lunes, 31 de octubre de 2016

Cuba: burocracia en estado puro


Nueve de la mañana en La Habana. Llueve a intervalos, los charcos y el barro se acumulan en la calle y el calor provoca que las personas siempre tengan el ceño fruncido.

Registro Civil del municipio Cerro. Afuera, una decena de hombres y mujeres mosqueadas, tensas y con mal talante que ni siquiera atinan a responder un cortés saludo de Buenos días.

Una mujer gorda, a quien al parecer la prisa no permitió arreglarse, abre las puertas de un local descorchado, empercudido y con un lamparón húmedo en paredes y techo que delata filtraciones de agua.

Los notarios y trabajadores acomodados en viejas butacas giratorias de madera revisan con calma en anacrónicos archivos metálicos. Una empleada corpulenta, con un tono cuartelario, anuncia al público: “Hoy solo trabajamos hasta las doce de día, pues mañana, 8 de junio, es el día del jurista”.

“Pero si el día del jurista es mañana, por qué hoy solo trabajan media jornada”, pregunta un señor canoso en la cola. “Son las disposiciones”, responde, y fulmina al ciudadano con una mirada que mete miedo.

Aunque se supone que estamos en el siglo XXI, esta institución estatal aun parece anclada en los años 50 del siglo XX. Aquí usted no ve un ordenador y si tienen conexión a internet no está a la vista del público.

Obtener un certificado de nacimiento puede demorar de quince días hábiles a un mes. Y si no aparece, debes peregrinar por todos los Registros Civiles de La Habana en su búsqueda.

Olga Lidia, funcionaria, alega que la informatización en los archivos de los Registros Civiles marchan a paso de tortuga. “Los nacidos después de 1980, parcialmente, tienen sus datos computarizados. Los que nacieron entre 1940 y 1970 es difícil, de manera manual, encontrar sus certificados de nacimiento si no se tiene el tomo y folio”.

Las causas son variadas, ningunas imputables al usuario. El culpable de ese colosal disparate burocrático es el régimen de Fidel y Raúl Castro.

En el Registro Civil de Puentes Grandes, al oeste de La Habana, un incendio provocó el cierre del local. En el del Cerro, muy cerca del hospital Covadonga, las condiciones de trabajo son pésimas.

Las filtraciones han deteriorado miles de papeles y documentos. Los salarios son bajos, el personal no tiene almuerzo y los destartalados ventiladores chinos no amortiguan el espantoso calor.

“Pero en vez de quejarse a su organismo superior, el disgusto de estos burócratas lo paga el público, al que atienden mal, como si uno fuera el culpable. Y todos saben quién es el culpable del desastre nacional, pero nadie quiere señalarlo en voz alta”, comenta una señora que dice llevar año y medio haciendo gestiones para legalizar su vivienda.

En un país donde el exceso de control ciudadano no es un déficit, llama poderosamente la atención la pérdida de tiempo de los cubanos para efectuar un trámite legal, por simple que sea.

“Los ciudadanos no debieran demorar varios meses para realizar un trámite, porque el Ministerio del Interior todo lo tiene controlado. Bajo su responsabilidad tienen, entre otros, el Carnet de Identidad, los Pasaportes y la Dirección Nacional de Identificación. Además, fiscalizan el Registro de Direcciones, a cargo de los CDR en todas las cuadras de los 168 municipios existentes en Cuba. Lo ideal sería que cada cubano, en su carnet de identidad, tuviera los datos necesarios para cualquier gestión legal”, explica un notario.

Entidades comerciales como ETECSA, el monopolio de las telecomunicaciones en la Isla, a sus clientes exige una serie de documentos legales para mantener el servicio de telefonía fija.

“Existe un grupo de instituciones, como el Instituto de la Vivienda o la OFICODA, la oficina donde se registran los consumidores de las libretas de racionamiento, que no tienen sentido en Cuba. Esos papeles que pide una empresa que presta servicio comercial como ETECSA está fuera de sus funciones. El Estado debe garantizar otros mecanismos más efectivos. Ese exceso de control y documentación legal para cualquier trámite ocasiona corrupción y molestia ciudadana”, acota Diana, abogada de un bufete al sur de la capital.

Poner el teléfono o una casa a nombre de un nuevo propietario, obtener una licencia para hacer arreglos en tu vivienda o legalizar un terreno, en el mejor de los casos, genera varios meses de gestiones y decenas de horas innecesariamente perdidas haciendo cola.

"Ni pagando con moneda dura por debajo de la mesa consigues que se agilice el papeleo", confiesa una enfermera que acaba de regresar de una misión médica en el exterior.

En 1966, el cineasta Tomás Gutiérrez Alea dirigió el filme La muerte de un burócrata, una sátira sobre la absurda gestión que se ve obligada a hacer una viuda para cobrar la pensión de su esposo fallecido.

Cincuenta años después, un extranjero se reirá por lo surrealista del argumento. Un cubano constatará que a pesar del tiempo transcurrido, la realidad ha logrado superar a la ficción cinematográfica.

Iván García

jueves, 27 de octubre de 2016

El mercado negro del pan normado


Inés sale todas las mañanas a comprar el trozo de pan que le corresponde por la libreta. Ella vive sola, está jubilada y su pensión, de apenas ocho dólares al mes, no le alcanza para comprar otro tipo de pan que no sea esa pieza de 80 gramos que le asegura el gobierno por solo cinco centavos en moneda nacional.

Un precio más que justo, pero una ración insuficiente, impuesta como “medida coyuntural” durante la crisis de los años 90, que se ha vuelto un verdadero sinsentido cuando se habla de una recuperación de los niveles de producción de harina de trigo.

En la panadería donde compra Inés los mostradores están divididos. Igual sucede en la mayoría de las 1,700 que regenta el Estado, distribuidas por todo el país. En una parte se exhiben panes, galletas y dulces relativamente bien elaborados, pero que son vendidos a precios que la mayoría de los clientes no puede pagar; de la otra, se amontona en cestas ese alimento de aspecto nada apetitoso al que todos llaman “el pan de la libreta” y que algunos prefieren dejar de comprar porque resulta incomestible.

Quienes lo elaboran, sugieren que se consuma en el momento. “Cuando pasan unas horas se pone mohoso, ácido, y es que no traen levadura de calidad ni existen condiciones para preparar el pan como debe ser. Por eso huele a petróleo. Los equipos son viejos y la harina que traen para el pan normado no es buena. La harina para los panes en venta libre está un poco mejor”, asegura Pedro Luis, panadero de la barriada de Mantilla, en Arroyo Naranjo.

Sin embargo, un cliente de la misma panadería interrumpe a Pedro Luis con una réplica: “Eso no está bueno ni para hoy ni para nunca. Yo ni siquiera se lo doy a los puercos, capaz que se mueran. El pan lo hacen para botarlo. Es un crimen cómo se bota harina en este país y solo para decir que te dan un pan diario. Eso no hay quien se lo coma. Es mejor que lo quiten ya”.

La mala calidad del pan es un tema que se reitera, sin solución, en la prensa nacional, tanto en la oficialista como en la alternativa. Las respuestas institucionales al problema son demasiado vagas y casi siempre consisten en desplazar culpas de un lugar a otro.

Véanse al respecto reportajes periodísticos como el publicado el 10 de junio de este año en el periódico Escambray, de Sancti Spíritus, donde la cadena de justificaciones de directivos y “cuadros del gobierno” se dilata en una maniobra para eludir el problema esencial, mientras salen a flote las contradicciones, divulgadas en otros medios de prensa oficiales.

El día anterior, el programa televisivo Mesa Redonda había dedicado el tema a la producción de alimentos. Entre otras cosas, se elogiaba la calidad del trabajo en los molinos de la provincia de Cienfuegos, algo que contrasta con el artículo de la periodista espirituana, donde se ponen al descubierto las deficiencias de ese centro de producción y el mal funcionamiento de los organismos estatales encargados del aseguramiento de la materia prima para la elaboración del pan normado.

En el mismo programa televisivo del 9 de junio, del cual se publicó un resumen en el sitio Cubadebate, Betsy Díaz Velásquez, viceministra del Ministerio de la Industria Alimentaria, hablaba, en un mismo segmento, de las producciones de pan y de cerveza.

Sobre el pan apenas dedicó un centenar de palabras, y todas para reiterar lo que es vox populi (robo de materias primas, tecnologías obsoletas, indisciplinas laborales), sin exponer estrategias efectivas que solucionen los problemas ni hablar de un posible incremento de la cuota de pan establecida durante el llamado Período Especial.

Sin embargo, al referirse a la cerveza, se extendió en detalles sobre los propósitos de incrementar la producción para satisfacer la demanda interna y la posible exportación, así como los ambiciosos planes de inversión extranjera, como si la bebida formara parte de los llamados “artículos de primera necesidad”.

“Convertir los debates más peligrosos en una disquisición infinita es una estrategia que no le ha fallado al sistema”, afirma Miguel Ángel Noda, economista y exfuncionario del Poder Popular: “Se identifican los problemas pero, si no hay solución o no se desea dar una, entonces vienen esos discursos donde sólo se apela a la buena voluntad de la gente. El problema del pan no es sólo el problema de la harina y la grasa: es el gran problema del mercado negro donde nadie quiere meter la mano, ni la misma policía; porque si lo desarticulas, todo se viene abajo. Elimina el mercado negro y verás que el gobierno se cae al instante. Miles de funcionarios y directivos pedirán la baja y se marcharán del país y otros millones de trabajadores se irán a sus casas porque ya no tienen nada que robar”.

En todas las esquinas de La Habana abundan los puestos de ventas particulares, algunos de ellos ambulantes, donde se ofrecen variadas elaboraciones de panadería. Panes, galletas, dulces finos, son vendidos incluso a las puertas de los comercios estatales donde se distribuye el pan normado. También los negocios privados de pizzerías y dulcerías se han incrementado a más de dos mil tan solo en La Habana, en los últimos años; aun cuando las licencias obligan a los dueños a comprar sus materias primas en las tiendas recaudadoras de divisas donde el kilogramo de harina de trigo cuesta poco más de un dólar, un precio excesivo que hace pensar en el modo ilegal en que funcionan la mayoría de estos establecimientos de los emprendedores cubanos, incluidos los llamados “paladares”.

Julio Hernández, exadministrador de una panadería estatal, explica algunos de los mecanismos que alimentan el mercado negro de la harina de trigo y las grasas destinadas a la elaboración del pan normado: “No es totalmente cierto que es en las panaderías donde se roba toda la harina y la grasa. Ya desde el molino comienza la parte grande del problema. En las panaderías la harina y las grasas están controladas y a un panadero le es más rentable sacarle dinero haciendo sus producciones particulares que vendiendo el saco (de harina de trigo) en 600 u 800 pesos (entre unos 25 y 35 dólares). ¿Cuánto dinero le toca de ahí si tiene que pagarle a un montón de gente?”

“Los que tienen grandes negocios de pizzas y dulcerías buscan la harina en los molinos de Regla, en los almacenes o les pagan a los camioneros. En primer lugar tienen mejor harina que la que nos llega a la panadería, que es muy mala, y en segundo lugar, los chismosos tienen los ojos puestos en la panadería porque piensan que ahí está la mata del robo y están equivocados. Los periodistas la emprenden contra el panadero, pero olvidan que existe toda una cadena infinita de gente entre los molinos y ellos”, añade Hernández.

No obstante, hay quienes afirman que una buena parte de la harina de trigo empleada en los negocios particulares sí proviene de las panaderías donde se elabora el pan normado. Regulación que, como todas, ha abierto las puertas y sostiene todo el mercado negro asociado. El dueño de un pequeño centro de elaboración de panes y dulces en Arroyo Naranjo afirma que toda la materia prima que utiliza la obtiene de allí.

“Los camioneros descargan más sacos de los que corresponden. Son los almaceneros de las panaderías quienes venden y después se arreglan con los camioneros, y éstos, a su vez, le pagan a los del molino, al CVP (custodio) que se hace el de la vista gorda y a todo el que está en la cadena. Yo compro directo en la panadería, incluso me lo traen hasta aquí. El precio varía, hay veces que baja a 500 (pesos cubanos, 20 dólares), otras está en 800. Pero ya en más de 1,000 pesos no vale la pena comprarlo. Por eso cuando baja a 400, la gente que tiene negocios compra bastante, y entonces vuelve a faltar la harina en la panadería y el pan sale malo, algo que nos conviene a todos, porque si no, la gente no viene a comprarnos el pan a nosotros. Al mismo panadero le conviene hacer malo el pan, porque eso es negocio para él. Hay que vivir en Cuba para entender las ‘cosas buenas’ del socialismo”.

Para la confección del pan normado de un año, tan solo en La Habana se necesitan alrededor de unas 100 mil toneladas de harina de trigo, un volumen considerable si se tiene en cuenta el total de la producción actual de la industria molinera cubana, de unas 500 mil toneladas al año, según datos publicados por el Ministerio de la Industria Alimentaria. Aun así, la venta de panes y dulces en el mercado paralelo se incrementa, mientras la producción de pan normado continúa regulada y disminuyendo los estándares de calidad.

Teniendo en cuenta el número creciente de panaderías, pizzerías y dulcerías particulares -con licencia o sin ella- que operan actualmente en Cuba, más la producción estatal liberada, se puede deducir que el consumo de harina de trigo para panificación alcanza una cifra que rebasa la cantidad destinada para esos fines, lo que hace pensar en otras fuentes que abastecen ese mercado subterráneo que para algunos es, más que el “enemigo”, el verdadero sostén de la empresa estatal socialista.

Texto y foto: Ernesto Pérez Chang
Cubanet, 16 de junio de 2016.

lunes, 24 de octubre de 2016

El declive del café en Cuba


El café, arbusto de las regiones tropicales, del género Coffea, al igual que el ganado, arribó a Cuba procedente de La Española. Lo trajo Don José Antonio Gelabert en 1748, quien fundó el primer cafetal en el Wajay, poblado en las afueras de La Habana.

En 1760 la oligarquía habanera se proyectaba hacia un nuevo objetivo: hacer de Cuba la primera productora mundial de azúcar y café. A ese propósito coadyuvaron las características del suelo cubano, apropiados para el cultivo del grano, suficiente tierra donde producirlo y la revolución de Haití en 1791, que hizo huir a miles de colonos franceses poseedores de conocimientos, que arribaron a Cuba y se establecieron en la región oriental del país, especialmente en zonas montañosas de Santiago de Cuba, Guantánamo y Baracoa, donde fomentaron grandes cafetales y hoy se produce más del 85 por ciento del café nacional.

Gracias a ese impulso, las plantaciones cafetaleras se extendieron, tal y como evidencian los siguientes datos: en 1803 había en la Isla unas 108.000 matas de café, y en 1807 pasaban de 1.110.000; las exportaciones aumentaron diez veces entre 1790 y 1805; y Cuba llegó a imponer los precios del café en muchas capitales europeas.

En 1827 el agro cubano contaba con 2.067 cafetales, y en 1830 ya Cuba era la primera exportadora mundial de café, lugar ocupado por Haití hasta el estallido revolucionario.

La alta producción cafetalera generó la costumbre de beber café varias veces al día, lo que devino signo de identidad en la vida cotidiana de los cubanos. Esa costumbre, devenida cultura, se manifestó en el aumento de la demanda a un ritmo tal que obligó a dedicar la producción nacional al consumo y recurrir a la importación para suplir el déficit del grano.

A partir de 1925, los gobiernos dictaron varias medidas proteccionistas que contribuyeron a modificar la relación entre producción e importación. En 1930 Cuba logró cubrir nuevamente la demanda interior y comenzar la exportación. Según fuentes del Ministerio de la Agricultura, en la década de 1940, Cuba era otra vez la principal exportadora de café del mundo.

Las medidas gubernamentales y los esfuerzos de los cafetaleros cubanos se manifestaron en el aumento de la producción. En 1946 la cifra fue de 573.713 quintales (26.390,7 toneladas); en 1951 llegó hasta 714.000 quintales (32.844 toneladas); y tuvo su apogeo en la cosecha cafetalera 1960-1961, cuando el país alcanzó las 60.000 toneladas. Cincuenta años después de ese resultado, la zafra de 2010-2011 descendió hasta 6.000 toneladas (diez veces menos).

El efecto de tan alta reducción fue tratado por el presidente del Consejo de Estado, general Raúl Castro, en la Asamblea Nacional del Poder Popular el 18 de diciembre de 2010: "En el próximo año no podemos darnos el lujo de gastar casi 50 millones de dólares en importaciones de café para mantener la cuota que hasta el presente se distribuye a los consumidores, incluyendo a los niños recién nacidos. Se prevé, por ser una necesidad ineludible, como hacíamos hasta el año 2005, mezclarlo con chícharo, mucho más barato que el café, que nos cuesta casi tres mil dólares la tonelada, mientras que aquel (el chícharo) tiene un precio de 390 dólares."

En la siguiente zafra, la de 2011-2012, sin tomar en cuenta todos los factores que intervinieron en el declive, las autoridades gubernamentales dictaron algunas medidas que lograron un crecimiento productivo.

Se produjeron 7.100 toneladas (1.100 toneladas por encima de la zafra precedente). Sin embargo, una de esas medidas consistió en extender el tiempo de la cosecha por encima de lo habitual, con el consiguiente perjuicio para la zafra siguiente. A pesar del costo pagado para lograr ese crecimiento, a ese ritmo, de forma sostenida, se requerirían 48 años para igualar las 60.000 toneladas de 1960-61.

Los hechos se encargaron de demostrar la insuficiencia de las medidas dictadas para un crecimiento sostenido. Por ejemplo, en el municipio Niceto Pérez, de Guantánamo, uno de los mayores productores del grano, la producción descendió en más de dos terceras partes.

Una vez más, en lugar de atacar las causas esenciales se acudió al inútil recurso del llamamiento ideológico. El 20 de septiembre de 2012, Orlando Lugo Fontes, entonces presidente de la Asociación Nacional de Pequeños Agricultores (ANAP), llamó a realizar una zafra cafetalera organizada. Pero el desinterés de los productores, el envejecimiento de las plantas y la prolongación del tiempo de cosecha se encargaron de hacer inútil la arenga del dirigente campesino. El resultado fue una nueva caída de la producción cafetalera.

Durante la cosecha 2013-2014 la producción descendió a 6.105 toneladas, una cantidad inferior a la del año anterior y diez veces menos que la de 1960-61. Fue una cifra insuficiente para cubrir la demanda nacional, lo que obligó, como había ocurrido en los primeros años del siglo XX, a comprar café en el mercado exterior para completar el consumo nacional; y como también había sucedido en 2010 y 2011, años en que hubo que importar 18.000 toneladas, con un costo de decenas de millones de dólares.

Para la cosecha 2014-15, dos de las provincias orientales del país pronosticaron que el resultado variaría muy poco respecto a la zafra precedente. Sin la voluntad necesaria para destrabar las relaciones económicas, el Estado ha tomado un conjunto de medidas para elevar la producción en la presente zafra 2015-16 hasta 15.000 toneladas, cifra que, de alcanzarse, todavía seguiría muy lejos de las 24.000 que necesita el país para consumir y exportar.

El control monopólico del Estado, los precios de acopio, las innumerables restricciones a que son sometidos los productores, las restricciones para comercializar una parte de la cosecha fuera del compromiso que le impone el Estado, las relaciones de propiedad de la tierra, la inexistencia de un modelo económico capaz de producir con eficiencia y el miedo del Estado a la formación de una clase media, están entre las principales causas del declive cafetalero en Cuba.

La más clara manifestación de ausencia de voluntad política para revertir el declive ha sido la respuesta negativa de la ANAP (sin consultar a los productores) al anuncio realizado por el Departamento de Estado de Estados Unidos, de permitir la importación de café cubano a ese país directamente por los productores.

Con esa voluntad característica del totalitarismo y eludiendo las verdaderas causas, el Gobierno cubano insiste, infructuosamente, en producir para el año 2020 unas 24.000 toneladas de café.

Dimas Castellanos
Diario de Cuba, 14 de junio de 2016.
Foto: Tomada de My Picadillo.

jueves, 20 de octubre de 2016

Productos lácteos: privilegio para pocos


Hubo que esperar cinco meses para que la Oficina Nacional de Estadística e Información, diera a conocer la producción de leche del pasado año.

Según el informe titulado Sector agropecuario, indicadores seleccionados (enero-diciembre de 2015) en su apartado Producción de leche fresca de vaca, ésta fue de 479 500 000 litros. Esa cantidad representó un déficit de 91 500 000 litros con relación a lo producido en 2014, que fue 571 000 000 litros.

No hay información de cuál fue el destino de esa producción de leche, pero se conoce que la mayor cantidad se utilizó como materia prima para para producir yogurt, queso, helados y, en menor cantidad, mantequilla y leche condensada.

Desde hace bastante tiempo, los medios oficiales no informan acerca de la leche fresca que se destina para su distribución en las bodegas a niños menores de siete años. Se sabe que los menores en Cuba, luego de esa edad, dejan de recibir la ración regular de leche.

Por su parte, del suministro de leche a las Tiendas Recaudadora de Divisas (TRD), se encarga la empresa La Estancia, perteneciente al Grupo de Administración Empresarial de las Fuerzas Armadas Revolucionarias.

En las TRD, el precio de un litro de leche es 2.40 pesos convertibles (cuc), el kilogramo de queso amarillo fluctúa entre 3 y 4.50 cuc, el yogurt, cuando aparece, hay que pagarlo entre 1.90 y 2.00 cuc el litro. Las bolsas de plástico selladas con capacidad para un litro cuestan 0.70 centavos de peso cuc.

Asimismo, la mantequilla y la leche condensada de producción nacional, en los meses transcurridos del presente año, han brillado por su ausencia en las TRD. Y la poca cantidad que se vende es de importación. La lata de leche condensada cuesta 1.20 cuc, y los paquetes de mantequilla, 0.90 centavos de cuc.

El pasado mes de mayo, el diario Granma publicó un reportaje titulado Industria láctea: con el peso de los años y otras carencias a cuestas, en el que se analizaba el estado ruinoso en que se encuentra esta industria. El trabajo fue acompañado por un gráfico comparativo de las producciones de la industria láctea entre los años 2014 y 2015, donde aparece la producción en toneladas de leche fluida, yogurt, yogurt de soya, leche condensada, queso, mantequilla y helado, este último en galones.

La mayor producción reportada en 2015 fue de leche fluida: 130,401 toneladas. De yogurt de soya se produjeron 148,800 toneladas; de yogurt de leche de vaca, 22,036 toneladas; de queso, 17,293 toneladas; helados, 15,289 galones; leche condensada, 696 toneladas y mantequilla 738 toneladas.

El yogurt de soya se vende de manera normada en las bodegas a los niños menores de siete años y cuesta un peso el litro. El helado se destina a la red de heladerías y su precio oscila entre cinco y doce pesos, de acuerdo a la cantidad de bolas de helado. Los restantes productos que elabora la industria láctea hay que pagarlos en pesos convertibles, pero no siempre los hay en las TRD.

Como contrapartida de la limitada producción de la industria láctea, que es incapaz de satisfacer la demanda, últimamente han proliferado pequeñas fábricas clandestinas que, sin los requerimientos sanitarios adecuados, producen yogurt y queso blanco. La leche se la suministran los campesinos, porque el litro se lo pagan a mayor precio que el Estado.

Estos fabricantes ilegales de yogurt lo envasan en botellas plásticas de litro y medio y lo venden a un cuc. El queso blanco es vendido a dos cuc el kilogramo y es comprado principalmente por los dueños de pizzerías y cafeterías.

El consumo de productos lácteos en Cuba, por sus elevados precios, se ha convertido en un lujo para unos pocos. La mayoría de los cubanos, que ganan como promedio algo más de 20 dólares mensuales, no pueden consumirlos.

Texto y foto: Osmar Laffita
Cubanet, 6 de junio de 2016.

lunes, 17 de octubre de 2016

El declive del ganado vacuno en Cuba



El ganado bovino arribó a Cuba junto al primer gobernador general de la Gran Antilla, don Diego Velázquez, procedente de La Española a principios del siglo XVI. En la segunda mitad de ese siglo, al disminuir la producción minera, la ganadería se convirtió en la principal actividad económica de la Isla y asumió su mayor crecimiento en la segunda mitad del XVII, cuando fue desplazada por la producción de tabaco.

Su punto de partida estuvo en la distribución de la tierra realenga, es decir del Rey, que comenzó a distribuirse entre los primeros colonizadores, quienes fueron confirmados como dueños a partir del año 1520. Así, durante la colonia casi todas las villas cubanas se dedicaron a la cría extensiva del ganado y a su comercialización, incluyendo el comercio de contrabando con otras islas del Caribe, como ocurrió en San Salvador de Bayamo y la villa de la Santísima Trinidad.

Durante el siglo XIX el crecimiento del ganado recibió un impacto negativo con las tres décadas de guerras independentistas entre 1868 y 1898. Durante la República, fundada en 1902, la producción de carne y de leche bovina creció paulatinamente en provincias como Camagüey, a la vez que se instalaron fábricas cubanas y extranjeras en varios puntos del país, como las de la compañía suiza Nestlé en Bayamo y Sancti Spíritus. Según el censo realizado en 1946, en Cuba había 4.116 millones de cabezas de ganado vacuno y una población que no superaba los 5,5 millones de personas.

La ganadería y sus derivados constituyeron hasta la década de 1950, una de las principales fuentes de ingreso de la economía nacional. Sin embargo, a partir de 1959, con la estatización de la mayor parte de las tierras y la salida del país de los ganaderos más experimentados, se produjo un deterioro progresivo que se mantiene hasta la actualidad.

En 1958, cuando la producción de carne vacuna y de leche era la segunda actividad económica agrícola después de la caña de azúcar, la cantidad de ganado vacuno y de habitantes observaban cifras similares (unos seis millones en ambos casos). Es decir, la proporción de cabezas de ganado por habitante, en los 12 años que separan a 1946 de 1958, se elevó de 0,74 a 1,0. Un ritmo de crecimiento que, de haberse sostenido, hoy la cifra estaría alrededor de 11 millones de cabezas de ganado. Ocho años después, en 1967, el Control Nacional de Registro Pecuario reportó más de siete millones de cabezas de ganado, cuando la población era de 8,2 millones, lo que arroja un descenso de 1,0 a 0,87 cabezas por habitante.

En ese momento, Fidel Castro, imbuido de un voluntarismo extremo, empeñado en convertir a Cuba en la Suiza de América (olvidando que antes de él, en los años 40, un político cubano había expuesto un proyecto con similares objetivos y Orestes Ferrara* le preguntó que con cuántos suizos contaba para sacar adelante su proyecto), decidió someter el ganado bovino a un desacertado cruce genético.

La raza Holstein, de alta productividad lechera, se cruzó con la raza Cebú, gran productora de carne. El objetivo del cruce era crear una nueva raza capaz de producir al mismo tiempo abundante carne y leche. Con ese fin se importaron miles de novillas Holstein, sementales y semen congelado de Canadá, se creó una organización nacional que formó un ejército de técnicos en inseminación, se creó un sistema de vaquerías dotadas con ordeño mecánico y aire acondicionado. Sin embargo, el mayor acceso de la población a la leche dependió, durante diez años, del Programa de Alimentos de las Naciones Unidas, que suministró leche gratuitamente.

El resultado de los cruces fue un animal físicamente débil, proclive a muchas enfermedades y sin valores productivos en carne y leche, lo que unido al desinterés que generó la estatización de la propiedad agrícola, la incapacidad administrativa, los salarios insuficientes, las prolongadas sequías, las miles de hectáreas de tierra invadidas por plantas indeseables como el marabú, generaron el declive de la producción ganadera, agudizada por la pérdida de las subvenciones del desaparecido campo socialista.

Para recuperar la producción, en noviembre de 1997 se promulgó el Decreto Ley 225, el cual, al margen de las causas esenciales del declive, se concentró en las medidas represivas. Entre ellas: multas de hasta 500 pesos al dueño de ganado que se le perdiera un animal; prohibición para sacrificarlo y disponer de su carne; multas y penas de hasta de tres años de privación de libertad si el propietario no declaraba los terneros nacidos en los 30 días posteriores al parto, por tenencia ilegal de ganado; la obligatoriedad de vender los animales solo al Estado, a precios determinados por éste; y si era hembra solo podía matársele si el animal sufría un accidente. Esto último explica que algunos dueños provoquen accidentes de sus reses como pretexto para sacrificarla.

Según datos ofrecidos por el fallecido economista Oscar Espinosa Chepe, al cierre de 2010 el ganado vacuno tenía 3.992.500 cabezas, un 2,5 % superior al año anterior, pero por debajo de los 4,1 millones existentes en 1990, y mucho menos que los 7,2 millones en 1967. Mientras la cifra aproximada de cuatro millones de cabeza de ganado, con una población de unos 11,2 millones, arroja 0,35 cabezas de ganado por habitante, la peor en los últimos cien años.

Para empeorar la situación, a principios de 2016 la prensa oficial informó de la muerte de miles de cabezas de ganado por falta de comida y agua. A catástrofe, se unen los miles de animales que son sacrificados ilegalmente (solo por esa causa, en 1988 se reportó la pérdida de 48.910 reses). Lo que se contradice con el año 1958, cuando el productor tenía toda la libertad para disponer de sus animales y el consumo no estaba racionado, no se exhibía el sacrificio ilegal de forma generalizada. Como ocurre ahora. Ese deplorable cuadro de la ganadería nacional obliga a erogar cada año sumas millonarias para comprar en el exterior lo que se puede producir en Cuba. Entre 2006 y 2009 esas compras alcanzaron 737, 4 millones de dólares, sin contar las erogaciones para adquirir mantequilla y otros productos lácteos.

El resultado es que Cuba, con condiciones climáticas excepcionales para la crianza de ganado, con la estatización de la agricultura no solo no garantiza la carne de res para la alimentación de la población, sino que ha devenido importador de leche y de sus derivados.

Dimas Castellanos
Diario de Cuba, 6 de junio de 2016.

*Orestes Ferrara Marino (1876–1972). Militar, político, diplomático, profesor universitario y escritor de origen italiano. Coronel del Ejército Libertador cubano que ocupó una notable posición en la vida pública cubana durante la primera mitad del siglo XX. Delegado a la Asamblea Constituyente de 1940.

Foto: Tomada de "Nadie quiere mi vaca".

jueves, 13 de octubre de 2016

Cuba prioriza la industria del tabaco a pesar de su nocividad


A espaldas del remozado Capitolio Nacional, en una vía estrecha donde conviven perros callejeros y cuarterías apuntaladas, se erige la vetusta Real Fábrica de Tabacos Partagás que elabora algunos de los más famosos puros cubanos.

La tabaquería es paso obligado de cualquier turista que visita La Habana. En una pequeña tienda en la primera planta, se venden puros en cajas de madera, lujosos humidores y marcas exclusivas para coleccionistas.

En un bar adosado a un mezzanini con butacones color ocre se pueden tomar mojitos o cervezas. Aquí el humo enrarece el ambiente a pesar de las advertencias colgadas en la pared prohibiendo fumar.

Desde 2014, año en que de acuerdo a cifras oficiales 36 personas fallecían diariamente en Cuba por causas relacionadas con el hábito de fumar, las autoridades verde olivo trabajan para implementar una legislación antitabaco que respalde acciones más restrictivas contra los fumadores y refuerce limitaciones comerciales a productos derivados del cigarro.

Pero la ley no tiene quórum suficiente en un país donde el tabaco es la quinta industria exportadora con un volumen que roza los 500 millones de dólares anuales.

El fin de la particular guerra fría entre Cuba y Estados Unidos en diciembre de 2014 dibujó un nuevo panorama en la industria tabacalera nacional. Algunos expertos se frotan las manos cuando sacan cuentas en la calculadora de sus teléfonos inteligentes. “Estamos hablando de un mercado, como el norteamericano, donde las previsiones a corto plazo, de levantarse el bloqueo (embargo económico), fluctúan entre 500 y 700 millones de dólares en ventas de tabaco”, expresa un funcionario que labora en H. Uppman.

Cuando se trata de dinero, en un país con finanzas en números rojos, cualquier cosa que rinda beneficios, aunque perjudique a la salud humana, siempre será un buen negocio.

“No se puede andar con remilgos. Nuestras exportaciones fundamentales, como antaño el azúcar, tabaco o ron, son nocivas a la salud, pero ofrecen un margen nada despreciable de ganancias. Cada año las ventas locales de bebidas alcohólicas baten récords de ventas. Los cigarros y tabacos también, a pesar del elevado precio y gravámenes de circulación”, indica Joel, trabajador de Brascuba, empresa mixta con capital brasileño que domina el mercado interno de cigarrillos.

En una zona cercana al puerto del Mariel, Brascuba construye una nueva fábrica que duplicará la producción de cigarrillos rubio y negro. El reciente aumento de un 10% del precio en las diferentes marcas de cigarros ofertadas en divisas, no ha provocado una disminución en las ventas.

“Después de la cerveza y el ron, las mayores ventas son de cigarros. A pesar de los bajos salarios y altos precios de los alimentos, la gente se las arreglas para fumar como si fueran chimeneas”, confiesa Lourdes, dependiente de una cafetería en la Calzada Diez de Octubre.

Incluso a los dueños de pequeños negocios familiares les resulta rentable la reventa de cigarrillos. “Tengo noches de vender hasta cien cajas de cigarros”, dice el dueño de un bar privado. Las ganancias por cada cajetilla son del 40%.

En Cuba existen normas que prohíben la venta de cigarros y alcohol a menores de 18 años. “Pero se violan constantemente. Muchos padres mandan a sus hijos menores de edad a que compren cigarros o botellas de ron. Y los dependientes, presionados por cumplir el plan de venta, o porque parte de sus ganancias se deriva de las ventas de esos productos, incumplen la normativa”, acota Marlén, inspectora estatal.

Los medios oficiales difunden spots publicitarios recordando los daños del cigarro y sus efectos entre fumadores pasivos, pero las estadísticas manifiestan el pobre resultados de esas campañas.

Fuentes del régimen aseguran que el 69% de los niños son fumadores pasivos. Más de 13 mil personas mueren cada año por enfermedades asociadas al tabaquismo en Cuba, donde los pequeños resultan los más expuestos al humo del cigarro o tabaco, según reconocen autoridades del Ministerio de Salud Pública citadas por la prensa estatal.

La doctora Patricia Varona, especialista del Instituto Nacional de Higiene y Epidemiología, informó que entre 1985 y 2010 en la Isla se experimentó un decrecimiento en la presencia de fumadores, pero en los últimos seis años la situación cambió. A partir de 2010 se observó un incremento de los fumadores, fundamentalmente en edades tempranas.

La doctora Varona precisó que el 15 % de la mortalidad en el país se produce por el tabaquismo, en tanto casi 1.500 personas mueren cada año por exposición al humo de tabaco.

Actualmente Cuba ocupa el quinto lugar en América Latina y el Caribe en cuanto a la prevalencia del tabaquismo, y de las 10 primeras causas de muerte, ocho de ellas están vinculados con esta adicción.

Desde luego, es un problema mundial. La Organización Mundial de la Salud apunta que la adicción al tabaco mata a más de seis millones de personas anualmente y alrededor de 600 mil pierden la vida por respirar humo ajeno.

En escuelas secundarias y preuniversitarias de La Habana es frecuente observar a adolescentes fumando. “En noveno grado llegan a fumar hasta el 60 por ciento de los alumnos y a veces fuman en el aula”, comenta una maestra.

En lugares públicos, tanto en espacios abiertos como cerrados, existen avisos prohibiendo fumar, pero los fumadores no suelen respetar esas normas.

“Tú estás en la guagua, un taxi o una cafetería y al lado tuyo siempre hay un tipo fumando un cigarro tras otro. Y no le digas nada, pues entonces te quiere comer viva. Aquí la gente ni caso le hace a los carteles. En Cuba las normas de convivencias son un relajo”, subraya Ana Luisa, ama de casa.

El perjuicio del tabaquismo llega hasta la propia casa. En cualquier familia cubana, un fumador prende el cigarro sin importarle el daño a la salud, ni la suya ni tampoco la de sus propios hijos.

“Es que después de tomar café o por la tensión de un partido de fútbol no puedo controlar los deseos de fumar”, confiesa Joan ante el regaño de la esposa por el humo del cigarrillo que afecta a su hijo de tres años, asmático crónico.

Mientras la publicidad oficial insiste en lo nocivo del tabaquismo, el gobierno amplia las capacidades para aumentar la producción de cigarros. Y en un futuro, en el hipotético caso que se derogue el embargo, exportar millones de dólares de puros cubanos a Estados Unidos

Es simple: negocios versus salud. Y me temo que casi siempre triunfa el dinero.

Iván García

lunes, 10 de octubre de 2016

33 revoluciones, libro póstumo de mi amigo Canek



Con el título Bajo la sombra del Che, Jan Martínez Ahrens, desde la capital mexicana escribió para El País una excelente crítica sobre 33 revoluciones, la edición en español del libro póstumo de Canek Sánchez Guevara (La Habana, 1974-México 2015).

El libro salió primero en Francia, el 1 de septiembre de 2016, publicado por la editorial Métailié. La portada de la edición francesa es muy distinta a la de la edición española. Porque le conocí bastante, creo que el diseño de la portada del libro en español le hubiera gustado más a Canek: es un disco y refleja el título, y por la bandera cubana en '33 revoluciones'.

Volviendo a la crítica en El País. No sé si Jan conoció a Canek y si lo conoció no debe haber sido muy profundamente: a su escrito no le hubiera puesto ese título. Canek odiaba, no soportaba, que siempre le estuvieran recordando que era el nieto mayor del Che Guevara.

Durante tres años (2004-2007) tuve una sincera amistad con Canek, vía correo electrónico. Muchos de los emails intercambiados en ese tiempo pueden leerse en mi blog, en una serie de siete posts titulada Un "sobrino" llamado Canek. El primero fue publicado el 2 de marzo de 2015 y el último el 16 de marzo.

También publiqué textos inéditos suyos, como el proyecto El Cubo. O el cuento La espiral de Guacarnaco. Igualmente, podrán leer el manuscrito de una carta, donde se aprecia la letra pequeña e íntima de Canek. La carta venía dentro de un paquete que desde Burdeos él y su mujer me enviaran en diciembre de 2005, y en el cual, entre otros presentes, venía una lata amarilla vacía para guardar café, que todavía sigo usando y se puede ver en ese mismo post, junto a cuatros fotos hechas por Canek.

En El blog de Iván García y sus amigos se reprodujeron dos artículos de Canek: Un infante para una difunta HabanaTransición a la cubana, y "Adoro el anonimato", la entrevista que en 2005 me concediera vía email.

Canek demoró un poco en responderme el cuestionario. Estaba viviendo sus últimos días en Oaxaca y se encontraba en los preparativos para viajar a Francia y estar presente en el nacimiento de su primer retoño, fruto de su relación con Noèmie, pintora francesa. Creo que Emil fue su único hijo, ya cumplió 10 años y espero que pueda crecer en el anonimato, sin el cartelito de 'bisnieto del Che'.

Educado en la austeridad y enemigo de la ostentación y el lujo, a Canek le gustaba conocer personas sencillas y sinceras, caminar entre la gente, fuera en La Habana, México, Barcelona, Francia, Italia... Disfrutar de la lectura, la naturaleza, la música, el cine y el arte. Fotografiar una rosa helada con la misma ternura con que retrató a su pequeño Emil. Por eso hoy se hubiera sentido como niño con zapato nuevo al ver publicado su primer y probablemente último libro.

Tania Quintero

Foto: Portada del libro tomada de Amazon.es.

Fumar desechos en el país del tabaco



La calidad de los cigarros y tabacos vendidos en moneda nacional a la población cubana es pésima, según declaraciones de varios fumadores. El reciente anuncio de una nueva fábrica de cigarros en el Mariel, más que alegría, ha generado desencanto y polémica sobre el asunto.

“Es el colmo del descaro. ¿Quién se va a alegrar porque hagan una fábrica de cigarros para la exportación, cuando nosotros tenemos que seguir fumándonos los desechos de la producción tabacalera y de los mismos cigarros ya usados?”, refiere Elduvin Boza, quien luego de 25 años como fumador en ocasiones prefiere un habano, para burlar temporalmente la mala calidad de los cigarrillos a la venta.

“Yo me voy a alegrar cuando mejore la calidad de los que venden en Cuba. A veces los ‘tupamaros’ (cigarros de fabricación casera) tienen mejor calidad que los del Estado. La calidad es el respeto al pueblo, pero en Cuba el pueblo es lo que menos cuenta. Compara estos tabacones”, dice Boza, señalando una cajetilla de cigarros marca Popular, “con los cigarros que se exportan, y la diferencia es abismal. El tabaco cubano está considerado entre los mejores del mundo y cuestan una fortuna, pero el que nos venden a nosotros, también cuesta una fortuna (precio mínimo de siete pesos cubanos) si lo comparas con los salarios.También deben estar entre los más malos del mundo”.

Populares, Titanes, Criollos, Aromas, se encuentran entre las marcas de cigarrillos que compiten en el mercado nacional, tratando de obtener el premio a los peores cigarros en circulación y los de menor venta por el desprecio de los fumadores. Sus nombres no están relacionados con la calidad que sugieren.

Ausencia de filtros, envoltura deficiente, palillos, polvo o papel entre la picadura, relleno deficiente o excesivo, llegando en ocasiones a incluir gorgojos, polillas, olor perfumado o “con sabor a cucaracha”.

Una estrategia utilizada por la Empresa de Comercio, Gastronomía y Servicios a nivel nacional, para poder vender las producciones estancadas, es la desaparición temporal del mercado del resto de las marcas, ofertando solamente la menos vendida, para salir del producto ocioso y vaciar los almacenes. En muchos establecimientos, en ocasiones los únicos productos a la venta son cajetillas de cigarros 'impopulares' y botellas de ron.

La marca Criollos, fabricada en Holguín, se encuentra entre las preferidas de las ofertadas en moneda nacional. Actualmente, la venta al menudeo en el mercado negro ha logrado hacerlos desaparecer de los establecimientos estatales, donde son vendidos al por mayor a negociantes callejeros y raramente salen al mostrador “solo para justificar que la unidad los vendió a la población”.

La monopolización por los revendedores de los cigarros Criollos, afecta al resto de la población. Encontrarlos en la red comercial es casi imposible y, de hacerlo, se corre el riesgo de adquirir un producto adulterado.

Carmen Fonseca, una bayamesa revendedora de cigarros que aceptó ser entrevistada, explica cómo funciona su negocio: “Los que se venden menos los compramos en cualquier sitio, pero los Criollos son los más difíciles de conseguir. Los administradores de establecimientos estatales que ya nos conocen, guardan los que reciben y nos los venden por cantidades, pero tenemos que pagarles por encima del precio oficial para que no los saquen al mostrador y así garantizar nuestra venta en la calle. Muchos fumadores prefieren pagar los Criollos a diez pesos, a tener que fumarse las otras marcas”.

En declaraciones recientes a la prensa, Miguel Vladimiro Rodríguez González, vicepresidente primero de Tabacuba, informó sobre la construcción de una fábrica de cigarrillos en la Zona de Desarrollo de Mariel, asociada con Souza Cruz, filial de una de las grandes transnacionales del ramo, la British American Tobbaco.

Pudiera pensarse en una mejora cualitativa para el mercado interno, pero según Vladimiro, dicha fábrica entrará en funcionamiento en 2018 con una capacidad de producción anual superior a 8 mil millones de unidades. También aclaró que toda la producción será destinada al mercado internacional.

La industria tabacalera cubana produce anualmente casi 300 millones de tabacos torcidos a mano, alrededor de 130 millones torcidos a máquina y cerca de 15 mil millones de cigarrillos. Aproximadamente el 80% se destina a la exportación. En lo que va de campaña, las exportaciones superan los 86 millones de dólares, más del 17% de lo planificado. Solo el 20% se destina al mercado nacional y su calidad difiere bastante del exportado.

Un especialista en estudios sociopolíticos y de opinión del pueblo dijo que “en sentido general, las quejas se cuentan por miles, pero la poca preocupación y exigencia que caracteriza al gobierno, cuando el destino de las producciones es para la oferta en el mercado nacional, ha traído como consecuencia la pérdida de la motivación, el orgullo y el sentido de pertenencia del cubano. De nada nos vale que el mundo reconozca nuestros productos y servicios entre los mejores, si los cubanos no podemos consumirlos, ni disfrutarlos”.

El especialista, que solicitó no publicar su nombre, temiendo posibles represalias por su declaración a un medio independiente, confesó que conoce a dirigentes y miembros del partido comunista "que opinan que esas cosas deben cambiar, pero el obstáculo fundamental es el lastre de la mentalidad obsoleta, la espera por orientaciones ‘de arriba’ y el miedo de los superiores ante las iniciativas y el cambio, lo que les han motivado a rechazar muchas iniciativas prometedoras en favor del mercado interno y la calidad de los productos en general”.

Carlos Alvarado, fumador entrevistado señaló que un spot de la campaña contra el hábito de consumo del cigarro en Cuba dice que si fumas, pierdes. "Tremenda verdad, porque los fumadores cubanos hemos perdido hasta el respeto y la consideración. Por todos es sabido que el tabaco hace daño a la salud, pero más daño nos hace la mala calidad y elevados precios. Lo que tienen que hacer es igualar la calidad de los productos, tanto para la exportación como para la venta nacional."

Texto y foto: Roberto Rodríguez Cardona
Cubanet, 7 de julio de 2016.

jueves, 6 de octubre de 2016

Comer y vestirse en Cuba



Por favor, no le pida a Luis Carlos, un jubilado que vende tamales a cinco pesos por las calles de La Habana, que le cuente anécdotas de sus años como soldado en la guerra civil de Angola o Etiopía.

Después de caminar quince kilómetros, bajo un sol arrasador pregonando tamales calientes en diferentes barrios del populoso municipio Diez de Octubre, al sur de La Habana, lo menos que desea Luis Carlos es rememorar aquella etapa cuando almorzaba y cenaba comida enlatada rusa y dormía en una trinchera de la selva angolana.

“¿Quieres embromarme? La guerra africana fue una pesadilla para mí. No jodas, la única guerra que tenemos los cubanos es para comer y vestirnos decentemente”, señala, secándose el sudor con un trapo azul oscuro.

A sus 65 años, los pies destrozados y una diabetes de segundo grado, el pensionado habanero desearía tener una vida más placentera. “Descansar en la casa, ver la Eurocopa de fútbol y jugar dominó por las noches. Es lo que me tocaría después de trabajar toda mi vida y guerrear en nombre de la revolución”. Pero nada de eso puede hacer. A modo de desahogo, Luis Carlos comienza a contar sus tribulaciones familiares.

“Mi esposa fue operada de cáncer de mama y tengo que zapatear el dinero en la calle para poder comprar por la izquierda carne de res o pescado. Mi hijo mayor está preso y cada veintiún días voy con su hermana a visitarlo al Combinado del Este. Le llevamos dos jabas con tostada de pan, azúcar prieta y leche en polvo. A esa hija, la única hembra que tenemos, la ayudo en la compra de ropa a mi nieta, pues su marido la dejó por otra mujer y no mantiene a la niña”.

Si usted hace una encuesta entre los cubanos de a pie sobre sus prioridades, nueve de cada diez le hablan del tiempo y dinero que se gasta en conseguir comida y lo difícil y caro que resulta vestirse.

Con discreción, a principios de los años 90, el régimen de los hermanos Castro derogó la libreta de racionamiento de artículos industriales, que a las familias pobres -un segmento mayoritario en el país- al menos le garantizaba dos mudas de ropa interior, dos de vestir y un par de zapatos de cuero al año.

Eran confecciones de bajísima calidad. Y de handicap tenían que cuando ibas a una fiesta, al cine o a comer en un restaurante, casi todas las personas vestían igual.

Cuba era una especie de ejército gigantesco vestido de civil. Camisas Yumurí a cuadros, pantalones Jiquí y zapatos elaborados en alguna fábrica local o procedentes de la Europa comunista.

Gudelia, ama de casa y madre de cuatro hijos que ya son hombres y mujeres, recuerda con cierta nostalgia aquellos tiempos, “cuando una lata de leche condesada costaba veinte centavos, cada quince días te tocaba media libra de carne de res por persona y nadie se robaba el queso crema o el yogurt que los repartidores dejaban afuera de la lechería”.

Ella reconoce que la ropa estaba fuera de moda y los zapatos eran duros y feos. "Pero con el salario que se ganaba, se podía vestir y calzar a los hijos. Parecíamos mamarrachos, pero ahora es peor. Por la libreta de racionamiento solo puedes adquirir 7 libras de arroz, 20 onzas de frijoles apestosos, una libra de pollo, media libra de un incomible picadillo de soya y la ropa, calzado y productos de aseo se venden por la libre, pero cuestan un ojo de la cara”, confiesa Gudelia.

La pobreza intrínseca en la sociedad verde olivo ha generado una especie de Síndrome de Estocolmo entre los cubanos. Pero muchos interpelados consideran que es preferible tener garantizado una cuota mensual de alimentos y prendas de vestir, que comprarla con un salario promedio que ronda el equivalente a 25 dólares mensuales.

Jorge, padre de dos hijos, vive con su esposa en un apartamento de dos habitaciones en la barriada de Santos Suárez. Su familia nos puede servir de arquetipo para intentar comprender el manicomio económico cubano. Es un matrimonio de profesionales y sus salarios suman 1,454 pesos. Veamos cómo ellos desglosar los gastos.

“Lo que dan por la libreta cuesta poco, pero solo alcanza para nueve días. La 'proteína', sea pollo, jamonada o picadillo de soya alcanza menos. Entonces cada mes compramos 15 libras de pollo, 10 libras de carne de res e igual cantidad de pescado, que nos cuesta 800 pesos. En viandas, hortalizas y frutas gastamos 200 pesos. En frijoles negros y colorados, 50 pesos. En jabones, detergente y champú, 200 pesos. El resto, 204 pesos, es lo que nos queda para pagar luz, gas, agua y las meriendas escolares”, explica Jorge, calculadora en mano.

¿Y la ropa? ¿No gastan dinero en pasear con sus hijos? El matrimonio responde: “Ése es el dilema en Cuba. O comes o te vistes. Nos vestimos con ropa de uso, regalada por parientes y amigos. Cuando uno de los niños necesita un par de zapatos (el más barato cuesta 15 cuc), tengo que robarme algo en el trabajo. Así de simple. ¿Ir a comer a una paladar o pasar unos días en un hotel todo incluido? Ni de broma, compadre”, apunta Jorge.

Al igual que un 35% de cubanos, esta familia no recibe remesas del extranjero. A ellos, las reformas económicas de Raúl Castro, la presencia de artistas de Hollywood en La Habana o un desfile de Chanel por el Paseo del Prado, les resulta tan exótico como ver a un cerdo volando por el Malecón.

Iván García
Foto de Ernesto Pérez Chang tomada de Una casa de modas llamada revolución cubana.

lunes, 3 de octubre de 2016

¿Qué fue de mi almendrón?


Nadie da el justo valor a lo que tiene hasta que lo pierde.

El almendrón, ese símbolo del tránsito viario en Cuba, consistente en un vehículo americano de los años 40 y 50 del siglo XX, forma parte del colorido urbano del país caribeño, lo mismo que lo forman las casas medio derruidas, la multicolor vestimenta de los ciudadanos o el gris perla mate de los uniformes de los 'palestinos' (policías procedentes casi todos ellos de Oriente), de lenguaje peculiar, como lo explica el poeta Raúl Rivero en su libro Pruebas de contacto: “Eta gente de Labana no dise paletino a nojotro porque nasimo en Oriente”.

Mi almendrón me devuelve a la infancia de mis cinco o seis años, y disfruto yendo en él como si girara en el tiovivo de las fiestas populares metido en un vehículo diminuto y estático en rodaje engañoso y circular.

Ahora, con un amago de nuevo período especial que dicen puede llegar o ya ha llegado a Cuba, porque el combustible se ha encarecido, porque los venezolanos han cerrado el grifo, porque están ellos buenos para regalar; demasiados “porques” para un país que pende siempre del hilo del regalo o la donosura económica de sus pares ideológicos; pues ahora, debido a eso, los taxistas que manejan esos carros llamados almendrones han subido el precio de las “carreras”, como dicen en España.

Porque, claro, parece que nos les alcanza seguir cobrando lo mismo por un servicio que depende de un combustible más caro.

En esta economía rocambolesca caribeña, ni un premio Nobel del ramo sería capaz de resolver el asunto: Los taxistas se quejan de la subida del combustible, debe andar ahora a 1,20 dólares el litro. Aunque bien es cierto que la mayoría, por lo que se dice, lo compran en el mercado negro a precios muy inferiores al estatal.

Así y todo, se quejan, porque se supone que el mercado ilegal lo ha subido también en la misma proporción que el del Estado.

Aquí todo el mundo se hace el loco y nadie quiere reconocer evidencias como que pagando un litro de carburante a 1,20 dólares y cobrando 10 pesos cubanos por una carrera del Vedado al Parque Central (como he pagado yo), no hay negocio que lo aguante.

Y menos con estos carros que son verdaderos chupadores de hidrocarburo (deben andar por los 15 litros por 100 kilómetros). Mi coche particular en España anda por los 5,5 litros de gasolina por 100 kilómetros. Y el litro está ahora a 0,96 euros, 1 dólar al cambio actual.

En Cuba no hay sindicatos ni negociación fácil para llegar a acuerdos razonables. El Estado ha fijado unos precios fijos (topados) y “arréglate como puedas”.

En estos momentos en que la ciudadanía ha tomado por su cuenta y riesgo (sobre todo riesgo), un poco de aire libertario, los taxistas se han echado a la calle, no para hacer un servicio, sino para llevar a cabo una protesta. Si después de los carretilleros, otro bien estético del país (no entro en el aspecto humano ni económico), y ahora con los almendrones, Cuba puede estar perdiendo la batalla del clasicismo, que en Madrid llamarían casticismo.

Quiero dejar por un momento de lado lo mercantil y fijarme en ese servicio imprescindible, porque los almendrones son una alternativa muy útil al caótico transporte público cubano.

Mientras en Europa hay una guerra declarada contra el coche particular para que usemos los transportes públicos, eficaces casi siempre, en Cuba, que apenas hay propiedad privada de carros, el transporte público es muy deficiente.

¿Cómo quieren que se mueva la gente en una ciudad como La Habana, de dos millones de habitantes y con una extensión de más de 700 kilómetros cuadrados, superior a Madrid capital? En cualquier momento se puede paralizar un país si la gente no puede moverse.

Y, finalmente, me permito citar la apariencia, como decía antes, de los almendrones en las ciudades cubanas. Ese empujón de entusiasmo que recibe el visitante cuando se enfrenta a la circulación con esa variopinta y ancestral figura de los almendrones soltando humo, abarrotados de gente variada y seria.

Aunque las autoridades -y seguro que los cubanos tampoco- no se dan cuenta del valor que tienen esos viejos carros para la definición de la identidad geográfica de ese país.

Desde la visión futurista, es necesario decir que hay que protegerlos, apoyarlos económicamente, organizarlos profesionalmente, subvencionarlos mecánicamente y cuidar un bien que debiera ser patrimonio de la humanidad en Cuba, y que si llegan a desaparecer, entonces se sabrá verdaderamente lo que significan.

Abogo por una sociedad (si no la hay) de “Amigos del Almendrón”. Yo cuido, desde la ensoñación, mi almendrón literario rojo, blanco y verde.

José María Ruilópez*
Cubanet, 22 de julio de 2016.

* José María Ruilópez es escritor. Nació en 1948 en Oviedo, capital del Principado de Asturias, España. Ha visitado La Habana en varias ocasiones. Durante sus estancias en Cuba, ha compartido con personas del poder, la oposición, el periodismo, la literatura, la diplomacia y gente de la calle. Ha publicado numerosos artículos y reportajes sobre Cuba en medios españoles e internacionales. Es autor del libro documental Así me habló La Habana (Asturias, 2005) y de la novela de intriga Todo fue en La Habana (Madrid, 2013).

Foto: Tomada de Cubanet.
Leer también estos tres artículos de Iván García: El gobierno cubano pretende regular los precios de los taxis colectivos; Las voces de un cambio en Cuba saldrán del sector privado y Taxistas habaneros usan nuevas estrategias en su pugna con el gobierno cubano.