En la Avenida Boyeros, camino del aeropuerto internacional José Martí y muy cerca de la intersección con la Calle 100, a veinte minutos del centro de La Habana, se encuentra la Escuela Nacional de Voleibol.
Bien temprano en la mañana, luego de un desayuno frugal, los atletas, hombres y mujeres, hacen ejercicios de calistenia antes de entrar al gimnasio y comenzar una de las dos jornadas diarias de entrenamiento.
En la escuela se encuentran albergados jóvenes talentos de diferentes provincias, captados por scouts locales durante torneos provinciales o juegos escolares.
Astros en ascenso como Miguel Ángel López, Miguel David Gutiérrez y Osniel Melgarejo, quienes obtuvieron medalla plata en el Campeonato Mundial Sub-21, efectuado en el verano de 2017 en la República Checa, pulen sus deficiencias en el recibo o el bloqueo en la net.
Ese trío, que forma parte del bisoño plantel nacional ya clasificado para el XIX Campeonato Mundial de Voleibol Masculino, que se celebrará conjuntamente en Italia y Bulgaria del 10 al 30 de septiembre de 2018, suele dejar con la boca abierta a los fanáticos por sus saltos espectaculares y remates hacia todos los ángulos del terreno.
“Si no se marchan, y juegan juntos varios años, en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 la selección cubana puede rivalizar de tú a tú con la crema y nata del voleibol mundial, ya sea con Rusia, Brasil, Polonia, Estados Unidos o Irán (que viene en ascenso)”, señala un preparador físico de la Escuela Nacional, y aporta detalles técnicos:
“Estos muchachos, y otros, con edades comprendidas entre 16 y 20 años, destacan por su poder de salto, una cualidad típica de la escuela cubana de voleibol. Los tres, Miguel David, Miguel Ángel y Osniel, alcanzan más de 3 metros y 60 centímetros en ataque con impulso y superan los 3.40 a la hora de bloquear, y saltan sin apenas impulso. Tienen todas las papeletas para convertirse en monstruos del voly mundial a la vuelta de tres o cuatro años”.
Contra viento y marea, el voly cubano intenta no perder el prestigio alcanzado. En la rama femenina tuvo su mayor esplendor en el siglo XX. Después que aquel sexteto fabuloso de Mercedes Pérez, Lucila Urgellés, Mercedes Pomares y la formidable pasadora Imilsis Téllez en 1978, en la antigua ciudad de Leningrado, derrotara a la URSS, China y Japón, Cuba y su preparador Eugenio George comenzaron a escribir con letras doradas su impresionante historia.
Aunque por designios de Fidel Castro, la Isla no participó en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 1984 y Seúl 1988, la escuadra criolla, bautizada por el comentarista deportivo habanero René Navarro como "las espectaculares Morenas del Caribe", obtuvieron tres títulos olímpicos en fila: Barcelona 92, Atlanta 96 y Sidney 2000, además de coronarse en los campeonatos mundiales de Brasil 1994 y Japón 1998.
La debacle del voly femenino comenzó con el nuevo siglo. La emigración de jugadoras fue una sangría importante. Problemas internos dentro de la comisión nacional de voleibol, provocaron la salida de Eugenio George, padre de los grandes éxitos. Se comenzó a probar un nuevo sistema de juego, el cinco-uno, donde una sola jugadora era la encargada de pasar, obviando el antiguo sistema del cuatro-dos, con dos pasadoras que en la práctica se transformaba en seis atacadoras y deficiencias en la captación de talentos, propiciaron un declive que aún no se ha recuperado en el voly para mujeres. Estrellas como Melissa Vargas, por su cuenta optan por obtener contratos en ligas europeas o sudamericanas.
En el voly masculino ha sido un poco al revés. Sin obtener grandes triunfos ni poseer una dinastía como las Morenas del Caribe, se hacían sentir. Ya en los Juegos Olímpicos de Montreal 1976 fueron medallistas de bronce y alcanzaron segundos lugares en los dos campeonatos mundiales celebrados en Italia, en 1990 y 2010.
Según Eduardo, profesor especializado en deportes con pelotas, la escuela cubana de voleibol, en las ramas femenina y masculina, “se basa en la potencia física, tanto en el salto como en la pegada al balón. Y en un buen bloqueo en la net. Sus deficiencias son en la defensa de campo, recibo y algunos aspectos individuales técnico-tácticos. Lo ideal sería pulirlos, propiciando que nuestros atletas participaran en un mayor número en ligas europeas”.
En opinión de Eduardo, en Cuba el voleibol es un deporte de laboratorio y no tiene la masividad del béisbol, fútbol o boxeo. "Sus campeonatos nacionales son cortos, mal organizados y no existe rivalidad. Para pulir errores hay que codearse con los mejores. ¿Dónde juegan los mejores? En Italia, la mejor liga del mundo, o en Rusia, Polonia y Grecia. En América, Brasil tiene una liga muy potente y Argentina crece en calidad. En Puerto Rico también existe una liga de nivel. El voly fue el primer deporte cubano en autorizar la contratación de jugadores, a fines de los 90. Pero las autoridades se quedaban con la mayor parte del dinero, sin contar que los jugadores llegaban en baja forma a las principales competencias del año”.
El voly masculino cubano ha sido inestable, precisamente por la marcha de jugadores a otros países. En diciembre de 2001, luego de ganar una liga mundial en Europa, seis jugadores, entre ellos el mejor central del mundo, Ihosvany Hernández y el atacador auxiliar Ángel Dennis, que se encontraban en una concentración de entrenamiento en Bélgica huyeron en tren hacia Italia.
En el período de 2006 a 2010, Cuba ha preparado sextetos de lujo, pero no acabaron de cuajar porque sus voleibolistas decidieron saltar la cerca y jugar en clubes foráneos, ganar dinero y administrar libremente sus finanzas.
Los amantes del voly se frotaban los ojos con la selección que venía en camino, entrenada primero por Gilberto Herrera y después por Orlando Samuel. El equipo regular tenía seis jugadores con una talla por encima de los dos metros.
Entonces, el equipo cubano era el más alto del mundo. Su pasador, Oriol Camejo, medía dos metros y cinco centímetros. En aquella etapa hubo atacadores de fuerza como Michael ‘El Ruso’ Sánchez o Raydel Poey con pinta de extraclase.
Leonel Marshall, un atacador que escalaba a las nubes, tiene el récord mundial en salto: alcanzaba los tres metros ochenta como si estuviera silbando. Osmany Juantorena, sobrino de Alberto Juantorena, quien se desempeña en la liga italiana, hasta hace dos años estaba considerado el mejor voleibolista del planeta.
Ahora mismo, alrededor de veinte voleibolistas nacidos en la Isla, la mayoría de primer nivel, brillan en ligas europeas o sudamericanas. No pocos de ellos están dispuestos a jugar con su selección. Pero es el régimen el que no los autoriza. Precisamente esa absurda politización, viene pasando factura al deporte en Cuba, que cada año retrocede en calidad.
Es el voly masculino el único deporte por equipo que pudo clasificarse para los Juegos Olímpicos de Río 2016. Si no obtuvo una mejor actuación fue porque unos meses antes, seis voleibolistas cubanos fueron acusados en Finlandia de una violación sexual múltiple y cinco condenados a prisión.
El sexteto que clasificó para el Campeonato Mundial de 2018, presenta una nueva hornada de futuras estrellas. Pero si deciden probar suerte en otras naciones, será muy difícil que Cuba pueda volver a alcanzar triunfos importantes en la arena internacional.
El fondo de armario de la Escuela Nacional de Voleibol, situada en la Avenida Boyeros, tiene un límite. No se pueden producir grandes voleibolistas como si fueran salchichas.
Iván García
Foto: Equipo cubano de voleibol masculino, ganador de la medalla de plata en el Campeonato Mundial Sub-21, efectuado en la República Checa del 23 de junio al 2 de julio de 2017. Foto tomada del blog La Mejor Peña Deportiva de Cuba.
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