital, diciembre de 2011.

martes, 18 de diciembre de 2012

El primer arbolito



El dinero no podía destinarlo a esa compra, pero el sábado 7 de noviembre de 1998 gasté 6 dólares y 50 centavos en un pequeño árbol de Navidad de 24 pulgadas, sintético, importado de una zona libre del puerto de Colón, Panamá.

Venía en una caja de cartón y adentro traía los adornos. Yo había ido con mi nieta a comprarle unos caramelos al Photo Service, situado en la Calzada de 10 de Octubre entre Carmen y Vista Alegre, al doblar de mi domicilio, cuando me encontré una cola de unas diez personas.

"¿Qué sacaron aquí?", pregunté. "Están vendiendo arbolitos de Navidad, a 6,50, nada más. Son los mismos que en otros lugares los han vendido a 14 dólares", me respondió una señora que era la última de la cola. Fui a la casa y busqué el dinero: iba a ser la primera vez que en mi familia tendríamos un árbol navideño.

Cuando la niña y yo regresamos a la casa, las recriminaciones no se hicieron esperar. "Con ese dinero se hubiera podido comprar un pollo y sobraba para un paquete de salchichas canadienses". Pero Yania, mi nieta, estaba alborozada. Traté de convencerla de que todavía no era el momento de ponerlo. Pero ella, a sus 4 años, no entró en razones. Y desde esa noche el tradicional ornamento presidió la sala-comedor de nuestro modesto apartamento.

Lo colocamos en el único lugar posible: encima del viejo televisor ruso, en blanco y negro, que se oye pero no se ve. Un desperfecto que no impide que mi madre, de 81 años, todas las noches lo encienda para "ver" -en realidad escuchar- el noticiero.

Lo ocurrido en mi casa viene sucediendo en infinidad de hogares a lo largo y ancho del país. Desde inicios del mes de noviembre, las tiendas recaudadoras de divisas, las llamadas shoppings, comenzaron a vender adornos navideños y muchas ya fueron engalanadas para la fiesta anual de la cristiandad. En algunos establecimientos se puede adquirir un Santa Claus y por la calle Obispo, en la Habana Vieja, una tienda mostraba en sus vidrieras al Papá Noel de la tradición europea, sentado delante de una palangana, lavándose los pies.

En las CADECAS (casas de cambio), diseminadas por todos los barrios de la capital, a toda hora se ven colas interminables. No hay que ser muy ducho para darse cuenta de que desde principios de noviembre los cubanos residentes en Estados Unidos, España y otros países empiezan a mandar dinero para que sus familiares en la isla celebren la Navidad y la llegada de un nuevo año como Dios manda.

Tania Quintero
Cubafreepress, 20 de noviembre de 1998.
Nota.- El arbolito que ilustra este trabajo en nada se parece al comprado en 1998. Aquél, por cierto, lo dejé puesto en la misma mesita, ya sin el televisor ruso, el día que me fui de Cuba, el 25 de noviembre de 2003.

domingo, 16 de diciembre de 2012

Comer, ése es el problema



Gracias a los 100 dólares enviados por parientes de Miami, la familia Calderón tuvo asegurado un buen menú durante cuatro días. Y Oneida, 71 años, ama de casa encargada de alimentar lo mejor posible a los 7 miembros de su núcleo -5 adultos y 2 niños- pudo descansar un poco de las colas y rondas por los agromercados a la hora de cierre, cuando se pueden comprar productos rebajados.

Echemos un vistazo a la carta gastronómica de los Calderón esos días. El jueves hubo arroz blanco, frijoles negros y una hamburguesa por cabeza. De ensalada, una tajada de aguacate. Sólo los menores tuvieron postre: un bocadito de helado de 5 pesos, comprado en un cafetín privado.

El viernes la cena no estuvo mal. Un filete de aguja, bastante delgado, que a 50 pesos la libra se consigue en el mercado negro. Arroz blanco, garbanzos, comprado en la shopping, con tocino y chorizo artesanal, ofertados en los agros particulares. Ensalada de pepinos y para los niños, una paletica de helado cubierta de chocolate, de ésas que por los barrios pregonan vendedores ambulantes en bicicleta, a 5 pesos la paletica.

El sábado siguió la buena racha. Congrí, carne de res en salsa, yuca con mojo, aguacate y jugo de guayaba natural. De postre los niños tuvieron una sorpresa: pastel oriental, elaborado por cuentapropistas.

El domingo, como es tradicional en Cuba, se suele preparar la mejor comida de la semana. Esa tarde los Calderón cenaron dos muslitos de pollo por persona -adquirido a 2.40 pesos convertibles el kilogramo-, arroz moro, y ensalada de habichuelas. Toda la familia tuvo derecho al postre: mermelada de guayaba con queso crema casero.

Con la barriga llena, luego de hacer una colecta, los dos hombres de la casa por 3.85 cuc compraron un litro de ron blanco Havana Club. Se la tomaron mientras en la televisión nacional veían un partido diferido de fútbol de la liga inglesa . Las mujeres se pusieron a conversar, esperando que terminara el fútbol para ver , en videos alquilados, los últimos capítulos de Pablo Escobar, el patrón del mal, serial que tiene enganchado a media isla.

Terminadas las tres horas de asueto dominical, Oneida vuelve con sus peocupaciones. En esas cuatro comidas, sumando aceite, sazonadores y condimentos, gastó 56cuc. Al día siguiente, con 136 pesos y los 9 cuc que le quedaron, debe armar el menú de la próxima semana.

La familia Calderón vive en una casa de tres habitaciones en un reparto habanero. Se puede considerar de ‘clase media’ en la Cuba de los Castro. Excepto Oneida, jubilada que devenga 111 pesos y los dos niños, los cuatro adultos son profesionales. Si se suman sus salarios en moneda nacional más el de uno que recibe estimulación en divisas, entre todos ingresan 3,258 pesos al mes. Muy por encima del ingreso promedio de una familia cubana.

El 95% de ese dinero, los Calderón lo gastan en alimentos . Y solo hacen una comida diaria. Desayunan pan con mayonesa casera y café. Almuerzan pan con tortilla o croqueta y jugo o refresco. Cuando algún familiar en el exterior les manda 100 dólares, las cosas mejoran. Y pueden adquirir buen pescado, pollo en la tienda por divisas, una pierna de cerdo, ahumados y hasta carne de res. Pero no todos en Cuba tienen parientes en Estados Unidos ni en Europa que regularmente les puedan enviar dólares o euros. Entonces el asunto de la comida se torna un verdadero dolor de cabeza.

Siempre es bueno recordar, el periodismo es reiteración . Hace un año, de un listado de precios de los alimentos, en divisas y en pesos, publicado en el post En La Habana se come bien... si se tiene bastante dinero la leche en polvo fue la que tuvo un aumento significativo: de 5.25 a 5.80 cuc el paquete de un kilo en las shoppings. Y en el mercado negro, de 60 a 80 pesos la bolsa de dos libras. Debe tenerse en cuenta que el salario medio en Cuba es de 450 pesos, equivalente a 18 dólares.

Oneida compra y lee la prensa. Por eso cuando el 13 de septiembre leyó en Granma que en “Estados Unidos cerca del 19% de la población tiene dificultades para comprar alimentos”, no pudo menos que sonreír. “Al menos allí se conocen y divulgan las cifras. Y solo dos personas de cada diez son las que están en esa situación . Aquí, te lo aseguro, son todos . Excepto los que mandan, claro”, señala con sarcasmo.

Y es que comer ha sido y sigue siendo el gran problema cubano. Ya comer bien es un capítulo aparte.

Iván García
Foto: Cerdo asado, comida típica cubana.

Leer también: Los ajustes de precios de Murillo (http://www.martinoticias.com/content/article/15355.html).

viernes, 14 de diciembre de 2012

La merienda


Quality made by communisim as cheap as 4 dollars only! by richard.bitz.

Caminando por los portales lineales y derruidos del corazón de La Habana, es muy difícil no encontrarse con alguien que venda una merienda. Ahí está.

Después de pasar el centro comercial de Carlos III, un tipo vestido de gris, custodio de algún centro laboral, la coloca en una silla de madera o plástica junto a una lata de refresco.

Ya todos en La Habana conocen el mensaje. El hombre desea vender su merienda. Vale 25 pesos, o un peso convertible (un dólar). Por lo general es un pan suave alargado con unas magras lonchas de jamón insípido y una fina lasca de queso.

A una parte del personal que suele hacer guardia para cuidar las dependencias estatales y vigilar el robo descarado de recursos se les entrega el panecillo y la gaseosa como un bocata.

Pero la cosa está mala. Desde 1994, cuando hicieron su aparición, muchas personas que reciben meriendas la venden. Es una entrada extra de dinero. No mucho. Pero alguna plata para comprar frijoles o unas hortalizas.

Hay meriendas suculentas de 4 dedos de gordo con abundante jamón, chorizo picante. Son las mejores. Se las entregan a muchos trabajadores de ETECSA (empresa de telecomunicaciones) en sustitución del almuerzo o cuando cumplen jornadas extras de trabajo.

A los empleados de esa empresa también les dan un litro plástico de refresco. Hay quienes lo venden a 40 pesos (1 dólar 80 centavos). Otros los utilizan en las meriendas escolares de sus hijos o como moneda de cambio.

Por ejemplo, para regalárselo junto con una merienda al doctor, maestra o policía de tránsito, quienes gentilmente les resuelven su problema. Marta, 43 años, durante un año guardó el dinero de las ventas de sus meriendas. Y con esa plata pudo adquirir un desfasado televisor chino Panda en 300 pesos convertibles.

Pero el récord en recaudar dinero por esa vía, sin dudas lo tiene Roberto, 56 años, empleado de ETECSA. “Cada día, vendía la merienda que me daban en un peso cubano convertible y lo iba echando en una alcancía. Diez años después, tenía 2 mil 640 pesos convertibles (unos dos mil dólares). Con esa cantidad voy a arreglar parte de la cocina y el baño de mi casa", dice a la salida de los almacenes Ultra, con un mueble sanitario entre sus brazos.

También lograban ahorrar dinero los que vendían sus meriendas a un precio más elevado en los “burles” (casinos de juegos ilegales). Pero al bajar la calidad, no pudieron seguir vendiéndolas a esos precios. Hasta las de ETECSA, que eran las mejores, han sido recortadas. Ahora le ponen menos jamón, queso y chorizo.

Las peores son las entregadas a los custodios de empresas. Así y todo, las meriendas tienen salida. Es difícil encontrarse algo más barato, acompañado de una gaseosa cuando el calor derrite a los habaneros.

La merienda es el sustento diario de un número importante de trabajadores de la capital. Si camina por los portales lineales y sucios del centro de la ciudad las verá. Junto a una silla plástica o de madera. A 25 pesos. O un peso cubano convertible.

Iván García
Foto: richard.bitz, Flickr
El Mundo/América, mayo de 2010. 

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Al menos, la papa es por la libre



Como pólvora se regó por toda Cuba. A partir del 1 de noviembre de 2009, las papas y los chícharos, se iban a vender sin racionamiento. Al dejar de ser subsidiados por el Estado, se venderán a precios más caros que los ofertados por la libreta de racionamiento.

La libra de papas que costaba 0.40 centavos de pesos cubanos (menos de 5 centavos de dólar) se venderá a peso, y la de chícharos, de 0.16 centavos, a 3.50 pesos (unos 20 centavos de dólar).

La medida ha sido vista con recelo por parte de la ciudadanía. Noel, 56 años, empleado, opina que “habrá que ver si funciona el abastecimiento de la papa y los chícharos sin causar déficit, yo al menos lo dudo”.

Como él, muchas personas dudan de la capacidad del 'generoso Estado', de garantizar calidad y abundancia.

Estela, 67 años, ama de casa, está que trina. Ella recibe una discreta pensión de 194 pesos (alrededor de 8 pesos convertibles o cuc) “y si liberan una serie de productos alimenticios y los venden según la oferta y la demanda, los grandes perdedores seremos las personas de bajos ingresos y que no reciben un dólar de remesas familiares”.

A Marilín, 35 años, empleada estatal, no le disgusta que desaparezca la libreta “pero creo que debieran subir los salarios, para poder hacer frente a una inminente carestía de la vida”.

Casi todas las personas consultadas en La Habana, desean que se elimine de un plumazo la famosa cartilla de racionamiento, pero tienen serias dudas de que el ineficiente aparato estatal garantice los alimentos básicos de forma estable.

La libreta, como se le conoce en la isla, es un cuadernillo pequeño que consta de 10 hojas, donde en la bodega, panadería, carnicería o lechería, anotan la correspondiente cuota -arroz, pan, huevos o leche- asignada a cada persona ese día, semana o mes (la leche, valga aclarar, es sólo para niños de 0 a 7 años).

Cada nacido y censado en la República de Cuba, tiene derecho a comprar 7 libras de arroz al mes, 3 de azúcar blanca, 2 de azúcar prieta, 20 onzas de frijoles colorados y 20 onzas de frijoles negros. Además, un paquete de espaguetis y media libra de aceite vegetal y dos sobres de café de 4 onzas. La venta de pan racionado es diaria, a razón de un panecillo de 80 gramos per cápita.

A los cubanos residentes en “el paraíso de los obreros y campesinos”, el benefactor Estado mensualmente le da derecho a comprar una libra de pollo, 10 huevos de gallina, media libra de pescado, 5 perros calientes elaborados con pollo y media libra de un picadillo de soya de bastante mal sabor. A esta distribución socialista, se une un jabón de baño y otro para lavar, que suelen demorar de dos a tres meses en llegar a las bodegas o tiendas estatales.

Con esta canasta de tiempos de guerra tienen que arreglárselas los cubanos. En el mejor de los casos, los productos ofertados por la libreta, duran entre 10 y 15 días, comiendo en pequeñas cantidades. La libreta de racionamiento fue implantada en marzo de 1962: es toda una recordista Guinness!

Que se recuerde, en el mundo moderno no ha habido un racionamiento de alimentos que se haya mantenido durante 47 años. Parece ser que el el gobierno del general Raúl Castro quiere abolir el triste récord. Está por ver si el Estado puede garantizar sin baches la distribución de alimentos a precios que no sean excesivos. Habrá que esperar.

De momento, en los agromercados visitados en los primeros días de noviembre, todavía no se estaban ofertando ninguno de los dos productos que fueron noticia en una población pendiente del más irrisorio gesto gubernamental.

En los años 70, los niños solían decir una curiosa consigna: "Viva Cuba Libre, la papa por la libre". Décadas después, de forma parcial se hace realidad aquel lema. Habrá papa por la libre. Ya la libertad es otra cosa.

Iván García
Foto: Adalberto Roque, AFP. Recogida de papas en las afueras de La Habana.
Publicado en noviembre de 2009 en Puntos de Vista, web ya desaparecida. 

lunes, 10 de diciembre de 2012

Ay, mamá Inés, ¿hasta cuándo sin café?



Al cumplir 7 años, después de darle un beso y un regalito, la mamá le dijo al niño que tenía dos noticias, una buena y otra mala. El pequeño, ya acostumbrado a afrontar los avatares de la satrapía, le pidió que le diera la mala noticia primero. La mala, le dijo, es que a partir de hoy te quitan el litro diario de leche asignado (30 litros al mes), y la buena es que te van a dar 115 gramos mensuales de café mezclado, que contiene 57,5 gramos de sucedáneos (chícharos )y 57,5 gramos de café Robusta (variedad de inferior calidad, la de mejor calidad es la Arábica, con mayor sabor y aroma).

El régimen informó que a partir de mayo de 2011, la cuota mensual de café que se distribuía en los primeros días del mes, se cambiará por café Robusta mezclado con chícharos. Como se excluyeron de la cuota los niños de 0 a 6 años -unos 852,800 según estadísticas oficiales de 2009- entonces, de los 11 millones 241,161 habitantes del país al cierre de 2010, el paquetico mensual de 115 gramos lo recibirán unas 10 millones 388,400 personas, que hacen un total de 14,336 toneladas de café mezclado.

En la nota oficial se indica que aún con el ahorro que significa cambiar una parte del café por chícharos, permanecería un subsidio de 190 millones de pesos (equivalentes a 7,6 millones de dólares), que sumados al pago de 4 pesos en moneda nacional por cada paquete mensual de 115 gramos para esos 10 millones 388,400 consumidores que lo recibirían, totalizaría un equivalente de 27 millones 545,700 dólares, que al precio informado por el régimen de 390 dólares la tonelada de chícharos y 2,904 dólares la de café, significaría una importación para ese fin de 5,603 toneladas de chícharos y 8,733 toneladas de café Robusta, lo cual implicaría que la mezcla a ofrecer estaría compuesta de un 39,08% de chícharos y 60,92% de café.

Sin embargo, en el paquete de 115 gramos que ya se comenzó a entregar se indica que contiene un 50% de sucedáneos (chícharos), por lo cual para cubrir la cuota de 14,336 toneladas de café mezclado habría que importar 7,168 toneladas de café Robusta e igual cantidad de toneladas de chícharos, lo que totalizaría, a los precios ya expresados, 23 millones 611,392 dólares, que comparado con el gasto de la población para comprarlo, de 27 millones 545,700 dólares, significaría que el subsidio sólo sería de 3 millones 934,308 dólares, equivalentes a 98,4 millones de pesos y no 190, como dice la nota oficial.

El sobre contiene indicaciones acerca de cómo manipular la cafetera al colar el engendro, quizás en previsión de roturas y hasta explosiones masivas de éstas, las cuales no están diseñadas para un producto de esa naturaleza. Es interesante resaltar, que mientras el chícharo se vende en forma liberada a la población a un precio de 3,50 pesos la libra, el contenido en el café mezclado lo adquirirá a 16 pesos la libra, equivalente a 1,391 dólares la tonelada, tres veces y media superior al precio del mercado mundial.

Se había informado que Cuba en 2011 importaría 17 mil toneladas de café por 45 millones de dólares, por lo que el precio previsto era de unos 2,647 dólares por tonelada y no 1,740 dólares por tonelada como se sobreentiende de la información del régimen, lo que implicaría que para cubrir el incremento de precios de la cuota de 11 millones 241,161 habitantes, y que ascendía a unas 15,513 toneladas, solo se requerían 13,6 millones de dólares adicionales y no 27 millones como se desprendería de esa nota.

Aunque solamente en 2011 se importaran las 7,168 toneladas de café necesarias para mezclar la cuota de la población, todavía estarían disponibles para otros fines unas 6 mil o 7 mil toneladas de producción nacional, de las que una parte se destina para su venta en divisas en paquetes de diversos tamaños, de los cuales la población compra preferentemente el de 250 gramos a un precio de 3,40 CUC, que equivale a 0,0136 dólares por gramo (13,600 dólares por tonelada), por lo que bastaría que el 64% de las 3,5 millones de familias cubanas comprara un paquetico de 250 gramos al año -en total 2 millones 235,294 sobrecitos- para cubrir los 190 millones de pesos (7,6 millones de dólares) que el Estado alega tiene que subsidiar. Pero para compensar los 98,4 millones de pesos (3,9 millones de dólares) a los que realmente asciende el llamado subsidio bastaría con que esa compra la hiciera solamente el 59% de los hogares.

No caben dudas, por tanto, de que la población está subsidiando a ese subsidio, ya que las compras por divisas son mucho mayores, pues el sobre de 115 gramos que recibe una persona al mes alcanza sólo para colar 3 o 4 veces en una cafetera de 6 tazas, y únicamente alcanzaría para tomar una taza diaria durante 18 ó 24 días como máximo.

La información aquí ofrecida no es exacta, pero sí lo suficientemente documentada para caracterizar los resultados de esta medida, que se suman a la ya amplia sucesión de decisiones impopulares dictadas en los últimos tiempos en la isla.

El buchito tradicional de café es una costumbre ancestral en Cuba y en tiempos de penurias, como ahora, su carácter estimulante ayuda a paliar las deficiencias alimentarias. De ahí que esta medida haya traído entre la población mucha más inconformidad y comentarios que las otras malas noticias que llueven últimamente.

Además, no es posible engañar a nadie tratando de sugerir que hubo una rebaja de precios al venderse el mezclado a 4 pesos en lugar de 5, que se pagaba por el no mezclado, porque hasta 2005 ese sobre de café mezclado se vendía a 24 centavos.

Por cierto, hay que aclarar que el café que se estaba vendiendo como puro era una mezcla de 30% de café Arábica y 70% de café Robusta. Cuando Bola de Nieve cantaba "ay mamá Inés, todos los negros tomamos café", además no estar mezclado el café, era Caracolillo, una variedad de sabor más intenso y de la cual hoy sólo puede disfrutar una minoría en Cuba.

Arnaldo Ramos Lauzurique
Martha Beatriz Roque Info, mayo de 2011.
Foto: Mamá Inés, cuadro de Ubaldo Arias.

sábado, 8 de diciembre de 2012

Café sin leche


En el otoño cubano de 2010, con lluvias memorables en el centro y oriente de la isla, se respiraron aires de pesimismo. Una nueva crisis. Otra más. De escasez material y espiritual estamos hartos. Somos uno de los países del planeta mejor preparados para sufrir. Un mérito de la revolución de los hermanos Castro.

Antes de ir al colegio, los niños menores de 7 años, toman un vaso de leche, hasta esa edad garantizado por la libreta de racionamiento. Los más grandes, a no ser que sus padres tengan divisas, café claro o lo que se pueda conseguir para desayunar.

La leche es un lujo en Cuba. Sobre todo la de vaca. La alternativa, para aquéllos que puedan pagarla, es la leche en polvo, a 5.25 pesos convertibles (casi 7 dólares) el kilo. O en el mercado negro, a 30 pesos (un dólar 25 centavos) medio kilo, cuando se encuentra.

Según los bodegueros, el Estado piensa eliminar el café de la cartilla de abastecimientos. No es gran cosa: un sobrecito de 10 onzas per cápita, cada dos semanas, de baja calidad.

Pero es el desayuno de cabecera del cubano de a pie, que lo toman solo. Incluso el café por venta libre corre peligro de extinción. Si damos crédito a la prensa oficial, Cuba tuvo que invertir 40 millones de dólares para comprar café en el mercado internacional.

Entonces hay que hacer recortes. El pato siempre lo paga el pueblo. Adiós a aquella etapa, en los años 60, cuando se produjeron hasta 60 mil toneladas de café. O cuando en la década de 1940 se exportaba.

De nada valió la peregrina idea de Fidel Castro de intentar sembrar café caturra a lo largo y ancho de La Habana, para que la capital se autoabasteciera. El problema es que casi todo lo que él toca, desaparece.

Y le llegó el turno al café. Si comienza a escasear, habrá que adquirirlo en monea dura. Quienes puedan. Pero, al levantarse ¿qué tomará la gente humilde sin acceso a dólares o euros? Quizás tilo u otro cocimiento. O "sopa de gallo" (agua caliente con azúcar prieta).

Me gustaría saber si el néctar negro desaparecerá también de las oficinas del comité central del partido comunista y otras altas dependencia oficiales, donde los dirigentes toman una tacita acabado de colar.

El resto lo guardan en grandes termos importados. Café fuerte, de buena calidad. Para eso son 'mayimbes'.

Iván García
Foto: Inflekt, Flickr
Blog Desde La Habana, octubre de 2010.

jueves, 6 de diciembre de 2012

Azúcar amarga



Josefa, 69 años, jubilada, nunca imaginó que el azúcar, uno de los productos más baratos que siempre hubo en Cuba, pudiera alcanzar tan altos precios. Cuando fue al mercado, en el mostrador vio el anuncio: 8 pesos una libra de azúcar refinada o blanca (0,40 centavos de dólar) y 6 pesos la cruda o prieta (0.30 centavos de dólar).

“Es una desvergüenza, vender el azúcar más cara que en el mercado negro. Mi pensión es de 200 pesos (9 dólares). Hace seis meses aumentó la tarifa eléctrica, y cada vez que venden un producto por la libre, su precio se multiplica por diez con respecto al mismo producto en la libreta de abastecimiento”, señala con disgusto.

En el mercado subterráneo, el azúcar suele costar entre 3 y 5 pesos la libra (0.15 y 0.25 centavos de dólar). Por la cartilla de racionamiento, a una persona corresponden 5 libras al mes, tres refinada o blanca y dos cruda o prieta.

Cubanos de a pie como Josefa están que trinan. Y llevan razón. Además del azúcar, aumentaron la libra de arroz liberado, de 3.50 a 5 pesos (0.15 a 0.20 centavos de dólar)

Las medidas para sanear la economía y propiciar su despegue, a quienes más afecta es a los jubilados y a las personas que viven de su salario y no reciben dólares o euros de parientes en el extranjero. Alrededor de un 35 % de los cubanos no reciben moneda dura. Hacen milagros para llevar dos platos diarios a la mesa y llegar a fin de mes. Gente que desayuna café sin leche y hace una sola comida caliente al día.

Los sectores más pobres de un país que ha socializado la miseria, además, le deben al Estado considerables sumas de dinero, por equipos electrodomésticos, como refrigeradores (neveras), televisores y ollas arroceras, hace un lustro otorgadas por Fidel Castro, en sustitución de artefactos antiguos -algunos de la década 1940-50- con alto consumo de energía eléctrica.

A Ricardo, 78 años, jubilado, vendedor ilegal de maní y cigarrillos sueltos en las paradas de ómnibus, el alto costo de la vida y la paulatina desaparición de la libreta le preocupa en grado sumo. “Dice el gobierno que los casos sociales y los ancianos sin recursos no quedarán desatendidos. Pero la realidad es que desde hace un tiempo el café, los cigarros, frijoles, arroz y ahora el azúcar, han subido demasiado, y por mi casa no aparecido ningún trabajador social. Para colmo, le debo al banco 12 mil pesos (500 dólares) por el televisor y el frío (nevera) que me cambiaron hace seis años. Por supuesto, no voy a pagar esa deuda. Mi pensión es de 213 pesos (8 dólares) y no tengo hijos ni familiares en Miami”.

El alto precio del azúcar en venta libre es inadmisible. No se puede justificar con el pretexto manido del embargo de Estados Unidos. Durante siglos, Cuba ha sido una de las mayores productoras de azúcar en el mundo. Desde los tiempos que éramos colonia de España, en la isla se elaboraban entre 4 y 5 millones de toneladas de azúcar. Éramos autosuficientes y la dulce gramínea era el principal rubro de exportación.

Luego llegó Fidel Castro con el discurso de una nueva nación, justicia e igualdad para todos. En su estrategia de desarrollo pensaba diversificar la agricultura -el país era monoproductor- y crear una industria robusta. Ni lo uno ni lo otro. Desde hace una década, la producción azucarera no supera los dos millones y medio de toneladas. Y el consumo interno, de 700 mil toneladas, tiene déficit notables.

Nadie puede entender que en una isla tropical, con grandes extensiones de tierra escaseen las frutas, hortalizas, legumbres y en particular el azúcar, sello de identidad nacional. La jubilada Josefa no piensa pagar el azúcar a 8 pesos la libra. “Es un atraco y un abuso”.

Si se llegara a eliminar la libreta, los cubanos que dependen de una miserable pensión, solo tendrían la opción de comprar azúcar en venta libre. O tomar el café amargo.

Iván García
Blog Desde La Habana, febrero de 2011.

martes, 4 de diciembre de 2012

"Hemos comido fricasé de gato"



En los últimos tiempos, sitios cubanos en el exterior han sacado a flote la producción y consumo en Cuba de claria o pez gato (catfish en inglés), voraz especie de agua dulce, de aspecto desagradable y que puede poner en peligro el medio ambiente si no se controla su cultivo en estanques.

El asunto ya fue noticia en 2006, a raíz del documental Revolución Azul, realizado por un estudiante mexicano de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, en las afueras de La Habana. Según Jesús Baisre, asesor de la industria pesquera, entre 1998 y 2000, a Cuba se trajeron dos tipos de clarias, la macrocephalus y la gariepinus, originarias de Asia y África. Las clarias fueron introducidas en el país para aumentar el consumo de proteínas de la población.

"Pero el remedio fue peor que la enfermedad, porque el pez gato se ha convertido en una poderosa amenaza para el ecosistema cubano", argumenta Nibaldo Calvo, licenciado en economía residente en México. Antes de 1959, el principal pescado de agua dulce que comían los cubanos era la biajaca. "En los 70 introdujeron la tilapia, que al principio a nadie le gustaba, por su sabor a tierra. Pero al no tener dónde escoger, no nos quedó más remedio que inventar recetas para que nuestras familias se la comieran", recuerda Lidia, 67 años, maestra jubilada.

Otros peces exóticos consumidos en la isla, además de la claria, son la tenca, lubina, corvina roja y carpa china. En abril de 2009, durante un taller realizado en Artechef, restaurant de la Asociación Culinaria de Cuba, en La Habana, fueron presentados numerosos platos elaborados con peces de agua dulce, entre ellos la claria.

Quien si no quiere oír hablar de "la claria ni de ninguno de esos pescaos raros" es José Miguel, 81 años. "Es increíble que en una isla, rodeada de mar por todas partes, tengan que gastar dinero criando peces y no hayan sido capaces de suministrarnos los pescados que los cubanos toda la vida hemos comido, como el pargo, la cherna, el serrucho y la rabirrubia".

La prensa local publica sobre la producción y consumo de clarias, y algunos periodistas reconocen su peligrosidad, sobre todo cuando debido a lluvias intensas o huracanes, los embalses se han desbordado y escapado de los centros acuícolas. Pero es entre los ecologistas, nacionales y foráneos, donde la polémica está servida.

El licenciado Calvo subraya que la expansión incontrolada de la claria en Cuba durante la última década, "está provocando serios estragos en la fauna y vegetación acuáticas, el equilibrio ecológico y la vida doméstica, porque arrasa con tilapias y ranas y puede introducirse en cuevas subterráneas, alcantarillados y tuberías caseras".

Y es que la claria o pez gato -también conocido por pez diablo- es capaz de deslizarse por tierra mediante fuertes sacudidas de la cola, en busca de alimentos fuera del agua. Al ser carnívoro, si anda suelto, se traga lo que encuentre a su paso: lagartijas, culebras, ratas y hasta aves, tortugas y cocodrilos pequeños.

En la población, de momento, no hay preocupaciones. Ni ecológicas ni alimentarias. "Que se sepa, nadie ha enfermado o muerto todavía por comer claria. Es un pescado prieto y feo, pero su carne es blanca y sabrosa. Cuando tengo aceite, empanizo y frío los filetes, o preparo croquetas, que a mis hijos les encantan", explica Roxana, 35, oficinista.

Un kilogramo de filetes de clarias cuesta alrededor de 39 pesos cubanos (1.50 dólares). "Es muy solicitado, se vende muy rápido. Me llegan 200 kilos y en dos días se acaban", declaró Dionis Cruz, vendededor de una pescadería en la capital. Ana Rosa, 70 años, ama de casa, defiende al polémico pez: "Dicen que las clarias comen ratones, pero si hemos comido fricasé de gato, y los gatos también comen ratones, comer ahora filete de claria es un lujo".

Durante los años duros del período especial (1990-2000), muchos cubanos sustituyeron los conejos por gatos, que una vez desollados no se diferencian. Si entonces en los baños de las casas se criaron cerdos, del zoológico desaparecieron animales y auras tiñosas habrían ido a parar a cazuelas hogareñas, comer claria es hoy lo más normal del mundo. Al menos para los cubanos.

Iván García
Foto: Claria o pez gato.

El Mundo/América, junio de 2010.

Leer también: Somos ya un pueblo de carroñeros.

domingo, 2 de diciembre de 2012

Comiendo para sobrevivir



Corría el año 1987. La perestroika ya había hecho su debut en la Unión Soviética. Y en Cuba no se presagiaba lo próximo de la debacle. Los cubanos no imaginaban que una etapa eufemísticamente bautizada como ''período especial en tiempos de paz''; estaba ahí. Pisándonos los talones. Esperándonos.

Para que perdiéramos el sueño con la Opción Cero (cero comida, a no ser la preparada por los militares en ollas colectivas, caldosas y ajiacos para repartir en los barrios). Para que nos pusiéramos a criar pollos y puercos en patios y terrazas. Y para que como unos condenados, los cubanos pedaleáramos en pesadas bicicletas chinas. Cuando todavía no se presagiaba que una década de calderos aún más vacíos se nos venía encima, me incorporé al equipo de realizadores de Puntos de Vista, espacio televisivo donde cada semana disímiles opiniones de gente en la calle eran entremezcladas con la de especialistas en el tema que se estuviera discutiendo. Asesorada por el ingeniero José Ramón López, un estudioso por cuenta propia del cuerpo y la nutrición, a mi redacción hice una propuesta de seis programas sobre los malos hábitos alimentarios y consejos para una alimentación más adecuada.

Sólo pude realizar tres Puntos de Vista: Vivir para comer, Comer para vivir y Algo más que comer. En 1987-88 era una utopía pretender algo así con una población obligada a consumir enormes cantidades de carbohidratos en pizzas, panes con croquetas (más conocidas como ''croquetas de averigua''), dulces y helados, y "sopa de gallo'' o agua con azúcar prieta, que hizo su entrada triunfal en 1990, al inicio del "período especial''.

López y yo éramos conscientes de que en esos momentos, pocas personas en Cuba prestarían atención a recomendaciones relacionadas con la necesidad de aumentar el consumo de vegetales y frutas; al predominio de las carnes blancas sobre las rojas (unas y otras eran escasas en la dieta del cubano de a pie de entonces, aunque no tanto como escaseó después) y lo dañino que resultaban el exceso de azúcar y grasas de origen animal, entre otros tópicos. Así y todo, lo intentamos.

Pese a contar con esclarecedoras entrevistas a científicos en el tema, pertenecientes a la Organización Panamericana de la Salud y el Instituto Nacional de Alimentación, Higiene y Epidemiología, los tres programas transmitidos no tuvieron demasiada trascendencia. El horno criollo no estaba para esos pastelitos.

Muchos años después de esos tres programas, las autoridades de los ministerios de la Agricultura, Salud Pública y Comercio Interior comenzaron una intensiva campaña para que los cubanos, reconocieran en zanahorias y remolachas, lechugas, tomates, coles, espinacas y acelgas, entre otras hortalizas, importantísimas fuentes de nutrientes naturales, proveedores de vitaminas y minerales junto con las frutas: éstas sí siempre han gustado a la población, pero además de escasear, cuando se consiguen en los agromercados hay que pagarlas a precios altos.

Los productos integrales, que salieron a la venta en los años 80, en el 2000 no se conseguían fácilmente. Lo que ha empezado a generalizarse es la propaganda en pro de la proteína vegetal. En los pocos establecimientos donde se vende, a 15 pesos la libra (el salario de un día y medio de un trabajador), se han colocado recetas de cómo preparar los raros granos, nada atrayentes a la vista. La nueva ola nutricional ha desatado toda clase de chistes y jaranas. Pero ni soñar conque los cubanos van a entrarle a ''la hierba y la fibra'' como si fueran japoneses.

En La Habana habían comenzado a funcionar varios restaurantes naturistas. El Jardín, de Línea y C, es uno de ellos. Pero la gente lo que realmente quiere es que le permitan elegir. Y sobre todo, poder determinar si desea acompañar las ensaladas con huevo, pollo, pescado, camarones o un bistec de res o de cerdo, así como disponer de leche, queso y mantequilla para la elaboración de ciertos platos.

Llevamos mucho tiempo comiendo para sobrevivir. Ha llegado la hora de poder comer no solo lo que sea más sano, sino también lo más sabroso.

Tania Quintero
El Nuevo Herald, 26 de junio de 2002. Posteriormente reproducido en Cubanet y Carta de Cuba.
Foto: Alcione, Panoramio. Restaurante naturista en La Habana Vieja.

Leer también: Crónica sin Coca Cola.

viernes, 30 de noviembre de 2012

Luciano, de mal en peor


Antes de que Raúl Castro aprobase enviar al paro a más de un millón de trabajadores, ya Luciano, 39 años, la estaba pasando mal. Ganaba 290 pesos (unos 12 dólares) en una oficina de trámites burocráticos al suroeste de La Habana. Disgustado por tan poca paga, laboraba solo 4 horas en el horario vespertino, pese a que un cartel aclara que dicha oficina, de lunes a viernes, abre de 9 de la mañana a 5 de la tarde.

En un improvisado local, Luciano aprovechaba las mañanas para confeccionar empanadas de harina rellenas con guayaba. Después de mover el rodillo hasta el cansancio, elaboraba 800 empanadillas. Luego se sacudía el polvo blanco, se alisaba el pelo con agua, se cambiaba la indumentaria y, a partir del mediodía, atendía trámites legales.

Siempre se las arreglaba para irse ante de las 4 de la tarde, hora en que lo esperaba un amigo para comenzar a preparar, en un viejo serpentín, un centenar de litros de alcohol destilado con miel de purga, que vendían a 7 pesos (40 centavos de dólar) la botella. Un ron 'cosaco', que provoca náuseas al probarlo, ya tradicional en los barrios marginales habaneros, donde la bebida de calidad es un lujo mayúsculo.

Con esos dos trabajos extras, Luciano se embolsillaba cerca de 90 dólares mensuales, casi nueve veces más que su salario estatal. Por eso, cuando en una reunión su jefe le dijo que quedaba ‘disponible’ -en la jerga oficial llaman así a los despedidos- Luciano se lo tomó con calma.

A partir de ahora, pensó, tendría más tiempo para sus oficios ilegales. Pero en diciembre la policía decomisó el centro clandestino de elaboración de empanadas, asestándole un duro golpe. Por si no bastara, se rompió el serpentín donde preparaban el trago amargo de los olvidados.

"Cuando el mal es de cagar, no valen guayabas verdes", dice un refrán cubano. Su mujer recogió los matules y se fue con los tres hijos para la casa de su madre. En una fiesta, entre licores y bailes eróticos, ligó a un viejo con la cartera abultada.

Luciano no quiere culpar a nadie por su mala suerte. Es lo que lo tocó. En su salvación vino una amiga que en su domicilio ha montado una tienda ilegal, dedicada a la venta de pacotillas traídas de Ecuador, Caracas y Miami. Ella le dio una cantidad de ropa para que la vendiera, se ganara unos pesos e intentara reconquistar a su esposa.

Cuando ya parecía que su desgracia había tocado fondo, fue pillado por la policía con un maletín cargado de artículos sin los comprobantes que justificaran su procedencia. Se lo quitaron todo y le pusieron una multa de 1,500 pesos (70 dólares). A su amiga ahora le debe 200 dólares por la mercancía decomisada.

Sin trabajo ni familia y con deudas. Así y todo, Luciano se considera una persona de temple. Confía que el próximo año su suerte cambie. De momento, peor no le puede ir.

Iván García

miércoles, 28 de noviembre de 2012

Yenima podrá celebrar sus quince

Quinceañera by Robin Thom.

El dinero llegó justo cuando más Ernesto lo necesitaba. Su hija Yenima estaba a punto de cumplir 15 años. Y no tenía con qué celebrárselos.

Pasada las 10 de la noche de un domingo, por un vecino supo que el número al cual le había apostado 250 pesos (10 dólares) había salido premiado en la "bolita" (lotería local, clandestina). De un golpe ganó 24 mil pesos (mil dólares).

Ernesto es un artesano privado. Cada día dedica doce horas intentando vender zapatos de piel y adornos de cuero. Le va mal. A duras penas gana lo suficiente para alimentar a su familia y comprarle leche y jugo a su madre enferma de cáncer.

Encima, con un saco de deudas a garroteros de la peor calaña. Ya había empeñado lo poco de valor que quedaba en su casa: un televisor chino Panda, un refrigerador de cuando Rusia era comunista y cubiertos de plata de su abuela.

El camino para ganar unos miles de pesos y salir a flote fue aventurarse a jugar a diario en la "bolita". A partir de 1959, todos los juegos de azar están prohibidos. Pero desde hace años, la policía mira para otro lado. Sabe que la "bolita" es la esperanza de los pobres, quienes conservan la vieja costumbre de intentar cambiar su destino apostando a los mismos números.

En Cuba existen bancos clandestinos que mueven grandes sumas de pesos cubanos. Arnaldo, 59 años, es uno de esos banqueros. Siempre ha vivido de la "bolita". Tras veinte años en el negocio, es considerado un tipo solvente. Tiene un par de casas confortables y dos autos americanos de los años 50.

Suele obtener lo que quiere. A cada rato, por debajo de la mesa le pasa un billete gordo a algún que otro policía severo. Un día cualquiera, Arnaldo gana 3 mil pesos (125 dólares). Más de 600 personas, a diario apuestan dinero en su banco.

Entre ellos Ernesto. Esa noche, cuando supo que había sido favorecido por la suerte, se fue al bar de la esquina. Compró tres cajas de cerveza Bucanero y seis botellas de ron añejo Caney. Puso a beber a todos sus amigos.

Al día siguiente pagó sus deudas. Adquirió carne de res y leche en polvo para su madre. Le dio 300 pesos convertibles a su mujer, para los 15 de Yenima. Fue con la familia a cenar a una paladar, y con el resto del dinero compró toallas y sábanas que hacían falta en su hogar.

Dos días después, estaba sin un centavo. Le quedaban problemas por resolver. Pero su hija Yenima celebraría sus quince. Y hasta hacerse un video paseando en un descapotable por La Habana.

Iván García
Foto: Robin Thom, Flickr

lunes, 26 de noviembre de 2012

Alberto cayó en la trampa


Alberto, 41 años, cayó en la trampa. Él había escuchado que el juego de la chapa era pura estafa. Todas las mañanas, en la parada del ómnibus veía a dos negros robustos, que tiraban una manta en el suelo e invitaban a probar suerte.

El juego consiste en tres chapas de refrescos y una pequeña bolita de esponja. Los malandros mueven las chapas a una velocidad vertiginosa, mientras incitan a los incautos a que intenten acertar debajo de cuál chapa está la esponja. Si aciertas, dicen, pagan el doble del dinero apostado.

Alberto notaba que siempre había un pequeño coro de 4 o 5 personas alrededor de los jugadores. Solía mirar por encima del hombro y creía saber dónde se encontraba la esponja. No se decidía. El dinero que cargaba encima era necesario para dar de comer a su esposa y cuatro hijos.

Pero llegó el día D. Una sobrina de su esposa que reside en Miami le envió 150 dólares. Después de recogerlo en una sucursal de la Western Union, tomó el ómnibus P-3 con destino a su casa.

Dentro del propio bus, tres mestizos jugaban a la chapa. Una señora sudorosa y tres tipos con facha de gente seria probaban suerte. Alberto vio que uno de los hombres que jugaba tenía un mazo de pesos cubanos convertibles en la mano y sonreía.

Al parecer, las cosas le estaban saliendo a pedir de boca. Y se decidió a jugar. Pensó que si la fortuna lo tocaba podía duplicar o triplicar su dinero. Con su vista de águila, veía dónde los mestizos que movían las chapas colocaban la esponja.

“Voy 20 dólares a que la esponja está en la chapa del medio”, dijo Alberto con voz de jugador experimentado. “Si está seguro, porque no apuesta más dinero”, lo provocó uno de los que movían las pequeñas chapas.

“Por esta vez, sólo 20", respondió. Ganó y sintió que era su día. Luego subió la parada. Al llegar a su destino, se bajó del ómnibus sin un dólar.

Desolado llegó a su hogar. Tuvo que aguantar la riña de su esposa, quien empacó las cosas y se marchó con sus hijos para la casa de su madre. “Eres un irresponsable”, le gritó al tirar la puerta.

Una parada después de la que se apeó Alberto, se bajaron los estafadores. No eran dos jugadores como él suponía. Los tres tipos serios y la señora sudorosa también formaban parte del tinglado.

En un parque repartieron el botín conquistado y se sentaron relajadamente a beber cerveza. Luego, más tarde, volverían a intentar engañar a otro incauto. Como Alberto.

Iván García

sábado, 24 de noviembre de 2012

Jugar a matar



Ahora mismo, el enemigo personal de Edna es el Xbox. Madre soltera, ella creyó resolver el gran problema de las escasas opciones recreativas para su hijo, pidiéndole a sus parientes en Miami que le enviaran un soberbio y sofisticado equipo de videojuegos.

“Pensaba que mi hijo Michael, de 11 años, podría estar más tiempo en casa. Él era adicto a los videojuegos y en un mes a veces yo gastaba hasta 50 pesos convertibles (60 dólares) para que jugara en el piso de un vecino que alquilaba su equipo a un “chavito” (un dólar) la hora”.

La buena idea se convirtió en algo dañino. El chico se conecta con su Xbox desde que llega de la escuela. No hace vida social. Solo o en compañía de amigos, toma los mandos para jugar compulsivamente en videos ultra violentos que proliferan en el mercado.

A Michael poco le interesa la escuela. En horas de clases, no se concentra en los estudios y se la pasa hablando de la última versión de algún sanguinario videojuego. O escapa hacia la casa, para mejorar sus habilidades asesinas a la hora de matar virtualmente.

El objetivo de Michael es ser el mejor ‘killer’ entre sus colegas del barrio. Edna se ha levantado en la madrugada y lo ha visto atrapado con el Xbox.

Esta adicción de su hijo le preocupa muchísimo. Lo lleva a la consulta de un sicólogo, quien sin éxito intenta desintoxicarlo de la ludopatía virtual. Tanta violencia le está pasando factura a Michael. Se ha vuelto un chico impulsivo y de pocas palabras.

Los videojuegos aún no constituyen un problema grave en Cuba, como suele suceder en otros países. Pero es un fenómeno a tomar en cuenta.

La industria del ocio es un negocio que estremece. Mueve más de 48 mil millones de dólares al año, que dejan sin aire los 8 mil millones invertidos en el cine. Y apunta a gastar más plata. Según tanques pensantes, analistas y expertos en el tema, a la vuelta de un lustro esta industria podría convertirse en la séptima en importancia, sólo superada por la de armamentos, drogas, prostitución, casinos, alimentos y medicinas.

Geográficamente, Cuba está más cerca de Estados Unidos de lo que Fidel Castro hubiese deseado. A pesar de ser una nación embargada comercialmente por los americanos, y desde hace 53 años gobernada de forma autoritaria y sin un puñado de libertades, el último grito de la tecnología estadounidense llega enseguida a la isla.

Tal es el caso de los ordenadores Apple, el iPhone, iPad, Blackberry, Samsung Galaxy o los Xbox de última generación. También llegan los peores y más violentos videojuegos. Muchos niños y adolescentes los consumen a destajo. La adicción a juegos de sangre y muerte ha provocado no pocos sucesos trágicos en Estados Unidos.

En Cuba, la violencia juvenil no llega a esos extremos, pero ha ido aumentando. Debido a las innumerables carencias materiales, siempre habrá que tener un ojo avizor en las consecuencias que en los menores pueda producir la adicción a videojuegos violentos.

Edna no piensa que su hijo sea capaz de coger un cuchillo afilado de la cocina y apuñalear a cualquiera. Pero cuando observa su comportamiento agresivo tiene sus dudas. Nunca se sabe.

Iván García
El blog de Tania Quintero, 3 de enero de 2011.

Foto: Tomada de soitv.

jueves, 22 de noviembre de 2012

"Hacerse el santo"


Santeria white by TimBrighton.

Isabel, 62 años, vive de la religión. Y le va bien. Se ha especializado en 'hacer santo' a los extranjeros. Monta el trono y que vengan los euros. Preferentemente. Pues la mayoría de los “ahijados” de Miranda, son españoles, suecos, alemanes o daneses.

Desde hace tiempo, en Cuba se ha puesto de moda 'hacerse el santo'. Hay dos versiones de cobro: los extranjeros pagan en divisas y los cubanos en pesos. Las dos cuestan bastante dinero.

Las motivaciones para quienes viven en la isla suelen ser por problemas de salud, deseos de prosperar o el simple deseo de vestirse de blanco. La persona se acerca a una santera y le dice que quiere hacerse un iyabó, como se llama esa ceremonia en yoruba.

La santera tira sus caracoles. “Tienes que hacerte Yemayá”, le dice con un mocho de tabaco en la boca. Puede que la sugerencia parta al revés. Es decir, la santera a uno le diga que tiene 'un muerto oscuro' y le recomienda que se haga un iyabó.

Por lo general, a las personas que se les indica 'hacerse santo' tienen un alto poder adquisitivo. Ya sea porque tiene un buen puesto como funcionario del Estado, está casado con una extranjera, tiene un negocio por cuenta propia o vive del robo en su puesto de trabajo.

Entonces la santera o santero que lo consulta pasa a ser su 'madrina o padrino'. Es cuando tiene que abrir la billetera. Comprar animales para "dar de comer a la prenda" bien puede costarle tres mil o 4 mil pesos (110 o 170 dólares). Los gastos no paran. Ropas, dulces y bebidas para la fiesta de santo.

También debe pagar a las personas que le montan el trono cuando usted ya tiene hecho su santo, los músicos que estarán en la fiesta… Quienes disponen de 20 mil pesos (800 dólares) pueden 'hacerse santo' sin problemas.

A los extranjeros y turistas fanáticos de las religiones afrocubanas, les cuesta el doble. Por tradición, a los forasteros en Cuba se les ordeña como si fuesen vacas lecheras. Para ellos todo es más caro.

“Qué carajo, vienen del primer mundo”, señala Fermín, 45 años, un babalao que gracias al negocio de 'hacer santo' posee dos coches rusos y una casa equipada con los últimos artefactos electrodomésticos. Tanto dinero corriendo ha convertido la santería en un próspero negocio.

Aunque existen babalaos como René, 59 años, que respetan sus creencias. En su opinión, muchos santeros han convertido la religión yoruba en una alcancía. “No debiera suceder. En sus ansias por ganar dinero, rompen las normas de estos cultos. Condeno a los babalaos que le faltan el respeto a su profesión”.

Pero muchos santeros en la isla llenan la billetera consultando a extranjeros o cubanos con plata y sugiriéndoles que se hagan santo por cualquier asunto baladí. El grupo Kola Loka pegó alto con su reguetón La estafa del babalao, una sátira sobre la comercialización de la religión afrocubana en la isla y que en el estribillo dice "Padrino, quítame esa sal de encima".

Por cierto, hay un santo que según la lectura que saquen los babalaos al tirar los caracoles, debiera hacerse gratis a los asistentes a una consulta. Se llama Arosohumbe. Varios seguidores de la religión yoruba consultados dijeron no conocer a nadie que se lo haya realizado.

Gratis es una música que no suena agradable en los oídos de los santeros cubanos.

Iván García
Foto: Tim Brighton, Flickr

martes, 20 de noviembre de 2012

Creer está de moda


Cuando hace quince años el hermano de Marisela fue detenido, la familia prefirió buscar los servicios de un santero, un babalao y una espiritista antes que contratar a un abogado. El juicio demoró dos años y cuando llegó, el hermano de Margarita salió absuelto pese a una solicitud fiscal de 10 años de privación de libertad. Ese día, el santero fue encargado de "hacer el trabajo" en la sede del Tribunal Provincial, sito en Prado y Teniente Rey, en pleno corazón de La Habana.

La vista oral había sido convocada para las 9 de la mañana, pero el santero se personó cuatro horas antes con una mochila cargada de "materiales" para realizar el trabajo, todo mantenido en el más estricto secreto. Tampoco se sabe el monto del dinero gastado en los "tres representantes religiosos", pero el vecindario comentó que valió la pena, porque libraron al hermano de Marisela de la cárcel.

Hoy a su hermano se le puede localizar en Estados Unidos, a donde ilegalmente viajó y logró establecerse sin mayores contratiempos. Sin dificultad obtuvo los permisos de trabajo residencia y la ciudadanía. Parece que aún le dura la "protección" que le hicieron.

"No se puede vivir sin creer, menos en un país como Cuba, con tanta envidia y malos ojos. Donde hay tanta chivatería no se puede estar sin resguardo", dice Marisela, de piel blanca, ojos claros y un pelo teñido que una vez fue rubio. En otra época, eran los negros quienes pensaban y actuaban como ella, pero en la Cuba actual cada vez hay más gente blanca suscrita a los cultos afrocubanos.

'Hacerse santo' no es ya una ceremonia exclusiva de los descendientes de esclavos. Ahora uno en la calle se topa con mujeres, hombres y hasta niños blancos exhibiendo orgullosos la vestimenta identificativa de Iyabó, por lo regular mandada desde el exterior y complementada con vistosos sombreros. Se les ve con collares de los orishas de los cuales son 'hijos': Oshún, Yemayá, Shangó, Obbatalá, Oggún, Elegguá... Y pulsos de cuentas verdes y amarillas, evidencia de que 'han cogido la mano de Orula'.

Para Manolo, babalao negro de 76 años, "el fenómeno de los blancos metidos en la santería demuestra el poderío de nuestra raza". Una explicación simplista que no es compartida por Rebeca, psicóloga de 53 años. "Soy de la opinión de que no es un problema de superioridad de una raza sobre otra, porque si uno visita las iglesias católicas y los templos de otras denominaciones religiosas se percatará de que también acuden negros y mestizos", argumenta.

El asunto es más profundo. Según Oscar, investigador aficionado al sincretismo cubano, "el hecho de que muchos blancos acudan a la religión afrocubana tiene que ver con la pérdida de una fe y la búsqueda de otra". Según él, es perfectamente compatible que quien haya practicado toda su vida el catolicismo, como el caso de Marisela y su familia, se refugie en la santería ante una situación urgente o desesperada. "En la medida en que los cubanos dejaron de creer en la revolución, en la que tantas esperanzas habían depositado, comenzaron a buscar nuevos íconos en los cuales depositar su fe", explica.

A partir de 1980, tras el éxodo del Mariel y la participación de miles de cubanos en campañas militares en África, se hizo más notoria la búsqueda de mitos. "Hay que tener en cuenta que con la muerte del Che en 1967, un personaje mítico, se produce una especie de vacío en esa imaginería popular que tan bien retratara el escritor cubano Samuel Feijóo", afirma Rosa María, estudiosa del tema y convencida de que "el ser humano necesita tener siempre algo o alguien en que creer o a quien rogarle o pedirle ayuda en determinadas circunstancias".

Por otro lado, a ojos vista, la masonería ha adquirido una fuerza igual o superior a 1959, año en que un ejército de barbudos entró en La Habana con desgastados uniformes verde olivo, mostrando collares confeccionados con semillas de Santa Juana y ojos de buey, y con llamativos escapularios. Es significativa la cantidad de jóvenes que se han hecho masones o piensan ingresar en esa hermandad.

Alberto, blanco, 40 años, es uno de ellos. Labora en una institución científica y nunca se sintió atraído por la política y luego de meditarlo mucho, se decidió por la masonería. Lo ayudó Julián, negro, 50 años, poseedor de tres M: militar, militante y masón. Una troika -por llamarle de alguna manera- difícil de concebir antes de 1990, cuando el IV Congreso del Partido Comunista propició una cierta apertura al permitir que sus militantes, al mismo tiempo, pudieran pertenecer a una orden religiosa.

Mirta, de 75 años y maestra jubilada, fue una de las que respiró aliviada a partir de esta decisión gubernamental: "Toda mi familia fue bautista y yo tenía que esconderlo con gran dolor de mi alma". Mirta tuvo que aceptar una educación constitucionalmente laica, que en ocasiones era "francamente antirreligiosa, negando a Cristo y pretendiendo que los alumnos colocaran en altares ateos a revolucionarios vivos o muertos convertidos en héroes o mártires".

Nadie se extraña ya cuando al desandar el centro de La Habana encuentra a minusválidos pidiendo limosna para San Lázaro o Babalú Ayé. Al mismo ritmo que la idolatría por la revolución y sus líderes comenzó a desvanecerse, personas con tendencia a la veneración, depositaron su fe en los más diversos cultos. Los testigos de Jehová, otrora perseguidos, reprimidos y encarcelados, predican hoy por toda la Isla. Ha aumentado el interés por filosofías y credos orientales relacionados con Buda, Confucio, Mahoma, Sai Baba o deidades occidentales como el Cristo de Medinaceli o el Señor de los Milagros de Mailín.

Cubanos de disímiles generaciones han decidido ser fieles a dioses de rara impronta. Una señora ciega de 80 años es apasionada al Cristo del Corcovado, de Río de Janeiro, Brasil. Cuando aún no había perdido la visión, todos los 16 de noviembre -día de San Cristóbal de La Habana, santo patrón de la ciudad (Agayú en yoruba), le daba tres vueltas a la ceiba y de ahí se iba a Casablanca, donde se alza un Cristo, copia a menor escala del carioca.

Otra anécdota. A una parada de ómnibus llega un joven con jeans y pulóver con el rostro de Lennon estampado, otra deidad a la que adorar. Lleva colgado un instrumento musical y pasados unos minutos entabla conversación con la muchacha que le dio el último en la cola. Antes de abordar la guagua, saca rápidamente una postal del bolsillo posterior del pantalón y se la entrega a su interlocutora. Ella le da las gracias, pero no tiene tiempo para verla.

Cuando arriba a su destino, la Biblioteca Nacional, la mira con detenimiento. Se trata de una reproducción al óleo del cuadro The back of Christ (Cristo de espaldas), pintada en 1962 por Tomás Fundora, un pintor que la joven estudiante de medicina no sabe quién es. De Fundora es también la oración que aparece al dorso y que en estos tiempos de incertidumbre y desasosiego, la joven a diario le reza un Padre Nuestro.

Nunca más ella volvió a encontrarse con quien le regaló la postal, cortesía de Los Seguidores, una agrupación religiosa independiente. ¿Radican en Cuba o en el exterior? No lo sabe... lo único que tiene claro es que ese día dejó de ser agnóstica. Fue a la parroquia cercana a su domicilio y se inscribió en el catecismo para recibir el bautizo y la primera comunión. Sus padres, militantes del único partido legal, ni siquiera lo saben.

Tania Quintero
Encuentro en la Red, 30 de noviembre de 2001.
Foto: Rezando a Yemayá en los arrecifes del malecón habanero. Tomada del blog Nicanahuac del periódico El Norte de Castilla.

domingo, 18 de noviembre de 2012

Me considero agnóstico


El míster de la redacción me la ha puesto difícil. En un email en cadena le pidió a sus colaboradores en el continente que escribieran cómo se vive la Semana Santa en sus respectivos países. Joder.

Si de algo puedo alardear es de no saber nada sobre la Semana Santa. Les explico. Procedo de una familia comunista y nunca fui bautizado. Nací con la revolución de Fidel Castro, que ya se sabe, siempre vio con sospecha a los curas.

Sobre todo si no estaban de su lado. O eran guerrilleros de corta y clava, como el sacerdote colombiano Camilo Torres, o de la Teología de la Liberación, a la usanza de los brasileños Leonardo Boff y Frei Beto.

Mi ignorancia sobre el catolicismo se lo debo en lo fundamental a mi familia, que jamás de niño me llevó a una iglesia. También a la ideología anacrónica donde me formé y me hice hombre, y en la cual, creer en Dios, era perder el tiempo.

La revolución necesitaba hombres de nuevo tipo. Que odiasen las religiones y al imperialismo yanqui. Gracias a Dios, no mordí el anzuelo. La unanimidad artificial de criterios, la entente peligrosa con la antigua URSS, los focos guerrilleros por medio mundo, las movilizaciones militares y la obediencia hacia su líder, nunca fueron de mi agrado.

Incluso a pesar de que en estos años, muchos cubanos empezaron a llenar las iglesias, especialmente a partir de la visita del Papa Juan Pablo II, en enero de 1998, en Cuba no se respira ambiente de Semana Santa como en España, México, Perú o Colombia.

Crecí admirando a los basquebolistas estadounidenses Michael Jordan y Larry Bird. En video veía el juego fantástico de “la quinta del buitre” del Real Madrid de los 80. Y por supuesto, me gustaban los geniales chicos de Liverpool. Pero de religión siempre estuve en pañales. Es una de mis asignaturas suspensas.

La primera vez que leí la Biblia fue a los 20 años, cuando estuve enrolado en el servicio militar. Un amigo me la prestó y me dijo: “Lees mucho, pero te falta leer el libro principal de la vida”. Y fue importante para mí.

Pero aún ignoraba de qué iba la Semana Santa. Pensaba que era una práctica de las naciones que profesan el Islam. En la Cuba de verde olivo, las semanas que conocía, eran las de la defensa, o las tantas semanas de odio, que de forma cíclica genera el gobierno contra personas, presidentes o países que critiquen el estado de cosas en la isla.

Hablando francamente, ya siendo un hombre, periodista libre y crítico de la forma absurda que rigen los destinos los hermanos Castro, la Semana Santa siguió siendo un asunto de escasa importancia para mí. Recuerdo que amigos extranjeros, quienes en los meses de marzo y abril visitaban La Habana, me contaban sobre la celebración de la Semana Santa en sus naciones.

Me entraba por un oído y me salía por otro. Creo que tal vez algo existe. Pero he crecido en un país y una familia donde la religión “era un piano lejano que toca lejos en el horizonte”, al decir del escritor cubano Eliseo Alberto.

No sólo desconozco sobre el catolicismo. También soy neófito en materia de creencias afrocubanas. No estoy contento de mi ignorancia. Hubiera querido tener fe en alguna religión. Me voy por el camino más fácil. Al menos, sé quiénes tienen la culpa. Mi madre, refugiada política en Suiza, en su juventud tampoco tuvo apego a ninguna religión. Sus padres, mis abuelos, eran ateos. En los primeros 30 años de revolución, Fidel Castro siempre hizo todo lo posible para que las personas ignoraran la fe.

Nunca es tarde. Para complacer a la tía Candita, que era devota de San Lázaro, y antes de morir le pidió a mi madre "que no abandonara al viejo Lázaro", ahora ella le enciende una vela los 17 de diciembre, el día en que los cubanos lo veneran. Antes de partir de Cuba, el 25 de noviembre de 2003, debajo del colchón de mi cama, me dejó un resguardo y una imagen del santo de los mendigos perteneciente a la tía Candita, fallecida un mes antes de su salida.

Aunque me considero agnóstico, estoy educando a mi hija Melany en el respeto y conocimiento del catolicismo. Fue bautizada a los pocos meses de nacida y ahora, antes de dormir le leo una biblia infantil que le dieron en las clases de catecismo.

No sé rezar, pero por las noches le pido al Señor que la situación de mi país cambie; que los presos políticos vuelvan a sus hogares; que el destino no me depare ir a la cárcel por escribir lo que pienso; ver a mi madre antes que muera en su exilio forzado, y que la democracia y el respeto a las diferencias sean posibles en Cuba. Cuando se traspasa la barrera de los 40 años es triste no tener fe. De cualquier forma, míster, no sé qué voy a escribir sobre la Semana Santa.

Iván García

Foto: EFE. Procesión de la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba. Tomada de ABC.
Publicado el 23 de marzo de 2010 en El Mundo/América con el título Todos los santos son buenos. 

viernes, 16 de noviembre de 2012

Los fantasmas taciturnos de La Cabaña



Es una vibración personal. Cada vez que visito la Fortaleza de San Carlos de La Cabaña con motivo de la Feria Internacional del Libro, anualmente efectuada en ese recinto, los muertos del antiguo fortín militar caminan a mi lado como duendecillos incorpóreos.

Desde aquella época, cuando fuimos colonia de España, la mole de grandes piedras que por su privilegiada posición servía de escudo protector a la villa San Cristóbal de La Habana, ha sido plaza de maltratos físicos, dolor y muertes.

Primero fueron los negros esclavos. Se calcula que cientos de ellos murieron en los once años que duró su edificación (1763-1774). Cuando Fidel Castro tomó el poder el 1 de enero de 1959, designó al Che Guevara al frente de La Cabaña.

En los tres primeros meses de revolución, Guevara apretó festinadamente el gatillo. Las cifras de fusilados varían. Unas fuentes los sitúan en alrededor de mil y otras en más de 10 mil.

Lo real es que el propio Guevara lo reconoció, en un discurso pronunciado en las Naciones Unidas, Nueva York, el 11 de diciembre de 1964: "Nosotros tenemos que decir aquí lo que es una verdad conocida, que la hemos expresado siempre ante el mundo: fusilamientos, sí, hemos fusilado; fusilamos y seguiremos fusilando mientras sea necesario".

Después, la Fortaleza se convirtió en un presidio donde apiñados en sus húmedas galeras llegaron a convivir 4 mil reos comunes y presos políticos. En sus patios traseros, a tiro de piedra de un mar azul intenso, se llegó a pasar por las armas a decenas de 'contrarrevolucionarios', de acuerdo a datos del presidio político cubano.

En sus memorias, expresos han contado que cada noche, al unísono del cañonazo de las 9, de fondo se escuchaba la descarga de fusilería y los gritos aterradores de los ejecutados.

Con el paso del tiempo, la orgia de sangre se aplacó. Pero La Cabaña, además de una unidad militar, siguió siendo una cárcel horrenda y atestada de presos. Su mérito indiscutible: tener el mejor paisaje de la capital desde el otro lado de la bahía.

Vino la caída del Muro de Berlín y a la URSS se la llevó el viento de la historia. Castro, envejecido y enfermo, cedió el poder. Entonces La Cabaña se sumó a la danza de los dólares.

La maquillaron y la reabrieron, convertida en un parque histórico-militar. Una instalación turística donde desprevenidos canadienses, nórdicos e italianos, cenan mariscos en sus restaurantes, ven la ceremonia del cañonazo y mueven sus caderas de manera ridícula en discotecas creadas en antiguas galeras. A modo de resumen, entre arrecifes, olor a salitre y la deslumbrante vista nocturna de La Habana, hacen el amor con una jinetera de fuego.

Desde 1992, La Cabaña es sede de la Feria Internacional del Libro, cada año consagrada a un país y a una personalidad nacional. La vigésima, del 10 al 20 de febrero de 2011, se dedicó a los países del ALBA, una alianza diseñada por Fidel Castro y Hugo Chávez, integrada por nueve naciones del continente. Y a los intelectuales cubanos Jaime Sarusky (La Habana 1931) y Fernando Martínez (Yaguajay 1939).

La edición de 2011 también celebró el Bicentenario de la primera independencia de América Latina. Al igual que años anteriores, se vendieron miles de libros y fue recorrida por más de 500 mil de visitantes, habaneros en su mayoría. Asistieron cerca de 200 libreros y personalidades de la cultura de 40 países.

Pero los ilustres huéspedes a las Ferias Internacionales del Libro de La Habana, desconocen el pasado sangriento de la Fortaleza de San Carlos de La Cabaña. O si lo saben, tal vez pertenezcan a esos raros ejemplares de la izquierda mundial, convencidos de que las muertes de sus compañeros de viaje siempre se pueden justificar.

Iván García
Foto: ajnunezdiscurso, Flickr
Publicado el 9 de febrero de 2011 en 90 Millas, el blog de Iván cuando en 2009-2011 fue colaborador de El Mundo/América.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Fotorreportaje: un juicio convertido en espectáculo


 
 

La Habana. Enero de 1959. Palacio de los Deportes, hoy Ciudad Deportiva.
Ése sería el escenario escogido por el recién estrenado Gobierno Revolucionario, para celebrar el primer y más masivo juicio que tendría lugar en Cuba, apenas tres semanas después de la llegada de Fidel Castro y sus tropas rebeldes a la capital y se hicieran cargo del poder. De todo el poder. Hasta el día de hoy.
 
 

Los enjuiciados y condenados a muerte por fusilamiento fueron tres antiguos militares del ejército batistiano: el teniente coronel Ricardo Luis Guerra y los comandantes Pedro Martínez Morejón y Jesús Sosa Blanco, el más 'famoso' de los tres. Estaban acusados de innumerables delitos de corrupción, abusos y asesinatos. Un expediente criminal que exigía sentarlos en el banquillo de los acusados. Y juzgarlos, pero sin hacer de su juicio un espectáculo que durante días mantuvo en vilo a toda la isla. Ese despliegue publicitario volvería a repetirse treinta años después, con la Causa No. 1/89, y que condenara a morir fusilados, al general Arnaldo Ochoa, el coronel Tony La Guardia, el mayor Amado Padrón y el capitán Jorge Martínez.
 
 

El fiscal del juicio a Sosa Blanco fue Jorge 'Papito' Serguera, máximo representante de una "justicia revolucionaria" que fue aplicada a la manera rebelde y guerrillera primero, socialista y estalinista después. Todavía  vigente. A varias de las sesiones asistió Fidel Castro, por aquellos días convaleciente de un fuerte estado gripal. En 1989, él y su hermano Raúl prefirieron no estar presentes y dirigir tras bambalinas el circense juicio. El fiscal del Caso Ochoa fue Juan Escalona Reguera, desde entonces conocido como "Charquito de sangre".
 
 

Los relatos de las atrocidades cometidas por los tres militares enjuiciados fueron estremecedores.
 
 

A los novatos gobernantes, neófitos en política y derechos humanos y sociales, no les importó exponer ante cientos de personas, periodistas y cámaras de televisión, los testimonios de niños y adolescentes. Declaraciones que debieron haberse realizado a puertas cerradas.
 
 
 

Para presenciar el juicio, apoyar la "justicia revolucionaria" y la aplicación del paredón (pena de muerte), ciudadanos de todo el país fueron movilizados hacia la capital. Como se puede apreciar, los trenes se conservaban en buen estado y la gente andaba mucho mejor vestida que ahora.
 
 

Otros viajaron en cómodos ómnibus interprovinciales, todavía pertenecientes a empresas privadas, poco después nacionalizadas.
 
 
 

Los de la capital y provincias cercanas se movilizaron en camiones. Muy alegres. Como si en vez de ir a un juicio, fueran a desfilar por el Paseo del Prado en el carnaval de La Habana.
 
 
 

Junto a los periódicos, convocando a participar en un acto frente al antiguo Palacio Presidencial, pueden verse historietas de Superman y otros personajes. Eran los 'muñequitos' que venían como suplemento del periódico o se vendían por separado.
 
 
 

En el 59, muchos cafés también vendían
periódicos, revistas y billetes de lotería.
 
 
 

Un vendedor aprovecha el numeroso público en el Palacio de los Deportes, para vender Prensa Libre, uno de los periódicos nacionales cerrados en 1960. El de mayor tirada era El Diario de la Marina. Ahora cuesta creerlo, pero en 1959-60, miles de personas salieron a las calles de La Habana, a ritmo de pachanga, para respaldar el cierre de periódicos y revistas. El magnetismo del 'máximo líder' y el entusiasmo por su revolución "más verde que las palmas", nublaron sus mentes y no les permitió analizar de que estaban contribuyendo a instaurar un Estado totalitario. Sin libertad de prensa ni de expresión, entre otras.
 
 
 
 

A falta de internet, facebook y twitter, el medio de comunicación preferido
de Fidel Castro, desde el mismo 1959, fue la televisión.
 
Texto: Tania Quintero
Fotos: Joseph Scherschel, Life.
 
 

lunes, 12 de noviembre de 2012

Yunia sigue viviendo al borde del suicidio


Yunia Palacios, 30 años, es una suicida en potencia. Se le nota al mirarla. Ella y sus tres hijos viven mal y comen peor. Es una mulata indiada con ligero retraso mental y una vida casi animal.

Su historia es un suplicio. Para los medios oficiales no existen personas como Yunia. Pero las hay. Y aumentan en flecha.

Nació en la empinada y caliente ciudad de Santiago de Cuba. Siempre ha sido infeliz. Lo típico. Hija de padres alcohólicos que la abandonaron a su suerte. A los 12 años embarcó hacia La Habana -el Miami de quienes viven en regiones orientales- y cayó en las garras de un tío que mientras dormía le derramaba semen sobre su cuerpo infantil.

Se escapó. Huir es es su estado natural. Desandando sucia y hambrienta por la Autopista Nacional se tropezó con un hijo de puta, que le triplicaba en años y en maldad. La golpeaba a su antojo y la preñó tres veces.

El tipo, un ratero de baja estofa, fue a prisión por matar ganado. Obedientemente, Yunia iba a visitarlo en la cárcel. Cuando salió, la echó de la casa junto a sus hijos. Bueno, no era exactamente una vivienda.

Vivían en una choza de hojas de palmas y piso de tierra. Dormían en unas colchonetas mugrientas entre cucarachas y ratones. Yunia volvió a pernoctar donde la atrapara la noche. Esta vez con una carga adicional, sus tres niños.

La joven ha acudido a diferentes instancias del gobierno para solicitar un albergue o un cuarto donde vivir. Siempre le daban la misma respuesta: esperar. Desesperada, pensó tirarse desde un puente de 40 metros de alto.

Si se quitaba la vida, pensaba, las instituciones del Estado se harían cargo de los hijos. La sangre no llegó al río. Abogados y periodistas independientes la visitaron y divulgaron su caso en 2009.

Suele ocurrir en Cuba, que una situación al límite se ventila fuera de la isla. Y en ocasiones dan una respuesta oficial. Pero la existencia de Yunia sigue siendo un calvario: las autoridades dijeron que podía residir en casa del padre de sus hijos.

Lo ideal hubiese sido que le hubieran proporcionado un modesto piso o una habitación. “La situación económica”, respondieron los funcionarios. Y tuvo que volver a la choza de su verdugo.

Cuando por las noches el padre de sus hijos le propina violentas palizas, Yunia corre a un pequeño monte rodeado de marabú. Allí, en silencio, piensa en la mejor forma de morir. Cuando el sol calienta y muestra el verdor de la campiña, entre cantos de sinsontes y el rocío del amanecer, Yunia da marcha atrás a su plan suicida. Renace en ella la esperanza.

Comienza a soñar despierta. Vivir un día en una casita con sus hijos y poder comer hasta saciar el hambre. Es todo lo que pide. Su ilusión se viene abajo al regresar a casa. Con las nuevas golpizas, vuelve a rondar en su cabeza la opción del suicidio. Yunia nunca la ha descartado.

Iván García y Laritza Diversent
Blog Desde La Habana, septiembre de 2010.