lunes, 22 de noviembre de 2021

Cuba y la excepcionalidad (I)


Cuba, antes de 1959, era percibida dentro del contexto latinoamericano como un país en cierta medida singular, dada su historia marcada por la condición de isla, la mayor de Caribe, en una locación geográfica privilegiada. La posición económica infinitamente más holgada que tenía el país frente a muchas de sus contrapartes latinoamericanas contribuyó a profundizar esta percepción. Esta singularidad, no obstante, se contrastaba por ciertos temas que compartía con el resto de los países regionales: pobreza, distribución desigual de la riqueza, inestabilidad política, debilidad democrática, corrupción, injerencia extranjera -principalmente estadounidense-, y un sistema político y económico capitalista marcado por una alta dependencia externa.

Con la llegada de Fidel Castro al poder, esta percepción se modificaría: lo singular se convertiría en excepcional. El derrocamiento de la dictadura de Batista instauraría un sistema político y económico claramente diferenciado de aquel del resto del continente, con un sistema totalitario tipo sultánico, de corte nacionalista y dominado por una ideología marxista-leninista, que establecería una relación muy conflictiva con la nación que hasta entonces había sido hegemónica en la isla: Estados Unidos.

El nuevo régimen cubano establecería desde temprano una nueva relación de dependencia -igualmente asimétrica y no exenta de conflictos como en las relaciones pasadas-; esta vez con una potencia extracontinental: la URSS y su universo de satélites, que si bien no sería muy diferente de la que había tenido Cuba con Estados Unidos en términos de dependencia económica, sí se diferenciaba radicalmente del tipo de relación dependiente que caracterizaba al resto de los países latinoamericanos. La relación cubano-soviética se definía por variables ideológicas y estratégicas que otorgaban al régimen de Castro un valor mucho más apreciado por la dirigencia soviética que el anterior a 1959. Esta valoración implicó que los soviéticos fueran más proclives a asumir riesgos y a absorber costos en aras de mantener a Cuba en el eje comunista alineado con la URSS.

Precisamente por ello, la URSS se convirtió en un mecenas sumamente generoso, que posibilitó un acceso irrestricto de Cuba a un mercado enorme, a tasas de interés nulas o muy bajas, y a tecnologías atrasadas. Esto permitiría la continuidad de un modelo monoproductor/exportador de azúcar y materias primas básicas a un mercado único; cuyos vastos y variados subsidios económicos le posibilitarían al régimen de Castro construir un sistema complejo de distribución de recursos, muy ineficiente e incapaz de autosostenerse, con consecuencias significativas y excepcionales para el país:

  • Se generó de un nuevo mecanismo redistributivo de la riqueza, que disminuyó los niveles de desigualdad económica, con un proceso paralelo de desaparición de las clases altas y medias en el país, y a la creación de una nueva casta burocrática que se impuso por encima de todos los estratos sociales.
  • Se creó un extenso sistema universal gratuito de educación y salud pública, que permitió al país superar con creces en términos estadísticos los índices de desarrollo humano regionales.
  • Se concentró todo el poder económico en manos del Estado, que se convirtió en el ente planificador central de toda la actividad económica nacional -con la exclusión total de mecanismos de mercado-, lo que consolidó el sistema totalitario sultánico basado en la toma de decisiones clave por una sola persona.
  • Se puso en operación un abultado y costoso mecanismo propagandístico -inusual para un país pequeño y pobre- encargado de amplificar los “logros” del sistema autoritario cubano.
  • Se rediseñó el sistema diplomático cubano republicano, que se amplió considerablemente con el aumento del personal del servicio exterior y las embajadas, permitiendo que el Estado cubano pudiese ejecutar una política exterior equiparable a la de grandes potencias.
  • Se edificó un enorme sistema militar y de seguridad interior muy sofisticado -para nada correspondiente con un país del tamaño de Cuba, capaz de intervenir en conflictos internacionales bajo la tónica de exportar el excepcionalismo revolucionario cubano.

Efectivamente, la combinación del mesianismo castrista con los subsidios de los soviéticos y los países bajo su eje posibilitaron que el régimen cubano reforzara su condición de excepcionalidad, caracterizada por un sistema político y económico diferente al regional, con un sistema totalitario calcado del soviético y un partido único en el poder que desmanteló todo vestigio democrático en el nuevo sistema político, mientras nacionalizaba y estilizaba todo el entramado económico.

Lo excepcional en el contexto latinoamericano se haría aún más latente ante la creciente hostilidad en las relaciones bilaterales cubano-estadounidenses, marcadas por un embargo económico de Washington hacia Cuba desde 1960 -único en aquel momento en la región-, que hacía percibir a Cuba como una isla pequeña, pobre, capaz de mantener un sistema sociopolítico justo y distinto al regional, frente a un enemigo poderoso como Estados Unidos, al que, contra todo pronóstico y en desigualdad de condiciones, se enfrentaba con éxito.

¿Cómo se reflejaría esta situación de excepcionalidad cubana en la literatura académica, principalmente producida en occidente, que desde 1960 y hasta la actualidad ha lidiado con el tema cubano?

La caída de Batista y el ascenso al poder de Fidel Castro sería desde inicios de los años 60 un tema central para la academia occidental, que abordaría la excepcionalidad de la nueva Cuba con dos lentes: uno que pudiéramos llamar excepcional positivo y otro, excepcional negativo. El primer grupo reflejaría en los análisis tempranos del proceso revolucionario cubano una profunda admiración por el nuevo régimen, como la que se refleja en el texto de C. Wright Mills -escrito antes de la proclamación del carácter socialista del país-, donde declaraba que el modelo novedoso de cambio de régimen instaurado en Cuba por Fidel Castro era atractivo y dinámico, sin alianzas con el Este ni con el Oeste, y condenaba enérgicamente la oposición estadounidense hacia el nuevo gobierno.

Sartre, en el mismo año, declaró que la Revolución cubana era un proceso poco ortodoxo con una ausencia ideológica que unificaba al caudillo, Fidel Castro, con su pueblo, en una unión de singular guerra permanente contra sus enemigos internos y externos. Para 1961, Waldo Frank le daba la bienvenida “al nacimiento de una nueva nación”, con un carácter de excepcionalidad, que inauguraba un proceso autóctono que les devolvía la isla a los cubanos.

Una categoría de análisis más neutral hacia lo que se consideraba un proceso revolucionario excepcional en la región se reflejó en las reseñas de Herbert Matthews sobre Cuba publicadas en 1961. Estas reseñas, con un enfoque periodístico y no académico, prestaron mucha atención a la figura de Fidel Castro como un personaje extraordinario. Para este autor, era un ser complejo con rasgos "comunistoides", muy irracional, emotivo e impredecible, que se veía empequeñecido por la cadena de acontecimientos que había iniciado. Matthews observaba con claridad la tendencia hacia la dictadura manifestada desde temprano por Castro, cuyas sus raíces estaban en la relación entre su personalidad hambrienta de poder y los problemas de la nueva Cuba. Al sopesar los pros y los contras del proceso, concluía que, en conjunto, la Revolución había sido buena para Cuba. A pesar de la creciente influencia comunista, creía que esta seguiría siendo una revolución única, exclusivamente cubana, en lugar de comunista.

Lo excepcional negativo en el análisis se impuso después de la invasión a Playa Girón y la confirmación oficial de la alianza cubano-soviética a raíz de la proclamación, en abril de 1961, del carácter socialista del proceso revolucionario. Nadie mejor para ilustrar esta segunda categoría que la obra académica de Theodore Draper: Castro’s Revolution: Myths and Realities y Castroism: Theory and Practice. Como se puede adivinar por los títulos, el foco de ambos libros recae sobre Fidel Castro y su rol durante y después del triunfo revolucionario, la naturaleza de clase media del movimiento que lo apoyó y la transición al comunismo del gobierno revolucionario.

En ambos libros, Draper hace un análisis teórico de lo que considera la “revolución traicionada”, mostrando a Castro como un hombre que constantemente engañaba a los cubanos, sobre todo a las clases medias, con el afán de ganar respaldo, para después perjudicarlos una vez consolidado su poder. Draper plantea que la Revolución, más que el producto de un auténtico levantamiento basado en condiciones sociales y políticas particulares, fue el resultado de un proceso de manipulación política, donde el marxismo le otorgó a Fidel Castro el medio ideal para usar al Estado de una manera ilimitada e irrestricta con el fin de cambiar el orden social, mientras el leninismo lo proveyó de un poder ilimitado y sin restricciones sobre el Estado mismo. Un excepcionalismo que tendría consecuencias terribles para Cuba.

Otra de las críticas más prominentes provendría de un marxista alemán, Boris Goldenberg, quien vivió en Cuba hasta 1960. En su libro, The Cuban Revolution in Latin America, ve a la Revolución cubana también como una anomalía regional que pertenecía al “tipo de revoluciones totalitarias”, en consonancia con la rusa, la china, o coreana del norte, donde el camino al socialismo era irreconciliable con el tipo de sociedades abiertas de la democracia representativa. Para él, resultaba claro que ciertas condiciones sociales y políticas habían empujado a Castro a tomar la decisión de pasarse al campo del socialismo totalitario; pero no creía que esta conversión fuera inevitable o necesaria para solucionar los problemas económicos, sociales o políticos del país.

Para finales de los años 60, Samuel Farber, un cubano exiliado que recién terminaba sus estudios de posgrado en la Universidad de California, Berkeley, presentó su tesis doctoral: una crítica demoledora a la gestión de Castro y a algunos sectores comunistas —o con inclinaciones— en el círculo del liderazgo de la Revolución, quienes eliminaron todo trazo de “humanismo” de su componente original, para transformarlo en un sistema comunista totalitario.

Para Farber, la revolución liderada por Castro, aunque muy diferente y única, seguía una lógica acorde al desarrollo de la sociedad cubana hasta que este utilizó hábilmente todas las condiciones especiales en el país para adecuarlas a sus propios intereses (una burguesía débil, hostilidades latentes de los trabajadores hacia el viejo régimen, tradiciones populistas y violentas, corrupción, etc.) y crear un Estado comunista bajo un liderazgo político unipersonal. La anomalía cubana no podía dibujarse de una manera más negativa.

En 1970, K. S. Karol, polaco educado en Rusia y residente en Francia, publicó un libro muy popular entre los estudiosos de la Revolución cubana en esa década. Su texto se enfocaba en la relación entre Fidel Castro y el comunismo a nivel nacional e internacional, donde los soviéticos eran los villanos que influían en el liderazgo cubano —encabezado por Fidel—, el cual comienza un proceso de estalinización y militarización de la Revolución. Karol, quien en los años 60 había mostrado simpatías por la Revolución cubana, manifiesta en el libro su pronta decepción por la lógica de un proceso que, en la búsqueda de su propia supervivencia, se había acercado a los soviéticos y su noción de socialismo. En conclusión, el acercamiento había convertido a Cuba y a su Revolución en una versión tropical del modelo socialista soviético y del este europeo tan detestado por él.

Un año después, Hugh Tomas publicó Cuba: The Pursuit of Freedom; referente obligado por años para los estudios cubanos en Occidente. El libro, que cubre la historia de la Isla desde 1762 hasta 1962, incluye un detallado recuento de los eventos del período revolucionario, la caída de Batista, el involucramiento estadounidense y el desarrollo de los primeros tres años del régimen revolucionario. En general, presenta una imagen muy crítica sobre la revolución castrista y la deriva de un régimen que pisoteó la democracia. Para él, la razón de esta involución era demasiado simple: el pueblo cubano había perdido completamente la fe en las instituciones democráticas establecidas, donde Castro simbolizaba su fin. Eso derivaría en un acercamiento hacia el comunismo soviético, como un proceso lógico dada la dependencia cubana del monocultivo de la caña de azúcar: los soviéticos o los estadounidenses eran las únicas opciones para un país dependiente como Cuba.

El enfoque muy centrado en la figura de Fidel Castro como un elemento primordial en la historiografía de la narrativa revolucionaria cubana continuaría en los años 70. Sin embargo, el análisis de su figura en el desarrollo y evolución de la Revolución sería analizado por algunos desde un ángulo que lo normalizaba en el ámbito regional. Este enfoque comenzaría a proyectarse más hacia el personalismo populista que, lejos de ser excepcional, había sido la regla en la política latinoamericana. Cuba under Castro: The Limits of Charisma, de Edward Gonzalez reflejó este proceso.

La investigación de este autor se centra en Castro dentro de un análisis de los sistemas de control personalistas bajo un líder que subordinaba todas las instituciones a su autoridad, habilidades políticas y lealtad personal. Para Gonzalez, esta concentración tan absoluta de poder garantizaba la durabilidad del sistema antidemocrático cubano, que se nutría de las maquinaciones políticas maquiavélicas de Castro. Incluso, iría más lejos al plantear que Fidel había manipulado la política cubana de tal manera que aun los comunistas del Partido Socialista Popular habían sido manipulados por Castro para mover el curso de la revolución hacia una posición más a la izquierda, que ayudó a consolidar su poder. Este “caudillo dominante” o “caudillo socialista” en la mejor vertiente latinoamericana —como le llamó Gonzalez— había creado una corriente “fidelista” que pasaba por encima de todas las instituciones y era la fuerza radicalizadora del socialismo cubano.

Las críticas al socialismo de características cubanas, ya consolidado y en pleno apogeo a mediados de los 70 con el Partido Comunista como brazo eficiente del poder castrista, tendrían también sus detractores desde la extrema izquierda. Así, Sam Dolgoff criticaba duramente el sistema socialista cubano y a Fidel Castro en particular. Según él, el “socialismo” totalitario cubano difería de los valores humanistas y libertarios del verdadero socialismo, y no poseía la más remota afinidad con las tradiciones libertarias de los movimientos socialistas y de los trabajadores cubanos.

El fin de la década de 1970 dejaba hasta el momento una historiografía escrita desde Occidente, muy sustancial y crítica hacia el proceso cubano, que gozaba de una salud antidemocrática envidiable. El I Congreso del Partido Comunista, celebrado en 1975, había otorgado un carácter más orgánico al partido único en el poder; que desde su transformación de Organizaciones Revolucionarias Integradas (1962) hasta su nombramiento oficial como Partido Comunista de Cuba (1965) había funcionado como un aparato de poder con cierta desorganización.

Después del I Congreso fue erigida una estructura organizacional partidista muy burocrática, lo que permitió una ampliación sustancial de sus funciones y militancia, que se correspondía con su nuevo rol oficial en el país: el de vanguardia de la sociedad. Este papel se oficializó con la aprobación de una nueva Constitución en 1976 que, con un componente soviético muy marcado, dotó de institucionalidad a un sistema netamente antidemocrático, camuflada con una supuesta descentralización política. La creación de la Asamblea del Poder Popular, a niveles locales y nacional, con asambleístas “electos” de manera directa e indirecta, marcó una nueva etapa que se reflejaría en la literatura relacionada con Cuba y su proceso político.

Este desarrollo inspiraría trabajos que responderían desde el castrismo a aquellos críticos que caracterizaban al régimen cubano como una anomalía totalitaria comunista y antidemocrática en la región. El clásico ejemplo es el libro compilado por Marta Harnecker, Cuba: Dictadura o Democracia, que trató de diseminar la narrativa oficial castrista por todo el mundo, con traducciones al inglés, portugués, y francés, además de siete ediciones en español. Harnecker —una chilena exiliada en Cuba, marxista, seguidora ferviente de Althusser, muy prominente entre la izquierda latinoamericana, y casada con Manuel Piñeiro (el jefe del subversivo Departamento América del PCC)— reuniría una serie de entrevistas y grabaciones hechas en espacios públicos controlados por la dictadura; todas uniformemente procastristas y con un entusiasmo inusitado hacia el “proceso revolucionario”, que pese a ello dejaría pasar ciertas quejas hacia la ineficiencia burocrática socialista, achacadas a los vestigios de subdesarrollo capitalista.

No debe resultar sorprendente la tesis de Harnecker: la Revolución cubana es una genuina democracia popular, que ofrece una participación total en la toma de decisiones a una ciudadanía activa y comprometida. La excepcionalidad positiva cobraba una nueva dimensión acá, que se ampliaría en los años 90 con un enfoque amable del excepcionalismo castrista, que debía ser imitado.

Asimismo, se inauguraría además una nueva dinámica que no se centraba en la mera crítica o alabanza a la estructura de poder construida por Castro, sino en el estudio histórico de la evolución política de un proceso ya consolidado y el análisis de las partes fundamentales que permitían su funcionamiento. El libro de Jorge I. Domínguez, Cuba, Order and Revolution (1979), es un ejemplo de este nuevo enfoque práctico que investigaba la manera en que Cuba había estado gobernada bajo la égida castrista, profundizando en los roles desempeñados por diversos grupos de interés, organizaciones de masas y el ejército. Un elemento fundamental de este texto —derivado de esos subsidios soviéticos que garantizaban un Estado inflado más allá de su capacidad real para sostenerse— se concentraba en el impacto de las relaciones internacionales del régimen, que para Domínguez sobrepasaban el tamaño real de un país como Cuba.

Publicado en 1988, con el mismo patrón de análisis inaugurado por Domínguez, fue el libro de Max Azicri, quien trató de producir un sumario del sistema político cubano posterior a 1959, con un análisis minucioso del papel que jugaban el ejército, el aparato del PCC, los Comités de Defensa de la Revolución (CDR) y otras organizaciones de masa en el funcionamiento de una estructura política, donde la ideología era el eje aglutinador. El problema con el libro de Azicri es que también inauguró un tipo de estudio sobre Cuba y su Revolución que, aunque declaraba ser objetivo, sus simpatías por el proceso investigado eran palpables y las fuentes, en su mayoría, favorables más que objetivas. El tratamiento de muchos de los temas que aborda en el libro era —digamos— ingenuo, como las políticas de eliminación del racismo, la creación de un nuevo código de familia o los cambios estadísticos en los números de divorcio y de migración externa e interna. Estos serían dibujados desde una visión romántica sin un desbroce profundo de las interioridades de los procesos que trabajaba.[vii] Este fenómeno se volvería muy común en los trabajos académicos sobre Cuba en las décadas de 1990 y 2000.

Oscar Grandío Moráguez
Hypermedia Magazine, 17 de septiembre de 2021.
Video realizado por Charles Trainor Jr, del Miami Herald, con algunas de las imágenes hechas en Cuba por su padre, el fotógrafo Charles L. Trainor, durante los días del triunfo de la revolución de Fidel Castro, en enero de 1959.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Los comentarios en este blog están supervisados. No por censura, sino para impedir ofensas e insultos, que lamentablemente muchas personas se consideran con "derecho" a proferir a partir de un concepto equivocado de "libertad de expresión". También para eliminar publicidad no relacionada con los artículos del blog. Por ello los comentarios pueden demorar algunas horas en aparecer en el blog.