lunes, 30 de junio de 2014

Conocernos en la cocina


Nadie piense que va a ver al escritor Sergio Ramírez (Masaya, 1943) con un delantal y un gorro de cocinero en el momento que le pone una pizca de sal a una fuente de gallo pinto, el tradicional plato nicaragüense de arroz y frijoles.

Su nuevo libro Lo que sabe el paladar, es una colección de recetas de cocina escritas después de horas de investigación, viajes y entrevistas, probado y aprobado frente a las buenas mesas.

Es una selección de las comidas de su país que se sirven hoy en cualquier lugar junto a algunas que se pierden poco a poco y otras que se fueron de la memoria y de los manteles.

El autor de Sombras nada más y El cielo llora por mí cree que hay que salvar y darle vigencia a esos platos originales porque la cocina es parte de la esencia espiritual del pueblo. "Un pueblo se hace soñando con el porvenir, pero también se hace todos los días en lo que come".

Ramírez trabajó a lo largo de seis años en su libro. Junto a las recetas aparecen descripciones de los ingredientes, su origen y su uso. Hay también abundante información sobre la flora y la fauna relacionada con la gastronomía. El escritor le dijo a la periodista Letzira Sevilla que la cocina es uno de esos elementos indispensables que suelen verse como marginal, atrás en la casa.

"El libro, dijo, es una exploración que se inicia en la superficie y va bajando. Primero hice un listado de términos, de comidas, de materiales e insumos para cocinar. Ese listado se fue transformando en algo más hondo, porque empecé a buscar el término; si se trata de una planta o de un ave, le puse el término científico".

Lo que sabe el paladar es una contribución de Ramírez al conocimiento de la historia de su país. Y un tema delicioso para una sobremesa.

Raúl Rivero
El Mundo, 8 de abril de 2014.

Nota.- En Cuba, al arroz con frijoles, que pueden ser negros o colorados y sazones distintos, algunos le llaman Congrí y otros Moros y Cristianos. En Nicaragua le dicen Gallo Pinto y es el plato nacional (foto). Lo mismo lo comen en el desayuno con huevos fritos, que en el almuerzo o la cena, acompañado de cerdo, chicharrones, plátanos verdes y maduros fritos, queso frito y ensalada. A los cubanos también nos gusta comer frijoles en potaje, sean negros, colorados, blancos (judías), chícharos, lentejas o garbanzos, solos o con arroz blanco. La combinación de arroz y frijoles es conocida con diferentes nombres: Casamiento (El Salvador y Guatemala); Calentao (Colombia y Perú); Arroz con Habichuelas o Gandules (Puerto Rico y Dominicana); Pispiote y Morisqueta (México); Pabellón criollo (Venezuela): Rice and Beans (Jamaica) y Hoppin'John (sur de Estados Unidos). Cada país lo prepara de una manera distinta y es muy popular: es barato y fácil de preparar. En Brasil, la Feijoada no se come con arroz, si no con harina de mandioca (Tania Quintero).

viernes, 27 de junio de 2014

La canasta del cubano



El informe divulgado en 1997 por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), realizado en 78 países en desarrollo, ubica a Cuba en segundo lugar con un índice de pobreza de 5.1, detrás de Trinidad y Tobago (4.1), y antes que Chile (5.4).

El nuevo índice de la ONU mide la pobreza no por el ingreso, sino por la brevedad de la vida (población que muere antes de los 40 años); analfabetismo en adultos y falta de acceso a servicios básicos de salud, agua potable y una nutrición razonable.

Tampoco para la CEPAL (Comisión Económica para América Latina), Cuba clasifica entre los países empobrecidos pues a la inmensa mayoría de los cubanos les alcanza el dinero para comprar los productos correspondientes a la "canasta básica", y una buena parte, además, dispone de dos y hasta más veces el equivalente de esa cantidad.

La cuestión radica en que el concepto de "canasta básica" en la isla se limita a la distribución mensual per cápita que hace el Estado de acuerdo a una libreta de racionamiento establecida en 1962 y que en 1997 (fecha de redacción de este trabajo) consistía en 6 libras de arroz por persona al mes, 3 libras de azúcar blanca, 3 libras de azúcar prieta, 2 paqueticos de 2 onzas de café mezclado con chicharos (la distribución es quincenal), 3/4 libra de sal, 20 onzas de granos (chícharos, frijoles negros o colorados), 7 huevos mensuales, 2 libras de pescado (jurel, merluza o macarela, una libra cada 15 días), 3/4 libra de picadillo o embutido de soya, un mes sí y otro no.

En 1997, carne de res o de pollo daban tres o cuatro veces al año para toda la población, 3/4 libra por persona. Para niños de 0 a 13 embarazadas, y algunas dietas médicas (cáncer, por ejemplo), mensualmente se distribuía una libra de carne de res o de pollo per cápita. Para niños menores de 7 años, un litro de leche de vaca, un día si y otro no. En los casos de niños no tolerantes a ese tipo de leche, se les sustituye por leche evaporada. Embarazadas, diabéticos y otros enfermos, todos los meses tienen derecho a adquirir un kilogramo de leche en polvo. Para los ancianos mayores de 65 años, un kilogramo de Cerelac, cereal a base soya.

En el caso de un núcleo familiar compuesto por un anciano enfermo de cáncer, una mujer embarazada, un esposo diabético y un niño de dos años, la canasta básica costaría alrededor de 50 pesos, incluyendo las 14 laticas de compota de frutas asignada a menores de 3 años. No se incluye el Cerelac al canceroso, por tener derecho a una dieta de leche en polvo.

A esa cifra habría que añadir unos 20 pesos más, porque hay artículos como aceite, jabón de tocador y de lavar, detergente líquido, pasta dental, especies, harina de maíz, galletas y espaguetis, entre otros, cuya distribución es dos o tres veces al año. Esos "extras" se completan con las viandas y frutas que vienen al mercado agrícola estatal fundamentalmente papa, plátano burro y cítricos (toronjas, naranjas, limones, mandarinas).

O sea, que una familia de cuatro personas con esas características necesitaría entre 70 y 80 pesos mensuales para adquirir la "canasta básica" por la libreta de racionamiento, vigente desde 1962. Si cogemos como base 80 pesos por 4 consumidores, el valor de la canasta básica para un cubano es de 20 pesos. Barata, ¿no es cierto?

Sin embargo, los números esconden otra realidad: para sobrevivir en Cuba hay que acudir a tres mercados paralelos: al agropecuario, al negro y al de dólares. Oficializado en octubre de 1996, el mercado campesino o agropecuario es una mescolanza de estatales con particulares y un limón puede costar un peso y una libra de carne de cerdo, la más consumida por la población, 25 pesos.

Si una persona que trabaja y depende de su salario de 200 pesos y un domingo quiere almorzar arroz blanco, frijoles negros, bistec de puerco, plátanos maduros fritos, ensalada de pepinos y coctel de frutas, deberá disponer como mínimo de 80 pesos.

Una libra de arroz, "por la libre" vale de 4 a 5 pesos; una libra de frijoles negros, de 7 a 8 pesos; 25 pesos la libra de puerco; 3 pesos un plátano vianda; 1 peso un pepino; 5 pesos una piña, 9 pesos una fruta bomba pequeña; 1 peso un plátano fruta (tipo Johnson); 1 peso una naranja dulce; 2 pesos un mango y 1 peso un limón o una naranja agria (para adobar el bistec). Si no tiene ajo en la casa, tendrá que comprar una cabeza (un peso) y para freír el plátano debe disponer de 20 a 25 pesos para una botella (1/2 litro) de manteca de cerdo.

Esa cantidad, 80 pesos (menos de 4 dólares) es casi la mitad no solo del salario de la persona que quiso preparar un almuerzo dominical distinto, sino de la mayoría de empleados y personal calificado y de enfermeras recién graduados de una carrera universitaria, que en los dos años estipulados para hacer servicio social, devengan 200 pesos mensuales.

Si nuestro imaginario comensal después del criollo menú quisiera colar café, tendrá que acudir al mercado negro. Y por un sobre de celofán con 4 onzas de café mezclado, que por la libreta cuesta 0.24 centavos, pagar 10 pesos (en la capital, en el interior se consigue por menos).

Aunque no hay cifras oficiales, sin temor a equivocación se puede decir que 8 de 10 cubanos "resuelven" una de las tres alimentaciones diarias (pocos se pueden dar hoy el lujo de desayunar, almorzar y comer), se visten y calzan, arreglan su casa y prácticamente se abastecen de cualquier cosa que necesiten, con mercancías provenientes de la economía sumergida.

La probabilidad de delinquir es grande: del robo y desvío de almacenes estatales procede la mayor parte de la economía underground. Pero como la necesidad hace parir hijos machos, nadie con dinero en el bolsillo se acostará con hambre, andará descalzo o se bañará con agua sin jabón. Desde que se implantó la libreta de racionamiento (y con la cual nadie puede subsistir), la "bolsa negra" no ha podido ser eliminada. Por el contrario, ha crecido en la misma medida en que la escasez ha aumentado.

El otro mercado obligatorio son las tiendas recaudadoras de divisas, las llamadas "shoppings", donde por dólares o 'fulas', como popularmente le dicen, se encuentra casi de todo: desde manzanas chilenas hasta refrigeradores surcoreanos. Se calcula que en Cuba unos 3,5 millones de habitantes reciben dólares de familiares y amigos residentes en Estados Unidos y otros países.

Según un informe de la CEPAL divulgado en septiembre de 1997, solamente en 1996 la comunidad de cubanos residentes en la Florida envió a sus familiares cerca de 800 millones de dólares, casi tanto como los ingresos provenientes del turismo (mil 200 millones), y el triple de lo aportado por cada zafra azucarera (menos de 300 millones de dólares).

A esos datos hay que sumar que a partir de la despenalización del dólar, en 1993, desde junio de 1995 en la isla funciona una red de casas de cambio (Cadecas) a las que tiene acceso la población. Actualmente con 23 pesos usted puede comprar o vender un dólar. Casi las tres cuartas partes de la población tiene acceso al dólar, aunque para algunos el estimado no pasa del 40 por ciento.

Errado o no, lo real es que no es lo mismo un billete de 100 dólares en Cuba que en Miami. Aquí un kilogramo de posta de pollo, muslo y contramuslo, en una tienda de la corporación Cubalse cuesta 3 dólares y 3.30 dólares en una de Habanaguanex.

Con los precios actuales, 100 dólares alcanza para comer un mes una familia de cuatro personas, donde no haya niños y siempre y cuando no se hagan gastos superfluos (cigarros, bebidas), se preparen cenas modestas, y además de artículos imprescindibles para la higiene personal (desodorante, champú, etc.), no tenga que invertir en ropa ni calzado. Y mucho menos en medicinas en una farmacia internacional: entonces no cuadra la caja con el billet..

Pero el problema no es ése, si no ¿cómo se las arreglan los que no tienen acceso al dólar, sea la mitad, la cuarta o la tercera parte de la población?

Varios entrevistados respondieron con un verbo: INVENTANDO, gerundio que en buen cubano significa que cuando se acabe el salario o la pensión, lo que suele ocurrir a las dos semanas o antes, tienes que vender bienes personales, alquilar tu fuerza de trabajo (o el cuerpo si aún se puede) o hacer sustracciones del centro de trabajo (los obreros y empleados son los que más posibilidades tienen de que "se les peguen" cosas). Si se labora en el comercio y la gastronomía estatal, robarle en el peso a los consumidores.

Con relación a los índices tenidos en cuenta por el PNUD, mencionado al inicio de este trabajo, 23 personas encuestadas coincidieron en que tampoco en Cuba pueden tomarse como ciertos los parámetros del servicio básico de salud, agua potable y nutrición reportados por el gobierno, porque en la práctica "el mambo se baila distinto": Existen médicos, hospitales y es real la baja mortalidad infantil, pero la infraestructura sanitaria es pésima y unos pocos son los pobladores que pueden vanagloriarse de tener agua en la pila todo el día.

Una señora ya jubilada que dijo no saber qué era la CEPAL, sugirió que esta organización lo mejor que podría hacer es viajar a Cuba y, sobre el terreno, determinar los índices de pobreza. "Y no basarse en parámetros fríos, porque los productos que cada mes recibimos caben y sobran en una canasta".

Tania Quintero
Publicado el 8 de octubre de 1997 en Cubafreepress.
Nota.- Trece años después de redactado este trabajo, para más o menos comer en Cuba, había que desembolsar más dinero. Y en 2011, cien dólares apenas le alcanzaba a una familia de cuatro personas para alimentarse durante un mes.

miércoles, 25 de junio de 2014

Abastecerse en la isla de la escasez



Una compleja red estatal de mercados incluye desde rudimentarios puestos en pesos cubanos hasta tiendas en "divisas", dignas de grandes economías capitalistas. Comercio en negro y militares, las estrellas del sistema.

"Un día te enteras de que han llegado cereales y vas a la shopping y compras cereales. Otras veces hay queso crema. Cuando nos enteramos de que llegó algo nuevo nos avisamos por teléfono. Por qué un día hay, no lo sabemos. Por qué otro desaparece, tampoco". Leslin Chávez está jubilada y, como le sucede a buena parte de los cubanos, ocupa la mayor parte de su tiempo en abastecerse.

Comprar un pedazo de carne, un litro de leche o algo tan simple como una pasta de dientes exige en Cuba una dedicación extrema, además de manejar códigos y saberes urbanos que garanticen no tan sówow lo obtener el mejor precio, sino, también, encontrar lo que se desea en la intrincada red de shoppings, tiendas, mercados agropecuarios, mercados populares en pesos cubanos o liberados en pesos convertibles (CUC, a razón de uno por dólar) con el que el Gobierno intenta garantizar el abastecimiento.

Son comunes en La Habana las largas filas frente a los llamados mercados en línea, los únicos que aceptan la cartilla oficial de racionamiento. Alguna vez base de la economía hogareña, estas pequeñas libretas otorgan hoy una ración casi testimonial. Cada mes, los cubanos reciben a precios mínimos tres kilos de arroz, dos de frijoles, medio litro de aceite, medio de café, harina, una caja de fósforos, leche en polvo, medio kilo de pollo, huevos y algunas pocas cosas más. Los mercados en línea venden en pesos cubanos, a una paridad de 25 a uno con el CUC. Cuando se agota la tarjeta, la mercadería, de una escasez notable, se vende a precios diferenciados: si un muslo de pollo cuesta 2,85 pesos con la cartilla, el mercado lo vende por fuera de ella a 3,85 pesos.

Se puede tener mejor suerte en los mercados liberados, puestos que no venden la canasta estatal y amplían su oferta a jabón de baño, jabón para la ropa, azúcar refinada y cruda, pasta dental, huevos (a 1,50 pesos cubanos cada uno), además de ron, vino y cerveza. Es en ellos que puede conseguirse, por ejemplo, arroz de Brasil a 5 pesos cubanos la libra, contra 1,90 CUC del español. El problema de los liberados es que la oferta es caótica e inconstante, por vender sólo productos nacionales.

Si la necesidad es de frutas y verduras, se debe acudir a los mercados de oferta y demanda (MOD), donde el precio los fijan los guajiros (campesinos), según la disponibilidad de productos. Claro que trabajan bajo supervisión del Gobierno. Una opción más económica son los mercados agropecuarios estatales (MAE). A diferencia de los de oferta y demanda, éstos dependen de la provisión oficial y apenas tienen productos. En ocasiones se reducen a un pequeño puesto que vende papas. Sólo hay dos MAE en La Habana bien abastecidos, a cargo del Ejército Juvenil del Trabajo, integrado por soldados.

Un desafío es comprar carne picada, yogur, queso o algún shampoo para el cabello. Entonces el cubano no tiene otra opción que acudir a las tiendas de recuperación de divisas (TRD). Los cubanos las llaman shopping, y es allí donde se ingresa en el mundo del CUC, aquél donde todos los precios deben multiplicarse por 25, y para adquirir 4 litros de leche se necesita el sueldo de un médico. Las TRD están desde hace 9 meses en manos del ministerio de las Fuerzas Armadas y su grupo empresarial Gaviota, que abastece a los grandes hoteles y al Grupo de Administración Empresarial (GAESA), un poderoso holding también militar que opera múltiples negocios en moneda extranjera, entre ellos, el mayor operador de turismo y negocios inmobiliarios, depósitos y tiendas no alimenticias de comercio minorista.

Lo cierto es que en Cuba la gran mayoría de los altos cargos militares son también empresarios, con acceso a negocios de alta rentabilidad vedados al resto de la población. En los TRD, la oferta con respecto a los mercados liberados es infinitamente más amplia, aunque aún dependen del flujo de importaciones. Es así que puede conseguirse pollo argentino, aunque luego sólo vendan carne picada o de cerdo, los artículos de limpieza brillen por su ausencia y sea imposible ampliar la oferta de lácteos frescos más allá del yogur.

En ellos, un kilo de bacalao cuesta 50 CUC (más de tres meses de salario de un maestro de escuela), la langosta se consigue a 23,85 CUC y la carne de res de primera, cuando hay, a 11 CUC. El queso Gouda, importado, cuesta 11 CUC, y el de la marca Caribe, de fabricación nacional, 3,85. Si la idea es comer chorizo español, habrá que desembolsar un salario completo de profesor universitario (16 CUC), o conformarse con uno nacional a 6 CUC. En la isla, el filete de merluza es argentino (8 CUC), y la leche en envases de cartón cuesta 2,59 CUC el litro.

Los valores, con todo, están lejos de mantenerse constantes. Carlos trabaja en un TRD del Vedado y asegura que "los alimentos han subido un promedio de un 30% en los últimos tres meses". Y pone como ejemplo las aceitunas: las mismas que hoy cuestan 3,45 CUC, en enero costaban 1,20 CUC.

Pero en Cuba no todo es escasez o productos a cuentagotas. Los llamados Fornos, de la compañia Habaguanex, dependiente de la Oficina del Historiador de la Ciudad, ente encargado de las tareas de reconstrucción de la Habana Vieja, son establecimientos dignos del mundo capitalista. Venden productos de alta calidad, importados y en CUC. Habaguanex, que se jacta de vender mercaderías únicas en el país, controla además 19 hoteles, 39 restaurantes, 56 cafeterías, el parque infantil La Maestranza, la peluquería y barbería Ensueño, un gimnasio y más de 200 tiendas.

Habaguanex compite con la Corporación de Exportaciones e Importaciones (CIMEX) por los dólares de los extranjeros y los CUC de la creciente clase media cubana, enriquecida por el mercado del turismo, el alquiler de departamentos o simplemente las remesas de algún pariente exiliado. Depende de los militares y es la mayor corporación comercial de Cuba, con ingresos calculados en 1.000 millones de dólares al año.

CIMEX administra un banco y una naviera, procesa operaciones con tarjetas de crédito, controla el millonario negocio de las transferencias de remesas, tiene una inmobiliaria y opera la mayor agencia de viajes de Cuba. Además, posee unas 2.500 tiendas minoristas, desde centros comerciales a restaurantes de comida rápida y gasolineras. Concentradas en el acomodado barrio de Miramar, ofrecen electrodomésticos y productos electrónicos de última generación y alimentos importados de Estados Unidos. Un televisor LCD vale allí 900 CUC, y un refrigerador mediano unos 800 CUC. Quien gusta de la cerveza, podrá encontrar hasta 15 marcas diferentes, todas importadas y a precios internacionales. Es el sitio donde el embargo se vuelve una ilusión.

Lo mismo pasa en la cadena de supermercados Palco, perteneciente al Palacio de las Convenciones, y las tiendas Caracol, que bajo el control del grupo Gaviota, operan en el interior de los hoteles de lujo.

La coexistencia de varios operadores responde a una lógica de competencia entre empresas estatales. Sin embargo, la liquidación en 2009 de la otrora poderosa CUBALSE y su absorción por parte de CIMEX parece indicar que Raúl Castro está decidido a limitar el número de manos que controlan el comercio en CUC, principal fuente de entrada de divisas.

¿Pueden todos los cubanos abastecerse en estos centros de comercio capitalista? Por supuesto que no. "Dos veces por semana me llama una persona amiga que consigue todo lo que te imaginas del mercado negro. Me dice 'oye, que me ha entrado leche condensada'. La carne se la compro todita a él. Toda la mercadería la consigue de una empresa del Estado que abastece a restaurantes de lujo. A esos nunca les falta", explica Leslin.

Lo cierto es que el mercado negro es la gran estrella del sistema de abastecimiento cubano: se nutre en los canales oficiales, vende más barato que las grandes corporaciones estatales y satisface el gusto de una población que ya no desea sólo raciones de arroz y frijoles.

Federico Rivas Molina
Infobae, 4 de abril de 2012.
Foto: Infobae América.

lunes, 23 de junio de 2014

Claria, sólo para embarazadas



El jueves 13 de marzo, la mayoría de los niños del reparto Pastorita, situado en el noroeste de la ciudad de Guantánamo, tuvo que ir a la escuela sin probar el pan. La situación se repitió el resto de la semana: el pan se ha vendido a intervalos a partir de las 10 de la mañana, con la consiguiente cola.

Para garantizar que los niños puedan comer pan antes de ir a la escuela, la otra opción es comprar una barra de pan a 3,50 pesos (moneda nacional) en las panaderías estatales. El pan de la libreta no puede guardarse para el día siguiente: se pone ácido.

Desde que comenzó 2014, hay problemas en el suministro de alimentos controlados por la libreta en esta ciudad. La leche en polvo, de dieta, un producto para personas enfermas, se vendió en enero después del día 25, y lo mismo ocurrió en el mes de febrero.

Numerosas bodegas del reparto Pastorita también esperan por el suministro de la magra cuota de granos, que fueron retirados de la venta debido a que se encontraban picados, según dependientas de cinco bodegas del área.

Guantánamo es una de las provincias que más café produce en Cuba. Pero desde hace más de un año, el café se vende después del 25 de cada mes. Los primeros veinticuatro días estamos obligados a comprar la coladita de café a peso y la libra de frijoles a 20 o 25 pesos. O ir a las Tiendas Recaudadoras de Divisas, donde un paquete cuesta como mínimo 3 o 4 pesos convertibles, unos 75 o 100 pesos de la moneda con la que el gobierno paga los salarios.

Después de haber eliminado de la canasta básica los cinco huevos por persona que hasta mediados de 2013 se vendían a 90 centavos, y ofrecerlos ahora a 1.10 centavos, cuando los huevos llegan a las carnicerías, desaparecen de inmediato, por el insuficiente suministro o por los especuladores.

Otros productos que no han tenido una presencia estable en los mercados estatales ni en los privados, que venden a mayor precio, son la carne de cerdo y la de carnero. La de pollo o pavo es una rareza.

El filete de claria -un producto de factoría de gran aceptación-, que se vendía en las pescaderías estatales a 26 pesos el kilogramo, se ha destinado a la venta por dietas médicas a las embarazadas, a los pacientes con VIH/SIDA y a otros enfermos.

Ante su extrañeza por la falta del producto, un octogenario preguntó qué pasaba con los filetes de claria de la pescadería situada en Pedro A. Pérez, esquina a Bartolomé Masó. Cuando le dijeron que la claria está destinada a embarazadas, respondió: “¡Ah, yo creía que también la claria se había ido por la base!”, en alusión a la Base Naval de Guantánamo.

Roberto Jesús Quiñones Haces
Cubanet, 14 de marzo de 2014.
Foto: Cola en una pescadería habanera para comprar croquetas de claria, el producto más barato: un paquete con 10 croquetas cuesta 5 pesos (0,30 centavos de dólar) y solo venden uno por persona. Otras ofertas no están al alcance de todos, como tronchos de claria y tenca, filetes de tiburón, pargo y cherna con cabeza, masa de langosta y camarones, estos dos últimos a 86 pesos (3,90 dólares) el kilogramo. Tomada de Cubanet.

viernes, 20 de junio de 2014

Historia de Cuba contada por los frijoles



Aunque falta cemento, acero y desodorante, muy particularmente se sienten los comestibles. Más que el pan de la cartilla de racionamiento que ha faltado algún que otro día, los estómagos en Puerto Padre claman por la “media noche”, el panecillo de un peso que podía adquirirse liberado, junto al pan racionado, pero que ahora no producen por falta de harina.

Para muchos sin poder adquisitivo, poco importó que durante varios días faltara el pollo en las TRD (tiendas recaudadoras de divisas). Pero sí importó, y bastante, cuando tras permanecer en largas colas en las carnicerías, la ración de “pollo por pescado” no alcanzó, pese a ser un producto racionado.

La gente tuvo que anotarse en una lista, para una segunda vuelta, que a ciencia cierta nadie sabe cuándo se producirá. “Esto es más de lo mismo, si no es Juana, es la hermana”, dijo malhumorado uno de los que no alcanzó su cuota de “pollo por pescado”.

Aunque Cuba está rodeada de mar, en esta isla el pescado es un producto escaso y caro, y a la hora de suministrarlo por la libreta, el gobierno lo sustituye por unas pocas onzas de pollo importado. En muchas ocasiones, por corrupción o mala administración, el pollo no alcanza para todos los consumidores de determinadas localidades, incrementando el descontento de la población.

En dependencia de la persona de quien usted lo adquiera, de la época del año, del lugar, de la calidad del producto y de la especie de que se trate, en Puerto Padre una libra de pescado u otra especie marina puede costar entre 15 y 40 pesos.

Pero si los productos cárnicos en este municipio holguinero resultan escasos y caros, sucede lo mismo con cereales y granos. En el caso del arroz, desde fecha tan temprana como la década del 50 del siglo pasado, aportaba el 24% a la dieta del cubano, mientras los frijoles incluían el 23%, según datos de la época del Instituto Nacional de Reforma Económica.

En una encuesta realizada en 1957 por la Agrupación Católica Universitaria entre la población rural de la isla, sólo el 4% de los entrevistados mencionó la carne como integrante de su ración habitual, el 11,22% la leche, solamente el 1% admitió consumir el pescado, y tan sólo 2,12% reconoció consumir huevos. Los investigadores se preguntaron cómo subsistía el campesino con tan deficiente aporte de carnes, huevos, leche y pescado.

La incógnita la revelaron los propios encuestadores en su informe: “Existe un hecho providencial y salvador: el frijol, elemento básico de la dieta campesina, es por excepción, un vegetal muy rico en proteínas. En otros países donde el maíz representa el papel de los frijoles en Cuba, las enfermedades carenciales son más frecuentes. Podemos asegurar, sin temor a error, que el campesino cubano no sufre más enfermedades carenciales gracias a los frijoles”.

"¿Hecho providencial y salvador los frijoles? ¡Eso sería en aquella época, cuando en Cuba los frijoles eran comida de pobres!”, exclamó un doctor, que a condición de no revelar su nombre, explicó a este corresponsal cómo la población local, aunque no está subalimentada, mayoritariamente si se encuentra mal nutrida, por dietas insuficientes o desbalanceadas.

En el cuenco de las manos sobra espacio para situar los frijoles que, por la cartilla de racionamiento, puede comprar el consumidor para todo un mes. Si acaso, alcanzan para un potaje o dos o tres arroces con frijoles. Gente que trabajó toda su vida y obtuvo una muy menguada jubilación, debe comprarlos a precio de mercado. “A mí ya se me olvidó la última vez que comí un potaje de frijoles colorados”, confesó un electricista jubilado.

Hoy en Puerto Padre, una libra de frijoles colorados cuesta 15 pesos; también 15 cuestan los frijoles blancos y los garbanzos, y entre 10 y 12 los frijoles negros. Una libra de arroz vale 5 pesos, un peso una cabeza de ajo pequeña, poco más de un peso una cebolla mediana, 5 pesos un pozuelo de ají y entre 3 y 7 pesos la libra de tomates. Una libra de carne de cerdo cuesta 25 pesos.

Aquel humilde arroz con frijoles que libraba de enfermedades carenciales a nuestros campesinos, si a la mesa se sientan seis personas a comer solamente arroz y frijoles, les costará 40 pesos.

Quizás sea ésta la razón por qué hay tantos niños bajos de peso y de talla, o por qué las consultas de policlínicos y hospitales permanecen atestadas.

Y no son carencias recientes, sino del último medio siglo, cuando por decreto, en Cuba la carne pasó a ser comida de elegidos, mientras que un potaje de frijoles dejó de ser comida de pobres.

Alberto Méndez Castelló
Cubanet, 26 de febrero de 2014.

miércoles, 18 de junio de 2014

Fotorreportaje: panes y dulces


pan con tortilla por clapat.

Después de 1959, pero sobre todo después de que fueron desapareciendo las frutas y los vegetales, los carbohidratos pasaron a formar parte de la alimentación del cubano. Hubo épocas en que el pan se podía comprar "por la libre", o sea sin la libreta de racionamiento. Después se racionó, a un panecito de 80 gramos per cápita. Quien necesita más o prefiere uno de más calidad, puede adquirirlo en el mercado liberado, a diez pesos una flauta de pan, o en las panaderías que venden en divisas, como Sylvain o Pain de Paris entre otras.

DSCF2364 por clapat.
Triciclo adaptado para vender pan "por la libre".

trasporto pane por clapat.
Panes para el comedor de una escuela o centro laboral. Transportación barata, pero antihigiénica.

dolcetti fatti in casa por clapat.
Uno de los tantos vendedores de dulces a domicilio.

black&white por clapat.
Por el diseño, es un cake de fabricación casera.

cake transport por clapat.
La tabla lo delata: es un cake estatal.

DSCF2389 por clapat.
Bandejas vacías de huevos sirvieron a este dulcero para mostrar su mercancía.

DSCF2284 por clapat.
El rellenador de gas en fosforeras, aprovecha y vende tartaletas, probablemente hechas por un familiar.

cake por clapat.
Muertos en la morgue parecen los cakes vendidos por la libreta, a uno por niño el día de su cumpleaños (hasta los 10 años). A cakes estatales también tienen derecho las quinceañeras y los que se van a casar.

cake de bombòn por clapat.
Los cakes vendidos en divisas no son nada del otro jueves, pero, al menos, protegidos de las moscas.

torta a 3 colori por clapat.
Dos habaneros con suerte: se empataron con panetelas "por la libre". Aunque a casa tengan que llevarlas así, cogiendo el hollín callejero.

Tania Quintero
Fotos: clapat, Flickr

lunes, 16 de junio de 2014

El pan cubano



Quizás el pan más malo del mundo ahora mismo se confecciona en Cuba. Es un producto sin rigor y con normas de elaboración similares al pan consumido en Europa durante la II Segunda Guerra Mundial. Probablemente peor.

Por la libreta de racionamiento -que en 2012 Raúl Castro dijo que "tenía sus meses contados"- cada cubano, sea revolucionario o disidente, santero o católico, por 5 centavos de peso (menos de un centavo de dólar) diariamente tiene derecho a comprar un mísero y magro panecillo de 80 gramos.

Es redondo y de corteza suave. Su sabor varía según la harina, el conocimiento del maestro panadero y los deseos de trabajar de sus elaboradores. Aunque casi nunca está caliente y es desabrido, muchas personas se lo zampan de dos mordidas antes de llegar a su casa.

Los que tienen paciencia y en la nevera guardan mayonesa, un poco de mantequilla o un trozo de queso blanco, pueden 'bajarlo' mejor. Lo rematan con un vaso de refresco instantáneo, la opción más barata y popular si se quiere ingerir otro líquido que no sea agua de la pila.

El impresentable pan ha generado un amplio y lucrativo negocio. A pesar de que la prensa oficial en su mirilla telescópica suele tener focalizado el pan (con esa manía de las sociedades totalitarias, de atacar y criticar asuntos donde el pato lo pagan trabajadores y administrativos de bajo nivel), el personal que labora en las panaderías, se las apaña para hacer dinero.

Según Raudel, maestro panadero, hay tres formas de buscarse unos pesos extras. “Una es vendiendo a peso el pan de 80 gramos, un poco mejor elaborado. O harina y aceite, que siempre sobra, pues la confección del pan por la 'libreta' se hace con normas adulteradas. Otra manera de hacer plata es mantener un trato con dueños de cafeterías particulares, quienes a un precio previamente acordado compran grandes cantidades de panes de varios tipos elaborados con calidad”.

En una jornada, un maestro panadero se echa al bolsillo entre 600 y 700 pesos (25 a 30 dólares). Los aprendices ganan entre 100 y 200 pesos cada noche. Luego de producir el pan para la venta racionada, confeccionan galletas de sal, pan de corteza dura o palitroques, a diez pesos (0.50 centavos de dólar) una jaba o bolso de nailon.

El estado e higiene de la mayoría de las panaderías habaneras también es lamentable. “Si los consumidores vieran cómo se elabora el pan, les entrarían deseos de vomitar”, acota Yasser, quien prefirió dejar los estudios y ayudar a su familia trabajando en madrugadas alternas en una panadería del municipio 10 de Octubre.

El agua con la cual Yasser trabaja está contaminada. “Dicen que en la cisterna hay restos de gatos ahogados”, cuenta otro panadero, mientras se empina un amplio trago de ron.

Puede que sea una exageración. Pero dentro de algunas panaderías pueden verse ratas paseándose descaradamente. Los propios panaderos no cumplen las reglas higiénicas.

Mientras amasan la harina, gotas de sudor se derraman sobre la masa. Por falta de estantes, las bandejas del pan ya elaborado, se colocan en el piso. Es común que durante las madrugadas, los panaderos se beban varios litros de ron.

En barrios marginales donde pululan las putas baratas, a ratos, por 100 pesos (5 dólares) o a cambio de una cantidad de panes, los panaderos hacen sexo encima de la propia mesa donde elaboran el pan.

En los años críticos del “período especial”, la gran depresión económica cubana, un panecillo redondo de 80 gramos llegó a costar 5 pesos. “En esa época pude comprarme un viejo auto norteamericano”, recuerda Leandro, maestro panadero.

Ahora las cosas han cambiado. Aunque el pan sigue racionado por la 'libreta', en La Habana existe una cadena de panaderías que vende pan por la libre de mejor calidad, a 10 pesos la flauta dura y 3 la suave.

Por moneda dura también se puede comprar pan. Aunque tampoco es para tirar cohetes. En las panaderías por divisas, una hogaza de pan puede costar más de un peso convertible, el salario de dos días de un obrero. No hay bolsillo que aguante.

Iván García
Foto: Franciscovies, Panoramio. Pan en una bodega de Trinidad, Sancti Spiritus.
Leer también: Panaderías underground y El pan nuestro de cada día, róbatelo hoy.

viernes, 13 de junio de 2014

Los huevos de Fernando



Algunos “luchadores” han hecho como Fernando, que cuando decidió jubilarse, comenzó a pensar cómo incrementar su pensión sin buscarse problemas, porque estaba cansado de “resolver” para darle de comer a su familia.

Un día, al pasar por la tienda agropecuaria de Diez de Octubre y General Lee, vio que estaban vendiendo pollitos recién nacidos, y compró veinte para comenzar su cría. Había encontrado su negocito.

Fernando sabía que el gobierno vende el pienso por la libre a 3 pesos la libra. Para él la cría de aves no era nada nuevo: de niño, allá en Palmira, Cienfuegos, sus padres tenían un patio de gallinas y con sus hermanos vendían los huevos en la ciudad.

Pensó que así tendría garantizados los huevos para su autoconsumo e incluso podría vender los sobrantes por la calle. Estaba seguro de que no tendría problemas con la policía, pues tanto los animales como el pienso los había comprado al Estado.

Pero, el pobre, olvidó que estaba en Cuba. Hace unos días, andaba por la calle vendiendo huevos cuando un policía lo interceptó. Por mucho que el hombre trató de explicar que él no era un revendedor, el agente se lo llevó a la estación, donde le confiscaron la mercancía y le pusieron una multa. Le dijeron que vender huevos está prohibido para los particulares, que solamente el Estado puede hacerlo.

Fernando ya tiene cuarenta gallinas y una producción de 30 huevos diarios. A partir de aquel día, solo vende a escondidas en su casa.

El 2 de enero de 1965, en uno de sus largos discursos, Fidel Castro dijo: “La gran batalla de los huevos ha sido ganada. De ahora en adelante el pueblo podrá contar con 60 millones de huevos cada mes”. Con esta afirmación, demostraba su menosprecio por los cubanos: dada la población de entonces, esa cantidad en realidad representaba alrededor de 8 huevos al mes por persona.

Ese mismo año, Castro crearía el Instituto de Ciencia Animal, cuyo objetivo fundamental debía ser la búsqueda de mejores alternativas para la alimentación del ganado vacuno y las aves, objetivo que aún no se ha logrado 49 años después de creado el Instituto.

Antes de 1959, más del 85% de las fincas en Cuba se dedicaban a la cría de aves y a la venta de huevos. También era rara la familia campesina que no tuviera una pequeña cría, cuyos huevos constituían un producto de venta rápida.

En La Habana, Las Villas y Oriente había grandes centros productores de aves, por lo que la compra de huevos y animales vivos no era un problema para la población. Es a partir de la llegada del gobierno revolucionario, con la intervención de las fincas dedicadas a la cría, cuando comienza la escasez de este alimento.

Con el objetivo de incrementar la producción avícola, en 1976 fue creado el Instituto de Investigaciones Avícolas. Por cierto, según informes publicados por este organismo, en Cuba hay 10 millones de ponedoras, aunque todos nos preguntamos dónde están los huevos.

Actualmente, por la libreta de racionamiento venden solo 5 huevos al mes por persona, porque los 5 adicionales que costaban 90 centavos fueron excluidos de la venta regulada. A partir de entonces, los huevos prácticamente han desaparecido, y cuando se venden por la libre su precio es de 1,10 pesos.

La escasez de esta proteína de gran demanda en la población provoca grandes colas, no solo por su valor nutritivo, sino por ser la más barata que se consigue en Cuba. Los más afectados son los ancianos. En opinión de muchos, era preferible que les aumentaran 20 centavos, en lugar de eliminarlos de la libreta.

Texto y foto: Gladys Linares
Cubanet, 24 de marzo de 2014
Leer también: No hay huevos en La Habana y Se acabaron los huevos de oro.

miércoles, 11 de junio de 2014

Al menos, la papa es por la libre



Como pólvora se regó por toda Cuba. A partir del 1 de noviembre de 2009, las papas y los chícharos, se iban a vender sin racionamiento. Al dejar de ser subsidiados por el Estado, se venderán a precios más caros que los ofertados por la libreta de racionamiento.

La libra de papas que cuando era racionada costaba 0.40 centavos de pesos cubanos (menos de 5 centavos de dólar), se venderá a peso la libra, y la de chícharos, de 0.16 centavos la libra por la libreta, a 3.50 pesos (unos 20 centavos de dólar) por la libre.

La medida ha sido vista con recelo por la ciudadanía. Noel, 56 años, empleado, opina que “habrá que ver si funciona el abastecimiento de la papa y los chícharos sin causar déficit, yo al menos lo dudo”. Como él, muchas personas dudan de la capacidad del 'generoso Estado', de garantizar calidad y abundancia.

Estela, 67 años, ama de casa, está que trina. Ella recibe una discreta pensión de 194 pesos (alrededor de 8 pesos convertibles o cuc) “y si liberan una serie de productos alimenticios y los venden según la oferta y la demanda, los grandes perdedores seremos las personas de bajos ingresos y que no recibimos remesas familiares”.

A Marilín, 35 años, empleada, no le disgusta que desaparezca la libreta “pero creo que debieran subir los salarios, para poder hacer frente a una inminente carestía de la vida”. Casi todas las personas consultadas en La Habana, desean que se elimine la famosa cartilla de racionamiento, pero dudan que el ineficiente aparato estatal garantice los alimentos básicos de forma estable.

La libreta, como se le conoce en la isla, es un cuadernillo pequeño que consta de 10 hojas, donde en la bodega, panadería, carnicería o lechería, anotan la correspondiente cuota (arroz, pan, huevos, yogurt o leche), asignada a cada consumidor ese día, semana o mes (la leche, valga aclarar, es sólo para niños de 0 a 7 años).

Cada persona nacida y censada en la República de Cuba, tiene derecho a comprar 7 libras de arroz al mes, 3 de azúcar blanca, 2 de azúcar prieta, 20 onzas de frijoles colorados y 20 onzas de frijoles negros. Además, un paquete de espaguetis, media libra de aceite vegetal y dos sobres de café de 4 onzas. La venta de pan racionado es diaria, a razón de un panecillo de 80 gramos per cápita.

A los cubanos residentes en “el paraíso de los obreros y campesinos”, el benefactor Estado mensualmente le da derecho a comprar una libra de pollo, 10 huevos de gallina (5 por la libreta, a 010 centavos cada uno, y 5 extras, a 0,90 cada uno), media libra de pescado, 5 perros calientes elaborados con pollo y media libra de un picadillo de soya de bastante mal sabor. A esta distribución socialista, se une un jabón de baño y otro para lavar, que suelen demorar de dos a tres meses en llegar a las bodegas o tiendas estatales.

Con esta canasta de tiempos de guerra tienen que arreglárselas los cubanos. En el mejor de los casos, los productos de la libreta, duran entre 10 y 15 días, comiendo en pequeñas cantidades.

Que se recuerde, en el mundo moderno no ha habido un racionamiento de alimentos que se haya mantenido durante tanto tiempo. Según se rumora, Raúl Castro quiere abolir la libreta. Está por ver si el Estado puede garantizar la distribución estable de alimentos a precios que no sean excesivos. Habrá que esperar.

De momento, en los agromercados visitados en los primeros días de noviembre, todavía no se estaban ofertando ni papas ni chícharos, los dos productos que fueron noticia en una población pendiente del más irrisorio gesto gubernamental.

En los años 70, los niños solían decir una curiosa consigna: "Viva Cuba Libre, la papa por la libre". Décadas después, de forma parcial se hace realidad aquel lema. Habrá papa por la libre. Ya la libertad es otra cosa.

Iván García

Foto: Adalberto Roque, AFP. Recogida de papas en las afueras de La Habana.

Nota de Tania Quintero.- Este trabajo fue publicado en noviembre de 2009 en Puntos de Vista, una web ya desaparecida. Casi cinco años después, la distribución de alimentos por la libreta ya no es igual. Ahora, en algunos renglones es peor, como en el caso de los huevos, al cual le dedicaremos el próximo post, o de la papa, como a continuación pueden leer en estos cinco trabajos:

Continúan peleas por las papas
El misterio de la papa perdida
¿Papa por la libreta?
Ya la papa es un problema político
Foto: Cola para comprar papas en La Habana. Tomada de Cubanet.

lunes, 9 de junio de 2014

La libreta, recordista cubana


Fue implantada en 1962. Y si no está, debería estar en el Libro de Récords Guinness.

Es una cartilla de pésima cartulina y varias hojas, donde un bodeguero apunta los alimentos que el Estado mensualmente vende a los ciudadanos previamente registrados.

Desde que en 1965 nací, la libreta de racionamiento forma parte de la vida deprimida y repleta de escaseces de los cubanos.

Antes del 'período especial', una crisis cinco veces peor a la que sufre el mundo actual, donde hubo apagones de hasta 16 horas y gente que para apaciguar el hambre comió gatos, cáscaras de plátanos y hollejos de toronja, la libreta te permitía comprar aceite y carne de res cada quince días.

Hubo una vez, que el "gobierno benefactor" de Fidel Castro se dio el lujo de vendernos latas de leche condensada y botellas de cerveza.

Después de esa guerra sin tronar de cañones que fue el 'período especial', la denominada canasta básica se redujo drásticamente.

A duras penas, cada mes tenemos derecho a comprar un panecillo diario -casi siempre pésimo- de 80 gramos, 7 libras de arroz, 20 onzas de frijoles negros y colorados y un sobre de café, hasta hace un par de años, mezclado con chícharos. Ahora, dicen que es puro, pero igual de malo.

La recordista libreta cubana, cada mes también nos ofrece media libra de picadillo ligado con una soya de desagradable olor, media libra de pescado o una libra de pollo y 10 huevos… y para de contar.

A ratos, cuando se acuerdan, los burócratas de comercio interior -organismo que controla lo que se vende por la libreta- ofrecen media libra de aceite por consumidor, un tubo de pasta de dientes, un jabón de baño y uno de lavar. Artículos todos de calidad deplorable.

En 2010, después que los cubanos llevábamos más de cuatro décadas habituados a adquirir productos alimentarios de forma racionada, el presidente del país dijo que “resultaba incosteable mantener una serie de gratuidades”. Me pregunto, si a alguien, en su sano juicio, le gusta o prefiere depender de los insuficientes alimentos que nos vende el gobierno verde olivo.

Son baratos, es cierto. Pero lo ofrecido por la libreta solo alcanza para comer durante diez días. Después, arréglatelas como puedas.

De manera intermitente, en la isla circula el rumor de que a la longeva cartilla le llegó su hora final. Luego, se desvanece y por momentos desaparece la bola sobre su próxima desaparición.

La libreta nunca resolvió nada, pero complementaba la alimentación de infinidad de hogares. Es una incógnita, e incluso gente de a pie hace apuestas: si cuando no haya libreta, a precios asequibles, se podrán comprar el arroz y los frijoles, el alimento habitual de los cubanos.

La carne, bien gracias. Hace años que la carne de res desapareció en combate, y la de cerdo y carnero han ido encareciendo y cada vez menos personas la pueden consumir regularmente.

En el aire flota otra interrogante: si después que a determinados sectores, entre ellos el de salud pública, le han subido sus salarios, aumentarán las pensiones de jubilados y pensionados. Si alguien necesita adquirir más alimentos ofertados por la libre, como frutas, viandas y verduras, y cuyos precios no son baratos, son los ancianos.

Habrá que esperar para saber si finalmente desaparece o no la libreta de racionamiento. Los más optimistas creen que peor no vamos a estar. Los pesimistas piensan que la pobreza y las tensiones sociales aumentarán.

Oscar, chofer de un taxi particular, todos los días se pregunta cuándo va a tocar fondo la larga crisis económica. Que en el caso de Cuba parece estamos lejos de tocarlo. Con libreta o sin libreta.

Texto y foto: Iván García

viernes, 6 de junio de 2014

Soñar con un bistec


Pedro Yánez, hombre honrado y decente, llevaba una vida tranquila, con su mujer y sus dos hijos pequeños, en una humilde casita construida por él, en Santa Fe.

Igual que casi todos los pobladores de este barrio costero del oeste de La Habana, criaba puercos para vender a los vecinos. Tenía una chiva que daba leche y aves de corral para los cumpleaños.

Pero un día su vida cambió. Comenzó a soñar que se comía un bistec de res con papas fritas, con un olor y un sabor espectaculares. Tan real le pareció el sueño que una noche se levantó de la cama como un bólido y corrió hasta la cocina, seguido de su mujer, extrañada por el comportamiento de su marido.

-¿Qué te ocurre?
-Nada, es que acabo de soñar que me comí un bistec.
-Vamos, no sueñes con imposibles. Regresa a la cama, trató de tranquilizarlo la esposa.

Pero la historia no terminó ahí. A la noche siguiente, Pedro tuvo el mismo sueño. Un sueño que se comenzó a repetir hasta convertirse en pesadilla.

Al confiarle a un amigo su problema, éste le dijo:

-Eso es grave, Pedrito. En este país, donde no se puede comer carne de res, porque no la hay, soñar con un bistec es casi un delito. Olvida eso. Figúrate si te da por matar una vaca. ¡Te pudres en la cárcel, compadre! Mira, mejor mata un pollo o la chiva.
-No, no es lo mismo. El olor del bistec de ternera no se me va de la mente.

Tan obsesionado estaba con la idea de comerse un buen bistec con papas fritas, que una noche, allá por los años 90, sin pensarlo mucho, se fue al campo y ayudó a un viejo amigo a matar una vaca que andaba suelta por la carretera.

El final de su historia es el mismo que el de miles de cubanos que han sido condenados a prisión por cometer el delito de “hurto y sacrificio de ganado vacuno”, penado por las leyes cubanas con 8 años de cárcel o más, si la res es robada en un potrero estatal.

Hoy Pedro es un hombre triste, amargado. Se lamenta de haber estado ausente de su casa durante ocho años, preso como un criminal, y no haber podido ver crecer a sus hijos Yadiel y Anyi.

A Yadiel Yánez, su hijo mayor, lo traté dos años atrás. Un muchacho robusto y jovial que se lanzaba en balsas rudimentarias para llegar a La Florida, pese al mar infestado de tiburones. Al séptimo intento logró llegar a Estados Unidos.

Yadiel vive y trabaja en Houston,Texas, como constructor de casas. Seguramente sus amigos de allá le han escuchado contar esta historia.

Tania Díaz Castro
Cubanet, 6 de diciembre de 2013
Foto: Menú típico cubano: bistec con cebolla, papas fritas, ensalada de estación, plátanos maduros fritos, arroz blanco y frijoles negros. Tomada de Yelp.

miércoles, 4 de junio de 2014

La difícil tarea de almorzar y comer en Cuba



Imaginar a un nutricionista cubano en un centro de salud, es empinar un papalote sin aire. Estos especialistas del buen comer, en su afán de indicar una alimentación adecuada a pacientes con obesidad, colesterol alto o diabetes, dada la escasez, se convierten en magos de circo.

¿Quién puede orientar qué comer para mejorar la salud, cuando no puede disponer de alimentos tan esenciales como leche, carne de res, pescado, mariscos, cuando la malanga llega a veces y la papa se ha vuelto incapturable?

A Carmen, especialista en nutrición de varios hospitales, la entristece su trabajo. “Todos sabemos las carencias que padecemos. Me duele ver las miradas de los ancianos que preguntan qué comer y se quejan de los inalcanzables precios del pescado, de una piña, de naranjas, de los alimentos sanos, que debo recomendarles para recobrar su salud”.

La mayoría de la población -Carmen incluida-, no puede adquirir frutas con sus míseros ingresos. Imagine una anciana que el pago de la seguridad social no le alcanza ni para medicinas o una madre soltera que no cuente con el apoyo económico del padre de su hijo.

La nutrición balanceada es necesaria para controlar ciertos padecimientos, pero también es vital para preservar la salud. La bazofia “alimenticia” que ingerimos los cubanos, va más allá de ser una afrenta al paladar, es responsable de la baja estatura de los jóvenes de estos tiempos, de la pérdida temprana de la dentadura, del uso de bastón -entre muchos que no rebasan los 70 años- por desgaste en sus huesos.

Es imposible escapar de contraer alguna enfermedad, alimentándonos con la ración mensual de “picadillo enriquecido” (cuyos componentes nadie conoce), del pedacito de pollo que se recibe a cambio de no dar pescado; y otras “reliquias”, nacidas en los 90, años del fatídico período especial que nunca termina.

Quién diría a los cubanos de la Isla que su alimentación sería muy inferior a la dieta que, en los siglos XVIII y XIX, los colonos les ofrecían a sus esclavos. En el barracón de la plantación no faltaban el tasajo, el bacalao, la carne de res, la leche y otros alimentos de gran valor proteico.

El reglamento de esclavos de 1842, especificaba que a los amos darán a sus esclavos de dos a tres comidas al día, con ocho onzas (230 gramos) de carne, tasajo o bacalao y 4 onzas (1,15 gramos) de arroz u otras harinas, acompañadas de seis u ocho plátanos diarios, o su equivalente en boniatos, ñames, yucas u otras raíces alimenticias (tomado de El Ingenio, de Manuel Moreno Fraginals).

Antes de 1959, Nitza Villapol, se hizo popular con sus recetas en el programa Cocina al minuto. Luego, para subsistir en revolución, la Villapol (ya militante del partido) las adaptó a la lánguida libreta de abastecimiento. Y hasta llegó a ofrecer la receta de bisté de toronja.

El mismísimo Fidel Castro no escapó a la tentación de dar recetas de cocina. Recomendó a los cubanos beber el chocolatín con leche. Parecía una burla: “¿qué chocolate y qué leche?” se preguntaban en los hogares las desesperadas madres, que no sabían qué inventar para alimentar a sus hijos.

Es absurdo, que el régimen no pueda garantizar un vaso de leche a cada ciudadano, y no permita al cubano crear empresas privadas para el abasto de leche y carne. Es hipócrita echarle la culpa del bajo rendimiento de la ganadería al hurto de ganado, que no es más que otro producto de la miseria.

¿Qué podemos esperar? Los esclavizadores de hoy se niegan a flexibilizar el monopolio estatal, causante de que los cubanos no puedan tener una alimentación balanceada. ¿Qué puede responder la nutricionista Carmen, cuando un anciano carente de vitaminas le pregunta qué debe almorzar y comer?

León Padrón Azcuy
Cubanet, 4 de abril de 2014

lunes, 2 de junio de 2014

El problema es la comida, señor Friedrich



Ni siquiera con suficiente moneda dura en su cartera, Dayron puede adquirir en las shoppings o tiendas por divisas los alimentos que desea.

Ahora mismo, con un carrito metálico recorre el mercado ubicado en Primera y 70, Miramar, al oeste de La Habana, buscando manzanas importadas y queso de producción nacional.

“Imagínate, si en el que supuestamente debe ser el mejor supermercado de Cuba, pues aquí compra casi todo el personal diplomático acreditado en el país, usted no puede encontrar determinados alimentos, qué podemos esperar en el resto de los mercados”, señala Dayron.

A lo largo de la isla, cientos de shoppings ofertan alimentos frescos y enlatados en pesos cubanos convertibles (cuc). Pero se debe navegar con suerte para encontrar lo que se necesite.

Cintia, profesora, lleva tres horas recorriendo la parte vieja de la ciudad, en busca de yogurt en bolsa, a 70 centavos de cuc; queso cubano Caribe, a 4.40 cuc el kilogramo y pescado fresco.

“Hay muchas irregularidades en la oferta de los mercados en divisas. Los precios de alimentos como el jamón, queso gouda y carne de res son de espanto, por eso casi siempre se consiguen. Pero los productos más asequibles a la población, como el picadillo de pavo o las bolsas de yogurt, con demasiada frecuencia desaparecen de los estantes”, señala Cintia.

Jaime, gerente de un establecimiento en divisas del municipio 10 de Octubre, asegura que “existe un déficit de alimentos hechos en Cuba como el queso, yogurt y otros. También, debido al aumento de negocios gastronómicos privados y por falta de un mercado mayorista, se agotan muy rápido ciertos alimentos, pues los dueños de paladares y cafés los compran en grandes cantidades”.

Los precios de los alimentos que se venden en pesos cubanos convertibles están sobregirados con gravámenes de hasta un 300%. Un kilo de pollo o un paquete de papas para freír cuesta más caro que en Miami.

El kilogramo de queso gouda se vende a 8.10 cuc. Una bandeja plástica con tres filetes de merluza ronda los 7 cuc. Y medio kilo de bistec de res supera los 10 cuc en cualquier shopping cubana.

Se estima que alrededor del 70% de los residentes en Cuba, de una u otra forma, obtienen divisas. La mayor parte es por concepto de remesas enviadas desde otros países por parientes o amigos.

Algunos trabajadores de empresas estatales cobran entre 10 y 35 cuc de estimulación salarial. Los dueños de pequeños negocios ganan divisas a través de sus ventas. Artistas de nivel, intelectuales que aplauden al régimen y caciques del Partido se benefician con cestas de alimentos, viajes al exterior o cobran una parte de los dólares que ganan en sus estancias en el extranjero.

Se calcula que un 30% de la población debe apañárselas como pueda para comprar un litro de aceite (2.40 cuc) o una lata de un kg de atún (8.90 cuc).

Los mercados agropecuarios, ya sean estatales, cooperativas o particulares, venden en pesos granos, frijoles, carne de cerdo, viandas, hortalizas y frutas de estación a precios de oferta y demanda, que son para halarse los pelos.

Les recuerdo que en Cuba el salario promedio es de 20 dólares al mes: 480 pesos, más menos. Llamémosle Daniel, uno de los tantos burócratas que engordan las plantillas oficiales. Trabaja 40 horas semanales cobrando facturas del servicio eléctrico.

De salario recibe 425 pesos, unos 17 cuc al cambio oficial. Con esa plata, Daniel, soltero y sin hijos, debe alimentarse. Con 8 pesos, por la cartilla de racionamiento adquiere 7 libras de arroz, 3 de azúcar blanca y 2 de azúcar prieta y 20 onzas de frijoles. Y una vez al mes, una libra de pollo y media libra de picadillo de res mezclado con soya.

También tiene derecho a comprar cada día un panecillo redondo y desabrido. La canasta ofrecida por Papá Estado apenas alcanza para 10 comidas. Para el resto del mes, debe adquirir alimentos sin subsidio estatal.

Repasemos algunos precios. Una piña mediana, 10 pesos. Un fruta bomba, 28 pesos. Guayaba, 5 pesos la libra. Una libra de frijoles negros de 10 a 12 pesos, colorados de 13 a 15 y garbanzos, 20 pesos la libra.

Carne de cerdo, entre 21 y 25 pesos la libra. Si es bistec, 35 o 40 pesos la libra. Jamón criollo, 30 o 40 pesos la libra. Un plátano verde de freír, 3 pesos. Tomate de ensalada, 10 pesos la libra y un vaso mediano de col picada, 5 pesos.

Debido a una severa hipertensión arterial, Daniel debe comer bajo de sal y grasa y consumir frutas, verduras y carnes magras. Solo en frutas, vegetales, frijoles y maní se le van 350 pesos.

El 85 por ciento de su salario lo destina a hacer una comida diaria. Otras familias, aunque varios de sus miembros trabajen, tampoco nadan en la abundancia. Los que reciben dólares o euros, gastan más del 80% en asegurar un menú con mejor calidad.

Ese rastreo diario por los mercados de un segmento mayoritario de cubanos a la caza de alimentos no está reflejado en las estadísticas de organismos internacionales como la FAO.

Según Theodor Friedrich, ingeniero agrónomo de origen alemán (nació en 1958 en El Tigre, Venezuela) y actual representante de la FAO en Cuba, la isla constituye 'un buen ejemplo de seguridad alimentaria en Latinoamérica'.

Habría que preguntarle al señor Friedrich cuáles son los parámetros utilizados para sostener esa aseveración. Si se compara a los ciudadanos cubanos con haitianos, bolivianos o peruanos que viven en la pobreza extrema, lleva razón.

Pero en Cuba, donde el régimen se refocila de tener un millón de profesionales en activo, un médico, ingeniero o arquitecto, dedica entre el 80 y 90 por ciento de su salario en comprar alimentos.

Y ni siquiera así puede cubrir todas sus necesidades nutricionales o comer lo que desea. Ese pequeño detalle lo olvidó el señor Friedrich.

Iván García
Foto: Bodega (tienda de alimentos) en Cuba. Tomada de El enigma de los alimentos perdidos.