lunes, 31 de agosto de 2015

¿Recuerdan? ¡La salsa!



Chocante, chocante: hay más bibliografía sobre la salsa en inglés que en español. Sospecho que se debe a la incomprensión de nuestra industria cultural ante una música montaraz y machista, tan ajena al Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española.

De ahí mi maravilla ante el libro de Leopoldo Tablante, El dólar de la salsa (Iberoamericana). Que nació como tesis de doctorado en, atención, una universidad francesa. Eso trae implícito su castigo: mucho aparato teórico, bastante jerga académica, invocaciones rituales a Barthes, Bourdieu y Baudrillard. Pero estamos ante un trabajo único. Verán, los tomos salseros en castellano suelen ser ferozmente militantes: la piedra fundacional, El libro de la salsa (1980), de César Rondón, se parecía mucho a un arrebato apasionado, lo que explica que haya acumulado tantas objeciones.

En El dólar de la salsa no hallarán valoraciones de discos o artistas. Subtitulado Del barrio latino a la industria global de fonogramas, 1971-1999, Tablante describe el contexto social y el desarrollo comercial de la salsa. Hace bien en evitar los juicios musicales: quizás haya una relación inversamente proporcional entre creatividad y expansión, en el trayecto de Spanish Harlem a Miami Beach.

Aparte, Tablante puede así esquivar el Problema Cubano. En esos años, por las aberraciones de la Guerra Fría, la potente cantera afrocubana desapareció del mercado mundial. Los cubanos, eso sí, se cocían en su indignación: aseguraban que lo que circulaba internacionalmente como salsa era música cubana, otra jugada yanqui.

Una exageración: los ingredientes de aquel ecléctico caldo incluían elementos nada cubanos. En todo caso, lo prodigioso es que los puertorriqueños, tan chovinistas a la hora de elegir opciones vitales, se definieran mediante una música esencialmente ajena.

Tablante especula sin paracaídas: que el son cubano contenía "evocaciones nómadas” equivalentes a los traumas migratorios de los boricuas. Mejor recordar la capacidad de irradiación cultural de la Isla Grande, con o sin embargo. El sociólogo puertorriqueño Ángel G. Quintero Rivera, se quejaba en 1998 del “cubanocentrismo que padecemos en el Caribe”, respondiendo a unas afirmaciones particularmente miopes de Guillermo Cabrera Infante.

Acertó Jerry Masucci, capo de Fania Records, al optar por una palabra flexible como “salsa” para universalizar la música de los nuyoricans, cuya experiencia urbana era similar a la de tantos barrios humildes en el continente. Y sí, Masucci se reveló como un sinvergüenza a la hora de pagar a los músicos (despojó incluso a su socio, el indispensable Johnny Pacheco). Pero tampoco resultaron modélicos sus sucesores como reyes de la colina: Ralph Mercado y Emilio Estefan.

Tablante reconoce la picardía de Masucci. Convenció a publicaciones como Billboard. Financió películas que proporcionaron visibilidad a sus artistas: Our latin thing y Salsa (olvídemos The last fight, protagonizada por Rubén Blades como ¡boxeador!). Subvencionó la revista Latin New York. Pagaba para que sus discos sonaran en la radio latina -refractaria a la crudeza callejera de algunos vocalistas- o para que Tito Puente reapareciera en la televisión nacional.

Masucci tuvo grandes intuiciones. Como haría Chris Blackwell con el reggae, subió los precios de los LPs: sabía que, si se vendían baratos, consumidores y minoristas considerarían la salsa un producto de segunda categoría. También patinó: con CBS, pactó elaborar discos de Fania All-Stars con potencial de crossover. Mejunjes que desconcertaban a aficionados y novatos: en sus peores momentos, tendían a ser disco music levemente sazonada o smooth jazz convencional.

Como Mercado o Estefan, Masucci soñaba con crear una Motown latina. Demasiada distancia: Berry Gordy Jr. diluía el soul para su consumo interracial, con unos músicos inicialmente mansos. Masucci trabajaba para un público tan pobre como heterogéneo. Además, le tocó manejar la salsa brava, abundante en intérpretes ariscos -Willie Colón iba de gansta en muchas portadas- o conceptualmente ambiciosos, como Blades.

La fantasía de Masucci desembocaría en la salsa romántica. Que apenas conservaba sabor de barrio ni se diferenciaba mucho de lo que ofrecían Julio Iglesias, El Puma, Roberto Carlos y demás baladistas. Para semejante viaje, no necesitábamos alforjas.

Diego A. Manrique
El País, 2 de noviembre de 2014.
Foto de Fania All-Stars tomada de El País.

viernes, 28 de agosto de 2015

Cuba antes de la revolución


Norman Lewis, el más grande escritor de viajes desde Marco Polo según Auberon Waugh, viajó a La Habana en 1957 con la doble misión de consultarle a Hemingway las posibilidades de la guerrilla de Fidel Castro e investigar qué vendría después de El viejo y el mar. Por el camino dio con un mechón de vello púbico de Catalina la Grande, consultó a la santera del dictador Batista y medió en un duelo a muerte provocado por Ava Gardner.

Fue su editor londinense, Jonathan Cape, quien le pidió que averiguara qué escribía ahora Hemingway, al que publicaba en Inglaterra. La consulta sobre política cubana era encargo de Ian Fleming, inventor de la saga de James Bond, jefe de la sección internacional de The Sunday Times y con lazos en la inteligencia naval británica, donde sirviera durante la guerra. Fleming y Lewis se habían conocido en la fiesta navideña de Jonathan Cape. Los reunió el azar alfabético, pues las escasas dimensiones del local obligaban a más de una convocatoria. A ellos les correspondía la segunda, aunque Fleming malició que aquella era la fiesta de los autores de segundo rango, y señaló a unas cuantas letras que no tendrían por qué estar allí. Elogió la novela más reciente de Lewis, conversaron de poesía y cuando Lewis confesó que García Lorca era su poeta favorito, le preguntó si lo leía en español y quiso conocer de sus viajes por Centroamérica. Así que quedaron para almorzar al día siguiente y a los postres le propuso la expedición a Cuba.

Acreditado por The Sunday Times, Norman Lewis llegó a La Habana un domingo de fines de diciembre. Había estado allí 20 años antes y ahora encontraba mayores razones para admirarla: La Habana era la ciudad más hermosa de las Américas. Tomó una habitación en el Sevilla Biltmore y preguntó por Edward Scott, editor de The Havana Post, quien vivía en una suite del hotel y cuyas señas le había pasado Fleming.

Se decía que Scott era uno de los cuatro individuos que sirvieron de modelo para James Bond, aunque aquel hombre bajo y de expresión aniñada decepcionaba bastante como cuarta parte de 007. Con un habano en sus manos regordetas, pluma de oro en el bolsillo, zapatos bien lustrados y la amante de turno (negra, según alcanzó a ver Lewis) esperándolo en su habitación, a Scott le pareció risible la idea de consultar al novelista estadounidense. Pero Lewis insistió en que Ian Fleming tenía noticias de un encuentro entre Castro y Heming­way en una de las cacerías del escritor por las montañas. “La única montaña donde Hemingway caza es el Montana Bar”, cortó Scott. En cualquier caso, él era el peor conducto para llegar al novelista, pues acababa de retarlo a duelo.

Lewis tuvo que sonreír, ¿es qué allí la gente se batía a duelo todavía? Bueno, si visitaba la morgue de la ciudad (y tal visita valía la pena), descubriría entre los cadáveres de estudiantes revolucionarios a uno o dos duelistas. Noches antes, Ava Gardner acompañó a Hemingway a la fiesta del embajador británico por el cumpleaños de la reina, y en un momento de jolgorio se desembarazó de su ropa interior, agitándola en el aire. Scott lo consideró un insulto a la corona, Hemingway lo amenazó con darle una paliza y él no tuvo más remedio que enviarle invitación para batirse. Así que tendría que apresurarse si deseaba encontrarlo con vida.

Luego de enviar una nota al novelista estadounidense, Norman Lewis se dedicó a husmear en busca de gente interesante y dio con el general Enrique Loynaz del Castillo y el también general Carlos García Vélez, embajador en Londres durante 12 años. “En la prensa suele aparecer que tengo 94 años”, saludó García Vélez. “No es verdad, solo tengo 93". Plantas y muebles victorianos repletaban el salón.

El general tenía siempre a mano su lectura favorita, el Edinburgh Journal, que coleccionaba desde el número inicial de 1764. Hijo del general Calixto García Iñíguez, un bisabuelo suyo había peleado contra Bolívar en Carabobo. Hollywood había hecho una película con la historia de su padre, pero él no la conocía. No sentía el más mínimo interés por el cine o la televisión. Loynaz del Castillo recordó entonces que Barbara Stanwyck protagonizaba el filme, Mensaje a García. “Una chica muy guapa”, lamentó no haber coincidido con ella.

Graduado de cirujano dental en Madrid, Carlos García Vélez fue el director fundador en 1894 de la Revista Española de Estomatología, segunda de su clase en el mundo. Sin embargo, debió regresar entonces a Cuba y estrenarse como combatiente. “Cuando digo que la guerra se dirigió con la brutalidad más extrema me refiero a los dos bandos”, resumió. Él la recordaba como un historiador y dejaba los aspavientos del patriotismo para su amigo Loynaz.

Ambos generales sopesaron si el visitante merecía conocer el álbum. Decidida la consulta a su favor, García Vélez buscó un manojo de llaves, apartó una aspidistra y colocó sobre la mesa el legado de Francisco de Miranda, antecesor suyo, combatiente de las guerras de independencia de Estados Unidos y Venezuela, y cuyo nombre aparecía inscripto en el Arco del Triunfo como héroe de la Revolución Francesa.

Cada página de aquel álbum dieciochesco contenía un puñado de cabellos y una dedicatoria de la dama a la que pertenecieran. Allí tenían, al alcance de los dedos, más de 50 muestras de vello púbico de algunas de las muchas amantes de Miranda. Al menos una de aquellas muestras tenía gran interés museístico, la perteneciente a Catalina II, emperatriz de todas las Rusias. Al pie de su pelusa real podía verse rubricada una espléndida y arrogante K. El general García Vélez comentó que, descontando lo que pudiese contener su sepulcro, aquello era cuanto sobrevivía del cuerpo de Catalina la Grande. Y pensar que su propuesta de donación del álbum le había deparado el rechazo del Museo Nacional…

(Norman Lewis se vio con el magnate azucarero Julio Lobo para hablar del apoyo empresarial a Castro, y de haber tratado acerca de sus colecciones, habría tenido noticias de otro mechón notable: el de Napoleón, que Lobo atesoraba junto a una muela del emperador. En La Habana coexistían, por tanto, dos mechones imperiales, el de Napoleón y el de Catalina. La primera de estas reliquias se exhibe hoy en el Museo Napoleónico, adonde fue a dar la colección de Julio Lobo incautada por el régimen revolucionario, pero del álbum de Francisco de Miranda no conozco más que lo que cuenta Lewis).

Dejando atrás batallas y galanterías de otros siglos, Norman Lewis preguntó por el apoyo que tenían las fuerzas de Fidel Castro. “Hay un montón de jóvenes de clase media que ven en él su única oportunidad de llegar a alguna parte”, le aseguró García Vélez.

Meses antes, en febrero de 1957, el reportero de The New York Times Herbert L. Matthews entrevistaba al jefe de la guerrilla en su campamento. La entrevista resultó tan crucial que un libro sobre el tema considera a Matthews “el hombre que inventó a Fidel Castro”. Vaquero, uno de los organizadores del viaje de Matthews a la Sierra Maestra, se citó con Norman Lewis en el hotel Sevilla. Parecía hacer tan descuidadamente su trabajo que iniciaron tratos sin chequeo previo, y cuando un limpiabotas se les acercó, él siguió hablando como si nada.

Estaban a pocos metros de la sede de la inteligencia militar. En la calle se produjeron disparos y vieron hombres corriendo a lo lejos. Los jugadores de un billar cercano iban armados y continuaron en lo suyo. Una prostituta cara aprovechó la ocasión para dejarles su tarjeta. Vaquero dijo estar aburrido de la vida en la Sierra y sentirse solo en la capital, donde no conocía a nadie. En un cine cercano echaban una película de gánsteres y le preguntó a Lewis si no le apetecía acompañarlo. Entretanto, Edward Scott practicaba tiro en la redacción de The Havana Post. Con puntería muy distinta a la de Bond.

Lewis viajó a Santiago de Cuba siguiendo instrucciones de Vaquero. En el parque del centro de la ciudad, un negro le pidió su opinión sobre el filósofo Kant. No era, contra lo que pudiera suponerse, una contraseña. (Quizá el lugar sea proclive a esta clase de encuentros porque el escritor Virgilio Piñera, de visita en la ciudad unos años después, preguntó a una transeúnte dónde vivía Franz Kafka, a lo que la santiaguera contestó que no sabría decirle, pero que un rato antes lo había visto cruzar en una bicicleta).

En Santiago de Cuba consultaba lo invisible Tía Margarita, a quien se encomendaba el propio Fulgencio Batista y cuyo preparado contra las enfermedades nerviosas, a base de huesos de perro, gozaba de fama milagrera. Exvotos de peloteros y senadores repletaban el altar del dios de la guerra Changó, del cual era sacerdotisa. ¿Acaso él quería conocer la fecha exacta de su muerte? No, lo que de veras preocupaba a Lewis era quién ganaría la guerra en Cuba. “Changó dice que la victoria le llegará a quien la merezca”, respondió Tía Margarita. Prometió que faltaba un año para la victoria, y no anduvo errada en esto.

Cada noche los disparos empezaban a las diez en punto. Vaquero avisó a Lewis que ya podía salir rumbo a Manzanillo. Allí lo esperaban con una contraseña que no alcanzó a intercambiar, pues nada más bajarse del autobús lo interceptaron tres soldados. Muy cortésmente, le requisaron la guerrera que comprara en una tienda de efectos militares de Oxford Street y le notificaron que en media hora saldría un autobús y un agente iba a ocuparse de que llegara a la capital sano y salvo.

En La Habana encontró una invitación de Hemingway, que lo esperaba al día siguiente. Lewis lo había imaginado imponente y vigoroso, y descubrió a un viejo exhausto, vestido de pijama y emborrachándose con Dubonnet desde temprano. Su aspecto era tan triste que en cualquier momento podría ponerse a lagrimear. ¿Era aquello una entrevista?, quiso saber. Él procuró tranquilizarlo: le traía un mensaje de su devoto amigo Jonathan Cape. Tan devoto que evitaba gastar demasiado en la cubierta de sus libros, le reprochó el viejo. ¿Conocía él a Edward Scott? Someramente, adujo Lewis. Bien, quería que le echara una ojeada a la carta a The Havana Post que estaba preparando.

En la carta rechazaba el reto a batirse con el argumento de que Scott se debía a los lectores de su diario y no habría de exponer su vida. Quiso saber si la consideraba una respuesta digna. Lewis opinó que lo era. El viejo le pidió entonces su sincera opinión sobre todo aquel asunto. Él comentó que le parecía ridículo. Exacto, sonrió por primera vez. Y cuando lo consultó acerca de las oportunidades de la guerrilla, el viejo novelista respondió tan sibilino como una santera: “Mi respuesta es inseparable del hecho de que vivo aquí”.

Otra vez de visita en Cuba, en 1959 Lewis fue testigo de cómo una paloma se posaba en el hombro de Fidel Castro, que discurseaba. La escena, orquestada por un entrenador de palomas de quien entonces no se tuvo noticia, surtió efecto también sobre Lewis. Fidel Castro era el mejor orador desde Demóstenes, sostuvo temerariamente.

Edward Scott inclinaba ahora su diario hacia la izquierda, se retrataba con Ernesto Che Guevara y sabía de un local donde jugar al bingo pese a las prohibiciones. Lewis olfateó cierto puritanismo en el ambiente. Los borrachos eran mandados a centros de desintoxicación, las prostitutas eran reeducadas. Un Cadillac oficial lo condujo al centro donde unos jóvenes aprendían a autocriticarse. Y le llegaron noticias de que el propietario del mejor restaurante chino de la ciudad, quien fuera astrólogo de Chiang Kai-shek, había elegido el suicidio después de que le ordenaran suprimir el lujo en su cocina.

Norman Lewis asistió a un juicio militar y pudo conocer al estadounidense Herman Marks, jefe del pelotón de fusilamiento de La Cabaña, a quien dejó hablar con largueza. Marks alardeó de que a la gente le gustaba dejarse ver con él. En el hotel Riviera le procuraban la mejor mesa, Fidel lo saludaba efusivamente. Creía en el trabajo bien hecho, y el suyo era fusilar. Había elegido aquel emplazamiento del paredón, con vista al Cristo de La Habana. Consentía que los sentenciados ordenaran su propia muerte, si acaso deseaban esa fanfarronada última. No aceptaba regalos, ninguno de esos relicarios o patas de conejo que tanto significaban para sus dueños. Únicamente gemelos de camisa, que regalaba luego a sus amigos. Estaba en contra de que los proyectiles usados se vendieran por cinco pesos para hacer brujería. Y conocía a diplomáticos y visitantes extranjeros que daban cualquier cosa por asistir a una de sus noches de trabajo.

Existía, al parecer, un turismo de las ejecuciones. “El artista de Fidel”, bautizó Lewis a Marks, y un año más tarde lo dio por fusilado en aquel paredón. La historia de Herman Frederick Marks resultó, sin embargo, distinta. Nacido en Milwaukee en 1921 y arrestado más de treinta veces por robo, asalto, secuestro y violación, conoció desde temprano la cárcel. En Cuba combatió bajo las órdenes de otro extranjero, Ernesto Che Guevara, quien lo menciona en uno de sus diarios. Ponía un entusiasmo carnicero en su trabajo: en lugar del tiro de gracia, vaciaba su pistola en el rostro del ejecutado para hacer más difícil el reconocimiento por parte de los familiares. Lo acompañaba un perro, cruce de pastor alemán con otra raza, aficionado a lamer sangre humana. “El Carnicero”, lo llamaban. A ­Marks, no al perro.

En alguna de sus madrugadas, Marks debió temer que aquella estatua de Cristo fuese su última imagen y que el perro que criaba terminara probando su sangre. De manera que, acompañado de su esposa, la modelo y fotógrafa neoyorquina Jean Sécon, secuestró una embarcación. Luego de una semana a la deriva, recalaron en Yucatán. En julio de 1960 se encontraba en terreno estadounidense. En enero de 1961 fue arrestado por oficiales de Inmigración que iniciaron los trámites para deportarlo. Apelaciones mediante, logró librarse del reencuentro con sus jefes habaneros, recuperó su ciudadanía estadounidense y puede que viva aún, a los 94 años.

El Pabellón de Jade, el mejor restaurante chino mencionado por Lewis, no aparece en la guía telefónica de La Habana de 1958. Quizá se trataba del Pacífico. La lectura favorita del general García Vélez debió ser no el Edinburgh Journal, sino el Edinburgh Adviser, fundado en 1764. Podría pensarse que en estas aventuras cubanas de Norman Lewis hay materia suficiente para una novela. Pero él la escribió ya, y espléndidamente. En cambio, lo que sí aguarda por algún novelista, mitad Walter Benjamin y mitad Patrick Modiano, es la guía telefónica habanera de 1958. La Habana de entonces concitaba un interés muy parecido al que en la actualidad concita. Igual que en época de Norman Lewis, quienes hoy la visitan hablan de una hermosa capital a punto de muy grandes cambios.

Antonio José Ponte
El País Semanal, 9 de julio de 2015.
Leer también: Contrabando, juego y narcotráfico en Cuba en los años 20 y comienzos de la revolución.

miércoles, 26 de agosto de 2015

Racionamiento en dos tiempos



Los venezolanos, que están inaugurando el racionamiento, pueden tener una idea engañosa sobre su alcance y perspectivas y llegar a pensar que éste es mejor que las largas colas, por lo que es necesario transmitirles la experiencia cubana.

El 12 de marzo de 1962 se dictó en Cuba la Ley No. 1015: "Sobre la mejor distribución de los abastecimientos", que en el tercer Por Cuanto se refería "al brutal cerco económico dirigido por el imperialismo norteamericano" y en el siguiente expresaba textualmente:

"Esta situación de escasez relativa de ciertos artículos ha sido utilizada por elementos antisociales y contrarrevolucionarios para especular unos y fomentar otros campañas dirigidas a promover el acaparamiento y a fomentar la incertidumbre de los consumidores respecto al suministro de artículos cuya existencia es sin embargo suficiente para cubrir el consumo actual."

En correspondencia, se emitió una Resolución que determinaba la cuantía del racionamiento para todo el país -por persona al mes- de los artículos siguientes: dos libras de grasa comestible, aceite o manteca de puerco; seis libras de arroz; 13 y media libras de frijoles de cualquier clase, garbanzos, chícharos o lentejas.

Para las principales ciudades: una pastilla de jabón de lavar por persona al mes, un paquete mediano de detergente al mes, una pastilla de jabón de tocador por persona al mes -que según expresó Fidel Castro en un discurso alcanzaba para bañarse economizándolo bien-, un tubo grande de pasta de dientes cada dos personas.

Pero había artículos regulados exclusivamente en la gran Habana: tres cuartos de libra de carne de res por persona a la semana, un pollo de dos libras netas por persona al mes, media libra de pescado de escama limpio y en ruedas por persona cada 15 días, cinco huevos por persona al mes, un litro de leche diario por cada niño menor de 7 años y un litro diario por cada cinco personas mayores de 7 años, tres y media libras de viandas a la semana por persona, dos libras adicionales de malanga semanal para cada niño menor de 7 años y un octavo de libra de mantequilla por persona al mes.

Todo fue menguando paulatinamente. Para el mes de febrero de 2015, por cada consumidor, en La Habana se distribuyeron: siete libras de arroz, diez onzas de granos, tres libras de azúcar blanca, una libra de azúcar prieta, media libra de aceite y cuatro onzas de café para mayores de 7 años. Además, a los municipios que les tocara, se iba a entregar una libra de pollo para mayores de 14 años, media libra de mortadela, una libra de picadillo de res para menores de 13 años, cinco huevos y 11 onzas de pollo por pescado.

Lo que se distribuye en la actualidad en Cuba no alcanza para una semana y las familias deben adquirir el resto a elevados precios en los mercados agropecuarios o en las tiendas recaudadoras de divisas. Y con salario medio mensual que según fuentes oficiales, en 2014 ascendió a 514 pesos, que equivalen a 20,56 pesos cubanos convertibles.

Los venezolanos deberían mirarse en este espejo y avizorar lo que les están preparando.

Arnaldo Ramos Lauzurique
Diario de Cuba, 19 de febrero de 2015.
Foto: Tomada de Cubanet.

lunes, 24 de agosto de 2015

Conductores insatisfechos




Debido al mal estado en que se encuentran muchos vehículos en Cuba y por no brindar la seguridad adecuada a los pasajeros, la Dirección Nacional de Tránsito emitió nuevas regulaciones para todo tipo de auto.

Pero las condiciones para el mantenimiento de los carros viejos, son muy difíciles, por la falta de piezas de repuesto y neumáticos, por su alto costo. Esto provoca que a veces los autos llamados “almendrones”, sean verdaderos “frankensteins” de la mecánica..

Choferes como Emilio Zambrano, Julio Ricardo, Eduardo Miranda y Emilio Larduet, están muy preocupados por esas revisiones, ya que los autos antiguos que poseen son el sostén de sus familias. Algunos han tenido que dejar de utilizarlos para “botear” (alquilar) y un grupo considerable ha sido multado.

No es menos cierto que muchos de estos vehículos ruedan por las calles de la Isla, en difíciles condiciones técnicas. Pero también es una realidad que constituyen un alivio en el transporte, sobre todo para aquellas personas que se pasan horas esperando un ómnibus estatal, aunque no todas pueden pagar 10 o 20 pesos en moneda nacional por esta opción de viaje.

También habría que cuestionar la afirmación estatal de que muchos de los accidentes de tránsito ocurren por las condiciones en que se encuentran estos vehículos, es que lo que se le ha transmitido a la población. Sin embargo, hablan del mantenimiento vial ni del pésimo estado en que se encuentran casi todas las calles y avenidas por las cuales tienen que circular en La Habana.

Es una obligación del gobierno exigir que los vehículos que transportan pasajeros estén en buenas condiciones, pero también deberían garantizar la posibilidad de que los cuentapropistas que se dedican a alquilar sus autos, tengan talleres de reparación equipados con lo necesario y no se vean obligados a acudir al mercado negro.

Por sus altísimos precios, los taxistas particulares ni soñar pueden con la posibilidad de comprar coches modernos a la venta en agencias oficiales. Aunque lo ideal es que el Estado destinara al transporte público suficientes ómnibus. Para exigir hay que garantizar.

Texto y foto: Judith Muñiz Peraza
Red Cubana de Comunicadores Comunitarios
La Habana, 3 de marzo de 2015.

viernes, 21 de agosto de 2015

Mafias en turismo, gastronomía y distribución de alimentos



Hace 21 años, justo en los años duros de esa guerra sin raid aéreos denominada 'período especial', una auténtica crisis económica y social estacionaria que se prolonga por dos décadas y media, Leosvel, maestro panadero en un barrio habanero, en diez noches reunió el dinero suficiente para comprar un Ford de 1955.

“Era una etapa donde el hambre y las carencias alcanzaron un tope. Un pan de 80 gramos llegó a costar cinco pesos. Por la izquierda, vendía tres carros de pan que me reportaban más de 6 mil pesos de ganancia. También vendía harina, aceite vegetal y levadura. En un año reparé mi casa, compré electrodomésticos y a diario tomaba cerveza importada. Fue una época de vacas gordas. Ahora también uno se busca billetes. Pero los que se forran con más dinero son los funcionarios. Mientras más arriba estén, más plata se llevan a casa”, cuenta el maestro panadero.

Entre sesudos y académicos que estudian el sistema cubano, siempre queda la incógnita de cómo es posible que una nación con un salario promedio de 23 dólares mensuales, una economía de cuartel y arrebatos ideológicos, haya podido sobrevivir 56 años.

Desde luego, el poderoso control político, social y policiaco, génesis de los Estados con praxis marxistas, ha sido un elemento de peso. Pero los embriones mafiosos que como tumores malignos se extienden por todas las ramas dela economía y la burocracia de guayaberas blancas, junto a la casta de militares, se han convertido en un vigoroso sostén del manicomio ideológico y económico en Cuba.

Los clanes más rentables se localizan en turismo, gastronomía, almacenes estatales y acopios agrícolas. Les describo el comportamiento de un funcionario típico que labora en alguno de esos sectores.

El 85% pertenece al partido comunista. El carnet rojo les sirve para progresar en la cadena ejecutiva de la economía nacional. Casi todos han pasado cursillos exprés de dirección, administración y finanzas.

Son obesos, usan maletines negros, en los bolsillos de sus camisas sobresalen varios bolígrafos y en sus muñecas, relojes Omega, Tissot o Rolex. Prometiendo cosas son picos de oro. Pero cuando hablan parecen máquinas contestadoras: manejan al dedillo la estrafalaria jerga oficial del régimen.

Su militancia les resulta rentable y les permite aparentar fidelidad al gobierno. Cuando los convocan a un acto de repudio, si tienen que reventar a golpes a un disidente, lo revientan sin compasión.

La clave para mantenerse tantos años robando y obteniendo beneficios, es repartir dinero a tipos importantes y crear redes de incondicionales mediante tráficos de favores y regalías.

Llamémosle Eduardo y es gerente de un restaurante en La Habana. Dice que en el turbio mundillo donde se desenvuelve, el dinero cuenta, pero los amigos poderosos son muy importantes.

“Tengo varios socios de tragos y jodederas que son altos oficiales de Seguridad del Estado. Si caes en desgracia, viran la cara y no se dan por enterados. Pero mientras está en la cima, te sirven para amedrentar a tus jefes. Es como tener un perro de raza. Cuando voy a la dirección municipal de gastronomía, llego con un coronel del 'aparato' (de la Seguridad). El mensaje subliminal que le envío al director es: Fulano está bien conectado. Para tenerlos a tu lado, tienes que hacer gastos. Insignificantes para un administrador, como regalarle comida, cajas de cervezas y pagarles francachelas con chicas jóvenes. A cambio, te sacan de problemas menores, como una multa de tránsito o un inspector atravesado. También te resuelven estancias en villas turísticas exclusivas para militares. Reconozco que ellos y nosotros somos unos sinvergüenzas. Vividores que le hemos cogido la vuelta a chuparle la teta al sistema”, confiesa Eduardo.

Orlando, gerente de una discoteca, explica interioridades de su negocio. “Es fundamental tener una 'buena pluma' (contador) a tu lado. El robo sale por ahí. También tener relaciones con la farándula. Si traes músicos y humoristas de nivel se te llena el local. La mitad de lo que se recauda en la entrada es para el artista. La otra, más las ventas de bebidas y alimentos son para cumplir el plan, repartir dinero entre el administrador, jefe de almacén y económico. Siempre debes guardar un sobre destinado al jefe de tu empresa. Es la garantía para poder evadir las inspecciones. En Cuba, en cualquier rama de la economía o los servicios, corre dinero por debajo de la mesa. Los 'explotes' (caídos en desgracia) no afectan los mecanismos. Una sólida red sigue funcionando como un reloj suizo”, cuenta Orlando.

Estos grupos mafiosos surten de harina, queso, carne de res, camarones, cerveza, ron y whisky a los negocios privados. “Un alto por ciento de la bebida y comida me llega de almacenes estatales”, señala el dueño de una paladar.

Algunos intentan no llamar la atención y ser discretos en su comportamiento. Otros hacen lo contrario. Gastan miles de pesos en moneda dura y se hacen un Ifá (santo). Se compran dos o tres autos y alquilan en hoteles de Varadero.

“Cuando las autoridades activan una ofensiva contra la corrupción, se recogen las velas. Hasta que pase el temporal. En este mundo explotan las piezas menos importantes. Los jefes de jefes son intocables”, argumenta el jefe de un almacén.

"¿Y quién dirige todo eso?", indago. El hombre sonríe y responde: “El sistema te obliga a ser mafioso. Los capos son los que salen en el noticiero defendiendo la revolución. Para acabar con estas mafias, hay que acabar primero con ellos”.

Iván García

Foto: Almacén de víveres en Vives y Alambique, en el barrio habanero de Jesús María. Hecha por ojitoaqua, Panoramio.

miércoles, 19 de agosto de 2015

Otro vistazo a Miramar



El oeste de la capital cubana rompe con el diseño arquitectónico de otros sitios de la ciudad, eclécticas mansiones rodeadas de jardines, cuidadas avenidas, grandes supermercados. En ella la red hotelera ha encontrado una zona de desarrollo turístico.

Quizás por el origen de este reparto, el panorama pudiera pensarse diferente, pero al igual que en otras zonas, existen carretillas con productos del agro en sus calles, autos clásicos como el Ford, Cadillac, Volkswagen, Pontiac, convertidos hoy en autos de alquiler, se desplazan por sus avenidas con sus tubos de escape ahumando el verde entorno, en contraste con los modernos automóviles.

Las acumulaciones de basura se vislumbran como en cualquier espacio de la ciudad, casas arrendadas para alquiler, otras, víctimas del crecimiento urbano, donde los garajes han sido convertidos en vivienda, transformando la elegante arquitectura del inmueble, hacen del otrora barrio burgués, un sitio común en la ciudad.

Las grandes mansiones construidas luego del desbordamiento de la vieja ciudad, algunas abandonadas por los que decidieron vivir en otro sitio del planeta, han sido reparadas y hoy sirven de sede a corporaciones, embajadas, empresas mixtas, policlínicos, escuelas o jardines de la infancia, en otras, residen antiguas familias o funcionarios del estado. Los antiguos clubes de recreo, funcionan como círculos sociales.

El sueño de cualquier cubano pudiera ser tener una confortable morada en esta zona de la capital, con el nuevo régimen de la vivienda y un capital suficiente cualquier ciudadano cubano puede hacerse de una hermosa propiedad en el más importante proyecto urbanístico ideado por las familias más acaudaladas cincuenta años atrás… concebido entonces como el exclusivo reparto Miramar.

Vivir en el oeste pudiera ser la expectativa de cualquier ciudadano común, pero no es menos cierto que La Habana posee otros sitios donde el esplendor de sus construcciones lo hacen tan llamativo como el barrio de Miramar.










Texto: Elvira Pardo Cruz
Fotos: Elio Delgado Valdés
Havana Times, 23 de noviembre de 2014.

lunes, 17 de agosto de 2015

Zapatos



Yo, como Juan José Millás, también vengo de un mundo donde los zapatos no eran un artículo para desechar enseguida. Pensaba en esto cuando leía una de las columnas del reconocido periodista español, en el que hablaba, obviamente, de zapatos.

Cuando era niño, nunca tuve más de cuatro pares de. Un par “para salir”, un par de colegiales para la escuela, un par de tenis para jugar, y las chancleticas del baño, que no me queda claro si debo incluirlas entre los zapatos.

Los zapatos tenían que durar (y para durar estaban fabricados, por cierto). Si se rompían, se llevaban al zapatero, se remendaban y volvían a la carga. Solo cuando ya no valía la pena repararlos, mi mamá me llevaba a la peletería y me compraba un par nuevo.

Pudiera parecer que yo era miembro de una familia muy pobre, pero la verdad es que mis padres eran profesionales, ganaban un buen salario. No era cuestión de falta de dinero, era cuestión de sentido común: ¿por qué botar lo que todavía nos sirve?

Mis zapatos colegiales duraban un curso completo. Los estrenaba en septiembre y los usaba todos y cada uno de los días lectivos, salvo aquéllos en que había fiesta en la escuela. Nunca se me ocurrió usar zapatos distintos durante la semana, alternarlos, asombrar a mis compañeros con unas zapatillas vistosas y multicolores.

Mi hermano y yo fuimos niños educados sin carencias, pero sin lujos ni ostentaciones. Y les aseguro que fuimos niños muy felices.

¿Qué cambió para que mi sobrina tenga ahora más de diez pares de zapatos y todavía a sus padres les parezcan pocos? ¿Qué cambió para que yo no lleve nunca los zapatos rotos a la zapatería y sencillamente los sustituya por otros nuevos?

Evolución, dirán algunos. Frivolidad, estoy tentado a decir. La frivolidad galopante de los nuevos tiempos, tiempos de consumismo y exhibición.

Los precios del calzado están por los aires, pero así y todo, a muchos de nosotros nos daría vergüenza que nos vieran todos los días con los mismos zapatos (y sí, hay gente que se fija en eso). Sería como admitir que no nos va muy bien, que no tenemos “buen gusto”, que somos gente demasiado simple o con muy pocos recursos.

Claro, reconozcamos que los zapatos en el mercado ahora mismo, con todo lo caros que son, no suelen exhibir la calidad y durabilidad de antaño. Tendríamos que ir a comprarlos a las boutiques (más de 100 cuc por un par), y ya sabemos cuántos salarios mínimos caben en cien pesos cubanos convertibles.

Los de las tiendas recaudadoras de divisas casi nunca bajan de los 20 cuc, y pocas veces se mantienen en forma más de un semestre. Los zapateros se han sumado a esta danza de los millones y a veces te piden por un arreglo casi la mitad de lo que te costó el zapato.

No quiero seguir sacando cuentas, porque es muy probable que resulte que mucha gente viva literalmente para comprarse sus zapatos. A no ser que se los manden “de afuera”, o que los hereden de un pariente rico. Solo tengo una pregunta: ¿cómo se las arregla un trabajador del Estado, sin ingresos extras, para renovar su zapatera?

Ése es un gran misterio, teniendo en cuenta que hace muchos años que dejaron de vender zapatos “por la libreta”.


Texto y foto: Yuris Nórido
On Cuba Magazine, 6 de julio de 2015.

viernes, 14 de agosto de 2015

El auge de las drogas y el alcohol



Cuando cae la noche en el barrio gris y marginal de Palo Cagao, en el municipio habanero de Marianao, a Yosbel le atrapa la angustia. Y el aburrimiento lo empuja a comprar metilfenidato en un negocio clandestino de la zona.

Nunca se ha cuestionado el efecto dañino de los sicotrópicos. Lo hacen sentir bien. “Me cambia el cuerpo. Luego uno se engancha. El vicio te vence. Y cada peso que me busco lo gasto en metil”, apunta sentado en el contén de una acera rota.

En estos distritos duros de La Habana, las patrullas policiales no son frecuentes. Las calles destruidas, oscuras y a medio asfaltar no son sitios para turistas.

“Cualquier cosa provoca una bronca. En estas barriadas, la promiscuidad es habitual. La gente está cansada de todo. Aburrida de lo mismo. De no tener futuro. De saber que siempre van ser unos muertos de hambre. No sé, son tantas cosas que no puedo definir. El caso es que cuando te cae un menudo en el bolsillo, el primer sitio que se visita es un bar o ir a comprar pastillas para ‘volar’”, comenta Yosbel.

El metilfenidato le provoca una sensación de lucidez y elocuencia. “Me siento rico. La muela (hablar) se me desata. Le descargo el vuele a una jevita (chica) o a un socio tan aburrido como yo”, señala con una sonrisa lánguida.

Aunque el gobierno de Raúl Castro amortigua y silencia el fenómeno de las drogas y el alcoholismo, su auge es preocupante. En Cuba, cualquier efemérides o acontecimiento es el pretexto perfecto para tomar un brebaje de tercera categoría que se vende como cerveza a granel.

Las drogas no son una excentricidad. Carlos, sociólogo, dice que muchos jóvenes mayores de 16 años ya han probado la marihuana o sicotrópicos.

“Si fuese algo raro no existirían clínicas en todos los municipios de la capital para atender alcohólicos y drogadictos. Se piensa que solo en la farándula, a nivel de artistas, músicos, intelectuales y gente con billete se mueve el furor por la cocaína o la marihuana importada. Pero entre los adolescentes de matrimonios disfuncionales, jóvenes- y no tan jóvenes- que viven en barrios pobres, enajenarse es cotidiano".

Según el sociólogo, se ha estructurada una respuesta gubernamental para atender esos casos. "Pero al tener escasa publicidad, es desconocido por las personas adictas. También subsiste el temor de confesar que son drogadictos, pues muchos creen que pueden ser enjuiciados”.

Adriano, trabajador por cuenta propia, tuvo que ser ingresado en una sala del hospital siquiátrico conocido como Mazorra, para recibir tratamiento médico por el uso continuado de marihuana y alcohol.

“Yo tenía un negocio de vender ropas. Todo el dinero que ganaba lo gastaba en yerba y ron. La que armaba en mi casa cuando estaba 'arrebatado' era de apaga y vamos. Mi madre me ingresó en Mazorra. Ahora reconozco que estoy enfermo. Es el primer paso, reconocerse adicto. En las charlas colectivas hay casos muy duros. Gente que intentó asesinar a sus padres por no tener dinero para comprar bebida o drogas. Limpiarse depende de sí mismo. Pero con el montón de problemas existentes en Cuba, cualquiera puede recaer”, confiesa.

A pesar de los precios prohibitivos, se ha producido una escalada en el uso de drogas y sicotrópicos. Un gramo de cocaína, altamente adulterada, puede costar entre 60 y 80 pesos convertibles.

El metilfenidato en polvo se vende a 2 cuc el gramo. Sicotrópicos como Parkisonil se ofertan en La Habana subterránea a 25 pesos la pastilla, dependiendo si es blanca o roja. La marihuana criolla se expende a 25 o 30 pesos el cigarrillo. La importada, conocida como ‘yuma’, a 120.

En el argot callejero, la yerba tiene motes llamativos: la patá de King-Kong, submarino amarillo o se acabó el abuso. El ron casero, destilado con excremento de vaca y carbón industrial es conocido como bájate el blúmer, vírate al revés o anestesia pa'l dragón.

Medio litro de ron infame cuesta 10 pesos. Es el trago habitual de mendigos, lunáticos y olvidados. La marihuana criolla se fuma para evadirse de la realidad, como complemento en una juerga con prostitutas o por puro vicio.

En el mes de mayo, la prensa oficial informaba del decomiso de 14 fincas entregadas en usufructo o de propiedad privada en Sancti Spíritus. En el municipio de Taguasco se encontraron 453,252 semillas de marihuana, 433 plantas y 395 tallos podados.

Un operativo similar fue llevado a cabo por la Sección Antidrogas del Ministerio del Interior, en la zona Hoyos de Mursulí, en Banao, Sancti Spíritus. Fueron apresados dos ciudadanos naturales de la provincia de Santiago de Cuba, quienes le habían comprado ilegalmente la finca a un campesino de la Cooperativa de Créditos y Servicios Ramón Pando Ferrer.

En una de las fincas confiscadas, se ocultaban 69,612 simientes de marihuana. Existen pescadores furtivos y vecinos de poblados costeros que venden los alijos de drogas que recalan en Cuba.

“Con una sola paca que vendas, resuelves tus penurias. Gente que se dedica al negocio en La Habana te puede dar hasta 80 mil cuc por la paca. Se rumora que policías y militares corruptos también se dedican al giro, pues cuando la ocupan no incineran toda la droga”, apunta un residente de un pueblo de la costa habanera.

Mientras el consumo de alcohol, sicotrópicos y drogas crece en flecha, los medios oficiales hacen mutis. Manejar con discreción un flagelo que asola al mundo no es la solución mágica. En el caso de la Isla tiene tintes políticos. Sería reconocer el fracaso del sistema.

Iván García


miércoles, 12 de agosto de 2015

Zanja, corazón del barrio chino



La calle Zanja se extiende desde la calle Águila hasta la Calzada de Infanta, a partir de la cual se convierte en la calle Zapata. Debe su nombre a que por ella corría la Zanja Real que surtía de agua a la ciudad de La Habana. También se denominó Línea del Ferrocarril de Güines, debido a que este se desplazaba por ella, al igual que después lo hacían los trenes que, saliendo de la Estación de Villanueva, iban por la Quinta de Los Molinos, La Ceiba, Puentes Grandes y otros lugares hasta la Playa de Marianao.

En su época inicial existían tres puentes para cruzarla: el de Sedano, en la esquina de la calle Lealtad; el de Manrique, en la calle del mismo nombre, y el de la calle Galiano. Zanja constituyó el corazón del populoso Barrio Chino de La Habana y, aún hoy lo sigue constituyendo, aunque ya el Barrio es más folclórico que natural. Y, aunque en 1916 a la calle se le dio el nombre de Finlay en honor al ilustre médico cubano descubridor del agente transmisor de la fiebre amarilla, en 1936 se le restituyó el de Zanja, nombre por el cual es conocida popularmente.

Se dice que el Barrio Chino de La Habana comenzó en el año 1858, con una casa de comidas situada en la esquina de Zanja y Rayo y un puesto de frutas y frituras cercano. La "ciudad amarilla", como la denominó Alejo Carpentier, pronto se convirtió en la mayor colonia china de América Latina, llegando a residir en el año 1899 unos 15.000 chinos en Cuba, de los cuales solo 4.900 eran mujeres, lo cual demuestra que fue una emigración principalmente masculina en busca de trabajo. Después de los que llegaron en los años 20, ya en el año 1930 había unos 24 mil chinos en Cuba. Con los años la colonia se expandió, disminuyendo algo hacia 1953, donde el censo registró 16.657 chinos, aumentando posteriormente hasta la instauración del nuevo régimen en el año 1959, cuando se dispersó hacia otros países, principalmente hacia Estados Unidos, huyéndole a la repetición de lo que ya había sucedido en China en el año 1949, con la llegada de los comunistas al poder.

Aunque los chinos se asentaron en Cuba en casi todos los pueblos y ciudades, no existen dudas de que el núcleo principal de esta colonia lo constituyó el Barrio Chino de La Habana, que comprendía originalmente el cuadrante comprendido entre las calles Zanja y Salud y Galiano y Lealtad. La calle Zanja es como el Gran Río Amarillo al cual, como si fueran sus afluentes naturales, tributan las calles Dragones, Rayo, Cuchillo, San Nicolás, Manrique, Campanario, Salud y Lealtad. Con los años, los chinos ganaron algunos espacios, acercándose a las calzadas de Reina y de Belascoaín.

Al comienzo de la calle, estrecha en este tramo hasta Galiano, en la esquina de Águila y Dragones, se encuentra el hermoso edificio que fuera de la Compañía Cubana de Teléfonos, construido en el año 1927 por el arquitecto Leonardo Morales, con su bella torre, hoy perteneciente a la Empresa de Telecomunicaciones de Cuba S.A. (ETECSA).

Antes de Águila, en la calle Dragones, casi frente a donde estuviera el hotel New York, hoy tapiadas sus puertas y ventanas y en estado de abandono, hace algunos años se construyó un pórtico imitando la arquitectura china, que pretende indicar el comienzo del Barrio, partiendo tal vez de que en la calle Amistad número 420, entre Barcelona y Dragones, se encuentra el Casino Cheng Wa, que más que un casino siempre fue una federación de sociedades, que facilitaba la unión de todas ellas, teniendo entre sus objetivos el de dirimir las querellas y conflictos entre las sociedades y entre sus asociados.

Este pórtico responde en realidad más a fines turísticos que prácticos. Es más, dentro del Barrio no se construyeron edificios ni viviendas al estilo chino, sino solo se incorporaron detalles como adorno a las edificaciones que se levantaban de estilo occidental.

Caminando en dirección a Galiano, se encontraba la farmacia La Americana, una droguería y laboratorio, algunos comercios convertidos en precarias viviendas, algunos pocos en funcionamiento, y derrumbes de edificaciones que existieron años atrás, los cuales nunca fueron comercios de chinos.

A partir de Galiano, donde comienza realmente el Barrio, en la calle Zanja se encontraba la Locería La Vajilla, una casa dedicada a la venta de porcelana, cristalería y locería, hoy convertida en una casa comisionista que oferta muebles antiguos a precios exorbitantes. Vienen luego el comercio La Cantonesa, convertido en un mercado de víveres, algunas fondas, puestos de hortalizas, frutas, helados y frituras y otros comercios desparecidos o transformados, abundando en estos momentos "los bicitaxis y los buscadores y buscadoras" de extranjeros, además de bastante suciedad y falta de higiene.

La situación mejora en el triángulo formado, a partir de Rayo, por las calles Cuchillo, Zanja y San Nicolás, conocido como El Cuchillo de Zanja, donde han proliferado los restaurantes de comida china, pared con pared, pertenecientes a sus sociedades o a particulares de esta nacionalidad, que ofrecen platos típicos de las diferentes regiones del enorme país, con diferentes precios y calidad.

Aquí se ofertan las diferentes variantes del shop suey y del chow mein, el pollo tip pan, los rollitos de cerdo y de primavera, las sopas chinas, el arroz frito y las maripositas, así como otras comidas chinas tradicionales. Estos establecimientos están profusamente decorados con motivos chinos, incluyendo faroles de papel de China, tallas en madera de dragones y otros motivos, luces de neón y vajillas que crean un ambiente oriental peculiar y agradable. Contra ellos conspira el depauperado entorno, además de que en esta zona, como en otras de la ciudad, escasea el agua potable, y se ven obligados a utilizar carros cisterna para su abastecimiento, con el consiguiente peligro para la salud que esta manipulación presupone.

En la calle Zanja y en las cercanas a ella, en años anteriores existieron: un restaurante de lujo en la calle Dragones, y en Zanja y San Nicolás un teatro donde se ponían en escena óperas chinas y otras obras dramáticas por compañías que venían de Cantón, Shanghai y San Francisco (California), lo cual demuestra la riqueza y la cultura de muchos de los miembros de la colonia. Allí se alzaban los restaurantes Pacífico, catalogado como el mejor de los situados dentro de la calle Cuchillo, y La Muralla China, de precios módicos.

En Manrique, entre Zanja y Dragones, existió un edificio de dos plantas donde operó una escuela de idiomas para chinos de todo el país, en la cual se enseñaba el cantonés, que era el dialecto de la mayoría de los chinos residentes en Cuba, y el mandarín, que era el idioma nacional. El Barrio sufrió, tanto los altibajos de lo que sucedía en el mundo (Primera y Segunda Guerras Mundiales) como de lo que sucedía en China (la Revolución). En Zanja número 306 se construyó el edificio del Kuomintang o Partido Nacionalista Chino, al cual pertenecían muchos chinos, convertido hoy en la Alianza Socialista China de Cuba, así como, cercanos a él, cines, farmacias, bancos y locales para sus diferentes sociedades.

En el Barrio Chino, y precisamente en la calle Zanja, entre Manrique y Campanario, aunque no tenía nada que ver con los chinos, se estableció el conocido teatro Shanghai, para adultos y preferentemente hombres solos, que en sus inicios ofrecía obras humorísticas de la picaresca cubana. Muchos autores del género vernáculo pasaron por ese escenario: Federico Villoch, Gustavo Sánchez Galárraga, Antonio López y decenas más. También diferentes actores y actrices, encarnando al negrito, al gallego, a la mulata y a otros personajes, como Rafael de Arango, Enrique Arredondo, Pedro Castany, Cuca Montero, Fabiola Márquez y otros, algunos de los cuales después se desempeñaron en el Teatro Alhambra, en otros teatros, en la radio, en la televisión y hasta en el cine.

Los títulos de algunas de algunas sus obras fueron: El destino de un varón, Si me caso qué susto paso, Un veterano que batea bien, El amante de mi mujer y El trovador de Broadway. Con el paso del tiempo, aumentaron las insinuaciones sexuales y las palabras y gestos obscenos, así como se incorporaron revistas musicales con desnudos femeninos y cortos cinematográficos pornográficos de producción mexicana o cubana.

Para su propaganda, en grandes anuncios a colores al frente del teatro, se utilizaban textos de mensajes publicitarios o políticos, que habían tenido buena aceptación en la población, aprovechando que se prestaran al doble sentido, título que ponían a las obras que presentaban. Así, podían aparecer: Una tonga de gusto, Esta que es fuerte, fuerte… sepárala, Ella tiene su meneíto, Este es el hombre, Josefina atiende a las señoras, ¿Tiene usted el gusto joven? y otros.

En el mes de noviembre de cada año se representaba una parodia de la obra Don Juan Tenorio, donde Don Juan, Don Luis y Doña Inés eran maltratados a la cubana. Donde estuvo el teatro, hoy existe un parque cerrado donde se realizan actividades propias de la cultura chinas. También existían algunos bares y prostíbulos y el cine Pacífico.

El exotismo y el misterio del Barrio Chino, como si tratara de una fruta prohibida, se hacía presente principalmente en las noches habaneras. Por el día, como cualquier otro espacio de la ciudad, era recorrido por hombres y mujeres en busca de porcelanas, miniaturas, figuras artísticas, muebles, sedería, medicamentos y productos y condimentos típicos de la gastronomía china, los cuales se ofertaban en sus diferentes establecimientos.

En las calles Zanja, Dragones, San Nicolás, Manrique y Campanario se encontraban los locales de la mayoría de las sociedades familiares chinas, unos más suntuosos que otros, con sus llamativos nombres: On Ten Tong, Kwong Wa Po, Li Lom Sai, Lung Kong, Chang Weng Chung Tong, Chi Tak Tong, Min Chin Tang, Yi Fung Tong, Sue Yueng Tong y otros.

La mayoría de ellas aún existen, aunque con instalaciones bastante deterioradas y con poca membresía, habiendo sido sustituidos los chinos originales por sus descendientes chino-cubanos, producto de las mezclas étnicas.

En las calles Zanja, Dragones y Salud abren sus puertas todavía restaurantes de comidas chinas como Gran Dragón, Guang-Zhou, Tien-Tan, Los Dos Dragones, Viejo Amigo, La Flor de Loto y La Mimosa, entre los más conocidos. En los años de la República, muchos chinos ricos emigraron de California hacia Cuba y establecieron importantes negocios, como grandes almacenes de víveres y lujosos restaurantes, que se encontraban fuera del Barrio Chino, como El Mandarín (23 y M), Pekín (23 entre 12 y 14), Hong Kong (desde hace años denominado Yang Tsé, en 23 y 26) y Saigón, en Miramar.

Existían también algunos de precios más módicos, diseminados por los distintos barrios de la ciudad, hasta llegar a las célebres fondas chinas. La mayoría de ellos, actualmente administrados estatalmente sin la presencia de los chinos, no se parecen en nada a lo que fueron entonces, debido a su deterioro, mala calidad de sus ofertas y peor trato.

Aunque la calle Zanja no se limita al espacio que ocupa dentro del Barrio Chino, este es el más importante y el que le ha dado celebridad. Después de la Estación de Policía, situada frente al cuchillo que forman las calles Zanja y Dragones, se diluye, como otra calle cualquiera, con múltiples viviendas y comercios, muchos en estado de deterioro, terrenos baldíos donde antes existieron edificaciones, y locales readaptados para usos que no tienen nada que ver con su designación inicial.

Mantienen algún interés el local del viejo Café OK en Belascoaín, el edificio moderno donde se encontraba la sucursal de la dulcería Super Cake S.A., la vieja instalación de la primera fábrica de radiadores de Cuba de Max Brikman, construida en 1927 entre las calles Marqués González y Oquendo, y el Centro de Inspección Técnica de Vehículos, conocido popularmente como el "Somatón", antes de llegar a la Calzada de Infanta.

Desde hace tiempo se habla de reactivar Zanja y rescatar el Barrio Chino, ya que ambos están históricamente ligados. Para ello, en el espacio donde se levantó el pórtico, cada año se realizan las danzas del dragón y del león y se celebra el año lunar, se ofrecen demostraciones de artes marciales —aunque la mayoría de nuestros chinos no eran guerreros sino comerciantes— y espectáculos de música, cantos y bailes tradicionales, así como se ofertan comidas típicas, principalmente el popular arroz frito y las maripositas, que tienen más de San Francisco que de Cantón. Y existe en Zanja y Manrique la denominada Academia Wushu, donde además de otras actividades tradicionales se practican las artes marciales chinas wushu y taijiquian.

Se olvida que las calles solo se reactivan cuando en ellas, de forma natural, se establecen comerciantes, abren sus establecimientos y la población acude a ellos, porque sus ofertas resultan atractivas. Inundar los pocos establecimientos estatales de pacotilla actualmente fabricada en China aporta muy poco. No conozco de calles reactivadas por decreto: el boulevard de San Rafael es una pobre caricatura de lo que fue esta calle anteriormente. Tampoco los barrios se rescatan y, menos en este caso, cuando falta su componente principal, que es la emigración china, que lo renovaría y le daría nuevas fuerzas.

La calle Zanja actual y el Barrio Chino padecen de los mismos males que la mayoría de las calles y los barrios de la Ciudad de La Habana: edificaciones en estado precario, derrumbes, ruinas, comercios desabastecidos y sucios, aceras rotas, baches, aguas albañales por doquier, indisciplinas sociales, violencia callejera, falta de educación y vulgaridades. Reactivar la una y rescatar el otro, a pesar de las buenas intenciones de los descendientes chinos que sobreviven precariamente en ellos, constituyen tareas muy difíciles de realizar: para ello es necesario primero reactivar y rescatar la ciudad y el país.

Fernando Dámaso
Diario de Cuba, 15 de noviembre de 2014.
Foto: Barrio Chino de La Habana en la década 1940-50. Tomada de Barrio Chino de La Habana.

lunes, 10 de agosto de 2015

En los años 50 ya había cine 3D en La Habana



Los cines de barrio eran lugares de confluencia social para los habaneros de otros tiempos. Por unos centavos, se disfrutaba lo mismo de una comedia mexicana, un melodrama argentino, un oeste, o una de romanos. En la memoria emotiva de nuestros mayores viven Cantinflas, Tin Tan, El Llanero Solitario, Kirk Douglas, Rossana Podestá.

El cine negro estadounidense o los grandes musicales de Hollywood atraían por igual al público. En algunas de las salas, el dueño habilitaba una de formato 3D, como ocurrió en el entonces fastuoso cine-teatro Radiocentro, en 23 y L, hoy cine Yara.

A partir de la segunda mitad del siglo XX, La Habana había crecido con el surgimiento de nuevas barriadas y una clase media económicamente empoderada. También aumentó el número de salas de cine: El Mónaco, en el Reparto Sevillano; Atlas, en la barriada de Luyanó; City Hall, en El Cerro; Salón Rosa, en El Cotorro; Ambassador, en Marianao… Teatros como Carral, en Guanabacoa, y Céspedes, en Regla, se readaptaron para salas de proyección.

Cuando un muchacho le proponía a la novia escaparse al cine, las cosas se podían poner más o menos intensas en la zona más apartada del “gallinero” (platea alta), si no estaba cerca la chaperona, o la acomodadora no importunaba con su linterna. Era una alternativa que terminó creando una bonita tradición.

A partir de la década de los 60, las salas de cine pasaron a ser regidas por el omnímodo ICAIC y su Empresa de Distribución y Proyección de Películas. Como consecuencia del conflicto del gobierno de Fidel Castro con Estados Unidos, el cine estadounidense desapareció prácticamente de las pantallas cubanas. En su lugar, comenzaron a ser conocidas las cinematografías de Italia, Francia, URSS, Polonia, Checoslovaquia y Hungría, entre otros países de la Europa del Este.

Las clasificaciones por edades variaron y la iglesia católica dejó de influir en la censura. En el pasado, los filmes eran aprobados con las clasficaciones Solo adultos, Tolerada y Todo público. A partir de los 60 fueron: TE (todas las edades), Mayores de 12 años, y Mayores de 15 años. En los 70 esta última categoríase transformaría en Mayores de 16 años. Películas exhibidas en esa época, como Accatone, de Pier Paolo Passolini, provocaron debates y ríos de tinta.

Los comisarios políticos pulsaban por cuotas de poder en el aparato cultural. Para ellos, era más legítimo un culebrón ruso en forma de película. En 1979, el cine producido por el ICAIC logró fenómenos de taquilla como Retrato de Teresa, de Pastor Vega, o el largometraje de animación Elpidio Valdés, de Juan Padrón.

Mientras tanto, los cines de barrio comenzaron a depauperarse. Para finales de los años 70, muchos presentaban huellas evidentes de desidia y abandono. También apareció la figura del 'tirador', personaje que perseguía películas 'calientes', como Doña Flor y sus dos maridos, del director brasileño Bruno Barreto, con una espectacular Sonia Braga.

En la segunda mitad de los 70 e inicios de los 80, los cines principales de la ciudad se anotaban 'taquillazos' con la exhibición de películas como Tiburón sangriento, de Steven Spielberg, o Cujo, el perro asesino, de Lewis Teague.

A finales de 1996, Entrevista con el Vampiro, de Neil Jordan, logró repletar el cine Yara. Para entonces, la crisis de los 90, con el período especial y los apagones, habían provocado el cierre o derrumbe, por falta de mantenimiento, de muchos cines de barrio. Otros fueron convertidos en discotecas o locales de ensayo para compañías teatrales. Con la generalización, primero de los videocasetes caseros y luego del DVD, vieron firmada su sentencia de muerte.

Con el cierre oficial de las salas privadas de cine 3D, los cubanos de a pie perdemos lo que parecía el renacer de aquella tradición que nuestros abuelos añoran. En su lugar, los comisarios culturales solo pueden ofrecer una ideología tan depauperada como esos cines destruidos por la ineptitud de un régimen.

Camilo Ernesto Olivera Peidro
Cubanet, 19 de noviembre de 2013.

Foto: Antes de llamarse Radiocentro, el actual cine Yara, se llamó Warner. Siempre estuvo al lado de la CMQ, hoy ICRT (Instituto Cubano de Radio y Televisión). Tomada de Los cines que había en La Habana.

viernes, 7 de agosto de 2015

Adiós al cine de barrio



Los domingos era el día más importante en la infancia de Nicolás, un fanático incorregible al cine, que ahora observa con nostalgia como una brigada estatal a brochazos retoca la fachada de un viejo cine de barrio en la calzada 10 de Octubre, reconvertido en escuela de acróbatas para el circo.

“Los desastres del gobierno son en todos los frentes: social, político y económico. Un tsunami. El destrozo y abandono de los cines es un exterminio cultural. No queda un cine de barrio en pie. Y las pocas salas que funcionan están en mal estado. Se salvan dos o tres. El resto es puro escombro”, señala mientras rememora la época de oro del cinematógrafo en Cuba.

“Solo en las zonas de Lawton y La Víbora habían nueve o diez cines de barrio. Todos los domingos iba con mis hermanos y mi madre a la matinée. Era una fiesta. La cultura y el amor por la lectura llegaron a través de la pantalla grande. Charles Chaplin, el Gordo y el Flaco, los dibujos animados de Disney, películas de vaqueros o samuráis… Un mundo maravilloso que fue despedazado por los actuales comisarios culturales”, acota Nicolás, un cinéfilo que puede recitar de memoria parlamentos de Lo que el viento se llevó o del mítico Vito Corleone en El Padrino.

En La Habana de 1958 existían más de 100 salas de cine. En la primavera de 2015 funcionan cinco salas en el circuito de la Calle 23 en El Vedado, el multicine Infanta en Centro Habana, Santa Catalina en 10 de Octubre y otra media docena de cines desperdigados por varios municipios de la capital.

Excepto las salas del Vedado y el cine Infanta, en el resto no funciona el aire acondicionado, los equipos de proyección presentan problemas técnicos, baños sucios o clausurados, butacas sin rellenos o espaldares y acomodadoras que no tienen linternas para guiar en la oscuridad a quienes asisten a ver una película.

Las autoridades culturales de la Isla, expertos en justificar, prometer o censurar, poco o nada han gestionado para reactivar el séptimo arte.

“Es una vergüenza lo que ha pasado con las salas de cine en Cuba. Eran más de 300 y funcionan menos de cuarenta. Visitar un cine era algo importante en nuestro país. No creo que el video o las nuevas tecnologías estén matando al cine. Es la desidia y el abandono oficial el culpable. Cuando se estrena una película cubana o en diciembre se realiza el Festival Latinoamericano, hay enormes colas para ver los filmes. Ahora los cines de barrios son almacenes de productos ociosos o se usan para obras de teatro”, cuenta Sergio, un jubilado que toda su vida trabajó proyectando películas.

La premiada escritora cubana Zoé Valdés, desde hace veinte años exiliada en Francia, en una entrevista que en 2013 concedió a Diario las Américas recordaba cómo descubrió el cine:

“Cuando se derrumbó el solar de La Habana Vieja donde vivía con mi madre y mi abuela el régimen nos albergó en un antro en la calle Montserrate. Dormíamos en literas apestosas de yute húmedo. No había baños para bañarse, entonces cada cual tenía que conseguir dónde hacerlo. Mi abuela habló con la taquillera del cine Actualidades para pedirle que nos permitiera usar el baño del cine. Allí nos aseamos unos doce o trece niños durante dos años, después hacíamos las tareas en las lunetas del cine antes que empezara la tanda de las seis. La taquillera nos dejaba ver películas gratis para adultos. A veces dormíamos en el cine, mi abuela tiraba las colchonetas en el piso. Lo malo era que después había que levantarse muy temprano, oscuro, de madrugada, porque las colchonetas no podían quedarse ahí durante el día”.

Cuando entre 1984 y 1988 laboró en el ICAIC, Zoé recordaría los filmes soviéticos y viejas cintas estadounidenses de su infancia. Fue guionista de la película Vidas Paralelas (1990) por la cual nunca cobró derechos de autor.

El escritor de Gibara, Guillermo Cabrera Infante, fue otro de los grandes prosistas cubanos que tuvo una relación especial con el cine. Sus crónicas y críticas cinematográficas firmadas como Caín forman parte de las cátedras de estudio del periodismo local. Pero ha llovido mucho desde entonces.

Para la nueva generación del verde caimán, es improbable que la pantalla grande sea génesis de una posterior obra cultural o literaria. Hay pocas salas, destartaladas en su mayoría y se suelen exhibir filmes de escasa calidad.

La gente prefiere ver películas en casa. La magia de asistir a una sala oscura o las matinées dominicales en un cine de barrio es cosa del pasado. Nostalgias que la autocracia de Fidel Castro sepultó. Como tantas otras.

Iván García
Foto del cine Actualidades, en la calle Monserrate, Habana Vieja, hecha por Camilo Ernesto Olivera Peidro. Tomada de Cubanet.

miércoles, 5 de agosto de 2015

Diez fotos de La Habana actual


Sin comentarios. Una imagen vale más que mil palabras.

Tania Quintero

Las fotos fueron tomadas de internet.











lunes, 3 de agosto de 2015

Diez fotos de La Habana de los 50



Fotos de algunas calles y edificios de La Habana de mi infancia.

A medida que la revolución de los barbudos fue avanzando, la capital se fue deteriorando.

Para recordar cómo era aquella ciudad, hoy tenemos que acudir a fotos, dibujos y filmaciones de la época.

Tania Quintero

Las fotos fueron tomadas de internet.