miércoles, 3 de septiembre de 2014

Los menos favorecidos con las reformas económicas


Mientras Juan Carlos, dueño de una cafetería especializada en sandwiches y batidos, puede hacer un recuento favorable de su negocio, Anselmo, un albañil jubilado, toca fondo.

“He tenido que trabajar duro, pero no me quejo. He podido remodelar mi casa y dos veces al año puedo pasarme unos días en un resort de Varadero o Cayo Coco. Ya no dependo del Estado. Soy mi propio jefe”, dice Juan Carlos, quien junto a su esposa recorre el Centro Comercial de Carlos III, en el corazón de La Habana, en busca de juguetes para sus hijos.

Luego de hacer sus compras, se sientan en un café a comer pollo frito y beber cerveza clara, mientras en una amplia pantalla miran videos con canciones de Pitbull.

Cuando salen, en busca de un taxi que los lleve a su domicilio, no reparan en un anciano que vende caramelos y maní tostado a la salida de la tienda. Se llama Anselmo y su vida ha ido a la inversa.

“Trabajé 40 años en la construcción. Cuando me jubilé no tenía siquiera una cuenta en el banco. Para sobrevivir, mi esposa y yo tenemos que zapatear la calle desde temprano. Ella vende periódicos, y yo, maní, caramelos y melcochas. Las ganancias de los dos no sobrepasan los 120 pesos diarios. Con ese dinero compramos viandas y frutas. Comemos alrededor de las 8 de la noche y cuando empieza la novela, estamos dormidos en los sillones”, cuenta Anselmo.

La pensión de 217 pesos de Anselmo se evapora en pagar la factura de la luz, pagar una deuda contraída con el banco, por la sustitución hace 7 años de su viejo refrigerador Philco por una nevera china Haier, que se pasa más tiempo rota que funcionando y, cuando pueden, adquirir una libra de pan de corteza dura que cuesta 10 pesos.

Cuando usted le pregunta a Anselmo sobre las reformas económicas emprendidas por el General Raúl Castro responde con enojo. “¿Qué reformas? Los únicos que han salido bien parados de esta locura son aquéllos que tienen parientes en el extranjero, los que han podido guardar dinero robado al Estado y tipos poderosos del gobierno, civiles o militares. A los profesionales, obreros o empleados, y a nosotros, los viejos jubilados, las reformas económicas nos pasan por el lado. Cada día todo es más caro. Trabajar de forma honesta no es un incentivo”, señala el anciano.

Son las dos caras de una moneda. Unos pocos que han tenido éxito en sus negocios y cuatro millones de trabajadores y jubilados que cada mes cuentan el dinero por centavos.

Teresa, ingeniera, se pregunta si valió la pena estudiar cinco años una carrera universitaria para tener una vida colmada de penurias.

“No se puede tensar más la soga. Vendo en 25 pesos la merienda que me dan. Y de mi casa llevo café y jugo y los vendo en el trabajo. ¿Tú crees que es justo que una profesional parezca un merolico, intentando ganar unos pesos extras para mantener a su familia?”, se pregunta Teresa.

En las tímidas reformas económicas emprendidas por el régimen no se ha tenido en cuenta al cliente. “Todo es más caro. Si antes ir al barbero costaba cinco pesos, ahora cuesta 20. Igual sucede con los vegetales, carne de cerdo y consumo eléctrico. Los precios se disparan hacia arriba y la mayoría de los salarios y pensiones siguen congelados”, apunta Gustavo, un ferroviario jubilado.

Existe una brecha abismal entre precios y salarios. En 1988 el salario promedio era de 187 pesos. Ahora, según la oficina nacional de estadísticas, es de 466 pesos, alrededor de 20 dólares.

Desde 1988 a la fecha los precios de alimentos básicos, luz eléctrica, ropa y aseo se han multiplicado hasta por 8 veces en muchos casos.

Una libra de carne de cerdo deshuesada costaba 4.50 hace 25 años. Ahora vale 40 pesos. El omnipresente papá Estado, anualmente te otorgaba dos camisas o dos blusas, un pantalón o una saya y un par de zapatos por una libreta de productos industriales que a mediados de los 90 desapareció con discreción.

La calidad era pésima, pero los precios eran módicos. A partir de la eliminación de esa otra libreta, los cubanos deben comprar ropa y calzado en moneda dura. Un vaquero barato, de marca pirata, representa el salario mensual de un obrero calificado.

Y por favor, no mire a los estantes donde cuelgan los legendarios Levi’s. Cuestan entre 80 y 100 cuc, el sueldo de cuatro meses de un arquitecto.

Cuba es un caso inédito en el mundo. La gente cobra sus salarios en una moneda devaluada que solo le alcanza para pagar el consumo eléctrico, adquirir en la bodega y la carnicería los alimentos de la cartilla de racionamiento y comprar algunas viandas en el agromercado.

Gente como Juan Carlos, dueño de un café privado, que puede ir dos veces al año a un resort en Varadero, son los menos. Ancianos como Anselmo o Gustavo y profesionales al estilo de Teresa, que viven al día, siguen siendo mayoría. Ellos son los grandes perdedores de las cacareadas reformas económicas en Cuba.

Iván García
Foto: Tomada de El Nuevo Diario, Nicaragua.

1 comentario:

  1. Iván, saludos. El trabajo que estás realizando es más efectivo que muchos otros porque emana de las propias raíces del problema social cubano. No te dedicas, en términos médico hablando, a tirar radiografía solamente, sino a "abrir" al paciente para ver de primera mano cúal es el verdadero problema que lo aqueja y eso mi amigo, es periodismo.

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