lunes, 8 de enero de 2024

Loar a dictadores y genocidas (II)

En septiembre de 1937, el poeta y dramaturgo español Miguel Hernández (1910-1942) viajó a la Unión Soviética,donde permaneció del 1 de septiembre al 5 de octubre. como parte de la delegación oficial que el gobierno de la II República Española envió para asistir al V Festival de Teatro Soviético. Visitó Moscú, Leningrado, Kiev y Járkov. Sus impresiones de aquella estancia en “la patria espiritual de los trabajadores” las plasmó en tres poemas: “España en ausencia”, “Rusia” y “La fábrica-ciudad”. También escribió un artículo titulado “La URSS y España, fuerzas hermanas”, al cual pertenece este fragmento:

“En los pueblos de la URSS como en los de España late un sentimiento familiar, fraternal de la vida, cegado en otros países, y en los del dominio fascista sobre todo, por un resentimiento de castrados incapaces de convivir con sus semejantes y sólo capaces de hacer arma mortífera de sus calamidades y defectos (...) En los trenes, en las calles, en los caminos, donde menos se esperaba, el pueblo soviético venía hacia nosotros con los brazos tendidos de sus niños, sus mujeres, sus trabajadores. España y su tragedia tienen una resonancia profunda en el corazón popular de la URSS; y yo he traído de allá una emoción y una decisión de vencer, exasperada por el entusiasmo que vi reflejado en cada boca, en cada mirada, en cada puño de aquellos habitantes que aprendieron desde lejos gritándola nuestra dura consigna de no ser vencido: ¡No pasarán!”.

En Járkov visitó sus enormes fábricas de tractores, a las cuales dedica un impresionante poema titulado: “La fábrica-ciudad”, que más tarde incluyó en su libro El hombre acecha (1937-1938). En ese texto expresa su admiración por la potencia industrial soviética que ve desarrollarse ante sus ojos. Eso lo adelanta en la breve nota que agrega debajo del título: “(En una ciudad de la URSS –Jarkov– he asistido al nacimiento multiplicado, numeroso, rápido del tractor)”. Es, ya digo, un hermoso poema, del cual extraigo estos versos: “Id conmigo a la fábrica-ciudad: venid, que quiero/ Contemplar con los pueblos las creaciones violentas,/ La gestación del aire y el parto del acero,/ El hijo de las manos y de las herramientas./ La fábrica se halla guardada por las flores,/ Los niños, los cristales, en dirección al día./ Dentro de ella son leves trabajos y sudores,/ Porque la libertad puso allí la alegría”.

Al igual que ese texto, “Rusia” pasó a integrar su libro El hombre acecha. Se trata de una oda a la Unión Soviética, en la que el poeta, como apunta Josep Esquerrà i Nonell, “trata de abarcar con su ideal mirada la extensa tierra que recorre, «nación del trabajo y la nieve», la patria del comunismo, última utopía cristiana y esperanza para la España en guerra, necesitada de ayuda internacional”. Por el interés que tiene en cuanto al tema de este trabajo, reproduzco las estrofas cuarta, quinta y sexta:

Ah, compañero Stalin: de un pueblo de mendigos
has hecho un pueblo de hombres que sacuden la frente,
y la cárcel ahuyentan, y prodigan los trigos,
como a un inmenso esfuerzo le cabe: inmensamente.
De unos hombres que apenas a vivir se atrevían
con la boca amarrada y el sueño esclavizado:
de unos cuerpos que andaban, vacilaban, crujían,
una masa de férreo volumen has forjado.
Has forjado una especie de mineral sencillo,
que observa la conducta del metal más valioso,
perfecciona el motor, y señala el martillo,
la hélice, la salud, con un dedo orgulloso.

A propósito de ellas, en su artículo “Miguel Hernández en el país de los soviets” el antes citado Esquerrà i Nonell sostiene que “Hernández, como una gran parte de los poetas, artistas e intelectuales de su tiempo, creyó en la persona de Stalin llevado por sus ideales revolucionarios. Tal vez otros atraídos por Stalin sean menos inocentes aun que el propio oriolano, que emprendió su primer y último viaje a la «gran patria socialista» en medio de una guerra espantosa en el que las llamadas democracias europeas aislaron a España internacionalmente. Recordemos, por ejemplo, las no tan ingenuas composiciones escritas a posteriori como ‘Oda a Stalin’ de Pablo Neruda, compuesta en 1953, ‘Redoble lento por la muerte de Stalin’ de Rafael Alberti, o ‘Stalin, Capitán’ del cubano Nicolás Guillén, solo por citar tres ejemplos bien significativos. Y es que la postura de Pablo Neruda o Nicolás Guillén, pese a toda la admiración que me despiertan como poetas, tiene, en este caso, más de emocional que de ideológica. Es decir, su adhesión al comunismo tiene una raíz más religiosa que política, si examinamos con detenimiento el caso”.

Algo a destacar es que, a diferencia de Neruda, Alberti, Guillén y otros de los que cantaron a Stalin, la admiración por él de Hernández respondía a una integridad ideológica que mantuvo hasta sus últimos días. Antes de regresar a España, hizo estas declaraciones que aparecieron en Literatúrnaia Gasiéta: “Al regresar a España volveré a las trincheras. Allí está mi puesto, allí está el lugar de cada español honrado que, no de palabra, sino de hechos, se esfuerza por ver a su patria y a todo el mundo libre de fascismos”. Unas trincheras que no pisaron ninguno de los otros adoradores del déspota del Kremlin.

Y aunque no menciona a Stalin, quiero dar noticia de un poema que es toda una curiosidad. Lo digo porque al autor que lo firma nadie lo asociaría con la poesía de carácter político, sino con los versos románticos de amor y desamor, de desencanto y melancolía. En el número correspondiente al 4 de octubre de 1942, la revista Bohemia publicó este poema de José Ángel Buesa, que pienso merece ser reproducido íntegramente:

“Oda al Ejército Soviético”

I
Aquí la noche es clara y hay rosas en los huertos,
y la brisa del trópico trae un rumor de olas...
Allá, sobre ciudades de ruinas y de muertos,
los Stukas nocturnos siembran siniestras amapolas.
Aquí cantan los pájaros en cada nuevo día,
y la mujer sonríe, y el niño se divierte;
Aquí la vida es bella todavía:
¡Allá, la vida es solo luchar hasta la muerte!
Pero allá, en las cenizas de los campos de trigo,
inconmoviblemente, frente al teutón frenético,
dando siempre la cara al enemigo,
está el Ejército Soviético!
Allá estás, camarada, defendiendo tu idea,
y ni cien mil cañones acallarán tu voz,
pues donde el garabato de la suástica ondea,
la Luna, como un símbolo, tiene la curva de una hoz!
Por eso, nada importa si el invasor avanza,
pues tú, retrocediendo, combates hasta el fin,
y te anima, en el odio y la venganza,
la sombra augusta de Lenin!
Que entren los mariscales de monóculo y fusta,
y el rebaño de nazis de cerebro sintético;
que allí, fusil en mano, detrás de las trincheras,
está el Ejército Soviético!
Que entren, con un estruendo de máquinas guerreras,
vociferando himnos en su idioma confuso;
que allí, fusil en mano, detrás de las trincheras,
los espera a pie firme el pueblo ruso!
Que entren, y que, paseen su jactancia prusiana,
rajando las trompetas en su triunfo hipotético:
Detrás de cada árbol, desde cada ventana,
los acecha el Ejército Soviético!
El agua, porque es pura, se evapora a su paso,
y el viento, porque es libre, los increpa;
y en su avance orgulloso, de la aurora al ocaso,
solamente conquistan el gran silencio de la estepa!
Que entren, ya esa tierra los conoce,
y el fango del otoño, y el horizonte hermético;
y, como en el glorioso 1812,
los detendrá el Ejército Soviético!
II
Camarada del frente:
Todos los hombres libres, con un gesto viril,
muy pronto empuñarán resueltamente
su fusil!
Tú, que ensanchas el tórax ante el viento funesto:
Allá, en una trinchera, mi puesto está vacío
pero quizás mañana ya iré a ocupar mi puesto,
pues lo que tú, defiendes, que es tuyo, es también mío!
Tú te bates por todos los hombres libres de la tierra;
Por un concepto eterno das tu vida fugaz;
y todos nos iremos a ganar, en la guerra,
el derecho supremo de morirnos en paz!
Por eso iremos todos —y ya se acerca el gran instante—:
Por eso iremos todos a luchar como tú,
y con tu misma decisión triunfante
de Stalingrado y de Moscú!
Todos acudiremos, compañero del frente,
porque esta vez no ha de morirse en vano;
porque esta vez, definitivamente,
blanco, amarillo y negro, se estrecharán la mano!
Sí: Yo veo una aurora tras la noche sombría,
una aurora inmortal que ya se expande:
Por eso, camarada, afina bien la puntería,
porque vas a matar por algo grande!
Todos los hombres libres lucharemos contigo,
y en un esfuerzo unánime lograremos vencer;
y, una vez más, tendrá la estepa su horizonte de trigo;
y habrá otra vez en tus canciones una sonrisa de mujer!
Por los cielos pacíficos verás pasar las golondrinas,
y el humo de las fábricas anocheciendo el sol;
y surgirán alegres ciudades de las ruinas
de Leningrado y de Sebastopol!
Por vez primera, entonces, será alegre el trabajo;
Por vez primera, entonces, todos los hombres se sonreirán,
pues para entonces, en el mundo no habrá arriba ni abajo,
y los hijos de todos los hombres tendrán pan!
Por eso os digo a todos: ¡Buena suerte!
Feliz el que regrese, porque tendrá una hermosa bienvenida.
No, hombres libres del mundo: No será inútil nuestra muerte,
que esta vez moriremos viendo nacer la vida!”.

Retomo este repaso a los poetas que dedicaron obras a Stalin. En esa nómina se inscribe el español Pedro Garfias, quien en la revista Nuestro Tiempo (diciembre de 1951) publicó su “Romance de Stalin en el 72 aniversario de su nacimiento”. Está incluido en sus Poesías Completas, donde también figura un “Canto a Stalin”, dedicado a Juan Rejano. Tras el fallecimiento del dictador, en las páginas de esa misma publicación vio la luz “Y los pueblos de España…”, de César M. Arconada (julio de 1953), quien unos meses antes había dado a conocer en la revista España Popular su “Eternamente Stalin”. En ese mismo número apareció un texto en prosa titulado “Stalin”, firmado por María Teresa León.

Otro autor que quiso expresar poéticamente su dolor por la muerte de Stalin fue Jorge Semprún (1923-2011). Lo hizo en “Juramento español en la muerte de Stalin”. El poema fue leído ante miles de refugiados políticos españoles, que se hallaban reunidos en una sala de París, en un acto en homenaje a la memoria de Stalin, y de él son estos versos: “Se nos ha muerto el padre, el camarada,/ se nos ha muerto el Jefe y el Maestro,/ Capitán de los pueblos, Arquitecto/ del Comunismo en obras gigantescas./ Se nos ha muerto. Ha muerto. No hay palabras./ Redoblen los tambores del silencio./ Se nos ha muerto Stalin, camaradas./ Apretemos las filas en silencio”.

Acerca de aquel texto, en su Autobiografía de Federico Sánchez (1977) Semprún recordó: “Escribí este poema en el mes de marzo de 1953, a las pocas horas de anunciarse oficialmente la muerte de Stalin. No lo escribí por encargo, fue algo que salió espontáneamente de lo más profundo de mi conciencia enajenada. El poema fue leído al final de un acto conmemorativo, ante miles de refugiados políticos españoles reunidos en la Sala Pleyel, en París. No se dijo quién era el autor de aquel poema. Fue la mía una voz anónima, la voz de los comunistas allí congregados. Luego se publicó. (...) Vuelvo a ojear ese poema con la desesperada tristeza que hoy provoca en mí”.

Aparte de Pablo Neruda, la otra figura icónica de la intelectualidad comunista fue sin duda el español Rafael Alberti. Su espíritu militante y comprometido hizo que durante la Guerra Civil se dedicara a dar mítines, emitir soflamas radiofónicas y publicar folletos, boletines y una revista para los combatientes. Sin embargo, a diferencia de Miguel Hernández, que no dudó en compartir la suerte de los combatientes, Alberti nunca llegó a ser soldado ni a luchar en el frente. A él y a su pareja María Teresa León se les veía vestidos con mono azul y pistola al cinto, desarrollando una frenética labor para que el Frente Popular lograse la victoria. Eso sí, siempre se cuidaron de mantenerse lejos del peligro. En 1953, Alberti escribió un extenso y sentido poema en homenaje al camarada Stalin, quien acababa de morir. Pero de ese texto y de otros aspectos de su trayectoria me ocuparé en el trabajo de la semana próxima.

Carlos Espinosa Domínguez
Cubaencuentro, 10 de noviembre de 2023.
Foto: La Puerta de Alcalá en Madrid durante la II República. Tomada de Cubaencuentro.

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