Hay una iconografía de Raúl Castro, más o menos breve, que lo aparta del poder y desata una duda y otra: ¿fue más que seducido por la guerra, obligado a ella por su hermano? ¿Le ha importado en algún momento la gloria -no atañe aquí si espuria o no- o hubiera preferido un destino más vulgar y simple?
Existen anécdotas, comentarios de quienes estuvieron allí o allá, a su lado, y alardean de encuentros, cercanías, momentos, frases y diálogos que buscan marcar distancias, debilidades. Llantos o confesiones que se escuchan con esa mezcla de incredulidad y asombro que no permiten una certeza absoluta (“aquella noche, ya borracho, Raúl lloraba al recordar cuando Fidel, con el pretexto de hacerlo más hombre, lo obligó a matar a un ladrón o desertor en la Sierra”).
Pero por encima de todo están unas pocas fotos que siempre muestran un gesto, un detalle, una gorra y hasta una sonrisa o cierta picardía que parecen estar destinados a dejar un testimonio voluntario de rechazo a la imagen de caudillo que nunca permitió su hermano que lo abandonara, salvo cuando se le impusieron los vejámenes de la enfermedad y el tiempo.
Lo mejor de esos momentos transitorios es que la imagen muestra a un sujeto que nunca es lacónico, sino casi mordaz en su desafío al apellido e intentar ser simplemente Raúl.
Alejandro Armengol
Cuaderno de Cuba, 14 de diciembre de 2017.Foto: Manuel 'Barbarroja' Piñeiro, Gabriel García Márquez, Vilma Espín y Raúl Castro. Tomada de Cuaderno de Cuba.
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