lunes, 30 de enero de 2023

La canción al servicio del poder

Hace 50 años, el 2 de diciembre de 1972, se fundó en Manzanillo, en la actual provincia Granma, el Movimiento de la Nueva Trova, que significó la institucionalización y definitiva puesta al servicio del régimen castrista del grupo de intérpretes que se dedicaban a la canción de autor.

La plena adhesión al castrismo de los cantautores quedó demostrada en la fecha escogida para crear el Movimiento: la del aniversario del desembarco del yate Granma, en el que en 1956, Fidel Castro, al frente de un grupo armado de 82 hombres, regresó a Cuba para iniciar la insurrección contra el régimen de Batista.

Para reforzar aún más el simbolismo, antes de la reunión en que quedó constituido el Movimiento, luego de la lectura de una pomposa declaración que proclamaba que “la canción es un arma de la revolución”, sus integrantes habían realizado una kilométrica caminata desde Playa Las Coloradas, en Niquero, sitio del desembarco, hasta Manzanillo.

Debido a los prejuicios y aprensiones de los comisarios con la ambigüedad de los textos de algunas canciones, las melenas, la vestimenta y las inclinaciones por la música extranjera de muchos de los cantautores, con la Nueva Trova ocurrió como solía pasar antaño en el campo con muchos niños, principalmente los bastardos: fue reconocida tarde e inscrita oficialmente con años de retraso.

Los que integraron el Movimiento de la Nueva Trova, quedando uncidos a la coyunda oficial, llevaban más de cinco años cantando y componiendo lo que entonces era conocido como “canción protesta” (Silvio Rodríguez, Pablo Milanés y Noel Nicola habían tenido su primera presentación el 18 de febrero de 1968, en la Casa de las Américas).

El surgimiento de estos cantautores en Cuba respondía a un fenómeno mundial. Mucho antes de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, ya existía la canción política y social abordada de modo poético y filosófico en muchos otros países. En Estados Unidos, luego de Woody Guthrie y Pete Seeger, en los primeros años de la década de 1960, surgió el folk con intérpretes como Bob Dylan, Joan Baez, The Kingston Trio y Peter, Paul and Mary.

También existían este tipo de cantautores en España (Paco Ibáñez, Joan Manuel Serrat y la Nova Cançó catalana), Argentina (Atahualpa Yupanqui y la Nueva Canción de Armando Tejada Gómez y Tito Francia), Chile (Violeta Parra), Uruguay (Alfredo Zitarrosa y Daniel Viglietti) y hasta en la Unión Soviética (Vladimir Vysotsky).

Lo extraordinario de la Nueva Trova es que, a diferencia de los cantores de otras partes del mundo, que eran críticos y rebeldes frente a los gobiernos de sus países, los de Cuba servían de voceros y propagandistas del régimen.

Los cantautores de la Nueva Trova, pese a las intenciones que declaraban, no estaban tan estrechamente vinculados al folklore como sus colegas de otros países. Solo Pablo Milanés evidenciaba sus influencias del son, la trova tradicional, el bolero, la guajira y el feeling. Silvio Rodríguez estaba más influido por los Beatles y Bob Dylan que por Sindo Garay, Violeta Parra o Atahualpa Yupanqui, como alegaría posteriormente.

Las inquietantes y muchas veces crípticas primeras canciones de Silvio Rodríguez encarnaron el sentir de una generación de jóvenes cubanos para los que la vida cambiaba vertiginosamente sin que las consignas que repetían bastaran para explicar aquellas transformaciones traumáticas, el sacrificio de su individualidad y la conversión del país en un campamento de trabajo forzado.

Vapuleados por la censura y la intolerancia oficial, Silvio Rodríguez y Pablo Milanés llegarían a estar tan censurados como el rock. Pablo fue enviado a las UMAP, y Silvio, luego del cierre del programa televisivo Mientras tanto y de su intempestiva interpretación de Resumen de noticias en el Festival de Varadero 70, fue a parar al barco pesquero Playa Girón, para que expiara sus pecados ideológicos.

Ambos cantautores emergieron rehabilitados del castigo, como revolucionarios incomprendidos que reclamaban su turno en la construcción de la sociedad socialista, con sentimiento de culpa y una patética autocompasión a cuestas por “no estar a la altura del momento histórico”.

En 1969, asignar a Silvio Rodríguez, Pablo Milanés y Noel Nicola al Grupo de Experimentación Sonora, para que hicieran música para películas y documentales, fue el modo que hallaron Haydée Santamaría y Alfredo Guevara, directores de la Casa de las Américas y el Instituto Cubano del Arte y la Industria Cinematográfica (ICAIC), respectivamente, de usar sus poderes e influencias para protegerlos de los vientos inquisitoriales que corrían en vísperas del inicio del Decenio Gris.

El Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC fungiría como reformatorio, academia musical, taller experimental y escuela de instrucción política. Cuando se desintegró, ya los cantautores habían probado su incondicionalidad al régimen. Convertidos en los cantores de la Revolución de Fidel Castro, como antes fue Carlos Puebla, en las décadas de 1970 y 1980 fueron ensalzados por la cultura oficial. Así, el espacio dedicado a Silvio Rodríguez en el Diccionario de la Música Cubana fue mayor que el concedido a Ernesto Lecuona.

Durante el Período Especial, los multitudinarios conciertos de la Nueva Trova en la Plaza de la Revolución o la escalinata de la Universidad de La Habana tenían el objetivo de potabilizar para los jóvenes un discurso que ya mostraba señales irreversibles de desgaste. Aquellos conciertos constituyeron el canto de cisne del Movimiento.

Por aquellos días, cantautores como Carlos Varela empezaban a mostrarse agudamente críticos del sistema. En sus abarrotados conciertos, los jóvenes coreaban las canciones y gritaban y aplaudían a la menor alusión a la situación nacional. La ambigüedad en los textos de las canciones de la llamada Generación de los Topos o los Novísimos era ya lo único en común con sus antecesores. Pero eran más irónicos, nihilistas y cínicos. Se había producido una ruptura con la Nueva Trova y sus implicaciones estéticas y políticas.

Las ataduras a la maquinaria estatal, que limitó el talento de muchos artistas y los convirtió en comisarios-burócratas, terminaron por asfixiar a la Nueva Trova y provocar su derrumbe.

De los fundadores de la Nueva Trova solo sobrevive Silvio Rodríguez, que, aunque sigue apoyando al régimen, en su blog Segunda Cita suele evidenciar que ha empezado a distanciarse. No tanto como Pablo Milanés, quien murió el pasado 22 de noviembre en España, y hacía más de 25 años que se mostraba contrario al castrismo.

De la Nueva Trova quedaron muchas buenas canciones. Y también muchas otras cansonas y panfletarias, como las de Sara González y Vicente Feliú, que hoy sólo se escuchan en las ceremonias oficiales, como parte de la liturgia castrista. Es la música obligada en las fechas luctuosas. La melancólica banda sonora para “un viejo gobierno de difuntos y flores”.

Luis Cino
Cubanet, 2 de diciembre de 2022.

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