lunes, 17 de julio de 2023

El hijo de un zar estuvo en Cuba en 1872

Cuando La Habana despertó el martes 27 de febrero de 1872, ya sus calles habían sido engalanadas para recibir al Gran Duque Alekséi (Alejo, 1850-1908) Aleksándrovich Romanov, hijo del zar Alejandro II de Rusia.

La escuadra imperial arribó a la bahía proveniente de Estados Unidos, comandada por el Almirante Konstantín Nikoláievich Possiet y estaba integrada por las fragatas Bogalye, Svetlana, Vsádnik y Almirante General, la corbeta Ignátiev y la cañonera Abrek. Navegaban en la escuadra 200 oficiales y más de 3 mil marineros.

Una multitud curiosa, en el muelle de Caballería, disfrutó el espectáculo. Otros integrantes de la nobleza que acompañaban a Alejo eran los príncipes Jacob Schakolski y Sergy Uktomsky, los condes Shouwalff, Oloenlieff, M. Vesselag, consejero de Estado y el general M. Metchin.

A la fragata Svetlana fue a expresarle la bienvenida el general Francisco de Ceballos y Vargas, segunda figura en la jerarquía política y militar del Gobierno colonial en la isla. Parece que el Duque llegó muy cansado, pues decidió pernoctar en su nave. El desembarco se efectuó al día siguiente, en horas de la tarde.

La Banda de los Guías interpretó la Marcha Real Rusa para darle la bienvenida a la ilustre comitiva. Por la noche, Blas de Villate y de la Hera, Conde de Valmaseda, Capitán General de la Isla, le ofreció un banquete, al que asistieron varios generales, los condes de Cañongo, O’Reilly y los marqueses de Aguas Claras y San Carlos, además de representantes del cuerpo diplomático.

Después, a las nueve, paseó por las calles de la Muralla y Mercaderes, adornadas para la ocasión, mientras iba al Teatro Tacón, donde la orquesta tocó la Marcha Real y disfrutó del primer acto de la ópera buffa Cisprino e la Comare.

En la mañana del día siguiente, el Duque Alekséi, quien fue nombrado jefe de la Guardia Naval Imperial en 1873, se trasladó en tren desde la Estación de Villanueva hacia el Canal de Vento. Allí almorzó, junto con autoridades del Ayuntamiento y los súbditos rusos.

El sábado, a bordo de la fragata Svetlana, celebró el advenimiento al trono de su padre, aniversario que se festejaba ese día. Desde La Cabaña, los buques anclados en la bahía dispararon balas de salva. A bordo efectuaron un acto solemne.

Una cena espléndida le aguardaba al Duque en la Quinta de Santovenia, donde se alojó durante su estancia. Interesado en conocer las costumbres de los cubanos, aceptó la invitación para asistir a una pelea de gallos finos en Marianao, el domingo por la tarde, así contada por un cronista del Diario de la Marina:

"A la una y media de la tarde salía del paradero de Concha una máquina exploradora, vistosamente engalanada con banderas y gallardetes de todos colores entre los que figuraban el pabellón Nacional y el del Imperio ruso. Poco después seguía otra máquina que parecía en el brillo de los metales acabada de salir del taller de fabricación ostentando los pabellones español y ruso y una hermosa águila dorada al frente en posición de contemplar ambas banderas. Seguíala un coche conduciendo una banda de música de uno de los batallones de voluntarios, otro coche de primera con personas del séquito de su S. A. y por último el coche imperial donde iba su alteza con el señor Gobernador político y otras muchas personas distinguidas de la que empañaban al príncipe y de las de La Habana. Todos los coches muy limpios y pintados, el coche imperial estaba ricamente en tapizado y fileteado con molduras de oro".

Al evento acudieron muchos habaneros, pues era una lidia con acceso libre al público. Las banderas de Rusia y España sobresalían en el teatro, convertido en valla de gallos. Con el hijo del Zar estaba el Conde de Valmaseda, oficiales de la Marina de su país, Estados Unidos, Inglaterra y de otras naciones. Julián de Zulueta y Amondo, famoso traficante de esclavos y político español, marqués de Álava, uno de los hombres más acaudalados de Cuba, lo recibió en su palacete ubicado en la villa de Marianao y en la cual merendaron el viajero y sus acompañantes, unas setenta personas.

Al caer la noche, disfrutó de un bailable que se extendió hasta las dos de la madrugada, en los salones del Palacio de los Capitanes Generales. Pormenores del baile narrados por el cronista del Diario de la Marina:

"A las diez y media llegó S.A.I.-El Excelentísimo SR. Capitán General y una comisión del Excem. Ayuntamiento recibieron al príncipe Alejo al pie de la escalera de Palacio. Una compañía del primer batallón de Ligeros, que estaba de servicio, con bandera y música, hizo los honores al ilustre huésped, y la música de Bomberos, colocada en el patio, tocó la marcha imperial de Rusia, mientras S. A, subía los salones, cuyas orquestas lo recibieron a los sones del himno real español. El primer rigodón (danza de origen francés) oficial o de honor lo formaron las siguientes parejas: el Príncipe Alejo, con la elegante Condesa de Jibacoa (…) Conde de Valmaseda con la gentil Rita Duquesne. Bailaban además en el cuadro, el Conde de Cañongo con la distinguida señora de Zulueta; el general Ceballos con la bella Lola Morales de Sandoval; el ayo de S.A.I. con la esbelta y amable Dolores Pedroso de O’Reilly y el capitán Clainer, de la armada rusa, con la hermosa Condesa de Romero".

Apenas León Crespo de Laserna, alcalde del Ayuntamiento de Matanzas, conoció la visita del Duque, viajó a La Habana con otras personalidades para invitarlo a recorrer la Ciudad de los Puentes, el valle de Yumurí y las Cuevas de Bellamar. El 4 de marzo se materializó la visita. En la fragata Svetlana primero viajó a Regla. Allí el Gobernador de Guanabacoa y los alcaldes de esa villa y de Regla le tributaron un breve homenaje antes de que partiera en el tren imperial. Luego hizo escala en Jaruco donde también lo recibió la máxima autoridad.

En Matanzas, cuando arribó al paradero de García, en el Castillo San Severino una salva de veintiún cañonazos dio la bienvenida y avisó a la población que, previamente, había decorado las fachadas de sus viviendas. Distinguidas personalidades, la Banda de música y numerosa escolta de policías, lo esperaban en el andén, asi como Batallones del Cuerpo de Voluntarios, tal como informaba el Diario de la Marina:

"De esta plaza recibirán con los honores de ordenanza cubriendo la carrera desde el paradero de García por la calzada de Tirry, plaza de La Vigía, calles Del medio, Ayuntamiento y Plaza de Armas, para tomar las de Contreras, Dos de Mayo, Daoiz e Isabel II, hasta el alojamiento que se le tiene preparado en la pintoresca quinta situada en las Alturas de Simpson, de la propiedad del señor don Félix González Torres".

En todos los edificios del Estado se izó la bandera de España mientras duró la visita del Duque. Con el fin de apreciar el Valle del Yumurí, la tarde de su llegada, se dirigió a la Cumbre, a la quinta de Manuel Mahy y León. El panorama le causó profunda admiración. Según testigos quedó embelesado y se le escuchó decir: “Para ser el valle el paraíso terrenal, solo faltan Adán y Eva”.

A las 7 de la noche, asistió en la Casa Consistorial a un banquete organizado por el Ayuntamiento, amenizado por una serenata de las bandas de música del Ejército. Los dueños de los restaurantes Louvre y La Diana estuvieron a cargo del menú. También disfrutó, brevemente, de un baile de máscaras en el Casino Español.

Al día siguiente estuvo en las famosas Cuevas de Bellamar. La caravana de quitrines partió temprano, después de observar aquel escenario extraordinario de la naturaleza, el propietario de las cavernas le regaló, como recuerdo, una caja con estalactitas y estalagmitas y el Duque dio 100 pesos a los jóvenes que llevaron los hachones, para iluminarle el camino, durante el recorrido.

Otro obsequio que recibió, antes de regresar a La Habana, fue un cuadro bordado por niñas del Asilo de San Vicente de Paul. En el fondo aparecían las armas de Rusia. Agradecido, el Duque hizo un donativo a la casa de beneficencia.

En las memorias de aquel intenso viaje se cuenta que, casi al partir de la isla, llegó de Matanzas el fotógrafo Sicre con una de sus creaciones “hermosa vista de la pintoresca ciudad de los ríos” para que la llevara como recuerdo. No tuvo tiempo ni para la siesta. Llegó de Matanzas y fue a una corrida de toros y de noche al teatro.

Los biógrafos de Alekséi (Alejo) Aleksándrovich Románov coinciden en que sentía predilección hacia las bellas artes y fue militar para complacer a su padre. Se le recuerda a principios del siglo XX, rodeado de escritores, pintores y actores, en su mansión parisina. Por ello, no podía irse de La Habana sin disfrutar la cartelera del Teatro Tacón. Estuvo en la función de beneficencia dedicada al actor italiano Enrico Tamberlick.

Hay un dato curioso y es que la presencia del integrante de la dinastía Romanov inspiró al autor J. Ángeles a componer un himno. En Cuba solo se había realizado un baile oficial en los buques de guerra y ocurrió en 1838 para celebrar el nacimiento del Príncipe de Asturias. El segundo evento de esta naturaleza ocurrió en la fragata Gerona, convertida en un palacio flotante, con motivo del homenaje al Duque ruso. Barcos iluminados. La orquesta sinfónica de Lottin amenizó el baile al que asistieron miembros de la nobleza criolla y española, las máximas autoridades del Gobierno y oficiales de mayor rango, de varias nacionalidades.

De acuerdo con la prensa, 3 mil personas se sumaron a los festejos navales. Hasta las 4 de la mañana del 7 de marzo de 1872 estuvo de parranda el miembro de la familia Romanov. El 7 de marzo se trasladó, en un tren especial, desde la estación de Villanueva hasta Güines. Iba rumbo al ingenio Las Cañas, del señor Juan Poey y lo acompañaban treinta distinguidas personalidades. Los paraderos fueron engalanados y en las poblaciones salían a saludar a la comitiva integrada por el Gobernador de la isla, autoridades militares, civiles y judiciales, los cónsules de Rusia, Estados Unidos, Inglaterra, entre otros.

En Güines los recibió el Ayuntamiento en pleno con exquisitos vinos, dulces y helados. En treinta carruajes se trasladaron a la fábrica de azúcar, donde explicaron al Duque cómo era el sistema industrial. Un banquete cerró la excursión, antes de marcharse el aristócrata ruso regaló un diamante a Poey.

Llegaron casi a medianoche a La Habana porque la locomotora que iba delante para evitar cualquier imprevisto, se descarriló en San Felipe e impedía el paso. Al día siguiente, celebraron una regata internacional en la Bahía, en la que el hijo del zar presidió el jurado del certamen. El primer premio de las lanchas a vapor correspondió a los alemanes con gazelle, en las canoas con remos los ingleses se llevaron la victoria y los estadounidenses en las lanchas. La competencia terminó con bailes y comidas.

El Duque aceptó conocer otro de los pilares de la economía cubana: la producción de tabaco. Recorrió en la mañana del sábado los talleres de la fábrica Cabañas y Carbajal, de Anselmo González del Valle. Mientras el dueño disertaba, un operario elaboraba un puro imperial para regalar al ruso, quien agradecido le dio una onza de oro.

Después de declarado Huésped de Honor por el Ayuntamiento, aquel duque, fiestero y culto de la bella Habana se marchó feliz rumbo a Río de Janeiro y de ahí al Lejano Oriente.

José Antonio Quintana García
On Cuba News, 26 de febrero de 2023.
Foto: Alekséi Aleksándrovich Romanov (1850-1908), hijo del zar Alejandro II de Rusia. Tomada de On Cuba News.

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