lunes, 31 de mayo de 2021

Yo soy cubano

Posiblemente uno de los ámbitos más prolíficos de nuestro país en estos días poco prolíficos, es ese al que de seguro los psicólogos, sociólogos, historiadores del arte, y demás estudiosos de esto y de aquello, aunque lo denominen con otro término, dedicarán alguna vez enjundiosas páginas: el de la «cibertiradera». El término «tiradera», heredado del rap y sus géneros asociados, da cuenta de una especie de duelo entre dos partes, con tintes más o menos artísticos, aunque no pocas veces raya en una chabacana vulgaridad. La inclusión del morfema «ciber» nos remite al espacio virtual en el que ocurren las escaramuzas.

La primera cuenta de este rosario de dimes y diretes que no parece tener final, inició con Patria y Vida, de los muy conocidos Yotuel, Gente de Zona y Descemer Bueno; acompañados por Maykel Osorbo y El Funky, renombrados opositores al Gobierno. La canción, cuyo título se ha convertido en una especie de consigna alternativa, fue lanzada el 17 de febrero y el 17 de marzo acumulaba más de tres millones 700 mil de reproducciones en YouTube, con doscientos mil «Me gusta» y 6 mil 800 «No me gusta».

Le siguió como respuesta Patria o Muerte por la vida, interpretada por Raúl Torres —quien decidió salirse de la alabanza necrológica— y Annie Garcés, junto a las poco conocidas Dayana Divo, Karla Monier y Yisi Calibre. Se estrenó el 1 de marzo y dieciséis días después contaba con más de 880 mil reproducciones; 7 mil 500 «Me gusta» y la cifra nada despreciable de 101 mil «No me gusta». Es decir, le disgustó a trece veces más personas que a las que le agradó. Un logro del marketing sin dudas.

Entre estas dos, que representan el binarismo más visible del espectro político insular, hay otras de menor calado, como Patria y Amor y Convicción. La última es Patria o Muerte, sin vida ni otro matiz, interpretada por Yordan Santana, Adrián Ramos y Adrián García, tres agentes del Ministerio del Interior aficionados al auto-tune rústico y al rap pro-sistema, convidan en su estribillo "a que veas el mundo por mis ojos y veas como la traición invade el corazón, comiéndoselo todo".

A un contexto tal, en el que priman intercambios de declaraciones, trifulcas en redes sociales, memes y todo tipo de toxicidades, el 15 de marzo, -lo que la hizo coincidir con el aniversario de la Protesta de Baraguá-, llegó una canción cuyo título es una máxima sencilla y aparentemente alejada de definiciones ideológicas: Yo soy cubano. Sus intérpretes son los talentosos artistas residentes en Estados Unidos, Alexis Valdés y Willy Chirino.

La espiritualidad diferente de esta pieza se percibe desde el inicio. El video comienza con Alexis Valdés intentando arreglar su vieja moto Honda, cuando recibe una llamada de Willy Chirino, que termina invitándolo a su casa para comer frituras de malanga y hablar sobre la canción. Desde el mismo preámbulo no cantado se recurre a tres elementos claves de la identidad insular: la inventiva (después de treinta años viviendo en Estados Unidos, Alexis intenta arreglar su moto), la familiaridad (uno invita al otro sin protocolos mediante) y el gusto por la comida cubana, al que vuelven en diferentes momentos, pues se les ve compartiendo una ropa vieja -platillo casi extinto por estos lares- y las mencionadas frituras.

El sencillo texto, que esta vez no echa mano a consigna alguna, que se beneficia de un ritmo muy agradable, de la voz excelente de Chirino y no menos armónica de Valdés, y del sonido de la trompeta del mítico Arturo Sandoval; continúa en el camino de apelar a cuestiones esenciales de la identidad para reforzar la idea que transmite su estribillo: «Donde quiera que yo estoy, yo soy cubano; donde quiera que yo voy, yo soy cubano; y en el último rincón, el más lejano, siempre fui, siempre seré cubano».

Como ninguna de sus predecesoras, esta composición contiene un mensaje difícilmente refutable: los hijos de esta tierra compartimos características que nos distinguen y, al mismo tiempo, nos unen en nuestra natural diversidad. «No nos pueden dividir, pues nos juntamos, en este modo de sentir que es ser cubano», es la tesis en torno a la que gravita el tema. El ambiente de crispación que vive el país, ha provocado que se diluya, en medio de acusaciones mutuas, esa certeza simple y profundamente espiritual, tan importante para avanzar en el verdadero sentido de una reconciliación nacional.

Sin desconocer los móviles ideológicos -que obviamente los tiene- detrás de esta canción, propongo una invitación cartesiana. Vayamos a las esencias del discurso, a la raíz de las ideas y del fenómeno en discusión: la condición de cubano, la necesidad del cambio y los deseos de reconciliación nacional. Partamos de tales presupuestos medulares, que no por evidentes son menos básicos.

El primero: somos cubanos independientemente de cómo pensemos o dónde vivamos. Lo son Alexis Valdés y Raúl Torres, tanto como Miguel Díaz- Canel y José Daniel Ferrer. Lo es Maykel Osorbo, aunque haya pedido una invasión de Donald Trump a Cuba, y también lo es Humberto López, aunque mienta sin pudor alguno en la televisión nacional. Es cubana Anyell Valdés y lo son también quienes rebuznaban ofensas y pintaban de azul su vivienda en medio de un detestable acto de repudio. Que unos sean decentes y otros no, ese es otro tema.

Los voluntarios terminaron siendo hijos de la República cuando España se retiró con sus vestiduras rasgadas. Lo fueron tanto como aquellos a los que enfrentaron. La condición de cubanos no la da la bondad del alma o de la causa que se defienda. Una madre lo es de todos sus hijos, sean estos santos o demonios.

El segundo: Cuba necesita un cambio. Lo sabe el gobierno, o no hubiera implementado la Tarea Ordenamiento, que es un punto de partida para otros cambios necesarios en la economía. También lo sabe el Partido, o no se prepararía para celebrar el VIII Congreso en el que renovará su cúpula, aunque sea para dejarlo todo «atado y bien atado» cuando el reloj biológico toque las puertas que faltan.

Lo saben los más recalcitrantes opositores, que no ven virtud ni en las zonas luminosas, y los más incondicionales adeptos -que ven luz hasta en la oscuridad más profunda. Lo saben los cubanos de la diáspora, que en su mayoría desean relaciones normales con su país y sus familias. Y, quizás sin tener la claridad del cómo, lo sabemos todos cuando dejamos el alma en una cola, debemos esperar milenios para hacer un trámite sencillo o no tenemos un medicamento que necesitamos.

La frase: «La cosa está mala. Ojalá mejore», implica el natural deseo de un cambio, independientemente del tinte político que este tenga y que está determinado por el pensamiento de cada cual. El tercer presupuesto es igualmente clave: Cuba es más que un proyecto sociopolítico o económico, es más que un proceso histórico o una ideología; como recordara hace veintitrés años monseñor Meurice Estiú en Santiago de Cuba. Por tanto, la idea de Patria no es privativa de grupo alguno. Nadie en Cuba tiene en sus manos la vara que señala quién es patriota y quién no lo es, porque sencillamente esa vara no existe. Todos los actores son válidos, ningún mesías colocó llaves en las manos de nadie para que administre en su ausencia. No hay aquí primus inter pares, solo pares.

Para generar ese cambio e iniciar un proceso efectivo de reconciliación nacional, existe un actor primordial: el propio Gobierno cubano. La capacidad podría poseerla per se. Sin embargo, para desatar esa potencialidad, antes tendría que fomentar una reflexión en torno a si un sistema ideológicamente inclusivo sería posible fungiendo un Partido único como «fuerza política dirigente superior de la sociedad y el Estado».

Que el proceso se genere desde dentro sería muy beneficioso, en tanto implicaría una suerte de «explosión controlada», que permitiría mantener lo bueno logrado en estos años y enmendar definitivamente lo malo acumulado. Pero sin aspirar a tanto, muchas cosas serían posibles para mejorar la situación actual. No olvido que pesa sobre nosotros un bloqueo de décadas, pero hay soluciones domésticas que el Gobierno podría implementar sin tardar tanto ni esperar por decisiones foráneas.

Veamos apenas un ejemplo: ¿por qué si existe el bloqueo hemos conseguido un desarrollo biotecnológico como el que tenemos? La respuesta: por voluntad política. Entonces, cuál es la razón para no dejar que nuestros campesinos produzcan o que nuestros emprendedores innoven, sin procedimientos absurdos mediante, prohibiciones inexplicables y burocracias que lo lastran todo. La respuesta es la misma que antes: voluntad política. La negativa de los que dirigen a admitir presiones ciudadanas —consideradas en todos los casos como ajenas y financiadas desde el exterior—, no permite avizorar un escenario de cambios en un plazo cercano. Como expresa la Primera Ley de Newton: «Todo cuerpo persevera en su estado de reposo o movimiento uniforme y rectilíneo a no ser que sea obligado a cambiar su estado por fuerzas impresas sobre él».

Un elefante acostado cómodamente no se moverá sin el estímulo correcto. Sin embargo, el germen de ese estímulo existe hace mucho e incluso todavía es posible contenerlo de manera positiva, pero la morosidad y el atrincheramiento en este tipo de procesos políticos ya se sabe las consecuencias que provoca. Recordemos, por ejemplo, que después de décadas pidiendo la autonomía, el gobierno español se la concedió a la Isla de forma efectiva el 1ro. de enero de 1898, el mismo año que tuvo que recoger sus maletas y retirarse del Palacio de los Capitanes Generales después de haber perdido la guerra. El elefante solo se movió cuando era tarde y, por tanto, pereció.

Podría incluso especularse —y esto ya es pura teoría de la conspiración— que algunos, en las más altas esferas del poder, desoyen reclamos justos, traban procesos y propician un ambiente de confrontación porque, de hecho, quieren matar al elefante. No sería descabellado pensarlo, si se tiene en cuenta que no pocos por esos lares tienen los suficientes contactos y capital para salir bien parados de cualquier convulsión, como sucedió en la URSS y otros países ex socialistas. Con satisfacción mostrarían, años después, en giras por universidades y cenas de protocolo, la cabeza disecada del elefante y dirían: «Yo ayudé a matarlo y lo hice desde adentro». Pero eso es solo teoría de la conspiración.

Si ese proceso efectivo no se genera en una interrelación dialéctica de los de arriba con los de abajo y permite a las instituciones del Estado propiciar espacios de diálogo abiertos a disímiles voces –todas las que en su horizonte tengan la soberanía de la nación–; entonces el cambio puede aflorar de cualquier lugar. Si es así, será tan extremo como extremas sean las posturas de quienes lo dirijan.

Lo que está en juego no es la pervivencia de un proyecto político, finito como todos los de su naturaleza, sino la salud misma de la nación, que es algo mucho mayor. Entender la dimensión espiritual diversa de la cubanidad, respetarla y darle espacios para su desarrollo es imperioso. Los cubanos necesitamos reconciliarnos sobre la base del respeto y el reconocimiento que se deben aquellos que son hermanos.

José Manuel González Rubines
La Joven Cuba, 18 de marzo de 2021.

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