jueves, 28 de septiembre de 2017

Cómo se distrae una familia habanera



Socialismo a la cañona para los cubanos asalariados del Estado, mientras el capitalismo fastuoso se exhibe inalcanzable en las vidrieras de hoteles cinco estrellas y boutiques que venden ropa de marca a precios de Dubai.

“Es lo que hay”, dice Manuel, quien se dedica a reparar paraguas, bolsos y cualquier cosa que usted pretenda reciclar. En el apartamento incómodo y peor construido donde reside con sus tres hijos, la esposa y la suegra, en el reparto Alamar, al este de La Habana, las opciones recreativas se pueden contar con los dedos de una mano.

“Un centro cultural en la antigua fábrica de guayaberas, dos zonas wifi y algunos parquecitos infantiles con casi todos los aparatos rotos. Aquí no hay paladares famosas, centros comerciales ni hoteles lujosos. Cuando la gente quiere salir a pasear, tiene que coger un P-11 y viajar hasta el centro de La Habana o el Vedado. Si andas bien de dinero, entonces pagas veinte pesos o un fula y vas en un almendrón particular”, cuenta.

Mientras, en una mochila, Manuel acomoda dos 'pepinos' (pomos plásticos de un litro o litro y medio) de agua congelada, “para no tener que comprarla en la calle, que me puede costar de 0.60 centavos de cuc a un peso convertible cada botella de agua mineral”.

Alamar es un gigantesco reparto-dormitorio construido por la revolución de Fidel Castro en un intento por aliviar el crónico problema de la vivienda en Cuba. Es la síntesis de lo que nunca se debió hacer.

Calles y manzanas mal diseñadas. Edificios uniformes y chapuceros que se amontonan sin orden ni concierto. Escasean las áreas de servicio y de esparcimiento. Y el transporte urbano es de regular a malo.

Similares barrios anárquicos se localizan en todas las provincias. Era el modelo de comunidad proletaria diseñado por estrategas de la arquitectura revolucionaria. Oficinistas, empleados bancarios o dependientes de tiendas, por úcase gubernamental, se transformaron en constructores motivados por la urgente necesidad de tener un techo donde vivir.

Cuanto más o más temprano en el país se produzca un giro hacia la democracia, el caos urbanístico y las innumerables deficiencias arquitectónicas de Alamar, provocarán numerosos dolores de cabeza a las futuras instituciones públicas de La Habana. Lo ideal sería demolerlo y levantar condominios populares de calidad.

Pero volvamos a Manuel. Con un calor bestial -según el Instituto de Meteorología, ese día la sensación térmica era de 41 grados Celsius- él, su mujer y tres hijos esperan un ómnibus urbano en una parada situada a medio kilómetro de su casa.

El viaje desde Alamar al hotel cinco estrellas plus Gran Manzana Kempiski, en el corazón de la capital, demora 40 minutos, “si navegas con suerte para coger un P”, aclara Deborah, su esposa.

Al igual que miles de habaneros, Manuel y los suyos se dedican a recorrer las tiendas del recién inaugurado hotel para ver los artículos, asombrarse de los precios descomunales y soñar que algún día podrán comprar una camiseta Gucci, un reloj suizo o productos Nivea. El colofón del 'tour' es tirarse un selfie con las opulentas vidrieras detrás.

Los ojos desorbitados al descubrir lo que cuesta una joya o una cámara fotográfica se suceden con frecuencia. El lujo y sus precios de infarto se trastocan en chistes que sirven de válvula de escape a la frustración personal de vivir en una penuria permanente por decreto oficial. Los hijos de Manuel juegan a ver cuál mercancía es más cara: “Mira papá, ésta cuesta 24 mil chavitos, mira mamá, este vestido cuesta mil fulas”.

Después de recorrer la galería de tiendas, echarle un vistazo al lobby desde el portal del Kempinski, porque “nos dio pena entrar, capaz que los guardias de seguridad del hotel nos botaran”, confiesa Manuel, se llegaron a una cafetería estatal contigua al Capitolio, repleta de moscas. Allí compraron cinco panes con hamburguesa de cerdo a ocho pesos cada uno, cangrejitos de guayaba a peso y refresco instantáneo, desabrido y caliente, también a peso. Cincuenta pesos en total.

De ahí siguieron su viaje temático hasta las boutiques del hotel Habana Libre, en La Rampa, y terminaron la jornada sabatina en el último grito de La Habana, la nueva tienda Samsung de teléfonos móviles, televisores y electrodomésticos, ubicada en el Mercado de Tercera y 70, Miramar.

Con fascinación, Manuel, Déborah y sus tres hijos, se detenían aturdidos frente a un televisor de pantalla curva 4K, que se vende al equivalente de 5 mil dólares o una gama de teléfonos inteligentes de la marca Galaxy.

Boquiabierta, Deborah, contemplaba las lavadoras automáticas y los refrigeradores estilo americano de doble puerta. “Manuel, ¿cuándo nosotros podremos comprarnos algo así?”. Por respuesta, su marido encogía los hombros.

“No es por masoquismo, pero hay familias habaneras que recorren las tiendas de hoteles de lujo como una manera de esparcimiento. Quizás para ellos es un soplo de esperanza, de observar otra cara de la vida. O todo lo contrario. Mayor frustración. Pero entre los capitalinos está de moda recorrer esos sitios y mirar detrás de los cristales, mercancías que jamás podrán comprar mientras se mantenga el actual estado de cosas en Cuba”, señala Carlos, sociólogo.

En la Isla, el socialismo marxista es más un discurso que otra cosa. En los sitios donde se localizan los mercados socialistas, desabastecidos, sucios, feos y sin aire acondicionado, los dependientes te llaman Compañero.

En los bolsones de capitalismo de lujo, iluminados y climatizados, sus empleados córtesmente te dicen Señor.

Para algunos cubanos, como la familia de Manuel, visitar esos espacios sofisticados les resulta placentero.

Pero el ridículo poder adquisitivo de la mayoría de los trabajadores, que como promedio devenga salarios mensuales equivalentes a 27 dólares, les impide comprar artículos de calidad contrastada.

A ello se suma que la junta militar que lleva casi seis décadas gobernando la nación, no ofrece opciones de crédito. Todo tienes que comprarlo pagando al contado.

Al llegar a su apartamento de Alamar, pasadas las 8 de la noche, comienzan las malas noticias. No entró agua a la cisterna del edificio y en la despensa solo quedan seis huevos. Es el viaje de regreso a la realidad.

Iván García
Foto: Tomada de Hotel Manzana, el parque temático de lujo de La Habana.

lunes, 25 de septiembre de 2017

La doble vida de algunas jóvenes cubanas



La primera vez que Liuba viajó a Moscú fue en junio de 2014 cuando Giorgi, un ciudadano ruso que conoció en Facebook gracias a una amiga, la invitó a pasar unas vacaciones en su apartamento en el centro de la capital rusa.

Durante poco menos de un mes, Liuba y Giorgi habían intercambiado mensajes. Según cuenta la propia Liuba, joven negra residente en Cienfuegos, ella había comenzado una carrera como bailarina en centros turísticos después de graduarse de la Escuela Nacional de Arte y, aunque conocía de las verdaderas intenciones de Giorgi, en la trampa que se dejaba tender, vio la oportunidad de salir de Cuba y mejorar la economía familiar.

“Sabía que detrás de todo eso había algo más. Solo entré en el juego. Ya otras amigas de la escuela de arte me habían hablado de Giorgi y de lo que iban a hacer en Moscú durante las vacaciones, pero aún así decidí irme. No le podía decir a Giorgi: ‘Oye, yo sé en lo que tú andas’. Tenía que seguirle el juego; si no, lo espantaba, y quería ir a Moscú a lo que fuera. Les dije a mis padres que me había ganado una beca de danza y todavía ellos creen que voy a estudiar ballet clásico a Moscú”, nos cuenta Liuba para más tarde revelar los detalles de la doble vida que lleva entre La Habana y Moscú desde hace tres años.

“En Cuba tenía que trabajar casi todas las noches hasta la madrugada y por las mañanas, ensayos tras ensayos. No tenía vida, y todo por un salario que se me iba en pagar la máquina (taxo) que me llevaba y traía. Un día me encuentro con una ex compañera y me dice que viajaba todos los años a Moscú y que ganaba cantidad de dinero. Me embullé porque buscaban jóvenes negras, de buen cuerpo, no importa que supieran bailar bien, la cosa es que tuvieran picardía. Al poco tiempo me escribió Giorgi, en tono como que quería amistad y romance, en ningún momento hablamos de prostitución ni de contratos, todo como si fuéramos novios. Ya en Moscú es cuando Giorgi me habla claro. Tenía que pagarle los gastos de pasaje y alojamiento más un porciento y lo que yo ganara extra era todo mío. A mí me pareció genial”, dice Liuba, como si hablara del gran negocio del siglo.

La historia de Liuba es muy semejante a la de su amiga Daisy, también cienfueguera y graduada de danza en la misma escuela. Daisy realizó su primer viaje a Moscú en julio de 2016, pero no coincidió con Liuba en el negocio de Giorgi sino en otro administrado por un sujeto que se hace llamar Olev.

“Pienso quedarme hasta finales de septiembre de 2017. El año pasado, después de pagar la deuda con Olev, me quedé con tres mil dólares limpios, sin contar lo que gasté en ropas y cosas para la casa. Jamás iba a hacer ni la décima parte de ese dinero en un año en Cienfuegos, aunque bailara los siete días de la semana sin descansar. Al final, en Cuba uno termina haciendo lo mismo. Bailas para los extranjeros y después terminas acostándote con ellos por unos dólares y ya”, confiesa Daisy, que acaba de cumplir 20 años.

“Mi padre es militar y mi madre es profesora de secundaria, pero ellos no saben nada. Para ellos, tengo un contrato de trabajo en una escuela de baile en Moscú y están muy contentos. Yo les traigo de todo. Antes se quejaban por haberme dejado estudiar danza, sobre todo cuando me veían llegar de madrugada, ojerosa, cada día más flaca, pero ahora me ven como alguien que ha conseguido algo bueno. No les puedo quitar esa ilusión”, comenta Daisy, quien afirma que cada día hay más jóvenes cubanas que viajan a Moscú para aventuras similares a la suya.

“Conmigo trabajan cuatro cubanas. Todas somos negras o mulatas, porque somos muy demandadas y nos pagan muy bien. Ninguna estudió conmigo, pero hay dos que son graduadas de danza en La Habana y otra es de Camagüey; la otra no sé, no me llevaba muy bien con ella pues siempre estaba quejándose. Nadie está obligada, pero no te puedes ir hasta que no pagues la deuda. Olev se queda con el pasaporte y con los pasajes y hasta que no le pagues no puedes salir del apartamento sola. Si quieres ir a la tienda, tienes que ir con él o con Serguei, que es el que nos cuidaba por la noche y llevaba pistola. Mientras no pagues no puedes ni asomarte al balcón, pero vale la pena”, asegura Daisy.

Al no requerir visado, Rusia se ha convertido en un destino ideal no solo para los negocios de las llamadas “mulas” en Cuba (personas que viven de importar mercancías, aprovechando la perpetua escasez de productos en la isla), si no también de jóvenes que, desesperados por la miseria y la falta de oportunidades, una vez terminados los estudios, buscan salir adelante aunque sea viviendo una doble vida y exponiéndose a los peligros del tráfico humano.

Países que exigen visado a los ciudadanos cubanos y que incluso clasifican en la lista de las naciones más empobrecidas del planeta, igualmente se han convertido en lugares de destino para el comercio sexual proveniente de Cuba. Haití es el mejor ejemplo.

Lo confirma el testimonio de Leyanis, guantanamera de la raza blanca que dice haber viajado a la nación caribeña para trabajar como bailarina en un centro nocturno y donde además debía dedicarse a la prostitución.

“La primera vez que viajé me hicieron muchas preguntas al entrar al país, pero al final pasé. Tenía miedo porque todo lo que uno oye hablar de Haití es de enfermedades y pobreza, y es verdad que las hay, pero existe otro Haití para la gente que tiene dinero. Hay clubes nocturnos y hay gente que va a gastar. Fui por una amiga que ya había estado y me puso en contacto con la gente. Buscaban blancas, rubias, tuve que teñirme el pelo, y para salir a la calle usaba blusas de mangas largas y una sombrilla. La primera vez, en 2015, viajé con pasaporte cubano. Solo pude estar veinte días, pero hice bastante dinero. Tuve que pagar dos mil dólares al que me ponía los puntos (clientes), pero no tuve que pagar pasaje ni alojamiento porque estaba en esos dos mil dólares. En 2016 volví, con un pasaporte español que compré en cuatro mil dólares, y pude estar tres meses. Parte del dinero lo gasté en ropa, zapatos y cosas para revender, que al final se me convirtieron en casi siete mil dólares”.

Leyanis piensa volver este año a Haití e incluso ha planeado casarse con un haitiano para poder quedarse a residir en el país buena parte del año y, de ese modo, aumentar las ganancias. “Tengo que aprovechar mientras tenga juventud y la gente pague por eso. Después pienso regresar y comprar una casa en La Habana, comprarle una casa a mi madre en Guantánamo, y tal vez poner un negocio. Pero también puede ser que me embulle y me quede por allá. Con todos los problemas que tiene, Haití está mejor que Cuba. Incluso, si me enfermo, allá hay más médicos cubanos que aquí”, expresa Leyanis entre risas.

Ernesto Pérez Chang
Cubanet, 24 de julio de 2017.
Foto: Tomada de Cubanet.

jueves, 21 de septiembre de 2017

¿Se destapó la caja de pandora racial?



Un supuesto acto de discriminación racial perpetrado por el chofer de un almendrón (auto particular) contra la joven Yanay Aguirre Calderín, en Marianao, y publicado el pasado día 2 de julio en la sección Buzón Abierto del semanario Trabajadores, abrió al público la caja de pandora de la discriminación por el color de la piel, con cierta repercusión a nivel nacional.

Según denunció Yanay, al advertirle al chofer que se bajaría una parada después de lo acordado, éste le respondió en forma descompuesta que “cada vez que se montaba un negro en su carro era lo mismo y por eso no los soportaba”, y que al llamarlo falta de respeto la obligó a bajarse, no sin antes decirle que en su auto no quería negros.

Este incidente puntual, más allá de los mensajes de solidaridad con la joven, residente en Artemisa y estudiante de la carrera de derecho en la Universidad de La Habana, y de repudio en contra del conductor del auto, es sólo la punta del iceberg de la discriminación existente en Cuba, que con diversos matices, suceden a diario en la vía pública, un centro laboral o estudiantil, una firma extranjera, un programa de televisión y en el barrio, a lo largo y ancho del país.

De acuerdo con un artículo posteriormente publicado con el título No basta con el repudio, la denuncia por discriminación racial efectuada por la joven Yanay había recibido decenas de comentarios en el sitio web de Trabajadores, así como en su sección Buzón Abierto, donde también llegaron numerosas llamadas repudiando una actitud y comportamiento imperdonables y repelidos en Cuba y en cualquier parte del mundo.

El semanario también señaló que el caso fue llevado ante Atención a la Ciudadanía de la Fiscalía General de la República, y se hizo la denuncia en la Dirección General de la Policía, donde el supuesto hecho fue tipificado como Delito Contra el Derecho a la Igualdad, por lo que el conductor del auto está sujeto a una investigación preliminar.

Sepultada bajo más de cinco décadas de manipulaciones, mentiras y otros paletadas de olvido revolucionario, la discriminación racial se corporiza y anda entre los escombros de una sociedad forjada sobre el ocultamiento de sus males y el espejismo de un devenir integrador, cuando la realidad desentierra a cada paso, un acto de racismo en el país.

Un hombre de la raza negra, de unos 70 años, quien a un costado del estanquillo de prensa ubicado en Zanja y Hospital, Centro Habana, revendía ejemplares de Trabajadores, en voz alta pregonaba: “¡Vaya!, coge tu negrita cimarrona aquí”, en referencia al artículo sobre Yanay.

El revendedor fue interpelado por una señora que le advirtió: “Mi viejo, esa es una expresión de racismo, y como el chofer, también puede ser empapelado y quién sabe si van los dos a prisión”. El hombre le respondió: “Señora mía, estoy preso en esta piel desde que nací, y muy mal que me va por no tener el valor de rebelarme como Yanay”.

Y agregó: “Ser cimarrón es un mérito en esta sociedad de aguantones y mira-pa-un-lao. ¿O usted no ve cómo cada día nos afrijolan más, nos tiran más pal rincón, ante la vista de todos y no pasa ná. De ahí que admire a la jovencita por su valor de denunciar, aunque no creo que todo lo dicho sea verdad. Hay que oír la versión del chofer. Existe racismo a tutiplén, pero la gente lo disfraza o cantinflea como la ideología y la opinión”.

Como si hubiera sacado una bomba casera de la especie de zurrón en que portaba los periódicos, varias personas que aguardaban el paso de un ómnibus por la parada de ese lugar, dieron un paso atrás y se alejaron del señor, que sonriente continuó pregonando: “¡Vaya! Coge tu negrita cimarrona aquí. ¡Vaya! Coge tu negrita cimarrona aquí”.

Lo cierto es que el acoso policial a jóvenes de la raza negra que a diario circulan por la capital, el nivel de precariedad en que subsiste la mayoría de negros y mestizos en el país, y la impronta de un racismo soterrado que hoy sale de los oscuros salones de la academia más allá de las manifestaciones del folklor y toma panaderías, calles, parques y esquinas de la ciudad, es un trepidante eco que pronto se extinguirá.

Casualidad, azar del destino o influencia de los ancestros africanos, en el momento que ocurrió este incidente discriminatorio en La Habana, un grupo de intelectuales, antropólogos, sociólogos y otros sabichosos cubanos, casi de forma clandestina, en la intimidad del salón Martínez Villena, de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, en El Vedado, debatían el tema “El color cubano hoy: situación, alcances y perspectivas”.

Ojalá hagan un tiempito en sus ardorosos debates y se monten en un almendrón, se den una vueltecita por el bulevar de San Rafael, se paren frente a la estación de policía de Zanja y Lealtad, dirijan sus inmaculados pies por los cimientos de una construcción cualquiera, puedan recorrer sin previo aviso las cárceles Combinado del Este o Nieves Morejón y verán como allí el mosaico cultural que dibujan en su imaginación adquiere un solo color: el negro.

Víctor Manuel Domínguez
Cubanet, 24 de julio de 2017.

Foto: Según el último censo, realizado en 2012, de los 11,2 millones de habitantes que tiene Cuba, el 9,3 por ciento pertenece a la raza negra y el 26.6 por ciento es de piel mestiza. Tomada de IPS.

lunes, 18 de septiembre de 2017

La Cuba de las películas


En El techo, su más reciente película, la realizadora Patricia Ramos trató de escapar del pesimismo y la autocompasión que imperan en el cine cubano de los últimos 25 años.

Pero su frágil historia de los jóvenes vendedores de pizzas, a pesar de las disquisiciones moralizantes y pseudofilosóficas en los diálogos, no lo consiguió. Eso sería una tarea digna de Fernando Pérez, pero el más importante de los directores cubanos ni siquiera se lo ha propuesto.

En las películas cubanas, la desesperanza flota sobre calles sucias y paredes agrietadas y necesitadas de pintura, los escombros, la basura, los baches convertidos en charcos de aguas albañales; imponen su cadencia sobre el estruendo del reguetón; asoma su feo rostro entre las tendederas de harapos, las guaguas atestadas y los carros antiguos que envenenan el aire.

Los moradores de ese paisaje, enfrentados a la fatalidad, en una competencia que presienten perdida de antemano, vocean, gesticulan, se maltratan y ofenden los unos a los otros. Chabacanos, groseros, inescrupulosos, expresan sentimientos y concepciones que resultan bastante desagradables de tan banales y triviales. Especialmente si quieren demostrar su astucia y exhibirse como triunfadores.

Cuando intentan mantener la dignidad, lo más que hacen es posar cual si fuesen dignos. Para ello, a menudo usan frases rimbombantes y echan mano a citas mal memorizadas y sacadas de contexto, como hacen los jugadores de Dominó, el corto número trece de la serie de Eduardo del Llano sobre Nicanor O'Donell, personaje de ficción. Solo consiguen hacer el ridículo, subrayar el vacío desolador de sus existencias.

En Dominó, un grupo de jugadores, entre tragos de ron peleón, golpes en la mesa, gritos y palabrotas, discuten sobre el rumor que han escuchado acerca de que Cuba será comprada en 5 mil millones de dólares por un jeque árabe. Nicanor y sus compañeros de juego están patrióticamente indignados ante esa posibilidad, discuten qué pueden hacer para impedir que ocurra, pero al rato, olvidan el asunto, “se pasan” del tema, y vuelven a enfrascarse en lo que más les interesa en ese momento: librarse de las fichas gordas.

Más que dar risa, preocupa y deprime. Las actitudes de los jugadores de dominó del corto de Eduardo del Llano y, en general, las de la mayoría los de los personajes de las películas hechas en Cuba o sobre Cuba luego de 1989, no difieren mucho de las de una gran parte de los cubanos de la vida real, más preocupados por resolver como puedan sus muchos y más prosaicos problemas inmediatos -los de la subsistencia- que por el destino nacional. Lo cual no impide que cada vez que tengan una oportunidad, siempre que no les traiga problemas, se dediquen a opinar desenfadada y desfachatadamente sobre cualquier tema. Es decir, a hablar mierda.

De tales actitudes se podrá culpar a esa tan mala consejera que es la pobreza, a la desinformación, la manipulación de las emociones y el adoctrinamiento a que hemos estamos sometidos desde la niñez casi tres generaciones de cubanos, al totalizador control social ejercido por el régimen. Pero son pobres consuelos ante tanta apatía e inconsciencia moral.

Una sociedad intelectual y moralmente en decadencia, un pueblo disgregado, embrutecido, resquebrajado, acobardado, prostituido, con aspiraciones y ambiciones tan modestas, de tan corto alcance, tan bajas que no llegan al techo, sino al borde de la viga que sostiene la barbacoa, hacen temer que no haya muchas esperanzas para nuestra nación.

¿De veras alguien cree que así como vamos podremos conseguir un día ser un país serio, civilizado, moderno y democrático? Quiero creer que esa Cuba de las películas no es la real.

No puede serlo. Aunque muchísimos de nuestros compatriotas se vean reflejados en los personajes de la pantalla e identifiquen con las suyas sus pedestres metas y aspiraciones. Ojalá sean más, muchísimos más, los que tengan un techo más alto para sus sueños. Y no precisamente bajo el cielo de otro país.

Luis Cino Álvarez
Cubanet, 20 de julio de 2017.


jueves, 14 de septiembre de 2017

Del socialismo cubano



Antes de la seis de la mañana, luego de desayunar café y pan con tortilla, Armando, chofer de una cooperativa de transporte, camina cinco cuadras hacia la base de taxis donde trabaja en la populosa barriada de La Víbora, al sur de La Habana.

Disfruta de su cigarrillo y exhala el humo lentamente. El sol aún no asoma en el horizonte y el calor es soportable. Decenas de trabajadores esperan en la esquina de Carmen y Diez de Octubre, en la llamada Plaza Roja, el ómnibus de sus empresas.

Las paradas del transporte público están a reventar. En el antiguo paradero de ómnibus de La Víbora, reconvertido con urgencia en base de taxis, Armando prepara el auto que maneja. Revisa el combustible y el aceite y con un trapo limpia el rocío que empaña los cristales. Cerca de la caja de velocidad, coloca un pomo plástico de agua congelada. Después enciende el último cigarrillo antes de salir a conducir.

Alineados en el amplio patio, 88 taxis pintados de amarrillo con cuadros negros. Son autos que fueron dados de baja por el Ministerio de Turismo. Según Armando, tienen miles de kilómetros recorridos y eran utilizados como autos de alquiler.

“Al mío todavía le funciona el aire acondicionado. A diferencia de los taxis arrendados por divisas, por los cuales abonas 500 pesos convertibles y el carro duerme en tu casa, estos autos no son arrendados por el Estado. La modalidad es de cooperativa. Una cooperativa muy rara, pues no ha sido conformada de acuerdo con los trabajadores. El gobierno nos entrega estos cachivaches sin piezas de repuesto y nos dan 20 litros de gasolina para cada jornada. En una primera fase, porque luego la cooperativa, si el experimento funciona, debe costear todos los gastos y el Estado nos entregaría el combustible a precio subsidiado”, señala Armando.

En cada viaje, explica Armando “ya sea ida o vuelta, debes entregar 65 pesos al gobierno. En una vuelta completa del Reparto Eléctrico a Línea y G en el Vedado, tengo que recaudar 130 pesos. No importa la cantidad de vueltas que tú des. Si das diez vueltas debes entregar 1,300 pesos. El resto es tuyo. Estos autos solo tienen cuatro plazas. El viaje completo cuesta 15 pesos. Si la gente viaja hasta la cabecera, los choferes perdemos dinero. Por lo general en un viaje, entre el sube y baja de gente, llevo de diez a doce personas, depende de la hora. Hasta ahora la cuenta no me da. Si trabajas ocho horas, lo estipulado en la legislación laboral, puedes que ganes 100 pesos, no más. Para ganar 200 pesos, hay que trabajar como mínimo doce horas diarias”.

Incluso ganando 100 pesos, el equivalente a 5 dólares, laborando 24 días, Armando devengaría un salario de 2,400 pesos, alrededor de 100 dólares, cuatro veces superior a un profesional y casi el doble que un especialista médico.

Pero Armando no comparte ese criterio. “El problema es que un maestro o un ingeniero no debe ganar 500 pesos. Para el nivel de inflación que existe en Cuba, un profesional debe tener salarios superiores a 6 mil pesos. De eso se trata. Ni ellos ni yo ganamos lo necesario para comprar comida y llegar a fin de mes. Ya el gobierno no te habla de socialismo ni de sus supuestas ventajas. Porque la realidad es que para hacer un poco de dinero, el Estado te explota como si fueras un esclavo”, apunta el taxista, mientras dribla con destreza los baches de la angosta calle San Joaquín, en El Cerro.

En las intensas polémicas que en diferentes webs y blogs sostiene en internet, un sector de la inoperante intelectualidad cubana -textos que muy pocos leen- gastan ríos de tintas en filosofar sobre el socialismo autocrático implementado por los hermanos Castro y su viabilidad en el futuro.

Acusan de traidores, mercenarios y vendepatrias a cualquiera que critique al régimen por limitar la libertad de expresión y prohibir espacios políticos a quienes piensan distinto.

No importa desde la doctrina o corriente ideológica que se plantee. Los que no están autorizados por el Estado a polemizar o disentir son cuando menos adversarios políticos.

En ese estéril intercambio de criterios, se pasa por alto lo obvio. El Estado cubano se ha trasmutado en una corporación de negocios capitalistas, donde la mayor plusvalía la reciben desalmados empresarios, que cercenan los derechos laborales y pagan salarios miserables a sus empleados.

Cualquier negocio que reporte divisas es administrado por el patrón Estado. Y en el caso de los negocios que ofrecen un margen amplio de rentabilidad, también son tutelados por la junta militar que gobierna el país.

La base cooperativa de transporte de La Víbora es un buen ejemplo. Doce o más horas conduciendo un auto para ganar una cantidad de dinero que se diluye en la compra diaria de alimentos.

El socialismo marxista que se ejerce en Cuba tiene más de feudalismo que de comunismo.

Iván García
Foto realizada por Vladimir Turró. Tomada de Cubanet.

lunes, 11 de septiembre de 2017

Prontuario de la escasez



Los períodos de escasez, esa maldición cíclica, generan siempre un folclor. Este surge como modo de comunicación, pero también como remedio para paliar las difíciles circunstancias.

Muchos de estos relatos, con el tiempo, fueron ficcionándose y adquiriendo ribetes míticos. Tal vez la explicación de tan peculiar fenómeno esté en esa costumbre achacada al cubano de que es capaz de reírse hasta de sus desgracias.

Anoto aquí un prontuario apurado de las nuevas palabras que han enriquecido, durante estos años, el habla popular cubana para calificar objetos y las más disímiles inventivas cotidianas. He seguido un orden cronológico, según su aparición y el dictado de mi memoria.

Libreta: Sin duda el documento más popular en la Cuba revolucionaria. Fue establecida en el año 1963 para racionalizar y garantizar lo mínimo necesario para cada núcleo familiar. Se subdivide en dos: la de productos alimenticios y la de industriales.

Porsiacaso: Javas tejidas con cintas de guano, que podían ser del color del material o matizadas con algunas cintas coloreadas. El pueblo llamó así a estos enseres pues siempre se salía con ellas “por si acaso caía algo”.

Seguimiento: Se les llamó así a las primeras piezas textiles normadas por la Libreta, pues era común encontrar en una fiesta, juego de pelota, cumpleaños, bodas o colas, a varias personas vestidas igual. Su uso se convirtió en motivo de burla y en símbolo de desventaja social. También se usó el término To’s tenemos para igual calificación.

Mecagüendiós: Zapatos rústicos y precarios confeccionados con piel burda, sin pulir, conocida como rebajo. El apelativo surgió porque cuando las personas pasaban por las tiendas y veían estos zapatos, esa era la expresión común que brotaba de sus bocas. El ingenio popular le puso este nombre que elude cualquier connotación antirreligiosa.

Vaquetetumba: Botas pesadas y de mayor consistencia, confeccionadas con la suela denominada vaqueta y el resto de una lona gruesa, las cuales, se arrugaban con el tiempo. Provocaban frecuentes tropezones al caminar.

Pega’os o Pega’s: Calzado compuesto por piel adherida a suelas vulcanizadas. Existía una variante de corte bajo, que los adolescentes raspaban con un pequeño guayo, hasta dejarlos como felpudos. Luego le untaban tinta carmelita y parecían zapatos del extranjero.

Botas rusas: Otro tipo de botas llegadas, por supuesto, de la Unión Soviética. También toscas, pero muy duraderas.

Esqueleticos: Muy popular entre las mujeres. Especie de sandalias o chancletas hechas con suela de cualquier material resistente, a las que se le clavaban tiras muy finas de piel o nylon sacados de viejas carteras femeninas.

Rolos: Tubos vacíos de desodorante marca Fiesta, alrededor de los cuales se enrollaba el pelo. Luego de varias horas se quitaban y quedaba la cabellera ondulada.

Torniquete: Rolos más grandes, siempre en parejas, hechos con cajas de talco Brisa. Se situaban en la parte superior de la cabeza y dejaban el pelo alisado desde esa zona hacia abajo. Era usado, sobretodo, por las mujeres de pelo muy rizado.

Mariconas: Camionetas checas utilizadas para recoger pasajeros, conocidas primeramente como guasabitas. La picaresca nacional las bautizó, inmediatamente, con el otro nombre porque a estos nuevos ómnibus se les entraba por detrás.

Guapitas: Camisas cortas con fajas y una piececita o trabilla abotonada en los hombros y en la propia faja. El diseño venía de épocas anteriores, pero en ésta adquirió connotación de lujo, pues se confeccionaban transformando algunas camisas que les daban a los trabajadores, de telas más suaves y colores más vistosos.

Revés en victoria: Pantalones cortados a la altura de las rodillas y vueltos a empatar pero por el reverso de la tela. Quedaban luego las patas de dos colores. Los jóvenes trataban de remedar al universalmente prestigioso pitusa, prenda ideológicamente desacreditada en Cuba. Se aprovechaba para ello unos pantalones entregados a los trabajadores de la zafra, que burdamente simulaban a la mezclilla de la afamada prenda. Algunos le colocaban en la faja una etiqueta que aparentaba una marca.

Ollas de presión: Zapatos plásticos para hombres y mujeres aparecidos a principios de la década de los 70 en las tiendas cubanas. En sus inicios fueron llamados kikos, recordando la vieja marca de plásticos nacionales, pero la imaginería popular los bautizó rápido con este nombre, porque bajo nuestro tórrido clima convertían los pies en una bola de fuego.

Tiqui taque: Otra variante de sandalias con suelas de madera para mujeres, que al caminar producían este rítmico sonido.

Cocalecas: También chancletas femeninas pero con correas más flexibles y extensas que se envolvían en la pantorrilla exactamente hasta debajo de las rodillas. Las correas podían ser de cuero, nailon o tejidas. Muy populares fueron las confeccionadas con las mangueras para sueros.

Plataformas: Muy usadas por la posibilidad de adicionarlas a cualquier calzado sin tener en cuenta el modelo, hechura o diseño. Se ponían de disímiles materiales y eran toscas, sobre todo en los zapatos de hombres. La locomoción con estas era ridícula, pero hacía feliz a su portador pues así estaba a la moda.

Fonkies: Constituyeron otra solución ante la escasez de zapatos, porque eran fáciles de hacer, baratos y cómodos. Eran de piel, de la llamada de rebajo y algunos se confeccionaban con el material de los petos de soldar. Se cocían o pegaban directamente por fuera a una suela generalmente de goma y sin tacón, aunque podía ponérseles también un taconcillo muy fino. Tenían el valor agregado de su durabilidad.

Medias checas: Nombre dado al único tipo de medias de hombre que se vendían en el país. Su calidad era tan precaria que se rompían con facilidad y ya en la segunda puesta se le aflojaba el elástico y caían, enrollándose en el tobillo o sobre los zapatos. El gracejo popular le puso así a estas prendas jugando con el término de checaen.

Mallitas: Medias de malla que se pusieron de moda entre las jovencitas, las cuales se tejían en casa. La mayor parte de la población femenina joven invadió las calles, por aquellos tiempos, con esas rústicas redes en las piernas.

Piti piti pá: Peinado característico de la primera mitad de los 70, tanto en hombres como en mujeres ansiosos de estar a la moda. El nombre lo tomaron de la película francesa El hombre orquesta, donde Louis de Funes hacía bailar a un grupo de jóvenes al ritmo de 'piti piti pá'. El peinado consistía en rebajarse el pelo en los laterales, pero dejarlo largo en la nuca con las puntas hacia arriba. Lo completaba un cerquillo sobre la frente, abierto hacia la derecha, con la raya del pelo más hacia el centro del cráneo más de lo acostumbrado. También se le llamó simplemente el piti.

Barberito: Especie de peine doble al que se le ponían dos cuchillas de afeitar dentro –preferiblemente las soviéticas Astra– y que al pasarlo picaba el pelo, adquiriendo el pelado un aspecto afrancesado y muy moderno.

Plan San Germán: Absurdo procedimiento para la compra de ropa, zapato y otros artículos de uso doméstico, a los que tenía derecho, según este método, el que primero llegara al mostrador. Fue llamado así porque se hizo una prueba piloto en una zona conocida como San Germán.

Juguete básico: Juguete de primera calidad a los que tenían derecho los niños. Era garantizado por la libreta de abastecimiento.

Juguetes no básicos: Dos juguetes que se le entregaban a cada niño, pero eran de menor calidad que los básicos.

Cupones: Vales ordenados alfabéticamente y numerados, que se entregaban a la población, semejantes a una cualificación sanguínea: F1 D2, etc. Con estos cupones se ordenaban y regulaban la distribución y compra en las tiendas de ropa.

Guachipupa roja, o colora’: Refresco logrado con la disolución en agua de un extracto o sirope –nunca se supo bien el origen– de color fresa fulgente. Esta bebida casi siempre constituía el complemento y ayudaba a digerir un dulce que permaneció incólume, y muchas veces en solitario, en las vidrieras de los merenderos de toda Cuba y que tenía un nombre salvador: matahambre.

Guarachas: Otro tipo de calzado popularizado en los años 80. Tenía una suela ancha hecha de goma de autos, a la cual se le entrelazaban finísimas tiras resistentes de piel que cubrían todo el pie. En algún momento comenzaron a llevarlas también los hombres. El nombre y modelo fue tomado de huarache, tipo de sandalia usada por los indígenas mexicanos.

Catarritos: Tenis, sobre todo para las damas, hechos de tela de diferentes colores y de suela de goma muy baja. Se les calificaba así porque si llovía, se caminaba por la yerba húmeda o pisaba un charco, se empapaban los pies y podía provocar el clásico catarro. Algunos tenían pequeños puntos blancos y se les conoció también como guineos por el parecido al plumaje de estas huidizas gallináceas.

Acápite separado habría que hacer para inventariar las bebidas con base alcohólica, aparecidas en todos estos años, y que alegraron al cubano en su estadio de penuria económica: walfarina, calambuco, chispa’etren, salta pa’tras, chispín, espérame en el suelo, hueso’etigre, entre otros nombres.

El Período Especial disparó la capacidad imaginativa de los cubanos para mitigar el golpe que significó la caída de la economía nacional. Prominentes fueron los bistecs de rodajas de naranja grifo, el picadillo de cáscara de plátano burro, compotas también hechas con esta vianda y el jugo de pepino. El comercio estatal puso en venta la mortadela líquida, la masa cárnica, los helados tropicales –especie de durofríos– y el refresco concentrado. La revista Mujeres recordaba que nuestros mambises hacían sopa con flores de calabaza.

Muchas personas aseguraban que estas parodias alimenticias tenían un sabor “igualitico al original”.

La Libreta, cuya despedida aún no se vislumbra, propone en la actualidad otra terminología curiosa: carne de dieta, carne de niño, dieta de encamado, pollo por pescado... Este manual algún día alcanzará la dignidad de ser analizado por la Real Academia de la Lengua.

Estos apuntes han sido dictados por los recuerdos y las vivencias de alguien que ha vivido apegado al desenvolvimiento social de su época y que ha visto los esfuerzos de la gente por levantarse y persistir.

Alexis Castañeda Pérez de Alejo
On Cuba Magazine, 29 de julio de 2017.
Foto: Carnicería vacía. Tomada de On Cuba Magazine.

jueves, 7 de septiembre de 2017

Fabio, el poeta que vendía flores



Ayer recibí la noticia de la muerte de un amigo. Y luego de ese extraño golpe que sólo es capaz de asestarnos la sorpresa del vacío, me di cuenta que habían pasado treinta años desde la primera vez que estrechamos nuestras manos en Acosta y 10 de Octubre, una de las intersecciones más concurridas de la barriada habanera de La Víbora. Una zona por entonces mucho menos deprimente que ahora.

El poeta Rogelio Fabio Hurtado cargaba una carretilla de flores, Pepe Fajardo una botella de Ronda y yo mi mochila de la escuela. Nunca he olvidado aquel encuentro propiciado por la casualidad -“causalidad” diría Fabio-, o simplemente porque era el camino cotidiano del poeta y yo sólo había ido con Pepe a comprar ron y cigarros a la vulgarmente célebre cafetería La Conferencia. Allí nos topamos. Por suerte para mí.

“Mi abuela materna vende flores en su casa, allá en Buenavista donde yo nací, y ella, bueno, es una persona muy humilde, pero nunca imaginé que un poeta lo hiciera”, le confesé. Pepe no dijo nada. Y Fabio me contestó: “Los poetas también”.

Hablamos de la poesía cubana del momento, de los beneficios, los problemas y la necesidad de la venta de flores, de lo que me enseñaban en la escuela y lo que no me enseñaban, y no faltaron -casi nunca faltaban- los chistes políticos de Pepe, que no perdió tiempo en mencionarme que Fabio había sido marginado y que estaba seguro de que me gustarían sus poemas. Algo en que no se equivocó. No recuerdo quién de los tres dijo la frase: “Escribir poesía puede ser tan peligroso como ir a la guerra”. Pudo ser cualquiera. O quizás es sólo una invención de mi necesidad de recordar, tres décadas después, aquel primer encuentro con el poeta que vendía flores. El único que he conocido que se ganara la vida de ese modo.

Fabio tenía entonces 41 años, pero su larga barba canosa le hacía parecer mucho mayor. Yo tenía 16 y estudiaba en el pre-universitario Enrique José Varona de La Víbora, escribía poemas que pretendían ser “contestatarios”, adjetivo que entonces me resultaba tan cotidiano y estimulante como escaparme de las clases para leerle a mi novia textos prohibidos en medio de un enorme campo de girasoles -un campo real, cerca del Café Colón- y luego acompañarla hasta la puerta de su casa (regla inviolable establecida por su madre, que era la única en la familia que sabía que nos fugábamos) para irme a beber rones furtivos con Pepe, Fabio y otros escritores de la zona mientras compartíamos nuestras recientes invenciones.

José Ramón Fajardo, Pepe, el autor de Nosotros vivimos en el submarino amarillo, murió en 2016 y que fuera recordado en Diario Las Americas y también en 14yMedio.

Es una extraña sensación recordar a Pepe y Fabio, sabiendo que jamás volveré a verlos. Cada vez me parece más real eso de que La Habana se está quedando sin poetas.

El mismo día que conocí a Rogelio Fabio Hurtado descubrí que era católico. En aquellos años no conocía a muchos creyentes, a no ser los santeros de mi barrio, que tenían otro estilo, por así decirlo. Recuerdo que el semáforo detuvo un carro fúnebre y Fabio hizo una pausa en la charla para persignarse. A Pepe Fajardo, que tampoco era religioso, pero que le conocía, no le llamó la atención, pero a mí me sorprendió no sólo la acción, sino sobre todo su mirada, una expresión que denotaba que realmente lo sentía, que no era un mero hábito. Fabio se dio cuenta de mi asombro pero no me dijo nada.

Luego descubrí que también era un poeta de izquierda, pero disidente. Una rara avis. De ahí que se sintiera un poeta entre dos tigres. Nunca llegué a preguntarle si fue su religiosidad quien lo llevó a disentir de la revolución en la que, como le sucedió a unos cuantos, creyó fervorosamente hasta los primeros años de la década del sesenta. En abril de 1963 el poeta integró las Tropas Coheteriles Antiaéreas y a los dos años fue desmovilizado gracias a un certificado psiquiátrico.

Poeta y loco, no era al final una idea descabellada. Desde mucho antes escribía. En 1969 fue incluido en la antología Poemas David 69. En su poema titulado 1966 reconoce: “¡Oh sí, yo tuve 20 años! / Yo no sabía nada de vida y muertes literarias / Creía que se publicaba mandando el cuento por correo a las revistas”.

Se definía como un izquierdista por cuenta propia. Y justamente esa defensa de lo personal, aunque fuera desde el campo minado de la izquierda, lo condenó a ser un intelectual proscripto. Ser cualquier cosa por cuenta propia no podía ser bien visto por el régimen. Nunca lo ha sido ni lo será. Y mucho menos alguien que jugaba con las palabras.

Curiosamente el poeta y sacerdote nicaragüense Ernesto Cardenal, uno de los defensores de la Teología de la Liberación, le conoció durante un viaje que hizo a La Habana en 1970 y le publicó algunos poemas. Luego la realidad se encargó de distanciar sus ideas y esperanzas de entonces. Pero Fabio jamás abandonó el camino, o al menos el anhelo, de la socialdemocracia.

La casa de su madre, ubicada a unas pocas cuadras de la famosa esquina donde nos conocimos, daba casi al frente a la unidad de la policía política de Arroyo Naranjo. “Aquí no tenemos nada que temer, siempre estamos bien vigilados”, decía con el fino humor que lo caracterizaba. Entrar a aquella casa era como viajar un siglo atrás. O tal vez dos. Los muebles, las cortinas, las fotografías, el murmullo del silencio. Sus tías practicaban un silencio hermético.

A veces parecía que vivían en un eterno luto, hasta que por fin escuchaba sus voces amables decir dos o tres palabras. Pero aquel silencio era una especie de venganza contra el ruido, el fingimiento y la banalidad que reinaba afuera. Allí me leyó sus poemas, los primeros y los últimos, los conocidos y los que sólo le leía a sus amigos que, como bien advertía, no eran demasiados. “Como todo el mundo que tiene amigos de verdad”, acotaba.

También le visité en la casa de Marianao, donde vivía con su amada Felina, a quien le dedicó estos versos titulados La mujer del poeta: “Después del constante saqueo de la nostalgia, / Sin nada nuevo que leerles a ti y a mis poquísimos amigos / Oficialmente desocupado, oyendo rumores y chistes excesivamente crueles, / En los suburbios ya de los 50, releída y releída The Wasted Land al poeta va quedándole / Un único chaleco salvavidas: la sonrisa sin fraude que le abre como el cielo su mujer”.

En 1980 escribió el poema En la terraza, que retrata sus sentimientos ante la partida de sus amigos y familiares durante en el éxodo de Mariel: “La gente atraviesa por mi corazón / De paso a la frontera / Cuando se despiden, apresurados, / Me llevan en sus ojos a lo desconocido / Me dejan encargado de toda su memoria / Apenas tengo dónde guardarles tanta vida / Nací para despedir vuelos nocturnos”.

Además de poesía, género que jamás abandonó, en la década de los 80 escribió para la primera revista digital independiente cubana, Consenso. Y más adelante para publicaciones católicas como Palabra Nueva, Espacios y Vitral. Fue colaborador de Diario de Cuba, Primavera digital y otros medios donde ejerció el periodismo independiente. Estuvo vinculado a varias agrupaciones disidentes. Era un amante de la revista Bohemia, la de antes de la revolución, por supuesto, y de los más exquisitos autores.

Leía de todo. “De todo lo bueno y a veces algo de lo malo”, solía decir. Viajó a Estados Unidos en varias ocasiones a visitar a su hijo. Recuerdo que a su regreso a Cuba me regaló su primer poemario, publicado a los 50 años de edad, El poeta entre dos tigres (Colección La Torre de Papel, 1996) que le editó en Miami Carlos Díaz Barrios, y una hermosa revista donde le hicieron una excelente entrevista. Cinco años después publicó el volumen de prosas Viñetas para un invisible (2001).

Siempre tuvo una especial relación con la muerte. Era como una especie de amigo cercano con el que sostenía importantes conversaciones sobre la vida. De ahí que pudiera escribir un soneto como éste: “Vivir es olvidar mal lo vivido, / No aprobar las lecciones del pasado; / No cuentes que retorne lo partido / Por más que el Cielo engañe de estrellado. / Vivir es confundir lo más querido, / Continuar atisbando lo esperado; / Dialogar hasta verse sin sentido / Por más que el mundo mande estar callado; / Vivir es ir muriendo sin apuro, / No averiguarle a la alegría razones, / Saltarse los escombros cual canguro; / Vivir es desgastar los pantalones / Sin esperar prodigios del futuro, / Vivir es inventar viejas canciones”.

Luis Leonel León
Diario Las Américas, 22 de junio de 2017.
Foto: Rogelio Fabio Hurtado. Tomada de Cubanet.
Leer también, Cuando un amigo se va.

lunes, 4 de septiembre de 2017

El largo viaje del poeta



El miércoles 21 de junio de 2017 falleció en La Habana el poeta, escritor y periodista independiente Rogelio Fabio Hurtado. Un día después hubiera cumplido 71 años. De ellos, cincuenta los dedicó a la poesía.

Pudo haber sido pelotero como era su más temprana vocación, o ajedrecista, como soñaba su padre y que era otra de sus vocaciones, o seguir siendo soldado luego de que lo reclutaran, siendo un adolescente del Pre Universitario de La Víbora, y lo destinaran a las fuerzas coheteriles, bajo asesoramiento soviético, para “defender a la revolución y al socialismo” de una invasión norteamericana, que aunque aseguraban era inminente, nunca ocurrió.

Pero Rogelio Fabio no fue pelotero, ajedrecista ni militar, porque tropezó con la poesía y ya nunca pudo ni quiso zafarse de ella. La culpa fue primero de los Versos Sencillos de Martí, y después de Antonio Machado y César Vallejo.

Al principio se sentía incapaz de rimar y medir versos. Eso fue hasta que a través de los poemas que leía en Lunes de Revolución, comprobó que la poesía también podía escribirse sin esos fastidiosos requisitos formales. Y empezó a escribirla.

En 1968, cuando los comisarios censores trinaban por la premiación del poemario Fuera del Juego, conoció a Heberto Padilla y sometió a su consideración sus poemas. El poeta execrado los juzgó favorablemente y le dio ánimo.

En 1969, Fabio presentó su poemario Pasajero Viviente en el Concurso David. Resultó premiado Raúl Rivero con Papel de Hombre, pero con el resto de los poemas de los concursantes hicieron una antología en la que estaba incluido un poema de Fabio.

En 1970, el poeta y sacerdote nicaragüense Ernesto Cardenal, que había conocido a Fabio durante su estancia en Cuba como jurado del concurso Casa de las Américas, incluyó poemas suyos en su libro “En Cuba” y en una antología de poetas cubanos.

En una entrevista que le hice a Fabio hace diez años me contó que Ernesto Cardenal le dijo que le solicitaría a Roberto Fernández Retamar que publicase los poemas con sus vivencias como soldado en la revista Casa. Recordaba: “Cuando le expresé mi escepticismo, diciéndole que no serían del agrado del Ministerio de las Fuerzas Armadas, me preguntó qué tenía que ver el MINFAR con la poesía y le contesté que en Cuba sí tenía que ver. El tiempo me dio desgraciadamente la razón”.

En el número de la Gaceta de Cuba que debió salir en abril de 1971, pero fue recogido y destruido a tenor con los acuerdos del infausto Congreso de Educación y Cultura, aparecían dos poemas de Fabio que aún continúan inéditos.

A partir de entonces renunció a participar en concursos oficiales, en total desacuerdo con aquella “política cultural”, que silenciaba a los escritores de más talento y favorecía a los mediocres, siempre que se prestaran a ser corifeos del régimen. Pero nunca dejó de escribir ni de participar en tertulias informales y libres con gente que definía como “libres y maravillosas”: Emilio López, Eddy Campa, Benjamín Ferrera, José Soroa, Esteban Luís Cárdenas, Nicolás Lara, Benigno Dou, Julio García, Flavio Garciandía, Arturo Cuenca, Eugenio Blanco, Jessie Ríos y Alejandro Lorenzo.

Esas reuniones, a menudo perturbadas por la policía, tenían lugar en el parque de la Funeraria Rivero, en Calzada y K, la terraza del Hotel Capri, en 21 y N, y donde por entonces servían el mejor y más frío té de La Habana, o la azotea sobre el Parque Manila, donde vivía el escritor Juan Miguel Espino García con su novia Ángela Adams.

Años después, Fabio consiguió que algunos artículos y poemas suyos aparecieran en la revista Unión y la Gaceta de la UNEAC (Unión de Artistas y Escritores Cubanos). Luego empezó a colaborar en las publicaciones católicas Palabra Nueva, Vitral y Espacios. Fue editor de esta última hasta enero de 2005, cuando el cardenal Jaime Ortega, luego de ocho años de existencia, ordenó cerrarla.

A partir de ese momento, Fabio dejó de colaborar en las publicaciones de la Arquidiócesis y se unió al periodismo independiente. Sus artículos aparecieron en Encuentro de la Cultura Cubana, CubaNet, Diario de Cuba y Primavera Digital, de cuyo consejo de redacción fue miembro desde 2007 hasta su muerte.

Fabio definía su poesía, más que coloquial, como “conversacional”. Fuertemente nostálgicos, narrativos y por momentos teatrales, sus mejores poemas están recogidos en los libros El poeta entre dos tigres (La Torre de Babel, Miami, 1996) y Hurra y otras elegías (Ediciones Vitral, Pinar del Río, 2005).

Consideraba que el escritor está destinado a decir lo que los demás deciden callar. Eso lo hizo chocar con muchas incomprensiones. Confesaba que le encantaba “parecer blanco entre los rojos y rojo entre los blancos”.

Decía que la desventaja de permanecer inédito tantos años le dio como compensación “el poder permanecer independiente de los dictados de los pensamientos políticamente correctos que nos circundan y acechan”.

Eso, en estos tiempos, es un lujo. Fue uno de los poquísimos y relativos lujos que se pudo dar el poeta.

Luis Cino Álvarez
Cubanet, 22 de junio de 2017.
Foto: Rogelio Fabio Hurtado. Tomada de Primavera Digital.
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