viernes, 30 de enero de 2015

Dos no pelean si se ponen a bailar


La música cubana y la estadounidense han tenido una nutrida historia común. Nuestro Antonio Machín fue uno de los primeros cubanos en triunfar en Nueva York. Fue en 1930, con la banda de Don Azpiazu, interpretando 'El manisero'. Antes, habían viajado el trío Matamoros y el sexteto Habanero (1928-29); y antes de eso lo había hecho Maria Teresa Vera con Ignacio Piñeiro que en 1926 actuó en el teatro Apolo en Harlem.

Antonio Machín le compró una trompeta a Mario Bauzá y éste se enroló en la orquesta de Chick Webb, al que presentó a una joven cantante llamada Ella Fitzgerald. Machín viajaba a París y luego a Barcelona y, al mismo tiempo, Bauzá protagonizaba, desde un segundo plano, la gran revolución cubana en la historia del jazz: "el cubop".

Mario Bauzá había hecho migas con otro trompetista en la orquesta de Cab Calloway, un tipo que se llamaba Dizzy Gillespie. El mundo entraba en la segunda guerra mundial y el jazz también hacía la suya: el be bop. Machito (cuñado de Bauzá), fundó los Afrocubans y Mario dirigió la orquesta. Hasta Charlie Parker llegó a tocar con ellos.

En los años 40, la rumba mandaba en los mejores salones americanos y hasta Xavier Cugat se moría por contratar al mejor cantante del momento, Miguelito Valdés, que interpretaba su música en el exclusivo salón del Hotel Waldorf Astoria. El momento de gracia se alarga durante los primeros años 50, años de mambo y el chachachá, hasta la aparición del "inquietante rock and rollo".

Pero no todos los genios triunfaron en los Estados Unidos. Arsenio Rodríguez llegó en los años 50 y, aunque grabó varios discos, murió en el anonimato.

Ni Fidel ni el Che Guevara mostraron una sensibilidad hacia la música. Y en los Estados Unidos, los cubanos se convierten en "el enemigo".

Celia Cruz se fue de Cuba para convertirse en Nueva York en la reina de la salsa en los años 70. Nunca le perdonó a Fidel que le negaran el visado para asistir al entierro de su madre. Bebo Valdés también se fue y acabó olvidado en Suecia hasta su renacimiento gracias a otro ilustre exiliado, Paquito De Rivera. Paquito abandonó Irakere en 1981 por el madrileño Paseo de La Castellana hasta que llegó a Nueva York. Un día estaba recibiendo un premio cuando descubrió en el foso de la orquesta a Israel 'Cachao' López, el histórico bajista cubano que también salió de Cuba tras la Revolución para pasar por la Gran Vía y tocar en el Biombo Chino y en la sala La Riviera con Pérez Prado.

En 1991 coincidieron en La Habana Santiago Auserón y un enviado de David Byrne con parecidos objetivos. Rastrear las viejas grabaciones. Byrne optó por realizar una recopilación de rarezas cercanas al rock que tituló 'Bailando con el enemigo' mientras que Santiago, que ya había conectado en un viaje anterior con 'El guayabero' preparaba el lanzamiento de la colección 'Semilla de son', produjo en 1995 a Compay Segundo.

Compay Segundo estaba de gira en Estados Unidos y encendió un habano. Fue avisado de que estaba justo debajo de un cartel que rezaba: "No smoking". Compay contestó con su voz cavernosa:"¡Ustedes dejan de bombardear y yo apago mi cigarro!".

El firmante se encontró en 1999 con Ry Cooder en La Habana cuando fue a presentar la película de Wim Wenders 'Buenavista Social Club'. Allí confesaba: "Estuve en La Habana en los años 70, era muy complicado entrar en Cuba para un norteamericano como yo. Aún lo es... Es verdad que tuve suerte al poder contar con Compay Segundo en el Buenavista".

Los músicos cubanos ven el mercado de Estados Unidos como la gran oportunidad para una nueva invasión. Chucho Valdés decía en las páginas de El Mundo: "Si me hubiera ido de Cuba sería un pianista más, eso me hubiera alejado de las raíces afro que estaba investigando".

De momento, los hoteles suben su cotización en bolsa. Aunque más de un turista se asombrará al saber que para ver a una parte de la vanguardia musical cubana (Alain Pérez, Melón Lewis, Pepe Rivero, Caramelo, Gelsy Heredia, Negrón y un largo etcétera) deberán viajar hasta Madrid. Pero, ésa... es otra historia.

José Manuel Gómez
El Mundo, 22 de diciembre de 2014.
Video: Negros, mulatos y blancos disfrutan bailando Agua pa' Yemayá, de Elio Revé su Charangón en el popular Callejón de Hamel, Centro Habana.

miércoles, 28 de enero de 2015

Recordando a Eliseo Alberto



Eliseo Alberto de Diego García Marruz (La Habana, 10 de septiembre de 1951), más conocido por Lichi, uno de los escritores más entrañables de cuantos han llegado a México en las últimas décadas, fallecía el 31 de julio de 2011 por una complicación cardíaca surgida tras un trasplante de riñón.

"Cercano, jaranero, jodedor en cubano, ese era Lichi, al que recordaré sentado en la mesa de casa y contándonos unas historias maravillosas, corrompiéndonos de alegría y risa. Era la broma más feliz del mundo", recordaba su paisano, el pintor Waldo Saavedra.

Víctima de la dictadura cubana, fue declarado traidor por los Castro. Residía en México desde 1988. Dos años más tarde obtuvo la nacionalidad. Sobre Informe contra mí mismo (1978) dijo en una entrevista: "Es un libro sobre Cuba, que se escribe solo una vez. A mucha gente le hizo bien, y sin ser pedante sé que si soy recordado alguna vez va a ser por esa obra".

Un libro que emprende "la búsqueda de respuestas a lo que pasó con la emoción de los años de la Revolución, no con la razón ni con la pasión. Como siempre he dicho: se trata de un libro en el que yo defendí un solo derecho: el derecho a estar equivocado, algo que poco se reconoce y menos por los políticos".

Sobre una posible apertura en la isla, en otra entrevista, aseguraba: "Mientras no se liberen los presos, mientras no se abran las puertas burocráticas a los cubanos, mientras no entre preso nadie por opinar distinto, no habrá horizontes de cambios".

Ganador en 1998 del primer Premio Alfaguara con Caracol beach, escribió también Una noche dentro de la noche (2006) y Esther (2005). Y además de escritor, periodista y editor, fue guionista de radio, televisión y cine. Colaboró con Tomás Gutiérrez Alea en la cinta Guantanamera. Dio cursos en el Sundance Film Institute, y en escuelas de cine de Cuba y México.

Cuando se encontraba luchando por su vida después de la operación, el escritor Jorge F. Hernández fue invitado por el diario Milenio a escribir en la columna que el novelista escribía todos los jueves: "Por Lichi confirmé que las crónicas pueden ser prosa perfecta salpicada de poesía pura y que cada jueves uno ha de asumir con resignación honesta que no hay nadie que cuaje una columna tan llena de vida y voces, tan docta en almas y en apuntar la cicatriz de la belleza o el engañoso guiño de la maldad como lo hace Eliseo Alberto cada semana".

En la última entrega de su columna semanal en Milenio, Lichi relataba la esperanza de que por fin pudiera recibir el riñón que le alejaría de morir y sobre la generosidad de los pocos que donan sus órganos:

"Hoy quisiera escribir sin la emoción que siempre provoca la gratitud para así (lúcido, objetivo, honrado en la martiana interpretación de la palabra) poderles contar una historia que me tocó vivir a lo largo y hondo de treinta horas de fe, mil ochocientos minutos de esperanzas, ciento ocho mil segundos de caridad...".

El escritor cubano proseguía: "El martes llamé al doctor Rossano y me confirmó que los dos trasplantes (que precedieron el suyo) resultaron exitosos: "Ya orinan", me dijo, y yo pensé, al apagar mi último cigarro, que debía brindar con agua de Jamaica por los que aceptaron, con todo el dolor del mundo, donar los órganos de su ser querido. Y brindar por los que tomarán mañana idéntica decisión, y también por mis adorables médicos y enfermeras".

"Queda prohibido no donar", escribió Eliseo Alberto al final de su crónica que él nunca quiso que fuese de despedida, pues quería ver, como muchos enfermos, "sin que nadie les contara, el sol, claro, ¿no lo ven?, salió como siempre a la mañana siguiente".

Eliseo Alberto fue intervenido el lunes siguiente, pero una complicación cardíaca terminó con su vida en el Hospital General de México. Sus amigos quieren que sus cenizas sean llevadas a Arroyo Naranjo, la barriada habanera "donde Lichi jodía de chiquito".

Sergio Camarena

Publicado el 31 de julio de 2011 en El País con el título El escritor que defendía estar equivocado.

Foto: Tomada del blog Cuban Exile Quarter.


lunes, 26 de enero de 2015

Recordando a Heberto Padilla



La luna de miel entre la intelectualidad izquierdista occidental y el régimen comunista de Fidel Castro sufrió una primera y grave crisis hace ya 30 años, en 1971, a raíz del encarcelamiento del poeta Heberto Padilla y del subsiguiente caso Padilla. Un caso que puede ahora darse por cerrado con la muerte del autor cubano en Estados Unidos a causa de un infarto, el 25 de septiembre del 2000.

Padilla tenía 68 años y daba clases en la Universidad de Auburn, Alabama. Luego de no haber acudido a su cita académica de los lunes, fue hallado muerto, poco después en su domicilio, según publicó The Miami Herald.

El caso Padilla, que marcó el inicio del divorcio entre la intelectualidad occidental y el régimen castrista, tuvo su origen en la publicación, en 1968, del poemario Fuera de juego, libro que en un primer momento recibió el principal galardón literario concedido por la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). Pero las críticas a la revolución castrista que contenía acabaron provocando el encarcelamiento del autor en 1971.

Las represalias no terminaron aquí. Padilla fue torturado y obligado a retractarse y renegar de sus críticas al gobierno comunista en una declaración pública dirigida a la UNEAC.

Este episodio causó la reacción de numerosos intelectuales y un primer desencanto generalizado respecto a los métodos de la revolución cubana. Desde Mario Vargas Llosa hasta Octavio Paz y Julio Cortázar, pasando por Simone de Beauvoir o Jean-Paul Sartre, Marguerite Duras, Jaime Gil de Biedma, Alberto Moravia, Pier Paolo Passolini, Alain Resnais o Juan Rulfo, una larga lista de escritores, cineastas y pensadores firmaron una carta en la que pedían explicaciones al gobierno de La Habana y denunciaban unos modos de actuación que les recordaban poderosamente a los de los procesos de Moscú.

Fidel Castro aprovechó la ocasión para establecer una nueva política cultural, que se resumía en la consigna "El arte es un arma de la revolución". Y calificó la cultura como una actividad de masas e insistió en el reconocimiento del marxismo-leninismo como instrumento válido para interpretar la realidad, lo que conducía inevitablemente a un arte muy ideologizado.

De todos modos, y debido a las presiones internacionales y el creciente descrédito, Castro se vio obligado a liberar a Padilla, quien dejó la prisión para seguir bajo arresto domiciliario.

En 1980, gracias a otra campaña internacional, esta vez dirigida por el senador norteamericano Edward Kennedy, Heberto Padilla logró salir de Cuba, con destino a Estados Unidos, donde ha residido los últimos veinte años de su vida, trabajando como profesor en las universidades de Princeton, Nueva York, Miami y Auburn, Alabama.

Nacido en Pinar del Río el 20 de enero de 1932, Heberto Padilla ha sido considerado una de las figuras más importantes de la poesía cubana de la segunda mitad del siglo XX.

Padilla desempeñó diversos cargos de confianza en los primeros años de la revolución, entre ellos el de corresponsal de Prensa Latina en Nueva York, director de Cubartimpex, organismo encargado de seleccionar libros extranjeros y representante del Ministerio de Comercio Exterior en los países socialistas y escandinavos. Después, poco a poco, empezó a distanciarse del régimen y a convertirse en uno de los primeros disidentes intelectuales e ideológicos.

Traductor de Keats, Shelley, Byron y Blake, también de Eliot, Heberto Padilla es autor de una notable obra poética y narrativa, entre la que destacan títulos como Las rosas audaces, El justo tiempo humano, Fuera de juego, El hombre junto al mar, la novela En mi jardín pastan los héroes y la autobiografía Mala memoria.

La Vanguardia, 27 de septiembre de 2000.
Foto: De derecha a izquierda, Heberto Padilla, su esposa Belkis Cuza Malé y el escritor Florencio García Cisneros, Princeton, 1992. Tomada de La noche de la autocrítica en la UNEAC.

viernes, 23 de enero de 2015

Recordando a Reinaldo Arenas



Reinaldo Arenas Fuentes vino al mundo el 16 de julio de 1943 en la provincia de Holguín, a unos 730 kilómetros al este La Habana. De una familia humilde, su infancia transcurrió en Aguas Claras, pueblo del oriente cubano. A los 12 años se traslada a la ciudad de Holguín, donde cursa la primera enseñanza. En 1962 se gradúa de contador agrícola y se va a vivir a la capital. En 1964 comienza sus estudios universitarios, primeramente de economía y más tarde en la Escuela de Letras y Artes de la Universidad de La Habana.

Un año antes, en 1963, había participado en un concurso de cuentos infantiles para la radio, con un cuento titulado Los zapatos vacíos. Cintio Vitier y Eliseo Diego, miembros del jurado, conocen al joven escritor y deciden ofrecerle un puesto de trabajo en la Biblioteca Nacional José Martí, y allí comienza a laborar sin haber concluido sus estudios universitarios.

Por esos años trabaja también en el Instituto del Libro y en la Casa de las Américas. Entre otras publicaciones, colabora con Unión, revista en la cual publica sus primeros cuentos, Casa de las Américas, El Caimán Barbudo y La Gaceta de Cuba, donde además se desempeña en el cargo de redactor. Entre 1967 y 1968 Arenas trabaja como editor en el Instituto Cubano del Libro.

En los concursos UNEAC de 1965, 1966 y 1968 obtiene mención por sus novelas Celestino antes del alba y El mundo alucinante, y por su libro de cuentos Con los ojos cerrados. El mundo alucinante es publicada primeramente en francés en 1968, el mismo año en que gana el primer premio de Le Monde a la mejor novela extranjera publicada en Francia, y en 1969 es editada en español por la editorial mexicana Diógenes.

En 1980, Arenas es uno de los más de 120 mil cubanos que abandonaron Cuba por el puerto habanero del Mariel. Se traslada primero a Miami y junto con su amigo Juan Abreu, funda la revista Mariel (1983-1987). Después se muda a Nueva York, ciudad en la que se instalaría definitivamente y continuaría escribiendo hasta que, enfermo de sida, el 7 de diciembre 1990 decide quitarse la vida.

Arenas hiperbolizó muchos acontecimientos relacionados con su vida, con su contexto y con otros personajes del ambiente literario e intelectual de su época. Esta perspectiva, sostenida en muchos textos suyos de carácter autobiográfico o ensayístico, contribuyó a fijarlo como personaje maldito, así como a la estigmatización de parte de la obra que publicó fuera de Cuba.

Su relato autobiográfico Antes que anochezca contó con una versión cinematográfica homónima a cargo del director Julian Schnabel, estrenada en 2001. Del mismo título es la ópera que le dedicó el compositor Jorge Martín, presentada en el Lincoln Center de Nueva York.

Considerado como uno de los principales continuadores del neobarroquismo cubano, Reinaldo Arenas cuenta con una vasta producción narrativa publicada fundamentalmente fuera de la Isla.

Dentro de esa producción, se destaca El mundo alucinante (1965), una suerte de novela histórica que recrea la vida de una figura de la emancipación americana: el cura mexicano fray José Servando Teresa de Mier Noriega y Guerra (1763-1827), personaje histórico que había nacido en Monterrey, localidad ubicada en el entonces Nuevo Reino de León, en el virreinato de Nueva España.

Del cura mexicano a Arenas le interesó su vinculación con la lucha contra el despotismo instaurado por un gobierno basado en la alianza entre las autoridades de la monarquía española y la Iglesia católica; el encarcelamiento y las incesantes huidas, que lo llevaron a desplazarse desde Nueva España a Europa y, de ahí, nuevamente a América; y su carácter inconforme, rebelde y trasgresor.

Al elegir este personaje, Arenas reactualizaba un discurso minoritario en el que se arremete contra las bases del colonialismo y que moviliza una tradición de cuestionamiento de los legados coloniales. Por otra parte, por su desplazamiento entre los continentes americano y europeo, sobre los cuales se arroja una mirada alucinada, así como por su interés en la Historia, esta obra de Arenas se aproxima a la de Alejo Carpentier.

En esa novela, a Arenas no le interesa seguir la realidad histórica al pie de la letra, y, por lo tanto, la ficcionaliza de múltiples maneras. Uno de los recursos de los que se vale es la incorporación de Orlando, personaje de la novela homónima de Virginia Wolf; así como también de la alteración intencional de las fuentes documentales revisadas para la reconstrucción de la época y de la vida de fray Servando.

Por otra parte, la hipérbole le sirve a Arenas para parodiar y satirizar la realidad, fundamentalmente de América y Europa –aunque también de Estados Unidos-, de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX. El mismo efecto tiene lugar con la presencia de distintos narradores, a través de los cuales se manifiestan múltiples perspectivas sobre un mismo hecho.

Dentro de la obra narrativa de Arenas, es necesario destacar lo que él mismo consideró como su Pentagonía (neologismo que resulta de la combinación de “pentalogía” y “agonía”), conformada por los libros Celestino antes del alba (1967), El palacio de las blanquísimas mofetas (1975), Otra vez el mar (1982), El asalto (1991) y El color del verano (1991). Obras que textualizan la historia cubana y la del propio Arenas dentro de las convenciones del barroco.

Se trata de novelas que subrayan la artificialidad de la escritura, y que metaforizan diferentes etapas en la vida de su autor. La primera comienza el ciclo con la infancia del escritor en un medio primitivo y ahistórico y continúa en la segunda novela con la adolescencia del personaje durante la dictadura batistiana y los años que precedieron el triunfo de la Revolución. La tercera novela se dedica al propio proceso revolucionario cubano desde 1958 hasta 1970, así como al desencanto del escritor con el nuevo sistema político. La cuarta se monta según los modelos de las novelas de dictador, y cuenta una historia que termina en 1999, en medio de un carnaval alucinante y multitudinario en que la juventud cubana toma por asalto a la Isla, la cual se desprende de sus cimientos y parte hacia lo desconocido. Y en la quinta novela fabula sobre el futuro de la humanidad a partir de un relato profundamente desencantado.

La Loma del Ángel (1985) es también significativa dentro de la novelística de Arenas, y fue escrita como una adaptación paródica del clásico del siglo XIX cubano, Cecilia Valdés, de Cirilo Villaverde. Nuevamente, en la novela se interesa por el pasado histórico, esta vez por el pasado colonial de Cuba a partir de las problemáticas que ya aprovechara en su momento Villaverde: la anécdota amorosa, la denuncia antiesclavista, las divisiones de clases y los conflictos raciales; pero además se vale de las amplias repercusiones del mito en la sociedad cubana.

En ella se presentan personajes esperpénticos y caricaturescos, todos envueltos en conflictos de raza y en relaciones incestuosas. Mediante el caos, el absurdo y la ironía se ridiculizan de manera caótica las costumbres impostadas, la copia de falsas maneras, el desenfreno por el baile, la sensualidad característica de negros y mulatos, y las maneras de vestir inapropiadas para el clima de nuestro país.

Los nueve cuentos incluidos en Termina el desfile (1981) forman parte de lo más significativo de Arenas dentro de su cuentística, que en comparación con su novelística constituye una obra menor. Estos cuentos repiten temas comunes como el desengaño político y personal, la imposibilidad de amar a alguien, la asfixia dentro del seno familiar, la familia como una extensión de la opresión política, la relación amor-odio con la madre, el homosexualismo y el humor en medio de las situaciones más trágicas.

Se tratan de historias que de nuevo incorporan elementos autobiográficos de Arenas. En Comienza el desfile, se narra la entrada de los rebeldes en la ciudad de Holguín, y en Termina el desfile se relatan los acontecimientos acaecidos en 1980 en la Embajada del Perú de La Habana y que afectarían su vida.

Con La vieja Rosa (1980), Arenas vuelve a optar por la continuidad de sus historias. En este caso se trata de un volumen donde publica el relato homónimo junto a Arturo, la estrella más distante. En la primera de las narraciones, con una estructura lineal y convencional, cobran importancia los elementos sobrenaturales y la música.

Cuenta la vida de Rosa, una madre que llora las ruinas de su casa, de su familia y de su época, y que descubrimos como una mujer defraudada por la vida, y por lo tanto frustrada. Arturo, por su parte, es un personaje a través del cual se cuestiona el sistema carcelario como método para reeducar o reformar a los individuos. Un relato en el cual vuelven algunos de los temas de Arenas, como el sexo, la madre, la frustración, la libertad tronchada, la marginación, la soledad y la muerte, así como el recurso de la intertextualidad, que hace conexiones en este caso, por ejemplo, con el texto bíblico o con Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar.

Biografía tomada de EnCaribe, enciclopedia de historia y cultura del Caribe.
Foto de Jorge Camacho, tomada de Una lectura inédita de Reinaldo Arenas, en su voz.
Leer también: El encanto de la transgresión.

miércoles, 21 de enero de 2015

Recordando a Néstor Almendros



Fue el año en que llegaron todos. Llegó Eduardo Manet de París y Ramón F. Suárez de Suecia. Llegaron Pablo Armando Fernández y Humberto Arenal y Amaro Gómez de Nueva York. Llegaron también Heberto Padilla y Edmundo Desnoes -y todos llegaban porque el Comandante ya había llegado antes. Ya saben, el que mandó a parar. Entonces no sabíamos hasta qué punto mandaría a parar.

Uno de ellos era alto y delgado y ya con entradas prominentes. Vestía uno de esos seersuckers clásicos de Brooks Brothers, con corbata de lana negra. Había leído alguna colaboración suya en la sección Cine de la revista Carteles y sabía que venía de Nueva York, invitado a trabajar en el recién creado Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos, ICAIC, por su amigo Tomás Gutiérrez Alea.

Conocía también su nombre, Néstor Almendros, y que había traído con él su cámara, una Bolex de cuerda que el ICAIC se apresuró a alquilarle ante la carencia de equipos que teníamos. Lo que no sabía era que Néstor provocaría una conmoción en el cine cubano. De nuevo.

Ya antes lo habían acusado de agente de la CIA, a finales de los años 40, en la Sociedad Cultural Nuestro Tiempo. Su padre, Herminio Almendros, alto funcionario del Ministerio de Educación de la República Española, llevaba varios años exilado en Cuba, y Néstor, con 18 años, llegaba de Barcelona, borracho con las teorías del director Sergei Eisenstein, pionero del cine soviético.

Armado con su cámara, Almendros se puso a sacar primeros planos de sus compañeros en la sociedad cultural, la cual acababa de pasar, subrepticiamente, al control del Partido Socialista Popular. Algunos dirigentes de Nuestro Tiempo, estalinistas paranoicos, creyeron que Néstor les hacía retratos para la agencia estadounidense de inteligencia, cuando en realidad eran ingenuos y primeros amagos de cine. Y lo expulsaron.

Y ésa fue su definición inicial: extranjero, y para colmo catalán, que parecía querer revolucionar a los nativos con sus exóticas ideas europeas. ¿Sería trotskista?

A principios de los años 50, la energía creativa de Néstor se hizo sentir en el cine experimental de la época, demostrándole a los cubanos que la única manera de hacer cine era haciéndolo: es decir, hacerse de una cámara, aprender a utilizarla y filmar. Almendros fue promotor y fotógrafo de varias pequeñas películas de la época. Esa breve pero intensa efervescencia experimental tendría su final cuando algunos de sus protagonistas, entre ellos Néstor, se marcharon a Europa a estudiar cine a mediados de la década.

De Roma, donde hizo estudios en el Centro Sperimentale di Cinematografia, Néstor irá a Nueva York, esta vez a estudiar dirección de fotografía en el New York Community College. Y llega a Manhattan justo en el momento en que los jóvenes cineastas newyorkinos descubren una aliada esencial en la Tri X, una película en blanco y negro ultrarrápida que la Kodak acababa de lanzar. Además, las cámaras se habían vuelto más pequeñas y se sofisticaban con lentes de sensibilidad superior.

Esa autonomía de los pesados equipos de iluminación permitía filmar con una considerable flexibilidad de movimiento y conseguir un espectro más amplio de expresión: libertad y ubicuidad desconocidas hasta entonces. La noche de fin de año de 1958, con su pequeña Bolex de cuerda, y utilizando solamente la luz natural de las tiendas y del alumbrado de Times Square, Néstor filmará 58-59, un poema a Nueva York y a la noche. Tres meses más tarde llegará a La Habana, invitado por Gutiérrez Alea.

Con 58-59, Néstor provocó una segunda conmoción entre los cineastas cubanos. A todos nos sorprendió la calidad del corto, la sensibilidad del autor, pero sobre todo la libertad con que el cineasta había contado, gracias a la película rápida.

Esa independencia fue precisamente lo que preocupó a la dirección del ICAIC, ya que detrás del andamiaje generador de una industria de cine en Cuba se escondía un objetivo mayor: la agitación y propaganda necesarias al régimen recién instituido. Que se desarrollase un cine alternativo y personal era lo que la dirección del organismo quería evitar a toda costa.

Pero todavía eran tiempos de inclusión -y el ICAIC cumplió con la invitación que a Néstor le había hecho Gutiérrez Alea. Como fotógrafo primero, y más tarde como fotógrafo/director, Almendros realizó documentales llamados didácticos, objetivo para nada alejado de las inquietudes pedagógicas heredadas de su padre.

De esa época es El tomate, un documental que hicimos juntos a finales de octubre de 1959 en una recién creada cooperativa agrícola de Camagüey. La filmación transcurría sin problemas hasta que un día, al llegar por la mañana a rodar, nos encontramos con la cooperativa totalmente desierta: todos se habían ido a "buscar a Camilo".

El comandante Camilo Cienfuegos, jefe del Ejército Revolucionario, había desaparecido en su avioneta -misteriosamente- después de arrestar a Hubert Matos en la capitanía de la provincia. Poco importaba que la avioneta hubiese desaparecido sobre el mar Caribe, al sur de la isla, según informaban las noticias en la radio, y que la cooperativa estuviese tierra adentro, más bien al norte. Nada de eso tenía la más mínima importancia: la consigna era "buscar a Camilo". Aquella semana el país entero se paralizó y los cubanos no hicimos más que "buscar a Camilo".

Durante aquel primer año de revolución, y a pesar de la frialdad y desconfianza de la dirección del Instituto del Cine hacia 58-59 -es decir, su método de realización- el corto se convirtió en punto de referencia para muchos documentalistas del ICAIC. Así surgieron Carnaval Socialista, de Alberto Roldán, y Asamblea General, de Gutiérrez Alea, ambas fotografiados por Ramón F. Suárez.

Pero el ejemplo más notorio fue P.M., excelente cortometraje realizado por Orlando Jiménez Leal y Sabá Cabrera Infante fuera del control del Instituto del Cine y con un punto de vista ajeno a la agit-prop. La negativa del ICAIC a permitir que el corto se exhibiese en los cines creó una enorme conmoción entre los intelectuales cubanos e hizo que Néstor dejase definitivamente el organismo para irse a trabajar como camarógrafo en un noticiero de televisión. Y por su cuenta, con los recortes de negativo que le sobraban de esos noticieros, realizó Gente en la playa, uno de los cortometrajes más libres y hermosos que jamás se hayan hecho en Cuba.

Eran tiempos definitivos. Almendros tomará partido a favor de los autores de P.M. en su columna de la revista Bohemia, de la cual era crítico de cine, y muy pronto se verá atacado por Verde Olivo, órgano oficial del Ejército Rebelde, tras lo cual lo expulsan de Bohemia.

Todo terminará en la Biblioteca Nacional con Fidel Castro zafándose su cinturón para depositar la cartuchera de su pistola sobre la mesa presidencial de la reunión, antes de acercarse al micrófono a dictar, ya dictador, cátedra: "Dentro de la Revolución todo, contra la Revolución nada". Pero, ¿quién va a decidir qué está "dentro" y qué no? Nadie preguntó. Todos miraban de reojo la pistola sobre la mesa.

Después del cierre del magazine literario Lunes de Revolución y del propio periódico Revolución, síntomas transparentes de lo que vendría después, Almendros escogió el exilio una vez más -lo cual no le fue fácil, pues su padre, a quien él respetaba, era ya un alto funcionario del Ministerio de Educación, el que concebía y organizaba las escuelas Camilo Cienfuegos en la Sierra Maestra.

En Barcelona, su ciudad natal, Almendros recuperó su pasaporte español y se hizo amigo de los jóvenes que conformaban la entonces llamada "escuela de cine de Barcelona". Éstos le propusieron una película como fotógrafo, que Néstor aceptó, pero que tuvo que abandonar cuando la protagonista, la diva Sara Montiel, se negó a trabajar con un fotógrafo desconocido. Una vez más, Almendros hizo su maleta y se marchó.

A finales de diciembre de 1962, de regreso del Festival Internacional de Tours, pasé por París y conseguí localizar a Néstor. Tuvo la amabilidad de invitarme a cenar en un comedor universitario donde pagaba con cupones que adquiría más baratos por docena: única calidad de restaurante que se podía ofrecer con el poco dinero que ganaba dando clases particulares de español.

Cuando terminamos de comer, le dije: ¿Por qué no vamos a ver El proceso, de Orson Welles?. "No puedo. Los cines de estreno son muy caros", me respondió

Como todavía me quedaban unos francos de las dietas que me habían dado para el festival, le invité. A tientas nos orientábamos en la oscuridad del cine cuando dimos con dos asientos libres -justo al lado de Oskar Werner, el actor alemán de Jules et Jim. "Déjame sentarme a su lado", me rogó Néstor, de nuevo el cinéfilo fascinado por las estrellas de cine.

Meses más tarde, ya en La Habana, me enteré que había enviado Gente en la playa al Festival de Estrasburgo, que fue visto y elogiado por Edgar Morin, director del Museo del Hombre. Morin lo presentó a Eric Rohmer y éste le ofreció la dirección de fotografía de su segmento en una película de varios cuentos, Paris vu par.

Néstor dejó de dar sus clases de español y se entregó por entero a la película -aunque sólo le habían dado un contrato por 48 horas, pues el productor Barbet Schroeder no había querido comprometerse con él sin ver primero las tomas reveladas.

Y el trabajo de Néstor gustó tanto, que Barbet le llamó de nuevo para que hiciese la fotografía del próximo cuento, dirigido por Jean-Luc Godard. Néstor le dio las gracias por la oportunidad y le dijo que le entusiasmaba la idea de trabajar con Godard, pero que no podía abandonar de nuevo sus clases, de las cuales vivía -y aprovechó para decirle a Barbet que nunca le había pagado sus honorarios en aquel primer trabajo con Rohmer.

Abochornado, Barbet le pagó, tras lo cual Néstor hizo el Godard y más tarde Ma nuit chez Maude, su primer largometraje con Rohmer. Fue en Maude que Francois Truffaut descubrió la fotografía de Néstor -lúcida, translúcida sin luces- y consideró que era la ideal para L'enfant sauvage, que ya preparaba. Y las películas de Truffaut sí que se veían en Hollywood. El resto, como se dice, es historia.

Néstor Almendros trabajó durante años con los mejores directores franceses y estadounidenses. Ganó un César por El último metro, de Truffaut, y un Oscar con Days of Heaven, de Terrence Malick, además de otras nominaciones por las dos Academias, la estadounidense y la francesa. La crítica le consideró un director de fotografía excepcional: un fotógrafo que, además, sabía dirigir sus propios documentales.

Más allá de su talento, tres elementos ayudaron al éxito de Néstor Almendros: la sofisticación cultural que absorbió en su adolescencia en Barcelona; los estudios de Filosofía y Letras en la Universidad de La Habana, que sorprendería a los cineastas franceses, acostumbrados a trabajar con fotógrafos que no eran más que técnicos; y la invención de la película Tri X, que le permitirá independizarse de los equipos pesados.

Pero el éxito no le hizo olvidar a sus amigos de Cuba. A menudo nos invitaba al rodaje de sus películas, a los estrenos de las mismas, y en una ocasión me pidió que viniésemos a su casa a ver por televisión una entrevista con Roberto Rossellini. El director italiano había ejercido una influencia esencial en la Nueva Ola francesa y la entrevista se exhibía esa noche.

En su apartamento de la rue Rousselet ya estaban Jacques Doniol-Valcroze y Jean Douchet, co-fundador el primero y ambos críticos de la revista Cahiers du Cinéma, y también Eric Rohmer, con quien Néstor acababa de terminar La rodilla de Clara.

Cuando llegó la hora, todos nos acomodamos frente al televisor, excepto Rohmer, que giró su asiento 180 grados y se sentó dándole la espalda a la pequeña pantalla. Sorprendido, le pregunté a Néstor en voz muy baja: ¿Qué le pasa? Almendros dejó escapar una discreta risita irónica: "Es que no quiere que la televisión le dañe su sentido de la imagen".

Años más tarde, en 1977, justo el año de la muerte de Rossellini, Néstor trabajaría con el gran maestro italiano en Beaubourg, un documental sobre el Centro de Arte y Cultura Georges Pompidou.

Recuerdo la alegría en su voz cuando una mañana de 1989 me llamó desde el laboratorio De Luxe, donde terminaba la corrección de luces del episodio de Martin Scorsese para New York Stories.

"Los recuperamos, Canel, los recuperamos", me decía lleno de entusiasmo desde la oficina del director del laboratorio. Yo no entendía nada. "¿De qué hablas, qué recuperamos?". "Los documentales… Ritmos de Cuba y Carnaval", respondió

Néstor trabajaba esa mañana en el laboratorio cuando el director se le había acercado y le había dicho: "Almendros, ¿sabe usted que en las bóvedas tenemos dos cortos cubanos?". "No, ¿cuáles?", preguntó.

El hombre consultó sus apuntes: "Ritmos de Cuba es uno, y el otro Carnaval." Era realmente increíble. Ritmos de Cuba lo había dirigido y fotografiado Néstor, en 1960, en Cuba, para el ICAIC. Y Carnaval lo había dirigido yo, con Joe Massot, ese mismo año. No sabíamos que los negativos todavía estuviesen allí.

"Sí", me contaría Néstor que le explicó el director. "Los revelamos y enviamos los rushes a La Habana y luego tiramos unas pocas copias. Pero el ICAIC nunca nos pagó y cuando se rompieron relaciones con la Isla y se instauró el embargo comercial, los negativos ya editados se quedaron en nuestras bóvedas. Desde entonces están ahí. Mire, los directores tienen derecho a una copia en vídeo para su uso personal, pero me tienen que firman un acuerdo por el cual se comprometen, so pena de procesamiento legal, a no comercializar los cortos. Esas películas son propiedad del ICAIC y a ese organismo se las devolveremos cuando nos hayan pagado lo que nos deben."

Al día siguiente vimos Ritmos de Cuba y Carnaval por primera vez desde su estreno en el cine La Rampa, en La Habana, en el verano de 1960. Veintinueve años más tarde.

Cuando Néstor sintió que ya tenía el nombre y el prestigio profesional necesario en París y en Hollywood, mundos todavía obnubilados por la propaganda castrista, produjo y dirigió (con Orlando Jiménez Leal) Conducta impropia, el más poderoso alegato jamás hecho en el cine contra el régimen de La Habana, y más tarde Nadie escuchaba (con Jorge Ulla), un efectivo documental de testimonios sobre los abusos de los derechos humanos en Cuba.

Un día de mediados de diciembre de 1990 sonó el teléfono en mi casa de California. Era Néstor, que me llamada desde el rodaje de Billy Bathgate en Nueva York, su nueva película con Robert Benton. No sabíamos, ni él ni yo, que sería, literalmente, su última película.

"¿Como estás?", me preguntó. "Bien, ¿y tú?"

"Agotado", respondió. "Muy, pero muy cansado. Ya sabes cómo son los rodajes americanos. Te pagan de maravilla, pero te sacan el jugo. Ahora vienen la Navidad y Año Nuevo y los productores prefieren pagar overtime a paralizar la filmación y luego tener que traer otra vez a todo el personal al lugar del rodaje. Lo cual significa que estamos rodando 14 o 16 horas diarias. No veo la hora en que termine y me vaya a descansar. Pero te llamo para que no dejes de ver Havana".

"¿La película de Pollack?". "Sí, no dejes de verla. Quiere ser Casablanca y no lo es, pero es interesante. La reproducción de la época y todo. No te la pierdas."

A mí me extrañó que me llamase desde el otro lado del país, estando tan cansado, sólo para recomendarme una película. ¿No se estaría despidiendo?

A mediados de 1991 me informaron de Nueva York que Néstor había caído enfermo y que los médicos le habían diagnosticado el sida. A partir de ese momento me fue imposible localizarle, se había refugiado en la casa de campo de un amigo en las afueras de la ciudad y de la cual nadie tenía el número de teléfono.

A principios de noviembre se estrenó Billy Bathgate, pero Néstor no acudió al estreno. Cinco meses más tarde, ya en 1992, sonó de nuevo mi teléfono. Era Jorge Ulla, dándome la noticia de que Néstor había muerto.

En la plenitud de su vida, de su fama y su carrera, Néstor Almendros murió en Nueva York el 4 de marzo de 1992, a la edad de 61 años.

Fausto Canel

Publicado en Diario de Cuba el 3 de marzo de 2011 con el título Néstor Almendros: a los 19 años de su muerte. Una primera versión de este texto, bajo el título Néstor Almendros, el hombre y su cámara, fue publicado en Mariel, revista de literatura y arte, en la edición especial de aniversario. Miami, Florida, primavera de 2003.


Leer también: Exilio y luz.

lunes, 19 de enero de 2015

Recordando a Guillermo Cabrera Infante



Guillermo Cabrera Infante nació en Gibara, Cuba, el 22 de abril de 1929 y en 1941 se trasladó a La Habana con sus padres, donde comenzó a escribir con 18 años de edad. Abandonó la carrera de Medicina para trabajar como redactor de la revista Bohemia. En 1949 creó el semanario Nueva Generación y en 1950 ingresó en la Escuela de Periodismo de la Universidad de La Habana.

Junto a Néstor Almendros y Tomás Gutiérrez Alea fundó en 1951 la Cinemateca de Cuba, la cual presidió hasta 1956. En 1952, tras la aparición en Bohemia de un relato suyo que contenía “palabrotas” ofensivas para el gobierno de Fulgencio Batista, fue multado, encarcelado y obligado a firmar sus trabajos con otra identidad, para lo cual se creó el seudónimo de G. Caín, una contracción de sus apellidos.

Tras el triunfo de la Revolución Cubana el 1 de enero de 1959 dirigió el Consejo Nacional de Cultura y fundó el suplemento literario Lunes del periódico Revolución, donde había sido editor hasta entonces. Al lado de Carlos Franqui dirigió este suplemento literario, uno de los más importantes e influyentes de Latinoamérica, hasta 1961. En 1962 fue nombrado agregado cultural de Cuba en Bruselas, cargo que desempeñó hasta 1965 cuando, tras una breve estancia en su país natal, renunció a sus funciones diplomáticas y regresó a Europa como exiliado.

Rotos sus vínculos con el gobierno cubano, en 1966 se instaló en Londres, donde se nacionalizó como británico y residió hasta su muerte. Además de su actividad como escritor, fue profesor y conferenciante de varias universidades norteamericanas, como Yale, Virginia, West Virginia, y Oklahoma. Entre los galardones al conjunto de su obra se encuentran la Medalla Sancho IV, de la Universidad Complutense de Madrid en 1992, el Premio del Instituto Italo-Latinoamericano de Roma en 1995, y el Premio Cervantes en 1997. En el 2000 fue declarado Doctor Honoris Causa por la Universidad Internacional de Florida.

Guillermo Cabrera Infante evidenció su afición por el cine desde sus primeros escritos críticos, publicados en la revista Carteles en 1954 y reunidos luego en el volumen Un oficio del siglo XX (1973), donde compone una suerte de biografía imaginaria del crítico G. Caín, alter ego del propio autor. Asimismo pueden citarse otras compilaciones de artículos o ensayos sobre cine, como Arcadia todas las noches (1978), donde aparecen algunas conferencias que impartiera en La Habana sobre realizadores como Orson Welles, Alfred Hitchcock, John Huston y Vicent Minnelli. O como Cine o sardina (1997), con la cual alcanza cuatro ediciones a sólo cuatro meses de ser publicado.

Aparte del cine y de la música popular, la historia de Cuba es otro de los temas frecuentes en la obra ensayística y crítica de Cabrera Infante. En ese sentido, los textos reunidos en Mea Cuba (1992), constituyen una exaltación del exilio y un ejercicio de la memoria, pues en ellos reinventa a su país natal desde la distancia y desde sus propias ideas políticas.

En Holy Smoke (1985) -luego traducido al español bajo el título de Puro humo (2000)- desarrolla el relato autobiográfico de un fumador adicto y ofrece un catálogo de películas, actores y canciones donde el humo y el cigarro tienen una presencia protagónica.

En esta zona de la obra de Cabrera Infante sobresalen también algunas obras de carácter experimental, como O (1975) y Exorcismos de esti(l)o (1976), compuestos a partir de fragmentos o misceláneas narrativas imposibles de clasificar según límites estrechos de lo narrativo o lo ensayístico. En sentido general las obras de Cabrera Infante contaminan géneros en prosa como la crónica, la crítica, el ensayo, la autobiografía, la viñeta, el relato, el cuento o la novela.

El primer volumen narrativo de Guillermo Cabrera Infante se titula Así en la paz como en la guerra (1960), y reúne varias viñetas de la lucha contra Batista así como relatos que recrean la vida de La Habana prerrevolucionaria. Sin embargo, el reconocimiento internacional como narrador lo conquistaría a partir de 1964 con su primera novela, con la que obtendría el Premio Biblioteca Breve, de Seix Barral.

Publicada después con el título de Tres tristes tigres (1967), esta obra recrea las experiencias de un grupo de jóvenes heterogéneos en el ambiente nocturno de los bares habaneros de 1958. Al margen de la ciudad como escenario fundamental, en su primera novela sobresalen también otras preocupaciones que luego se repetirán en la obra narrativa de Cabrera Infante.

Es el caso de las estructuras narrativas sofisticadas, conformadas a partir de voces y discursos del más diverso origen; el carácter autorreflexivo de la obra literaria y la parodia de sus propios procedimientos; así como los numerosísimos juegos verbales que se alimentan también de su interés por diversas cuestiones lingüísticas.

Así, en sus obras es frecuente el uso de anagramas, palíndromos, paradojas, hipérboles, errores tipográficos, pastiches y todo tipo de malabares verbales; así como también se repite el interés por reproducir el habla viva de las más disímiles normas lingüísticas que confluyen en La Habana de sus recuerdos, como la jerga del jazz, el habla popular o el habla de la pequeña burguesía.

En La Habana para un infante difunto (1979) -considerada por muchos como novela erótica-, Cabrera Infante insiste también en un relato de contenido autobiográfico donde la capital, la historia y el habla de su país natal se hacen centros temáticos, y donde se afianza un estilo narrativo conformado a partir de la parodia, la burla, las marcas de la oralidad, las travesuras verbales y la intertextualidad.

A modo de continuación de sus obsesiones Cabrera Infante escribe varios libros de cuentos y relatos, y una novela titulada Ella cantaba boleros (1996), donde recupera y enriquece algunas de las historias de Tres tristes tigres.

Guillermo Cabrera Infante fue uno de los primeros guionistas latinoamericanos en insertarse exitosamente en Hollywood, a donde viajó en 1970 para el rodaje de Vanishing Point, road movie que obtuvo gran éxito de taquilla. Con anterioridad, y con menos éxito, ya había escrito el libreto del film Wonderwall (1967), enriquecido luego por la música de George Harrison.

Participó en otros proyectos cinematográficos, como la adaptación para Joseph Losey de una novela de Malcolm Lowry titulada Under the Volcano (el guión homónimo, terminado en 1972, nunca se llegó a filmar) y la escritura del libreto que dio origen a La ciudad perdida (2005), dirigida por Andy García y ambientada en Cuba.

El 21 de febrero de 2015 se cumplen diez años del fallecimiento en Londres de Guillermo Cabrera Infante.

Biografía tomada de EnCaribe, enciclopedia de historia y cultura del Caribe.



viernes, 16 de enero de 2015

Vidas embargadas por la Revolución



El anuncio, el miércoles 17 de diciembre de 2014, de que Estados Unidos y Cuba se disponen a retomar las relaciones diplomáticas interrumpidas hace más de medio siglo de enfrentamientos abre un horizonte de esperanza. Este cambio trae ilusiones de apertura en la isla, pero también sirve para recordar a las víctimas del exilio, interior y exterior, y cómo este influyó indefectiblemente en el desarrollo cultural de la nación de los Martí, Carpentier y Lezama Lima.

A través de las vidas de cinco intelectuales a los que la historia atropelló, comenzamos una serie de reportajes en los que se dará un repaso a las principales consecuencias de la represión en el mundo de la cultura. Desde la literatura amordazada a la danza, con las continuas defecciones de sus más jóvenes y talentosos cachorros. De la música y el cine irremediablemente divididos entre fuera y dentro a las artes, con sus bienales internacionales y la emergencia en los últimos años de una nueva generación de creadores sin miedo.

Los casos personales de Guillermo Cabrera Infante, brillante novelista y crítico cinematográfico; Néstor Almendros, uno de los más distinguidos directores de fotografía de la historia del cine; el vitalista escritor Eliseo Alberto y los poetas-símbolo Reinaldo Arenas y Heberto Padilla ejemplifican bien las crueles contradicciones de la revolución cubana.

El País, 20 de diciembre de 2014.

miércoles, 14 de enero de 2015

Cuaderno de viaje (V): Adiós, San Diego



El aeropuerto internacional de San Diego no es tan desmesurado como el de Miami o Nueva York. Todo es rápido. El chequeo y un servicio amable te recibe con un intento de español a martillazos: Bienvenido a San Diego!

Si llegas un fin de semana notarás vida nocturna en el centro y la parte vieja del distrito. Entre semana, San Diego es una ciudad pacata. Nada que ver con Miami, donde los bares, el casino en territorio indio y las discotecas se desbordan en la zona de la playa.

Alrededor de las 10 de la noche, las calles de los suburbios de San Diego están desoladas. A esa hora cierran los bares. Cerca del hotel Holiday Inn, en una licorera venden cerveza, ron y whisky escocés. El dueño es iraquí.

Un tipo simpático que hablaba un español horrible. Cuando supo que éramos periodistas, cuatro de Venezuela y uno de Cuba, dijo: “Chávez, Fidel Castro y Saddam Hussein, qué personajes”.

Los fines de semana la ciudad cobra algo de vida. El centro de San Diego es pulcro, luminoso y movido. A la entrada del restaurant The Old Spaghetti Factory, un mendigo con barba luenga y un gabán militar comía con calma una ración de espaguetis hervidos, sin puré de tomate ni queso.

“Le gustan así. Es un hombre que apenas habla. Probablemente un veterano de guerra medio chiflado. Nosotros le damos comida y al terminar el turno, él nos bota la basura”, me dice un dependiente argentino que lleva cinco años en San Diego.

No lejos del Petco Park, el fabuloso estadio de béisbol, sede de los Padres de San Diego, se encuentran comercios, bares y un boulevard. En una tienda deportiva puedes adquirir gorras y camisas de peloteros de ese club. Una camisa del lanzador cubano Odrisamer Despaigne cuesta 96 dólares.

El vendedor, fanático de los Padres, cree que Despaigne será un arma letal en la próxima temporada. “Tiene de todo. Buena recta, cambio y un comando inteligente de lanzamientos. Su estilo y balanceo se parece al del Duque Hernández”.

Quería saber los números de Odrisamer en Cuba. Y toda la información posible sobre futuras estrellas de la pelota en la Isla. Es que los beisbolistas cubanos, tras el desempeño de Yasiel Puig y José Dariel Abreu, están de moda en la MLB.

Tras terminar el taller de periodismo investigativo en la Universidad de San Diego en California, colegas de América Latina deseábamos despedirnos con un brindis. Esa noche olvidé el pasaporte en el hotel. A todos los bares que fuimos, de manera correcta, nos pedían identificación.

En Estados Unidos solo se permite beber alcohol a mayores de 21 años. “Pero yo aparento tener más de 21 años (tengo 49)”, le dije al dependiente y éste ni se inmutó. “Son las reglas. Y si algo tiene esta sociedad es que los ciudadanos intentan cumplirlas a rajatabla”, me aclaró una periodista estadounidense.

Ese respeto a las normas se nota en la vida cotidiana. La gente espera que el semáforo indique cuando deben cruzar los peatones. Los conductores respetan las normas de tránsito.

“En todas las autopistas hay sistemas de vigilancia electrónica. Si te atrapan bebiendo mientras conduces, además de perder la licencia, puedes ir preso, por considerarlo altamente peligroso. Cuando superas el límite de velocidad establecido, al día siguiente te llega una multa de 500 dólares con una foto de radar donde se ve tu coche. La gente cumple las reglas: las sanciones son severas y le cuestan a su bolsillo”, me explicó un sandieguino.

Me llamó la atención el orgullo hacia las instituciones militares. En un café, en la parte antigua de la ciudad, entró un grupo de soldados de la marina. Al verlos, la gente comenzó a aplaudir. El dueño del café los invitó a un trago.

Cuando usted recorre el acorazado Missouri, hoy un museo, enclavado en la bahía, nota el interés de las personas hacia sus fuerzas armadas. En San Diego se localiza una base de la marina de Estados Unidos. También una institución que atiende a los veteranos de guerra.

En Balboa Park, en la periferia de la ciudad, en un área de 100 acres, se encuentra enclavado el fabuloso zoológico de San Diego, uno de los más importantes del mundo. A la entrada hay una escultura de un elefante en tamaño real cubierto de césped. El zoo tiene más de 4,100 animales de 800 especies diferentes. Algunos como el panda gigante, en peligro de extinción.

Un poco más al sur, está la playa. Es una extensión de arena de varias millas y un agua de tonos oscuros con oleaje impredecible. San Diego tiene a su favor un clima mediterráneo y la infraestructura de una ciudad del primer mundo.

Notables son las arquitecturas de la Universidad, enclavada en La Jolla, o del estadio Petco Park. Pero su playa, que besa al mar Pacífico, se queda corta al compararla con una cubana. Varadero resulta demasiada playa al lado de este arenal de San Diego.

Iván García

lunes, 12 de enero de 2015

Cuaderno de viaje (IV): Taller de prensa en San Diego



Cuando a principios de octubre me invitaron a un taller de periodismo de investigación en una universidad de San Diego, lo primero que hice fue rastrear por internet los antecedentes de esos cursos.

Supe que los ponentes eran de primera. No todos los días un periodista independiente cubano tiene la oportunidad de dialogar con reporteros estadounidenses de calibre, algunos de ellos ganadores de Pulitzer.

Confieso que me asaltó el escepticismo cuando vi el cronograma del taller. Las ponencias versaban sobre el conflicto fronterizo entre México y Estados Unidos, nuevas herramientas tecnológicas para el periodismo investigativo y cómo abordar de forma creativa y amena el periodismo ambiental y de salud.

¿De qué forma podría acoplar esas materias con la realidad de mi país, desde hace 56 años gobernado por dos autócratas de apellido Castro? Teniendo presente, además, que existe una ley que puede sancionar a un reportero independiente hasta con 20 años de cárcel. Y que internet es un lujo caro. En una nación donde el salario promedio es de 20 dólares mensuales, una hora de internet cuesta 5 dólares.

Con esas dudas me incorporé al taller. Veintidós colegas de Colombia, Venezuela, México, Guatemala, Panamá, Costa Rica y Cuba, que viven contextos diferentes. Quizás para los venezolanos las realidades eran análogas. Fue un honor ser el primer cubano invitado por el Instituto de las Américas de la Universidad de San Diego en California.

Soy de los que piensa que el periodismo es un oficio siempre abierto a nuevas experiencias. El taller estaba diseñado de manera meticulosa. Denisse Fernández, la asistenta, estaba al tanto del más pequeño detalle. Desde el alojamiento y la transportación hasta dejarte una cena en la carpeta del hotel, previendo que arribaría a San Diego rozando las doce de la noche de un domingo.

Desde la primera ponencia del periodista Andrew Becker, el taller despertó mi entusiasmo. Conocer la cruda realidad de la frontera de Tijuana, su emigración y trasiego de drogas, contada desde una perspectiva novedosa fue una lección magistral.

Las herramientas que aprendí y las experiencias narradas intentaré adecuarlas al contexto cubano. Aunque el claustro de ponentes no era la del típico académico seducido por la revolución de Fidel Castro, el estado de cosas en la Isla, obviamente, no lo dominaban.

Les tuve que explicar reiteradas veces nuestra realidad. Y por qué ciertas reglas o herramientas del periodismo moderno eran anacrónicas en Cuba, donde no existe ninguna ley que obligue a una institución a ofrecer datos y estadísticas.

Sí, fueron novedosas ciertas aplicaciones de la web para realizar periodismo de investigación. Pero, si no tengo internet en casa, ni existen redes públicas, sin contar que muchos sitios están bloqueados cómo puede utilizar esas herramientas?

-Se imagina, le dije a Lynne Walker, una de las periodistas más extraordinarias que he conocido, que le pida a mi jefe en Diario las Américas dos mil dólares para cubrir una historia cuando trabajan con un presupuesto en mínimos.

-Si demoro ocho semanas para hacer un reportaje, simplemente me muero de hambre. El periodismo independiente que se hace en Cuba, en páginas webs que reciben fondos de instituciones extranjeras o periódicos de escaso poder financiero, no lo permite.

-Son medios como moledoras de carne. Constantemente debes estar enviando artículos que, debido a la falta de un modelo de negocio rentable, hace del periodismo digital un oficio de sobrevivientes.

Lynne escuchó mis argumentos con paciencia. Sonriente, respondió: “Entonces nos damos por vencidos. ¿El miedo a morir asesinado por un cartel de drogas en Tijuana, a quedarse sin trabajo en Caracas, estar mal pagados o no tener acceso a internet en Cuba los va a detener? De lo que se trata es ser creativos. Superar barreras. Y siempre pensar en grande. Nunca aceptar un no. Son las reglas básicas".

Aparte de nuevos conocimientos y técnicas periodísticas, lo mejor fueron los nexos de amistad con colegas latinoamericanos. Por esa mentalidad un tanto egocentrista de muchos cubanos, creemos que nuestros problemas políticos y sociales son los más graves del mundo.

Pero cuando usted conoce a reporteros del México profundo, quienes durante meses han tenido que asistir a su redacción con escolta policial por causa del narcotráfico, o tipos como los colombianos Fabio Posada, quien fuera jefe de una unidad de investigación del diario El Espectador o John Jairo, quien desde una redacción en Cúcuta a ratos recibe amenazas de muerte, tiene que modificar su forma de pensar.

Con los seis reporteros venezolanos asistentes al taller hubo una química casi natural. Ellos están viviendo lo que sucedió en Cuba hace 56 años. Los compadres del PSUV intentan desmontar, pieza a pieza, las instituciones democráticas y la libertad de expresión.

Desde luego, Cuba sigue estando a la zaga en cuanto al ejercicio del periodismo libre. Pero el resto de América Latina no anda mucho mejor.

Iván García

Foto: Los participantes del Taller de Periodismo de Investigación (10 al 14 de noviembre de 2014) muestran los certificados entregados el último día. Tomada del blog Periodismo de las Américas.

sábado, 10 de enero de 2015

Recordando a Pedro Luis Rustan



Recientemente, Frida Masdeu y amigos del presidio político cubano residentes en Estados Unidos, me hicieron llegar el obituario dedicado a Pedro Luis Rustan que el 7 de julio de 2012 saliera en The Washington Post, firmado por Matt Schudel. Nunca es tarde para recordar a un compatriota excepcional. Por eso hoy, desde este blog, le rendimos homenaje y compartimos su recuerdo con nuestros lectores (Tania Quintero).

El cubano Pete Rustan ideó la manera de evitar que los aviones de la Fuerza Aérea de Estados Unidos fueran dañados por rayos. Dirigió un proyecto para construir una nave espacial que realizó importantes experimentos científicos en la Luna. Obtuvo un doctorado mientras se desempeñaba como oficial de inteligencia de la Fuerza Aérea y se convirtió en un diseñador de satélites espías.

Todos estos logros se produjeron después de realizar una audaz fuga de Cuba hasta llegar a los Estados Unidos. El Dr. Peter Rustan, coronel retirado de la Fuerza Aérea en 1997, volvió a su trabajo después de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, en una Agencia Federal tan secreta que su presupuesto, proyectos y logros son información clasificada. Su trabajo consistía en dirigir los esfuerzos de investigación para el Ejército y la CIA, sobre reconocimientos vía satélite.

Podrá haber sido desconocido por el público en general, pero Pedro Luis 'Pete' Rustan es una especie de leyenda en ese mundo de labios apretados de la inteligencia aérea y de la ingeniería. Ninguno de los que trabajaron con él está en libertad de decir exactamente lo que hizo. Sin embargo, una cosa es cierta: en el mes de agosto, post mortem, le fue entregada una bandera estadunidense que ondeó en la base de operaciones de la unidad SEAL de la Marina, en Afganistan, unidad responsable de la muerte de Osama bin Laden.

Pedro Luis Rustan falleció el 28 de junio de 2012, a los 65 años, en su hogar de Woodbridge, Virginia. Cualquier elemento de su vida -fugitivo político, científico, militar, diseñador de satélites-, parece ser materia de ficción, pero él los encarnó todos.

"Este hombre era intenso", dijo Daniel S. Goldin, un ex administrador de la NASA que conoció el coronel Rustan durante 20 años. Conocí a este joven de la Fuerza Aérea haciendo promesas más allá de lo creíble. Yo no sabía si creerle o no. Efectivamente lo cumplió", contó Goldin en una entrevista.

Cuando Goldin se hizo cargo de la NASA en 1992, una de sus metas fue la de construir naves espaciales que pudieran desplegarse rápidamente y producir importantes resultados científicos a un costo relativamente bajo. Su lema era Más rápido, mejor, y más barato. Rustan se le unió para ayudarle a cumplir su objetivo.

Pedro Rustan dirigió un proyecto conjunto de la NASA y el Departamento de Defensa en la construcción de una nave espacial experimental de mil libras para ir a la Luna. El proyecto, conocido como Clementine, demoró sólo 22 meses para llegar a la plataforma de lanzamiento. Clementine fue al espacio el 25 de enero 1994, y envió a la tierra 1,8 millones de imágenes de la Luna. Se midió la luz reflejada y la radiación, se creó un mapa topológico de la superficie lunar y se descubrió evidencia de agua congelada en cráteres en el polo sur de la Luna.

Después de Clementine, Pedro Rustan se puso a trabajar en la Oficina Nacional de Reconocimiento, creada en 1961. Su existencia no se hizo pública hasta 30 años más tarde. Todo lo que sabemos del trabajo de Rustan en la NRO es que ayudó a diseñar y gestionar los satélites espías.

"Esto es ciencia de cohetes", dijo Charlie Allen, un veterano de 47 años de la CIA y ex subdirector de la agencia. "Ha ayudado a dar a los Estados Unidos una ventaja decisiva en la Guerra Fría y en los conflictos posteriores a la Guerra Fría".

Después, ya retirado de la Fuerza Aérea, Rustan se involucró en aventuras espaciales comerciales e incluso para las agencias de inteligencia federales. Perteneció a una junta asesora que recomendó cambios en la Agencia de Seguridad Nacional, una de las agencias de inteligencia más grandes de Estados Unidos.

"Sobradamente, era el miembro más valioso del consejo", dijo en una entrevista Michael V. Hayden, ex director de la NASA y la CIA. "Era creativo y estaba lleno de energía. Fue sincero sin ser cáustico o cruel".

En la década de 1980, la Fuerza Aérea adoptó las ideas de Rustan para proteger las aeronaves mediante la instalación de bandas especiales que desviaban la corriente eléctrica. Desde entonces, ni un solo avión se ha estrellado después de ser alcanzado por un rayo. Después de los ataques del 9/11, Rustan dejó el sector privado lucrativo y volvió a trabajar para la NRO. Condujo la Dirección de Ciencia Avanzada y Dirección de Apoyo a Misiones.

En marzo, Rustan recibió el premio Philip J. Klass Life Achievement Award, otorgado por la revista Aviation Week & Space Technology en reconocimiento a su labor en el diseño de dos naves espaciales que "habían mejorado significativamente la capacidad de Estados Unidos en el campo de la vigilancia, inteligencia y reconocimiento".

A pesar de que su trabajo era confidencial, Pete Rustan viajó a menudo a los teatros de la guerra y era conocido por las tropas en el frente, entre ellos los miembros del SEAL Team 6, la unidad de comando de élite que mató a Bin Laden el 2 de mayo de 2011.

"He hablado de los grandes americanos que saben del estrépito de las armas", dijo Hayden, un general jubilado de la Fuerza Aérea. "Pete lo hizo. Este es el tipo de persona del que el público nunca oye hablar, pero que es igualmente responsable de mantener seguros a los estadounidenses".

Pedro Luis Rustan nació el 29 de diciembre de 1946 en Guantánamo, una pequeña ciudad cubana a unos 40 kilómetros de la base naval de Estados Unidos en la Bahía de Guantánamo. Su padre, un líder sindical, fue encarcelado como preso político en 1961 por el régimen de Fidel Castro.

En agosto de 1967, cuando Pedro Luis tenía 20 años y era estudiante de la Universidad de Oriente, en Santiago de Cuba, mientras leía en la biblioteca de la Universidad, levantó la vista y vio a su padre de pie delante de él.

"Esta noche nos vamos", dijo su padre, que había escapado de la cárcel a través de un ardid. Pedro Luis dejó su libro de texto abierto sobre la mesa y huyó. Con su padre, dos hermanas y un medio hermano, se metieron dentro de un vagón de ferrocarril cargado de caña de azúcar.

Saltaron desde el tren en marcha cuando este se aproximaba a la base naval de Estados Unidos en Guantánamo y hasta la cintura se metieron a través de un pantano infestado de culebras antes de llegar a una valla de seguridad coronada con alambre de púas.

Pedro Luis llevaba a su hermana menor en la espalda y lograron cruzar la valla, luego escaló una segunda valla en el perímetro de la base naval. Después de que fueran recogidos por fuerzas estadounidenses, los Rustan pidieron asilo político.

El jefe de operaciones navales de Estados Unidos estaba de visita en la base, y se llevó la familia a los Estados Unidos en su avión. La madre de Pedro Luis Rustan se había quedado en Cuba con una de sus hijas. Con el tiempo logró llegar también a los Estados Unidos.

La familia se estableció en Chicago, pero Pedro Luis pasó un año en Rockville, MD., donde ponía a prueba paneles de control de circuitos eléctricos. Más tarde estudió en el Instituto de Tecnología de Illinois, en el que recibió su licenciatura en 1970 y una maestría en 1971, ambas en ingeniería eléctrica.

Después de que fuera reclutado por la Fuerza Aérea en 1971, Pedro Rustan pasó a ser conocido por muchos como Pete Rustan. A lo largo de su vida siempre habló con un marcado acento cubano, pero rara vez corregía la pronunciación de su nombre.

Como soldado raso, investigó sobre los efectos de la radiación de las microondas. La Fuerza Aérea lo envió a la Officer Candidate School y luego a la escuela de posgrado en la Universidad de Florida, en la que recibió un doctorado en ingeniería eléctrica en 1979. Publicó más de 60 trabajos científicos durante su carrera.

Su tesis doctoral se centró en el efecto de los rayos en los aviones -un problema recurrente que muchas veces ocasionaba que se estrellaran aviones de la Fuerza Aérea. Para recopilar información sobre los campos eléctricos y magnéticos, Pete Rustan montó en 53 aviones que fueron alcanzados por rayos.

Después de terminada su carrera militar, Pete Rustan adoptó un pueblo en las montañas de Honduras llamado Concepción de María, el que visitó muchas veces. Con la ayuda de su iglesia, la St. Elizabeth Ann Seton Catholic Church, en Lake Ridge, él y su esposa compraron 200 pares de zapatos para los escolares del pueblo.

Alexandra Rustan, su esposa durante 33 años, recuerda que cuando no encontraron a nadie para entregar los zapatos en Honduras, su marido le dijo: "Bueno, voy a ir yo. Así comenzó la misión. Supervisó los proyectos para llevar agua potable al pueblo, para mejorar las escuelas y para ayudar a las personas mayores a encontrar puestos de trabajo en la industria de la pesca de tilapia. Para Pedro, ése fue su mayor logro".

Además de su esposa, residente en Woodbridge, a Pedro Luis Rustan le sobreviven dos hijos, Pedro Rustan, en Bealeton, Condado de Fauquier, y Amy Rustan, en Washington, además de tres hermanas.

"Como refugiado que escapó de Cuba, a Pete lo impulsaba el deseo de ayudar a Estados Unidos”, dijo Goldin, quien dejó la NASA en 2001, pero siguió colaborando en proyectos secretos con Rustan hasta poco antes de la muerte del cubano. "No puedo dar detalles, pero te puedo decir que fue un trabajo espléndido".

viernes, 9 de enero de 2015

Cuaderno de viaje (III): La Universidad de La Jolla



La Universidad de California en San Diego (UCSD), es un campus de considerables proporciones en el distrito de La Jolla, un suburbio de clase media alta no muy lejos del mar Pacífico.

Se encuentra en la periferia de San Diego, a media hora en auto de la parte vieja de la ciudad. Forma parte del sistema de la Universidad de California desde 1959 y fue construida alrededor del Scripps Institution of Oceanography.

La UCSD es considerada la tercera mejor de las universidades del sistema al que pertenece y entre las más importantes de Estados Unidos en materias relacionadas con la medicina y las ciencias. Su programa de biotecnología es tercero en la nación. También destaca en otros campos, como ingeniería, teatro y danza (tercer lugar según la revista US News and World Report).

Su arquitectura es hermosa. El campus es una cadena de edificios de una a cuatro plantas. Algunos con un toque futurista y un estilo que recuerda al arquitecto francés Jean Nouvel o la visión urbanística del brasileño Oscar Niemeyer. El concreto fundido armoniza con la vegetación y el espacio. Hay bosquecillos idílicos y una laguna artificial donde los estudiantes repasan las materias.

La Biblioteca Geisel, en forma de pirámide invertida en hormigón, hierro y cristal, es la joya de la corona arquitectónica de una casa de estudios con comedores especializados, incluido uno de sushi. En todos, la atención y los menús son de primera.

Es una universidad cara para el salario promedio de los que vivimos al sur del Río Bravo. Según Catalina, estudiante peruana de tercer año en ingeniería, un año cuesta alrededor de 25 mil dólares.

“Mis padres ahorraron toda la vida para que pudiera estudiar en una universidad estadounidense. Me decidí por la UCSD por ser un campus donde conviven estudiantes de casi todos los países del mundo. Los fines de semana trabajo en una cadena de comida rápida para ayudar a sufragar los gastos.Tener un título de una universidad como ésta me garantiza trabajo cuando regrese a Perú. Después uno se pasa varios años pagando las deudas, pero vale la pena”, señala Catalina y se dirige al parqueo a recoger su bicicleta.

Entre los matriculados asiáticos, destacan los de China y la India. “Son de los mejores y más calificados en ciencias y matemáticas”, apunta un profesor adjunto de la Universidad.

Frente a una tienda, un grupo de becarios chinos han montado un tenderete de arroz frito y chop suey. Mientras pregonan su comida en inglés y en un aceptable español, a un volumen moderado, se escucha la voz de Adele interpretando Set Fire to the Rain.

A la hora de almuerzo, el campus es una marea de estudiantes de todas las razas y nacionalidades. Con sus bicis, patinetas o a pie, apresurados se encaminan hacia uno de los siete comedores universitarios.

Muchos llevan enguatadas, pulóvers y gorras con las siglas UCSD. Todos con audífonos en los oídos, escuchando música o revisando mensajes en sus teléfonos inteligentes. Para quienes procedemos de un país desconectado como Cuba, resulta impresionante observar la altísima conectividad de la sociedad estadounidense a internet.

Las redes wi-fi tienen cobertura en casi todo el territorio. En la UCSD existen varias redes inalámbricas. La velocidad de conexión es alucinante para un tipo que reside en La Habana, una vez por semana se conecta a la red desde una sala estatal y le es imposible subir o descargar videos, por lo mucho que demoran.

En la Universidad de la Jolla el claustro es de excelencia. Con los profesores que conversé, a Cuba y a los Castro los ven con cierta simpatía. “Puede que no haya democracia plena, pero Raúl Castro está cambiando las cosas. La presencia en Estados Unidos de disidentes y periodistas independientes es una señal. Claro que los cubanos pueden y deben luchar por instaurar una democracia eficiente y funcional. Pero en ningún país de América, con excepción de Estados Unidos, Canadá, Costa Rica, Uruguay o Chile, suelen funcionar las instituciones”, comenta un profesor.

Es que para ciertos académicos estadounidenses, vale más la cobertura universal de salud y educación de la autocracia cubana que los derechos políticos. Nos ven como sociedades disfuncionales. Y mientras no te peguen un tiro en la frente, piensan que las reglas democráticas se pueden saltar.

Por supuesto, ellos jamás renunciarían a la democracia. En Estados Unidos sobran las libertades. Se puede hablar, escribir y gritar lo que te dé la gana. Eso sí, nunca deje de pagar los taxes al Tío Sam.

Iván García

Foto: Campus de la Universidad de California en San Diego. Estudiantes se dirigen a la Biblioteca Geisel. De estilo brutalista-futurista, es un edificio escultórico construido de hormigón armado y vidrio y figura entre los clásicos de la arquitectura moderna. Fue diseñado por William Leonard Pereira (Chicago 1909-Los Angeles1985), arquitecto de origen portugués y quien por su impresionante obra, en septiembre de 1963 fue portada de la revista Time. La biblioteca fue nombrada así en honor al matrimonio Audrey y Theodor Seuss Geisel, por sus generaciones contribuciones y su devoción a la literatura. Theodor (Massachussetts 1904-La Jolla 1991) fue un humorista y escritor de libros infantiles más conocido por Dr. Seuss. La foto fue tomada de U-T San Diego (TQ).

miércoles, 7 de enero de 2015

Cuaderno de viaje (II) Tijuana: acostumbrarse al miedo



El motor del ómnibus sufre para subir una cuesta empinada de Tijuana hacia una urbanización moderna, a tiro de piedra de la frontera con San Diego.

Son casas que tienen el sello clásico de la arquitectura estadounidense. Demasiado pladúr, poco ladrillo. El barrio es un calco de cualquier ciudad estadounidense.

Sus moradores son de clase media alta. Al final del barrio, en una vivienda de fachada ordinaria, residió uno de los capos de la familia Arellano Félix, un entramado gansteril que introducía drogas hacia Estados Unidos por pasadizos subterráneos.

La fachada es una muestra del miedo. Según me cuenta un periodista mexicano, por informes de la DEA, se conocía que el capo estaba solo con su hija y su esposa.

El gánster no ofreció resistencia en su captura. Pero las fuerzas policiales mexicansa se gastaron decenas de cargadores de bala intentando dar un golpe sobre la mesa, demostrar su poder de fuego y, de paso, ahuyentar el miedo.

Es el sello típico de Tijuana. Sus moradores se han acostumbrado, como si fuese una mochila, a cargar con el miedo a cuestas. Aquí se puede hablar de todo. O de casi todo.

La policía de la ciudad, amable, pone a disposición de un grupo de periodistas latinoamericanos una patrulla para escoltarnos por el recorrido a un barrio de tolerancia.

Son diez cuadras de clubes mugrientos y oscuros, putas de mirada tristes y pupilas dilatadas bajo el efecto de una droga demoledora llamada Crystal.

El gramo cuesta poco menos de 4 dólares. A falta de trabajo y futuro, los más pobres de Tijuana la consumen en cantidades industriales. La adicción luego los rompe como seres humanos.

Los más adictos ya no tienen nada. Han vendido todo lo que se puede vender. Sus propiedades y sus cuerpos, si alguien se los compra. Recalan extasiados en un canal de desagüe de aguas putrefactas que atraviesa Tijuana.

Algunos comen sobras de restaurantes y cafés o se llegan a los basureros en busca de ropa. Mendigar de noche no siempre es un buen negocio. La calle se vuelve un infierno. Aquí la vida no vale mucho. Los tijuaneros lo saben. Por eso no responden preguntas incómodas sobre el negocio de las drogas.

La gente mira hacia otro lado. A la morgue de Tijuana cada noche, por lo menos, llegan dos personas sin vida que fueron tiroteadas sin causas aparentes. La policía intenta hacer su trabajo.

Con un dejo de orgullo, un delegado municipal de Tijuana agitaba las estadísticas que muestran que el crimen cede en la ciudad. “No es bueno para el turismo tanta violencia y balaceras”.

Los turistas que se atreven a llegar a Tijuana desde San Diego lo hacen por un paso que recuerda aquella etapa tensa del Muro de Berlín. Tijuana, al igual que gran parte de la frontera mexicana, tiene una tapia que divide el primer mundo del tercero.

Cuando usted camina alrededor del muro verá cientos de pintadas y cruces . Hay una parte del muro, en un callejón sin asfaltar en una ladera de un barrio pobre, donde se divisa el otro lado: el sueño al que aspiran miles de mexicanos.

En apariencia no hay demasiada vigilancia. “Todos son medios electrónicos. Y luego caminar muchos kilómetros en pleno desierto”, señala Vicente Calderón, periodista de Tijuana.

Nadie sabe el número de muertos que yacen bajo la arena ventisca del desierto que rodea a California. Al igual que en el Estrecho de la Florida -uno de los mayores camposantos marinos del mundo, donde reposan insepultos miles de balseros cubanos-, la frontera de México y Estados Unidos tiene una historia triste que contar.

En una zona de calles abigarradas y con baches, al fondo del aeropuerto de Tijuana, en una edificación a medio construir, se observa la entrada de un túnel subterráneo que introducía drogas hacia Estados Unidos.

Era un pasadizo de 400 metros, que según un periodista local, pudo costar alrededor de un millón de dólares. “Por cada túnel que descubren las fuerzas policiales se presume existan tres más. Estos pasadizos son rentables. Con un par de envíos se recupera la inversión”, cuenta el reportero.

Pero volvamos al barrio de tolerancia. En el club Hong Kong, uno de los más exitosos, varias chicas desnudas se revuelcan en una pista enjabonada. Un grupo de turistas chinos tiran desaforados billetes de 5 dólares a las jóvenes.

“Son habituales. Mientras el turista americano disminuye, aumenta el chino. No se andan con chiquitas a la hora de gastar en vicios”, señala un policía de Tijuana que acompaña a los periodistas.

Un trabajador del bayú mira nervioso a todos lados cuando le pregunto si hay chicas cubanas. “Sí, a veces caen algunas”. A mi insistencia de que me llame a una de ellas, responde secándose el sudor con un pañuelo blanco a pesar del clima refrigerado y me dice: “Pues es que tienen novios, señor”, y se marcha.

Un amigo mexicano aporta más detalles. "En Las Vegas un refrán dice que lo que pasa en Las Vegas, se queda en Las Vegas. Pero en Tijuana solemos decir, lo que se sabe en Tijuana, no se pregunta en Tijuana”.

Al caer la noche, el ómnibus nos conduce de vuelta al punto de control fronterizo para regresar a San Diego. El grupo de periodistas latinoamericanos respira hondo. El miedo ha quedado atrás.

Iván García
Foto del autor: Cerca que divide a San Diego de Tijuana.

lunes, 5 de enero de 2015

Cuaderno de viaje (I) México conquista a San Diego con su gastronomía



La venganza es un plato que se digiere frío. La compensación de la ocupación de un trozo del territorio mexicano por parte de Estados Unidos llega a golpe de emigración y picante.

Se ha puesto el sol muchas veces desde aquella primavera de 1846 cuando el General Antonio López de Santa Anna comandó las tropas mexicanas en el inicio del conflicto bélico con su vecino norteño.

Ya se sabe lo que aconteció. De una mordida, las pretensiones expansionistas del entonces presidente estadounidense James K. Polk cambiaron la geografía en la frontera allende al río Bravo.

Estados Unidos creció en espacio, dinámica económica y poderío militar. Era, y es, una amalgama de razas, religiones y etnias que apuntalada por aquella formidable Constitución gestada en un salón de Filadelfia en 1787, consolidó quizás la nación más exitosa en la historia de la humanidad.

La historia no puede ser contada en blanco y negro. Los Padres Fundadores exterminaron a diversas tribus indias, ocuparon o compraron bajo cuerda territorios anexos y posteriormente en su política exterior, se manejaron con torpeza.

Pero los que llegaban a las extintas 13 colonias vinieron a vivir de su trabajo. Hoy en día las cosas han cambiado. Pero la hegemonía geopolítica global de Estados Unidos ha crecido.

Militarmente derrotó a México, aunque dos siglos y medio después, entre tragos de tequila y rancheras de fondo, tipos como Vicente Calderón, un periodista mexicano que vive a caballo entre San Diego y Tijuana, por orgullo patrio no acepta la afrenta.

Me contaba en la taquería Las Quince Letras, una fonda empercudida enclavada en una calle oscura de Tijuana y a 15 minutos en auto del paso fronterizo de San Diego, que si los jefes de cárteles de drogas como el Chapo Guzmán o los hermanos Arellano Félix han sido dados de baja o esperan ser sentenciados a muchos años de cárcel,es gracias a la información de inteligencia de los servicios especiales de Estados Unidos.

Calderón, al igual que cientos de mexicanos que trabajan en San Diego y duermen al otro lado de la frontera, tienen sentimientos encontrados. La historia les dice que Estados Unidos les usurpó un pedazo de su territorio, pero la realidad muestra que para sus coterráneos, las instituciones, servicios sociales, garantías jurídicas y nivel de vida en USA son notablemente superiores a los de su patria.

México está roto. Es una democracia de attrezzo. Pregúntenle a la reportera Adela Navarro, directora general del semanario Zeta en Tijuana, si las leyes funcionan en su país.

Con su mirada limpia, le contará sobre la corrupción gubernamental a todos los niveles, la inseguridad para que los reporteros puedan hacer su trabajo y una potente droga llamada Crystal que ha transformado en guiñapos a un sector vulnerable de la sociedad tijuanense.

Este semanario ha puesto tres muertos por su labor de informar. Los sicarios aún andan libres. En la fachada de la redacción todavía se conservan los disparos de fusiles automáticos.

Pero ellos siguen reportando. Imprimen su semanario en Estados Unidos y luego se vende a 15 pesos mexicanos en los estanquillos de Tijuana. La frontera de Estados Unidos con México es pura tensión.

Para salir no hay problemas. Puertas abiertas. Nadie te pide pasaporte. Lo difícil es entrar. Los rudos policías de inmigración no son demasiado corteses.

No se les puede pedir gentileza cuando se conoce que capos como Benjamín Arellano, preso en México, cruzaba la frontera con pasmosa tranquilidad para asistir al parto de su hija en San Diego.

Lynne Walker, una periodista de raza que durante años trabajó para medios de San Diego y conoce el alma del México profundo como pocos estadounidenses, ha vivido en primera persona el miedo.

Ha cubierto la historia del asesinato de un capo de la familia Arellano y sabe de la corrupción gubernamental y policial en la vecina nación. Pero ama a su gente, sus comidas y sus costumbres.

En todos los rincones hay gente buena y noble. Estados Unidos ha sabido capitalizar lo mejor de aquellas personas que viven exclusivamente de su talento y trabajo. Sean del país que sea.

San Diego es un buen ejemplo. No hay café, centro comercial u oficina estatal donde no labore alguien de origen mexicano.

En la parte vieja de la ciudad, existe un ramillete de tiendas de artesanías y restaurantes mexicanos. Si en algo ha sido poderosa la contraofensiva mexicana es en la gastronomía. Probablemente en California se come más burritos y tacos que Mc Donald’s.

A no pocos estadounidense les encantan comer con chile. Y hasta los chicles llevan picante. Por cierto, los tacos y burritos de San Diego son de mejor calidad que los de Tijuana.

Iván García